Una nueva teoría sobre adaptaciones tempranas de los humanos sugiere que nuestros ancestros desarrollaron la capacidad de jugar para propiciar el desarrollo de una forma de vida muy cooperativa.
Según un psicólogo del Boston College de Estados Unidos, llamado Peter Gray, el uso del juego en los humanos antiguos habría ayudado a vencer las tendencias de agresión y de dominio que habrían hecho imposible una sociedad cooperadora. El juego se ha mantenido en nuestra especie como herramienta de cohesión social desde entonces hasta la actualidad… o casi.
Gray explica en un comunicado emitido por el Boston College que “el juego y el humor no son sólo formas de divertirnos sino que sirven para promover las actitudes igualitarias, intensificar la coparticipación, y en su momento ayudaron a los humanos cazadores-recolectores a conseguir la paz social de la que dependían para sobrevivir”.
El juego ideal
En un artículo aparecido en la revista especializada American Journal of Play, Gray señala que los humanos de aquella época utilizaban el humor, de manera deliberada, para mantener la igualdad y evitar los altercados. Incluso sus leyes y rituales tenían cualidades similares a las del juego.
En la actualidad, sin embargo, las actividades lúdicas que permiten contrarrestar la avaricia o la arrogancia, y que promueven la empatía se han perdido en gran medida. Según Gray, no sería exagerado “sugerir que las acciones egoístas que han propiciado el colapso económico reciente son, en parte, síntomas de una sociedad que ha olvidado cómo jugar”.
El interés por el juego cada vez es mayor entre psicólogos, educadores y el público general porque “la gente está empezando a darse cuenta de que hemos ido muy lejos en la dirección de enseñar a los niños únicamente a competir”, afirmó el psicólogo.
Y continuó: “hemos privado a los niños de las formas normales, no-competitivas, del juego social, que tan esencial resulta para el desarrollo del sentido de igualdad, de conexión y de empatía”.
Juego libre
Gray afirma que el tipo de “juego” que en su momento ayudó a desarrollar estas cualidades a los niños de nuestros ancestros sería aquél que es libremente escogido, que mezcla edades, que no está organizado por los adultos y que no es competitivo. Este “juego libre” es muy diferente a los entretenimientos actuales de los niños: videojuegos, ver la televisión o actividades extraescolares y deportes.
Por otro lado, la presencia habitual de adultos supervisores y observadores en los juegos infantiles hace que los niños se pongan en una disposición competitiva. De esta forma se pierden las ventajas que otorgan los juegos auto-organizados: con ellos los niños aprenden a llevarse bien con personas diversas, a comprometerse y a anticipar y conocer las necesidades de los demás (para que otros quieran seguir jugando contigo, por ejemplo, debes ser capas de ver el mundo desde su óptica).
“Los niños y los adolescentes de las culturas cazadoras-recolectoras jugaban “juegos libres” constantemente, convirtiéndose así en adultos extraordinariamente cooperativos e igualitarios”, señala Gray.
Por tanto el juego termina siendo un componente fundamental de la naturaleza humana en la edad adulta, al haber permitido que los alumnos se desarrollaran como seres intensamente sociales y colaboradores.
El juego a todos los niveles
En el transcurso de la investigación de Gray, se hizo cada vez más evidente que el juego y el humor se hallaban en el núcleo de las estructuras sociales de los cazadores-recolectores adultos.
Éstos usaban el humor, deliberadamente, para mantener las igualdades y evitar los conflictos, y sus modos de compartir presentaban cualidades similares a las de los juegos.
Sus creencias religiosas y sus ceremonias también eran festivas y estaban basadas en suposiciones acerca de sus propias deidades de igualdad, humor y voluntades antojadizas.
Asimismo, en las sociedades cazadoras-recolectoras, también se mantenían actitudes “juguetonas” en la caza, durante la recolección y durante otras actividades de subsistencia, en parte para permitir que cada persona eligiese cuándo, cómo y cuanto se ocuparía en dichas actividades.
Es decir, que el juego no sólo ayudaba a comprometerse en actividades comunes sino también a mantener en cierta medida la autonomía individual.
Según Kirk M. Endicott, un antropólogo experto en estas sociedades del Dartmouth College de Estados Unidos, “la perspectiva de Gray ayudaría a comprender porqué algunas sociedades pueden mantenerse en armonía y ser cooperativas, aunque al mismo tiempo fomenten la autonomía de los individuos”.
Según un psicólogo del Boston College de Estados Unidos, llamado Peter Gray, el uso del juego en los humanos antiguos habría ayudado a vencer las tendencias de agresión y de dominio que habrían hecho imposible una sociedad cooperadora. El juego se ha mantenido en nuestra especie como herramienta de cohesión social desde entonces hasta la actualidad… o casi.
Gray explica en un comunicado emitido por el Boston College que “el juego y el humor no son sólo formas de divertirnos sino que sirven para promover las actitudes igualitarias, intensificar la coparticipación, y en su momento ayudaron a los humanos cazadores-recolectores a conseguir la paz social de la que dependían para sobrevivir”.
El juego ideal
En un artículo aparecido en la revista especializada American Journal of Play, Gray señala que los humanos de aquella época utilizaban el humor, de manera deliberada, para mantener la igualdad y evitar los altercados. Incluso sus leyes y rituales tenían cualidades similares a las del juego.
En la actualidad, sin embargo, las actividades lúdicas que permiten contrarrestar la avaricia o la arrogancia, y que promueven la empatía se han perdido en gran medida. Según Gray, no sería exagerado “sugerir que las acciones egoístas que han propiciado el colapso económico reciente son, en parte, síntomas de una sociedad que ha olvidado cómo jugar”.
El interés por el juego cada vez es mayor entre psicólogos, educadores y el público general porque “la gente está empezando a darse cuenta de que hemos ido muy lejos en la dirección de enseñar a los niños únicamente a competir”, afirmó el psicólogo.
Y continuó: “hemos privado a los niños de las formas normales, no-competitivas, del juego social, que tan esencial resulta para el desarrollo del sentido de igualdad, de conexión y de empatía”.
Juego libre
Gray afirma que el tipo de “juego” que en su momento ayudó a desarrollar estas cualidades a los niños de nuestros ancestros sería aquél que es libremente escogido, que mezcla edades, que no está organizado por los adultos y que no es competitivo. Este “juego libre” es muy diferente a los entretenimientos actuales de los niños: videojuegos, ver la televisión o actividades extraescolares y deportes.
Por otro lado, la presencia habitual de adultos supervisores y observadores en los juegos infantiles hace que los niños se pongan en una disposición competitiva. De esta forma se pierden las ventajas que otorgan los juegos auto-organizados: con ellos los niños aprenden a llevarse bien con personas diversas, a comprometerse y a anticipar y conocer las necesidades de los demás (para que otros quieran seguir jugando contigo, por ejemplo, debes ser capas de ver el mundo desde su óptica).
“Los niños y los adolescentes de las culturas cazadoras-recolectoras jugaban “juegos libres” constantemente, convirtiéndose así en adultos extraordinariamente cooperativos e igualitarios”, señala Gray.
Por tanto el juego termina siendo un componente fundamental de la naturaleza humana en la edad adulta, al haber permitido que los alumnos se desarrollaran como seres intensamente sociales y colaboradores.
El juego a todos los niveles
En el transcurso de la investigación de Gray, se hizo cada vez más evidente que el juego y el humor se hallaban en el núcleo de las estructuras sociales de los cazadores-recolectores adultos.
Éstos usaban el humor, deliberadamente, para mantener las igualdades y evitar los conflictos, y sus modos de compartir presentaban cualidades similares a las de los juegos.
Sus creencias religiosas y sus ceremonias también eran festivas y estaban basadas en suposiciones acerca de sus propias deidades de igualdad, humor y voluntades antojadizas.
Asimismo, en las sociedades cazadoras-recolectoras, también se mantenían actitudes “juguetonas” en la caza, durante la recolección y durante otras actividades de subsistencia, en parte para permitir que cada persona eligiese cuándo, cómo y cuanto se ocuparía en dichas actividades.
Es decir, que el juego no sólo ayudaba a comprometerse en actividades comunes sino también a mantener en cierta medida la autonomía individual.
Según Kirk M. Endicott, un antropólogo experto en estas sociedades del Dartmouth College de Estados Unidos, “la perspectiva de Gray ayudaría a comprender porqué algunas sociedades pueden mantenerse en armonía y ser cooperativas, aunque al mismo tiempo fomenten la autonomía de los individuos”.