La sociedad civil como protagonista del futuro

¿Es posible una sostenibilidad socio-política de libertad y solidaridad?


No se puede poner en duda que hoy se habla mucho de sociedad civil. Se habla de ella como una instancia nueva que podría contribuir a impulsar, quizá incluso a protagonizar, los cambios socio-políticos necesarios para resolver los problemas políticos y económicos de la humanidad que evitan que ésta pueda alcanzar sus ideales. Pero, ¿de qué ideales estamos hablando? ¿Qué obstáculos cortan el acceso a ellos? ¿Qué habría que hacer para posibilitarlos? ¿Por qué la historia lleva hoy a ver en la sociedad civil un factor nuevo de cambio? Por Javier Monserrat.


Javier Monserrat
11/06/2013

No se puede poner en duda que hoy se habla mucho de sociedad civil. ¿Hacia dónde camina la humanidad? Cabe apuntar que el futuro de la humanidad no será sostenible, es decir, podría ser inestable por un profundo desasosiego nacido de la inquietud de que no se realiza lo que se debiera realizar.

Si estos ideales ético-utópicos de nuestro tiempo no encuentran el cauce de su realización a través del proyecto-de-acción-en-común que los hiciera posibles, no será nunca viable la estabilidad sostenible de los sistemas socio-políticos. Se querrá cambiar, derribar el sistema socio-político que no hace posibles los ideales humanos y la tensión política dificultará el bienestar y el progreso sostenido.

¿Por qué es así? En el siguiente artículo vamos a indagar en los ideales ético-utópicos de la sociedad emergente. En un segundo artículo sobre este mismo tema, y que saldrá publicado la próxima semana en Tendencias21, nos preguntaremos por el nuevo orden internacional que podría darles realidad.

Parece haber llegado el momento de la sociedad civil

La tesis que defendemos afirma que hoy confluyen una serie de circunstancias que impulsan el nacimiento de un nuevo protagonismo histórico de la sociedad civil consistente en su organización autónoma frente al poder político, hasta llegar a estar en condiciones de imponer al poder político el rumbo del gobierno de las naciones en orden al cumplimiento de los ideales humanos en lo social, político y económico.

Esta tesis no niega ni las sociedades democráticas ni el papel de los partidos políticos en ellas para asumir el gobierno de las naciones. Por tanto, esta tesis considera también que el nuevo papel emergente de la sociedad civil no deberá ser constituir un nuevo partido político. La sociedad civil deberá organizarse con una total autonomía frente al poder político.

En las sociedades democráticas el gobierno resulta del voto de los ciudadanos y por ello depende en último término de lo que decide la sociedad civil. Si esta se organizara en movimientos de opinión política que tuvieran una dirección, respondieran unitariamente y se extendieran en una dimensión internacional, entonces estos movimiento, bien dirigidos, podrían imponer al poder político las líneas de acción que llevaran hacia lo que la sensibilidad social demandara [1] .

Para que la organización eficaz de la sociedad civil pudiera nacer y gestionarse deberían cumplirse una serie de condiciones. 1) Que existiera un ideal ético y utópico claro y definido con el que pudieran identificarse la mayoría de los ciudadanos. 2) Que existiera un proyecto claro y definido de actuación socio-político-económica que permitiera la realización de ese ideal ético-utópico de la sociedad y que fuera entendible por el conjunto de los ciudadanos. 3) Que existiera la persuasión de que la vía más rápida y eficaz para promover estos ideales, y el proyecto socio-político-económico que puede hacerlos realidad, es la organización autónoma de la sociedad civil.

4) Que exista una obra teórica previa, es decir, una filosofía socio-política-económica, aportada por los intelectuales, que explicara la naturaleza de los ideales y del proyecto socio-político-económico que los realiza, así como el papel de la sociedad civil en promoverlo, estudiando en detalle el diseño de organización eficaz y viable para el movimiento de acción civil que debería generarse. 5) Que existieran líderes civiles que, inspirados en la obra de los intelectuales, promovieran primero la toma de conciencia civil de los ideales de este momento histórico, proclamaran el proyecto que los realiza, despertaran la conciencia ciudadana y organizaran eficazmente el movimiento de acción civil orientado a darles realidad por medio de una intervención sobre los partidos políticos, hecha desde fuera, pero que los forzara a asumir la gestión de los ideales sociales.

La aparición de esta forma de organización de la sociedad civil, con autonomía frente a los partidos políticos pero con intención de condicionar el voto a ciertas políticas orientadas a realizar los ideales populares de justicia, libertad, solidaridad y prosperidad, representa una novedad definida, puesto que algo similar no se ha dado ni en el pasado ni en el presente.

Como sucede con toda anticipación intelectual de algo que podría pasar pero que de momento no es un hecho definido, es muy fácil una actitud descalificatoria de principio: es imposible que algo así pudiera pasar, no hay quien lo organice, no tendría nunca la fuerza moral para recabar los apoyos suficientes, es pura imaginación y utopía, etc. Quiero insistir que defender la tesis mencionada sobre el protagonismo emergente de la sociedad civil no es una profecía. No somos profetas, es decir, no tenemos la intención de anunciar el cumplimiento necesario de ciertos sucesos futuros.

Es simplemente el enunciado de una prognosis socio-político-económica (el protagonismo civil como novedad histórica emergente) que se cumpliría sólo bajo ciertas condiciones, cuya emergencia incipiente ya estamos hoy en condiciones de constatar. La prognosis, ¿se cumplirá? No lo sabemos.

Es imposible saberlo porque en parte depende de la voluntad humana: por ejemplo, de la fuerza del movimiento intelectual previo y de la eventualidad de que haya líderes civiles capaces de gestionar los nuevos movimientos de acción civil. Lo que sí puede afirmarse es que existen síntomas premonitorios, hechos históricos y argumentos bien construidos en filosofía política que permiten anticipar que esta prognosis podría llegar a cumplirse.

Por una parte, la reconstrucción de los movimientos ideológicos de los últimos siglos nos hacen vislumbrar que tiene una lógica histórica definida pensar que se está produciendo la emergencia de un nuevo ideal ético-utópico que exigiría una nueva forma de organización socio-político-económica y un nuevo protagonismo de la sociedad civil.

Por otra parte, hay una serie de síntomas inequívocos de que la sociedad civil se está organizando y se está acercando a ejercer un nuevo protagonismo. Además, finalmente, la obra de los intelectuales está ofreciendo reflexiones cada vez más pertinentes que pudieran servir de guía a los líderes civiles que pudieran aparecer. Sin embargo, lo que hoy está ya sucediendo merece una reflexión.

Hace años no se oía ni hablar de la sociedad civil y dominaban completamente las ideologías del pasado. Pero a partir de los años noventa del pasado siglo, comienza a nacer el movimiento de las ONGs que muestra una sociedad civil capaz de organizarse al margen del poder político para contribuir de forma responsable y ciudadana a resolver multitud de problemas inmediatos y urgentes de atención humana.

Pero han comenzado ya los síntomas de que la organización civil está dando un paso adelante y se aventura a intentar controlar el poder político. Se tiene la intuición de que la gran masa popular se siente al margen de los partidos políticos (que por otra parte la tienen atrapada) y no se identifican con la marcha del mundo. Se intuye que la gran masa civil de ciudadanos están necesitando y pidiendo un liderazgo nuevo.

Movimientos como el 15M en España o el movimiento de Beppe Grillo en Italia, muestran que ya hay quienes tratan de asumir este liderazgo. El movimiento del 0.7, o el movimiento ATTAC, o la promoción de la introducción de la Tasa Tobin aplicada al desarrollo solidario, son, entre otros, movimientos que muestran que el movimiento de las ONGs está entrando en la conciencia de que la sociedad civil debe organizarse internacionalmente para imponer unas reglas justas al gobierno político de las naciones [2] .

Sin embargo, estos movimientos, y otros similares, a nuestro entender, se han gestionado con un liderazgo fallido. Han tratado de apropiarse de una sensibilidad emergente (intuida por todos porque está en el ambiente), que en el fondo no entienden en su verdadera significación histórica, para utilizarla como ocasión coyuntural para gestionar ideologías del pasado radicales y revolucionarias, cuyo momento histórico ha pasado.

Para que nazca un movimiento civil eficaz y viable, deben cumplirse, como veremos, ciertas condiciones de las que la sociedad civil debe llegar a tener una conciencia clara: debe representar con precisión el sentir ético-utópico de la sociedad civil moderna; debe tener una idea clara de lo que debería hacerse, un programa preciso; no debe por ello mismo tener un diseño nacional sino internacionalista; debe ser una propuesta de acción diseñada de tal modo que pueda estar abierta a todos, debe ser universalista; debe ser una propuesta de acción que sea viable y, para ello, no puede ser revolucionaria, ya que “ponerlo todo patas arriba” no es viable y puede producir a corto plazo problemas insolubles.

Los intentos fallidos de liderar esta inquietud emergente de la sociedad civil moderna muestra, en efecto, que no todo diseño vale. Sólo un liderazgo gestionado como la historia pide que sea gestionado, podrá aspirar a ejercer el papel que la historia moderna exige. No basta con que las cosas sean posibles: hay que saber darles realidad por una gestión adecuada y bien diseñada.

¿Es viable la organización de la sociedad civil que aquí proponemos sólo como una conjetura construida en filosofía política? Esta pregunta es para nosotros decisiva porque entendemos que sólo vale la pena que comprometerse por proyectos que sean “viables” y, por tanto, “posibles”. ¿Es viable una organización de la sociedad civil que llegara a controlar desde fuera el poder político para imponer un rumbo humanista de la historia humana? Es seguro que habrá quien de salida pondere esta posibilidad con sospechas y descalificaciones.

Sin embargo, ¿es así? Creemos, en efecto, que la organización civil es viable y que podría controlar la actuación de gobierno de las naciones. ¿Acaso cabe poner en duda que en las democracias el poder depende del voto de los ciudadanos? La verdad no veo que este hecho pueda ponerse en duda, a no ser que se produjera una inflexión fascista.

Además, ¿acaso puede negarse que pueda promoverse entre los ciudadanos un movimiento de opinión pública al margen de los partidos políticos? Esto existe ya en miles de campos, sobre todo en la moderna sociedad de la información que proporciona tecnologías potentes para extender la opinión pública y la participación ciudadana.

¿Acaso no es viable que estos movimientos de opinión ciudadana sobre los grandes ideales ético-utópicos de nuestro tiempo, bien gestionados, dieran lugar a compromisos de voto, extendidos en ámbitos internacionales, que impusieran un cambio humanista en el gobierno político de las naciones? La verdad no somos capaces de entender que objeciones pueden ponerse a que esto llegara a ser viable.

Aceptar que fuera viable no significa que llegue a ser realizado. Es evidente que depende de condiciones. ¿Cuáles son? La primera es que, en efecto, exista un nuevo horizonte ético-utópico, sentido mayoritariamente por los ciudadanos de nuestro tiempo, transversal (interclasista) e internacional, que ofrezca una idea pragmática, un proyecto preciso, de lo que debería hacerse.

Por ello, la segunda es que ese ideal ético-utópico se traduzca en un proyecto-de-acción-en-común que debiera realizarlo. La tercera es que exista un diseño preciso y factible de organización de la sociedad civil para hacer realidad ese proyecto que realiza los ideales ético-utópicos a que se ven impelidos los ciudadanos.

Un futuro socio-político-económico sostenible

Antes de analizar con algo más de detalle estas tres condiciones queremos apuntar que el futuro de la humanidad no será sostenible, es decir, será inestable por un profundo desasosiego nacido de la inquietud de que no se realiza lo que se debiera realizar.

Si estos ideales ético-utópicos de nuestro tiempo no encuentran el cauce de su realización a través del proyecto-de-acción-en-común que los hiciera posible, no será nunca posible la estabilidad sostenible del sistema socio-político. Se querrá cambiar, derribar el sistema socio-político que no hace posibles los ideales humanos y la tensión política dificultará el bienestar y el progreso sostenido. ¿Por qué es así?

A) Las sociedades humanas dependen, en efecto, de su organización socio-política. De la soberanía de las naciones –en un marco de relaciones internacionales– dependen las leyes que rigen las interacciones humanas y también las reglas de juego para la actividad productiva creadora de riqueza, así como la regulación económico-financiera y comercial que la hace posible.

El mundo actual, nacional e internacional, viene de un pasado en el que estuvieron vigentes y se ensayaron diferentes formas de organización socio-política. ¿Dónde estamos hoy? ¿Qué diferentes formas de organización socio-política conviven en la actualidad? El conjunto de la organización socio-política del mundo que hoy tenemos, ¿es sostenible en el futuro? ¿Hacia dónde se encamina? ¿Es capaz de sostener los bienes alcanzados hasta el momento y garantizar un progreso sostenido hacia el bienestar futuro?

B) Al preguntar por su sostenibilidad socio-política estamos preguntando si la sociedad posee aquellas condiciones para hacer posible su acceso a la realización de las aspiraciones humanas: libertad, respeto igualitario a la dignidad de todos, la solidaridad y la justicia en la posesión y en el disfrute de los bienes, eliminando la indignidad universal de la pobreza. En todo momento histórico la sociedad tiene una vivencia de su ideal ético, es decir, lo que debería hacerse para vivir juntos en libertad, justicia y solidaridad, y este ideal ético ofrece un horizonte utópico de avance hacia él.

Si el mundo actual crea las condiciones para hacer todo esto posible, es decir, el ideal ético-utópico de los ciudadanos de nuestro tiempo, entonces será sostenible y los hombres se esforzarán por protegerlo y desarrollarlo como vía sostenible hacia el mantenimiento de lo alcanzado y el progreso hacia nuevas metas de dominio del mundo. En caso contrario no será sostenible, se crearán tensiones sociales considerables tendentes a su hundimiento, y a su sustitución por otras formas de organizaciones socio-políticas que hagan posible el acceso sostenido a los ideales humanos.

La historia muestra inequívocamente que esto es verdad. Cuando el ideal ético-utópico antiguo se transformó en el ideal ético-utópico de la modernidad una inmensa inquietud social llevó paso a paso a las revoluciones inglesa, americana y francesa, hacia monarquías constitucionales o hacia democracias republicanas. Pero la modernidad tuvo, ya en el siglo XIX tras el romanticismo, la alternativa de una nueva vivencia del ideal ético-utópico en el socialismo marxista, en los historicismos y en los anarquismos.

Estos comunitarismos quisieron sustituir el individualismo moderno por la solidaridad fraternal y comenzar a promover el nuevo orden social que exigía nuevos proyectos-de-acción-en-común que dieran forma a sus nuevos ideales. Los siglos XIX y XX fueron testigos del enfrentamiento entre ideales que llevó a un sin número de revoluciones sangrientas, a la inestabilidad continua de las sociedades, y a la inmensa tragedia de dos grandes guerras mundiales.

En la actualidad, partes muy importantes de la sociedad siguen insatisfechas al considerar la inmensidad de la pobreza, de la injusticia, de la insolidaridad. Se tiene la intuición generalizada de que los recursos socio-políticos de que disponemos parecen indiferentes ante la universalidad del sufrimiento y no parecen existir planes definidos y fiables que lleven a la resolución de los problemas. Por ello, se extiende la desconfianza en la política en que, sin embargo, los mismos ciudadanos parecen estar inevitablemente atrapados.

C) Sin embargo, describir en qué consisten y cuál es el contenido de los ideales ético-utópicos de la sociedad en un cierto momento histórico es una cuestión abierta a interpretaciones no necesariamente coincidentes. Defender una u otra depende de una cierta argumentación en filosofía política (que incluye interdisciplinarmente referencia a otras disciplinas como derecho, sociología o economía). Por ello, el juicio sobre la sostenibilidad depende del juicio sobre la naturaleza de las aspiraciones humanas (o ideales ético-utópicos).

Pero estos juicios y valoraciones no son una evidencia empírica, sino constructos teóricos argumentados en filosofía política. Ahora bien, este juicio ¿responde a la realidad, es decir, describe verdaderamente lo que son las aspiraciones humanas? Dada la diversidad humana e histórica, es difícil que pueda cubrir en absoluto las aspiraciones humanas de todos los hombres. Al parece, en una valoración inmediata, los ideales de la modernidad, del socialismo-marxista, de la sociedad islámica o del cristianismo, no coinciden en su totalidad. Sin embargo, podemos decir que la valoración de los ideales ético-utópicos de una sociedad será tanto más certera cuanta mayor cobertura y matices incluya.

Cuanta mayor sea su capacidad de impulsar la convergencia sobre ciertos ideales compartidos que, al menos en parte, permitan la asociación para conseguir ciertos objetivos comunes humanistas. Por ello, la filosofía política deberá tender a un juicio sobre los ideales humanos que sea estadísticamente válido y que, por tanto, pueda ser una prognosis probable de por dónde evolucionará la sostenibilidad futura de la sociedad. Sostenibilidad socio-política que los ciudadanos nunca tenderán a mantener si no entienden que viven en una sociedad que está haciendo posible la realización de los ideales ético-utópicos que les mueven con una gran fuerza moral.

D) Pues bien, las tesis que defendemos son estas: a) que en la actualidad está surgiendo una nueva forma de entender los ideales humanos que ya no consiste ni en el ideal de la modernidad ni los ideales del comunitarismo, sino en la combinación de ambos; b) que este nuevo ideal tenderá, en consecuencia, por su propia lógica, a una nueva organización socio-política internacional que combine liberalismo (modernidad) con regulación estatal (comunitarismo) pactada entre naciones soberanas (que no debe confundirse con un gobierno mundial, en el que no creemos); c) que esta nueva sensibilidad en gestación producirá la emergencia del protagonismo nuevo de la sociedad civil, ya que, con una organización formal apropiada, sólo la sociedad civil podría ser capaz de imponer a los partidos políticos su orientación hacia el nuevo orden socio-político-económico que responda a estos nuevos ideales en emergencia. La organización de la sociedad civil aparecerá como una consecuencia de la urgencia y pragmatismo en el hacer realidad los ideales ético-utópicos que la mueven.

Estas tesis piden una argumentación que las explique. Son, en definitiva, tres tesis que antes hemos ya esbozado. Primero la emergencia en nuestro tiempo de un nuevo ideal ético-utópico que se extiende en todos los estratos sociales y se hace cuasi-universal. Segundo la delimitación, progresivamente precisa, del proyecto-de-acción-en-común que respondería a las aspiraciones de ese nuevo ideal ético-utópico.

Tercero las razones por las que esta nueva situación fuerza a la misma sociedad civil a organizarse como medio de presión urgente y pragmática que lleve a la realización de estos ideales. Estos tres puntos se desarrollan en las tres secciones siguientes de este escrito [3] .

Un nuevo ideal ético-utópico de libertad/solidaridad

Un modelo de cuatro factores para el análisis de la dinámica de la historia

Proponemos, pues, un modelo de cuatro factores para el análisis de la dinámica de la historia. a) Toda sociedad está movida por un cierto ideal ético-utópico (un ideal de la vida humana que se persigue y que abre un horizonte utópico de progreso). b) El ideal ético-utópico mueve a la sociedad a dotarse de una forma apropiada de organización socio-política o proyecto de acción en común que lo realice c) En toda sociedad aparecen ciertas estrategias de acción política para realizar el ideal según el proyecto-de-acción-en-común. d) Los factores a, b y c, combinados, producen en cada momento ciertos protagonismos históricos o liderazgos socio-políticos predominantes.

El primer factor del modelo es, a nuestro entender, el ideal ético y el horizonte utópico (el ideal-horizonte ético-utópico) de una determinada sociedad. La causa primordial de la historia es siempre el sentir popular: cómo la sociedad de un tiempo siente (entiende) qué es la vida humana, qué debería ser idealmente, qué es el bien común social, qué bienes inmediatos se apetecen, cómo se entiende la convivencia y relación de unos con otros, cómo se ve la justicia y la participación de los bienes, etc.

Este sentimiento colectivo (que a su vez es también una forma de representación cognitiva) constituye el ideal de ese grupo humano y, al mismo tiempo, el horizonte de progreso “utópico” hacia esos ideales. Toda sociedad avanza dentro del marco de ideales de su tiempo.

El segundo factor es el proyecto-de-acción-en-común derivado del previo ideal-horizonte ético-utópico. Es la intuición popular de la forma de organización social, política, económica, que permite realizar de la mejor manera esos ideales-horizontes ético-utópicos. La forma organizativa de las sociedades ha respondido siempre a un proyecto en profundidad nacido de la sensibilidad de un pueblo que, en alguna manera, se ha sentido “a gusto” con ella porque era la forma de realizar sus apetencias.

Este “sentirse a gusto” ha dependido, claro está, del nivel de desarrollo de cada grupo humano y de las sensibilidades de cada época. En todo caso siempre ha habido una conciencia colectiva de estar todos comprometidos con un “proyecto de acción en común” que a todos beneficia y al que todos deben contribuir.

El tercer factor es la estrategia de gestión política del proyecto. Todo proyecto debe ser gestionado, de una u otra forma, bien o mal, con tales o cuales virtudes o vicios: pero en todo caso, esta gestión supone siempre una “estrategia política”. La estrategia diseña el camino que conduce más eficaz y pragmáticamente a realizar correctamente el proyecto de acción en común.

Notemos que aquí no hablamos de estrategia para cambiar el proyecto de acción en común, sino para gestionarlo bien. No se pretende cambiar el proyecto porque nos movemos en el supuesto de que la sociedad sigue instalada en el consenso de que su ideal-horizonte ético-utópico es el correcto, el posible, y lo que se persigue es su realización.

El cuarto factor, por último, son los protagonismos propios que cada ideal-horizonte, cada proyecto de acción, cada estrategia política, hace surgir en la historia. Estos protagonismos históricos son esenciales para explicar por qué y quiénes son los actores estelares de cada etapa de la historia. Son protagonismos derivados de la sensibilidad civil propia de momentos históricos precisos: de la naturaleza de su ideal-horizonte ético-utópico y del proyecto de acción en común derivado [4] .

Los grandes ideales ético-utópicos de la historia

El motor de los cambios históricos ha sido el cambio en la sensibilidad ético-utópica. En realidad sólo ha habido tres grandes cambios en los ideales ético-utópicos. 1) El ideal de la vida buena aristótelica de los pueblos primitivos condujo al proyecto de acción en común en el mundo antiguo entendido como liderazgo unipersonal (monarcas, tiranos, caudillos…). 2) En el renacimiento emergió el ideal de la modernidad, que había sido antes frustrada en Grecia y Roma, en que cuajó el ideal del humanismo, del hombre, de la libertad, de la soberanía popular, de los derechos humanos…, promoviendo también la forma de organización socio-política hacia la democracia formal, manifiesta en las monarquías constitucionales o en las repúblicas, que pronto asumió el liberalismo económico (revoluciones inglesa, americana y francesa).

La modernidad, al asumir el liberalismo económico se convirtió en la modernidad liberal de los siglos XIX y XX. 3) Por último, en el siglo XIX, a partir del romanticismo, nace un nuevo ideal ético-utópico que criticaba el individualismo de la modernidad y trataba de recuperar la fraternidad y solidaridad entre los hombres. Nacen así los comunitarismos en sus tres escuelas clásicas: socialismo-marxista, historicismo (nacionalismo), y anarquismo, reivindicando el ideal de la fraternidad frente al individualismo burgués en que había degenerado la modernidad; de acuerdo con su nuevo ideal, los comunitarismos promovieron nuevas formas de organización socio-política, o proyectos de acción en común, bien fueran el estado socialista, el estado nacional de los historicismos o la sociedad asamblearia del anarquismo.

Nuestra tesis consiste precisamente en conjeturar que, a fines del siglo XX y comienzos del XXI, se ha producido el agotamiento histórico tanto de la modernidad como de los comunitarismos. Pero, en su lugar, se está produciendo el cuarto gran ideal ético-utópico de la historia que asume de forma balanceada lo mejor de la modernidad y lo mejor del comunitarismo, pero siendo algo nuevo que impulsa el nacimiento del nuevo protagonismo histórico de la sociedad civil en los términos que aquí defendemos. Frente a la “modernidad” y frente a los “comunitarismos”, este nuevo ideal ético-utópico emergente debería recibir también un nombre: quizá podría ser el de ideal ético-utópico de la solidaridad civil.

La modernidad. El nacimiento de la nueva sensibilidad productora de la modernidad no se entendería probablemente sin el humanismo clásico; es decir, sin la idea de soberanía popular y los ensayos democráticos de Grecia y Roma. La Roma republicana, el derecho romano y la vivencia de la condición de ciudadano libre y de la exigencia existencial de la dignitas “renacen” en el renacimiento.

El humanismo renacentista está en la base de la nueva vivencia de los derechos humanos, de la soberanía popular y de la imagen del monarca moderno-renacentista; incluso la teoría política del monarca absoluto, como ocurre en la escolástica española o en la filosofía política de Thomas Hobbes, se someten a un profundo repensamiento adaptativo a la nueva sensibilidad. En todo caso, las circunstancias fuerzan al tránsito hacia el constitucionalismo monárquico primero y republicano después, apareciendo poco a poco la organización formal de la democracia.

La constitución americana es el gran momento histórico de la modernidad, inspirado en la evolución constitucional de la monarquía inglesa (que nunca llegó al nivel de la constitución americana). Tras el nacimiento de la doctrina económica del liberalismo en el XVIII (Adam Smith) la modernidad se une ideológicamente al liberalismo. Los conceptos de ciudadano, creatividad, libertad, burguesía, sociedad civil y liberalismo económico van unidos desde entonces al concepto paradigmático de modernidad.

Momentos importantes en la filosofía socio-político-económica de la modernidad son, pues, la consolidación de la doctrina liberal a través del XIX (recordemos a John Stuart Mill) y la convivencia tanto con el historicismo como con el socialismo-marxista triunfantes en la primera mitad del XX; convivencia representada por nombres como Keynes, Schumpeter y Galbraith.

Estos grandes autores liberales estaban aquejados por un pesimismo profundo porque entendían que era inevitable la transición histórica a formas nuevas de socialismo. Pero sólo después de la segunda guerra mundial se crean las condiciones para el progreso de la teoría liberal y su aplicación al gobierno de las naciones. Así, la escuela de Chicago, el monetarismo económico, los fundamentalismos americanos que relacionan la libertad cristiana con la libertad político-económica y las doctrinas neoliberales actuales, aliadas de la estrategia de globalización, son hitos del desarrollo de la modernidad en el siglo XX. La epistemología y la filosofía social y de la historia de Karl Popper contribuyen conceptualmente con gran fuerza al prestigio intelectual de la modernidad y el valor máximo de la libertad.

Por último, mencionemos también el llamado republicanismo político, que nosotros situamos dentro de los límites de la modernidad, que supone una voz crítica y reflexiva sobre las perversiones surgidas en la misma realización de la modernidad, bajo el fecundo concepto de las “tramas de dominación” urdidas en la modernidad y que, en último término, han hecho inviable la aspiración ancestral de la soberanía popular.

¿Qué queda hoy de la modernidad? Queda, en definitiva, lo evidente, lo que todos vemos: una sociedad mayoritariamente organizada por el paradigma de la modernidad. Sin embargo, ¿cómo se comporta la nueva sensibilidad ético-utópica frente al paradigma de la modernidad? Nuestra tesis es que gran parte de la modernidad ha sido asumida, pero asumida “críticamente”, en la sensibilidad del tiempo nuevo que intentamos estudiar.

La soberanía popular y la democracia, su realización dentro de los grandes estados modernos, la búsqueda crítica del ejercicio soberano y de la representación, la aceptación pragmática del liberalismo, la búsqueda incesante de un liberalismo crítico y social, el valor de una sociedad libre, creativa, personalista y burguesa, son reflejos parciales de la forma en que la modernidad ha sido asumida en la nueva sensibilidad. Pero, en nuestra tesis, hacemos resaltar también aquellos aspectos en que la modernidad es vista críticamente y en qué sentido la nueva sensibilidad apunta a su superación. A ello nos referiremos más adelante [5] .

El comunitarismo. Es, por tanto, el último gran cambio (el tercero) en la sensibilidad social que nos explica la dinámica histórica de los siglos XIX y XX. El término comunitarismo es usado por nosotros en un sentido muy amplio (no lo usamos como denominanción restringida de la escuela “comunitarista” de MacIntyre, Taylor, etc.). Es una reacción crítica ante la modernidad por razón de su individualismo y su axiología burguesa. La modernidad era solidaria pero siempre tuvo de hecho una preocupación muy tenue ante ella.

Para la nueva sensibilidad comunitarista la esencia del hombre es también complementaria: personalismo y comunidad; aunque el personalismo será, de hecho, reducido, infravalorado e incluso, según algunos, reducido a la nada por el comunitarismo. Es esencial entender que el comunitarismo tuvo en el XIX-XX tres formas diferenciadas: historicismo, socialismo-marxista y anarquismo. A su vez, cada una de estas formas también tuvo internamente una compleja evolución ideológica.

Los historicismos evolucionaron desde el romanticismo, pasando por el idealismo de Hegel y las tormentosas ideologías nacionalistas de Alemania e Italia, hasta las formas suaves del hoy llamado “comunitarismo” (nosotros usamos el término en un sentido mucho más amplio, como decía). El marxismo se escindió en tres grandes escuelas, ya desde el mismo XIX: la derecha de Bernstein, el centro de Kautsky y la izquierda de Rosa Luxemburg y Lenin. Marxismos socialistas y anarquismos convivieron en la primera internacional, hasta que sus enfrentamientos se hicieron insostenibles. La segunda internacional quedó para los socialistas y los comunistas de la tercera tuvieron que abrir un hueco para los trostkistas. Además comenzaron a aparecer comunismos yugoslavos, chinos, checoslovacos, vietnamitas, eurocomunismos, etc.

En Europa, sobre todo, una serie importante de autores comenzaron a proponer sus lecturas personales del pensamiento marxista: Lefrevre, Bloch, Althusser, Gramsci, Berlinguer… La escuela de Frankfurt acabó siendo la voz crítica que, nacida desde dentro de la misma tradición marxista, quería situarse en el mundo occidental. Autores como Adorno, Horkheimer, Marcuse o Habermas hicieron la crítica de la sociedad capitalista, pero no olvidaron también dar una versión del marxismo en una línea humanista que no coincidía con los marxismos oficiales de su tiempo, bien fueran rusos, chinos, asiáticos o europeos.

¿Qué queda hoy del paradigma comunitarista? El anarquismo nunca llegó a jugar un papel social importante (excepto en algunos países) y así sigue siendo en la actualidad. El historicismo como factor geoestratégico global se hundió con la caída del Tercer Reich, aunque hoy en día asistamos a un renacimiento del nacionalismo tanto en muchas naciones pequeñas dispersas por el mundo, como en los grandes países (vg. Estados Unidos) donde los sentimientos nacionalistas tienen protagonismo creciente.

Del socialismo-marxista, después de la caída de la URSS, sólo quedan fragmentos marginales y, en un sentido muy amplio, los partidos socialistas de los países occidentales. Sin embargo, a nuestro entender, no es correcto considerar que el paradigma comunitarista haya fracasado porque permanecen en la gente muchos de sus valores profundos: la identificación esencial con el hombre universal, la solidaridad integradora y el internacionalismo, el nacionalismo historicista ponderado, la sensibilidad ante el sufrimiento humano y la justicia solidaria, la crítica al liberalismo burgués individualista, la postulación del control político de la economía en orden a promover el bien común, la búsqueda de la desalienación política y de la participación popular.

Evidentemente, como seguidamente diremos, la nueva sensibilidad no asume todos los valores del comunitarismo, aunque en gran parte sea también hija de los valores que este paradigma supo introducir [6] .

El nuevo ideal ético-utópico de la solidaridad civil

Tras dos siglos de confrontación modernidad/comunitarismos (especialmente con el socialismo-marxista), a fines del XX y comienzos del XXI se produce la crisis de ambos ideales ético-utópicos. El socialismo-marxista se derrumba con evidencia y, por otra parte, la modernidad, en la forma de un neoliberalismo globalizador, no parece dar respuesta a las aspiraciones o ideales humanos, ya que la sociedad se siente marginada y no parece tener un proyecto para alcanzar una justicia que no llega a hacerse universal. Nacen el desencanto, la frustración y el individualismo ante el hundimiento de los ideales hasta ahora vigentes.

En esta situación establecemos la conjetura (avalada por argumentos que la hacen verosímil) de que en la actualidad se estaría produciendo la emergencia de un nuevo ideal ético-utópico que expresaría una nueva sensibilidad popular. Este ideal, por una parte, asumiría el marco general de la modernidad: la gente asume la soberanía popular, la democracia formal, la libertad y creatividad, la libertad de iniciativa, el liberalismo y la sociedad de mercado…

El sentido común de la mayoría asume intuitivamente que no podemos poner patas arriba el sistema de una sociedad libre y democrática. Pero, al mismo tiempo, este ideal asume también los principios básicos del comunitarismo: la intuición de que la libre iniciativa de individuos y grupos sociales, la libertad, debe ser regulada por los estados, tanto en las naciones como en el concierto internacional, para hacer posible el respeto solidario de la dignidad de todos, la libertad, la paz y la justicia universal. En nuestro tiempo hay dos palabras clave: libertad (modernidad) y solidaridad (comunitarismo).

Esto se expresa con otras palabras: no podemos dejar de contar con la libertad, pero no es tolerable que no usemos la libertad para combatir las inmensas áreas de sufrimiento humano evitable, de injusticia, de insolidaridad y de indignidad humana. Esto lo intuye hoy todo el mundo.

Perfil de la nueva sensibilidad ético-utópica. En la conciencia del ciudadano pesan hoy algunos factores que, en conjunto, producen la emergencia de la sensibilidad ético-utópica de que hablamos. a) Por una parte, la mayor parte de la gente tiene hoy una profunda sensibilidad solidaria con los otros hombres y la justicia se ha convertido en un ideal participado: se siente en la propia carne el dolor de la humanidad, aunque estemos individualmente en una situación confortable.

Es esta misma sensibilidad solidaria y compasiva con el dolor la que, como antes decíamos, forma parte muy importante del humanismo proyectado sobre el sufrimiento de la humanidad. Hoy todos, ricos y pobres, sientes el sufrimiento de los demás. Hasta el punto de que hoy hasta el capitalismo empresarial construye sus slogans de publicidad amparándose en el valor de la solidaridad (así, hasta en los anuncios de coca-cola).

b) Se es consciente de que la humanidad dispone hoy de inmensos medios tecnológicos y económicos para resolver los problemas del sufrimiento humano que dependen estructuralmente de nosotros y de nuestra organización. No sé entiende por qué no logramos hoy ser más eficaces en la lucha real y eficaz contra el sufrimiento. c) Se tiene la persuasión de que modernidad y comunitarismo, aunque presentan valores asumibles (antes los resumíamos), no han resuelto los grandes problemas de la humanidad y han tocado fondo, sin presentar horizontes eficaces que permitan atisbar un futuro mejor.

d) La sociedad civil se siente también atrapada en una situación que no parece poder cambiar y en la que existe una densa “trama de dominación” extendida por doquier, que neutraliza la aparente soberanía popular en una democracia intervenida. f) Sin embargo, pese a todo, la sociedad civil siente la urgencia ética y moral a hacer algo eficaz y pragmático para resolver el problema del sufrimiento humano.

El nuevo ideal-horizonte ético-utópico de la solidaridad civil se ve, pues, forzado a nacer. a) No es ideológico: no está comprometido de forma co-religionaria con ninguna ideología. Desconfía de las ideologías del pasado. No está interesado en defender el liberalismo o el marxismo, por ejemplo, como ideologías por las que se haya hecho una opción ciega y fanática y que, por derecho propio, deban considerarse correctas. b) Es pragmático: busca hallar con realismo y eficacia los caminos que permitan llegar con urgencia a la resolución del hiriente problema del sufrimiento. c) Sabe que modernidad y comunitarismo tienen valores que debe asumir e integrar, no sólo por pragmatismo, sino porque suponen valores que merecen ser defendidos por sí mismos.

Este talante desideologizado, pragmático e integrador conduce a un ideal-horizonte ético-utópico que asume e integra conciliatoriamente aspectos muy importantes de la modernidad y del comunitarismo; antes los hemos resumido. En definitiva, es un ideal que acepta pragmáticamente el orden establecido por la modernidad para perfeccionarlo con los grandes valores del comunitarismo.

Es un ideal que apunta a una sociedad libre, creativa, personalista, democrática (modernidad) donde sea posible una actuación solidaria y justa que elimine la pobreza y la indignidad humana por la lucha contra el sufrimiento humano (comunitarismo). Y todo ello con una lógica pragmática que busca el camino real viable que permita resolver con urgencia los problemas de la humanidad.

El ideal ético-utópico de la solidaridad civil aúna la libertad (la modernidad) y la solidaridad (el comunitarismo). Por ello, el proyecto-de-acción-en-común de ella derivado es también una armonización equilibrada de los valores de la libertad y las exigencias de control para usar la libertad a favor de la solidaridad .

Conclusión

Como hemos visto, son numerosos los indicios y argumentos, construibles en una filosofía política, que inducen a pensar que a fines del siglo XX y comienzos del XXI se está gestando un importante cambio en la sensibilidad ético-utópica de los ciudadanos de nuestro tiempo. ¿Es así? De momento no pasa de ser una conjetura propia del discurso de la filosofía política.

Sin embargo, quedan preguntas pendientes que tenemos la intención de responder en un próximo artículo. Si esta nueva sensibilidad que aúna lo mejor de la modernidad con lo mejor del comunitarismo fuera real, entonces, ¿a qué proyecto-de-acción-en-común conduciría por su propia lógica? Es decir, ¿qué nuevo orden internacional respondería lógicamente al sentir-de-nuestro-tiempo?

Notas:

[1] Usamos repetidamente, por tanto, el concepto de sociedad civil. ¿A qué nos referimos? Simplemente a los ciudadanos como tales que, al sentirse unidos formando sociedad, constituyen la sociedad civil. Por tanto, la pura individualidad cerrada a los demás, el pasotismo, la indiferencia o la ignorancia egoísta, no constituyen ni a los ciudadanos ni a la sociedad civil. A esta sociedad la llamamos entonces civil porque es la forma de sociedad que deriva de la condición de ser ciudadano. En el derecho romano el ciudadano forma parte de la civitas y tiene el derecho y el deber de preocuparse por su gobierno justo para influir en él. Así, el ciudadano sólo tiene dignitas cuando ejerce su participación en los asuntos de la ciudad. Ejercer la dignitas, y evitar que fuera lesionada, fue la gran inquietud moral y polìtica de Julio César. La condición de ciudadano, integrado en la sociedad civil, es algo muy básico que no se identifica con los políticos o los funcionarios, ni siquiera con aquella selección elitista de grandes profesionales, científicos y empresarios, que, al margen del gobierno, tienen iniciativas de un tipo u otro. Ciudadanos somos todos, el pueblo que es consciente y quiere ejercer su soberanía. Sociedad civil es la totalidad de aquellos ciudadanos conscientes de su condición y de su inquietud por ejercer la dignitas. La condición civil es algo tan básico que todos los ciudadanos pertenecen a ella, con la sola excepción de aquellos que viven alienados ajenos a su verdad humana –ajenos o extrañados de su condición de ciudadanos. Aunque la política, el funcionariado, la profesión, pueden discurrir al margen de los intereses de la sociedad civil, e incluso sin duda en contra de ellos, sin embargo, políticos, funcionarios y profesionales, pueden sentir su condición de ciudadanos y formar parte de la sociedad civil.
[2] Aparte de los movimientos ciudadanos tendentes a la organización de la sociedad civil, a mi entender de muy poca calidad hasta ahora, se detecta un movimiento general de opinión presente en las redes sociales que, de forma inequívoca, va unido siempre a una crítica radical a los partidos políticos cada vez más desprestigiados (en unos países más que en otros, ciertamente, pero con una tendencia general incuestionable). Es lógico que esta sensibilidad hacia la rebelión y al protagonismo histórico ciudadano haya sido sentida y constatada objetivamente por los intelectuales. De un tiempo a esta parte vemos, en efecto, que los intelectuales han caído en la cuenta de que existe una fuerza civil que está ahí, que hay que entender y ayudar a encauzar. Hace unos pocos años en España editó José Vidal Beneyto una obra colectiva titulada: Vidal Beneyto, José Luis, Hacia una sociedad civil global, Taurus, Madrid 2003. Ahí pueden verse diversas tendencias, temáticas y autores. En la página web de la London School of Economics se ha mantenido una línea de investigación sobre global civil society sobre el papel emergente de la sociedad civil y ofrece los recursos bibliográficos básicos, entre ellos las referencias a los Global Civil Society Yearbook desde 2002. En el marco de la LondonSE ha trabajado Mary Kaldor (Kaldor, Mary (2003). “The Idea of Global Civil Society”, en: International Affairs, 79(3):583-593. Kaldor, Mary (2003). “Civil Society and Accountability”, en: Journal of Human Development, 4(1):5-27). Tiene también interés el libro editado por Fiona Holland, con diferentes autores, titulado Global Civil Society 2006/2007, SAGE Publications, London, California, New Delhi 2007. John Keane, Global Civil Society? Cambridge University Press 2007. Jan Aart Scholte, Global Civil Society, Changing the World? Center for the Study of Globalization, University of Warwick 1999. Mary Kaldor, Global Civil Society, Ten Year of Politics from Below, en el Yearbook de 2010. En Tusquets Editores se ha publicado la traducción del libro de Mary Kaldor, La Sociedad Civil Global, 2005. En la actualidad Mary Kaldor es profesora de Gobernaza Global en la London School of Economics. A través de internet pueden rastrearse multitud de webs que abordan el tema de la sociedad civil global o autores como Benjamin Barber, Daniel Bell, Susan George, Jürgen Habermas, John Keane, Michael Sander, Charles Taylor, Phillip Blond, Michael O´Neil, entre otros muchos. Todo ello contribuye a mostrar que, en efecto, no sólo se trata hoy de movimientos populares sino de un proceso de reflexión intelectual abierto que trata de estudiar y canalizar el proceso civil hoy abierto.
[3] En este artículo, por tanto, nos planteamos la cuestión de la sostenibilidad de los sistemas socio-políticos y, más en concreto, la sostenibilidad socio-política del mundo actual como factor básico y esencial de la sostenibilidad del progreso y del bienestar en todos los sentidos. ¿Es el mundo actual socio-políticamente sostenible? La tesis que defendemos en este artículo es una aplicación al problema de la sostenibilidad, de las tesis que he mantenido en mi ensayo: Monserrat, Javier, Hacia un Nuevo Mundo. Filosofía Política del protagonismo histórico emergente de la sociedad civil, Publicaciones UPC, Madrid 2005. En este ensayo coincido con los deseos y las expectativas generales del movimiento internacional de reflexión sobre las posibilidades y expectativas que hoy se abre para el protagonismo político de la sociedad civil. Pero creo aportar especificaciones mucho más precisas. En primer lugar en cuanto a la especificación del emergente ideal ético-utópico de nuestro tiempo y del proyecto de acción en común que lo realizaría, en el marco de la historia de siglos pasados que hace hoy converger a la modernidad y al comunitarismo. En segundo lugar en cuanto a la especificación de las características del movimiento de acción civil que debería promoverlo como vía más urgente y pragmática.
[4] Monserrat, J., Hacia un Nuevo Mundo, o.c., capítulo primero.
[5] Monserrat, J., ibídem, capítulo segundo.
[6] Monserrat, J., ibídem, capítulo tercero.

Artículo elaborado por Javier Monserrat, Universidad Autónoma de Madrid, miembro de la Cátedra CTR y co-editor de la sección Tendencias de las Religiones de Tendencias21.



Javier Monserrat
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