Wangari Maathai. Foto Mujeres por un mundo mejor.
Una red de mujeres se extiende entre África y España. Lo que nació como un proyecto en Maputo, en marzo de 2006, es una realidad consolidada.
En aquella ocasión, las participantes en el primer Encuentro “mujeres por un mundo mejor” decidieron, como recoge la Declaración de Mozambique, utilizar las múltiples posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías para mantener vivo el espíritu de esa primera reunión, continuar el trabajo iniciado y seguir compartiendo experiencias.
Objetivos a los que puede sumarse cualquier persona en cualquier lugar del mundo, a través de Internet, de la web que, durante el Encuentro, permitió la participación a distancia.
Mujeres africanas
África es, con toda probabilidad, el lugar del mundo donde las mujeres viven más sometidas, ignoradas y maltratadas. Junto con sus hijos, son las principales víctimas de la pobreza. En África subsahariana habita uno de cada diez ciudadanos de la Tierra.
De ellos, el sesenta por ciento está infectado con el virus del sida. La gran mayoría padece la hambruna. Si hay alguna esperanza de futuro en este dramático destino, reside en la energía y en la fuerza de las mujeres de África.
Eso es lo que comprendieron quienes acudieron al primer encuentro en Mozambique. Allí se reunieron doscientas mujeres de veinte países entre africanas y españolas. En Maputo se escucharon testimonios desgarradores, pero también esperanzadores de mujeres que luchan día a día por su vida y por su futuro. En Maputo quedó claro que las mujeres son el motor del desarrollo.
De allí salió la voluntad de trabajar unidas, de crear redes y puentes para avanzar en la lucha por la igualdad. Entonces, se habló del acceso al poder de la mujer, de desarrollo económico y de la lucha contra la pobreza; de la comunicación y el papel de las comunicadoras, de cómo mejorar la salud y la atención sanitaria, de la educación de las niñas.
Reencuentro en Madrid
Un año después, en Madrid, quinientas mujeres de cuarenta y cinco países africanos, además de España, han comprobado cómo se han ido haciendo realidad muchos de los sueños y proyectos que vieron la luz en Mozambique.
El trabajo de quienes han conseguido avanzar en los objetivos comunes y el de cuantas personas han participado en la organización de la reunión, tiene la recompensa de ver consolidado y renovado un compromiso: el de todas las mujeres africanas y españolas con su propio futuro y con el de las próximas generaciones. El compromiso, en definitiva, con el porvenir del mundo.
Coinciden en bastantes evidencias: saben que unidas, pueden más, que millones de mujeres, como ellas, son víctimas de la injusticia, la violencia y la pobreza, que a menudo, el destino las golpea con más fuerza, por su condición de mujeres, y que muchos, sin embargo, no están dispuestos a reconocérselo.
Pero en Madrid se propusieron escuchar y hacerse oír, con la convicción de que la revolución silenciosa de las mujeres está en marcha, y con la certeza de que su poder emergente, va a cambiar el mundo.
El poder de las mujeres
Dice una antigua tradición africana, que la comunidad es el espíritu, la luz que guía a todos. El espacio donde las personas se unen para cumplir un propósito específico, para ayudar a otros a cumplir su propósito y para cuidarse unas a otras. En la comunidad, todas las voces son oídas. Sin compromiso, la comunidad se muere.
Es el lugar donde se comparte. Si no existe, nadie te escucha. Con mucha frecuencia, en el mundo que llamamos desarrollado, olvidamos el sentido de una verdadera comunidad. El Encuentro de Madrid, quiso recoger esa sabiduría ancestral, e incorporarla al trabajo de las mujeres.
España es el primer país que ha abierto una nueva página de estas características con las mujeres de África, que ha querido reforzar así lazos con un continente injustamente abandonado.
Ha sido también el primer país europeo en poner en marcha un encuentro político de mujeres, que ha reunido, por primera vez en la historia, al máximo número de representantes del poder de las mujeres de África, con mujeres españolas políticas, juristas, empresarias, comunicadoras y miembros de todos los ámbitos de la sociedad civil.
Una Jefa de Estado, una primera ministra, dos vicepresidentas, juezas, parlamentarias, miembros de organismos africanos, de ONG, empresarias, periodistas…Las sesiones inauguradas por su Majestad la Reina de España, se iniciaron con el reconocimiento de los logros políticos alcanzados por las mujeres.
Dejemos que lo intente una mujer
En la apertura, la Vicepresidenta Primera del Gobierno español, María Teresa Fernández de la Vega, recordaba como anécdota, uno de los lemas de la campaña de la primera presidenta electa de África: “Amigas, amigos –decía- todos los hombres le han fallado a Liberia, dejemos que lo intente una mujer.”
Ese es el impulso que llevó a la liberiana Ellen Jonson-Sirleaf a convertirse en la primera jefa de Estado de un país africano. Había estudiado en Harvard y había trabajado como economista del Banco Mundial, pero también había conocido el exilio y las cárceles de un país caótico y exhausto tras catorce años de guerra civil, del que ahora tiene encomendada la inmensa tarea de la reconstrucción.
A Wangari Maathai no la dejaron llegar a la presidencia de Kenia, su partido retiró su candidatura días antes de las elecciones, pero consiguió el Nobel de la Paz. Fue la primera africana en lograrlo, la primera ecologista. Adelantada a su tiempo, Wangari Maathai, fue también la primera mujer del África Oriental y Central en obtener un doctorado universitario, y en ampliar sus estudios en Europa.
Lideró batallas por la libertad de cátedra y contra la discriminación de la mujer. Fue también diputada y Ministra adjunta de Medioambiente de Kenia. Pero, sobre todo, imaginó una particular y original lucha por la paz.
Creadora del Movimiento Cinturón Verde, ha conseguido con él un trabajo digno para más de cincuenta mil mujeres, que en las dos últimas décadas, han plantado más de treinta millones de árboles en un país al que sólo le queda un dos por ciento de su masa forestal.
Árboles como semilla de la paz
En el Encuentro de Madrid se pudo escuchar su potente voz, una de las más admiradas y valoradas del mundo. Y consiguió la adhesión para su nuevo proyecto: plantar mil millones de árboles en todo el planeta, porque las mujeres hicieron suya esa profunda convicción, tantas veces expresada por ella con una bella frase: “cuando plantamos árboles, plantamos las semillas de la paz”.
Las palabras de todas las participantes corroboraban que las mujeres son el principal agente de cambio social en el mundo y que el acceso al poder de las mujeres es clave para la gestión de la paz en el planeta.
Aunque las desigualdades y la discriminación de género persisten en casi todos los países, se han dado y se están dando pasos esenciales que cambian el rostro de muchas naciones, también en África.
En 1995 la Conferencia de Naciones Unidas sobre la mujer en Beijing, hizo un reconocimiento explícito del acceso al poder de las mujeres, del empowerment. Desde entonces se ha recorrido un camino que ya es irreversible.
Y aunque queda mucho por conseguir, la participación en ámbitos de poder de las mujeres africanas, es un ejemplo de cómo ha cambiado el mundo y cómo la fuerza de las mujeres empuja ese cambio.
En aquella ocasión, las participantes en el primer Encuentro “mujeres por un mundo mejor” decidieron, como recoge la Declaración de Mozambique, utilizar las múltiples posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías para mantener vivo el espíritu de esa primera reunión, continuar el trabajo iniciado y seguir compartiendo experiencias.
Objetivos a los que puede sumarse cualquier persona en cualquier lugar del mundo, a través de Internet, de la web que, durante el Encuentro, permitió la participación a distancia.
Mujeres africanas
África es, con toda probabilidad, el lugar del mundo donde las mujeres viven más sometidas, ignoradas y maltratadas. Junto con sus hijos, son las principales víctimas de la pobreza. En África subsahariana habita uno de cada diez ciudadanos de la Tierra.
De ellos, el sesenta por ciento está infectado con el virus del sida. La gran mayoría padece la hambruna. Si hay alguna esperanza de futuro en este dramático destino, reside en la energía y en la fuerza de las mujeres de África.
Eso es lo que comprendieron quienes acudieron al primer encuentro en Mozambique. Allí se reunieron doscientas mujeres de veinte países entre africanas y españolas. En Maputo se escucharon testimonios desgarradores, pero también esperanzadores de mujeres que luchan día a día por su vida y por su futuro. En Maputo quedó claro que las mujeres son el motor del desarrollo.
De allí salió la voluntad de trabajar unidas, de crear redes y puentes para avanzar en la lucha por la igualdad. Entonces, se habló del acceso al poder de la mujer, de desarrollo económico y de la lucha contra la pobreza; de la comunicación y el papel de las comunicadoras, de cómo mejorar la salud y la atención sanitaria, de la educación de las niñas.
Reencuentro en Madrid
Un año después, en Madrid, quinientas mujeres de cuarenta y cinco países africanos, además de España, han comprobado cómo se han ido haciendo realidad muchos de los sueños y proyectos que vieron la luz en Mozambique.
El trabajo de quienes han conseguido avanzar en los objetivos comunes y el de cuantas personas han participado en la organización de la reunión, tiene la recompensa de ver consolidado y renovado un compromiso: el de todas las mujeres africanas y españolas con su propio futuro y con el de las próximas generaciones. El compromiso, en definitiva, con el porvenir del mundo.
Coinciden en bastantes evidencias: saben que unidas, pueden más, que millones de mujeres, como ellas, son víctimas de la injusticia, la violencia y la pobreza, que a menudo, el destino las golpea con más fuerza, por su condición de mujeres, y que muchos, sin embargo, no están dispuestos a reconocérselo.
Pero en Madrid se propusieron escuchar y hacerse oír, con la convicción de que la revolución silenciosa de las mujeres está en marcha, y con la certeza de que su poder emergente, va a cambiar el mundo.
El poder de las mujeres
Dice una antigua tradición africana, que la comunidad es el espíritu, la luz que guía a todos. El espacio donde las personas se unen para cumplir un propósito específico, para ayudar a otros a cumplir su propósito y para cuidarse unas a otras. En la comunidad, todas las voces son oídas. Sin compromiso, la comunidad se muere.
Es el lugar donde se comparte. Si no existe, nadie te escucha. Con mucha frecuencia, en el mundo que llamamos desarrollado, olvidamos el sentido de una verdadera comunidad. El Encuentro de Madrid, quiso recoger esa sabiduría ancestral, e incorporarla al trabajo de las mujeres.
España es el primer país que ha abierto una nueva página de estas características con las mujeres de África, que ha querido reforzar así lazos con un continente injustamente abandonado.
Ha sido también el primer país europeo en poner en marcha un encuentro político de mujeres, que ha reunido, por primera vez en la historia, al máximo número de representantes del poder de las mujeres de África, con mujeres españolas políticas, juristas, empresarias, comunicadoras y miembros de todos los ámbitos de la sociedad civil.
Una Jefa de Estado, una primera ministra, dos vicepresidentas, juezas, parlamentarias, miembros de organismos africanos, de ONG, empresarias, periodistas…Las sesiones inauguradas por su Majestad la Reina de España, se iniciaron con el reconocimiento de los logros políticos alcanzados por las mujeres.
Dejemos que lo intente una mujer
En la apertura, la Vicepresidenta Primera del Gobierno español, María Teresa Fernández de la Vega, recordaba como anécdota, uno de los lemas de la campaña de la primera presidenta electa de África: “Amigas, amigos –decía- todos los hombres le han fallado a Liberia, dejemos que lo intente una mujer.”
Ese es el impulso que llevó a la liberiana Ellen Jonson-Sirleaf a convertirse en la primera jefa de Estado de un país africano. Había estudiado en Harvard y había trabajado como economista del Banco Mundial, pero también había conocido el exilio y las cárceles de un país caótico y exhausto tras catorce años de guerra civil, del que ahora tiene encomendada la inmensa tarea de la reconstrucción.
A Wangari Maathai no la dejaron llegar a la presidencia de Kenia, su partido retiró su candidatura días antes de las elecciones, pero consiguió el Nobel de la Paz. Fue la primera africana en lograrlo, la primera ecologista. Adelantada a su tiempo, Wangari Maathai, fue también la primera mujer del África Oriental y Central en obtener un doctorado universitario, y en ampliar sus estudios en Europa.
Lideró batallas por la libertad de cátedra y contra la discriminación de la mujer. Fue también diputada y Ministra adjunta de Medioambiente de Kenia. Pero, sobre todo, imaginó una particular y original lucha por la paz.
Creadora del Movimiento Cinturón Verde, ha conseguido con él un trabajo digno para más de cincuenta mil mujeres, que en las dos últimas décadas, han plantado más de treinta millones de árboles en un país al que sólo le queda un dos por ciento de su masa forestal.
Árboles como semilla de la paz
En el Encuentro de Madrid se pudo escuchar su potente voz, una de las más admiradas y valoradas del mundo. Y consiguió la adhesión para su nuevo proyecto: plantar mil millones de árboles en todo el planeta, porque las mujeres hicieron suya esa profunda convicción, tantas veces expresada por ella con una bella frase: “cuando plantamos árboles, plantamos las semillas de la paz”.
Las palabras de todas las participantes corroboraban que las mujeres son el principal agente de cambio social en el mundo y que el acceso al poder de las mujeres es clave para la gestión de la paz en el planeta.
Aunque las desigualdades y la discriminación de género persisten en casi todos los países, se han dado y se están dando pasos esenciales que cambian el rostro de muchas naciones, también en África.
En 1995 la Conferencia de Naciones Unidas sobre la mujer en Beijing, hizo un reconocimiento explícito del acceso al poder de las mujeres, del empowerment. Desde entonces se ha recorrido un camino que ya es irreversible.
Y aunque queda mucho por conseguir, la participación en ámbitos de poder de las mujeres africanas, es un ejemplo de cómo ha cambiado el mundo y cómo la fuerza de las mujeres empuja ese cambio.
Participante en la sesión inaugural. Foto: ibid.
Pobreza y esperanza
La pobreza en África tiene rostro de mujer. Pero también la esperanza. En el Encuentro de Madrid se escuchó además a una de las mujeres africanas más queridas y conocidas en el mundo, Graça Machel.
Nació en una aldea de Mozambique y conoció todas las luces y las sombras del continente: desde el colonialismo, la guerra y los regímenes autoritarios, hasta las inundaciones y las hambrunas. Fue ministra de Educación y esposa del primer presidente de Mozambique tras la independencia; después, se casó con Nelson Mandela.
Ahora trabaja en el fortalecimiento de la sociedad civil y de la cooperación internacional. Actividad por la que fue galardonada, junto a otras mujeres con el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación en 1998.
Presidenta de la Fundación para el Desarrollo de la Comunidad, fue coreada por todas cuando recordó el estribillo del viejo himno de los derechos civiles: “We shall overcome”, aplicado ahora a la lucha de las mujeres.
En día y medio de debates, el Encuentro de Madrid fue testigo de cómo mujeres españolas y africanas compartían sus experiencias.
Entre algunas de las más impactantes, la que narraba Yvone Uwayisenga, Vicepresidenta del Congreso de los diputados de Ruanda, el país del mundo que tiene más mujeres parlamentarias, suman el cuarenta y ocho por ciento; o la de la ministra de sanidad de Kenia, Charity Kaluki, quien relataba cómo logró establecer el acceso universal a la atención primaria para niños y mujeres, doblando el gasto sanitario y reduciendo el presupuesto de defensa, después de haber encontrado en un viaje por el país a un niño enfermo que no podía recibir asistencia.
Lágrimas de valor
Quizá, el testimonio más sobrecogedor fue el de la senegalesa Yaye Bayam: “Hemos sabido transformar las lágrimas en valor y coraje”. Así relataba como trató de sobreponerse a la pérdida de su hijo que murió en un cayuco, y porqué ha creado una ONG para luchar contra las mafias que trafican con inmigrantes.
En las sesiones del Encuentro de Madrid quedó claro que si la educación es esencial para hacer realidad otros derechos, el desarrollo económico es la llave del futuro en el continente africano y, en especial, en el África subsahariana.
En ese territorio, las mujeres sostienen la vida. Según un informe de la FAO, las mujeres trabajan en África y en Asia trece horas semanales más que los hombres. Las africanas consiguen el ochenta por ciento de los alimentos.
El desarrollo económico, pasa por las mujeres. Miles, millones de ellas desarrollan proyectos de ayuda mutua sin el justo reconocimiento de su contribución a la riqueza. Son también las que mantienen el tejido familiar y social ante el avance imparable de un fenómeno que lleva a miles de africanos cada año a emprender el viaje más duro y difícil que se puede acometer, poniendo incluso en riesgo su propia vida: la emigración.
La emigración, que es sobre todo masculina, está creando nuevos escenarios para el acceso al poder y al desarrollo económico de las mujeres en África.
África es mujer
Millones de mujeres en todo el mundo y de manera especial en África, no tienen acceso a servicios básicos de salud. Como se recordaba en la Declaración de Mozambique, la mujeres no lograran avanzar en la lucha por la igualdad sin tener garantizado el derecho a la salud.
Los derechos de la mujer son derechos humanos, -así se estableció en la Conferencia de Beijing-. Pero la situación en muchos países del mundo, en este sentido, es dramática. Y lo es de manera especial en el África subsahariana.
De cada cien mujeres infectadas por el VIH en el mundo, setenta y siete viven en alguno de los países de esa zona, donde la tasa de infección entre las que tienen de veinte a veinticuatro años cuadruplica a la de los hombres. Las estadísticas son desoladoras.
Y son también la mayor evidencia de la indefensión, la vulnerabilidad y la imposibilidad de decidir que sufren millones de mujeres en África. Por ello, el documento final de la reunión celebrada en Madrid recoge de manera expresa la voluntad de africanas y españolas de fortalecer los sistemas públicos de salud y contribuir a su desarrollo, para lo que se propusieron, entre otros objetivos, el de conseguir un diagnóstico real de la situación de los sistemas públicos sanitarios de los países africanos.
Es uno de los puntos de la Declaración de Madrid, el documento final del Segundo Encuentro de “Mujeres por un mundo mejor”, que concluía en la mañana del 8 de marzo.
Objetivos comunes
Esa Declaración afirma objetivos comunes de igualdad, desarrollo y paz y recoge diez compromisos y diez acuerdos concretos, entre ellos, la creación de un centro de formación de mujeres líderes, la elaboración de un manual de educación no sexista, acciones de sensibilización medioambiental, de fomento del comercio justo, de apoyo a redes de ayuda financiera y a servicios públicos de salud; la potenciación de la red de mujeres y de las asociaciones de base.
La Declaración de Madrid reclama, de manera especial, que la ONU cree una agencia específica para la equidad de género.
Más allá de las conclusiones, al término del Encuentro de Madrid, tres gestos simbolizan el espíritu de la reunión. El de Amina Lawal, la mujer que conmovió al mundo con su imagen indefensa, y cuya historia provocó una reacción global que la salvó de la lapidación.
Sus ojos nunca habían contemplado algo parecido. Para acudir a Madrid hizo su primer viaje en avión. Regresaba después con el propósito de contarles a su hija y a las mujeres de su aldea lo que había visto. Ellas jamás han oído hablar de igualdad.
La suya, como la de millones y millones de mujeres, es una injusta historia de indefensión y vulnerabilidad, de explotación y abandonos, de sufrimiento solitario... Pero no es una historia olvidada, es la razón por la que Bárbara Hendricks, soprano y activista del trabajo humanitario, entonaba, de nuevo, en la clausura, el viejo himno de los derechos civiles.
Porque todavía hoy, y en todos los países, incluso en los que llamamos desarrollados, hay demasiados motivos para reivindicar que los derechos de las mujeres, son derechos humanos. Y porque, como recordaba con energía María Luisa Diogo, Primera Ministra de Mozambique, el sentimiento que compartieron en Madrid, es el mismo sentimiento que caracteriza a millones de mujeres en el mundo, sean cuales sean sus objetivos: no darse por vencidas nunca, seguir luchando, siempre luchando.
conversaciones@maytepascual.com es periodista de TVE, que ha cubierto la información de los dos Encuentros Mujeres por un mundo mejor. Mayte Pascual es asimismo autora del libro En que mundo vivimos. Conversaciones con Manuel Castells (Alianza Editorial, 2006), sobre el que ha publicado un anterior artículo en Tendencias21.
La pobreza en África tiene rostro de mujer. Pero también la esperanza. En el Encuentro de Madrid se escuchó además a una de las mujeres africanas más queridas y conocidas en el mundo, Graça Machel.
Nació en una aldea de Mozambique y conoció todas las luces y las sombras del continente: desde el colonialismo, la guerra y los regímenes autoritarios, hasta las inundaciones y las hambrunas. Fue ministra de Educación y esposa del primer presidente de Mozambique tras la independencia; después, se casó con Nelson Mandela.
Ahora trabaja en el fortalecimiento de la sociedad civil y de la cooperación internacional. Actividad por la que fue galardonada, junto a otras mujeres con el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación en 1998.
Presidenta de la Fundación para el Desarrollo de la Comunidad, fue coreada por todas cuando recordó el estribillo del viejo himno de los derechos civiles: “We shall overcome”, aplicado ahora a la lucha de las mujeres.
En día y medio de debates, el Encuentro de Madrid fue testigo de cómo mujeres españolas y africanas compartían sus experiencias.
Entre algunas de las más impactantes, la que narraba Yvone Uwayisenga, Vicepresidenta del Congreso de los diputados de Ruanda, el país del mundo que tiene más mujeres parlamentarias, suman el cuarenta y ocho por ciento; o la de la ministra de sanidad de Kenia, Charity Kaluki, quien relataba cómo logró establecer el acceso universal a la atención primaria para niños y mujeres, doblando el gasto sanitario y reduciendo el presupuesto de defensa, después de haber encontrado en un viaje por el país a un niño enfermo que no podía recibir asistencia.
Lágrimas de valor
Quizá, el testimonio más sobrecogedor fue el de la senegalesa Yaye Bayam: “Hemos sabido transformar las lágrimas en valor y coraje”. Así relataba como trató de sobreponerse a la pérdida de su hijo que murió en un cayuco, y porqué ha creado una ONG para luchar contra las mafias que trafican con inmigrantes.
En las sesiones del Encuentro de Madrid quedó claro que si la educación es esencial para hacer realidad otros derechos, el desarrollo económico es la llave del futuro en el continente africano y, en especial, en el África subsahariana.
En ese territorio, las mujeres sostienen la vida. Según un informe de la FAO, las mujeres trabajan en África y en Asia trece horas semanales más que los hombres. Las africanas consiguen el ochenta por ciento de los alimentos.
El desarrollo económico, pasa por las mujeres. Miles, millones de ellas desarrollan proyectos de ayuda mutua sin el justo reconocimiento de su contribución a la riqueza. Son también las que mantienen el tejido familiar y social ante el avance imparable de un fenómeno que lleva a miles de africanos cada año a emprender el viaje más duro y difícil que se puede acometer, poniendo incluso en riesgo su propia vida: la emigración.
La emigración, que es sobre todo masculina, está creando nuevos escenarios para el acceso al poder y al desarrollo económico de las mujeres en África.
África es mujer
Millones de mujeres en todo el mundo y de manera especial en África, no tienen acceso a servicios básicos de salud. Como se recordaba en la Declaración de Mozambique, la mujeres no lograran avanzar en la lucha por la igualdad sin tener garantizado el derecho a la salud.
Los derechos de la mujer son derechos humanos, -así se estableció en la Conferencia de Beijing-. Pero la situación en muchos países del mundo, en este sentido, es dramática. Y lo es de manera especial en el África subsahariana.
De cada cien mujeres infectadas por el VIH en el mundo, setenta y siete viven en alguno de los países de esa zona, donde la tasa de infección entre las que tienen de veinte a veinticuatro años cuadruplica a la de los hombres. Las estadísticas son desoladoras.
Y son también la mayor evidencia de la indefensión, la vulnerabilidad y la imposibilidad de decidir que sufren millones de mujeres en África. Por ello, el documento final de la reunión celebrada en Madrid recoge de manera expresa la voluntad de africanas y españolas de fortalecer los sistemas públicos de salud y contribuir a su desarrollo, para lo que se propusieron, entre otros objetivos, el de conseguir un diagnóstico real de la situación de los sistemas públicos sanitarios de los países africanos.
Es uno de los puntos de la Declaración de Madrid, el documento final del Segundo Encuentro de “Mujeres por un mundo mejor”, que concluía en la mañana del 8 de marzo.
Objetivos comunes
Esa Declaración afirma objetivos comunes de igualdad, desarrollo y paz y recoge diez compromisos y diez acuerdos concretos, entre ellos, la creación de un centro de formación de mujeres líderes, la elaboración de un manual de educación no sexista, acciones de sensibilización medioambiental, de fomento del comercio justo, de apoyo a redes de ayuda financiera y a servicios públicos de salud; la potenciación de la red de mujeres y de las asociaciones de base.
La Declaración de Madrid reclama, de manera especial, que la ONU cree una agencia específica para la equidad de género.
Más allá de las conclusiones, al término del Encuentro de Madrid, tres gestos simbolizan el espíritu de la reunión. El de Amina Lawal, la mujer que conmovió al mundo con su imagen indefensa, y cuya historia provocó una reacción global que la salvó de la lapidación.
Sus ojos nunca habían contemplado algo parecido. Para acudir a Madrid hizo su primer viaje en avión. Regresaba después con el propósito de contarles a su hija y a las mujeres de su aldea lo que había visto. Ellas jamás han oído hablar de igualdad.
La suya, como la de millones y millones de mujeres, es una injusta historia de indefensión y vulnerabilidad, de explotación y abandonos, de sufrimiento solitario... Pero no es una historia olvidada, es la razón por la que Bárbara Hendricks, soprano y activista del trabajo humanitario, entonaba, de nuevo, en la clausura, el viejo himno de los derechos civiles.
Porque todavía hoy, y en todos los países, incluso en los que llamamos desarrollados, hay demasiados motivos para reivindicar que los derechos de las mujeres, son derechos humanos. Y porque, como recordaba con energía María Luisa Diogo, Primera Ministra de Mozambique, el sentimiento que compartieron en Madrid, es el mismo sentimiento que caracteriza a millones de mujeres en el mundo, sean cuales sean sus objetivos: no darse por vencidas nunca, seguir luchando, siempre luchando.
conversaciones@maytepascual.com es periodista de TVE, que ha cubierto la información de los dos Encuentros Mujeres por un mundo mejor. Mayte Pascual es asimismo autora del libro En que mundo vivimos. Conversaciones con Manuel Castells (Alianza Editorial, 2006), sobre el que ha publicado un anterior artículo en Tendencias21.