En 2011 la editorial granadina Cuadernos del Vigía publicó Mucha Muerte, título en el que recogió “toda la obra breve que Max Aub fue escribiendo a lo largo de su vida en torno a la muerte”, en palabras de Pilar Estopiñán. Esto incluía, entre otras obras, la edición íntegra de Crímenes ejemplares, así como piezas menos conocidas del autor. La recopilación estuvo al cuidado de Pedro Tejada Tello. Ahora traemos a estas páginas Imposible Sinaí, otra obra del escritor parisino nacionalizado español.
Con el título de Encontrados poemas o lamentos del Sinaí, el gran novelista del ciclo El laberinto mágico fue recopilando poemas y textos suyos pero no suyos, que son, tras un proceso de purga y selección, el germen de Imposible Sinaí (Seix Barral, 1982). Los textos que recopiló fueron escritos por él, pero los atribuyó, como apócrifos, a diferentes hombres, soldados imaginarios de un conflicto no imaginario, la conocida como Guerra de los Seis Días:
“Estos escritos fueron encontrados en bolsillos y mochilas de muertos árabes y judíos de la llamada ‘guerra de los seis días’, en 1967. Las traducciones deben mucho a mis alumnos, se lo agradezco”, escribió el propio Aub en el prólogo de la primera edición del libro, de 1982, donde juega al equívoco describiendo los textos como traducciones hechas a partir de originales de combatientes muertos en ambos bandos.
Quizá en este punto convendría dar algunas claves de cómo surgió y lo que supuso esta guerra relámpago. En ella se enfrentaron árabes (principalmente de Egipto, presidido entonces por el militar Gamal Abdel Nasser, y Siria) e israelíes en 1967. Los ataques y contrataques se sucedieron del 5 al 10 de junio y supusieron en la práctica un choque entre los dos bloques en contienda durante la Guerra Fría. Por un lado, la URSS apoyó a la coalición árabe comandada por el egipcio Nasser; por otro, el bloque occidental o capitalista (principalmente EE. UU.) apoyó a Israel. El desequilibrio de fuerza entre los bandos contendientes decantó la guerra rápidamente hacia la parte israelí; no por su superioridad numérica, ya que tenía muchos menos soldados, sino por la apabullante diferencia tecnológica entre los dos ejércitos.
Durante el curso académico de 1966-1967, Aub había sido invitado por el Gobierno israelí (a través de la Unesco) a viajar al país judío (la estancia duró del 4 de noviembre de 1966 al 22 de febrero de 1967) con la intención de que diese unos cursos sobre la cultura iberoamericana: “...de lo que se trataba principalmente al llevarme a Jerusalén, era confeccionar el proyecto de un nuevo Departamento Iberoamericano”.
En esta invitación Aub vio una oportunidad para indagar en sus raíces, su ascendencia hebrea, que apenas había tenido peso en su educación, pero por la que sentía curiosidad. El resultado fue una enorme decepción que le llevó a escribir en su diario lo siguiente:
“Creí que tenía algo de judío no por la sangre (que, pobrecita, ¿qué sabe de eso?) sino por la religión de mis antepasados —mis padres no la tuvieron— y vine aquí con la idea de que iba a resentir algo, no sé qué, que me iba a enfrentar conmigo mismo. Y no hubo nada. (...) No, no tengo nada de judío”.
Una de las cosas que le chocó (para mal) fue la indiferencia general por lo vinculado a la tradición sefardí (originaria de Europa occidental, especialmente de la península ibérica), desplazada en favor de la askenazí (de Europa central y oriental), predominante y hegemónica en Israel: “...los askenazis vigilan: no van a dejar arrebatar la dirección del país de sus manos, y no les conviene, de ninguna manera, que el viejo pasado ilustre de los sefardíes salga a la luz”, escribió en la entrada del 22 de noviembre de 1966 de sus diarios.
Con el título de Encontrados poemas o lamentos del Sinaí, el gran novelista del ciclo El laberinto mágico fue recopilando poemas y textos suyos pero no suyos, que son, tras un proceso de purga y selección, el germen de Imposible Sinaí (Seix Barral, 1982). Los textos que recopiló fueron escritos por él, pero los atribuyó, como apócrifos, a diferentes hombres, soldados imaginarios de un conflicto no imaginario, la conocida como Guerra de los Seis Días:
“Estos escritos fueron encontrados en bolsillos y mochilas de muertos árabes y judíos de la llamada ‘guerra de los seis días’, en 1967. Las traducciones deben mucho a mis alumnos, se lo agradezco”, escribió el propio Aub en el prólogo de la primera edición del libro, de 1982, donde juega al equívoco describiendo los textos como traducciones hechas a partir de originales de combatientes muertos en ambos bandos.
Quizá en este punto convendría dar algunas claves de cómo surgió y lo que supuso esta guerra relámpago. En ella se enfrentaron árabes (principalmente de Egipto, presidido entonces por el militar Gamal Abdel Nasser, y Siria) e israelíes en 1967. Los ataques y contrataques se sucedieron del 5 al 10 de junio y supusieron en la práctica un choque entre los dos bloques en contienda durante la Guerra Fría. Por un lado, la URSS apoyó a la coalición árabe comandada por el egipcio Nasser; por otro, el bloque occidental o capitalista (principalmente EE. UU.) apoyó a Israel. El desequilibrio de fuerza entre los bandos contendientes decantó la guerra rápidamente hacia la parte israelí; no por su superioridad numérica, ya que tenía muchos menos soldados, sino por la apabullante diferencia tecnológica entre los dos ejércitos.
Durante el curso académico de 1966-1967, Aub había sido invitado por el Gobierno israelí (a través de la Unesco) a viajar al país judío (la estancia duró del 4 de noviembre de 1966 al 22 de febrero de 1967) con la intención de que diese unos cursos sobre la cultura iberoamericana: “...de lo que se trataba principalmente al llevarme a Jerusalén, era confeccionar el proyecto de un nuevo Departamento Iberoamericano”.
En esta invitación Aub vio una oportunidad para indagar en sus raíces, su ascendencia hebrea, que apenas había tenido peso en su educación, pero por la que sentía curiosidad. El resultado fue una enorme decepción que le llevó a escribir en su diario lo siguiente:
“Creí que tenía algo de judío no por la sangre (que, pobrecita, ¿qué sabe de eso?) sino por la religión de mis antepasados —mis padres no la tuvieron— y vine aquí con la idea de que iba a resentir algo, no sé qué, que me iba a enfrentar conmigo mismo. Y no hubo nada. (...) No, no tengo nada de judío”.
Una de las cosas que le chocó (para mal) fue la indiferencia general por lo vinculado a la tradición sefardí (originaria de Europa occidental, especialmente de la península ibérica), desplazada en favor de la askenazí (de Europa central y oriental), predominante y hegemónica en Israel: “...los askenazis vigilan: no van a dejar arrebatar la dirección del país de sus manos, y no les conviene, de ninguna manera, que el viejo pasado ilustre de los sefardíes salga a la luz”, escribió en la entrada del 22 de noviembre de 1966 de sus diarios.
Hondo calado ético y político
Si a Max Aub debemos algunas de las páginas testimoniales más importantes de la guerra civil española, como todo el ciclo que mencionábamos antes, El laberinto mágico, formado por Campo cerrado, Campo de sangre, Campo abierto, Campo del Moro, Campo francés y Campo de los almendros, su labor testimonial no se circunscribió al drama español, como demuestran sus estudios sobre la novela en la Revolución mexicana, la tragedia San Juan, sobre el drama de los judíos europeos bajo el yugo del III Reich, y este Imposible Sinaí:
“...lo que me interesa y supongo que a mis lectores, si los tengo, es hallar un poco de luz en ese enrevesadísimo problema de una de las encrucijadas del pensamiento y de los intereses humanos (y divinos, claro está)”.
El libro puede parecer un juego, un ejercicio de máscaras superpuestas (y hasta cierto punto lo es) emparentado en este sentido con obras suyas como la falsa biografía Jusep Torres Campalans (dedicada al pintor ficticio del mismo nombre), la Antología traducida (donde todos los poemas se deben a la imaginación de Aub) o Mucha Muerte, que Pedro Tejada Tello describía como “el absurdo surrealista, instalado en el juego y en la libertad que reivindica la supremacía del inconsciente y de lo onírico sobre lo consciente”.
Pero no es el caso; por su naturaleza temática e histórica, es una obra de hondo calado ético y político; en su conjunto, es un alegato antibelicista de primer orden. Y para expresar la sinrazón de esta guerra se sirve, junto con los muchos heterónimos, de diferentes géneros, no solo del poema supuestamente traducido. Así, hay versos pero también hay fragmentos de diálogos, textos en prosa, enumeraciones...
Aquí, el “dar voz al que no la tiene” se materializa a dos niveles: en tanto que todos los hablantes o autores del libro murieron en la Guerra de los Seis Días, o a consecuencia de heridas sufridas en ella; y también en tanto que personajes, no personas, creados por Max Aub, que ejerce de ventrílocuo. Pero esta condición de seres de ficción (en un contexto “demasiado real”) hace, según nos parece a nosotros, que sea extrapolable a cualquiera de los soldados reales que sí murieron en esa contienda (e incluso a cualquier soldado de cualquier contienda). Y la polifonía, la multiplicidad de voces y puntos de vista, de modos de ver el mundo y de contarlo, acrecienta enormemente su valor testimonial.
La entrada de cada texto recogido va acompañada de una pequeña biografía donde se consigna, con unas pocas pinceladas, la vida que había llevado el joven combatiente, y en todas aparece el día del conflicto en el que pereció, de entre los seis que duró la guerra (en algún caso excepcional la muerte se produjo a posteriori por las heridas sufridas en combate).
Así, todas estas vidas de judíos y árabes se encaminan inevitablemente, en ese funesto y corto periodo de tiempo, que no llega a una semana, a la tumba. La riqueza y diversidad que podemos imaginar por estos pocos detalles que nos da quedan sesgados por la guadaña de la muerte empuñada por una guerra cuya naturaleza y motivo se les escapa: “Dice el hombre: dulce / y sabe lo que es. / Dice el hombre: sal / y sabe lo que es. / Dice el hombre: verga / y sabe lo que es. / Dice el hombre: Dios / y sabe lo que es. / Pero dice muerte /y nadie lo sabe. // Y está detrás y delante”, escribió Ali Fakum Nazzar, primero de los apócrifos del libro cuya biografía se limita a poco más que una fecha y un lugar de nacimiento (Alejandría, 1942) porque, según Aub, “nadie se acordaba (de él) o se alzaban de hombros”. Murió en el último día de la guerra, nos indica también.
Suponemos que con este detalle final, la fecha exacta de sus muertes, Aub apuntaba precisamente a eso, a remarcar la sinrazón de esta guerra y de toda guerra. Los soldados, “casi todos demasiado jóvenes para haber dado su medida”, son intercambiables una vez que ya solo son el rastro de esa juventud arrebatada:
“Si dijeran que combato por ti, iría hasta donde muriera, pero morir porque sí es más absurdo que haber nacido judío”, escribe Manoce Mohrenwitz, otro de los soldados. Y en un diálogo (supuestamente traducido del ladino) podemos leer estas palabras que no necesitan comentario: “-Tú eres judío, yo mahometano. Ni tú ni yo nos hacíamos daño. / Los dos semitas, los dos oscuros, cuatro ojos negros, pelo crespo. / -Ahora somos dos muertos: morenos, de ojos en blanco, de pelo crespo. / Si nos cambiaran el uniforme...”.
Del apócrifo Eliahn Kimron es el texto que traemos a estas páginas. De él nos dice Aub en su breve biografía: “Escribió este texto la víspera del primer día. Tenía 19 años. No creo —como alguno de los otros papeles aquí reunidos— que sea un poema. O, tal vez, sí. O quizá es, de verdad, una carta. En este caso no iba dirigida a nadie, metida en un sobre en blanco. / Kimron había nacido en un kibutz de Galilea, donde siguen trabajando sus padres, lituanos. Murió el segundo día”. Juzgue el lector si es o no un poema, de lo que no cabe duda es de su conmovedor valor testimonial.
ELIAHN KIMRON
Cae la noche, se infiltra desde Jordania, tan limpia como todo el cielo.
El sol incendia el lado opuesto.
Brilla el lucero.
Mañana por la mañana, sucederá
lo mismo, del otro lado.
Será otro día. No para mí.
Para mí, será la noche verdadera.
Tengo que cruzar la frontera,
cortar unas alambradas,
depositar unas minas.
No volveré.
No sé por qué lo sé.
Pero lo sé.
Me presenté voluntario. No sé por qué.
Pensé que no me importaría.
Lo pensé y lo hice.
No sabía que era un héroe.
Tú tampoco, mi vida.
Ahora que veo acabarse la luz siento que hice una tontería.
Perder la vida por una tontería ¿es otra tontería?
Es posible que sí, es posible que no.
Solo sé que te quiero
y no serás para mí.
Iré.
Cae la noche.
Para los demás es como todos los días:
mañana será otro día.
No para mí.
Max Aub (París, 1903-Ciudad de México, 1972). De Imposible Sinaí (Fundación Max Aub, Valencia, 2002).
Este artículo fue publicado originalmente en la sección “Versos para el adiós” en el número 118 (mayo-junio de 2018) de la revista Adiós Cultural. Se reproduce con autorización.
Si a Max Aub debemos algunas de las páginas testimoniales más importantes de la guerra civil española, como todo el ciclo que mencionábamos antes, El laberinto mágico, formado por Campo cerrado, Campo de sangre, Campo abierto, Campo del Moro, Campo francés y Campo de los almendros, su labor testimonial no se circunscribió al drama español, como demuestran sus estudios sobre la novela en la Revolución mexicana, la tragedia San Juan, sobre el drama de los judíos europeos bajo el yugo del III Reich, y este Imposible Sinaí:
“...lo que me interesa y supongo que a mis lectores, si los tengo, es hallar un poco de luz en ese enrevesadísimo problema de una de las encrucijadas del pensamiento y de los intereses humanos (y divinos, claro está)”.
El libro puede parecer un juego, un ejercicio de máscaras superpuestas (y hasta cierto punto lo es) emparentado en este sentido con obras suyas como la falsa biografía Jusep Torres Campalans (dedicada al pintor ficticio del mismo nombre), la Antología traducida (donde todos los poemas se deben a la imaginación de Aub) o Mucha Muerte, que Pedro Tejada Tello describía como “el absurdo surrealista, instalado en el juego y en la libertad que reivindica la supremacía del inconsciente y de lo onírico sobre lo consciente”.
Pero no es el caso; por su naturaleza temática e histórica, es una obra de hondo calado ético y político; en su conjunto, es un alegato antibelicista de primer orden. Y para expresar la sinrazón de esta guerra se sirve, junto con los muchos heterónimos, de diferentes géneros, no solo del poema supuestamente traducido. Así, hay versos pero también hay fragmentos de diálogos, textos en prosa, enumeraciones...
Aquí, el “dar voz al que no la tiene” se materializa a dos niveles: en tanto que todos los hablantes o autores del libro murieron en la Guerra de los Seis Días, o a consecuencia de heridas sufridas en ella; y también en tanto que personajes, no personas, creados por Max Aub, que ejerce de ventrílocuo. Pero esta condición de seres de ficción (en un contexto “demasiado real”) hace, según nos parece a nosotros, que sea extrapolable a cualquiera de los soldados reales que sí murieron en esa contienda (e incluso a cualquier soldado de cualquier contienda). Y la polifonía, la multiplicidad de voces y puntos de vista, de modos de ver el mundo y de contarlo, acrecienta enormemente su valor testimonial.
La entrada de cada texto recogido va acompañada de una pequeña biografía donde se consigna, con unas pocas pinceladas, la vida que había llevado el joven combatiente, y en todas aparece el día del conflicto en el que pereció, de entre los seis que duró la guerra (en algún caso excepcional la muerte se produjo a posteriori por las heridas sufridas en combate).
Así, todas estas vidas de judíos y árabes se encaminan inevitablemente, en ese funesto y corto periodo de tiempo, que no llega a una semana, a la tumba. La riqueza y diversidad que podemos imaginar por estos pocos detalles que nos da quedan sesgados por la guadaña de la muerte empuñada por una guerra cuya naturaleza y motivo se les escapa: “Dice el hombre: dulce / y sabe lo que es. / Dice el hombre: sal / y sabe lo que es. / Dice el hombre: verga / y sabe lo que es. / Dice el hombre: Dios / y sabe lo que es. / Pero dice muerte /y nadie lo sabe. // Y está detrás y delante”, escribió Ali Fakum Nazzar, primero de los apócrifos del libro cuya biografía se limita a poco más que una fecha y un lugar de nacimiento (Alejandría, 1942) porque, según Aub, “nadie se acordaba (de él) o se alzaban de hombros”. Murió en el último día de la guerra, nos indica también.
Suponemos que con este detalle final, la fecha exacta de sus muertes, Aub apuntaba precisamente a eso, a remarcar la sinrazón de esta guerra y de toda guerra. Los soldados, “casi todos demasiado jóvenes para haber dado su medida”, son intercambiables una vez que ya solo son el rastro de esa juventud arrebatada:
“Si dijeran que combato por ti, iría hasta donde muriera, pero morir porque sí es más absurdo que haber nacido judío”, escribe Manoce Mohrenwitz, otro de los soldados. Y en un diálogo (supuestamente traducido del ladino) podemos leer estas palabras que no necesitan comentario: “-Tú eres judío, yo mahometano. Ni tú ni yo nos hacíamos daño. / Los dos semitas, los dos oscuros, cuatro ojos negros, pelo crespo. / -Ahora somos dos muertos: morenos, de ojos en blanco, de pelo crespo. / Si nos cambiaran el uniforme...”.
Del apócrifo Eliahn Kimron es el texto que traemos a estas páginas. De él nos dice Aub en su breve biografía: “Escribió este texto la víspera del primer día. Tenía 19 años. No creo —como alguno de los otros papeles aquí reunidos— que sea un poema. O, tal vez, sí. O quizá es, de verdad, una carta. En este caso no iba dirigida a nadie, metida en un sobre en blanco. / Kimron había nacido en un kibutz de Galilea, donde siguen trabajando sus padres, lituanos. Murió el segundo día”. Juzgue el lector si es o no un poema, de lo que no cabe duda es de su conmovedor valor testimonial.
ELIAHN KIMRON
Cae la noche, se infiltra desde Jordania, tan limpia como todo el cielo.
El sol incendia el lado opuesto.
Brilla el lucero.
Mañana por la mañana, sucederá
lo mismo, del otro lado.
Será otro día. No para mí.
Para mí, será la noche verdadera.
Tengo que cruzar la frontera,
cortar unas alambradas,
depositar unas minas.
No volveré.
No sé por qué lo sé.
Pero lo sé.
Me presenté voluntario. No sé por qué.
Pensé que no me importaría.
Lo pensé y lo hice.
No sabía que era un héroe.
Tú tampoco, mi vida.
Ahora que veo acabarse la luz siento que hice una tontería.
Perder la vida por una tontería ¿es otra tontería?
Es posible que sí, es posible que no.
Solo sé que te quiero
y no serás para mí.
Iré.
Cae la noche.
Para los demás es como todos los días:
mañana será otro día.
No para mí.
Max Aub (París, 1903-Ciudad de México, 1972). De Imposible Sinaí (Fundación Max Aub, Valencia, 2002).
Este artículo fue publicado originalmente en la sección “Versos para el adiós” en el número 118 (mayo-junio de 2018) de la revista Adiós Cultural. Se reproduce con autorización.