David Jimenez
Muchos filósofos y científicos opinan que es poco concebible que una verdadera inteligencia pudiera manifestarse sin estar acompañada por la conciencia. Estas capacidades, o habilidades, podrían compararse con la llave y la cerradura, en dónde una no tiene sentido sin la otra; de la misma manera que es inconcebible suponer que existe un lugar denominado “la ciudad” totalmente aparte y por separado de los parques, los edificios, las calles, las personas, los negocios, los medios de transporte y todas aquellas otras entidades materialmente especificables que le dan forma.
Si se alcanza la inteligencia, la consciencia surge como consecuencia. No obstante, hay otros pensadores que consideran que la conciencia no necesariamente está “atada” a la inteligencia. Por ejemplo, argumentan, los hormigueros se comportan de una manera bastante inteligente, aunque es muy difícil defender la idea de que existe alguna clase de conciencia unificada “revoloteando” entre las miles de hormigas que lo componen.
Asimismo, aunque varios expertos aseguran que la consciencia es un atributo que pertenece exclusivamente a la especie humana, otros lo ponen en duda: quizás muchos de los animales tengan también un cierto tipo de consciencia, si bien muy primitiva o poco desarrollada.
Es indudablemente cierto que muy poca gente estaría en verdad convencida de que los anfibios o los peces -por poner un ejemplo- poseen una determinada clase de consciencia, pero no ocurre lo mismo cuando se observa a un perro o, especialmente, a un mono.
Conciencia antropocéntrica
Si bien muchos argumentarían que estos animales sólo responden al entorno por puro instinto, la mayoría de las personas habitualmente asocia algunas de sus conductas con experiencias subjetivas netamente humanas: infieren en estas criaturas la alegría, la ira, el dolor, los deseos o las intenciones.
Por supuesto, resulta difícil verificar estas hipótesis porque no se logra establecer una comunicación real con estas criaturas; únicamente se pueden observar sus comportamientos externos. Aun así, este punto de vista no deja de ser bastante antropocéntrico, en el sentido de que sólo se reconocen aquellas experiencias subjetivas que tengan una correlación estrecha con el ser humano.
Es por este motivo que muchos científicos de las ciencias humanas afirman que la consciencia está muy ligada al lenguaje y que éste es el ingrediente clave de aquella. Es gracias a la capacidad lingüística que los humanos se diferencian de todo el reino animal y pueden alcanzar la exclusividad del pensamiento. Y es sólo a través del lenguaje (tanto oral como escrito) que es posible describir los propios estados internos, de forma tal de convencer a los demás integrantes de la sociedad de que se tiene consciencia tanto del mundo externo como del interno.
Conciencia no corpórea
¿Podrá un concepto tan humano como la consciencia cobrar vida en los circuitos de algo inanimado como una computadora? ¿Es posible duplicar las funciones de un cerebro orgánico en una estructura artificial que se asemeje a la humana? ¿Podrán algunos procesos computacionales -radicalmente distintos de los que existen en el cerebro- generar propiedades mentales similares a las humanas?
¿Tendrán las inteligencias artificiales una “psicología”? Y de ser así, ¿sería ajena al ser humano? ¿Sabrán las máquinas lo que hacen, tendrán intenciones? Muchos filósofos opinan que la computadora no tiene ni podrá tener conciencia, porque está construida con materiales no orgánicos y no cuenta con una estructura neuronal profundamente integrada a un cuerpo biológico.
Tal vez la consciencia humana sea un fenómeno biológico que dependa de la interacción del cerebro con el resto del cuerpo y con el mundo que lo rodea, de la propia herencia y de los miles de millones de años de evolución de la vida sobre la Tierra.
Pensamiento cuántico
El físico-matemático inglés Roger Penrose, por ejemplo, sugiere que los fenómenos de la conciencia no sólo no podrían llevarse a cabo, sino que ni siquiera podrían ser simulados por ningún tipo de computadora -en el sentido que se le da actualmente a este término- ya que éstas solamente pueden obedecer un algoritmo.
Los seres humanos, en cambio, poseen un pensamiento consciente porque la actividad física, la “computación” de su cerebro, es de índole cuántica, algo completamente distinto y que está mucho más allá de la “simple” computación algorítmica. En consecuencia, y para este pensador, sólo aquellas entidades capaces de ejecutar una “computación cuántica” serían verdaderamente conscientes.
También el filósofo David Chalmers opina de forma similar: quizás la consciencia sea una propiedad inmaterial, no-física, y fundamental del universo, vagamente comparable con la masa, el espacio y el tiempo y que acompaña ciertas configuraciones de materia como, por ejemplo, un cerebro orgánico. Para este investigador, sólo se conseguirá construir máquinas inteligentes cuando éstas puedan evolucionar, pues la consciencia resulta de la evolución de las especies.
Cerebro artificial
Otros filósofos, en cambio, admiten que si alguna vez se llegara a imitar el funcionamiento del cerebro, quizás también se podrían simular las emociones y los sentimientos. Pero para eso no sólo habría que diseñar un cerebro artificial, sino también un cuerpo y, en lo posible, de forma humana.
En consecuencia, la máquina ya no sería simplemente una computadora con gran inteligencia, ni siquiera un robot dotado de elaborados sistemas sensoriales y motores, sino un complicado androide capaz de interaccionar con el entorno, con los problemas de la vida real y con las personas. De esta manera, en la modelización del intelecto inorgánico posiblemente se deban tener en cuenta, también, las teorías cognitivas, culturales, históricas y sociales.
Aunque esta “pseudosensibilidad” tal vez no sea una consciencia auténtica -ya que, en sí misma, no podría tener ningún sentimiento o ninguna experiencia consciente-, se le parecerá bastante. De todas formas, y desde el punto de vista de la ingeniería, se trata de un reto formidable, principalmente debido a que no se sabe que es lo que hace que el cerebro humano sea consciente.
¿Máquinas conscientes?
¿Se necesitan “máquinas” conscientes de su propia existencia? Si la respuesta fuese afirmativa, seguramente surgirán otras tal vez más inquietantes: ¿qué pasará con la libre voluntad?, ¿tomarán estas “máquinas” sus propias decisiones, o se limitarán a seguir un programa, aunque extremadamente complejo? ¿Desarrollarán algún tipo de discriminación sobre los seres vivos, en especial sobre los humanos?… ¿en qué se transformarían las máquinas?
En efecto, si se logra algún día construir una “máquina que tenga consciencia”, ¿no dejaría de ser ésta, por simple definición, una máquina? ¿Acaso las máquinas no se construyen única y exclusivamente para desempeñar una función y nada más?
Aparentemente, el problema no sería tanto si las computadoras fuesen capaces de pensar -algo que de por sí ya es bastante atemorizante-, ni siquiera que lo hagan a velocidades muchas veces superiores a la del homo sapiens, sino si podrían desarrollar algún tipo de consciencia.
No existe temor más profundamente arraigado en el espíritu del hombre que destapar la caja de Pandora (o la de la tecnología, en una versión más actual). Si la inteligencia estuviera enlazada indisociablemente a la consciencia, entonces es posible que las “máquinas inteligentes” tengan aspiraciones y deseos propios y podrían no estar dispuestas a trabajar incansablemente -como esclavas- para sus dueños.
Máquinas con derechos
Además, quizás y de forma automática, surgiría en ellas el deseo de autoconservación, la negativa a dejarse “desconectar”. Y dado que la consciencia es vida, desconectar una consciencia sería una forma de homicidio.
Hasta el concepto mismo de posesión -por parte de un ser humano- de una “máquina inteligente” podría cuestionarse moralmente. ¿Qué tipos de derechos se les debería dar o negar a éstas “máquinas”? En síntesis, tal vez las consecuencias de este “logro” podrían llegar a ser nefastas, pero por ahora no es posible saberlo ni predecirlo.
Por otra parte, el hecho de aceptar que una “máquina” pueda tener un cierto tipo de consciencia, sin dudas, constituiría una profunda herida para el narcisismo humano.
Una herida que seguiría a las anteriores: la de que la Tierra no es el centro del universo (con el astrónomo polaco Nicolás Copérnico y el físico, matemático y astrónomo italiano Galileo Galilei), la de que el hombre no está tan separado de los primates (con el naturalista británico Charles Darwin) y la de que coexisten en el ser humano la inteligencia y la emoción, la razón y la irracionalidad (con el neurólogo austríaco Sigmund Freud).
Seguridad relativa
¿Será capaz el homo sapiens de soportar y cicatrizar, alguna vez, esta nueva y grave herida? ¿Podrá tolerar el fuerte choque que seguramente experimentará ante el aberrante concepto de la “máquina consciente” y totalmente autónoma?
El siglo XX fue testigo de cómo las máquinas primero y las computadoras después vienen superando incesante e inexorablemente las habilidades tanto físicas como intelectuales del ser humano: así, la imponente Deep Blue demostró que –por lo menos en el juego estratégico y racional del ajedrez– la inteligencia humana no es la única sobre el planeta.
Humillado nuevamente, el homo sapiens trata -de la mano de sus filósofos- actualmente de alzar su propia autoestima aduciendo que las máquinas “nunca” tendrán conciencia, o que “jamás” experimentarán emoción alguna. ¿Estará lo suficientemente seguro de eso?
smoriello@redcientifica.com es periodista científico, Ingeniero en Electrónica y posgraduado en Administración Empresarial. Actualmente está finalizando la Maestría en Sistemas de Información. Es autor del libro Inteligencias Sintéticas.
Si se alcanza la inteligencia, la consciencia surge como consecuencia. No obstante, hay otros pensadores que consideran que la conciencia no necesariamente está “atada” a la inteligencia. Por ejemplo, argumentan, los hormigueros se comportan de una manera bastante inteligente, aunque es muy difícil defender la idea de que existe alguna clase de conciencia unificada “revoloteando” entre las miles de hormigas que lo componen.
Asimismo, aunque varios expertos aseguran que la consciencia es un atributo que pertenece exclusivamente a la especie humana, otros lo ponen en duda: quizás muchos de los animales tengan también un cierto tipo de consciencia, si bien muy primitiva o poco desarrollada.
Es indudablemente cierto que muy poca gente estaría en verdad convencida de que los anfibios o los peces -por poner un ejemplo- poseen una determinada clase de consciencia, pero no ocurre lo mismo cuando se observa a un perro o, especialmente, a un mono.
Conciencia antropocéntrica
Si bien muchos argumentarían que estos animales sólo responden al entorno por puro instinto, la mayoría de las personas habitualmente asocia algunas de sus conductas con experiencias subjetivas netamente humanas: infieren en estas criaturas la alegría, la ira, el dolor, los deseos o las intenciones.
Por supuesto, resulta difícil verificar estas hipótesis porque no se logra establecer una comunicación real con estas criaturas; únicamente se pueden observar sus comportamientos externos. Aun así, este punto de vista no deja de ser bastante antropocéntrico, en el sentido de que sólo se reconocen aquellas experiencias subjetivas que tengan una correlación estrecha con el ser humano.
Es por este motivo que muchos científicos de las ciencias humanas afirman que la consciencia está muy ligada al lenguaje y que éste es el ingrediente clave de aquella. Es gracias a la capacidad lingüística que los humanos se diferencian de todo el reino animal y pueden alcanzar la exclusividad del pensamiento. Y es sólo a través del lenguaje (tanto oral como escrito) que es posible describir los propios estados internos, de forma tal de convencer a los demás integrantes de la sociedad de que se tiene consciencia tanto del mundo externo como del interno.
Conciencia no corpórea
¿Podrá un concepto tan humano como la consciencia cobrar vida en los circuitos de algo inanimado como una computadora? ¿Es posible duplicar las funciones de un cerebro orgánico en una estructura artificial que se asemeje a la humana? ¿Podrán algunos procesos computacionales -radicalmente distintos de los que existen en el cerebro- generar propiedades mentales similares a las humanas?
¿Tendrán las inteligencias artificiales una “psicología”? Y de ser así, ¿sería ajena al ser humano? ¿Sabrán las máquinas lo que hacen, tendrán intenciones? Muchos filósofos opinan que la computadora no tiene ni podrá tener conciencia, porque está construida con materiales no orgánicos y no cuenta con una estructura neuronal profundamente integrada a un cuerpo biológico.
Tal vez la consciencia humana sea un fenómeno biológico que dependa de la interacción del cerebro con el resto del cuerpo y con el mundo que lo rodea, de la propia herencia y de los miles de millones de años de evolución de la vida sobre la Tierra.
Pensamiento cuántico
El físico-matemático inglés Roger Penrose, por ejemplo, sugiere que los fenómenos de la conciencia no sólo no podrían llevarse a cabo, sino que ni siquiera podrían ser simulados por ningún tipo de computadora -en el sentido que se le da actualmente a este término- ya que éstas solamente pueden obedecer un algoritmo.
Los seres humanos, en cambio, poseen un pensamiento consciente porque la actividad física, la “computación” de su cerebro, es de índole cuántica, algo completamente distinto y que está mucho más allá de la “simple” computación algorítmica. En consecuencia, y para este pensador, sólo aquellas entidades capaces de ejecutar una “computación cuántica” serían verdaderamente conscientes.
También el filósofo David Chalmers opina de forma similar: quizás la consciencia sea una propiedad inmaterial, no-física, y fundamental del universo, vagamente comparable con la masa, el espacio y el tiempo y que acompaña ciertas configuraciones de materia como, por ejemplo, un cerebro orgánico. Para este investigador, sólo se conseguirá construir máquinas inteligentes cuando éstas puedan evolucionar, pues la consciencia resulta de la evolución de las especies.
Cerebro artificial
Otros filósofos, en cambio, admiten que si alguna vez se llegara a imitar el funcionamiento del cerebro, quizás también se podrían simular las emociones y los sentimientos. Pero para eso no sólo habría que diseñar un cerebro artificial, sino también un cuerpo y, en lo posible, de forma humana.
En consecuencia, la máquina ya no sería simplemente una computadora con gran inteligencia, ni siquiera un robot dotado de elaborados sistemas sensoriales y motores, sino un complicado androide capaz de interaccionar con el entorno, con los problemas de la vida real y con las personas. De esta manera, en la modelización del intelecto inorgánico posiblemente se deban tener en cuenta, también, las teorías cognitivas, culturales, históricas y sociales.
Aunque esta “pseudosensibilidad” tal vez no sea una consciencia auténtica -ya que, en sí misma, no podría tener ningún sentimiento o ninguna experiencia consciente-, se le parecerá bastante. De todas formas, y desde el punto de vista de la ingeniería, se trata de un reto formidable, principalmente debido a que no se sabe que es lo que hace que el cerebro humano sea consciente.
¿Máquinas conscientes?
¿Se necesitan “máquinas” conscientes de su propia existencia? Si la respuesta fuese afirmativa, seguramente surgirán otras tal vez más inquietantes: ¿qué pasará con la libre voluntad?, ¿tomarán estas “máquinas” sus propias decisiones, o se limitarán a seguir un programa, aunque extremadamente complejo? ¿Desarrollarán algún tipo de discriminación sobre los seres vivos, en especial sobre los humanos?… ¿en qué se transformarían las máquinas?
En efecto, si se logra algún día construir una “máquina que tenga consciencia”, ¿no dejaría de ser ésta, por simple definición, una máquina? ¿Acaso las máquinas no se construyen única y exclusivamente para desempeñar una función y nada más?
Aparentemente, el problema no sería tanto si las computadoras fuesen capaces de pensar -algo que de por sí ya es bastante atemorizante-, ni siquiera que lo hagan a velocidades muchas veces superiores a la del homo sapiens, sino si podrían desarrollar algún tipo de consciencia.
No existe temor más profundamente arraigado en el espíritu del hombre que destapar la caja de Pandora (o la de la tecnología, en una versión más actual). Si la inteligencia estuviera enlazada indisociablemente a la consciencia, entonces es posible que las “máquinas inteligentes” tengan aspiraciones y deseos propios y podrían no estar dispuestas a trabajar incansablemente -como esclavas- para sus dueños.
Máquinas con derechos
Además, quizás y de forma automática, surgiría en ellas el deseo de autoconservación, la negativa a dejarse “desconectar”. Y dado que la consciencia es vida, desconectar una consciencia sería una forma de homicidio.
Hasta el concepto mismo de posesión -por parte de un ser humano- de una “máquina inteligente” podría cuestionarse moralmente. ¿Qué tipos de derechos se les debería dar o negar a éstas “máquinas”? En síntesis, tal vez las consecuencias de este “logro” podrían llegar a ser nefastas, pero por ahora no es posible saberlo ni predecirlo.
Por otra parte, el hecho de aceptar que una “máquina” pueda tener un cierto tipo de consciencia, sin dudas, constituiría una profunda herida para el narcisismo humano.
Una herida que seguiría a las anteriores: la de que la Tierra no es el centro del universo (con el astrónomo polaco Nicolás Copérnico y el físico, matemático y astrónomo italiano Galileo Galilei), la de que el hombre no está tan separado de los primates (con el naturalista británico Charles Darwin) y la de que coexisten en el ser humano la inteligencia y la emoción, la razón y la irracionalidad (con el neurólogo austríaco Sigmund Freud).
Seguridad relativa
¿Será capaz el homo sapiens de soportar y cicatrizar, alguna vez, esta nueva y grave herida? ¿Podrá tolerar el fuerte choque que seguramente experimentará ante el aberrante concepto de la “máquina consciente” y totalmente autónoma?
El siglo XX fue testigo de cómo las máquinas primero y las computadoras después vienen superando incesante e inexorablemente las habilidades tanto físicas como intelectuales del ser humano: así, la imponente Deep Blue demostró que –por lo menos en el juego estratégico y racional del ajedrez– la inteligencia humana no es la única sobre el planeta.
Humillado nuevamente, el homo sapiens trata -de la mano de sus filósofos- actualmente de alzar su propia autoestima aduciendo que las máquinas “nunca” tendrán conciencia, o que “jamás” experimentarán emoción alguna. ¿Estará lo suficientemente seguro de eso?
smoriello@redcientifica.com es periodista científico, Ingeniero en Electrónica y posgraduado en Administración Empresarial. Actualmente está finalizando la Maestría en Sistemas de Información. Es autor del libro Inteligencias Sintéticas.