La película ‘Orígenes’, de Mike Cahill, aborda los límites del Diseño Inteligente

El film se plantea como una lección sobre lo que significa realmente ver más allá de lo que nos impone una determinada concepción del mundo


¿Cuáles son los límites del conocimiento científico? ¿Explica la teoría evolutiva toda la realidad biológica? ¿Es posible y racional abrir la mente a nuevas dimensiones del mundo que van más allá de lo experimentable? Estas preguntas se las puede hacer el espectador después de asistir a la proyección de la película ‘Orígenes’ (estrenada en 2014) del director Mike Cahill. En ella, partiendo de un elemento pequeño y prácticamente insignificante como puede ser el iris de una persona, se genera una concepción mucho más compleja: la del ser humano y la de la relación existente y casi invisible de unos con otros. Por Francisco José García Lozano.


Francisco José García Lozano
26/05/2015

Hace medio siglo, cuando se hablaba de “cine religioso ”, siempre se aludía a unos imaginarios que han quedado obsoletos. Se aludía a “El Milagro de Fátima”, o “San Juan Bosco”, o “Jesús de Nazaret” o “Karol Wojtyla”. Esta concepción ha cambiado en los últimos años. Es otro tipo de cine religioso el que se ofrece en las pantallas.
 
Especialmente nos interesa aquel tipo de cine que alude a las tendencias del mundo de las religiones o de la espiritualidad hacia el siglo XXI con especial énfasis en los retos que las ciencias y las tecnologías enfrentan a las convicciones tradicionales con otros modos de entender el fenómeno religioso y su función en las culturas emergentes.

En octubre de 2012 ya ofrecimos en estas páginas una reflexión sobre la película Prometheus de Ridley Scott. Este nuevo cine religioso puede hacernos reflexionar sobre cuestiones filosóficas, culturas y teológicas nuevas que están configurando una nueva sociedad: la de la Era de la Ciencia.
 
Orígenes (2014) de Mike Cahill
 
Entre las películas que han llegado a las pantallas españolas hay una que merece nuestra atención y un comentario. Se trata de Orígenes, del director  Mike Cahill, estrenada en nuestras salas a finales de 2014. Calificada por algunos críticos como “rarita”, presenta unos elementos que pueden ser objeto de reflexión sobre algunos problemas situados en la filo de la navaja entre las ciencias y las tradiciones religiosas, y sobre todo, las tradiciones cristianas.
    
El argumento, en síntesis, es el siguiente:  Ian Gray, un estudiante de biología molecular especializado en la evolución del ojo humano, conoce a una misteriosa mujer cuyo iris es multicolor. Años después, su investigación lo lleva a hacer un descubrimiento asombroso, que podría cambiar la forma en que percibimos nuestra existencia. (leemos en la revista FILMAFFINITY).

En un laboratorio completamente equipado, trata de llevar a cabo un experimento con el que realizar importantes progresos a la hora de comprender a la especie humana. Los resultados de esta investigación podrían tener consecuencias históricas para la humanidad. Con el fin de tener una segunda opinión, Ian sale a la búsqueda de otro científico que pueda confirmar o rechazar las teorías que ha sacado. Así conoce a Karen, con la que emprenderá un viaje en el que deberán superar una serie de adversidades y obstáculos que no esperaban encontrar. A medida que avanza su investigación se darán cuenta de que, muchas veces, la ciencia no tiene por qué estar reñida con los sentimientos.
       
El director, Mike Cahill ('Boxers and Ballerinas', 'Otra Tierra') dirige y escribe esta historia, contando con la presencia en su elenco de varios artistas como Michael Pitt ('Rob the Mob', 'You Can't Win') o Brit Marling ('Posthumous', 'The Keeping Room').

El origen de la vida sobre la Tierra
 
El origen de la vida sobre la Tierra sigue siendo un misterio más bien incómodo. Tal y como señala Hanlon en sus Diez preguntas. Una guía para la perplejidad científica:

Si la materia oscura es ya un concepto extraño, la vida es, definitivamente, un concepto extravagante. El hecho de que estemos vivos es algo que damos por supuesto, a pesar de que, incluso al nivel más básico y fundamental, lo que significa pertenecer al mundo de lo animado y no al inanimado es, aunque parezca extraño, confuso e indefinido. La vida es, tal vez, la propiedad más misteriosa de nuestro Universo, y su existencia supone que el cosmos es consciente de su propia existencia en un lugar por lo menos y, quizás, incluso, en innumerables lugares” [Hanlon, M., Diez preguntas. Una guía para la perplejidad científica, Ediciones Paidós, Barcelona 2008, 157]
 
Ciertamente no sabemos cómo, dónde o cuando comenzó la vida. Hasta hace relativamente poco, curiosamente, estas cuestiones no ocupaban un lugar destacado en la agenda científica. A pesar de que, durante el pasado siglo, la investigación realizada en el campo de la biología tuvo un extraordinario desarrollo, las cuestiones más fundamentales relacionadas con la vida se quedaron, sin saber por qué, al margen.
Y por lo que se refiere al origen de la vida, por ejemplo, la hipótesis de Darwin que afirmaba que los primeros seres vivos surgieron espontáneamente en el interior de una “pequeña charca caliente funcionaba más o menos bien:
 
"Se dice a menudo que hoy en día están presentes todas las condiciones para la producción de un organismo vivo, y que pudieron haber estado siempre presentes. Pero si pudiéramos concebir que en algún charquito cálido, encontrando presentes toda suerte de sales fosfóricas y de amonio, luz, calor, electricidad, etc., que un compuesto proteico se formara por medios químicos listo para sufrir cambios aún más complejos, a día de hoy ese tipo de materia sería instantáneamente devorado o absorbido, lo que no hubiera sido el caso antes de que los seres vivos aparecieran"
           
Esta hipótesis de la “sopa primigenia” sonaba tan plausible, tan creíble que se pensó en dejarla como estaba, hasta hace no tantos años. La biogénesis sigue siendo un asunto muy controvertido y actual. Tanto que hasta hace no mucho tiempo un realizador como Ridley Scott retomaba las discutibles teorías del “creacionismo alienígena”, de los años sesenta de Erich Vön Daniken  y J. J. Benítez, para aderezar su última realización, Prometheus.
 
Es un épico espectáculo visual cuyo guion mezcla varios de los mitos de la Biblia con las teorías de la secta de los raelianos, la mitología egipcia, El paraíso perdido de Milton,  y decenas de otros referentes históricos, filosóficos y científicos que siguen estando muy presentes en publicaciones y producciones cinematográficas.
 
Los retos de la ciencia a las religiones
 
Sin caer en pseudociencia o en sucedáneos esotéricos, una de las últimas películas en abordar este tema desde una perspectiva más científica es la última película de Mike Cahill, Orígenes. Estrenada en España a finales de 2014, ha recibido críticas diferentes. Algunas críticas a esta película, la han calificado como “rarita”. La película del director Mike Cahill es uno de esos films que estimulan los sentidos y el intelecto a parte iguales. Inteligentemente desafiante y emotivamente renovadora, la cinta invita a pensar sobre que hay tras la temida muerte bajo la premisa del estudio del iris humano.

Premiada como mejor película en el festival de cine de Sitges, esta producción enfrenta conceptos como el destino y la coincidencia, la evolución y el creacionismo, añadiendo además el misterio siempre presente de lo que hay más allá.

Porque para el realizador, los científicos son un modelo importante a seguir. Según explica éste: “Se pasan la vida haciéndose grandes preguntas”, explica. “¿Por qué estamos aquí? ¿De qué estamos hechos? Exploran hasta los más ínfimos niveles de la materia y estudian las cosas más grandes, como el universo. Ojalá fuera científico, pero como soy director de cine, hago películas sobre científicos”.
 
Otro de los críticos, Salvador Llopart en La Vanguardia, escribe: “Más allá del género, que es el de la ciencia ficción de ideas, o sea, ciencia ficción rica en sugerencias pero sin apenas efectos especiales, se puede decir que la fuerza de Orígenes se encuentra en la historia que hay dentro de la historia: en el relato que lleva oculto, por así decirlo”.
          
En ese relato que está ahí, presente, impregnándolo todo, pero que apenas se nota, aunque se siente: se siente tras las miradas de los personajes y en la forma en que estos, a su vez, miran el mundo que les rodea. En la extrañeza compartida, podríamos decir. Orígenes es una película de detalles sobre detalles, de rincones iluminados y de serena belleza. También de revelaciones. 
     
Pero vayamos por partes... Primero el conflicto en la superficie: el debate evidente entre ciencia y espíritu (que no es lo mismo que religión, aunque por momentos lo parezca). El deseo de explicar la realidad desde la realidad misma, y la dificultad de conseguirlo hasta el final. Esa es la parte más endeble del filme, la que enfrenta las teorías de los evolucionistas (científicos) a la visión de los creacionistas (divinos). En Orígenes un joven científico (Michael Pitt) estudia el ojo y sus secretos: quiere desentrañar su evolución con la ayuda de Karen (Brit Marling), su ayudante. Ambos buscan, codo con codo, el gen que explicaría lo imposible: la capacidad de ver. 

Pero en su camino se cruzan los hermosos ojos de Sofi (Astrid Bergès-Frisbey) que son los ojos del misterio. Y así se abre un triángulo de miradas sobre el que descansa esa otra historia del filme, la más interesante, por inesperada. Con el joven Pitt, magnífico en el papel de hombre escindido entre dos formas de ver el mundo. Por un lado la mirada soñadora de Sofi/Astrid; por el otro, la sólida mirada, escrutadora y cómplice, de Karen/Brit. 

Lo mejor de Orígenes está en la forma en que Cahill nos muestra ese juego de miradas cruzadas. Con una cámara serena y atenta, dispuesta a la sorpresa. Cámara sosegada y sabia para captar la tormenta que lo impregna todo.

El misterio de los ojos humanos
 
Otro de los críticos, Jesús Jiménez en TVE (10.11.2014) escribe: "Séneca dijo que "Los ojos son el reflejo del alma", y ese podría ser el punto de partida de Orígenes, una interesante película de ciencia ficción dirigida por Mike Cahill (Another Earth) que nos propone una reflexión sobre el origen y el destino de la humanidad, sobre el eterno dilema razón-espiritualidad y sobre la reencarnación".
       
Una historia que también supone una inteligente vuelta de tuerca al mito de Frankenstentein o el moderno Prometeo, el científico empeñado en crear vida para negar la existencia de Dios. Y todo contado a través de la fascinación de una mirada, la de la actriz Astrid Bergés-Frisbey. Porque la película también es una intensa y emocionante historia de amor, o dos.
        
Y comenta: “Un interesante trabajo que nos invita a la reflexión, como las grandes historias de ciencia ficción, y que le valió a Cahill el premio a la mejor película en el pasado Festival de Cine de Sitges (donde hace tres años ya consiguió el Méliès de Oro a la mejor película fantástica por su anterior trabajo, Another Earth) y que ya se anuncia como una de las posibles sorpresas en candidaturas a premios más renombrados”.
 
La fascinación de una mirada
 
Ian Gray, el protagonista de Orígenes, es un estudiante de biología molecular, especializado en la evolución del ojo humano, interpretado por Michael Pitt, que conoce a una chica, Sofi, cuyo iris ocular tiene la capacidad de cambiar de color. Un amor a primera vista entre una persona cuyo único dios es la ciencia y otra que cree en la espiritualidad, en la intuición. Lo curioso es que, al final, ambos llegarán a la misma conclusión, por caminos muy diferentes, el científico y el espiritual.
           
Cahill asegura que la idea de la película surgió hace 12 años cuando empezó a investigar sobre la biométrica del iris y leyó que todos los ojos son únicos como las huellas dactilares, se forman en el útero y se mantienen invariables durante el resto de nuestras vidas. El último elemento inspirador fue la frase de Séneca que encabeza este artículo. "Por eso era interesante demostrarle a un científico que gracias a los ojos tenemos todos un alma" -afirma el director-.
       
El director también se inspiró en la famosa historia de Sharbat Gula, la joven afgana que fue portada de National Geographic  en 1985 y que fue encontrada años después gracias a sus espectaculares ojos (una fotografía que aparece brevemente en un momento de la película).
       
Y es que, esos ojos, esas miradas de los actores, son los mejores efectos especiales de esta película que, como cualquier investigación científica, avanza despacio, pero con continuos y sorprendentes giros de guion, hasta el intrigante desenlace que nos hará reflexionar.

La ciencia como búsqueda de conocimiento y de sentido
 
Pero la película que comentamos no se queda solo en la aventura de la búsqueda del conocimiento. Va más allá: hacia preguntas metacientíficas. A medida que sus investigaciones continúan junto a su compañera de laboratorio, Karen (Brit Marling), descubren algo sorprendente con implicaciones de amplio alcance que complican sus creencias científicas y espirituales.

Entonces, el biólogo molecular, movido por unos fuertes sentimientos y su afán científico emprende un viaje por medio mundo, en el que arriesga todo lo que sabe para validar su teoría. En sus estudios del ojo humano, el científico, junto a otros colegas, ha recopilado una base de datos de ojos humanos de la población mundial, y descubre que en India, una niña tiene exactamente los mismos ojos que su novia difunta. El científico viaja a la India a corroborar esto, y si bien no tiene absoluta seguridad en ello, varias circunstancias le hacen pensar que la niña es una reencarnación de su novia.
 
 “Considere órganos corporales como el ojo, el oído, el cerebro. Todos son tremendamente complejos, mucho más que las más intrincadas invenciones del hombre (…). Tales órganos habrían sido inútiles hasta que todas las partes individuales estuvieran completas. De modo que surge la pregunta: ¿Es posible que el elemento no guiado del azar, del cual se piensa que es una fuerza impulsora de la evolución, pudiera haber juntado todas estas partes al tiempo apropiado para producir mecanismos tan elaborados?  (“La vida, ¿cómo se presentó aquí? ¿Por evolución, o por creación?”, en Watchtower Bible and Tract Society of New York, Inc., 1985)

El ojo como necesaria conexión entre imágenes recibidas y neuronas, y las reacciones que interpreta nuestra mente. El ojo como portal a nuestros recuerdos y, por tanto, a la definición de quién soy: yo, único. El ojo, en definitiva, como demostración irrevocable de la evolución de nuestra especie. Topamos aquí con uno de los debates más vivos en el mundo del encuentro entre las ciencias y las religiones: el del Diseño Inteligente.
 
 “Generaciones de creacionistas han intentado contradecir a Darwin citando el ejemplo del ojo como una estructura que no podría haber evolucionado (…). La selección natural nunca podría haber favorecido las formas transicionales necesarias durante la evolución del ojo ¿Qué tan bueno es medio ojo? Anticipándose a esta crítica, Darwin sugirió que aún un ojo “incompleto” podría conferir beneficios (como ayudar a las criaturas a orientarse hacia la luz) y de ese modo sobrevivirían permitiendo futuros refinamientos evolutivos. La biología ha vindicado a Darwin: los investigadores han identificado ojos primitivos y órganos sensibles a la luz a través del reino animal y han ayudado a trazar la historia evolutiva del ojo a través de comparaciones genéticas.” [“15 respuestas al sin sentido creacionista”, John Renie, Scientific American (2002)]
 
El Diseño Inteligente, como propuesta científica
 
Para los proponentes del llamado Diseño Inteligente, la complejidad de la realidad natural exige científicamente la existencia de un ente superior inteligente y ordenador. Este fue el argumento que llevó a Anthony Flew a creer en una divinidad.

Para los seguidores del Diseño Inteligente, el ojo es una estructura irreduciblemente compleja. Significa que si se elimina uno de los componentes del ojo éste pierde su función y no sirve para nada. Por ello no puede haber evolucionado a partir de estructuras más simples que hayan ido ganando complejidad a lo largo de la evolución. Tiene que haber “aparecido” súbitamente mediante la participación de una “fuerza inteligente”.

La biología evolutiva permite analizar el estudio de los organismos vivos en la actualidad. Si la teoría de la evolución es cierta, y ateniéndonos simplemente a la capacidad predictiva de esta, deberíamos ser capaces de encontrar estructuras muy simples de ojos en organismos muy simples; otros muchos más complejos en organismos más evolucionados; y estructuras intermedias entre ellas.

Y eso es precisamente lo que ocurre cuando estudiamos la estructura de los ojos a lo largo de la taxonomía, desde estructuras simples, como la de algunos anélidos o moluscos que poseen ojos que son simples receptores de luz, pero que les sirve para orientarse hacia donde se encuentra el alimento, hasta ojos más complejos como los de los pulpos, con pasos intermedios que explican perfectamente cómo se han producido las variaciones que han dado lugar a esta estructura: conjunto de células fotorreceptoras, invaginación para proteger dichas células y dotar perspectiva volumétrica, formación del arco que encierra las células, aparición de una lente para enfocar y cerrar la cavidad y anexos de protección y lubricación de la estructura.

De este modo, los sistemas más sencillos aparecen en algunos organismos unicelulares como la Euglena, que están dotados de un orgánulo fotosensible conectado al flagelo, lo cual le permite distinguir entre luz y oscuridad, desplazándose en función de ésta Wolken, J.J., “Euglena: the photoreceptor system for phototaxis”, J Protozool. 1977 Nov; 24 (4): 518-22] No distingue formas ni mucho menos imágenes complejas, únicamente la presencia o ausencia de luz.

Los anélidos presentan un órgano de la visión algo más complejo, formado por un grupo de células epidérmicas sensibles a la luz que aparecen conectadas a fibras nerviosas. Aquí se avanza un poco más en la percepción, aunque sólo son capaces de distinguir luces y sombras, no pueden aún formar imágenes. De hecho, a estos órganos no se les denomina ojos, sino ocelos o manchas oculares.

Un paso más adelante, se produce una invaginación del área fotorreceptora, formando una copa fotosensible. Con ello se consigue aumentar el número de células sin aumentar el tamaño del órgano, permitiendo además detectar la dirección de los rayos de luz en función de la parte que recibe la iluminación. El gasterópodo Patella presenta ojos de este tipo. Su función es simple, le permite conocer cuándo se encuentra sumergido (poca luz) o en la superficie (mucha luz). Patella (las típicas lapas) vive en zonas intermareales y se desplazan en búsqueda de alimento en función de la columna de agua que tienen sobre ellas.
Complicándose progresivamente, esta estructura toma la forma de una cámara esférica abierta (las podemos encontrar en Haliotis y Nautilus), una cámara cerrada carente de lente (Helix y Turbo), ojos cerrados por una lente (Murex y Nucella), etc.

El ojo de los vertebrados añade una especialización de los pigmentos visuales, diferenciando fotorreceptores excitables con baja luminosidad (bastones con rodopsina) y fotorreceptores capaces de percibir el color (conos con tres tipos diferentes de pigmentos). En Platyneris dumereili, un gusano marino, ya aparecen células cerebrales similares a estos fotorreceptores, lo que podría explicar, por migración, el desarrollo del ojo vertebrado [“Ciliary photoreceptors with a vertebrate-type opsin in an invertebrate brain”, Science 29 October 2004: Vol. 306, nº 5697, 869-871].

¿Es Orígenes una película conservadora?
 
Orígenes supone una consolidación de su estilo como director, abundando en la creación, por una parte, de una atmósfera tremendamente íntima a través de la fotografía y la música y, por otra, encandilando con la irrupción de la ciencia-ficción en el drama interior de un personaje.

Si en Otra Tierra (2011) era el personaje interpretado por Brit Marling (The East), Rhoda, el que experimentaba un giro de 180 grados, en esta ocasión será el universo de Michael Pitt,- Ian en la ficción -, el que vea cómo se tambalean sus creencias. Ambas son, en realidad, fábulas, más o menos didácticas, más o menos elevadas, sobre las limitaciones que nos impone nuestro entorno y que nos imponemos nosotros mismos de cara a alcanzar estados más elevados de conciencia.

En Otra Tierra, Cahill tomaba como excusa el descubrimiento científico de un planeta igual a la Tierra para urdir un relato sobre el perdón y las segundas oportunidades, inspirado según él en las ficciones de Krzystof Kieslowski y Ray Bradbury, y acorde a los parámetros estéticos de una cierta deriva independiente, con sello Sundance. Además, la película terminó por presentar en sociedad a su actriz y también coguionista, la críptica y lánguida Brit Marling, que ha formado parte posteriormente de una serie de proyectos como Sound of My Voice (Zal Batmanglij, 2011) o The East (Zal Batmanglij, 2013), también coescritos por ella, que ha ahondado en esta visión de la ciencia ficción, blanda, líquida, con ecos de thriller minimalista. Propuestas que, no obstante, han ido creciendo y expandiéndose. 

La evolución del ojo, al igual que otras estructuras presuntamente complejas (por tener múltiples componentes) sigue presentando problemas para muchas personas que no comprenden cómo funciona el proceso evolutivo.
En Orígenes, partiendo de un elemento pequeño y prácticamente insignificante como puede ser el iris de una persona cualquiera, desgrana todo el guion para dar lugar a una concepción más grande y mucho más compleja: la del ser humano y la de la relación existente y casi invisible de unos con otros. 

Mike Cahill, explora temas como la identidad y la esencia del ser humano a partir de dos visiones: por una parte, la científica, con la identificación biométrica del iris ocular y, por otra, a partir de la creencia de que “los ojos son la puerta del alma”. Ciencia y religión, hechos contra creencias conforman un discurso del que Cahill se adueña y hace pivotar la película entorno a él de manera más encubierta a veces y otras descaradamente, posicionándose sin reparos. No se trata de algo original y tampoco es que lo trate de una manera que podamos calificar de definitiva; el interesante tratamiento científico de lo relativo a la identidad irremplazable del patrón del iris se torna en un panfleto con bastantes resonancias con la new age.
 
Orígenes: la búsqueda espiritual del ser humano
 
En este sentido, Orígenes es un excelente largometraje para detectar ciertas derivas psicológicas y espirituales de las nuevas generaciones. A lo largo del metraje, Cahill describe un conjunto de relaciones marcadas por la inconsciencia. Personas atadas a su firme ideario personal, no soportan que ese conocimiento sea frágil, quebrantable.

Precisamente por ello, su protagonista es un científico cuyo universo se resquebraja ante un torrente de hechos que es incapaz de explicar. Incluso ese acercamiento ligero, casi tangencial, a la ciencia ficción evidencia, como en Coherence (James Ward Byrkti, 2013) o Interstellar (Christopher Nolan, 2014), que ya no podemos manejar ninguna verdad, y por tanto solo quedamos nosotros. De ahí la utilización del iris como metáfora de una realidad vasta e insondable.

En Orígenes, Mike Cahill segmenta su película en dos partes, que funcionan como una particular evolución de su estilo. En su primera mitad, el largometraje absorbe las características habituales del sello indie, que entronca con las formas que el realizador mostró en su anterior obra: cámara al hombre que abarca una cierta concepción de realismo, fotografía naturalista, o la historia de amor hípster que surge entre el personaje de Pitt y el de Bergés-Frisbey.

No obstante, Cahill rompe con esta idea lineal en un segundo tramo de la película que pisa terrenos más abstractos, abordando el relato de ciencia ficción a través de la figura de ese científico que se lanza a la búsqueda de una respuesta que pueda integrar la ciencia con la espiritualidad. Cahill retuerce las imágenes, las satura a unos límites donde el cine indie se desvanece y su película se convierte en una obra extraña, arriesgada, que busca hermanar universos cinematográficos muy dispares (por temática Más allá de la vida, de Clint Eastwood).

Mike Cahill demuestra con su dirección y guion que sabe manejar los hilos de un drama romántico científico de corte independiente complejo a la perfección, algo que puede ser difícil por la cantidad de ideas y elementos con los que ha contado, teniendo en cuenta también que parte de una base científica real y le da su propia visión de futuro.

Muy destacable tanto la fotografía, con mucha luz y colorido, llena de belleza, como la banda sonora, sencilla y minimalista. En apariencia, la película pertenece al género de ciencia ficción. Hay mucho despliegue visual de tecnologías, y sus personajes son científicos que exploran nuevas tecnologías (como, por ejemplo, una base de datos que compara todos los ojos de la población mundial). Pero, al final, es más fantasía, pues confirma la existencia de la reencarnación, sin rigurosamente someter esto a examen científico.
 
Lo que va más allá de la ciencia
 
Pero, ¿cuál es la evidencia que el protagonista encuentra? Aparte de la identidad de los ojos, el científico hace un breve examen a la niña. Le presenta una serie de imágenes, y la niña tiene que escoger una (de cada tres) imagen que estuvo asociada con la difunta novia del protagonista. Al final, la niña acierta en algunas pruebas, pero se equivoca en otras. Pero, en la escena cumbre de la película, la niña muestra una gran fobia a los ascensores, y esto queda sugerido como si fuera la prueba definitiva de que, en efecto, se trata de un caso de reencarnación.
           
Todo esto es muy poco consistente con el método científico. De hecho, en el pasado ya ha habido intentos pseudocientíficos de encontrar evidencia a favor de la reencarnación, de forma bastante parecida a como se presenta en la película. El intento más famoso procede del psiquiatra Ian Stevenson.

Ian Pretyman Stevenson (31 de octubre de 1918 – 8 de febrero de 2007) fue un bioquímico, doctor en medicina y profesor universitario de psiquiatría canadiense. Hasta su jubilación en 2002 fue jefe de la División de Estudios de Percepción en la Universidad de Virginia, en la que se investigan fenómenos paranormales. Stevenson consideraba que el concepto de reencarnación podía complementar a los de herencia y medio ambiente para ayudar a la medicina moderna a entender aspectos del comportamiento humano y su desarrollo. Viajó exhaustivamente durante un período de 40 años para investigar 3.000 casos de niños que hacían pensar en la posibilidad de vidas pasadas. Stevenson veía la reencarnación como la supervivencia de la personalidad después de la muerte, aunque nunca sugirió un proceso físico mediante el cual la personalidad pudiera sobrevivir a la muerte. Stevenson fue autor de varios libros, incluyendo Twenty Cases Suggestive of Reincarnation (1974, traducido al español como Veinte casos que hacen pensar en la reencarnación), Children Who Remember Previous Lives (1987), Where Reincarnation and Biology Intersect (1997), Reincarnation and Biology (1997), y European Cases of the Reincarnation Type (2003). Ha habido una variada reacción hacia el trabajo de Stevenson. Sus críticos han cuestionado sus métodos de investigación y conclusiones, y su trabajo ha sido descrito por algunos como pseudociencia. Otros, sin embargo, afirman que su trabajo se llevó a cabo con el adecuado rigor científico. La investigación de Stevenson fue el tema del libro de Tom Shroder Old Souls: The Scientific Evidence for Past Lives (1999) y el libro de Jim B. Tucker Life Before Life: A Scientific Investigation of Children's Memories of Previous Lives (2005, traducido al español como Vida antes de la vida: Los niños que recuerdan vidas anteriores).

Stevenson viajó por la India recopilando historia de niños que supuestamente recordaban vidas pasadas, y suministró exámenes parecidos a los de la película. Además, buscó niños que exhibieran marcas de nacimiento que, supuestamente, gente en el pasado también exhibía (algo bastante parecido al concepto de la identidad de ojos, explorado en la película), y a partir de eso, concluyó que se trataba de casos de reencarnación.
           
Pero, con mucha justicia, las investigaciones de Stevenson fueron vapuleadas por los científicos. Stevenson no era lo suficientemente riguroso, y sobre la base de meras anécdotas, o de una simple coincidencia en una marca de nacimiento, no se puede concluir que se está frente a casos de reencarnación. De hecho, había altas probabilidades de que los informantes de Stevenson le tomaran el pelo (posiblemente para ganar el dinero que Stevenson ofrecía), y en sus exámenes, Stevenson no fue lo suficientemente cuidadoso como para evitar que otras variables interfirieran en los resultados.
           
Algo similar ocurre en la película. El examen que se aplica a la niña es muy apresurado, y ni siquiera arroja resultados contundentes. El protagonista debió haber controlado el examen con otras variables para asegurarse de que no hubiera trampa, o sencillamente, que la tasa de acierto no obedeciera a otras variables. Hay muchas cosas que pudieron explicar por qué la niña respondió de esa manera: pudo haber sido inducida inconscientemente por el propio científico, o las imágenes pudieron no haber estado distribuidas de forma verdaderamente aleatoria. Hay muchas posibilidades, ninguna de las cuales se controlan en la película.

El gran Carl Sagan nos recordaba: los alegatos extraordinarios requieren evidencia extraordinaria. La reencarnación es un alegato sumamente extraordinario. Para poder tomarla en serio, debe ofrecerse evidencia sumamente extraordinaria: un caso aislado procedente de un examen poco riguroso con una niña en la India, no es suficiente. Al final, si bien Orígenes es una película entretenida, con buenas actuaciones y buena cinematografía, contribuye a la desinformación y al cultivo de la pseudociencia.
 
Los bordes difusos de la ciencia y de la pseudociencia
 
En 1987, un profesor de la Universidad de Cambridge llamado John Daugman añadió una base científica a la creencia poética que susurra que los ojos son el espejo del alma. Descubrió que cada ser humano posee un patrón único y medible del iris, al igual que las huellas dactilares. Desde un punto de vista científico, el ojo es una máquina sofisticada y compleja. Según el director Mike Cahill: “Se compone del iris, la pupila, la retina, el nervio óptico, la esclerótica y varios músculos. Cada uno tiene unas funciones específicas y trabajan conjuntamente sin interrupción”.

Desde el pionero trabajo de Daugman, se han desarrollado sistemas de reconocimiento de iris que son capaces de fotografiar el ojo humano y generar un código único de 12 dígitos. La tecnología ya ha convertido en realidad algo que parecía inverosímil en películas de ciencia ficción como Minority Report: estos sistemas ya se utilizan en aeropuertos y zonas de pasaportes militares e incluso en instituciones privadas como Google.

La complejidad del ojo ha generado desde siempre un apasionado debate entre personas de la comunidad científica y aquellos que confían más en la religión. Por ejemplo, Michael J.  Behe [del que ya hemos escrito en Tendencias21 de las Religiones ], un importante bioquímico partidario del Diseño Inteligente, cree que el ojo es tan complejo que no puede ser explicado ya que cuenta con una estructura tan complicada que no se puede entender con la evolución.
Por tanto, según éste, nuestros dos luceros son la prueba fehaciente de un diseño inteligente y, por ende, de la existencia de Dios. Otros, en cambio, proponen que un ojo humano en total funcionamiento puede haber evolucionado de células sensibles a la luz, pasando por montones de mutaciones a lo largo de los siglos. Creacionistas vs. Evolucionistas: la polémica está servida.

Michael J. Behe (n. 18 de enero de 1952, en Altoona, Pensilvania) es un bioquímico estadounidense defensor del diseño inteligente. Behe es profesor de bioquímica en la universidad Lehigh University en Pensilvania y es un senior fellow del Center for Science and Culture, del Discovery Institute. Defiende la idea de acuerdo a la cual existen algunas estructuras demasiado complejas en un nivel bioquímico que no pueden ser explicadas como el resultado de mecanismos de evolución. Él fue quien desarrollo el concepto de "Complejidad irreductible" (irreducible complexity) como un “un sistema individual compuesto de varias partes bien coordinadas que interaccionan para desempeñar la función básica de este, de modo que si se eliminara cualquiera de esas partes dejaría de funcionar por completo”. El postulado de Behe sobre la complejidad irreductible de estructuras celulares claves ha tenido una fuerte oposición en la comunidad científica. El Departamento de Ciencias Biológicas de la Universidad Lehigh ha publicado una declaración con su posición oficial en la que señala: "Nuestra posición colectiva es que el diseño inteligente no tiene su base en la ciencia, no ha sido comprobado experimentalmente, y no debe ser considerado como científico."

Conclusión: Mike Cahill señala más allá de la ciencia
 
Acierte o no con el toque filosófico y pretencioso de su historia, Mike Cahill sigue demostrando una muy buena sensibilidad y preciosismo visual que va en aumento y un sentido del ritmo que aunque pausado no cae en los tiempos muertos.

Orígenes se plantea como una lección sobre lo que significa realmente ver, más allá de lo que nos impone una determinada concepción del mundo, nuestro miedo a abismarnos fuera de nosotros mismos y el uso y abuso de la razón instrumental.

Película: Orígenes. Título original: I Origins. Dirección y guion: Mike Cahill. País: USA. Año: 2014. Duración: 106 min. Género: Drama, ciencia-ficción. Interpretación: Michael Pitt (Ian Gray), Brit Marling (Karen), Astrid Bergès-Frisbey (Sofi), Steven Yeun (Kenny). Producción: Mike Cahill, Hunter Gray y Alex Orlovsky. Música: Will Bates y Phil Mossman. Fotografía: Markus Förderer. Montaje: Mike Cahill. Diseño de producción: Tania Bijlani. Vestuario: Megan Gray. Distribuidora: Hispano Foxfilm. Web oficial: http://www.origeneslapelicula.es/


 
Francisco José García Lozano, profesor de Filosofía en la Facultad de Teología de Granada y colaborador en la Cátedra Ciencia, Tecnología y Religión.
 



Francisco José García Lozano
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