Una charla anti-acoso en un colegio estadounidense. Imagen: Joyce Costello/USAG Livorno Public Affairs. Fuente: Flickr.
Los niños que sufren de acoso pueden experimentar inflamación sistémica crónica que persiste hasta la edad adulta, mientras que los agresores pueden cosechar beneficios en su salud al aumentar su estatus social a través de la intimidación, según investigadores de Duke Medicine (Carolina del Norte, EE.UU.).
El estudio, realizado en colaboración con la Universidad de Warwick (Reino Unido), la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill y la Universidad de Emory (Atlanta, EE.UU.), se publica online en PNAS esta semana.
"Nuestros resultados se fijan en las consecuencias biológicas de la intimidación, y mediante el estudio de un marcador de inflamación, sugieren un mecanismo potencial de cómo esta interacción social puede afectar al funcionamiento de la salud más adelante", explica William E. Copeland , profesor asociado de psiquiatría y ciencias conductuales de la Facultad de Medicina de la Universidad de Duke y autor principal del estudio, en la nota de prensa de la institución.
Estudios anteriores han sugerido que las víctimas de acoso infantil sufren consecuencias sociales y emocionales en la edad adulta, incluido el aumento de la ansiedad y la depresión. Sin embargo, los niños intimidados también reportan problemas de salud, como susceptibilidad al dolor y a la enfermedad, susceptibilidad que puede ir más allá de los efectos psicológicos.
"Entre las víctimas de acoso escolar, parece que hay un cierto impacto en el estado de salud en la edad adulta", señala Copeland. "En este estudio, nos preguntamos si el acoso infantil puede introducirse bajo la piel para afectar a la salud física."
El estudio
Copeland y sus colegas utilizaron datos del Great Smoky Mountains Study, un potente estudio que ha reunido información sobre 1.420 personas durante más de 20 años. Los individuos fueron seleccionados al azar para participar en el estudio prospectivo, y por lo tanto no tenían un riesgo más alto de enfermedad mental o de ser acosados.
Los participantes fueron entrevistados a lo largo de la infancia, la adolescencia y la edad adulta, y entre otros temas, se les preguntó sobre sus experiencias con el acoso. Los investigadores también recolectaron muestras pequeñas de sangre para observar los factores biológicos. Utilizando las muestras de sangre, los investigadores midieron la proteína C-reactiva (PCR), un marcador de la inflamación de bajo grado y un factor de riesgo para los problemas de salud, incluyendo el síndrome metabólico y la enfermedad cardiovascular.
"Los niveles de PCR se ven afectados por una variedad de factores de estrés, incluida la mala nutrición, la falta de sueño y las infecciones, pero hemos descubierto que también están relacionados con factores psicosociales", explica Copeland. "Comparando con los niveles de PCR pre-existentes en los participantes, incluso antes del acoso, tenemos una comprensión más clara de cómo éste puede cambiar la evolución de los niveles de PCR."
Se analizaron tres grupos de participantes: las víctimas de acoso escolar, los que eran tanto agresores como víctimas, y los que eran solamente acosadores. Aunque los niveles de PCR aumentaban en todos los grupos cuando entraban en la edad adulta, las víctimas de acoso escolar en la infancia tenían unos valores mucho más altos que los adultos de los otros grupos. De hecho, los niveles de PCR aumentaban según el número de veces que los individuos hubieran sido acosados.
Los adultos jóvenes que habían sido tanto matones como víctimas tenían niveles de PCR similares a aquellos que no participaron en situaciones de acoso, mientras que los agresores tenían la PCR más baja, incluso más baja que aquellos no involucrados en las situaciones. Por lo tanto, ser un acosador y mejorar en estatus social a través de esta interacción puede proteger contra subidas en el marcador inflamatorio.
El estudio, realizado en colaboración con la Universidad de Warwick (Reino Unido), la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill y la Universidad de Emory (Atlanta, EE.UU.), se publica online en PNAS esta semana.
"Nuestros resultados se fijan en las consecuencias biológicas de la intimidación, y mediante el estudio de un marcador de inflamación, sugieren un mecanismo potencial de cómo esta interacción social puede afectar al funcionamiento de la salud más adelante", explica William E. Copeland , profesor asociado de psiquiatría y ciencias conductuales de la Facultad de Medicina de la Universidad de Duke y autor principal del estudio, en la nota de prensa de la institución.
Estudios anteriores han sugerido que las víctimas de acoso infantil sufren consecuencias sociales y emocionales en la edad adulta, incluido el aumento de la ansiedad y la depresión. Sin embargo, los niños intimidados también reportan problemas de salud, como susceptibilidad al dolor y a la enfermedad, susceptibilidad que puede ir más allá de los efectos psicológicos.
"Entre las víctimas de acoso escolar, parece que hay un cierto impacto en el estado de salud en la edad adulta", señala Copeland. "En este estudio, nos preguntamos si el acoso infantil puede introducirse bajo la piel para afectar a la salud física."
El estudio
Copeland y sus colegas utilizaron datos del Great Smoky Mountains Study, un potente estudio que ha reunido información sobre 1.420 personas durante más de 20 años. Los individuos fueron seleccionados al azar para participar en el estudio prospectivo, y por lo tanto no tenían un riesgo más alto de enfermedad mental o de ser acosados.
Los participantes fueron entrevistados a lo largo de la infancia, la adolescencia y la edad adulta, y entre otros temas, se les preguntó sobre sus experiencias con el acoso. Los investigadores también recolectaron muestras pequeñas de sangre para observar los factores biológicos. Utilizando las muestras de sangre, los investigadores midieron la proteína C-reactiva (PCR), un marcador de la inflamación de bajo grado y un factor de riesgo para los problemas de salud, incluyendo el síndrome metabólico y la enfermedad cardiovascular.
"Los niveles de PCR se ven afectados por una variedad de factores de estrés, incluida la mala nutrición, la falta de sueño y las infecciones, pero hemos descubierto que también están relacionados con factores psicosociales", explica Copeland. "Comparando con los niveles de PCR pre-existentes en los participantes, incluso antes del acoso, tenemos una comprensión más clara de cómo éste puede cambiar la evolución de los niveles de PCR."
Se analizaron tres grupos de participantes: las víctimas de acoso escolar, los que eran tanto agresores como víctimas, y los que eran solamente acosadores. Aunque los niveles de PCR aumentaban en todos los grupos cuando entraban en la edad adulta, las víctimas de acoso escolar en la infancia tenían unos valores mucho más altos que los adultos de los otros grupos. De hecho, los niveles de PCR aumentaban según el número de veces que los individuos hubieran sido acosados.
Los adultos jóvenes que habían sido tanto matones como víctimas tenían niveles de PCR similares a aquellos que no participaron en situaciones de acoso, mientras que los agresores tenían la PCR más baja, incluso más baja que aquellos no involucrados en las situaciones. Por lo tanto, ser un acosador y mejorar en estatus social a través de esta interacción puede proteger contra subidas en el marcador inflamatorio.
Cuarenta años después
Aunque el acoso escolar es más común y se percibe como menos nocivos que el abuso infantil o el maltrato, los resultados sugieren que la intimidación de este tipo puede alterar los niveles de inflamación en la edad adulta, de forma similar a lo que se ve en otras formas de trauma infantil.
"La mejora del estatus social parece tener ventajas biológicas. Sin embargo, hay otras maneras de experimentar éxito social, además de intimidar a otros", subraya Copeland.
Múltiples estudios han comprobado estos efectos negativos, que pueden durar hasta 40 años, según una investigación del King's College de Londres. Algo más de una cuarta parte de los niños participantes en el estudio (28%) habían sido intimidados ocasionalmente, y el 15% habían sido acosados con frecuencia (tasas similares a la de la población general del Reino Unido).
Las personas que fueron acosadas en la infancia eran más propensos a tener una peor salud física y psicológica y un peor funcionamiento cognitivo al alcanzar los 50. Las acosadas con mayor frecuencia tenían un mayor riesgo de depresión, trastornos de ansiedad y pensamientos suicidas.
Resultados similares se han obtenido en investigaciones del Boston Children's Hospital y de la Universidad de Warwick (que también participa en el estudio publicado esta semana).
Los efectos pueden afectar incluso a la epigenética, según una investigación del Centro de Estudios sobre el Estrés Humano (CSHS) del Hospital Louis-H. Lafontaine de Canadá, que reveló hace año y medio que la intimidación entre iguales puede cambiar la expresión de un gen relacionado con el estado de ánimo, lo que supondría que las víctimas de este tipo de maltrato se vuelven más vulnerables a problemas de salud mental a medida que envejecen.
Aunque el acoso escolar es más común y se percibe como menos nocivos que el abuso infantil o el maltrato, los resultados sugieren que la intimidación de este tipo puede alterar los niveles de inflamación en la edad adulta, de forma similar a lo que se ve en otras formas de trauma infantil.
"La mejora del estatus social parece tener ventajas biológicas. Sin embargo, hay otras maneras de experimentar éxito social, además de intimidar a otros", subraya Copeland.
Múltiples estudios han comprobado estos efectos negativos, que pueden durar hasta 40 años, según una investigación del King's College de Londres. Algo más de una cuarta parte de los niños participantes en el estudio (28%) habían sido intimidados ocasionalmente, y el 15% habían sido acosados con frecuencia (tasas similares a la de la población general del Reino Unido).
Las personas que fueron acosadas en la infancia eran más propensos a tener una peor salud física y psicológica y un peor funcionamiento cognitivo al alcanzar los 50. Las acosadas con mayor frecuencia tenían un mayor riesgo de depresión, trastornos de ansiedad y pensamientos suicidas.
Resultados similares se han obtenido en investigaciones del Boston Children's Hospital y de la Universidad de Warwick (que también participa en el estudio publicado esta semana).
Los efectos pueden afectar incluso a la epigenética, según una investigación del Centro de Estudios sobre el Estrés Humano (CSHS) del Hospital Louis-H. Lafontaine de Canadá, que reveló hace año y medio que la intimidación entre iguales puede cambiar la expresión de un gen relacionado con el estado de ánimo, lo que supondría que las víctimas de este tipo de maltrato se vuelven más vulnerables a problemas de salud mental a medida que envejecen.
Referencia bibliográfica:
William E. Copeland, Dieter Wolke, Suzet Tanya Lereya, Lilly Shanahan, Carol Worthman, and E. Jane Costello. Childhood bullying involvement predicts low-grade systemic inflammation into adulthood. PNAS (2014). DOI: 10.1073/pnas.1323641111
William E. Copeland, Dieter Wolke, Suzet Tanya Lereya, Lilly Shanahan, Carol Worthman, and E. Jane Costello. Childhood bullying involvement predicts low-grade systemic inflammation into adulthood. PNAS (2014). DOI: 10.1073/pnas.1323641111