Tener fe es creer en algo que no se puede comprobar si es, o no, verdad.
Este acto de dar crédito a una convicción, sin pruebas racionales que la avalen, e incluso con fuertes evidencias en su contra, es la esencia de las creencias religiosas. También de las supersticiones.
Y es lo contrario de la ciencia.
Esencialmente la religión se basa en creer, sin prueba alguna, en la palabra "revelada": Dios descubre su plan a través de la Biblia, el Corán, o cualquier otro de los más de 4000 libros sagrados que sirven de fundamento a las aproximadamente 4200 religiones diferentes que se practican hoy en día.
También transmite su mensaje a través de decenas de miles de profetas. En la gran mayoría de las religiones, las autoridades religiosas son la únicas que pueden interpretar correctamente esa palabra divina. Y en muchas de ellas (por ejemplo, la católica), sus practicantes tienen la obligación de creer que estas autoridades son infalibles (por ejemplo, el Papa).
Por el contrario, el lema de la ciencia bien podría ser la frase que aparece en el escudo de la Royal Society, probablemente la asociación científica que mayor influencia ha tenido en el mundo: “Nullius in verba” (En la palabra de nadie).
El conocimiento científico rechaza la palabra basada en el argumento de autoridad, porque siempre tiene que verificar la validez de las hipótesis rigurosamente mediante experimentos y demostraciones matemáticas que resulten repetibles por cualquiera.
Con estos planteamientos antagónicos no es de extrañar que religión y ciencia entrasen en conflicto. Un largo conflicto que costó muchas vidas y sufrimiento.
Conflicto ciencia-religión
Un conflicto esencialmente irresoluble.
Pero la ciencia puede desempeñar un papel relevante en este conflicto: debe ser capaz de explicar rigurosamente la fe y el hecho religioso.
Y en buena medida ya lo haya hecho, aunque no se haya divulgado mucho.
Sin duda el hecho religioso es muy importante para los seres humanos: numerosos estudios sociológicos estiman que el 86% de las personas que actualmente viven sobre la Tierra creen en una de las 4.200 religiones que existen hoy en día. Sorprendentemente rechazan como falsas a las 4.199 religiones restantes. Pero todavía rechazan más a los no creyentes: ser ateo es lo peor.
Tan solo el 14% de la población mundial se declara ateo o agnóstico.
Como la estrategia de la ciencia es buscar datos cuantitativos fiables para contrastar hipótesis, no es de extrañar que los científicos empezasen comparando características cuantificables de los ateos y de los creyentes.
Inteligencia versus religiosidad
La primera medida rigurosa efectuada en este sentido resulta evidente: buscar la correlación existente entre la inteligencia (IQ) y la religiosidad.
Ya en los años 20 del siglo pasado, dos trabajos pioneros independientes, uno de T. H. Howells y otro de R. D. Sinclair, encontraron un resultado demoledor (y, según parece, contrario al que a priori creían, lo que resalta la rigurosidad del método científico): demostraron que las personas que se declaraban ateos eran significativamente más inteligentes que quienes manifestaban tener creencias religiosas.
Desde entonces se han desarrollado procedimientos muy complejos capaces de estimar con gran precisión y repetitividad la inteligencia. Con estos test mejorados se han efectuado cientos de estudios muy rigurosos correlacionando inteligencia y religiosidad.
En todos ellos se encuentra una correlación negativa estadísticamente significativa entre religiosidad e inteligencia: las personas que se consideran más religiosas son significativamente menos inteligentes que las personas que se consideran ateas.
También pudo cuantificarse una escala de inteligencia frente a religiosidad con resultados demoledores: las personas que se consideran ateas son más inteligentes que los que se consideran agnósticos; estos a su vez son más inteligentes que los que se consideran “creyentes liberales”; estos últimos son bastante más inteligentes que los que se consideran creyentes dogmáticos.
Este acto de dar crédito a una convicción, sin pruebas racionales que la avalen, e incluso con fuertes evidencias en su contra, es la esencia de las creencias religiosas. También de las supersticiones.
Y es lo contrario de la ciencia.
Esencialmente la religión se basa en creer, sin prueba alguna, en la palabra "revelada": Dios descubre su plan a través de la Biblia, el Corán, o cualquier otro de los más de 4000 libros sagrados que sirven de fundamento a las aproximadamente 4200 religiones diferentes que se practican hoy en día.
También transmite su mensaje a través de decenas de miles de profetas. En la gran mayoría de las religiones, las autoridades religiosas son la únicas que pueden interpretar correctamente esa palabra divina. Y en muchas de ellas (por ejemplo, la católica), sus practicantes tienen la obligación de creer que estas autoridades son infalibles (por ejemplo, el Papa).
Por el contrario, el lema de la ciencia bien podría ser la frase que aparece en el escudo de la Royal Society, probablemente la asociación científica que mayor influencia ha tenido en el mundo: “Nullius in verba” (En la palabra de nadie).
El conocimiento científico rechaza la palabra basada en el argumento de autoridad, porque siempre tiene que verificar la validez de las hipótesis rigurosamente mediante experimentos y demostraciones matemáticas que resulten repetibles por cualquiera.
Con estos planteamientos antagónicos no es de extrañar que religión y ciencia entrasen en conflicto. Un largo conflicto que costó muchas vidas y sufrimiento.
Conflicto ciencia-religión
Un conflicto esencialmente irresoluble.
Pero la ciencia puede desempeñar un papel relevante en este conflicto: debe ser capaz de explicar rigurosamente la fe y el hecho religioso.
Y en buena medida ya lo haya hecho, aunque no se haya divulgado mucho.
Sin duda el hecho religioso es muy importante para los seres humanos: numerosos estudios sociológicos estiman que el 86% de las personas que actualmente viven sobre la Tierra creen en una de las 4.200 religiones que existen hoy en día. Sorprendentemente rechazan como falsas a las 4.199 religiones restantes. Pero todavía rechazan más a los no creyentes: ser ateo es lo peor.
Tan solo el 14% de la población mundial se declara ateo o agnóstico.
Como la estrategia de la ciencia es buscar datos cuantitativos fiables para contrastar hipótesis, no es de extrañar que los científicos empezasen comparando características cuantificables de los ateos y de los creyentes.
Inteligencia versus religiosidad
La primera medida rigurosa efectuada en este sentido resulta evidente: buscar la correlación existente entre la inteligencia (IQ) y la religiosidad.
Ya en los años 20 del siglo pasado, dos trabajos pioneros independientes, uno de T. H. Howells y otro de R. D. Sinclair, encontraron un resultado demoledor (y, según parece, contrario al que a priori creían, lo que resalta la rigurosidad del método científico): demostraron que las personas que se declaraban ateos eran significativamente más inteligentes que quienes manifestaban tener creencias religiosas.
Desde entonces se han desarrollado procedimientos muy complejos capaces de estimar con gran precisión y repetitividad la inteligencia. Con estos test mejorados se han efectuado cientos de estudios muy rigurosos correlacionando inteligencia y religiosidad.
En todos ellos se encuentra una correlación negativa estadísticamente significativa entre religiosidad e inteligencia: las personas que se consideran más religiosas son significativamente menos inteligentes que las personas que se consideran ateas.
También pudo cuantificarse una escala de inteligencia frente a religiosidad con resultados demoledores: las personas que se consideran ateas son más inteligentes que los que se consideran agnósticos; estos a su vez son más inteligentes que los que se consideran “creyentes liberales”; estos últimos son bastante más inteligentes que los que se consideran creyentes dogmáticos.
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Meta-análisis categóricos
La existencia de esta gran cantidad de trabajos científicos relacionando la inteligencia con la religiosidad también posibilitó efectuar meta-análisis. El meta-análisis es un procedimiento estadístico muy potente que permite sintetizar las conclusiones esenciales de una gran colección de estudios.
Estos meta-análisis también permitieron comprobar que no solo a nivel individual los ateos son más inteligentes que las personas con creencias religiosas, sino que a nivel de todo tipo de colectivos (incluyendo las naciones) el porcentaje de ateos puede predecirse con gran precisión a partir de la inteligencia promedio del colectivo: mientras más inteligencia promedio tenga un colectivo, mayor será su porcentaje de ateos.
En este sentido el ambicioso trabajo publicado por Lynn, Harvey y Nyborg demostrando que la inteligencia promedio predice las tasas de ateísmo en 137 naciones diferentes es de lo más relevante.
Asimismo estos estudios permitieron comprobar que los porcentajes más bajos de creencias religiosas se dan entre los intelectuales. También que el grado de creencia religiosa disminuye con la edad a medida que los jóvenes van completando altos niveles de estudios. Incluso el porcentaje ateísmo en las poblaciones va aumentando durante los últimos años, mostrando una correlación positiva con el aumento del nivel medio de estudios.
Estos estudios también demuestran que las personas inteligentes tienen menos probabilidades de conformarse con explicaciones no demostradas, y se resisten mucho más a ideas dogmáticas en general y al dogma religioso en particular.
Además, se encuentra una correlación positiva entre el predominio del razonamiento analítico y el ateísmo, así como entre el predominio del razonamiento intuitivo y la religiosidad.
No se puede olvidar que estos meta-análisis son estudios estadísticos con millones de personas: en ellos se demuestra inequívocamente que la mayoría de los ateos se encuentran entre las personas más inteligentes.
Eso no excluye que pueden encontrarse algunas personas religiosas que sean a la vez muy inteligentes (aunque es poco frecuente) o personas ateas que sean poco inteligentes (lo que también es poco frecuente).
Causas de la religiosidad
También se debe destacar que existen numerosísimos estudios sociológicos y humanísticos sobre las causas de la religiosidad (educación, ambiente, nacionalidad…).
Por ejemplo, según el Euro-barómetro, en el conjunto de la Unión Europea el 65 % de las personas con un total de 15 años o menos de estudio eran creyentes, mientras que solo lo era el 45 % de la población que había continuado sus estudios mas tiempo.
Por supuesto, el tipo de estudios también influye: el porcentaje de científicos ateos es más alto que el de los sociólogos o humanistas. Y dentro de los científicos, hay mayor porcentaje de ateos entre quienes trabajan en evolución o en astrofísica que entre quienes trabajan por ejemplo en materiales.
Sin duda estos estudios son muy relevantes, pero el objetivo de este trabajo es demostrar que la ciencia puede explicar el por qué de las creencias religiosas.
Esta bien demostrada correlación negativa entre inteligencia y religiosidad es un dato significativo a tener en cuenta a la hora de explicar el hecho religioso.
Sin duda no hace falta mucha inteligencia para creer. Y esto hay que tenerlo en cuenta para entender como la ciencia explica en hecho religioso.
Lo veremos en una próxima entrega.
La existencia de esta gran cantidad de trabajos científicos relacionando la inteligencia con la religiosidad también posibilitó efectuar meta-análisis. El meta-análisis es un procedimiento estadístico muy potente que permite sintetizar las conclusiones esenciales de una gran colección de estudios.
Estos meta-análisis también permitieron comprobar que no solo a nivel individual los ateos son más inteligentes que las personas con creencias religiosas, sino que a nivel de todo tipo de colectivos (incluyendo las naciones) el porcentaje de ateos puede predecirse con gran precisión a partir de la inteligencia promedio del colectivo: mientras más inteligencia promedio tenga un colectivo, mayor será su porcentaje de ateos.
En este sentido el ambicioso trabajo publicado por Lynn, Harvey y Nyborg demostrando que la inteligencia promedio predice las tasas de ateísmo en 137 naciones diferentes es de lo más relevante.
Asimismo estos estudios permitieron comprobar que los porcentajes más bajos de creencias religiosas se dan entre los intelectuales. También que el grado de creencia religiosa disminuye con la edad a medida que los jóvenes van completando altos niveles de estudios. Incluso el porcentaje ateísmo en las poblaciones va aumentando durante los últimos años, mostrando una correlación positiva con el aumento del nivel medio de estudios.
Estos estudios también demuestran que las personas inteligentes tienen menos probabilidades de conformarse con explicaciones no demostradas, y se resisten mucho más a ideas dogmáticas en general y al dogma religioso en particular.
Además, se encuentra una correlación positiva entre el predominio del razonamiento analítico y el ateísmo, así como entre el predominio del razonamiento intuitivo y la religiosidad.
No se puede olvidar que estos meta-análisis son estudios estadísticos con millones de personas: en ellos se demuestra inequívocamente que la mayoría de los ateos se encuentran entre las personas más inteligentes.
Eso no excluye que pueden encontrarse algunas personas religiosas que sean a la vez muy inteligentes (aunque es poco frecuente) o personas ateas que sean poco inteligentes (lo que también es poco frecuente).
Causas de la religiosidad
También se debe destacar que existen numerosísimos estudios sociológicos y humanísticos sobre las causas de la religiosidad (educación, ambiente, nacionalidad…).
Por ejemplo, según el Euro-barómetro, en el conjunto de la Unión Europea el 65 % de las personas con un total de 15 años o menos de estudio eran creyentes, mientras que solo lo era el 45 % de la población que había continuado sus estudios mas tiempo.
Por supuesto, el tipo de estudios también influye: el porcentaje de científicos ateos es más alto que el de los sociólogos o humanistas. Y dentro de los científicos, hay mayor porcentaje de ateos entre quienes trabajan en evolución o en astrofísica que entre quienes trabajan por ejemplo en materiales.
Sin duda estos estudios son muy relevantes, pero el objetivo de este trabajo es demostrar que la ciencia puede explicar el por qué de las creencias religiosas.
Esta bien demostrada correlación negativa entre inteligencia y religiosidad es un dato significativo a tener en cuenta a la hora de explicar el hecho religioso.
Sin duda no hace falta mucha inteligencia para creer. Y esto hay que tenerlo en cuenta para entender como la ciencia explica en hecho religioso.
Lo veremos en una próxima entrega.
(*) Eduardo Costas es Catedrático de Genética en la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid y Académico Correspondiente de la real Academia Nacional de Farmacia. Director, junto a Victoria López Rodas, del Comité Científico del Club Nuevo Mundo.
Este artículo forma parte de una serie titulada ¿Cómo la ciencia explica a la religión?
El segundo artículo se titula: No somos la única especie religiosa
El tercer artículo se titula: Religiosidad e inteligencia tienen similar importancia genética
Este artículo forma parte de una serie titulada ¿Cómo la ciencia explica a la religión?
El segundo artículo se titula: No somos la única especie religiosa
El tercer artículo se titula: Religiosidad e inteligencia tienen similar importancia genética
Referencias
Richard Lynn, John Harvey y Helmuth Nyborg (2008). Average Intelligence Predicts Atheism Rates Across 137 Nations. Intelligence.
doi:https://doi.org/10.1016/j.intell.2008.03.004
Miron Zuckerman et al. The Negative Intelligence-Religiosity Relation: New and Confirming Evidence. Personality and Social Psycology Bulletin.
doi.org/10.1177/0146167219879122
Richard Lynn, John Harvey y Helmuth Nyborg (2008). Average Intelligence Predicts Atheism Rates Across 137 Nations. Intelligence.
doi:https://doi.org/10.1016/j.intell.2008.03.004
Miron Zuckerman et al. The Negative Intelligence-Religiosity Relation: New and Confirming Evidence. Personality and Social Psycology Bulletin.
doi.org/10.1177/0146167219879122