Mi deseo se llamaba Yvonne y vendía Marlboro

Pierre Michon practica el arte de seducir con las palabras en "El origen del mundo"


Por las 83 páginas del inmenso libro de Pierre Michon, "El origen del mundo", se pasean la sensualidad de Nabokov, el amor telúrico de Neruda, el redoble ancestral y prehistórico de Carpentier o la gracia iluminada de Gabriel García Márquez. La obra es una lección de cómo hacer gran literatura sin necesidad de inventar supercherías y sin caer en manoseados tópicos; de los extremos de precisión y evocación a los que puede llegar el lenguaje que convierte la lectura en toda una experiencia sensorial; de cómo una historia a priori trivial puede atraparnos con algo tan antiguo como inusual: el arte de seducir con las palabras. Por Antonio Mochón.




Aunque la traducción al español este mismo año ha decidido llamarlo El origen del mundo (Anagrama, 2012), Pierre Michon publicó este libro, originalmente titulado Le Grande Beune, en la editorial Verdier en 1996, cuando el autor contaba con cincuenta y un años.

En él da voz a un maestro de veinte años que va a trabajar a la escuela de Castelnau, un pequeño pueblo de la Dordoña, y su obsesionada pasión oculta por la madre soltera que atiende un estanco.

Michon se introduce en la piel del joven maestro con una intensidad tal, que resulta perturbadora la capacidad de evocación casi carnal de sus palabras.

La minuciosidad de sus descripciones, con una prosa madura e hipnótica, hace que el lector sienta como propio el latir de la sangre que se agolpa en las mejillas de la estanquera al volver de sus enigmáticos paseos por el campo.

Uno acaba entendiendo —y haciéndose cómplice— de su obsesión por esas medias de nailon, tan humanamente y de la misma manera en que adoptamos el viaje que el profesor Humbert describía desde el borde del paladar hasta el borde de los dientes para pronunciar su —nuestra— Lolita.

Por las 83 páginas de este inmenso libro, en el que no sobra nada, se pasean la sensualidad de Nabokov, el amor telúrico de Neruda, el redoble ancestral y prehistórico de Carpentier o la gracia iluminada de Gabriel García Márquez.

Una lección de cómo hacer gran literatura sin necesidad de inventar supercherías y sin caer en manoseados tópicos; de los extremos de precisión y evocación a los que puede llegar el lenguaje que convierte la lectura en toda una experiencia sensorial; de cómo una historia a priori trivial puede atraparnos con algo tan antiguo como inusual: el arte de seducir con las palabras.

Ochenta y tres páginas que se degustan casi dolorosamente, con el sufrimiento clandestino del que roza una mano que nos entrega un paquete de Marlboro desde el otro lado de un mostrador: “Se volvió, se le vio la axila cuando alzó el brazo hacia sus estantes, y la mano franca, suavísima, ensortijada, se me abrió ante los ojos llevando en la palma el paquete rojo y blanco de Marlboro”. (p. 21)

Un poblado con un río (el gran Beune del título original), un poblado rodeado por senderos que se pierden entre nogales y piedras castigadas por juncos, un poblado que bien puede existir o no, es el escenario perfecto para hablarnos del misterio de la vida, del origen del mundo que está contenido en la ternura y la brutalidad de nuestras pasiones, a las que Pierre Michon apela tocando las teclas justas. Léanlo.

“…la lluvia que sólo cubre el mundo para que podamos ver en su lugar nuestros sueños, la saciedad de nuestros sueños detrás de esa cortina gris donde todo está permitido” (p. 80).


Reseña del profesor, poeta y crítico, Antonio Mochón, editor del blog La vida no existe.


Jueves, 15 de Marzo 2012
Antonio Mochón
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