Cartel de la obra. Fuente: Teatros del Canal.
Esta magnífica adaptación de la obra del humanista Maquiavelo se presentó en el festival de Almagro y se representa hasta el próximo 8 de noviembre en Teatros del Canal de Madrid.
En su estreno, un público expectante y atento siguió el monólogo de Fernando Cayo, en el papel del político ya desterrado de su amada y convulsa Florencia, que toma notas y aprovecha su experiencia vital para reflexionar sobre la condición humana, allí donde el paso de la tribu a la polis (como el Sófocles de Antígona) verifica el dominio (siempre frágil) de las leyes sobre la fuerza o las pulsiones irracionales, atávicas y comprensibles, pero devastadoras si con ellas se pretende gobernar una ciudad, una nación.
Recordemos, en primer lugar, que el humanista florentino tiene el privilegio de haber convertido su nombre en adjetivo (como Dante, Kafka o Borges), y el hecho de que lo usemos en un sentido francamente negativo, sinónimo de “malas artes”, es fruto, creo, solo de nuestra ignorancia sobre su obra.
Maquiavelo nace cuando Lorenzo de Médici asciende al poder, en 1469, y asiste a la caída de la familia en 1494, siendo un joven secretario de la ciudad. Tras la ejecución de Savonarola, es nombrado Canciller y su habilidad diplomática y extraordinaria sagacidad política salvan a la ciudad de ser aplastada y sometida por las potencias que se la disputaban: Roma, España, Francia.
Fascinado por las figuras de Fernando de Aragón y César Borgia (el hijo del papa Alejandro VI) pensó en algún momento que podían encarnar las cualidades del político renacentista, cuya virtud (en palabras de Petrarca) pudiera derrotar, o esquivar, a la mudable fortuna.
En 1512, con el regreso de los Médici cae en desgracia y es torturado, condenado y desterrado. En 1513 organiza literariamente toda su experiencia política en su obra maestra El príncipe, tratado de filosofía moral que se inserta en la corriente humanista de El cortesano, de Castiglione, o el Manual del caballero cristiano, de Erasmo.
En su estreno, un público expectante y atento siguió el monólogo de Fernando Cayo, en el papel del político ya desterrado de su amada y convulsa Florencia, que toma notas y aprovecha su experiencia vital para reflexionar sobre la condición humana, allí donde el paso de la tribu a la polis (como el Sófocles de Antígona) verifica el dominio (siempre frágil) de las leyes sobre la fuerza o las pulsiones irracionales, atávicas y comprensibles, pero devastadoras si con ellas se pretende gobernar una ciudad, una nación.
Recordemos, en primer lugar, que el humanista florentino tiene el privilegio de haber convertido su nombre en adjetivo (como Dante, Kafka o Borges), y el hecho de que lo usemos en un sentido francamente negativo, sinónimo de “malas artes”, es fruto, creo, solo de nuestra ignorancia sobre su obra.
Maquiavelo nace cuando Lorenzo de Médici asciende al poder, en 1469, y asiste a la caída de la familia en 1494, siendo un joven secretario de la ciudad. Tras la ejecución de Savonarola, es nombrado Canciller y su habilidad diplomática y extraordinaria sagacidad política salvan a la ciudad de ser aplastada y sometida por las potencias que se la disputaban: Roma, España, Francia.
Fascinado por las figuras de Fernando de Aragón y César Borgia (el hijo del papa Alejandro VI) pensó en algún momento que podían encarnar las cualidades del político renacentista, cuya virtud (en palabras de Petrarca) pudiera derrotar, o esquivar, a la mudable fortuna.
En 1512, con el regreso de los Médici cae en desgracia y es torturado, condenado y desterrado. En 1513 organiza literariamente toda su experiencia política en su obra maestra El príncipe, tratado de filosofía moral que se inserta en la corriente humanista de El cortesano, de Castiglione, o el Manual del caballero cristiano, de Erasmo.
Una experiencia intensa y demoledora
Pero vayamos a la obra que nos ocupa: en un despacho funcional decorado al estilo de principios de los setenta (máquina de escribir, tocadiscos, bebidas, maderas nobles) un trajeado y digno Maquiavelo comienza a disertar sobre el poder, la condición humana, las virtudes que deben adornar al gobernante para regir los destinos de su pueblo, los cuidados y acechanzas que se ciernen sobre él, etc.
Con una prosa limpia y eficaz, de alguien que domina los resortes de la retórica, el político hace gala de su erudición (es un apasionado de la historia) mientras va componiendo el friso del político ideal y de sus muy reales y sedicentes peligros: rodearse de una camarilla de halagadores, la avaricia, la soberbia de creerse el único salvador posible de la patria, la sensación de impunidad que siempre da el ejercicio del mismo, etc.
Obviamente el compilador, Juan Carlos Rubio, ha elegido aquello fragmentos de sus obras que más y mejor resuenan en la actualidad, pero eso es un clásico, recuérdese la pasión que suscitó en personalidades como Napoleón. La obra funciona muy bien y a algunos asombrará su pertinencia y contemporaneidad.
El autor ha querido enhebrar la vida del humanista con su teoría política, para ello, y poco a poco (en un proceso gradual que me recuerda mucho el de La fundación, de Buero Vallejo, cuando el científico ve transformarse en cárcel su entorno, valga como homenaje en su inminente centenario), el lujoso despacho se va mutando en una casucha de guardabosques, el traje en un modesto sayal que, con las espaldas desnudas, evidencia los signos de la tortura.
En efecto, Maquiavelo, desengañado y condenado, escribe estas reflexiones en el exilio, fueron publicadas póstumas y aún hoy resuenan entre nosotros con la pureza y la sutileza del genio. Una extraordinaria ocasión para acercarse a una figura tamaña.
El trabajo de Fernando Cayo es impecable, sostiene el solo durante 75 minutos la figura desengañada y lúcida del toscano y poco a poco lo que parecía un mero discurso sobre cuestiones externas y ajenas, se encarna hasta herir y dotar, aún más, de lucidez al personaje que sabe, ahora, que no habla de teorías, de generalidades más o menos bienintencionadas sino que, muy al contrario, nos está relatando el dolor, la pasión y el vértigo de su propia experiencia.
Muy recomendable. No dejen de pasar esta oportunidad. La noche otoñal madrileña nos acogió transidos tras una experiencia tan intensa y demoledora. Aprovecho para recomendar la biografía de Corrado Vivanti, Maquiavelo. Los tiempos de la política, Paidós, 2013.
Pero vayamos a la obra que nos ocupa: en un despacho funcional decorado al estilo de principios de los setenta (máquina de escribir, tocadiscos, bebidas, maderas nobles) un trajeado y digno Maquiavelo comienza a disertar sobre el poder, la condición humana, las virtudes que deben adornar al gobernante para regir los destinos de su pueblo, los cuidados y acechanzas que se ciernen sobre él, etc.
Con una prosa limpia y eficaz, de alguien que domina los resortes de la retórica, el político hace gala de su erudición (es un apasionado de la historia) mientras va componiendo el friso del político ideal y de sus muy reales y sedicentes peligros: rodearse de una camarilla de halagadores, la avaricia, la soberbia de creerse el único salvador posible de la patria, la sensación de impunidad que siempre da el ejercicio del mismo, etc.
Obviamente el compilador, Juan Carlos Rubio, ha elegido aquello fragmentos de sus obras que más y mejor resuenan en la actualidad, pero eso es un clásico, recuérdese la pasión que suscitó en personalidades como Napoleón. La obra funciona muy bien y a algunos asombrará su pertinencia y contemporaneidad.
El autor ha querido enhebrar la vida del humanista con su teoría política, para ello, y poco a poco (en un proceso gradual que me recuerda mucho el de La fundación, de Buero Vallejo, cuando el científico ve transformarse en cárcel su entorno, valga como homenaje en su inminente centenario), el lujoso despacho se va mutando en una casucha de guardabosques, el traje en un modesto sayal que, con las espaldas desnudas, evidencia los signos de la tortura.
En efecto, Maquiavelo, desengañado y condenado, escribe estas reflexiones en el exilio, fueron publicadas póstumas y aún hoy resuenan entre nosotros con la pureza y la sutileza del genio. Una extraordinaria ocasión para acercarse a una figura tamaña.
El trabajo de Fernando Cayo es impecable, sostiene el solo durante 75 minutos la figura desengañada y lúcida del toscano y poco a poco lo que parecía un mero discurso sobre cuestiones externas y ajenas, se encarna hasta herir y dotar, aún más, de lucidez al personaje que sabe, ahora, que no habla de teorías, de generalidades más o menos bienintencionadas sino que, muy al contrario, nos está relatando el dolor, la pasión y el vértigo de su propia experiencia.
Muy recomendable. No dejen de pasar esta oportunidad. La noche otoñal madrileña nos acogió transidos tras una experiencia tan intensa y demoledora. Aprovecho para recomendar la biografía de Corrado Vivanti, Maquiavelo. Los tiempos de la política, Paidós, 2013.
Referencia:
Dramaturgia y dirección: Juan Carlos Rubio.
Maquiavelo: Fernando Cayo.
Iluminación: José Manuel Guerra
Escenografía: Eduardo Moreno.
Próximas representaciones: Hasta el 8 de noviembre de 2015 en Teatros del Canal de Madrid.
Dramaturgia y dirección: Juan Carlos Rubio
Maquiavelo: Fernando Cayo
Iluminación: José Manuel Guerra
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Maquiavelo: Fernando Cayo
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Dramaturgia y dirección: Juan Carlos Rubio
Maquiavelo: Fernando Cayo
Iluminación: José Manuel Guerra
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Maquiavelo: Fernando Cayo
Iluminación: José Manuel Guerra
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Dramaturgia y dirección: Juan Carlos Rubio.
Maquiavelo: Fernando Cayo.
Iluminación: José Manuel Guerra
Escenografía: Eduardo Moreno.
Próximas representaciones: Hasta el 8 de noviembre de 2015 en Teatros del Canal de Madrid.
Dramaturgia y dirección: Juan Carlos Rubio
Maquiavelo: Fernando Cayo
Iluminación: José Manuel Guerra
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Maquiavelo: Fernando Cayo
Iluminación: José Manuel Guerra
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