Cada día nos tropezamos con la dolorosa noticia de una nueva mujer que ha sido maltratada por su pareja hasta morir. Las circunstancias de estas tragedias, tal y como se van contando a través de los medios de comunicación, van tomando unas características homogéneas.
El mal-tratador y la mal-tratada responden a unos tipos definidos por unas conductas determinadas: él, hombre violento y enloquecido que acaba con la vida de su compañera, que supuestamente le ha traicionado (no se dice cómo); ella, sin embargo, es una buena persona que “nunca dio que hablar”.
La información, en general, se estructura de tal manera que genera un estado de opinión alarmista, como si estuviéramos ante una epidemia incontrolada: la vida doméstica es un lugar de riesgo para las mujeres que pueden caer inocentemente en manos de unos hombres que, por no se sabe qué razones, tienen una naturaleza “agresiva y dominante”.
Esta es la interpretación que se da desde los medios y desde los movimientos de reacción ciudadanos, que asisten asombrados al fenómeno y buscan respuestas en esquemas simples y tradicionales. Una interpretación que crea cultura a partir de una exposición superficial de un fenómeno, haciéndose hincapié en la violencia del agresor y en el martirio de la víctima, como únicos factores esenciales.
De esta manera, se da pie a un tipo uniforme de respuesta que en absoluto pone luz sobre un fenómeno. Esta dramática realidad, expresa, sin embargo, el estado de confusión e indefinición que existe en los actores y en sus relaciones familiares y sociales, como consecuencia de los profundos cambios a los que estamos abocados en el futuro, tal y como parece vislumbrarse hoy.
Soluciones desenfocadas
Por otro lado, se buscan soluciones para este fenómeno, tratando de ajustar de nuevo la realidad y siguiendo patrones de conducta tradicionales, es decir, atacar lo local pretendiendo con ello acabar con la enfermedad, sin cuestionarse su verdadero y complejo origen.
Por eso, estos problemas se tratan desde el objetivo único de luchar por la destrucción de la conducta agresiva, desarrollando nuevas leyes, empleando más fuerza represiva y buscando la interpretación de los expertos de la conducta humana, los cuales quedan atrapados en los síntomas del fenómeno si para su diagnóstico lo aíslan de su contexto y del contexto en el que se dan otras circunstancias con las que interaccionan.
La prevención, dicen, se hace desde la escuela, con una educación en la igualdad. Para ello, también se estudian los posibles síntomas entre los adolescentes, tratándose de detectar conductas sospechosas.
En este campo hemos visto como se instruye de diferente manera a chicos y a chicas, dando por hecho que los chicos son probables agresores y las chicas sus víctimas. Para confirmar esta hipótesis no dudan en someter a los alumnos y alumnas a test de identificación (de agresor y víctima).
Esos nos lleva a preguntarnos, en el caso de detectar alguna tendencia agresiva, (cosa que por otro lado no sería de extrañar, habida cuenta de las edades de estos muchachos y muchachas y de la sociedad del espectáculo en la que vivimos), ¿qué vamos a hacer con los casos “sospechosos” de encerrar un futuro mal-tratador? ¿Los vamos a someter a reeducación, sin más? ¿Estableceremos instituciones carcelarias? ¿Los señalaremos como unos apestados?
Vuelta a la identidad
Está bien que nos preguntemos qué pasa, pero no olvidemos qué somos: el hombre y la mujer forman la pareja humana, no hay otra base para convivir y para proyectarnos hacia el futuro como especie (aunque hayan otros tipos de parejas y distintas fórmulas de convivencia).
Así pues, los hechos sobre los que estamos reflexionando nos remiten a preguntas para las que hasta ahora no hemos encontrado respuestas. ¿Hacia dónde conduce la realidad de hoy? ¿Cuál es el proceso que se abre con tanto dolor y sufrimiento?
La historia siempre interpreta en pasado las causas de unos acontecimientos, cuando los que los vivieron ya no están. No debemos esperar tanto. Hay que reflexionar sobre lo que está pasando y por qué, sin llegar pronto y mal a conclusiones que nos llevan al victimismo, el resentimiento o la desesperación.
¿Cómo rescatar de entre los escombros, que los procesos actuales van acumulando, a aquellas experiencias válidas para hoy que se vivieron en otros contextos culturales? Contextos que si bien dieron pie a determinadas maneras de relacionarse los hombres y las mujeres, a una división de los papeles a jugar en la familia y fuera de ella, etc., partían, asimismo, de ciertos valores y convicciones que no hay que tirar por la borda pues son leyes que funcionan fuera del espacio y del tiempo.
Es necesario desentrañar la naturaleza de los vínculos, el orden que sostiene la vida, la razón de ser del amor entre la pareja y los hijos, para poder salvar lo que es esencial y descartar lo que es sólo fruto de los condicionantes sociales, económicos o ideológicos de cada etapa.
Responsabilidad femenina
Es necesario comprender lo que nos ha pasado y no aceptar una nueva visión de la convivencia y de los papeles a cumplir, con los cambios a los que estamos abocados, con un enorme saco lleno de resentimiento contra el hombre, como si estuviéramos libres las mujeres de responsabilidad.
Pues la responsabilidad tiene muchas caras y a toda acción le sucede una reacción que produce unos cambios, cambios que hemos de asumir con todas sus consecuencias. Las mujeres somos responsables de luchar por nuestra dignidad y por el reconocimiento de lo que somos, pero también somos responsables por hacer que la visión del otro esté cargada de confusión sobre nuestra identidad, al prestarnos al juego de nuestra invisibilidad, mientras le podíamos sacar rendimiento.
Somos responsables de nosotras cuando no hacemos ese camino hacia dentro y nos amoldamos a las exigencias de los viejos papeles, pero también de los nuevos papeles que nos asignan hoy, sin aportar, realmente, nuestra manera genuina de ver el mundo. Papeles que se considera hemos de jugar nosotras, aunque hayan sido construidos sin nuestra participación y desde la soledad en la que los otros (los hombres) han regido el mundo.
La especie humana tiene dos géneros y, por lo tanto, dos visiones que se complementan. Hasta ahora, una de las visiones gobernaba el afuera, la otra organizaba el adentro. Así las perturbaciones en el afuera eran organizadas desde el orden, la autoridad, la eficacia, el pragmatismo, la fuerza, la concreción, la jerarquía. Al adentro era difícil de llegar, buscaba los espacios íntimos, invisibles, protegidos, maleables para la expresión de la no forma, de las emociones, de lo innombrable.
El mal-tratador y la mal-tratada responden a unos tipos definidos por unas conductas determinadas: él, hombre violento y enloquecido que acaba con la vida de su compañera, que supuestamente le ha traicionado (no se dice cómo); ella, sin embargo, es una buena persona que “nunca dio que hablar”.
La información, en general, se estructura de tal manera que genera un estado de opinión alarmista, como si estuviéramos ante una epidemia incontrolada: la vida doméstica es un lugar de riesgo para las mujeres que pueden caer inocentemente en manos de unos hombres que, por no se sabe qué razones, tienen una naturaleza “agresiva y dominante”.
Esta es la interpretación que se da desde los medios y desde los movimientos de reacción ciudadanos, que asisten asombrados al fenómeno y buscan respuestas en esquemas simples y tradicionales. Una interpretación que crea cultura a partir de una exposición superficial de un fenómeno, haciéndose hincapié en la violencia del agresor y en el martirio de la víctima, como únicos factores esenciales.
De esta manera, se da pie a un tipo uniforme de respuesta que en absoluto pone luz sobre un fenómeno. Esta dramática realidad, expresa, sin embargo, el estado de confusión e indefinición que existe en los actores y en sus relaciones familiares y sociales, como consecuencia de los profundos cambios a los que estamos abocados en el futuro, tal y como parece vislumbrarse hoy.
Soluciones desenfocadas
Por otro lado, se buscan soluciones para este fenómeno, tratando de ajustar de nuevo la realidad y siguiendo patrones de conducta tradicionales, es decir, atacar lo local pretendiendo con ello acabar con la enfermedad, sin cuestionarse su verdadero y complejo origen.
Por eso, estos problemas se tratan desde el objetivo único de luchar por la destrucción de la conducta agresiva, desarrollando nuevas leyes, empleando más fuerza represiva y buscando la interpretación de los expertos de la conducta humana, los cuales quedan atrapados en los síntomas del fenómeno si para su diagnóstico lo aíslan de su contexto y del contexto en el que se dan otras circunstancias con las que interaccionan.
La prevención, dicen, se hace desde la escuela, con una educación en la igualdad. Para ello, también se estudian los posibles síntomas entre los adolescentes, tratándose de detectar conductas sospechosas.
En este campo hemos visto como se instruye de diferente manera a chicos y a chicas, dando por hecho que los chicos son probables agresores y las chicas sus víctimas. Para confirmar esta hipótesis no dudan en someter a los alumnos y alumnas a test de identificación (de agresor y víctima).
Esos nos lleva a preguntarnos, en el caso de detectar alguna tendencia agresiva, (cosa que por otro lado no sería de extrañar, habida cuenta de las edades de estos muchachos y muchachas y de la sociedad del espectáculo en la que vivimos), ¿qué vamos a hacer con los casos “sospechosos” de encerrar un futuro mal-tratador? ¿Los vamos a someter a reeducación, sin más? ¿Estableceremos instituciones carcelarias? ¿Los señalaremos como unos apestados?
Vuelta a la identidad
Está bien que nos preguntemos qué pasa, pero no olvidemos qué somos: el hombre y la mujer forman la pareja humana, no hay otra base para convivir y para proyectarnos hacia el futuro como especie (aunque hayan otros tipos de parejas y distintas fórmulas de convivencia).
Así pues, los hechos sobre los que estamos reflexionando nos remiten a preguntas para las que hasta ahora no hemos encontrado respuestas. ¿Hacia dónde conduce la realidad de hoy? ¿Cuál es el proceso que se abre con tanto dolor y sufrimiento?
La historia siempre interpreta en pasado las causas de unos acontecimientos, cuando los que los vivieron ya no están. No debemos esperar tanto. Hay que reflexionar sobre lo que está pasando y por qué, sin llegar pronto y mal a conclusiones que nos llevan al victimismo, el resentimiento o la desesperación.
¿Cómo rescatar de entre los escombros, que los procesos actuales van acumulando, a aquellas experiencias válidas para hoy que se vivieron en otros contextos culturales? Contextos que si bien dieron pie a determinadas maneras de relacionarse los hombres y las mujeres, a una división de los papeles a jugar en la familia y fuera de ella, etc., partían, asimismo, de ciertos valores y convicciones que no hay que tirar por la borda pues son leyes que funcionan fuera del espacio y del tiempo.
Es necesario desentrañar la naturaleza de los vínculos, el orden que sostiene la vida, la razón de ser del amor entre la pareja y los hijos, para poder salvar lo que es esencial y descartar lo que es sólo fruto de los condicionantes sociales, económicos o ideológicos de cada etapa.
Responsabilidad femenina
Es necesario comprender lo que nos ha pasado y no aceptar una nueva visión de la convivencia y de los papeles a cumplir, con los cambios a los que estamos abocados, con un enorme saco lleno de resentimiento contra el hombre, como si estuviéramos libres las mujeres de responsabilidad.
Pues la responsabilidad tiene muchas caras y a toda acción le sucede una reacción que produce unos cambios, cambios que hemos de asumir con todas sus consecuencias. Las mujeres somos responsables de luchar por nuestra dignidad y por el reconocimiento de lo que somos, pero también somos responsables por hacer que la visión del otro esté cargada de confusión sobre nuestra identidad, al prestarnos al juego de nuestra invisibilidad, mientras le podíamos sacar rendimiento.
Somos responsables de nosotras cuando no hacemos ese camino hacia dentro y nos amoldamos a las exigencias de los viejos papeles, pero también de los nuevos papeles que nos asignan hoy, sin aportar, realmente, nuestra manera genuina de ver el mundo. Papeles que se considera hemos de jugar nosotras, aunque hayan sido construidos sin nuestra participación y desde la soledad en la que los otros (los hombres) han regido el mundo.
La especie humana tiene dos géneros y, por lo tanto, dos visiones que se complementan. Hasta ahora, una de las visiones gobernaba el afuera, la otra organizaba el adentro. Así las perturbaciones en el afuera eran organizadas desde el orden, la autoridad, la eficacia, el pragmatismo, la fuerza, la concreción, la jerarquía. Al adentro era difícil de llegar, buscaba los espacios íntimos, invisibles, protegidos, maleables para la expresión de la no forma, de las emociones, de lo innombrable.
El reto de los discursos
La sociedad de hoy tiene como reto el discriminar qué valores se abren paso, entre la confusión de los discursos viejos, cargados de ansias de poder, autoritarismo y desprecio por lo diferente, y los discursos aparentemente nuevos, pero que sólo prometen la igualdad en lo establecido, no la construcción en cooperación, de una nueva realidad.
Valores para un mundo nuevo, en el que seguir buscando qué somos como hombres, como mujeres y como humanidad. Una humanidad cuyas esencias masculina y femenina se combinan para configurar las diferencias y la diversidad que se ponen de manifiesto en todo.
Hoy, los hombres y las mujeres son igualmente víctimas de un modelo de convivencia que se derrumba. Una convivencia pactada en orden a unos acuerdos que la armonizaban, que dejaban claras las normas del juego, los papeles y el objetivo de la unión.
En ese modelo, la familia se constituía como cauce para la reproducción. Una institución soportada por una división del trabajo sexual, en una sociedad gobernada sólo por los hombres, gobierno que la mujer acataba, asumiendo y administrando la vida íntima familiar desde ese orden. Atravesando esa realidad estaba el amor hacia la pareja, la atracción sexual, el cariño hacia los hijos, la responsabilidad de su cuidado y de su nutrición.
Cambios fuera y cambios dentro
El sentimiento que experimento es que ese edificio se quiebra en mil grietas para descubrir el tesoro que oculta. Pero la resistencia de la estructura a desaparecer produce mucho dolor y gran confusión, y estos factores no dejan ver su interior. La cultura tradicional se resiste porque teme su propia muerte.
Por eso, no vale la simple explicación de los hechos que analizamos, como una agresión de hombres primitivos contra mujeres acalladas durante milenios. Es el despertar de un nuevo conocimiento de lo real el que se abre paso, rompiendo el modelo de realidad que la cultura moderna había construido.
Tampoco es una cuestión de reivindicar más poder en contra del tirano hombre, porque igualdad no es sinónimo de supremacía de uno o del otro, igualdad es reconocimiento de las diferencias y de la diversidad que existen en cada ser humano.
Lo que está en juego no es la destrucción de un contenido, es la reformulación de un continente para que se permita reconocer las cualidades de ese contenido y ajustar las fórmulas para vivir y convivir más en armonía a eso que somos y que quiere emerger de otra manera
Los cambios vividos por la mujer
Si hablamos desde el adentro y nos preguntamos por qué quiere ahora despertar la mujer, símbolo y sujeto que refleja el cambio interno: lo femenino, lo expansivo, lo no descubierto, lo desconocido, las preguntas no terminan.
¡Qué difícil es vivir una experiencia y descubrir que la tuya es una más de entre muchas! ¿Cómo detectar que estás siendo atravesada por una crisis general en las conductas sociales, cuando eres absorbida por tus propias vivencias de esa crisis que para ti tiene una forma, unas circunstancias, un valor, unas cualidades concretas, un determinado dolor?
¿Cómo entender que te atraviesan unos fenómenos que proceden de una determinación que escapa a tu voluntad y a tu control, que no sabes de dónde vienen ni quién dio la orden para que se produzcan los hechos que vives?
¿Cómo ser capaz de discernir lo que te pasa y por qué, en medio de los acontecimientos cotidianos y de la rutina de cada día, en medio de los objetivos que te marcaste, en medio del amor, la inocencia y la honestidad con que te entregaste un día a un proyecto con otro?
¿Cómo descubrir que la violencia, el sufrimiento y el dolor que generan el despertar de esa conciencia de lo que tú eres, que hay en ti, aunque hasta ahora estuviera dormido, es consecuencia de la voluntad de hacerse presente, a pesar de ti misma y de que eso te cueste la vida?
¿Cómo descubrir que en la violencia, en el sufrimiento y en el dolor que produce la resistencia a que se vea eso que tú eres, o que portas, el agresor (sujeto concreto o abstracto) está colaborando con que la agredida también despierte, a pesar de sí mismo?
¿Cómo aceptar que ni el agresor ni la agredida son enemigos sino que parecen dos marionetas, cuyos hilos son movidos por unas manos, cuya invisibilidad es tal que no proyectan ni su sombra? ¿Cómo poder aceptar que cada paso que ha dado la humanidad, hacia una mayor conciencia, le haya costado tan alto precio?
La sociedad de hoy tiene como reto el discriminar qué valores se abren paso, entre la confusión de los discursos viejos, cargados de ansias de poder, autoritarismo y desprecio por lo diferente, y los discursos aparentemente nuevos, pero que sólo prometen la igualdad en lo establecido, no la construcción en cooperación, de una nueva realidad.
Valores para un mundo nuevo, en el que seguir buscando qué somos como hombres, como mujeres y como humanidad. Una humanidad cuyas esencias masculina y femenina se combinan para configurar las diferencias y la diversidad que se ponen de manifiesto en todo.
Hoy, los hombres y las mujeres son igualmente víctimas de un modelo de convivencia que se derrumba. Una convivencia pactada en orden a unos acuerdos que la armonizaban, que dejaban claras las normas del juego, los papeles y el objetivo de la unión.
En ese modelo, la familia se constituía como cauce para la reproducción. Una institución soportada por una división del trabajo sexual, en una sociedad gobernada sólo por los hombres, gobierno que la mujer acataba, asumiendo y administrando la vida íntima familiar desde ese orden. Atravesando esa realidad estaba el amor hacia la pareja, la atracción sexual, el cariño hacia los hijos, la responsabilidad de su cuidado y de su nutrición.
Cambios fuera y cambios dentro
El sentimiento que experimento es que ese edificio se quiebra en mil grietas para descubrir el tesoro que oculta. Pero la resistencia de la estructura a desaparecer produce mucho dolor y gran confusión, y estos factores no dejan ver su interior. La cultura tradicional se resiste porque teme su propia muerte.
Por eso, no vale la simple explicación de los hechos que analizamos, como una agresión de hombres primitivos contra mujeres acalladas durante milenios. Es el despertar de un nuevo conocimiento de lo real el que se abre paso, rompiendo el modelo de realidad que la cultura moderna había construido.
Tampoco es una cuestión de reivindicar más poder en contra del tirano hombre, porque igualdad no es sinónimo de supremacía de uno o del otro, igualdad es reconocimiento de las diferencias y de la diversidad que existen en cada ser humano.
Lo que está en juego no es la destrucción de un contenido, es la reformulación de un continente para que se permita reconocer las cualidades de ese contenido y ajustar las fórmulas para vivir y convivir más en armonía a eso que somos y que quiere emerger de otra manera
Los cambios vividos por la mujer
Si hablamos desde el adentro y nos preguntamos por qué quiere ahora despertar la mujer, símbolo y sujeto que refleja el cambio interno: lo femenino, lo expansivo, lo no descubierto, lo desconocido, las preguntas no terminan.
¡Qué difícil es vivir una experiencia y descubrir que la tuya es una más de entre muchas! ¿Cómo detectar que estás siendo atravesada por una crisis general en las conductas sociales, cuando eres absorbida por tus propias vivencias de esa crisis que para ti tiene una forma, unas circunstancias, un valor, unas cualidades concretas, un determinado dolor?
¿Cómo entender que te atraviesan unos fenómenos que proceden de una determinación que escapa a tu voluntad y a tu control, que no sabes de dónde vienen ni quién dio la orden para que se produzcan los hechos que vives?
¿Cómo ser capaz de discernir lo que te pasa y por qué, en medio de los acontecimientos cotidianos y de la rutina de cada día, en medio de los objetivos que te marcaste, en medio del amor, la inocencia y la honestidad con que te entregaste un día a un proyecto con otro?
¿Cómo descubrir que la violencia, el sufrimiento y el dolor que generan el despertar de esa conciencia de lo que tú eres, que hay en ti, aunque hasta ahora estuviera dormido, es consecuencia de la voluntad de hacerse presente, a pesar de ti misma y de que eso te cueste la vida?
¿Cómo descubrir que en la violencia, en el sufrimiento y en el dolor que produce la resistencia a que se vea eso que tú eres, o que portas, el agresor (sujeto concreto o abstracto) está colaborando con que la agredida también despierte, a pesar de sí mismo?
¿Cómo aceptar que ni el agresor ni la agredida son enemigos sino que parecen dos marionetas, cuyos hilos son movidos por unas manos, cuya invisibilidad es tal que no proyectan ni su sombra? ¿Cómo poder aceptar que cada paso que ha dado la humanidad, hacia una mayor conciencia, le haya costado tan alto precio?
Un mundo se resquebraja
¿Cómo mantener la voluntad de seguir viviendo, sin renunciar a protagonizar la vida con dignidad, reconociendo el gran valor de estar aquí en este momento, en unas circunstancias en las que tienes tantas dificultades para ser fiel a ti misma, y a esa voz interna que te habla cada día más fuerte, sobre lo que representas y la dignidad que tienes?
¿Cómo desentrañar el verdadero sentido de tu existencia, el verdadero papel que te toca jugar y que quieres vivir desde tu propia naturaleza, en estos momentos de grandes promesas de igualdad, que aún no se han materializado realmente, porque es una igualdad que no tiene en cuenta tus cualidades y tu propia naturaleza?
El mundo conocido se resquebraja, se resquebraja para las mujeres y para los hombres, es verdad, pero ellas están sometidas a los empujes de la toma de conciencia de su protagonismo en este momento: parirse a sí mismas, su gran desconocida y la gran desconocida de los otros. La búsqueda tradicional y filosófica del ¿quién soy? es todavía hoy para una mujer una aventura llena de frustraciones, confusión, disyuntivas, complejos de culpabilidad o quiebra de la autoestima. Esa es una de las caras de la moneda.
El hombre, ¿un espectador?
La otra cara es la del hombre que no está en la misma búsqueda de identidad, aunque muchos pueden ver claro los derechos de las mujeres, sus valores, su capacidad para la participación en condiciones de igualdad. Ellos, los otros seres humanos, están de espectadores de un despertar que les renueva pero que les pone patas arriba la casa ya conquistada.
¿Cómo se siente el hombre, símbolo del afuera, protector de la estructura, defensor de las fronteras, guardián de las formas, de la realidad, del molde? ¿Cuál es el dolor de lo masculino, colonizado, urbanizado, moldeado?
¿Cómo se sienten los que no entienden nada?. Aquellos para los que el impulso renovador de la mujer le remueve el mundo masculino sin remedio, aquellos que no buscan el cambio porque su mundo es un mundo seguro, previsible, concreto, sabiendo en todo momento qué va a hacer y en qué condiciones.
Un instante en los ciclos de la vida
Para la mujer, al fin y al cabo, los cambios sociales en el último siglo, posibilitándole una toma de conciencia, un reconocimiento, una participación, la hacen estar de actualidad. Es su época, pertenece a un paso de conciencia, no tenía nada ni se le reconocía... y ahora puede ser, se ve empujada al despertar. El hombre, sin embargo, está aún noqueado, cuando no, dormido profundamente, porque los síntomas sociales hablan de un nuevo parto humano que no viene a través de él.
Ahora bien, es preciso que veamos este momento como un instante de los procesos y de los ciclos de la vida. Sólo es un paso para descubrir una parcela más de lo real que se quiere manifestar en este momento a través de lo femenino: símbolo de lo oculto, manifestación de una cualidad humana, metáfora del alma, de lo íntimo, de lo innombrable, de lo de dentro, de lo no desplegado.
Del hombre, manifestación primera de lo masculino, realidad externa, cualidad de lo materializado, preeminencia de la forma, capacidad protectora de lo de fuera, se espera protección para el parto, creación de nuevas formas, construcción de la nueva casa. Aquella en la que se convivirá de otra manera: ni hombres frente a mujeres, ni mujeres por encima del hombre, sólo humanidad renovada
Riesgo y ternura
Cuando hay que romper un molde para conocer el contenido oculto, sin que éste se desvirtúe, hay que tratar con delicadeza el objeto que manipulamos. Por otro lado, hay que cuidar mucho cada uno de los momentos de esta experiencia. En este parto no es una cuestión de niño o niña lo que está en juego, es una toma de conciencia mayor de la humanidad sobre sí misma. La cuestión está en enfrentar el cambio de conciencia con espíritu integrador. Este salto no es lineal, es un salto cuántico.
Por una parte, porque la mujer está absorbida por lo nuevo, pero no tiene resuelta, ni mucho menos, su identidad. Al incorporar otras posibilidades no lo hace desde ella misma, sino desde los estímulos que vienen desde fuera. Por otra parte, el hombre tiene que integrar los cambios que se producen en la perspectiva de la mujer, tratándolos desde él, y no dejando a su compañera sola en la búsqueda y en la interpretación de lo que sucede.
Para poder calibrar el alcance de los cambios que se están produciendo, se necesita la cooperación de ambos. Hay que considerar que la acción conjunta es la única que puede permitir integrar la nueva visión de la realidad, sin dejar que se pierda la dignidad de cada uno de los componentes de la pareja, ni que se destruya la convivencia porque el reto fue demasiado complicado y complejo.
Dos fuerzas antagónicas
Dos fuerzas antagónicas se enfrentan en este proceso. Por un lado, las formas de violencia con que lo viejo se resiste a desaparecer; por el otro lado, la fuerza de voluntad y la determinación del nuevo modelo de interacción social que se manifiesta con un impulso imparable de ser, y que parece decir: si se colabora bien y si no se colabora también, la emergencia de esa nueva conciencia de lo que somos se va a producir, aunque nos resistamos a ello.
Asumamos todos, hombres y mujeres, la tarea que tenemos por delante y no huyamos cobardemente de la experiencia. Nos ha tocado dar un salto de conciencia y sólo la gozaremos si lo hacemos unidos: el viejo modelo binario hace casi un siglo que dejó de tener respuestas válidas para todo.
Las cosas no son blancas o negras. Los colores son siete y cada uno, a su vez, está compuesto de múltiples matices y todos tienen su origen en una única luz, la que proyecta, como metáfora universal el Sol que nos alumbra.
El mismo que en cada amanecer nos llama a que despertemos de nuestros sueños y de nuestras rígidas creencias y nos abramos a nuevas aventuras, en este caso a la gran aventura del despertar consciente.
¿Cómo mantener la voluntad de seguir viviendo, sin renunciar a protagonizar la vida con dignidad, reconociendo el gran valor de estar aquí en este momento, en unas circunstancias en las que tienes tantas dificultades para ser fiel a ti misma, y a esa voz interna que te habla cada día más fuerte, sobre lo que representas y la dignidad que tienes?
¿Cómo desentrañar el verdadero sentido de tu existencia, el verdadero papel que te toca jugar y que quieres vivir desde tu propia naturaleza, en estos momentos de grandes promesas de igualdad, que aún no se han materializado realmente, porque es una igualdad que no tiene en cuenta tus cualidades y tu propia naturaleza?
El mundo conocido se resquebraja, se resquebraja para las mujeres y para los hombres, es verdad, pero ellas están sometidas a los empujes de la toma de conciencia de su protagonismo en este momento: parirse a sí mismas, su gran desconocida y la gran desconocida de los otros. La búsqueda tradicional y filosófica del ¿quién soy? es todavía hoy para una mujer una aventura llena de frustraciones, confusión, disyuntivas, complejos de culpabilidad o quiebra de la autoestima. Esa es una de las caras de la moneda.
El hombre, ¿un espectador?
La otra cara es la del hombre que no está en la misma búsqueda de identidad, aunque muchos pueden ver claro los derechos de las mujeres, sus valores, su capacidad para la participación en condiciones de igualdad. Ellos, los otros seres humanos, están de espectadores de un despertar que les renueva pero que les pone patas arriba la casa ya conquistada.
¿Cómo se siente el hombre, símbolo del afuera, protector de la estructura, defensor de las fronteras, guardián de las formas, de la realidad, del molde? ¿Cuál es el dolor de lo masculino, colonizado, urbanizado, moldeado?
¿Cómo se sienten los que no entienden nada?. Aquellos para los que el impulso renovador de la mujer le remueve el mundo masculino sin remedio, aquellos que no buscan el cambio porque su mundo es un mundo seguro, previsible, concreto, sabiendo en todo momento qué va a hacer y en qué condiciones.
Un instante en los ciclos de la vida
Para la mujer, al fin y al cabo, los cambios sociales en el último siglo, posibilitándole una toma de conciencia, un reconocimiento, una participación, la hacen estar de actualidad. Es su época, pertenece a un paso de conciencia, no tenía nada ni se le reconocía... y ahora puede ser, se ve empujada al despertar. El hombre, sin embargo, está aún noqueado, cuando no, dormido profundamente, porque los síntomas sociales hablan de un nuevo parto humano que no viene a través de él.
Ahora bien, es preciso que veamos este momento como un instante de los procesos y de los ciclos de la vida. Sólo es un paso para descubrir una parcela más de lo real que se quiere manifestar en este momento a través de lo femenino: símbolo de lo oculto, manifestación de una cualidad humana, metáfora del alma, de lo íntimo, de lo innombrable, de lo de dentro, de lo no desplegado.
Del hombre, manifestación primera de lo masculino, realidad externa, cualidad de lo materializado, preeminencia de la forma, capacidad protectora de lo de fuera, se espera protección para el parto, creación de nuevas formas, construcción de la nueva casa. Aquella en la que se convivirá de otra manera: ni hombres frente a mujeres, ni mujeres por encima del hombre, sólo humanidad renovada
Riesgo y ternura
Cuando hay que romper un molde para conocer el contenido oculto, sin que éste se desvirtúe, hay que tratar con delicadeza el objeto que manipulamos. Por otro lado, hay que cuidar mucho cada uno de los momentos de esta experiencia. En este parto no es una cuestión de niño o niña lo que está en juego, es una toma de conciencia mayor de la humanidad sobre sí misma. La cuestión está en enfrentar el cambio de conciencia con espíritu integrador. Este salto no es lineal, es un salto cuántico.
Por una parte, porque la mujer está absorbida por lo nuevo, pero no tiene resuelta, ni mucho menos, su identidad. Al incorporar otras posibilidades no lo hace desde ella misma, sino desde los estímulos que vienen desde fuera. Por otra parte, el hombre tiene que integrar los cambios que se producen en la perspectiva de la mujer, tratándolos desde él, y no dejando a su compañera sola en la búsqueda y en la interpretación de lo que sucede.
Para poder calibrar el alcance de los cambios que se están produciendo, se necesita la cooperación de ambos. Hay que considerar que la acción conjunta es la única que puede permitir integrar la nueva visión de la realidad, sin dejar que se pierda la dignidad de cada uno de los componentes de la pareja, ni que se destruya la convivencia porque el reto fue demasiado complicado y complejo.
Dos fuerzas antagónicas
Dos fuerzas antagónicas se enfrentan en este proceso. Por un lado, las formas de violencia con que lo viejo se resiste a desaparecer; por el otro lado, la fuerza de voluntad y la determinación del nuevo modelo de interacción social que se manifiesta con un impulso imparable de ser, y que parece decir: si se colabora bien y si no se colabora también, la emergencia de esa nueva conciencia de lo que somos se va a producir, aunque nos resistamos a ello.
Asumamos todos, hombres y mujeres, la tarea que tenemos por delante y no huyamos cobardemente de la experiencia. Nos ha tocado dar un salto de conciencia y sólo la gozaremos si lo hacemos unidos: el viejo modelo binario hace casi un siglo que dejó de tener respuestas válidas para todo.
Las cosas no son blancas o negras. Los colores son siete y cada uno, a su vez, está compuesto de múltiples matices y todos tienen su origen en una única luz, la que proyecta, como metáfora universal el Sol que nos alumbra.
El mismo que en cada amanecer nos llama a que despertemos de nuestros sueños y de nuestras rígidas creencias y nos abramos a nuevas aventuras, en este caso a la gran aventura del despertar consciente.