University of Pune. Department of Sociology.
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Los modelos que hoy se construyen para interpretar el pasado, para entender el presente o para conocer lo que va a pasar en el futuro inmediato o a largo plazo, siguen adoleciendo de una visión clásica: se prevén comportamientos de la población, del tiempo, de la enfermedad, de las tropas enemigas, etc., sin tener en cuenta que hay factores presentes en todo proceso que generan incertidumbre, como la voluntad o la creatividad, porque no hay un patrón de medida para ellos.
Se plantea, detrás de este esquema clásico causal, que la libertad no existe, que la creatividad tiene sus límites, que todo está creado y que no se puede producir nada nuevo en la vida, ni en su comportamiento. Trasladado esto a la sociedad, ya todo está dicho, ahora sólo cabe decir amén.
Cuando las ideas se institucionalizan como verdades alcanzadas y perennes, aprisionan a quienes las adoptan porque se toman como dogmas. Aunque la verdad es que ellas nacen de la experiencia vivida, en un espacio y en un tiempo, y que iluminan el camino que se traza para seguir, el proceso “institucionalizador” termina por convertirlas en una enorme losa que impide continuar andando.
La mejor actitud, entonces, es reconocerlas como interpretaciones de hechos de nuestra historia, y, tras agradecerles el recorrido efectuado, abandonarlas para volver a encender nuevas luces, con la nueva verdad que las antiguas ideas y la experiencia vivida nos han permitido construir, junto a la inspiración que permanece conectada al espíritu de los seres humanos.
La nueva enseñanza para esta nueva andadura es que las ideas, los pensamientos, las teorías, han de ser como candiles que se agotan cumpliendo un papel, y que, tras esta tarea, nos queda el recuerdo de que su luz permitió que nuestros pasos fueran más firmes, hasta alcanzar el objetivo que fijaron, pero que no nos obligan a guardar su sombra. Hay que aprender a no apegarnos a nada. Para esta aventura hay que estar ligeros de equipaje y, así, poder sobrevolar las dificultades de lo establecido como normal.
Es la única forma de prepararnos para enfrentar los problemas nuevos y viejos que se detectan en la experiencia humana actual, y a los que estamos obligados a dar respuestas, colaborando conscientemente con la vida que late de manera distinta en cada individuo y en cada presente.
Nada se puede convertir en dogma: los modelos de vida no han de esclavizarnos. Esto no puede suponer caer en el relativismo: supone el amor a la vida; la aceptación de todas sus manifestaciones, todas perfectas, todas con sentido.
Observador y participador
En la línea que venimos reflexionando, queremos introducir un nuevo ingrediente, por razón de coherencia con lo que pensamos y sentimos. Este nuevo ingrediente es el que nos hace llamar socióloga o sociólogo a aquellos que cuentan con ciencia pero, también, con arte, para construir un pensamiento sociológico que nos aproxima mejor al conocimiento de la realidad social que vivieron o que viven.
Somos conscientes de que, con este enfoque, entramos de lleno en el largo debate sobre la sociología como ciencia, sabiendo que no queremos debatir sobre ello. Lo que queremos añadir, y ahí queda para que reflexionemos mejor en otra ocasión, es que la sociología, como toda ciencia humana, está llena de intuiciones, llena de sentimientos y emociones, llena de deseos de plasmación de un modelo interno que vive en cada uno de los que se interesan, profundamente, por su sociedad. También, que más que “observador” de la realidad, todo teórico es un “participador” de la misma
Por ello, un cuadro, una novela, una sinfonía, una canción, están llenos de contenido sociológico: son documentos básicos para comprender la realidad social. Resulta paradójico, pues, que desliguemos a la sociología de los ingredientes intuitivos, aquellos que nos hacen comprender la realidad antes de categorizarla.
Para que la sociología siga madurando y adquiera la capacidad de renovarse permanentemente, respondiendo a las preguntas que la evolución de la acción humana va originando, no puede dejar de ser, asimismo, objeto y sujeto de la realidad que estudia: conociendo como conoce; descubriendo con qué valores mira; sabiendo, en cada instante, en qué espacio-tiempo se encuentra, y mirando el presente como un ámbito de creación que no permite control alguno de la obra que crea, sino que, ésta, una vez puesta en sociedad, evoluciona y se desarrolla, aprendiendo asimismo de este proceso, porque es su propio proceso y porque el futuro está implícito en él.
Mucho de esto nos sugiere la obra de Concepción Arenal “La mujer del porvenir” (Obras Completas II. Vigo, 2000. (Pág. 93). La ciencia y la razón, dice esta autora, tienen su puesto, la benevolencia y la ternura tienen el suyo, y es absurdo, prescindir del sentimiento. Medítese la historia y se verá cuántos siglos necesita a veces la razón para llegar a la justicia que el corazón comprende instantáneamente.
También Maffesoli en el “Elogio de la razón sensible” (Paidos Studio, Barcelona, 1995. páginas 23,27,28 y 35), nos propone una visión intuitiva del mundo contemporáneo, sugiriendo, (...) Una sociología de la caricia, de alguna manera, que ya no tiene que ver con el arañazo conceptual”; (...) “la pasión, el sentimiento, la emoción y el afecto juegan (vuelven a jugar) un papel de primer plano. Si queremos, pues, dar cuenta de ello es importante encontrar los instrumentos adecuados, y la metáfora forma parte de ellos.
Haciéndose eco de las palabras de Paul Valery, trata de reforzar su propuesta de una nueva manera de mirar y de explicar lo que se ve. El poeta designa como fuerza bruta del concepto, dice Maffesoli, a (...) esa actitud intelectual que depura, reduce, analiza, y podríamos encontrar, hasta el infinito, expresiones (...) corta, trocea la realidad para hacerla entrar, a la fuerza si fuera necesario, dentro de un modelo establecido a priori.
Conocer desde lo vital
Mirar la realidad desde la perspectiva de lo sensible supone proponernos conocer desde lo vital, no sólo desde lo racional. Porque no es una mirada que se orienta hacia un ángulo más o menos amplio, más o menos de primero, de segundo, de tercero... o de cuarto orden, es una conciencia de ser. Es un estado de conciencia abarcable, donde la estructura y la vida emergentes se perciben integralmente, sin divisiones. Es dar con la mirada que nos permita encontrar la unidad que se expresa de diferente manera, proyectando de ese modo su complejidad.
El método científico establece una única perspectiva, la que nace a partir de “lo real”, de lo cuantificable, de lo tangible, de lo contrastable. Para ello necesita de un código y de un consenso: una única perspectiva, una única expresión simbólica, una aceptación o sometimiento universal, una racionalidad. La ciencia ha hecho tal reducción de la realidad, con ese intento de explicarla sin contaminarse, que el resultado es el esperpento.
Ilia Prigogine tiene, también, claras objeciones para ese reduccionismo de la ciencia. Las ciencias, apunta David Peat en “Sincronicidad, puente entre mente y materia” ( Kairos, pág. 208, están basadas en la observación de que cualquier nivel de explicación es dependiente, y está condicionado por conceptos y significados que surgen de otros niveles. Por lo tanto, es lógicamente imposible construir un solo nivel básico de explicación sobre el que se deba fundamentar todo conocimiento científico (...) Se descubrirá finalmente que tal nivel depende de otros niveles y, por lo tanto, no puede ser único.
Lo que denominamos “lo real” parecen ser patrones de expresión de la realidad, no manifestación de ésta, es una percepción de nuestros sentidos, que nuestro cerebro interpreta a través de categorías que él mismo crea. A esa realidad percibida David Bohm la denomina el orden desplegado, a diferencia del orden implicado, o no desplegado, por no manifiesto.
Conocimiento bipolar
Como sabemos, nuestro modelo de conocimiento está caracterizado por el predominio de la racionalidad occidental, tangible, rígida, soberbia, discriminadora, que rechaza lo que no es demostrable y termina ignorando y negando la existencia de lo que rechazó porque no se ajustaba al esquema. Se centra en los valores intelectuales y olvida el mundo sensible, perdiendo, de este modo, una importante fuente de conocimiento: lo bueno, valioso y digno de conservar es sólo aquello que entra dentro del ángulo racional.
Es una perspectiva de conocimiento bipolar, y, por su propia naturaleza, esta perspectiva es guerrera, pues crea, continuamente, posiciones de confrontación, como método para avanzar en la comprensión de la realidad. Puede abarcar todas las manifestaciones del espíritu humano, pero su objetivo es poseerlas, no compartirlas, ni gozarlas y dejarlas fluir, ya que no han de ser un medio de poder. Este modelo vive, permanentemente, en la ilusión y en el espejismo, debido a la creencia en que ha llegado a “la verdad” cada vez que alcanza un pequeño estadio.
Como consecuencia de todo ello se generan reflexiones y teorías que enmarcan y delimitan el campo de observación de lo real, condicionando la afluencia de disensos, por un lado, y de conflictos o contradicciones, por otro lado. Porque el método científico sólo acepta aquello que es demostrable a partir de una experiencia de “laboratorio”, donde la hipótesis es confirmada como cierta porque las condiciones que crea son las idóneas para corroborar positivamente sus premisas.
Nuevas aportaciones teóricas, nuevas cuestiones de reflexión o nuevas teorías contrastadas, estarán siempre marcadas por el mismo campo de percepción: el de la verdad científica. Aunque introduzcamos la complejidad, aunque partamos del caos, la incertidumbre, la interdisciplinariedad, la teoría de sistemas, etc., si sólo usamos esta perspectiva, terminamos poniéndole vallas al campo. Con el método científico queremos confirmar que estamos en lo cierto, no que nos sabemos limitados.
“Abarcar las estrellas”
Sin embargo, lo importante es aceptar que con total probabilidad estamos equivocados, porque la meta más importante es que la conciencia de ser y el conocimiento de la realidad de ese ser ha de “abarcar las estrellas”, y no conformarse con la explicación que le da el ángulo de focalización de su mirada sobre un punto concreto del universo, ignorando las no dimensiones del éste, y pretendiendo haber dado con su explicación.
Por el contrario, no se ha hecho el esfuerzo suficiente para comprender los recursos que aporta el conocimiento desde lo sensible. Sus cualidades pertenecen al ámbito de lo que siempre se ha rechazado por incomprensible y no cuantificable, cuando no se hace una instrumentalización de lo sensible en función de viejos modelos.
Pero lo sensible aporta una mirada abarcadora; no se plantea la forma de conocimiento desde la confrontación, sino desde la comprensión natural de lo complejo como el principio de la existencia; la apreciación de lo real desde el goce de cómo la realidad se manifiesta, entendiendo que sólo gozando de ella nos podemos aproximar, algo, a su comprensión.
No ha de interesarnos tener una salida teórica para siempre, una explicación “coherente” que nos deje tranquilos con su respuesta, y sin preguntas. Nos interesa estar vivos, y así poder percibir las limitaciones para comprender, sentirnos cómodos y sin complejos en la ignorancia. No es poder lo que necesitamos, sí el sentimiento de estar participando de la vida, mientras ésta nos haga partícipe de su devenir.
Poder gozar con lo cómodo que resulta dejarse llevar por su corriente, sin resistencia y sin querer atrapar “el océano en un cubo”, y no sentirse arrastrado por el flujo que emana del deseo de control y poder, producto de la miopía humana, que no nos lleva a ningún lado, sólo a la confusión y a la angustia. En este aspecto, Simmel resulta interesante, porque descubre las oscuridades y las luces de la sociedad humana, mientras él permanece, parece, sin ser abatido por las propias pasiones de aquella.
Integrar perspectivas
Para poder ser creativos en esta perspectiva que se propone, hemos de empezar por acabar con ese tirano interiorizado que censura todos nuestros actos y que fomenta la inseguridad y el miedo: ese dios que lo ve todo, fiscalizador, controlador, juez que condena a los que se salen fuera de lo previsible y lo correcto, que promete castigos, menosprecio y marginación a los que no reconocen la autoridad eternamente establecida, y que se atreven a mirar, observar, pensar, reflexionar, analizar, interpretar, concluir y expresarse por su cuenta, y sin su beneplácito.
No se pretende conocer la vieja perspectiva para rechazarla o combatirla, lo que se persigue es integrarla. Tratar de usar la herramienta de la “forma” para que nos ayude a descubrir la esencia del contenido. Asimismo, partir del sujeto, del sujeto como vida, del sujeto que actúa con intenciones, y del otro (ambos son simultáneos) que al socializarse renuncia porque ha asumido los códigos, y se ha confundido en ellos, pareciendo estar desconectado de la vida, porque ha olvidado “quién es” y lo ha sustituido por “lo que es”.
Esta perspectiva del sujeto como ser, como esencia, como existencia y como sustancia, no como apariencia, no nos lleva a un sujeto frustrado, a causa de que se valora a partir de la temporalidad espacial de sus condiciones y condicionamientos. No es un sujeto únicamente visto desde el afuera, un afuera sometido a los avatares históricos, al movimiento de lo externo, que sí le condicionan pero que no lo determinan, únicamente. Es el sujeto que interactúa en un entorno y que crea e interpreta la realidad que es el todo.
Alicia Montesdeoca es socióloga. Este artículo es parte del ensayo inédito “Aproximaciones a una nueva epistemología social”.
Se plantea, detrás de este esquema clásico causal, que la libertad no existe, que la creatividad tiene sus límites, que todo está creado y que no se puede producir nada nuevo en la vida, ni en su comportamiento. Trasladado esto a la sociedad, ya todo está dicho, ahora sólo cabe decir amén.
Cuando las ideas se institucionalizan como verdades alcanzadas y perennes, aprisionan a quienes las adoptan porque se toman como dogmas. Aunque la verdad es que ellas nacen de la experiencia vivida, en un espacio y en un tiempo, y que iluminan el camino que se traza para seguir, el proceso “institucionalizador” termina por convertirlas en una enorme losa que impide continuar andando.
La mejor actitud, entonces, es reconocerlas como interpretaciones de hechos de nuestra historia, y, tras agradecerles el recorrido efectuado, abandonarlas para volver a encender nuevas luces, con la nueva verdad que las antiguas ideas y la experiencia vivida nos han permitido construir, junto a la inspiración que permanece conectada al espíritu de los seres humanos.
La nueva enseñanza para esta nueva andadura es que las ideas, los pensamientos, las teorías, han de ser como candiles que se agotan cumpliendo un papel, y que, tras esta tarea, nos queda el recuerdo de que su luz permitió que nuestros pasos fueran más firmes, hasta alcanzar el objetivo que fijaron, pero que no nos obligan a guardar su sombra. Hay que aprender a no apegarnos a nada. Para esta aventura hay que estar ligeros de equipaje y, así, poder sobrevolar las dificultades de lo establecido como normal.
Es la única forma de prepararnos para enfrentar los problemas nuevos y viejos que se detectan en la experiencia humana actual, y a los que estamos obligados a dar respuestas, colaborando conscientemente con la vida que late de manera distinta en cada individuo y en cada presente.
Nada se puede convertir en dogma: los modelos de vida no han de esclavizarnos. Esto no puede suponer caer en el relativismo: supone el amor a la vida; la aceptación de todas sus manifestaciones, todas perfectas, todas con sentido.
Observador y participador
En la línea que venimos reflexionando, queremos introducir un nuevo ingrediente, por razón de coherencia con lo que pensamos y sentimos. Este nuevo ingrediente es el que nos hace llamar socióloga o sociólogo a aquellos que cuentan con ciencia pero, también, con arte, para construir un pensamiento sociológico que nos aproxima mejor al conocimiento de la realidad social que vivieron o que viven.
Somos conscientes de que, con este enfoque, entramos de lleno en el largo debate sobre la sociología como ciencia, sabiendo que no queremos debatir sobre ello. Lo que queremos añadir, y ahí queda para que reflexionemos mejor en otra ocasión, es que la sociología, como toda ciencia humana, está llena de intuiciones, llena de sentimientos y emociones, llena de deseos de plasmación de un modelo interno que vive en cada uno de los que se interesan, profundamente, por su sociedad. También, que más que “observador” de la realidad, todo teórico es un “participador” de la misma
Por ello, un cuadro, una novela, una sinfonía, una canción, están llenos de contenido sociológico: son documentos básicos para comprender la realidad social. Resulta paradójico, pues, que desliguemos a la sociología de los ingredientes intuitivos, aquellos que nos hacen comprender la realidad antes de categorizarla.
Para que la sociología siga madurando y adquiera la capacidad de renovarse permanentemente, respondiendo a las preguntas que la evolución de la acción humana va originando, no puede dejar de ser, asimismo, objeto y sujeto de la realidad que estudia: conociendo como conoce; descubriendo con qué valores mira; sabiendo, en cada instante, en qué espacio-tiempo se encuentra, y mirando el presente como un ámbito de creación que no permite control alguno de la obra que crea, sino que, ésta, una vez puesta en sociedad, evoluciona y se desarrolla, aprendiendo asimismo de este proceso, porque es su propio proceso y porque el futuro está implícito en él.
Mucho de esto nos sugiere la obra de Concepción Arenal “La mujer del porvenir” (Obras Completas II. Vigo, 2000. (Pág. 93). La ciencia y la razón, dice esta autora, tienen su puesto, la benevolencia y la ternura tienen el suyo, y es absurdo, prescindir del sentimiento. Medítese la historia y se verá cuántos siglos necesita a veces la razón para llegar a la justicia que el corazón comprende instantáneamente.
También Maffesoli en el “Elogio de la razón sensible” (Paidos Studio, Barcelona, 1995. páginas 23,27,28 y 35), nos propone una visión intuitiva del mundo contemporáneo, sugiriendo, (...) Una sociología de la caricia, de alguna manera, que ya no tiene que ver con el arañazo conceptual”; (...) “la pasión, el sentimiento, la emoción y el afecto juegan (vuelven a jugar) un papel de primer plano. Si queremos, pues, dar cuenta de ello es importante encontrar los instrumentos adecuados, y la metáfora forma parte de ellos.
Haciéndose eco de las palabras de Paul Valery, trata de reforzar su propuesta de una nueva manera de mirar y de explicar lo que se ve. El poeta designa como fuerza bruta del concepto, dice Maffesoli, a (...) esa actitud intelectual que depura, reduce, analiza, y podríamos encontrar, hasta el infinito, expresiones (...) corta, trocea la realidad para hacerla entrar, a la fuerza si fuera necesario, dentro de un modelo establecido a priori.
Conocer desde lo vital
Mirar la realidad desde la perspectiva de lo sensible supone proponernos conocer desde lo vital, no sólo desde lo racional. Porque no es una mirada que se orienta hacia un ángulo más o menos amplio, más o menos de primero, de segundo, de tercero... o de cuarto orden, es una conciencia de ser. Es un estado de conciencia abarcable, donde la estructura y la vida emergentes se perciben integralmente, sin divisiones. Es dar con la mirada que nos permita encontrar la unidad que se expresa de diferente manera, proyectando de ese modo su complejidad.
El método científico establece una única perspectiva, la que nace a partir de “lo real”, de lo cuantificable, de lo tangible, de lo contrastable. Para ello necesita de un código y de un consenso: una única perspectiva, una única expresión simbólica, una aceptación o sometimiento universal, una racionalidad. La ciencia ha hecho tal reducción de la realidad, con ese intento de explicarla sin contaminarse, que el resultado es el esperpento.
Ilia Prigogine tiene, también, claras objeciones para ese reduccionismo de la ciencia. Las ciencias, apunta David Peat en “Sincronicidad, puente entre mente y materia” ( Kairos, pág. 208, están basadas en la observación de que cualquier nivel de explicación es dependiente, y está condicionado por conceptos y significados que surgen de otros niveles. Por lo tanto, es lógicamente imposible construir un solo nivel básico de explicación sobre el que se deba fundamentar todo conocimiento científico (...) Se descubrirá finalmente que tal nivel depende de otros niveles y, por lo tanto, no puede ser único.
Lo que denominamos “lo real” parecen ser patrones de expresión de la realidad, no manifestación de ésta, es una percepción de nuestros sentidos, que nuestro cerebro interpreta a través de categorías que él mismo crea. A esa realidad percibida David Bohm la denomina el orden desplegado, a diferencia del orden implicado, o no desplegado, por no manifiesto.
Conocimiento bipolar
Como sabemos, nuestro modelo de conocimiento está caracterizado por el predominio de la racionalidad occidental, tangible, rígida, soberbia, discriminadora, que rechaza lo que no es demostrable y termina ignorando y negando la existencia de lo que rechazó porque no se ajustaba al esquema. Se centra en los valores intelectuales y olvida el mundo sensible, perdiendo, de este modo, una importante fuente de conocimiento: lo bueno, valioso y digno de conservar es sólo aquello que entra dentro del ángulo racional.
Es una perspectiva de conocimiento bipolar, y, por su propia naturaleza, esta perspectiva es guerrera, pues crea, continuamente, posiciones de confrontación, como método para avanzar en la comprensión de la realidad. Puede abarcar todas las manifestaciones del espíritu humano, pero su objetivo es poseerlas, no compartirlas, ni gozarlas y dejarlas fluir, ya que no han de ser un medio de poder. Este modelo vive, permanentemente, en la ilusión y en el espejismo, debido a la creencia en que ha llegado a “la verdad” cada vez que alcanza un pequeño estadio.
Como consecuencia de todo ello se generan reflexiones y teorías que enmarcan y delimitan el campo de observación de lo real, condicionando la afluencia de disensos, por un lado, y de conflictos o contradicciones, por otro lado. Porque el método científico sólo acepta aquello que es demostrable a partir de una experiencia de “laboratorio”, donde la hipótesis es confirmada como cierta porque las condiciones que crea son las idóneas para corroborar positivamente sus premisas.
Nuevas aportaciones teóricas, nuevas cuestiones de reflexión o nuevas teorías contrastadas, estarán siempre marcadas por el mismo campo de percepción: el de la verdad científica. Aunque introduzcamos la complejidad, aunque partamos del caos, la incertidumbre, la interdisciplinariedad, la teoría de sistemas, etc., si sólo usamos esta perspectiva, terminamos poniéndole vallas al campo. Con el método científico queremos confirmar que estamos en lo cierto, no que nos sabemos limitados.
“Abarcar las estrellas”
Sin embargo, lo importante es aceptar que con total probabilidad estamos equivocados, porque la meta más importante es que la conciencia de ser y el conocimiento de la realidad de ese ser ha de “abarcar las estrellas”, y no conformarse con la explicación que le da el ángulo de focalización de su mirada sobre un punto concreto del universo, ignorando las no dimensiones del éste, y pretendiendo haber dado con su explicación.
Por el contrario, no se ha hecho el esfuerzo suficiente para comprender los recursos que aporta el conocimiento desde lo sensible. Sus cualidades pertenecen al ámbito de lo que siempre se ha rechazado por incomprensible y no cuantificable, cuando no se hace una instrumentalización de lo sensible en función de viejos modelos.
Pero lo sensible aporta una mirada abarcadora; no se plantea la forma de conocimiento desde la confrontación, sino desde la comprensión natural de lo complejo como el principio de la existencia; la apreciación de lo real desde el goce de cómo la realidad se manifiesta, entendiendo que sólo gozando de ella nos podemos aproximar, algo, a su comprensión.
No ha de interesarnos tener una salida teórica para siempre, una explicación “coherente” que nos deje tranquilos con su respuesta, y sin preguntas. Nos interesa estar vivos, y así poder percibir las limitaciones para comprender, sentirnos cómodos y sin complejos en la ignorancia. No es poder lo que necesitamos, sí el sentimiento de estar participando de la vida, mientras ésta nos haga partícipe de su devenir.
Poder gozar con lo cómodo que resulta dejarse llevar por su corriente, sin resistencia y sin querer atrapar “el océano en un cubo”, y no sentirse arrastrado por el flujo que emana del deseo de control y poder, producto de la miopía humana, que no nos lleva a ningún lado, sólo a la confusión y a la angustia. En este aspecto, Simmel resulta interesante, porque descubre las oscuridades y las luces de la sociedad humana, mientras él permanece, parece, sin ser abatido por las propias pasiones de aquella.
Integrar perspectivas
Para poder ser creativos en esta perspectiva que se propone, hemos de empezar por acabar con ese tirano interiorizado que censura todos nuestros actos y que fomenta la inseguridad y el miedo: ese dios que lo ve todo, fiscalizador, controlador, juez que condena a los que se salen fuera de lo previsible y lo correcto, que promete castigos, menosprecio y marginación a los que no reconocen la autoridad eternamente establecida, y que se atreven a mirar, observar, pensar, reflexionar, analizar, interpretar, concluir y expresarse por su cuenta, y sin su beneplácito.
No se pretende conocer la vieja perspectiva para rechazarla o combatirla, lo que se persigue es integrarla. Tratar de usar la herramienta de la “forma” para que nos ayude a descubrir la esencia del contenido. Asimismo, partir del sujeto, del sujeto como vida, del sujeto que actúa con intenciones, y del otro (ambos son simultáneos) que al socializarse renuncia porque ha asumido los códigos, y se ha confundido en ellos, pareciendo estar desconectado de la vida, porque ha olvidado “quién es” y lo ha sustituido por “lo que es”.
Esta perspectiva del sujeto como ser, como esencia, como existencia y como sustancia, no como apariencia, no nos lleva a un sujeto frustrado, a causa de que se valora a partir de la temporalidad espacial de sus condiciones y condicionamientos. No es un sujeto únicamente visto desde el afuera, un afuera sometido a los avatares históricos, al movimiento de lo externo, que sí le condicionan pero que no lo determinan, únicamente. Es el sujeto que interactúa en un entorno y que crea e interpreta la realidad que es el todo.
Alicia Montesdeoca es socióloga. Este artículo es parte del ensayo inédito “Aproximaciones a una nueva epistemología social”.