Ojo de huracán a vista de satélite.
Robert White, profesor de geofísica de la Universidad de Cambridge y co-author con el analista Nick Spencer del libro (en prensa) Christianity, climate change and sustainable living (SPCK, 2007) publica en la revista Cambridge Paper del Jubilee Centre, una reflexión acerca de la importancia que para los cristianos en particular y para la humanidad en general debe tener el cuidado del mundo en el que vivimos.
Destaca el desastre que significa el cambio climático para el medioambiente global, que afectará sobre todo a la población y áreas más desfavorecidas del planeta y, citando a James Lovelock o David King, advierte que nos encontramos en un punto de no retorno y que el cambio climático es una amenaza mucho mayor que la del terrorismo internacional.
No en balde, algunos ya la han bautizado como un “arma de destrucción masiva”, por lo que White reclama responsabilidad a las personas que comparten su fe, criticando por otro lado la actitud de los cristianos durante el último siglo, por considerarla, salvo excepciones, demasiado tibia a la hora de enfrentarse a los problemas medioambientales.
Huyendo de la Nueva Era
Para White, muchos cristianos han optado por alejarse de las inquietudes ecologistas por considerarlas un síntoma de la espiritualidad desarrollada por el movimiento New Age o Nueva Era. Pero, para el creyente, señala, debe haber una conciencia del mundo como creación divina y, por tanto, una inmensa responsabilidad en su cuidado. Y eso implica también la obligación moral de luchar por evitar las desigualdades: “No podemos ser meros espectadores”, señala.
White advierte asimismo del crecimiento continuo de las temperaturas medias globales, una situación sin precedentes en la historia de la humanidad, señalando que hoy por hoy no cabe ninguna duda de que este problema está causado por la emisión de gases de efecto invernadero derivados de la combustión de combustibles fósiles a la atmósfera.
Más refugiados medioambientales
Fenómenos atmosféricos extremos, sequías, olas de calor, huracanes, etc. castigarán especialmente a los más jóvenes y a los más ancianos, así como a las zonas del planeta más marginadas, como el África subsahariana.
Si se tiene en cuenta que un cuarto de la población mundial vive en la pobreza, con un estilo de vida extremadamente vulnerable a estos cambios, se comprende que el problema es de una magnitud gigantesca.
Hoy por hoy, advierte White, ya existen unos 20 millones de refugiados por problemas medioambientales, número que supera el de los refugiados políticos o de guerra.
Daño occidental
White señala asimismo que más de la mitad de las emisiones contaminantes son producidas por Europa y Estados Unidos, es decir, por menos de una sexta parte de la población mundial.
Y afirma que la situación puede cambiar aplicando medidas que mitiguen los efectos, y que prevengan excesos futuros, así como combinando el cambio de los estilos de vida con el uso moderado de las fuentes energéticas o el desarrollo a escala global de fuentes de energía renovable.
Según él, para los cristianos hay fuertes razones que impelen a un comportamiento adecuado, razones relacionadas con su fe y su visión del mundo. Trabajar en conjunto para reducir el calentamiento global, de la misma manera que se está intentando hacer en el sector científico a través del Intergovernmental Panel on Climate Change, supondría un gran paso a favor de la humanidad y el planeta.
Pero, señala, incluso cuando nadie más hiciera nada, eso no absolvería a los cristianos de tomar las riendas de su responsabilidad adoptando estilos de vida sostenibles. Y le parece inmoral que se hable de amor al prójimo a nivel global cuando los efectos de nuestras acciones se hacen notar en las zonas desfavorecidas del planeta, y al mismo tiempo los cristianos no se molesten en tomar medidas.
Cristianos concienciados
White concluye, por tanto, que los cristianos como miembros de una comunidad, de una nación y del planeta en general deberían defender el concepto de la Tierra como obra de Dios y, por tanto, tener intención de cuidarla y respetarla.
Por otro lado, los habitantes de los países industrializados, cuya actividad representa una explotación excesiva de los recursos terrestres, tienen una especial responsabilidad sobre aquello que pueda ocurrirles a las personas que viven en los lugares marginales del mundo, como consecuencia del cambio climático.
Los cristianos, termina, deberían ayudar a esas personas que, al otro lado del mundo, padecen nuestras propias acciones.
Destaca el desastre que significa el cambio climático para el medioambiente global, que afectará sobre todo a la población y áreas más desfavorecidas del planeta y, citando a James Lovelock o David King, advierte que nos encontramos en un punto de no retorno y que el cambio climático es una amenaza mucho mayor que la del terrorismo internacional.
No en balde, algunos ya la han bautizado como un “arma de destrucción masiva”, por lo que White reclama responsabilidad a las personas que comparten su fe, criticando por otro lado la actitud de los cristianos durante el último siglo, por considerarla, salvo excepciones, demasiado tibia a la hora de enfrentarse a los problemas medioambientales.
Huyendo de la Nueva Era
Para White, muchos cristianos han optado por alejarse de las inquietudes ecologistas por considerarlas un síntoma de la espiritualidad desarrollada por el movimiento New Age o Nueva Era. Pero, para el creyente, señala, debe haber una conciencia del mundo como creación divina y, por tanto, una inmensa responsabilidad en su cuidado. Y eso implica también la obligación moral de luchar por evitar las desigualdades: “No podemos ser meros espectadores”, señala.
White advierte asimismo del crecimiento continuo de las temperaturas medias globales, una situación sin precedentes en la historia de la humanidad, señalando que hoy por hoy no cabe ninguna duda de que este problema está causado por la emisión de gases de efecto invernadero derivados de la combustión de combustibles fósiles a la atmósfera.
Más refugiados medioambientales
Fenómenos atmosféricos extremos, sequías, olas de calor, huracanes, etc. castigarán especialmente a los más jóvenes y a los más ancianos, así como a las zonas del planeta más marginadas, como el África subsahariana.
Si se tiene en cuenta que un cuarto de la población mundial vive en la pobreza, con un estilo de vida extremadamente vulnerable a estos cambios, se comprende que el problema es de una magnitud gigantesca.
Hoy por hoy, advierte White, ya existen unos 20 millones de refugiados por problemas medioambientales, número que supera el de los refugiados políticos o de guerra.
Daño occidental
White señala asimismo que más de la mitad de las emisiones contaminantes son producidas por Europa y Estados Unidos, es decir, por menos de una sexta parte de la población mundial.
Y afirma que la situación puede cambiar aplicando medidas que mitiguen los efectos, y que prevengan excesos futuros, así como combinando el cambio de los estilos de vida con el uso moderado de las fuentes energéticas o el desarrollo a escala global de fuentes de energía renovable.
Según él, para los cristianos hay fuertes razones que impelen a un comportamiento adecuado, razones relacionadas con su fe y su visión del mundo. Trabajar en conjunto para reducir el calentamiento global, de la misma manera que se está intentando hacer en el sector científico a través del Intergovernmental Panel on Climate Change, supondría un gran paso a favor de la humanidad y el planeta.
Pero, señala, incluso cuando nadie más hiciera nada, eso no absolvería a los cristianos de tomar las riendas de su responsabilidad adoptando estilos de vida sostenibles. Y le parece inmoral que se hable de amor al prójimo a nivel global cuando los efectos de nuestras acciones se hacen notar en las zonas desfavorecidas del planeta, y al mismo tiempo los cristianos no se molesten en tomar medidas.
Cristianos concienciados
White concluye, por tanto, que los cristianos como miembros de una comunidad, de una nación y del planeta en general deberían defender el concepto de la Tierra como obra de Dios y, por tanto, tener intención de cuidarla y respetarla.
Por otro lado, los habitantes de los países industrializados, cuya actividad representa una explotación excesiva de los recursos terrestres, tienen una especial responsabilidad sobre aquello que pueda ocurrirles a las personas que viven en los lugares marginales del mundo, como consecuencia del cambio climático.
Los cristianos, termina, deberían ayudar a esas personas que, al otro lado del mundo, padecen nuestras propias acciones.