Lana Finch
Un paciente de 52 años de edad, técnicamente “ciego” debido a dos ataques vasculares que dañaron las áreas de su cerebro que procesan las señales visuales, ha sido capaz de reaccionar emocionalmente a ciertas imágenes que no podía ver.
El caso, resultado de una investigación que publica la revista Nature Neuroscience, establece, por encima de toda duda y por primera vez, que existen ciertas funciones de reconocimiento visual que se procesan en un área del cerebro diferente a aquéllas a las que normalmente se les atribuían estas funciones. Asimismo, queda demostrado que la capacidad visual primaria consciente no es imprescindible para el tratamiento cerebral de las informaciones emocionales.
Cuando al paciente analizado, que ve sólo oscuridad y que camina con la ayuda de un perro, se le mostraron en la pantalla de un ordenador 200 imágenes de formas tales como círculos o cuadrados negros sobre fondo blanco y caras irreconocibles, sus conjeturas acerca de ellas no demostraron mayor probabilidad de acierto que el mero azar.
Sensible a las emociones
Sin embargo, cuando al mismo paciente le mostraron caras que exhibían emociones tales como tristeza, cólera o miedo, el porcentaje de acierto de sus conjeturas acerca de las caras que se le aparecían aumentó notablemente. En el caso de los rostros tristes, acertó en un 59% de las ocasiones, en el de los rostros coléricos, en un 61,5% de las veces; y en el de los rostros miedosos, en un 58%.
Para evaluar si el porcentaje de aciertos del paciente eran debidos a las expresiones emocionales de las caras presentadas o a otras características de éstas, se añadieron una serie de pruebas suplementarias.
Una de ellas fue que el paciente debía adivinar el sexo de una serie de caras emocionalmente neutras. Otra, que a partir de imágenes que representaban animales en una situación de peligro o no, los investigadores pedían que el paciente clasificara las imágenes según los criterios de “animal feliz” o “animal encolerizado”.
Por último, algunas imágenes mostraban escenas agradables (deporte, sexo) o desagradables (violencia, mutilación) presentadas al paciente que debía clasificarlas como “imágenes positivas” o “imágenes negativas”.
En estos casos, las respuestas del paciente no fueron acertadas, lo que indica que sólo una expresión emocional puede “verse” más allá del sentido de la vista.
Amígdala activa a pesar de la ceguera
Las imágenes del cerebro de este paciente, obtenidas a través de resonancia magnética, mostraron asimismo que ante alguna de las emociones (cólera, alegría, neutralidad), presentadas en bloques sucesivos, la actividad de la amígdala cerebral derecha aumentaba de manera significativa, y de manera aún más marcada como respuesta al miedo.
Según informa la universidad galesa de Bangor en un comunicado, este estudio ha estado dirigido por el doctor Alan Pegna, de esta misma universidad, en colaboración con el hospital Geneva University. Con él se pretendía demostrar que la emoción expresada por una cara humana se registra en un área diferente a la de la corteza cerebral.
El área implicada en este proceso de reconocimiento es la amígdala, situada dentro del lóbulo temporal del cerebro. Lo que se ha probado con este estudio es que aunque este paciente no podía ver, sí era capaz de procesar la información gracias a la puesta en marcha de procesos inconscientes del cerebro que de alguna manera sigue percibiendo la imagen que está delante del individuo.
Según Pegna, el descubrimiento resulta también interesante para aquellos científicos que investigan los comportamientos, puesto que relaciona la amígdala con procesos subliminales de estímulos emocionales que podrían aplicarse a individuos clínicamente sanos.
El caso, resultado de una investigación que publica la revista Nature Neuroscience, establece, por encima de toda duda y por primera vez, que existen ciertas funciones de reconocimiento visual que se procesan en un área del cerebro diferente a aquéllas a las que normalmente se les atribuían estas funciones. Asimismo, queda demostrado que la capacidad visual primaria consciente no es imprescindible para el tratamiento cerebral de las informaciones emocionales.
Cuando al paciente analizado, que ve sólo oscuridad y que camina con la ayuda de un perro, se le mostraron en la pantalla de un ordenador 200 imágenes de formas tales como círculos o cuadrados negros sobre fondo blanco y caras irreconocibles, sus conjeturas acerca de ellas no demostraron mayor probabilidad de acierto que el mero azar.
Sensible a las emociones
Sin embargo, cuando al mismo paciente le mostraron caras que exhibían emociones tales como tristeza, cólera o miedo, el porcentaje de acierto de sus conjeturas acerca de las caras que se le aparecían aumentó notablemente. En el caso de los rostros tristes, acertó en un 59% de las ocasiones, en el de los rostros coléricos, en un 61,5% de las veces; y en el de los rostros miedosos, en un 58%.
Para evaluar si el porcentaje de aciertos del paciente eran debidos a las expresiones emocionales de las caras presentadas o a otras características de éstas, se añadieron una serie de pruebas suplementarias.
Una de ellas fue que el paciente debía adivinar el sexo de una serie de caras emocionalmente neutras. Otra, que a partir de imágenes que representaban animales en una situación de peligro o no, los investigadores pedían que el paciente clasificara las imágenes según los criterios de “animal feliz” o “animal encolerizado”.
Por último, algunas imágenes mostraban escenas agradables (deporte, sexo) o desagradables (violencia, mutilación) presentadas al paciente que debía clasificarlas como “imágenes positivas” o “imágenes negativas”.
En estos casos, las respuestas del paciente no fueron acertadas, lo que indica que sólo una expresión emocional puede “verse” más allá del sentido de la vista.
Amígdala activa a pesar de la ceguera
Las imágenes del cerebro de este paciente, obtenidas a través de resonancia magnética, mostraron asimismo que ante alguna de las emociones (cólera, alegría, neutralidad), presentadas en bloques sucesivos, la actividad de la amígdala cerebral derecha aumentaba de manera significativa, y de manera aún más marcada como respuesta al miedo.
Según informa la universidad galesa de Bangor en un comunicado, este estudio ha estado dirigido por el doctor Alan Pegna, de esta misma universidad, en colaboración con el hospital Geneva University. Con él se pretendía demostrar que la emoción expresada por una cara humana se registra en un área diferente a la de la corteza cerebral.
El área implicada en este proceso de reconocimiento es la amígdala, situada dentro del lóbulo temporal del cerebro. Lo que se ha probado con este estudio es que aunque este paciente no podía ver, sí era capaz de procesar la información gracias a la puesta en marcha de procesos inconscientes del cerebro que de alguna manera sigue percibiendo la imagen que está delante del individuo.
Según Pegna, el descubrimiento resulta también interesante para aquellos científicos que investigan los comportamientos, puesto que relaciona la amígdala con procesos subliminales de estímulos emocionales que podrían aplicarse a individuos clínicamente sanos.
Más indicios de un sexto sentido
El experimento de Pegna señala que existe una capacidad perceptora más allá de los cinco sentidos tradicionales (oído, tacto, gusto, olor, sonido). Aunque no existe evidencia científica del sexto sentido, la capacidad de percibir emociones ajenas al margen de los sentidos tradicionales abunda en esta hipótesis.
No es la primera vez, sin embargo, que la ciencia se cuestiona acerca de la existencia de otros sentidos, además de los cinco universalmente reconocidos. Los neurofísicos investigan al respecto el así llamado sentido del movimiento, el cual, gracias a captores musculares y al oído interno, permite al cuerpo situarse en el espacio.
Otras investigaciones se centran en la nocicepción, término neurofisiológico que se refiere a los mecanismos por los cuales se detecta un estímulo nocivo (doloroso). A pesar de que los umbrales nociceptivos, tal y como se miden en el laboratorio, son constantes entre distintas personas, la experiencia del dolor y la capacidad para tolerarlo varían considerablemente de un individuo a otro según cada circunstancia. Podría ser también una forma de sexto sentido.
Otras investigaciones han descubierto un gen suscetptible de solicitar la captura de feromonas, moléculas químicas inodoras que guían el comportamiento de los insectos, de algunos mamíferos y puede que hasta de las personas. Otras investigaciones se centran en los relojes biológicos internos, que confieren a la conciencia el sentido del tiempo que pasa.
Asimismo, una investigación destinada a explorar la ceguera temporal que en ocasiones impide a los conductores ver un peligro inminente, ha descubierto accidentalmente que algunas personas son capaces de percibir cambios en un entorno segundos antes de que ocurran, tal como publicamos en otro artículo de esta revista. Esta experiencia señala la detección de otro modo de percepción visual, paralelo a la visión ordinaria, que puede provocar formas de experiencia diferentes a la imagen de la realidad que formamos cotidianamente.
También la intuición
Para la mayoría de las personas, sin embargo, hablar de sexto sentido es hablar de intuición, durante mucho tiempo atribuída por la ciencia a coincidencias de la vida cotidiana. Sin embargo, recientemente algunos científicos comienzan a hablar de la intuición como una forma de conocimiento, directa e inmediata, a la que no se le puede negar completamente un fundamento científico. Pueden consultarse al respecto los trabajos de Antonio Damasio, director del departamento de neurología de la Universidad de Iowa.
El experimento de Pegna abunda en esta línea de investigaciones y señala como un posible sentido nuevo la capacidad de los ciegos (al menos del ciego del experimento) de percibir emociones reflejadas en rostros que no puede ver. Una evidencia más de los misterios de la conciencia humana.
El experimento de Pegna señala que existe una capacidad perceptora más allá de los cinco sentidos tradicionales (oído, tacto, gusto, olor, sonido). Aunque no existe evidencia científica del sexto sentido, la capacidad de percibir emociones ajenas al margen de los sentidos tradicionales abunda en esta hipótesis.
No es la primera vez, sin embargo, que la ciencia se cuestiona acerca de la existencia de otros sentidos, además de los cinco universalmente reconocidos. Los neurofísicos investigan al respecto el así llamado sentido del movimiento, el cual, gracias a captores musculares y al oído interno, permite al cuerpo situarse en el espacio.
Otras investigaciones se centran en la nocicepción, término neurofisiológico que se refiere a los mecanismos por los cuales se detecta un estímulo nocivo (doloroso). A pesar de que los umbrales nociceptivos, tal y como se miden en el laboratorio, son constantes entre distintas personas, la experiencia del dolor y la capacidad para tolerarlo varían considerablemente de un individuo a otro según cada circunstancia. Podría ser también una forma de sexto sentido.
Otras investigaciones han descubierto un gen suscetptible de solicitar la captura de feromonas, moléculas químicas inodoras que guían el comportamiento de los insectos, de algunos mamíferos y puede que hasta de las personas. Otras investigaciones se centran en los relojes biológicos internos, que confieren a la conciencia el sentido del tiempo que pasa.
Asimismo, una investigación destinada a explorar la ceguera temporal que en ocasiones impide a los conductores ver un peligro inminente, ha descubierto accidentalmente que algunas personas son capaces de percibir cambios en un entorno segundos antes de que ocurran, tal como publicamos en otro artículo de esta revista. Esta experiencia señala la detección de otro modo de percepción visual, paralelo a la visión ordinaria, que puede provocar formas de experiencia diferentes a la imagen de la realidad que formamos cotidianamente.
También la intuición
Para la mayoría de las personas, sin embargo, hablar de sexto sentido es hablar de intuición, durante mucho tiempo atribuída por la ciencia a coincidencias de la vida cotidiana. Sin embargo, recientemente algunos científicos comienzan a hablar de la intuición como una forma de conocimiento, directa e inmediata, a la que no se le puede negar completamente un fundamento científico. Pueden consultarse al respecto los trabajos de Antonio Damasio, director del departamento de neurología de la Universidad de Iowa.
El experimento de Pegna abunda en esta línea de investigaciones y señala como un posible sentido nuevo la capacidad de los ciegos (al menos del ciego del experimento) de percibir emociones reflejadas en rostros que no puede ver. Una evidencia más de los misterios de la conciencia humana.