Las tradiciones deben cooperar por una conciencia global en la modernidad líquida

El relativismo ha de ser superado para respetar la multiforme expresión de la libertad humana, en un mundo socializado por las nuevas tecnologías de la información


El mundo, socializado por las nuevas tecnologías de la información, parece tender hacia una amplitud mental, hacia la integración de perspectivas en el proceso de búsqueda de respuestas. Tanto las tradiciones culturales, como las políticas, las sociales y las religiosas, deben cooperar juntas en este contexto, en la construcción de una conciencia global. Pero este esfuerzo no puede confundirse con posturas relativistas que, aunque razonables, deben ser superadas con sentido de humanidad para alcanzar la aceptación y el respeto a la multiforme expresión de la libertad humana. Por Leandro Sequeiros.


Leandro Sequeiros
03/09/2013

Zygmunt Bauman acuñó el término de “Modernidad líquida”. Fuente: Wikimedia Commons.
¿Tu verdad? No, la Verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.
…. ¿Cuál es la verdad? ¿El río
que fluye y pasa
donde el barco y el barquero
son también ondas del agua?
¿O este soñar del marino
siempre con ribera y ancla?


Antonio Machado. Proverbios y Cantares.

Con frecuencia, en los discursos políticos, sociológicos, culturas y religiosos se suele repetir que el relativismo invade demasiados espacios de nuestra realidad cotidiana. Ya hemos hablado en Tendencias21 de la llamada “modernidad líquida”. Pero ¿no se suelen confundir con demasiada frecuencia los conceptos de relativismo y perspectivismo? ¿Existe una tendencia deliberada por parte de algunos poderes fácticos de tachar de relativista lo que solo es una postura perspectivista, un simple punto de vista? ¿Existe demasiado miedo al pluralismo cultural y religioso?

Algunas tradiciones políticas, religiosas y culturales suelen acusar de “relativistas” a todos aquellos que ven de otra manera algunos de los problemas sociales, científicos, morales y teológicos. En general, las ortodoxias no ven con buenos ojos el pluralismo y la diversidad a los que tachan de disidencia cuando no de herejía que debe ser extirpada.

No negamos que en algunos casos se trate de verdaderas fracturas irreconciliables que dejan mutilaciones o al menos cicatrices de por vida. Pero por los general, la aceptación de que las “verdades” se interpretan de modos diferentes según los puntos de vista, no suele ser bien digerida por aquellos que se consideran los depositarios y monopolizadores de la verdad, tanto en su contenido como en su interpretación. La aceptación de que el pluralismo es sano y necesario, no suele ser fácil.

Y el fenómeno de la aceptación del pluralismo no es solo propio del cristianismo y de las religiones en general, sino que es un comportamiento social extensible a todas las formas de organización. Los que detentan cualquier tipo de poder (económico, religioso, político, social, familiar) no suelen permitir los pluralismos. Se puede decir que forma parte de la patología de las organizaciones, comprensible por la necesidad de seguir con el control ideológico y moral y la adhesión incondicional de los miembros del grupo.

Nos proponemos en este ensayo presentar una panorámica general de la reflexión filosófica sobre los conceptos, muy diferentes, de relativismo y perspectivismo, y que pueda ser provechoso para crecer como seres humanos. La autonomía personal, y en ello insiste la llamada modernidad líquida, es una de las tendencias más relevantes que emergen en las sociedades del siglo XXI.

Ese relativismo resbaladizo

Una página web conservadora (Despierta Iglesia ya!) tiene una visión muy particular del relativismo. Entre otras cosas dice: el concepto del relativismo apunta básicamente a eliminar cualquier posibilidad de lo absoluto. Según esta corriente de pensamiento, para esos presuntos relativistas nada es totalmente absoluto y todo depende del punto de vista con que se mire.

“Esta idea se ha enquistado en la iglesia cristiana. Hoy no se eleva el concepto absolutista de la verdad, sino que se presenta una distorsionada idea de ella. Se dice: “tú tienes tu verdad, yo tengo la mía”. Esta filosofía ha permitido el tanto éxito del ecumenismo” (sic!) La formula para unir los diferentes credos, debe tener el ingrediente del relativismo. Muchos han defendido la afamada frase: “La doctrina nos divide, pero el amor nos une” y aceptar aquella premisa pasa obviamente por someterse a la idea relativa de la verdad.

Y continúa: “El relativismo ha dado un fuerte impulso de unificar todas las religiones y ha invertido mucho en la difusión de cualquier idea, sea esta mística o religiosa, que apunte a la unión de los diferentes credos religiosos. Fue bajo esta premisa que nace en Nueva York en 1847 la Sociedad Teosófica, fundada por una mujer ocultista (médium) llamada Helena Blavatsky y cuya enseñanza iba dirigida a lograr la síntesis de la religión, la ciencia, la filosofía y la psicología”.

Como dijo Blavatsky: «Nuestro propósito más importante es resucitar la obra de Ammonius Saccas », ya que la labor de su escuela fue la de «reconciliar a todas las religiones, sectas y naciones bajo un sistema común de ética, fundado en verdades eternas». La finalidad de Saccas era la de «persuadir a gentiles y cristianos, judíos e idólatras, de que abandonaran sus disputas y luchas, teniendo en cuenta que todos poseían la misma verdad bajo varias formas»

La escuela teosófica y su idea del relativismo de la verdad, trascendió con mucha fuerza hacia el siglo XX y dio a luz una nueva corriente de pensamiento, cuya gestación fue en la mente de una poetisa norteamericana llamada Marilyn Ferguson, quien en el año 1980 publica su libro “La conspiración de acuario” que vino a ser un verdadero manual del concepto llamado “La nueva era”.

La nueva era, no es nada nuevo. Es el resurgimiento de ideas y tendencias asentadas por miles de años en la cultura hindú budista. Conceptos como el karma, la reencarnación, el yoga y obviamente la escuela de la verdad en sentido relativo, es parte de esta filosofía diabólica que ahora ha conquistado al mundo de occidente. La nueva era ha penetrado en todos los poderes fácticos y lo más inverosímil, ha entrado en la iglesia.

Y más adelante, insiste en que un sin número de hombres supuestamente “siervos de Dios”, tales como David Yonggi Cho, Kenneth Coppeland, Hagin, Benny Hinn, entre otros, han enseñado técnicas de la nueva era en sus discursos llenos de relativismo. Se habla de visualización, de activación del poder de la palabra o confesión positiva y de incubar anhelos, etc., etc. Y como es la tónica de la apostasía, existe una muchedumbre que los sigue.

Podríamos multiplicar los ejemplos con otros muchos textos que muestran la dificultad de aceptación de la pluralidad en las interpretaciones de los datos de la realidad.

Aproximándonos a la ortodoxia

Como ha escrito el teólogo José Morales, el tema de la ortodoxia está muy unido al interés de los sistemas sociales (y por tanto de las religiones) por el proselitismo y por “la salvación del alma” de los que consideran que están fuera de la verdad. Por supuesto, dan por supuesto que verdad hay solo una y que los “jefes” monopolizan su posesión y su interpretación.

A diferencia de las posturas protestantes tradicionales, el magisterio, y la teología de la Iglesia católica han mantenido una actitud crecientemente positiva no sólo hacia las posibilidades de salvación en el paganismo sino también hacia el valor espiritual de las tradiciones religiosas no cristianas, salvadas siempre las oportunas distancias derivadas de la naturaleza definitiva y plena de la Revelación en Jesucristo.

La posición católica se formula con nitidez en la Encíclica Evangelii Praecones (2 de junio de 1951), de Pío XII, donde se dice que "la Iglesia católica no despreció las creencias de los paganos ni las rechazó, sino que más bien las libró de todo error e impureza, y las consumó y perfeccionó con la sabiduría cristiana".

Estas palabras recogen la conocida idea cristiana de que así como la gracia no destruye la naturaleza, tampoco la revelación propuesta por la Iglesia busca la pura y simple eliminación de las creencias paganas, sino purificarlas de todo error (cfr. Declaración Dominus Iesus, 21-2º). Consideraciones análogas, formuladas con menor precisión, se encontraban ya en la carta Maximum Illud (1919), de Benedicto XV, y en la Encíclica Rerum Ecclesiae (1926), de Pío XI.

Estos pensamientos --en un marco diferente pero con presupuestos semejantes-- reaparecen en la Declaración conciliar Nostra Aetate (28.10.65) con la siguiente formulación: "La Iglesia católica nada rechaza de lo que en estas religiones hay de verdadero y santo. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas, que, aunque discrepan en muchos puntos de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres" (n.2).

La doctrina de la Iglesia no ha usado en los últimos años el binario religión verdadera/religiones falsas, aplicado respectivamente al Cristianismo y a las religiones no cristianas, porque considera que todas las religiones contienen semina Verbi, o elementos y fragmentos de verdad.

El miedo a la diferencia en las tradiciones cristianas

Los magisterios de las tradiciones religiosas cristianas insisten en el carácter no relativo de la verdad, y lo hace también en relación con las religiones no cristianas. La declaración Dignitatis Humanae afirma: "creemos que la única religión verdadera subsiste en la Iglesia católica y apostólica" (nº l ). El uso del verbo subsiste desea evitar la simple identificación entre "única religión verdadera" e "Iglesia católica", (porque también hay elementos de religiosidad que proceden de Dios --semina verbi, praeparatio evangelica-- en diferentes tradiciones religiosas-) "a la vez que destaca el vínculo inseparable que las une" (F. Conesa, "Sobre la "religión verdadera"", Scripta Theologica 30, 1998, 40).

El Concilio Vaticano II quiso mantener las palabras religión y verdad, a pesar de que hubo sugerencias para que se hablase de Evangelio o Revelación en vez de religión. Tampoco fue aceptada la sustitución de veram por rectam o legitimam. El Magisterio conciliar refuerza y complementa enseñanzas de Pablo VI que, en octubre de 1965 decía a los fieles reunidos para el Angelus: "La religión verdadera, aquella querida por Dios, es una sola, es la que nosotros tenemos la fortuna y el deber de practicar" (Insegnamenti 1965, 3, 1148).

El mismo Papa afirma en otra ocasión que la religión católica establece plenamente la relación del hombre con Dios, y añade: "¿Y las otras religiones? Son esfuerzos, intentos, brazos elevados al cielo que buscan llegar allí, pero que no corresponden al gesto que Dios ha hecho para venir al encuentro del hombre. Ese gesto se llamará Cristianismo, vida católica" (Insegnamenti 1966, 4, 1020-21). En una audiencia general celebrada en enero de 1973, Pablo VI volvía a afirmar que "no todas las expresiones religiosas son válidas, pero (que) existe una religión verdadera" (Insegnamenti 1973, 11, 98).

La ortodoxia en Juan Pablo II

Juan Pablo II introduce con frecuencia y desarrolla la idea de la presencia del Espíritu divino en las tradiciones religiosas. Lo hace en la Encíclica Redemptor Hominis (n.5) y en la Dominum et Vivificantem (n.53). La Redemptoris Missio, de 1990, enseña que, gracias a la acción del Espíritu Santo, "hay ya en personas y pueblos una expectación, tal vez inconsciente, por conocer la verdad sobre Dios, sobre el hombre, y sobre el camino que lleva a la liberación del pecado y de la muerte" (n.45).

Antes de la Jornada de Asís, celebrada el 27 de octubre de 1986, Juan Pablo II había explicado a los fieles el sentido de esa celebración, y añadía: "la Iglesia es cada vez más consciente de su misión y de su deber de anunciar al mundo la verdadera salvación, que se encuentra solamente en Jesucristo, Dios y hombre. Sí: es solo en Cristo como todos los hombres pueden salvarse" (Insegnamenti 1986, 9, 2, 1144). Habla a continuación de la necesidad de "descubrir los rayos de la única verdad" que pueden albergarse en otras religiones.

Observaciones semejantes se contienen en la Carta papal dirigida a la quinta Asamblea de las Conferencias Episcopales de Asia (23.6.1990, n.4), y en la Exhortación apostólica Ecclesia in Africa (14.5.1995, n.67).

Durante los últimos años se han difundido en ambientes teológicos opiniones reduccionistas acerca de la función redentora universal de Jesucristo, a quien algunos consideran una de las diversas figuras salvadoras enviadas por Dios a la humanidad. Son teorías que se hallan influidas generalmente por la religiosidad hindú. Una expresión de estas ideas parece encontrarse en obras de Jacques Dupuis S. J. (Verso una teología cristiana del pluralismo religioso, Brescia 1997).

Respondiendo a estas opiniones, Juan Pablo II ha afirmado recientemente: "Cristo, Salvador universal es el único Salvador. San Pedro lo afirma claramente: 'no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que debamos salvarnos' (Hechos 4,12). Al mismo tiempo es proclamado también único mediador entre Dios y los hombres, como enseña la primera carta de San Pablo a Timoteo (1 Tim 2, 5-6)... Así pues, no se pueden admitir, además de Cristo, otras fuentes o caminos autónomos de salvación. Por consiguiente, en las grandes religiones, que la Iglesia considera con respeto y estima en la línea señalada por el Concilio Vaticano II, los cristianos reconocen la presencia de elementos salvíficos, pero que actúan en dependencia del influjo de la gracia de Cristo... También en relación con las religiones, actúa misteriosamente Cristo salvador que en esta obra asocia a su Iglesia" (Audiencia general del miércoles 4 de febrero, Ecclesia, n. 2883, 7.3.1998, p.34).

Estas afirmaciones han sido recogidas de nuevo y desarrolladas en la reciente Declaración de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (6 de agosto, 2000), que lleva el título de Dominus Iesus. Este documento, relativamente extenso, se refiere a la plenitud y carácter definitivo de la Revelación de Jesucristo en el marco de la acción trinitaria salvadora. Habla también de la Iglesia y de su ministerio salvífico y señala que la Iglesia tiene una relación indispensable con la salvación de cada hombre (cfr. Declaración Dominus Iesus, nn. 20 y 21).

Dado que el tema afecta al Ecumenismo por su relación directa con el misterio eclesial, el documento ha suscitado reacciones y comentarios en los ámbitos protestantes y anglicanos, pero su intención doctrinal tiene que ver sobre todo con las religiones. Formular claramente la relación de la economía cristiana con éstas es el fin que se propone Dominus Iesus, que desea ser desde ahora punto de referencia orientador en el diálogo interreligioso.

Pero ¿qué son las ortodoxias?

Ortodoxia es una noción que procede del vocablo latino orthodoxĭa, aunque sus orígenes más remotos se hallan en el griego. El concepto se emplea para nombrar el apego o la adhesión (estar a-críticamente pegado) hacia ciertas creencias o teorías. El poder exige a los de abajo una obediencia ciega a lo que se dice desde arriba. Las creencias o las teorías no deben pasar ningún filtro racional. Todo se decreta (dogma en griego) desde los presuntos detentadores de la verdad. Y lo que es más peligroso, ellos son los únicos intérpretes de lo que es la verdad. La hermenéutica es una ciencia proscrita.

Por ejemplo: “El joven economista pronto se cansó de la ortodoxia liberal y buscó nutrirse de otras fuentes teóricas”, “La ortodoxia indica que esta receta no lleva leche, pero a mi me gusta innovar en la cocina”, “Se trata de un candidato que no agrada a la ortodoxia republicana”.

Podría decirse que lo ortodoxo (en griego, ortos = recto; doxa = opinión) se asocia a lo “correcto” o a lo “verdadero”: por eso es defendido por la mayoría de los integrantes de una comunidad. Lo que escapa de estos principios ortodoxos se califica como heterodoxo, y es promulgado por un grupo minoritario.

Ortega y Gasset echa más leña al fuego

En la filosofía social de José Ortega y Gasset, la ortodoxia viene a identificarse con lo que él denomina creencias (convicciones que no se someten al juicio de la razón y que se van construyendo socialmente en el individuo), mientras que la heterodoxia (desacuerdo con la ortodoxia) se revela con el término ideas (proposiciones, formulaciones, valores, que el individuo autónomo construye racionalmente). Por lo general, en el decurso histórico de una cultura, las ideas se van transformando poco a poco en creencias conforme son asumidas por cada vez más figurantes de una sociedad, constituyéndose en motor del progreso de las mismas.

La ortodoxia es asumida por la ortodoxia del poder y se sustenta o suele sustentar a través de éste y de los medios de comunicación, mientras que la heterodoxia halla más dificultad en poder manifestarse o sencillamente es ignorada o eliminada, según el grado de democracia, representación y heterogeneidad que admite una sociedad. Un nivel suficiente de ortodoxia permite el consenso, la estabilidad política, social y la gobernabilidad de un pueblo al asegurar la cohesión social y un cierto grado de asimilación de los individuos anómicos o heterodoxos de la misma.

Más modernamente, estos fenómenos han sido estudiados, entre otros por expertos en teoría de la comunicación. Umberto Eco, en 1965, difundió estos conceptos en su ensayo “Apocalípticos e integrados en la cultura de masas”.

Heterodoxias y Menéndez y Pelayo

Tal vez el representante más genuino de la historia de las heterodoxias es Marcelino Menéndez y Pelayo. Nacido en una familia provinciana profundamente católica, Menéndez Pelayo escribió “Historia de los Heterodoxos españoles” (publicada en 1880) en este ambiente de catolicismo ultraconservador. Cuando su autor, producto de una madurez vital y una enorme inteligencia, evolucionó hacia posturas de tolerancia religiosa e ideológica se encontró con la oposición radical y los odios de personas como Bernardino Martín Mínguez anclados en el catolicismo más intransigente.

Corre por Santander una simpática anécdota en la que los protagonistas son el popular Alcalde de la ciudad durante la segunda república Macario Rivero y el Presidente de la República Manuel Azaña. Con motivo de una visita oficial a la ciudad del Presidente salió a recibirle a la estación del ferrocarril el Alcalde con toda la corporación municipal. Al poner el pie en tierra y recibir el bastón de mando, el 'intelectual' Azaña pronunció estas palabras:

«Es para mí un gran honor poner el pie en la tierra que vio nacer al autor de 'Los heterodoxos'». Al bueno de Macario, que no se distinguía precisamente por su nivel cultural, el término «heterodoxos» le sonó a cosa de iglesia e inmediatamente le respondió: «¡Sí, señor Presidente, les queremos mucho y todos los años les sacamos en procesión!». Evidentemente el Alcalde pensó que los heterodoxos no eran otros que los santos mártires Emeterio y Celedonio, patrones de la ciudad.

Si la anécdota es cierta, ello demuestra la alta estima en que un hombre como Manuel Azaña, profundamente laico y liberal, tenía a Marcelino Menéndez Pelayo y a su 'Historia de los heterodoxos españoles'. Ello contrasta con las opiniones que de la obra y de su autor había expresado medio siglo antes otro Presidente de la República española, en este caso de la primera, y también liberal, Emilio Castelar y pone de relieve cómo el paso del tiempo sirve para apaciguar las pasiones y amortiguar el peso de las ideologías.

A Menéndez Pelayo le tocó vivir en una de las épocas más convulsas desde el punto de vista político y religioso de la historia de Europa y, en especial, de España. Baste recordar que nació en 1856 en pleno pontificado de Pío IX, autor del famoso Syllabus de todos los errores modernos. Fue el mismo papa que proclamó mediante el concilio Vaticano I su infalibilidad en el preciso momento en que las tropas del rey de Saboya ponían cerco a Roma para convertirla en capital de un Estado Italiano que el papado no reconocerá hasta los Pactos Lateranenses firmados por Pío IX y Mussolini en 1929.

En el Syllabus o colección de los errores modernos de 8 de diciembre de 1864 Pio IX condenó todos los avances de lo que denominamos «la modernidad»: desde el derecho a la libertad religiosa, al matrimonio civil y la separación Iglesia-Estado hasta la idea de que el Sumo Pontífice pueda transigir con «el progreso, el liberalismo y la civilización moderna». Es cierto que Pío IX seguía los pasos de su predecesor Gregorio XVI quien en la Encíclica Mirari Vos de 1832 ya había condenado «la libertad de conciencia», «un pestilente error que se abre paso, escudado en la inmoderada libertad de opiniones que, para ruina de la sociedad religiosa y de la civil, se extiende cada día más por todas partes.».

Aproximación filosófica al relativismo y al perspectivismo

Dentro del marco político, cultural y religioso citado, hemos de realizar una aproximación conceptual a diversos filosóficos. Los epistemólogos se preguntan sobre el estatuto del conocimiento humano. ¿Es posible un conocimiento humano verdadero es.wikipedia.org/wiki/Crítica_de_la_razón_pura? ¿Es posible la verdad? ¿Qué capacidad tiene el ser humano para conocer? ¿No será una mera ilusión lo que llamo "conocer"? ¿Podemos tener certezas? ¿Tiene límites el conocer humano? En el fondo, estamos ante la eterna pregunta ¿qué es la verdad ? Que ha merecido ríos de tinta por parte de los filósofos.

Pero no es este el lugar para desarrollar estas preguntas, que tienen un carácter más académico que práctico. Nos centramos en la propuesta de unos criterios, que deben estar claros en las tendencias del siglo XXI, para separar las propuestas relativistas de las perspectivistas. Ante la pregunta de si ¿es posible a la mente humana adquirir conocimientos verdaderos a los que pueda asentirse sin dudar, con certeza?, históricamente se han dado dos respuestas filosóficas antagónicas a esta cuestión: la excesivamente pesimista (el escepticismo) y la excesivamente optimista (el dogmatismo). Ambas posturas parecen desmedidas, por lo que una reflexión moderada se inclina por articular dos posiciones de consenso (el criticismo y el perspectivismo).

El relativismo, postura escéptica

El escepticismo filosófico es la posición opuesta al dogmatismo. Skeptomai es un verbo griego que significa indagar, examinar, buscar, investigar... El escéptico parte de un hecho para él evidente: el hecho de lo incierto (la no verdad, la ignorancia invencible) e inseguro (la duda, la falta de certeza) de la esfera cognoscitiva. El escéptico es consciente de su ignorancia en muchos campos, (y además ignorancia invencible) y de su duda en otros. El error, la duda, la incertidumbre en la esfera del conocimiento lleva a escéptico a mantener una actitud muy diferente.

Dentro de las tradiciones escépticas se considera que el relativismo es una postura más moderada, alejada tanto del escepticismo metódico de Descartes como del escepticismo metafísico de Hume y Kant. El relativista es negativo respecto a la posibilidad del conocimiento de verdades universales. Pero el relativista no niega sin más (categóricamente) que el conocimiento sea posible y que la Verdad exista. Va más lejos: sostiene simplemente que la verdad y el conocimiento, posibles y existentes de hecho, carecen de validez universal. La expresión clave es "validez universal".

Para el relativista no hay verdades universales, absolutas, independientes del ser humano, incondicionadas. Es decir, verdades absolutamente válidas. Toda verdad, todo conocimiento posee una validez limitada, restringida, relativa, condicionada por múltiples factores y circunstancias que hacen que lo es válido, verdadero en un determinado ámbito o contexto, no lo sea en otro....

Existen muchos matices y escuelas en la concepción relativista del conocimiento humano. Desde el antropocentrismo de Protágoras, para el que "el hombre es la medida de todas las cosas", hasta los relativismos culturales e históricos de Oswald Spengler (1880-1936), los relativismos pragmatistas de William James (1842-1910), hay una amplia gama de posiciones filosóficas (Hans Vaihinger (1852-1933) que acentúa el carácter biologista del pragmatismo de Nietzsche; Aldoux Huxley, para quien la moral se sustenta en el darwinismo; y otros muchos)

Pero todos coinciden, en mayor o menos grado, en afirmar la dificultad humana para acceder a unas verdades universalmente aceptables y aceptadas. Son escasos, cuando no inexistentes, los referentes que puedan guiar de forma universal en el espacio y en el tiempo el camino de los humanos hacia la verdad.

El perspectivismo no es escepticismo

La actitud filosófica que parece abrirse en el siglo XXI tiene mucho en común con el perspectivismo de José Ortega y Gasset. Una postura filosófica que, bien entendida y asumida, abre amplios espacios para la construcción de una sociedad democrática, pluralista y tolerante. Y, si fuera bien asumida por las tradiciones religiosas, podría inaugurar una época de sinergia colectiva hacia la construcción de una sociedad más justa e igualitaria.

El perspectivismo constituye una posición gnoseológica intermedia entre el dogmatismo y el escepticismo. Para el perspectivismo, el conocimiento es siempre y necesariamente perspectivista (se ofrecen perspectiva). Lo cual implica que cada sujeto que conoce aporta -respecto del objeto-cosa o mundo- un punto de vista único, indispensable y plenamente justificado. El perspectivismo así concebido se halla en autores tan distantes histórica y doctrinalmente como son Leibniz, Nietzsche, Simmel, Sartre o Merleau-Ponty.

Ortega parte en su teoría del conocimiento de la constatación de lo que él considera error del dogmatismo y error del escepticismo. A su juicio, ambas posiciones son falsas, dado que parten de un falso supuesto, a saber: el supuesto de que el punto de vista del individuo es falso. Tal supuesto, en el caso concreto del escepticismo, hace que el conocimiento, la verdad, sean imposibles. Esto se debe a que para el escéptico el único punto de vista es el individual. Lo mismo se puede decir del dogmatismo (o racionalismo), puesto que no se renuncia a la verdad (la verdad es posible y real) ha de apelarse necesariamente a un punto de vista supraindividual.

Frente a ambas posturas antagónicas, para Ortega el único punto de vista verdadero, auténtico (incluso posible), es el individual. Sólo por y desde el individuo cabe un conocimiento real del objeto, del cosmos, del universo. Ello no quiere decir sin embargo (y este es el error del escepticismo) que el conocimiento, la verdad, al ser individual sea subjetivo, relativo, (en definitiva, falso). El conocimiento no es falso. La verdad que cada uno aprehende es, desde luego, limitada (no total), fragmentaria (no completa), parcial (no total). Pero en todo caso es real, por ser parte auténtica y genuina del mundo, del universo.

El universo es plural y multiforme, se rompe en añicos en la percepción; cada trozo, cada parte de él, es igualmente real y en conjunto todos forman parte del universo entero. El sujeto selecciona y escoge de la realidad aquella parte que es asimilable por parte de su peculiar estructura psíquica cognoscitiva. ¿Significa esto que el conocimiento así obtenido es claramente subjetivo? Para Ortega, el perspectivismo no implica forzosamente subjetivismo. Y ello porque la perspectiva, el punto de vista de cada perceptor, es componente de lo real. La perspectiva forma parte de la realidad, es uno de sus elementos o ingredientes básicos. De ahí que el perspectivismo no es subjetivismo (en sentido peyorativo) sino propiamente objetivismo, realismo.

Finalmente, el sentido ético de la teoría perspectivista de Ortega es manifiesto. Según esta teoría y como aquí ha quedado claramente de relieve, la verdad es necesariamente plural. Cada sujeto cognoscente (cada sujeto, cada pueblo, cada época histórica) tiene la suya. Nadie puede disputar con nadie el privilegio de una posesión integral de la verdad y del conocimiento. Todos, en mayor o menor medida y desde la perspectiva que a cada cual le ha correspondido, intervienen en el conocimiento y son partícipes de la verdad. La conjunción de perspectivas se impone a fin de lograr una visión integral, absoluta, del universo y de la historia.

Finalizamos con el siguiente texto, ya clásico, que visibiliza con un ejemplo lo que Ortega y Gasset entendía como perspectivismo:

“La realidad, precisamente por serlo y hallarse fuera de nuestras mentes individuales, sólo puede llegar a éstas multiplicándose en mil caras o haces. Desde este Escorial, rigoroso imperio de la piedra y la geometría donde he asentado mi alma, veo en primer término el curvo brazo ciclópeo que extiende hacia Madrid la sierra del Guadarrama. El hombre de Segovia, desde su tierra roja, divisa la vertiente opuesta. ¿Tendría sentido que disputásemos los dos sobre cuál de ambas visiones es la verdadera? Ambas lo son ciertamente, y ciertamente por ser distintas. Si la sierra materna fuera una ficción o una abstracción o una alucinación, podrían coincidir la pupila del espectador segoviano y la mía. Pero la realidad no puede ser mirada sino desde el punto de vista que cada cual ocupa, fatalmente, en el universo. Aquélla y éste son correlativos, y como no se puede inventar la realidad, tampoco puede fingirse el punto de vista.

La verdad, lo real, el universo, la vida ―como queráis llamarlo– se quiebra en facetas innumerables, en vertientes sin cuento, cada una de las cuales da hacia un individuo. Si éste ha sabido ser fiel a su punto de vista, si ha resistido a la eterna seducción de cambiar su retina por otra imaginaria, lo que ve será un aspecto real del mundo. Y viceversa: cada hombre tiene una misión de verdad. Donde está mi pupila no está otra; lo que de la realidad ve mi pupila no lo ve otra. Somos insustituibles, somos necesarios (...). Dentro de la humanidad cada raza, dentro de cada raza cada individuo es un órgano de percepción distinto de todos los demás y como un tentáculo que llega a trozos de universo para los otros inasequibles. La realidad, pues, se ofrece en perspectivas individuales. José Ortega y Gasset, El Espectador, I (Obras Completas, vol. II, Alianza Editorial).

Conclusión

La tolerancia, la aceptación del pluralismo, la autonomía de la propia razón y de la propia conciencia en el contexto de un mundo socializado por las nuevas tecnologías de la información parece tender hacia un mundo más amplio de mente en el que todas las perspectivas puedan integrarse en un proceso total de búsqueda de respuestas. Tanto las tradiciones culturales, como las políticas, las sociales y las religiosas deben cooperar juntas a la construcción de esta conciencia global. Este intento, como hemos visto, no pueden confundirse con las posturas relativistas, razonables pero que deben superarse con sentido de humanidad.

Pero también hemos querido dar la alerta sobre el uso fraudulento y, en ocasiones torticero, con el que se tachan de relativistas las posturas de algunos grupos sociales que son solamente propuestas de perspectivas diferentes. La difícil aceptación del pluralismo en todos sus aspectos, lleva en este siglo XXI a involucionismos que nada tienen que ver con la tendencia a la construcción de religiones más flexibles en estas sociedades abiertas, tolerantes, democráticas e igualitarias.

Leandro Sequeiros San Román. Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Zaragoza. Colaborador de la Cátedra Ciencia, Tecnología y Religión de la Universidad Comillas.



Leandro Sequeiros
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