Peligrosa ausencia de microbios en el Bosque Rojo de Chernóbil

Un estudio revela que, casi 30 años después del accidente, hay riesgo de incendio y de expansión de la radioactividad porque nada descompone los detritos vegetales


En 1986, la ciudad ucraniana de Chernóbil se vio afectada por el accidente de la central nuclear Vladímir Ilich Lenin. Los árboles que bordeaban el reactor que explosionó murieron, dando lugar al llamado “Bosque Rojo”. Casi treinta años después, científicos han analizado la zona, y han descubierto que los restos de esos árboles se mantienen, por el daño que el accidente causó a los microbios que debían descomponerlos. En consecuencia, existe un importante riesgo de incendios, cuyo humo podría arrastrar la radioactividad a zonas pobladas, alertan los investigadores. Por Yaiza Martínez.


20/03/2014

El 26 de abril de 1986, la ciudad ucraniana de Chernóbil se vio afectada por el que se considera uno de los mayores desastres medioambientales de la historia: el accidente de la central nuclear Vladímir Ilich Lenin, situada a 18 kilómetros de la ciudad.

La explosión de esta central provocó en su momento la muerte de 31 personas, y la evacuación de cientos de miles de afectados. Extensas áreas permanecieron deshabitadas durante años.

Pero los humanos no fueron los únicos que sufrieron este desastre. Los pinos de un área de cuatro kilómetros cuadrados en las cercanías del reactor adquirieron un color marrón dorado y murieron, dando lugar al llamado "Bosque Rojo". Además, en un radio de unos 20 ó 30 kilómetros alrededor del reactor se produjo un aumento de la mortalidad de plantas y animales.

¿Qué pasó con los microbios? Según un estudio realizado por científicos de la Universidad de Carolina del Sur (EEUU), estos también se vieron afectados por la radioactividad. Las consecuencias de este daño se pueden notar aún hoy día, casi 30 años después de la tragedia.

Detritos vegetales acumulados

La investigación ha revelado en concreto que la desaparición de microbios en la zona de Chernóbil frenó la descomposición de la hojarasca y otras materias vegetales. En consecuencia, en ella se han acumulado detritos sueltos y secos que incrementan el riesgo de incendios forestales. Estos incendios, a su vez, podrían impulsar la propagación de la radioactividad a otras zonas.

Tim Mousseau, profesor de biología y codirector de una iniciativa de investigación sobre Chernóbil y Fukushima de la Universidad de Carolina del Sur, analizó a fondo el Bosque Rojo, que se extiende unos 10 kilómetros cuadrados alrededor de la central nuclear de Chernóbil.

En este análisis, Mousseau y su colaborador Anders Møller, de la Universidad Paris-Sud, notaron algo inusual: los troncos de los árboles muertos allí por la explosión seguían bastante enteros, a pesar de los años que habían pasado. En una situación normal, un árbol muerto puede descomponerse por completo en una década.

Para tratar de averiguar qué ocurría, los científicos evaluaron la velocidad a la que el material vegetal se descomponía en el Bosque Rojo, en función de la radiación. Lo hicieron colocando cientos de muestras de hojarasca no contaminada (agujas de pino y roble; y hojas de arce y abedul) en mallas, en toda la zona. Los lugares fueron escogidos para cubrir una amplia gama de dosis de radiación; y las muestras fueron recuperadas tras nueve meses al aire libre, informa la Universidad de Carolina del Sur en un comunicado.

Los niveles de radiación en la zona de Chernóbil varían mucho según la ubicación. Imagen: Oecologia. Fuente: Universidad de Carolina del Sur.
Resultados obtenidos

El análisis estadístico de la pérdida de peso de cada muestra tras ese tiempo demostró que la radiación más alta estaba relacionada con una menor pérdida de peso de la hojarasca.

En las zonas más contaminadas por radiación, la pérdida de peso de ésta fue un 40% menor que en otras zonas ucranianas con niveles de radiación corrientes.

El equipo llegó a la conclusión de que las bacterias y hongos que descomponen la materia vegetal en ecosistemas sanos habrían sido obstaculizados por la contaminación radioactiva. Este efecto nocivo fue menor para pequeños invertebrados, como las termitas, que también contribuyen a la descomposición de la biomasa vegetal.

Consecuencias

Según Mousseau, la descomposición más lenta de los detritos vegetales probablemente haga más lento también el crecimiento de otras plantas, puesto que los productos de la descomposición vegetal son nutrientes para nuevas plantas.

Este punto quedó demostrado en un estudio previo de Mousseau y su equipo, con Pinus sylvestris localizados cerca de Chernóbil. Los científicos constataron que, en el caso de estos árboles, la radiación habría reprimido sus tasas de crecimiento e interactuado con otros factores medioambientales y características fenotípicas para influir en sus trayectorias de crecimiento.

Pero hay otra consecuencia derivada de la pérdida microbiana en la zona, mucho más peligrosa, pues ésta podría propiciar la propagación de la radioactividad. La razón sería la siguiente: la hojarasca acumulada supone un aumento del peligro de incendios catastróficos, cuyo humo podría trasladar las partículas radioactivas que queden a zonas pobladas.

"Esta acumulación de hojarasca que hemos medido, y que probablemente es una consecuencia directa de la reducción de la actividad de descomposición microbiana, es como leña. Es seca, ligera y se quema muy fácilmente. Hace que sea más probable que se den incendios forestales de un tamaño catastrófico", concluye el investigador.

Referencias bibliográficas:

Timothy A. Mousseau, Gennadi Milinevsky, Jane Kenney-Hunt, Anders Pape Møller. Highly reduced mass loss rates and increased litter layer in radioactively contaminated areas. Oecologia (2014).

Timothy A. Mousseau, Shane M. Welch, Igor Chizhevsky, Oleg Bondarenko, Gennadi Milinevsky, David J. Tedeschi, Andrea Bonisoli-Alquati, Anders Pape Møller. Tree rings reveal extent of exposure to ionizing radiation in Scots pine Pinus sylvestris. Trees (2013).



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