Energía eólica
Imaginemos por un momento a James Watt levantando la cabeza tras poner en acción, por vez primera, su máquina de vapor. Satisfecho, con el sudor aún brillando en sus mejillas, se sienta un instante. Observa a quienes le rodean. El momento es histórico, y él lo sabe, porque sabe que las posibles aplicaciones de esa máquina son muy numerosas. Entonces mira a su alrededor y hace la Gran Pregunta: ¿De cuánto carbón disponemos?”. La respuesta le hace sonreír, aún más satisfecho. Fue, aproximadamente, esta: “El que necesites”.
Cuando comienza a excavarse en busca de carbón y cuando, sin tan siquiera haber encontrado el fondo de la primera explotación, nuevas minas siguen apareciendo por doquier, esa energía tendrá apariencia ilimitada. La razón es simple: aunque las reservas estén realmente disminuyendo, la apariencia de su disponibilidad es creciente. El descubrimiento de la Máquina de Vapor marca el comienzo de un Ciclo Económico Expansivo. Cuando las minas dejan de aparecer, o aparecen con frecuencia cada vez menor, y múltiples yacimientos comienzan a agotarse o empobrecerse, una nueva fase aparecerá, esta vez Recesiva. En esta nueva fase la apariencia de la disponibilidad energética es decreciente.
En la Fase Expansiva las reservas crecen más rápidamente que las necesidades energéticas. En la Fase Recesiva, sin embargo, mientras las necesidades energéticas siguen creciendo, las reservas comienzan a disminuir.
Las reglas de juego –las Estrategias Económicas Óptimas- son diferentes en las Fases Expansivas y en las Fases Recesivas. En las Fases Expansivas podríamos resumirlas del siguiente modo:
“Dado que el carbón –o el petróleo- tiene apariencia ilimitada, puede hacerse rico tanto quien ya disponga de una forma de integrar esa energía en los procesos productivos, como quien encuentre otras nuevas, nuevas formas útiles de aprovechar esa maravillosa máquina de vapor”.
Una vez entrados en una fase recesiva, sin embargo, la lógica va cambiando paulatinamente:
“Dado que ha aparecido una limitación en la energía disponible, y en consecuencia su precio se está incrementando, y dado que hay ya sistemas muy eficientes para utilizarla, se volverá cada vez más arriesgado invertir en formas nuevas de consumir esa energía. A partir de ahora, y tanto más cuanto más limitada se vuelva la energía disponible restante, las mayores oportunidades de negocio serán para quien encuentre, en competencia con las ya existentes, formas aún más eficientes de utilizar esa energía”.
Es decir: la diferencia entre una Fase Expansiva y una Fase Recesiva es que en la primera nuevos procesos productivos, consumidores de esa energía de apariencia ilimitada, se siguen sumando a la economía, generando nuevo y más diversificado tejido empresarial. Sin embargo, cuando se manifiesta una limitación energética, ésta se hace cada vez más acusada. Las oportunidades para el desarrollo de nuevos usos de esa energía –que habrán de empezar de cero, siempre en competencia con sistemas de aprovechamiento de esa energía ya muy optimizados- disminuirán progresivamente. Inevitablemente, los esfuerzos se irán concentrando en el incremento de la eficiencia de los procesos productivos ya existentes.
Una ciencia recesiva
Sin embargo ocho de las nueve definiciones que podemos encontrar en castellano en Wikipedia describen la Economía, con distintos matices, como “Ciencia de la prudente administración de unos bienes escasos”. Es decir, una ciencia aplicable exclusivamente a las Fases Recesivas.
Con la intención de evidenciar las consecuencias de esta perspectiva recogemos un extracto del artículo “The Real Oil Problem”, escrito por B. A. Adelman, economista del MIT, no tanto por su interés intrínseco como por la nitidez con la que muestra la visión clásica del problema:
“El declive de las reservas de petróleo – afirma Adelman - es una leyenda firmemente establecida porque su apariencia es obvia. Si aceptamos cualquier cantidad de reservas la conclusión es absolutamente segura: las reservas están disminuyendo. La producción, en algún momento, tendrá que cesar... “
Pero esta visión de la Economía aplica a la realidad una “visión omnisciente” que no existe. Lo que existen son las miradas –la visión- de cada uno de los agentes económicos en juego, la búsqueda de oportunidades de cada uno de ellos en cada momento. Y las oportunidades, como hemos visto, no son las mismas en cada fase. No hay UNA Economía, o Ciencia de la Administración de los Bienes Escasos, sino DOS, correspondientes a la existencia de fases expansivas o recesivas.
No tener en cuenta esto lleva a graves consecuencias a la hora de interpretar los datos disponibles. Así, en el mismo artículo Adelman continúa: “La verdadera crisis comenzó en 1973-74 cuando una docena de naciones, mayoritariamente naciones del Medio Este, acordaron limitar la entrega de crudo. Ha habido constricciones en la producción desde entonces. Acabaron con el petróleo barato en el mundo con el fin de incrementar sus beneficios... el verdadero problema del petróleo es la OPEP”.
Nosotros sin embargo concluiremos fácilmente, según la división de lo ciclos económicos en Fases Expansivas y Recesivas que hemos realizado, que la formación de cárteles no es una causa, sino una consecuencia de la aparición de una limitación energética. El cártel es la expresión misma del paso de una fase expansiva a una recesiva.
Durante las Fases Expansivas, en las cuales cada día aparecen nuevos yacimientos petrolíferos en diferentes zonas, la mera idea de un cártel para controlar su precio carece de sentido, por más que todos sepan que “las reservas están disminuyendo”. Podrán disminuir “realmente”, pero a nadie importará mientras que su apariencia de disponibilidad –lo único que los agentes han de tener, y tienen, en cuenta- aumente. Así sucedió con el petróleo en el período 1945- 1970. Fue la percepción de la aparición de una limitación en su disponibilidad la que dio sentido a la idea de su control, desembocando en la formación de ese cártel. Esto marcó el inicio de una Fase Recesiva que dura hasta hoy.
Esta división en Fases Expansivas y Recesivas es aplicable a cualquier proceso productivo, en función de la disponibilidad de las materias primas implicadas. Pero las fases recesivas, cuando se refieren a la energía, tienen una característica especial: afectan a todos ellos. Consecuentemente, en los períodos con limitación energética, todos los procesos productivos tienden, en promedio, a concentrarse.
La falacia de la globalización
La globalización, en consecuencia, no es un fenómeno reciente: el imperio romano, al encontrar sus límites geográficos, o la Europa anterior al descubrimiento de América también estaban “globalizados”. Cada nuevo nicho energético colonizado por cada nueva especie, una vez localizado su límite de acceso energético, sea éste geográfico o tecnológico, es un caso de “globalización”: para esa especie, más allá de ese límite energético, nada es accesible.
La "globalización" es entonces no un estado de limitación geográfica, sino energética. Al encontrar sus límites energéticos las economías humanas (o las sociedades animales) dejan de competir simplemente por consumir más energía y la actividad se centra en consumir mejor la energía limitada restante.
El cambio no requiere una “conciencia” por parte de los agentes de la nueva situación, ni ha de ser simultáneo para todos ellos –comenzará primero en los lugares en los que la energía se vuelva antes escasa-. Simplemente, de forma paulatina, los nuevos agentes que desean incorporarse, mediante nuevos procesos productivos, al consumo de la limitada energía disponible –con sus procesos de optimización energética aún sin desarrollar- encontrarán cada vez más dificultades para ingresar en el mercado.
Según la limitación energética se vaya haciendo más evidente, menos oportunidades tendrán los nuevos agentes, en competencia con los productores ya existentes, cuyos procesos productivos ya están altamente optimizados y consolidados, de acceder a la energía disponible restante.
Expresado de otro modo: mientras la localización de nuevos nichos energéticos de apariencia ilimitada invita a la innovación, la aparición de una limitación energética en el nicho conduce a la optimización.
Este planteamiento es de hecho extrapolable a la Evolución en su conjunto. Su motor no será la “adaptación al medio”, sino la localización azarosa de nuevos nichos energéticos –que pueden no deberse siguiera a un cambio en la especie, sino en el entorno-. Las grandes innovaciones coincidirán con la localización de nuevos nichos energéticos que, en su abundancia, permitan la supervivencia de toda clase de “errores”, sean genéticos o conductuales.
La localización, en cada caso, de los límites energéticos, y la competencia por la energía limitada restante, frenará la “experimentación” –por el expeditivo procedimiento de ir disminuyendo sus oportunidades de supervivencia-. Habrá comenzado la fase de optimización –que coincidirá, ahora sí, con la darwiniana “adaptación al medio”.
Será la alternancia de unas y otras fases la que de lugar al conocido como “Equilibrio Puntuado” (rápidos períodos de innovación, largas fases de optimización). Sin embargo hoy la Evolución, como la Economía, tiende a verse como una permanente “adaptación al medio” o, lo que es lo mismo, una permanente “Fase recesiva”).
Cuando comienza a excavarse en busca de carbón y cuando, sin tan siquiera haber encontrado el fondo de la primera explotación, nuevas minas siguen apareciendo por doquier, esa energía tendrá apariencia ilimitada. La razón es simple: aunque las reservas estén realmente disminuyendo, la apariencia de su disponibilidad es creciente. El descubrimiento de la Máquina de Vapor marca el comienzo de un Ciclo Económico Expansivo. Cuando las minas dejan de aparecer, o aparecen con frecuencia cada vez menor, y múltiples yacimientos comienzan a agotarse o empobrecerse, una nueva fase aparecerá, esta vez Recesiva. En esta nueva fase la apariencia de la disponibilidad energética es decreciente.
En la Fase Expansiva las reservas crecen más rápidamente que las necesidades energéticas. En la Fase Recesiva, sin embargo, mientras las necesidades energéticas siguen creciendo, las reservas comienzan a disminuir.
Las reglas de juego –las Estrategias Económicas Óptimas- son diferentes en las Fases Expansivas y en las Fases Recesivas. En las Fases Expansivas podríamos resumirlas del siguiente modo:
“Dado que el carbón –o el petróleo- tiene apariencia ilimitada, puede hacerse rico tanto quien ya disponga de una forma de integrar esa energía en los procesos productivos, como quien encuentre otras nuevas, nuevas formas útiles de aprovechar esa maravillosa máquina de vapor”.
Una vez entrados en una fase recesiva, sin embargo, la lógica va cambiando paulatinamente:
“Dado que ha aparecido una limitación en la energía disponible, y en consecuencia su precio se está incrementando, y dado que hay ya sistemas muy eficientes para utilizarla, se volverá cada vez más arriesgado invertir en formas nuevas de consumir esa energía. A partir de ahora, y tanto más cuanto más limitada se vuelva la energía disponible restante, las mayores oportunidades de negocio serán para quien encuentre, en competencia con las ya existentes, formas aún más eficientes de utilizar esa energía”.
Es decir: la diferencia entre una Fase Expansiva y una Fase Recesiva es que en la primera nuevos procesos productivos, consumidores de esa energía de apariencia ilimitada, se siguen sumando a la economía, generando nuevo y más diversificado tejido empresarial. Sin embargo, cuando se manifiesta una limitación energética, ésta se hace cada vez más acusada. Las oportunidades para el desarrollo de nuevos usos de esa energía –que habrán de empezar de cero, siempre en competencia con sistemas de aprovechamiento de esa energía ya muy optimizados- disminuirán progresivamente. Inevitablemente, los esfuerzos se irán concentrando en el incremento de la eficiencia de los procesos productivos ya existentes.
Una ciencia recesiva
Sin embargo ocho de las nueve definiciones que podemos encontrar en castellano en Wikipedia describen la Economía, con distintos matices, como “Ciencia de la prudente administración de unos bienes escasos”. Es decir, una ciencia aplicable exclusivamente a las Fases Recesivas.
Con la intención de evidenciar las consecuencias de esta perspectiva recogemos un extracto del artículo “The Real Oil Problem”, escrito por B. A. Adelman, economista del MIT, no tanto por su interés intrínseco como por la nitidez con la que muestra la visión clásica del problema:
“El declive de las reservas de petróleo – afirma Adelman - es una leyenda firmemente establecida porque su apariencia es obvia. Si aceptamos cualquier cantidad de reservas la conclusión es absolutamente segura: las reservas están disminuyendo. La producción, en algún momento, tendrá que cesar... “
Pero esta visión de la Economía aplica a la realidad una “visión omnisciente” que no existe. Lo que existen son las miradas –la visión- de cada uno de los agentes económicos en juego, la búsqueda de oportunidades de cada uno de ellos en cada momento. Y las oportunidades, como hemos visto, no son las mismas en cada fase. No hay UNA Economía, o Ciencia de la Administración de los Bienes Escasos, sino DOS, correspondientes a la existencia de fases expansivas o recesivas.
No tener en cuenta esto lleva a graves consecuencias a la hora de interpretar los datos disponibles. Así, en el mismo artículo Adelman continúa: “La verdadera crisis comenzó en 1973-74 cuando una docena de naciones, mayoritariamente naciones del Medio Este, acordaron limitar la entrega de crudo. Ha habido constricciones en la producción desde entonces. Acabaron con el petróleo barato en el mundo con el fin de incrementar sus beneficios... el verdadero problema del petróleo es la OPEP”.
Nosotros sin embargo concluiremos fácilmente, según la división de lo ciclos económicos en Fases Expansivas y Recesivas que hemos realizado, que la formación de cárteles no es una causa, sino una consecuencia de la aparición de una limitación energética. El cártel es la expresión misma del paso de una fase expansiva a una recesiva.
Durante las Fases Expansivas, en las cuales cada día aparecen nuevos yacimientos petrolíferos en diferentes zonas, la mera idea de un cártel para controlar su precio carece de sentido, por más que todos sepan que “las reservas están disminuyendo”. Podrán disminuir “realmente”, pero a nadie importará mientras que su apariencia de disponibilidad –lo único que los agentes han de tener, y tienen, en cuenta- aumente. Así sucedió con el petróleo en el período 1945- 1970. Fue la percepción de la aparición de una limitación en su disponibilidad la que dio sentido a la idea de su control, desembocando en la formación de ese cártel. Esto marcó el inicio de una Fase Recesiva que dura hasta hoy.
Esta división en Fases Expansivas y Recesivas es aplicable a cualquier proceso productivo, en función de la disponibilidad de las materias primas implicadas. Pero las fases recesivas, cuando se refieren a la energía, tienen una característica especial: afectan a todos ellos. Consecuentemente, en los períodos con limitación energética, todos los procesos productivos tienden, en promedio, a concentrarse.
La falacia de la globalización
La globalización, en consecuencia, no es un fenómeno reciente: el imperio romano, al encontrar sus límites geográficos, o la Europa anterior al descubrimiento de América también estaban “globalizados”. Cada nuevo nicho energético colonizado por cada nueva especie, una vez localizado su límite de acceso energético, sea éste geográfico o tecnológico, es un caso de “globalización”: para esa especie, más allá de ese límite energético, nada es accesible.
La "globalización" es entonces no un estado de limitación geográfica, sino energética. Al encontrar sus límites energéticos las economías humanas (o las sociedades animales) dejan de competir simplemente por consumir más energía y la actividad se centra en consumir mejor la energía limitada restante.
El cambio no requiere una “conciencia” por parte de los agentes de la nueva situación, ni ha de ser simultáneo para todos ellos –comenzará primero en los lugares en los que la energía se vuelva antes escasa-. Simplemente, de forma paulatina, los nuevos agentes que desean incorporarse, mediante nuevos procesos productivos, al consumo de la limitada energía disponible –con sus procesos de optimización energética aún sin desarrollar- encontrarán cada vez más dificultades para ingresar en el mercado.
Según la limitación energética se vaya haciendo más evidente, menos oportunidades tendrán los nuevos agentes, en competencia con los productores ya existentes, cuyos procesos productivos ya están altamente optimizados y consolidados, de acceder a la energía disponible restante.
Expresado de otro modo: mientras la localización de nuevos nichos energéticos de apariencia ilimitada invita a la innovación, la aparición de una limitación energética en el nicho conduce a la optimización.
Este planteamiento es de hecho extrapolable a la Evolución en su conjunto. Su motor no será la “adaptación al medio”, sino la localización azarosa de nuevos nichos energéticos –que pueden no deberse siguiera a un cambio en la especie, sino en el entorno-. Las grandes innovaciones coincidirán con la localización de nuevos nichos energéticos que, en su abundancia, permitan la supervivencia de toda clase de “errores”, sean genéticos o conductuales.
La localización, en cada caso, de los límites energéticos, y la competencia por la energía limitada restante, frenará la “experimentación” –por el expeditivo procedimiento de ir disminuyendo sus oportunidades de supervivencia-. Habrá comenzado la fase de optimización –que coincidirá, ahora sí, con la darwiniana “adaptación al medio”.
Será la alternancia de unas y otras fases la que de lugar al conocido como “Equilibrio Puntuado” (rápidos períodos de innovación, largas fases de optimización). Sin embargo hoy la Evolución, como la Economía, tiende a verse como una permanente “adaptación al medio” o, lo que es lo mismo, una permanente “Fase recesiva”).
Energía azul y amarilla. Laura Leiden.
Los riesgos de la “globalización” actual
No se intenta aquí presentar las Fases Expansivas o Recesivas como “mejores” o “peores”. La sucesión de procesos expansivos y recesivos viene en los sistemas vivos de tan antiguo como deseemos, o podamos, imaginar. Cada nueva localización energética ha significado para cada nueva especie nuevas posibilidades de supervivencia, nuevas posibilidades de combinarse que le ofrecerán la oportunidad, una vez localizados los límites de esa energía, optimizarse y permanecer en la competencia por esa energía el tiempo suficiente como para encontrar otra fuente energética antes de que esa desaparezca. Es una carrera ciega para cada especie en particular, pero parece llevar inexorablemente a algunas de ellas, no predeterminadas, hacia una capacidad de mayor modelización del entorno y de interacción con el mismo, dado lo que esto conlleva de ventaja en la competencia por el acceso energético. Nosotros somos, aparentemente, la consecuencia más avanzada conocida en esa competencia. Aparentemente también, disponemos de todas las herramientas para seguir en juego.
Pero dado que nos encontramos en una fase recesiva bastante avanzada, conviene advertir sobre los riesgos específicos de las mismas.
Excluyéndose progresivamente nuevos modos de consumo energético, la competencia en una fase recesiva se centra en: la maximización de la eficiencia energética de los productos generados y en la maximización de la eficiencia energética de los procesos para generar esos productos.
La maximización de la eficiencia energética de los productos puede generar la sensación de que se consigue ahorrar energía. Cualquier economista aceptará que un producto más eficiente significa un ahorro. Ahora bien, también cualquier economista aceptará que la maximización de la eficiencia energética de un producto no conduce a un consumo energético menor, sino mayor, ya que un producto energéticamente más eficiente significa la oportunidad de consumir más productos.
Si España aumentase sustancialmente la eficiencia de sus procesos productivos entonces vendería más, produciría más y su dependencia energética no disminuiría, sino que aumentaría. Así que, contra todo pronóstico, los productos más eficientes no disminuyen, sino que incrementan el consumo energético. Resultado: en las fases recesivas, pese a aparecer una limitación energética, se produce un encarnizamiento en la competencia por la energía disponible restante que acelera, no ralentiza, su consumo.
Por su parte, la maximización en la eficiencia energética de los procesos productivos conduce a la generación de economías de escala, es decir, a la concentración de los procesos productivos en la búsqueda de eficiencia –rentabilidad- en todos los niveles. Las fusiones empresariales y sus variantes, las “sinergias empresariales”, la “deslocalización”, y el “outsourcing”, también este último con sus múltiples variantes, no son sino expresiones de esta generación de economías de escala.
Generación de economías de escala que tiene una doble consecuencia: por un lado, causa una concentración de capital. Por otro, al entrar en competencia todos los procesos productivos, causa una pérdida de poder adquisitivo de los obreros.
Así, en Estados Unidos, el incremento de precios y salarios fue armónico en el período 45- 73. Desde entonces, mientras los ricos son cada vez más ricos, el nivel de vida de las capas sociales medias y bajas ha disminuido, y las diferencias entre ricos y pobres se han incrementado (Paul Krugman, “La era de las expectativas limitadas”).
No se intenta aquí presentar las Fases Expansivas o Recesivas como “mejores” o “peores”. La sucesión de procesos expansivos y recesivos viene en los sistemas vivos de tan antiguo como deseemos, o podamos, imaginar. Cada nueva localización energética ha significado para cada nueva especie nuevas posibilidades de supervivencia, nuevas posibilidades de combinarse que le ofrecerán la oportunidad, una vez localizados los límites de esa energía, optimizarse y permanecer en la competencia por esa energía el tiempo suficiente como para encontrar otra fuente energética antes de que esa desaparezca. Es una carrera ciega para cada especie en particular, pero parece llevar inexorablemente a algunas de ellas, no predeterminadas, hacia una capacidad de mayor modelización del entorno y de interacción con el mismo, dado lo que esto conlleva de ventaja en la competencia por el acceso energético. Nosotros somos, aparentemente, la consecuencia más avanzada conocida en esa competencia. Aparentemente también, disponemos de todas las herramientas para seguir en juego.
Pero dado que nos encontramos en una fase recesiva bastante avanzada, conviene advertir sobre los riesgos específicos de las mismas.
Excluyéndose progresivamente nuevos modos de consumo energético, la competencia en una fase recesiva se centra en: la maximización de la eficiencia energética de los productos generados y en la maximización de la eficiencia energética de los procesos para generar esos productos.
La maximización de la eficiencia energética de los productos puede generar la sensación de que se consigue ahorrar energía. Cualquier economista aceptará que un producto más eficiente significa un ahorro. Ahora bien, también cualquier economista aceptará que la maximización de la eficiencia energética de un producto no conduce a un consumo energético menor, sino mayor, ya que un producto energéticamente más eficiente significa la oportunidad de consumir más productos.
Si España aumentase sustancialmente la eficiencia de sus procesos productivos entonces vendería más, produciría más y su dependencia energética no disminuiría, sino que aumentaría. Así que, contra todo pronóstico, los productos más eficientes no disminuyen, sino que incrementan el consumo energético. Resultado: en las fases recesivas, pese a aparecer una limitación energética, se produce un encarnizamiento en la competencia por la energía disponible restante que acelera, no ralentiza, su consumo.
Por su parte, la maximización en la eficiencia energética de los procesos productivos conduce a la generación de economías de escala, es decir, a la concentración de los procesos productivos en la búsqueda de eficiencia –rentabilidad- en todos los niveles. Las fusiones empresariales y sus variantes, las “sinergias empresariales”, la “deslocalización”, y el “outsourcing”, también este último con sus múltiples variantes, no son sino expresiones de esta generación de economías de escala.
Generación de economías de escala que tiene una doble consecuencia: por un lado, causa una concentración de capital. Por otro, al entrar en competencia todos los procesos productivos, causa una pérdida de poder adquisitivo de los obreros.
Así, en Estados Unidos, el incremento de precios y salarios fue armónico en el período 45- 73. Desde entonces, mientras los ricos son cada vez más ricos, el nivel de vida de las capas sociales medias y bajas ha disminuido, y las diferencias entre ricos y pobres se han incrementado (Paul Krugman, “La era de las expectativas limitadas”).
Panel de energía solar. Carbon60
El capital en las Fases Recesivas
Pero quizás los efectos más graves de la generación de economías de escala en las Fases Recesivas, y de solución más acuciante, tengan lugar sobre el capital. Imaginemos a un financiero que, envuelto en los procesos de concentración empresarial, ha vendido su empresa a una gran corporación. ¿En qué bien productivo invertirá si ya ha sido expulsado, precisamente, de su ámbito de competencia?
En las fases expansivas (con apariencia de ilimitación en la disponibilidad energética) ese capital significaría nuevas oportunidades de obtención y uso de nueva energía, por lo cual ambas, capacidad de producción y energía disponible, pueden crecer en paralelo. Pero la aparición de una limitación energética significa que las líneas de desarrollo de energía y capital comienzan a separarse: mientras el capital continúa creciendo, la disponibilidad energética disminuye.
El resultado es que al capital le resulta cada vez más difícil competir por la –decreciente- energía disponible restante. Este fenómeno es nuevo, y característico de las sociedades avanzadas. Mientras en las especies animales el perdedor es aniquilado, en nuestra sociedad el “perdedor” tiene “una vida después de la muerte”, una compensación en forma de capital. Este “milagro” tiene un precio: el capital, lentamente, perderá capacidad productiva y se verá abocado, como única salida, a la especulación.
En cada período histórico recesivo el capital especulativo ha buscado refugio en distintos lugares. En nuestro tiempo, hoy, la estrella es el suelo. Cada vez mayores cantidades de capital sin valor productivo se concentran en los inmuebles, desde EEUU a Suráfrica, desde Europa a Australia. (España, incidentalmente, se beneficia temporalmente de este proceso gracias a recibir capitales especulativos de media Europa que, invertidos en la construcción, le permiten vivir una época de relativo esplendor).
Desgraciadamente, como hemos visto, el problema no puede solucionarse incrementando la eficiencia en el consumo de la energía disponible, lo que sólo conducirá, finalmente, a un incremento del consumo.
Aquí debemos hacer un alto para hablar de una excepción: nuestra época se caracteriza por una capacidad de innovación tecnológica sin precedentes. Esto hace que, en contra de lo hasta aquí expuesto, en la Fase Recesiva que vivimos sí continúen apareciendo nuevos modos de consumo energético. La gran capacidad de innovación tecnológica también ha permitido, felizmente, el incremento en el nivel de vida de nuevas capas de población.
Ahora bien, esto no modifica la tendencia: imaginemos a un particular que desarrolla con éxito un nuevo producto. Si su empresa alcanza un determinado tamaño, esto supondrá que ese particular ha encontrado un nicho de mercado interesante. Descubrirá entonces que las grandes empresas, interesadas en dicho nuevo mercado, comienzan a competir con él.
Dadas las ventajas de que la gran empresa dispone en todos los niveles, finalmente el particular se verá abocado bien a la quiebra o bien, en casos excepcionalmente triunfales, a la venta de su empresa a la gran compañía. En ambos supuestos los procesos de concentración habrán continuado. En el segundo, además, el particular dispondrá de una gran cantidad de capital que se habrá sumado al capital especulativo ya existente.
Finalmente la conclusión, inevitable, sigue siendo la misma: el reajuste entre el valor del capital disponible -creciente- y la energía disponible -menguante- se hará inevitable, y tendrá lugar en fecha muy anterior a la extinción de las reservas. De hecho pueden producirse múltiples reajustes antes de que esa fecha tenga lugar. Cada reajuste significará una crisis económica de dimensiones variables. Cada lector podrá conceder un plazo más o menos amplio a cada una de estas crisis, y valorar su gravedad.
Un NASDAQ de la energía
Desde la perspectiva aquí descrita el proceso tiene una única salida: la localización de nueva energía útil con sus nuevas oportunidades productivas para el capital.
Lo más alarmante de la situación actual es que el financiero –supongamos de nuevo al empresario que ha vendido su empresa a una gran corporación- hoy puede invertir, y lo hace, en una farmacéutica, ante la promesa de un nuevo medicamento. Pero aunque creyese que una energía de apariencia ilimitada, cuya tecnología no está hoy disponible, pudiera ser la solución a sus problemas, ese financiero no podrá invertir en la promesa de esa nueva energía, hablemos de reactores comerciales de Fusión Nuclerar, o proyectos similares.
El proyecto ITER (un único proyecto, sin duplicación) está actualmente financiado por unos Estados occidentales endeudados, en pugna por una aportación (menor) al proyecto. Estos mismos Estados aceptan al día de hoy que la primera Central de Fusión Comercial quizá no entre en funcionamiento hasta dentro de... ¡ 50 años ¡ (a propósito de esto: con el actual ritmo de innovación tecnológica, ¿qué clase de previsión puede hacerse a 50 años vista?).
La situación es especialmente absurda puesto que, sin duda, la inversión en una Energía de Apariencia Ilimitada es la inversión más segura existente: el financiero que invierta en ella no requiere, para rentabilizar su inversión, que esa promesa se convierta inmediatamente en realidad. Ni siquiera necesita una fecha fija. Le bastará simplemente con que cada día que pase quede un día menos para que esa fuente de energía realmente exista. La promesa se irá haciendo paulatinamente más firme (especialmente si el estado compromete su capital humano y científico en esa tarea), ese mercado de futuros atraerá cada vez a más capitales, y la inversión quedará garantizada.
Porque hay dos cosas seguras: esa energía, antes o después, será necesaria. Además, cuando aparezca, esa energía tendrá sin ninguna duda, valor productivo. Valor real. ¿Se puede pedir algo más para garantizar una inversión?
Buscar una Energía de Apariencia Ilimitada
En consecuencia con lo expuesto, se sugiere aquí la creación de algo que podríamos denominar un “NASDAQ de la Energía”. Un Mercado en el que los capitales puedan invertirse masivamente acelerando esa búsqueda. Proceso que puede y debe estar avalado por los Estados, puesto que para ellos mismos no es concebible un futuro sin esa energía. Quizás sea ésta además la vía para que el capital privado cada vez más especulativo que anega el suelo, las Bolsas, y en general todos los espacios aptos para la especulación de capitales disponga de un procedimiento para canalizarse de forma masiva hacia el Único Producto de Valor Productivo Futuro Asegurado.
Alfredo González Colunga es autor de proyectos multimedia y ensayista.
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El patrón energía es la nueva fuente de valor
Pero quizás los efectos más graves de la generación de economías de escala en las Fases Recesivas, y de solución más acuciante, tengan lugar sobre el capital. Imaginemos a un financiero que, envuelto en los procesos de concentración empresarial, ha vendido su empresa a una gran corporación. ¿En qué bien productivo invertirá si ya ha sido expulsado, precisamente, de su ámbito de competencia?
En las fases expansivas (con apariencia de ilimitación en la disponibilidad energética) ese capital significaría nuevas oportunidades de obtención y uso de nueva energía, por lo cual ambas, capacidad de producción y energía disponible, pueden crecer en paralelo. Pero la aparición de una limitación energética significa que las líneas de desarrollo de energía y capital comienzan a separarse: mientras el capital continúa creciendo, la disponibilidad energética disminuye.
El resultado es que al capital le resulta cada vez más difícil competir por la –decreciente- energía disponible restante. Este fenómeno es nuevo, y característico de las sociedades avanzadas. Mientras en las especies animales el perdedor es aniquilado, en nuestra sociedad el “perdedor” tiene “una vida después de la muerte”, una compensación en forma de capital. Este “milagro” tiene un precio: el capital, lentamente, perderá capacidad productiva y se verá abocado, como única salida, a la especulación.
En cada período histórico recesivo el capital especulativo ha buscado refugio en distintos lugares. En nuestro tiempo, hoy, la estrella es el suelo. Cada vez mayores cantidades de capital sin valor productivo se concentran en los inmuebles, desde EEUU a Suráfrica, desde Europa a Australia. (España, incidentalmente, se beneficia temporalmente de este proceso gracias a recibir capitales especulativos de media Europa que, invertidos en la construcción, le permiten vivir una época de relativo esplendor).
Desgraciadamente, como hemos visto, el problema no puede solucionarse incrementando la eficiencia en el consumo de la energía disponible, lo que sólo conducirá, finalmente, a un incremento del consumo.
Aquí debemos hacer un alto para hablar de una excepción: nuestra época se caracteriza por una capacidad de innovación tecnológica sin precedentes. Esto hace que, en contra de lo hasta aquí expuesto, en la Fase Recesiva que vivimos sí continúen apareciendo nuevos modos de consumo energético. La gran capacidad de innovación tecnológica también ha permitido, felizmente, el incremento en el nivel de vida de nuevas capas de población.
Ahora bien, esto no modifica la tendencia: imaginemos a un particular que desarrolla con éxito un nuevo producto. Si su empresa alcanza un determinado tamaño, esto supondrá que ese particular ha encontrado un nicho de mercado interesante. Descubrirá entonces que las grandes empresas, interesadas en dicho nuevo mercado, comienzan a competir con él.
Dadas las ventajas de que la gran empresa dispone en todos los niveles, finalmente el particular se verá abocado bien a la quiebra o bien, en casos excepcionalmente triunfales, a la venta de su empresa a la gran compañía. En ambos supuestos los procesos de concentración habrán continuado. En el segundo, además, el particular dispondrá de una gran cantidad de capital que se habrá sumado al capital especulativo ya existente.
Finalmente la conclusión, inevitable, sigue siendo la misma: el reajuste entre el valor del capital disponible -creciente- y la energía disponible -menguante- se hará inevitable, y tendrá lugar en fecha muy anterior a la extinción de las reservas. De hecho pueden producirse múltiples reajustes antes de que esa fecha tenga lugar. Cada reajuste significará una crisis económica de dimensiones variables. Cada lector podrá conceder un plazo más o menos amplio a cada una de estas crisis, y valorar su gravedad.
Un NASDAQ de la energía
Desde la perspectiva aquí descrita el proceso tiene una única salida: la localización de nueva energía útil con sus nuevas oportunidades productivas para el capital.
Lo más alarmante de la situación actual es que el financiero –supongamos de nuevo al empresario que ha vendido su empresa a una gran corporación- hoy puede invertir, y lo hace, en una farmacéutica, ante la promesa de un nuevo medicamento. Pero aunque creyese que una energía de apariencia ilimitada, cuya tecnología no está hoy disponible, pudiera ser la solución a sus problemas, ese financiero no podrá invertir en la promesa de esa nueva energía, hablemos de reactores comerciales de Fusión Nuclerar, o proyectos similares.
El proyecto ITER (un único proyecto, sin duplicación) está actualmente financiado por unos Estados occidentales endeudados, en pugna por una aportación (menor) al proyecto. Estos mismos Estados aceptan al día de hoy que la primera Central de Fusión Comercial quizá no entre en funcionamiento hasta dentro de... ¡ 50 años ¡ (a propósito de esto: con el actual ritmo de innovación tecnológica, ¿qué clase de previsión puede hacerse a 50 años vista?).
La situación es especialmente absurda puesto que, sin duda, la inversión en una Energía de Apariencia Ilimitada es la inversión más segura existente: el financiero que invierta en ella no requiere, para rentabilizar su inversión, que esa promesa se convierta inmediatamente en realidad. Ni siquiera necesita una fecha fija. Le bastará simplemente con que cada día que pase quede un día menos para que esa fuente de energía realmente exista. La promesa se irá haciendo paulatinamente más firme (especialmente si el estado compromete su capital humano y científico en esa tarea), ese mercado de futuros atraerá cada vez a más capitales, y la inversión quedará garantizada.
Porque hay dos cosas seguras: esa energía, antes o después, será necesaria. Además, cuando aparezca, esa energía tendrá sin ninguna duda, valor productivo. Valor real. ¿Se puede pedir algo más para garantizar una inversión?
Buscar una Energía de Apariencia Ilimitada
En consecuencia con lo expuesto, se sugiere aquí la creación de algo que podríamos denominar un “NASDAQ de la Energía”. Un Mercado en el que los capitales puedan invertirse masivamente acelerando esa búsqueda. Proceso que puede y debe estar avalado por los Estados, puesto que para ellos mismos no es concebible un futuro sin esa energía. Quizás sea ésta además la vía para que el capital privado cada vez más especulativo que anega el suelo, las Bolsas, y en general todos los espacios aptos para la especulación de capitales disponga de un procedimiento para canalizarse de forma masiva hacia el Único Producto de Valor Productivo Futuro Asegurado.
Alfredo González Colunga es autor de proyectos multimedia y ensayista.
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