Las puertas del conocimiento. Ryan Pearl.
El siglo pasado se caracteriza principalmente por el surgimiento de sistemas cada vez más complejos; es decir, compuestos por un número cada vez mayor de elementos y con creciente interactividad. Prueba de ello, es el abrupto crecimiento demográfico, el explosivo desarrollo de las telecomunicaciones y la acelerada tendencia hacia la globalización.
Estos hechos condujeron a revolucionarios cambios dentro de las sociedades humanas, a través de la enorme multiplicación de las interrelaciones entre individuos, entre individuos y grupos, entre individuos y máquinas y entre máquinas (computadoras, facsímiles, servidores, cajeros, etc.). Y trajo aparejado una gran cantidad de situaciones conflictivas y problemáticas, muy difíciles de resolver con los métodos tradicionales [François, 2005-II].
Es que la inteligencia del ser humano no fue diseñada con claridad ni bien ordenada, sino que es el resultado de sucesivos ensayos a lo largo de millones de años. Se trata de una acumulación progresiva de estructuras y sistemas neuronales que se basa sobre las formas vivas que han evolucionado antes que aquél.
En este caso, y como argumentan algunos filósofos, el hombre puede tener restricciones cognitivas: al igual que un perro no puede ni imaginar siquiera la teoría de la relatividad o un chimpancé no es capaz de meditar aunque sea superficialmente sobre el concepto de átomo, al homo sapiens le esté vedada la comprensión de ciertos aspectos de la realidad [Moriello, 2005, p. 227].
Limitaciones y restricciones
Fundamentalmente, la inteligencia humana presenta restricciones en sus tres dimensiones: biológica, ambiental y psicológica [Moriello, 2005, p. 59]. Desde el punto de vista de la dimensión biológica, el cerebro del hombre exhibe limitaciones procedentes de su bioquímica, su genética, su proceso evolutivo y sus canales sensoriales. La cantidad de neuronas depende del volumen cerebral, que a su vez depende del canal de parto femenino, y la velocidad del pulso nervioso es extremadamente lento comparada con la velocidad del pulso lumínico. Del mismo modo, no es muy elevado el grado de complejidad que pueden alcanzar algunos circuitos neuronales, otros ni siquiera pueden construirse.
Por otra parte, la organización de la materia gris depende del proceso filogenético, que determinó la estructura funcional de su sistema nervioso central y su particular arquitectura cerebral y corporal. Así, por ejemplo, la memoria de corto plazo es limitada, lo cual incide en las capacidades de almacenamiento, de aprendizaje, de discriminación y de procesamiento de información [Moriello, 2005, p. 59].
La velocidad de desarrollo cognitivo, en el homo sapiens, se encuentra limitada en las diferentes etapas ontogenéticas, la cantidad de información que puede procesar está restringida y su aprendizaje es increíblemente lento, costoso y difícil. Por último, el hombre tiene escasos receptores sensoriales: no puede percibir –de manera directa– los rayos X y gama, la radiación infrarroja y ultravioleta, los infra- y ultrasonidos, o las radiaciones nucleares [François, 2005-I], y las estructuras quimiosensoriales (sentidos del olfato y del gusto) son limitadas en cuanto a la discriminación y al alcance.
Desde el punto de vista de la dimensión ambiental, el ser humano ostenta restricciones procedentes de su historia personal, de la cultura a la que pertenece y de la sociedad dentro de la cual está inmerso. Las impresiones y los recuerdos de la infancia, la educación brindada por sus padres y por su comunidad local y las variadas experiencias vivenciadas, tanto en su niñez como en su adolescencia, influencian enormemente las creencias y los supuestos de la persona.
También la cultura y la sociedad condiciona y orienta (y, en cierta medida, gobierna y controla) la manera de pensar, de comportarse y de actuar de un determinado grupo social, dando lugar a las diferentes “paradigmas ” reinantes en determinados momentos de la historia.
Aquí es fundamental el lenguaje, ya que determina la experiencia que tiene el individuo (y su comunidad) del “mundo real” [Moriello, 2005, p. 59]. Con su estructura lineal de sujeto-predicado, por ejemplo, las lenguas indoeuropeas fuerzan a sus hablantes a pensar en términos lineales de causa y efecto y les impiden –en consecuencia– pensar en forma paralela y/o en términos de procesos fluidos y/o de causalidad circular (cadenas de causas-efectos que se vuelven sobre sí mismas, que se realimentan) [Riedl, 1983, p. 167]. Las lenguas orientales, en cambio, al disponer de una estructura diferente (justamente debido a que sus hablantes son distintos), son capaces de entender y expresar las ideas no lineales y los eventos multicausales con mayor facilidad [Espinoza Figueroa, 2002].
Limitaciones conceptuales
Por último, y desde el punto de vista de la dimensión psicológica, el hombre manifiesta limitaciones en su forma de pensar. Ésta es lineal, cortoplacista, fragmentaria, reduccionista, parcial, compartimentada y causalista, muy vinculada al espacio tridimensional, al tiempo, a la corporalidad, a las cuestiones individuales y a los hechos locales [Moriello, 2005, p. 60].
Es que el homo sapiens está acostumbrado a tratar con los problemas propios de su experiencia habitual ordinaria; es decir, inmediatos (no a largo plazo), que involucran objetos concretos (no abstractos), de tamaño mediano (ni muy grandes ni muy pequeños), con una velocidad adecuada (ni muy rápidos ni muy lentos), y/o relativamente simples (no muy complejos).
Su mente sólo puede tratar situaciones en donde intervienen pocas variables y que estén relacionadas de forma simple; está muy enfocada a resolver problemas secuenciales, locales y lineales, pero presenta muchas dificultades cuando son paralelos, globales o de causalidad circular. Ningún fenómeno de la realidad tiene una única causa; existen causalidades y relaciones múltiples e interdependientes, totalidades integradas. Cada vez se torna más evidente que todo afecta e interactúa con todo y que cada elemento no sólo se define por lo que es o representa en sí mismo, sino por su red o malla de relaciones mutuas con todos los demás [Riedl, 1983, p. 165/6] [Morin, 1994, p. 100].
Cambio de perspectiva
A fin de entender la realidad de forma adecuada, se necesita un nuevo tipo de pensamiento “complejo”, a la vez sistémico, holístico, multidimensional y ecológico; más global (menos local), más circular (menos lineal) y más integral (menos parcializado). Que tenga en cuenta el contexto, las interconexiones, las estructuras y los procesos, la dinámica del todo.
Complementario con el “viejo”, este “nuevo” pensamiento se focaliza en las interrelaciones (en vez de las separaciones) y en las interdependencias (en vez de las concatenaciones causa–efecto). Acentúa la idea de movimiento, de flujo, de proceso en permanente construcción y reconstrucción (en vez de instantáneas de la situación). Es totalizante, abarcativo, relacional, abierto a lo inesperado y a lo imprevisible y se auto-organiza a partir de las nuevas conexiones y relaciones que va descubriendo [Moraes, s/d].
Para Edgar Morin, existen tres principios muy útiles para poder pensar la complejidad [Morin, 2004, p. 105/8] [Solís, 2002]. Sin embargo, están fuertemente entretejidos, íntimamente enlazados, en una compacta unidad “sin costuras”. No se los puede considerar separados entre sí, ya que se trata de diferentes aspectos del mismo concepto global . Ellos son:
· El principio dialógico , que asocia –en una unidad conceptual concurrente y compleja– dos términos antagónicos pero, al mismo tiempo, complementarios. Aunque se oponen, son indisociables para explicar la realidad. Por ejemplo: orden y desorden, onda y partícula, individuo y sociedad, lo uno y lo múltiple.
· El principio recursivo , que es un proceso que se constituye, se organiza y se produce a sí mismo. Aquí las causas y los efectos son, a la vez, los efectos y las causas de lo que producen; es decir, se necesitan los productos para la propia producción del proceso (que se repite –dentro del sistema– en escalas ascendentes y descendentes). Por ejemplo: la interacción entre los individuos produce la sociedad, pero ésta –a su vez– retroactúa sobre los primeros, condicionándolos y encorsetándolos, aunque confiriéndoles propiedades de las que carecían con anterioridad.
· El principio hologramático , que afirma que no solamente el todo está en cada “parte”, sino que también la “parte” está en el todo. La idea trasciende tanto al reduccionismo (que únicamente ve las “partes”) como al holismo (que únicamente ve el todo). Por ejemplo: cada célula de un organismo contiene toda la información genética de dicho organismo; la cultura está presente en cada individuo que forma parte de ella.
Pero también hay dos teorías básicas, que fueron históricamente previas a los principios mencionados. Se trata de:
· La teoría sistémica , que aporta la comprensión integral de la realidad (el sistema, sus relaciones, su entorno y su transformación), el cambio de enfoque (desde las “cosas” hacia las relaciones) y el cambio de actitud (desde la búsqueda de la “verdad” hacia las aproximaciones sucesivas) [Del Caño, 2005].
· La teoría cibernética , que introduce la idea de realimentación, de retroacción (el efecto actúa también sobre su propia causa), los conceptos de regulación y control, y la incorporación del observador (como parte de la realidad observada).
Formas abstraídas
Primero los místicos y ahora algunos científicos han señalado insistentemente que la realidad no puede analizarse en partes aisladas e independientes entre sí. Aunque la división del mundo en un gran número de “objetos autónomos” ha funcionado como una útil idealización, se la considera falsa si se la analiza en un grado más profundo.
El nivel de realidad manifestado o “explicado” se genera a partir de otro no manifestado o “implicado”. Pero esto no significa simplemente que el segundo genera y controla al primero, sino que lo implicado está contenido, impregnado e interpenetrado en lo explicado. Renée Weber lo ejemplifica con una pintoresca metáfora: la nube no puede existir por sí sola fuera del aire, del mismo modo que una gota no puede existir sin todo el océano [Wilber, 1992, p. 91, 102, 112].
En la Naturaleza, no existen –en última instancia– objetos aislados, independientes y separados. La realidad profunda (el “orden implicado”) parece, más bien, una subyacente y compleja trama (tejido o red) de interrelaciones dinámicas entre las diversas “partes” de un todo único.
Lo que se denomina “objeto” –dentro de la realidad superficial (el “orden explicado”)– no tiene propiedades intrínsecas, sino que es simplemente una configuración (pauta o patrón) temporaria dentro de una trama inmensa e inseparable de interrelaciones fluidas. De este modo, el Universo entero influye en todos los acontecimientos que ocurren dentro de él. El todo, por lo tanto, determina el comportamiento de sus “partes” [Capra y Steindl-Rast, 1993, p. 121, 123, 142, 214] [Capra, 1994, p. 19, 24] [Wheatley, 1994, p. 33, 46].
Estos hechos condujeron a revolucionarios cambios dentro de las sociedades humanas, a través de la enorme multiplicación de las interrelaciones entre individuos, entre individuos y grupos, entre individuos y máquinas y entre máquinas (computadoras, facsímiles, servidores, cajeros, etc.). Y trajo aparejado una gran cantidad de situaciones conflictivas y problemáticas, muy difíciles de resolver con los métodos tradicionales [François, 2005-II].
Es que la inteligencia del ser humano no fue diseñada con claridad ni bien ordenada, sino que es el resultado de sucesivos ensayos a lo largo de millones de años. Se trata de una acumulación progresiva de estructuras y sistemas neuronales que se basa sobre las formas vivas que han evolucionado antes que aquél.
En este caso, y como argumentan algunos filósofos, el hombre puede tener restricciones cognitivas: al igual que un perro no puede ni imaginar siquiera la teoría de la relatividad o un chimpancé no es capaz de meditar aunque sea superficialmente sobre el concepto de átomo, al homo sapiens le esté vedada la comprensión de ciertos aspectos de la realidad [Moriello, 2005, p. 227].
Limitaciones y restricciones
Fundamentalmente, la inteligencia humana presenta restricciones en sus tres dimensiones: biológica, ambiental y psicológica [Moriello, 2005, p. 59]. Desde el punto de vista de la dimensión biológica, el cerebro del hombre exhibe limitaciones procedentes de su bioquímica, su genética, su proceso evolutivo y sus canales sensoriales. La cantidad de neuronas depende del volumen cerebral, que a su vez depende del canal de parto femenino, y la velocidad del pulso nervioso es extremadamente lento comparada con la velocidad del pulso lumínico. Del mismo modo, no es muy elevado el grado de complejidad que pueden alcanzar algunos circuitos neuronales, otros ni siquiera pueden construirse.
Por otra parte, la organización de la materia gris depende del proceso filogenético, que determinó la estructura funcional de su sistema nervioso central y su particular arquitectura cerebral y corporal. Así, por ejemplo, la memoria de corto plazo es limitada, lo cual incide en las capacidades de almacenamiento, de aprendizaje, de discriminación y de procesamiento de información [Moriello, 2005, p. 59].
La velocidad de desarrollo cognitivo, en el homo sapiens, se encuentra limitada en las diferentes etapas ontogenéticas, la cantidad de información que puede procesar está restringida y su aprendizaje es increíblemente lento, costoso y difícil. Por último, el hombre tiene escasos receptores sensoriales: no puede percibir –de manera directa– los rayos X y gama, la radiación infrarroja y ultravioleta, los infra- y ultrasonidos, o las radiaciones nucleares [François, 2005-I], y las estructuras quimiosensoriales (sentidos del olfato y del gusto) son limitadas en cuanto a la discriminación y al alcance.
Desde el punto de vista de la dimensión ambiental, el ser humano ostenta restricciones procedentes de su historia personal, de la cultura a la que pertenece y de la sociedad dentro de la cual está inmerso. Las impresiones y los recuerdos de la infancia, la educación brindada por sus padres y por su comunidad local y las variadas experiencias vivenciadas, tanto en su niñez como en su adolescencia, influencian enormemente las creencias y los supuestos de la persona.
También la cultura y la sociedad condiciona y orienta (y, en cierta medida, gobierna y controla) la manera de pensar, de comportarse y de actuar de un determinado grupo social, dando lugar a las diferentes “paradigmas ” reinantes en determinados momentos de la historia.
Aquí es fundamental el lenguaje, ya que determina la experiencia que tiene el individuo (y su comunidad) del “mundo real” [Moriello, 2005, p. 59]. Con su estructura lineal de sujeto-predicado, por ejemplo, las lenguas indoeuropeas fuerzan a sus hablantes a pensar en términos lineales de causa y efecto y les impiden –en consecuencia– pensar en forma paralela y/o en términos de procesos fluidos y/o de causalidad circular (cadenas de causas-efectos que se vuelven sobre sí mismas, que se realimentan) [Riedl, 1983, p. 167]. Las lenguas orientales, en cambio, al disponer de una estructura diferente (justamente debido a que sus hablantes son distintos), son capaces de entender y expresar las ideas no lineales y los eventos multicausales con mayor facilidad [Espinoza Figueroa, 2002].
Limitaciones conceptuales
Por último, y desde el punto de vista de la dimensión psicológica, el hombre manifiesta limitaciones en su forma de pensar. Ésta es lineal, cortoplacista, fragmentaria, reduccionista, parcial, compartimentada y causalista, muy vinculada al espacio tridimensional, al tiempo, a la corporalidad, a las cuestiones individuales y a los hechos locales [Moriello, 2005, p. 60].
Es que el homo sapiens está acostumbrado a tratar con los problemas propios de su experiencia habitual ordinaria; es decir, inmediatos (no a largo plazo), que involucran objetos concretos (no abstractos), de tamaño mediano (ni muy grandes ni muy pequeños), con una velocidad adecuada (ni muy rápidos ni muy lentos), y/o relativamente simples (no muy complejos).
Su mente sólo puede tratar situaciones en donde intervienen pocas variables y que estén relacionadas de forma simple; está muy enfocada a resolver problemas secuenciales, locales y lineales, pero presenta muchas dificultades cuando son paralelos, globales o de causalidad circular. Ningún fenómeno de la realidad tiene una única causa; existen causalidades y relaciones múltiples e interdependientes, totalidades integradas. Cada vez se torna más evidente que todo afecta e interactúa con todo y que cada elemento no sólo se define por lo que es o representa en sí mismo, sino por su red o malla de relaciones mutuas con todos los demás [Riedl, 1983, p. 165/6] [Morin, 1994, p. 100].
Cambio de perspectiva
A fin de entender la realidad de forma adecuada, se necesita un nuevo tipo de pensamiento “complejo”, a la vez sistémico, holístico, multidimensional y ecológico; más global (menos local), más circular (menos lineal) y más integral (menos parcializado). Que tenga en cuenta el contexto, las interconexiones, las estructuras y los procesos, la dinámica del todo.
Complementario con el “viejo”, este “nuevo” pensamiento se focaliza en las interrelaciones (en vez de las separaciones) y en las interdependencias (en vez de las concatenaciones causa–efecto). Acentúa la idea de movimiento, de flujo, de proceso en permanente construcción y reconstrucción (en vez de instantáneas de la situación). Es totalizante, abarcativo, relacional, abierto a lo inesperado y a lo imprevisible y se auto-organiza a partir de las nuevas conexiones y relaciones que va descubriendo [Moraes, s/d].
Para Edgar Morin, existen tres principios muy útiles para poder pensar la complejidad [Morin, 2004, p. 105/8] [Solís, 2002]. Sin embargo, están fuertemente entretejidos, íntimamente enlazados, en una compacta unidad “sin costuras”. No se los puede considerar separados entre sí, ya que se trata de diferentes aspectos del mismo concepto global . Ellos son:
· El principio dialógico , que asocia –en una unidad conceptual concurrente y compleja– dos términos antagónicos pero, al mismo tiempo, complementarios. Aunque se oponen, son indisociables para explicar la realidad. Por ejemplo: orden y desorden, onda y partícula, individuo y sociedad, lo uno y lo múltiple.
· El principio recursivo , que es un proceso que se constituye, se organiza y se produce a sí mismo. Aquí las causas y los efectos son, a la vez, los efectos y las causas de lo que producen; es decir, se necesitan los productos para la propia producción del proceso (que se repite –dentro del sistema– en escalas ascendentes y descendentes). Por ejemplo: la interacción entre los individuos produce la sociedad, pero ésta –a su vez– retroactúa sobre los primeros, condicionándolos y encorsetándolos, aunque confiriéndoles propiedades de las que carecían con anterioridad.
· El principio hologramático , que afirma que no solamente el todo está en cada “parte”, sino que también la “parte” está en el todo. La idea trasciende tanto al reduccionismo (que únicamente ve las “partes”) como al holismo (que únicamente ve el todo). Por ejemplo: cada célula de un organismo contiene toda la información genética de dicho organismo; la cultura está presente en cada individuo que forma parte de ella.
Pero también hay dos teorías básicas, que fueron históricamente previas a los principios mencionados. Se trata de:
· La teoría sistémica , que aporta la comprensión integral de la realidad (el sistema, sus relaciones, su entorno y su transformación), el cambio de enfoque (desde las “cosas” hacia las relaciones) y el cambio de actitud (desde la búsqueda de la “verdad” hacia las aproximaciones sucesivas) [Del Caño, 2005].
· La teoría cibernética , que introduce la idea de realimentación, de retroacción (el efecto actúa también sobre su propia causa), los conceptos de regulación y control, y la incorporación del observador (como parte de la realidad observada).
Formas abstraídas
Primero los místicos y ahora algunos científicos han señalado insistentemente que la realidad no puede analizarse en partes aisladas e independientes entre sí. Aunque la división del mundo en un gran número de “objetos autónomos” ha funcionado como una útil idealización, se la considera falsa si se la analiza en un grado más profundo.
El nivel de realidad manifestado o “explicado” se genera a partir de otro no manifestado o “implicado”. Pero esto no significa simplemente que el segundo genera y controla al primero, sino que lo implicado está contenido, impregnado e interpenetrado en lo explicado. Renée Weber lo ejemplifica con una pintoresca metáfora: la nube no puede existir por sí sola fuera del aire, del mismo modo que una gota no puede existir sin todo el océano [Wilber, 1992, p. 91, 102, 112].
En la Naturaleza, no existen –en última instancia– objetos aislados, independientes y separados. La realidad profunda (el “orden implicado”) parece, más bien, una subyacente y compleja trama (tejido o red) de interrelaciones dinámicas entre las diversas “partes” de un todo único.
Lo que se denomina “objeto” –dentro de la realidad superficial (el “orden explicado”)– no tiene propiedades intrínsecas, sino que es simplemente una configuración (pauta o patrón) temporaria dentro de una trama inmensa e inseparable de interrelaciones fluidas. De este modo, el Universo entero influye en todos los acontecimientos que ocurren dentro de él. El todo, por lo tanto, determina el comportamiento de sus “partes” [Capra y Steindl-Rast, 1993, p. 121, 123, 142, 214] [Capra, 1994, p. 19, 24] [Wheatley, 1994, p. 33, 46].
Rutina de la vida. Ivan Potapenko.
Una imagen indivisible
Quizás la imagen que mejor representa la realidad es aquella que muestra al todo como un proceso dinámico y flexible, fluyendo en constante movimiento, en transformación perpetua, cambiando permanentemente, pero como un conjunto compacto, indivisible, no fragmentado ni dividido [Bohm, 1988, p. 79]. Nada en él está quieto: el estancamiento y la permanencia son estados transitorios [Wheatley, 1994, p. 142]. Todas las entidades, estructuras, objetos, eventos, acontecimientos, sucesos, etc., aparecen y desaparecen, nacen y mueren, surgen y se desvanecen de ese constante flujo.
Es el ser humano, con sus limitadas capacidades intrínsecas, el que abstrae esas “formas” (pautas o patrones), les traza fronteras, las separa del continuo y las contempla como “objetos” aislados. Pero, al hacerlo, efectúa una mera aproximación a la realidad. Es como los remolinos, las olas o las salpicaduras de un río: no tienen existencia independiente como tales, no pueden existir por sí mismos [Bohm, 1988, p. 80/1] [Watts, 1971, p. 87] [Wilber, 1992, p. 268].
Holograma cósmico
El “paradigma holográfico” establece que, en esencia, el Universo es una especie de holograma dinámico, en el cual todo refleja todo lo demás. En otras palabras, que la esfera explícita sería más parecida a un patrón de interferencias de un campo o dominio multidimensional de vibraciones, frecuencias y potencialidades [Wilber, p. 9, 17, 56].
Dado que el ser humano no puede percibir esta inmensa realidad subyacente en forma directa, necesariamente debe procesar sus percepciones para “ajustarlas” y “hacerlas encajar” dentro de un molde, dentro de un paradigma. De este modo, el sistema cerebro-mente humano habitualmente tamiza, filtra, simplifica, constriñe y distorsiona la totalidad, a fin de que pueda ser percibida de manera conveniente [Wilber, p. 39, 93]. Por este motivo, se torna difícil aprehender aquellos fenómenos que se encuentran fuera de la experiencia ordinaria y del sentido común del hombre.
Según este nuevo paradigma, y a través de sofisticados algoritmos matemáticos de transformación, el cerebro-mente “construye” la realidad superficial (el orden explicado o manifestado) al interpretar vibraciones procedentes de un dominio multidimensional superior.
Los cerebros-mentes “individuales” pueden asimilarse a “porciones” de un holograma mucho más vasto, al que tratan de interpretar pero que apenas parcialmente podrían acceder [Wilber, p. 13, 16, 34, 37]. Es por eso que se percibe de acuerdo con la estructura del perceptor; es la persona la que moldea o da forma al objeto percibido según sus propias características intrínsecas. En síntesis, es el ser humano –en su finitud y pequeñez– el que divide y separa; tal división sólo está en su cerebro-mente: no es posible separar el pez del agua sin matarlo; el sistema agua-pez forman una unidad indisoluble.
Algunos cuestionamientos
El mundo exterior, el de la vida cotidiana, ese con “objetos” y “partes”, no es algo que exista objetivamente ahí afuera y que luego el hombre lo representa en su mente, sino que –más bien– es algo que se “crea” en el proceso del conocimiento [Capra y Steindl-Rast, 1993, p. 173]. Hoy se cuestiona la idea de que la cognición consista en recobrar pasivamente los rasgos extrínsecos del entorno local a través de un proceso de representación.
La cognición denota –en la actualidad– al fenómeno de “hacer emerger” el significado a partir de realimentaciones sucesivas entre el organismo y su medio ambiente próximo (tanto físico como cultural); surge a partir de una interacción “dialéctica” entre ambos protagonistas. El conocimiento depende, entonces, de las experiencias vividas que, a su vez, modifica las propias percepciones y creencias [Varela, Thompson y Rosch, 1997, p. 203] [Bateson, 1998, p. 7].
También se cuestiona la hipótesis de que el entorno local existe de antemano, está fijado y terminado. El medio ambiente próximo se considera hoy como un trasfondo para la experiencia del organismo y que se modela continuamente a través de los actos que aquel efectúa [Varela, Thompson y Rosch, 1997, p. 166, 168, 173].
El entorno próximo de los seres vivos, su “área de influencia”, su “contexto”, está constituido por las condiciones reducidas que le son relevantes (“recortadas” del continuo) y está determinado por sus actividades [Lewontin, 2000, p. 51] [Bertalanffy, 1995, p. 240].
En otras palabras, los organismos no “se adaptan” a un “nicho” exterior autónomo, sino que “lo construyen” a través de sus propias actividades. En consecuencia, los organismos vivos –y el ecosistema habitado por ellos– se encuentran en un estado de fluidez, en donde ambos se modifican y reconstruyen continuamente al interactuar entre sí, “acoplándose estructuralmente” de forma mutua y recíproca.
smoriello@redcientifica.com es Ingeniero en Electrónica (1989), Postgrado en Periodismo Científico (1996), Postgrado en Administración Empresarial (1997), Especialista en Ingeniería en Sistemas de Información (2005), Cursando Maestría en Sistemas de Información por la UTN-FRBA (terminada la Tesis). Es autor de los libros Inteligencias Sintéticas e Inteligencia Natural y Sintética.
Bibliografía
1. Bateson, Gregory (1998): Pasos hacia una ecología de la mente. Buenos Aires, Editorial Lohlé-Lumen.
2. Bertalanffy, Ludwig (1995): Teoría General de los Sistemas. México, Fondo de Cultura Económica, 10° reimpresión.
3. Bohm, David (1988): La totalidad y el orden implicado. Barcelona, Editorial Kairós.
4. Capra, Fritjof (1994): Sabiduría Insólita. Conversaciones con personajes notables. Barcelona, Editorial Cairos, 2° edición.
5. Capra, Fritjof y Steindl-Rast, David (1993): Pertenecer al universo. Buenos Aires, Editorial Planeta.
6. Del Caño, Eduardo (2005): Aspectos básicos de la visión sistémica. Buenos Aires, artículo del GESI.
7. Espinoza Figueroa, Francis (2002): Aullando con los lobos o de complicidades ocultas del Boostrap, el Holomovimiento y la hipótesis Gaia en las Ciencias de la Comunicación. Revista Tercer Milenio, N° 7. Antofagasta, Chile, Universidad Católica del Norte, Facultad de Humanidades, Escuela de Periodismo.
8. François, Charles (2005-I): Los límites al conocimiento. Buenos Aires, artículo del GESI.
9. François, Charles (2005-II): La Teoría General de Sistemas y la Cibernética. Buenos Aires, artículo del GESI.
10. Grün, Ernesto y Del Caño, Eduardo (compiladores) (2003): Ensayos sobre Sistémica y Cibernética. Buenos Aires, Editorial Dunken.
11. Lewontin, Richard (2000): Genes, organismo y ambiente. Barcelona, Editorial Gedisa.
12. Moraes, María (s/d): Tejiendo una red, pero ¿con qué paradigma? Portal de la Universidad Estatal de Campinas (Unicamp), Núcleo de Informática Aplicada a la Educación (NIED).
13. Moriello, Sergio (2005): Inteligencia Natural y Sintética. Buenos Aires, Editorial Nueva Librería.
14. Morin, Edgar (2004): Introducción al pensamiento complejo. Barcelona, Editorial Gedisa, 7° reimpresión.
15. Riedl, Rupert (1983): Biología del conocimiento. Barcelona, Editorial Labor.
16. Solís, Lucía (2002): Introducción al Pensamiento Complejo. Sitio Pensamiento Complejo. Varela, Francisco; Thompson, Evan y Rosch, Eleanor (1997): De cuerpo presente. Barcelona, Editorial Gedisa, 2° edición.
17. Watts, Alan (1971): El Camino del Zen. Barcelona, Editorial Sudamericana.
18. Wheatley, Margaret (1994): El Liderazgo y la Nueva Ciencia. Buenos Aires, Editorial Granica.
19. Wilber, Ken (editor) (1992): El Paradigma Holográfico. Buenos Aires, Editorial Kairós/Troquel.
Quizás la imagen que mejor representa la realidad es aquella que muestra al todo como un proceso dinámico y flexible, fluyendo en constante movimiento, en transformación perpetua, cambiando permanentemente, pero como un conjunto compacto, indivisible, no fragmentado ni dividido [Bohm, 1988, p. 79]. Nada en él está quieto: el estancamiento y la permanencia son estados transitorios [Wheatley, 1994, p. 142]. Todas las entidades, estructuras, objetos, eventos, acontecimientos, sucesos, etc., aparecen y desaparecen, nacen y mueren, surgen y se desvanecen de ese constante flujo.
Es el ser humano, con sus limitadas capacidades intrínsecas, el que abstrae esas “formas” (pautas o patrones), les traza fronteras, las separa del continuo y las contempla como “objetos” aislados. Pero, al hacerlo, efectúa una mera aproximación a la realidad. Es como los remolinos, las olas o las salpicaduras de un río: no tienen existencia independiente como tales, no pueden existir por sí mismos [Bohm, 1988, p. 80/1] [Watts, 1971, p. 87] [Wilber, 1992, p. 268].
Holograma cósmico
El “paradigma holográfico” establece que, en esencia, el Universo es una especie de holograma dinámico, en el cual todo refleja todo lo demás. En otras palabras, que la esfera explícita sería más parecida a un patrón de interferencias de un campo o dominio multidimensional de vibraciones, frecuencias y potencialidades [Wilber, p. 9, 17, 56].
Dado que el ser humano no puede percibir esta inmensa realidad subyacente en forma directa, necesariamente debe procesar sus percepciones para “ajustarlas” y “hacerlas encajar” dentro de un molde, dentro de un paradigma. De este modo, el sistema cerebro-mente humano habitualmente tamiza, filtra, simplifica, constriñe y distorsiona la totalidad, a fin de que pueda ser percibida de manera conveniente [Wilber, p. 39, 93]. Por este motivo, se torna difícil aprehender aquellos fenómenos que se encuentran fuera de la experiencia ordinaria y del sentido común del hombre.
Según este nuevo paradigma, y a través de sofisticados algoritmos matemáticos de transformación, el cerebro-mente “construye” la realidad superficial (el orden explicado o manifestado) al interpretar vibraciones procedentes de un dominio multidimensional superior.
Los cerebros-mentes “individuales” pueden asimilarse a “porciones” de un holograma mucho más vasto, al que tratan de interpretar pero que apenas parcialmente podrían acceder [Wilber, p. 13, 16, 34, 37]. Es por eso que se percibe de acuerdo con la estructura del perceptor; es la persona la que moldea o da forma al objeto percibido según sus propias características intrínsecas. En síntesis, es el ser humano –en su finitud y pequeñez– el que divide y separa; tal división sólo está en su cerebro-mente: no es posible separar el pez del agua sin matarlo; el sistema agua-pez forman una unidad indisoluble.
Algunos cuestionamientos
El mundo exterior, el de la vida cotidiana, ese con “objetos” y “partes”, no es algo que exista objetivamente ahí afuera y que luego el hombre lo representa en su mente, sino que –más bien– es algo que se “crea” en el proceso del conocimiento [Capra y Steindl-Rast, 1993, p. 173]. Hoy se cuestiona la idea de que la cognición consista en recobrar pasivamente los rasgos extrínsecos del entorno local a través de un proceso de representación.
La cognición denota –en la actualidad– al fenómeno de “hacer emerger” el significado a partir de realimentaciones sucesivas entre el organismo y su medio ambiente próximo (tanto físico como cultural); surge a partir de una interacción “dialéctica” entre ambos protagonistas. El conocimiento depende, entonces, de las experiencias vividas que, a su vez, modifica las propias percepciones y creencias [Varela, Thompson y Rosch, 1997, p. 203] [Bateson, 1998, p. 7].
También se cuestiona la hipótesis de que el entorno local existe de antemano, está fijado y terminado. El medio ambiente próximo se considera hoy como un trasfondo para la experiencia del organismo y que se modela continuamente a través de los actos que aquel efectúa [Varela, Thompson y Rosch, 1997, p. 166, 168, 173].
El entorno próximo de los seres vivos, su “área de influencia”, su “contexto”, está constituido por las condiciones reducidas que le son relevantes (“recortadas” del continuo) y está determinado por sus actividades [Lewontin, 2000, p. 51] [Bertalanffy, 1995, p. 240].
En otras palabras, los organismos no “se adaptan” a un “nicho” exterior autónomo, sino que “lo construyen” a través de sus propias actividades. En consecuencia, los organismos vivos –y el ecosistema habitado por ellos– se encuentran en un estado de fluidez, en donde ambos se modifican y reconstruyen continuamente al interactuar entre sí, “acoplándose estructuralmente” de forma mutua y recíproca.
smoriello@redcientifica.com es Ingeniero en Electrónica (1989), Postgrado en Periodismo Científico (1996), Postgrado en Administración Empresarial (1997), Especialista en Ingeniería en Sistemas de Información (2005), Cursando Maestría en Sistemas de Información por la UTN-FRBA (terminada la Tesis). Es autor de los libros Inteligencias Sintéticas e Inteligencia Natural y Sintética.
Bibliografía
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