La paradoja de la identidad local en “Muchacha de Castilla”, de Mercedes Cebrián

La Bella Varsovia publica la tercera entrega de un proyecto poético en el que la autora ironiza sobre el presente


Mercedes Cebrián (Madrid, 1971) explora en su último proyecto poético la paradoja de la identidad local frente al mundo globalizado. Su más reciente entrega “Muchacha de Castilla” sostiene un tono escasamente lírico, más bien civil e irónico, que nos incita a contemplar cómo el futuro –ya presente– no está a la altura de lo que se esperaba de él, hace no mucho tiempo. Por Mario Jurado.




El libro Muchacha de Castilla (2019), de Mercedes Cebrián, es la última entrega hasta la fecha de un proyecto poético iniciado con Mercado común en 2006, y continuado en 2016 con Malgastar, ambos publicados por la editorial La Bella Varsovia [1].
 
El proyecto de Cebrián tiene una estética unitaria y da la impresión de querer explorar distintas zonas, extensiones y grosores de la paradoja que supone la identidad local y regional en un mundo pretendidamente global como el de nuestro presente histórico.
 
Este proyecto trata, pues, de quién se es en un mundo cambiante y cambiado que no responde ya a la realidad particular en que la identidad se formó y tomó conciencia de sí misma, y donde ahora el genuino sabor (por emplear el título de una novela de la misma autora) es ante todo una referencia de etiquetado industrial.
 
Sin embargo, incluso en ese mundo se dan procedencias, nacionalidades, costumbres personales y grupales, y se persevera en la manía de asociar la identidad al origen, a pesar de saber – al menos la poeta sabe – que el mundo considerado real ya no es ese, sino el de la transnacionalidad global, libre de todo grumo identitario que entorpezca el flujo de bienes y servicios.
 
En ese mundo (real por intangible), las identidades con valor son las que se prueban coadyuvantes a ese intercambio continuo. Pero lo matérico lo es por su terquedad en su propia condición; aún en el tecnológico proceso de licuación en datos de lo real (de lo que era real hasta ahora), restos, trazos, manchas y fragmentos permanecen. De esos materiales, residuos y rastros se componen los poemas de Cebrián.
 
Un nuevo mundo antiguo
 
El personaje poético que habla en Muchacha de Castilla realiza en los poemas una arqueología del presente, revelando los rastros de materia previa que el presente acoge, y sobre el que se forma una aglomeración intensificada, que termina por soterrar esos restos y por convertirlos en señales de un nuevo mundo antiguo. La poeta realiza sus excavaciones en poemas como “Ayer y hoy del kiwi” y “Lo fiscal”; el primero de ellos comienza de este modo:
 
“Yo era niña el día que desembarcaron
los kiwis en España. Yo era una niña española y ellos en cambio
eran calvos y verdes, cansados por el viaje desde Nueva Zelanda”.
 
Conforme el poema avanza, el tono de crónica de cariz cuasi-económico y de mercadotecnia se vuelve más dominante. Pero el poema empieza con una personalización que, como vemos, sitúa al kiwi en el mismo plano (personal) que la poeta. Es el recuerdo personificado de ese origen lo que el poema preserva, mostrando así cómo la niña del poema recibía esas novedosas frutas; es decir, aplicando la arqueología del presente a humildes productos cuya cotidianeidad actual les soslaya la procedencia.
 
Pero mientras “Ayer y hoy del kiwi” semeja más a un ejercicio de aplicación de esa excavación del pasado, incluyendo una vaga referencia al verso de Alberti “Yo nací -¡respetadme!- con el cine” y a la mitificación personal que comporta, en el poema “Lo fiscal” el estudio del pasado en el presente está más imbricado con la vida personal del personaje poemático, lo que lleva a que el poema contenga elementos que podrían servir para un andamiaje de mitificación personal, pero esto es algo que el contraste entre el presente y el pasado frustra (“Lo fiscal” parece confirmar, también por esto, su referencia al título “Lo fatal”, de Rubén Darío).
 
La poeta se enfrenta a una citación administrativa con una subinspectora de Hacienda en la misma delegación en que el personaje poemático, hija de un funcionario de alto rango, de niña visitaba a su padre en el trabajo. El poema presenta como restos matéricos y prueba de aquel pasado unos resecos rotuladores “edding de color rojo, y el verde, tan escaso” que aún perduran “en el bote de lápices de casa de mi madre” y que los funcionarios que su padre dirigía le regalaban para que ella dibujara. De ahí la ironía de los versos: “La subinspectora que me recibe hoy no sabe en absoluto / con quién habla”, una alusión, quizá, a la frase “usted no sabe con quién está hablando” que un alto cargo podría pronunciar en circunstancias laborales (¿previas?) muy poco garantistas.

La dirección de la nostalgia
 
La ironía no es puntual en este poema, sino que lo recorre y arma. Así, empieza con una apelación al propio personaje poemático en forma de (“¿Te acuerdas cuando niña venías algunas tardes / a esta delegación de Hacienda?”) para, tras presentar la figura autoritaria de su padre, decir, entre paréntesis: “(¿Quién está hablando aquí? Ah, soy yo misma)”.

Con esa pregunta se establece una distancia necesaria para que la ironía, el decir como si se dijera otra cosa, el hablar como si otro hablase, se pueda dar.

Esa distancia se amplifica y confunde con los distintos extremos temporales que el poema pone en relación, los cuales incluyen referencias históricas:
 
“Hoy llevo a cuestas la historia de la recaudación,
acarreo en el lomo las arcas en sí mismas, repletas de doblones.
(Tienes fatal la espalda, me dice la fisioterapeuta).
Algún resto quedaba de cuando nos hicimos
con el oro de América”.
 
La mención humorística al dolor de espalda logra que la distancia irónica se revele aún más claramente en su súbita elisión: está presente en forma de tensión, la que crean los distintos tipos de lenguajes empleados (pseudo-histórico, pseudo-confesional), en la adopción de distintos tonos (como apartes en forma de paréntesis), y las distintas interlocutoras desdobladas que la voz poética adopta y a las que interpela.
 
En la parte final del poema y en la “Coda” que le añade, la poeta se dirige a la actual subdirectora de la delegación de Hacienda, a la que presenta como un bloque sólido, no de carne, sino de “madera o metal”, sin distancia alguna que cubrir entre un yo del pasado y uno del presente: está por completo recogida en su condición de funcionaria, con su identidad saturada por su ocupación. Instalada totalmente, en consecuencia, en el funcional presente que no duda de sí mismo, y que rechaza ciegamente la partícula de pasado anecdótico que el personaje poético (re)presenta. Pues quizá su legitimación (la de la ley que la avala) dependa de ese rechazo.
 
Sería muy lógico pensar que el interés por el pasado de estos poemas encierra una nostalgia hacia ese mismo pasado, pero no es el caso. Y no lo es a pesar de que, ciertamente, hay nostalgia en estos poemas (en las tres entregas con que contamos hasta la fecha de este proyecto poético de Mercedes Cebrián), pero dista de ser la nostalgia que intenta reproducir un pasado que se muestra, desde el promontorio del presente, como origen y plenitud perdidos. La dirección de la nostalgia en este proyecto de Cebrián va en sentido contrario: el presente se percibe desde el pasado, y se le encuentra nugatorio; es decir, como reza el título de una canción del dúo Yatch,“I thought the future would be cooler” (creía que el futuro molaría más).
 
Creíamos: hay que expresarlo en primera persona del plural, porque el proyecto de Mercedes Cebrián tiene una ambición generacional, aunque no necesariamente determinada por fechas de nacimiento. Esa generación abierta incluye a aquellos que han logrado distanciarse de su origen (la localidad donde crecieron, sus primeros años conscientes, la escena familiar con sus papeles ya fijados), y verlo en la luz fría que sólo la separación ofrece. Una luz que no disuelve, sino que revela ese origen degradado ya a fragmentos, rasgos y hábitos, un gusto por cierto tipo de comida, y complejos heredados de esa comunidad, tan marcada por el miedo a su propia desaparición en la recién llegada modernidad. Esta resistencia se muestra en “Muchacha de Castilla”, el poema-manifiesto que inaugura el libro, cuyas dos primeras estrofas dicen así:
 
“¿Pero qué te has creído, muchacha de Castilla?
¿Que podías desear lo mejor en forma de país?
Te engañaron quienes aseguraban que el castillo en desuso
y la almena mellada le daban hidalguía a tu meseta.
Algo irrumpió hace tiempo y nos quitó
con muy malos modales
el arcabuz, la pica y el palillo atrapado
entre hileras de dientes.
 
Hoy tu meseta es un erial cuyo horizonte
no voy a describir.
Hay mal diseño en los campos de Castilla
y peor intención: se expanden
a lo ancho igual que tú y en ellos
solo brota, a raudales, la vida sedentaria”.
 
Pero cierto complejo de inferioridad y sentimiento de desarraigo ante esa modernidad, siempre foránea, compelerá al personaje poemático a bravuconear sobre los avances de su tierra:
 
“Ya está bien de pronunciar barrotes, de farfullar tanta
reja oxidada. Yo hablo modernidad: mírenme
mis empastes, son de categoría. La odontóloga
que me los fabricó es más joven que ustedes y este fin de semana
se marcha a Copenhague solo por diversión”.
 
Vemos entonces qué anémico es el concepto de modernidad que la poeta expresa: no es estructural, no recorre todo en espacio social y personal que la poeta habita realizando una transustanciación hacia “lo mejor en forma de país”. Ese futuro –ya presente– no está a la altura de lo que se esperaba de él en un pasado no muy lejano. El futuro que fue imaginado en ese pasado es el objeto de nostalgia, de modo análogo a la nostalgia que puede despertar la serie Verano azul (1981), de Antonio Mercero, a la que Cebrián ha dedicado un estudio [2]: una nostalgia por la amplitud de posibilidades futuras que los personajes infantiles y jóvenes empezaban a forjar, en contraste con las ideas estrechas y reduccionistas con las que encaraban la realidad el grupo que formaban los padres en la serie. (Podría decirse, sin embargo, que el presente actual pertenece a esos padres, que ahora, en vez de escuchar pasodobles y a Machín, bailan las canciones más consagradas de la Movida, y no a ese grupo de niños y jóvenes, los cuales representaban en la serie al proyecto ilustrado, como si fuese en ellos una efusión natural).
 
Sobre los tonos
 
Los poemas de Muchacha de Castilla no pretenden alcanzar una temperatura lírica: su tono es civil, voluntariamente comunitario: incita a la adhesión comunitaria desde la expresión irónica de sus experiencias particulares. Su aspiración de comunidad se confirma por la preferencia por el versículo. En muchos momentos los poemas adquieren un tono de sermón, pero no del tipo moralista que explica -y anula- la lectura individual de los textos religiosos, sino el que exhorta e incita con asociaciones paradójicas y tangenciales, como las del Sermón de la montaña; esta característica está presente en los tres libros de este proyecto; en Muchacha de Castilla se da, entre otros poemas, en “Ultramarinos”:
 
“Se extraña la tripulación del peso desmedido
de mi bolso de mano:   es el tú
y el vosotros de los libros que traigo.
                Pido perdón por esto, pido este perdón áspero
que sabe a polvorón y que es cristiano porque en sus ingredientes
hay manteca de cerdo. A cambio os doy mis libros,
para que fabriquéis verano con su invierno”.
 
El último poema del libro, “Haz las maletas que vuelves a Roma”, está atravesado por el contraste entre el espacio histórico y social de Roma y la práctica de la arqueología del presente. Pero se le añade el hecho de que la voz poética se presenta como la de una “resucitada” que sólo puede estar en la ciudad por un día. El presente de ese día está socavado por el pasado personal y de la comunidad de la voz poética, lo que lleva a la poeta, por ejemplo, a asociar cierta textura de comida italiana con la goma que, años atrás, un enfermero le ató al brazo para poder extraerle la sangre (Cebrián usa la antigua palabra “practicante”, popular y precisa a un tiempo, para referirse al sanitario que la atendió). La sección sexta de este poema registra claramente ese contraste:
 
“Lo que tuvimos nos guía con su linterna firme. La tradición
se come por completo lo de hoy: es carcoma, es termita
o piraña, tres animales voraces y pequeños
que puedo enumerar. La tradición
fue inventada, lo dice Eric Hobsbawn.
(¡Qué pocas vocales hay en su apellido!
Detalles como ese nos alejan de la gente del norte).
¿Queremos más líneas de metro o seguir rescatando
los restos del pasado que siguen bajo tierra?
¿Queremos comer cada domingo
con un tropel de tías y de primos?”
 
El socavamiento del presente se manifiesta formalmente por la intertextualidad en el poema y el comentario autorreflexivo que la poeta realiza en el seno del poema sobre las palabras y términos que el poema mismo emplea (el libro contiene muchos ejemplos metapoéticos de esta índole).
 
Todas estas estrategias logran mantener una perspectiva distanciada del tiempo presente y del lugar, Roma, en este poema. Una distancia que el poema protege, pues en ello cifra su razón de ser. Eric Hobsbawn, historiador marxista del mundo contemporáneo, afirmaba que el acontecimiento más importante del siglo XX había sido el fin del Neolítico. Pero no es tan fácil ponerle fin, ya que “lo cierto es que el Neolítico es una tendencia de la humanidad a encajar con determinada idea de sí misma, presente en todo momento de la historia” [3]. Estos poemas de Cebrián crean una distancia irónica en el seno del imperante proceso actual hacia una economía de información codificada binariamente, en la que es imposible alojar rasgos distintivos particulares, distancia que puede considerarse como un cuestionamiento de ese supuesto fin del Neolítico. Tal distancia no pretende nada más que existir, no supone un programa o asalto a poder alguno, de ahí que en los poemas los razonamientos no acaben cerrándose, y haya drásticos virajes de temática, súbitos cambios de dirección en mitad del transcurso de estos poemas.
 
Con ello esa distancia irónica dificulta la asimilación del poema que la encarna a un mundo de omnisciencia tecnológica y uniformidad informativa, que aplana todo terrón que entorpezca el discurrir del presente eficaz, liso y brillante como una escultura de Jeff Koons. Se trata, en fin, de una distancia que preserva un cierto tipo de pobreza extemporánea, una pobreza que otra muchacha de Castilla, Teresa de Ávila, también estimaba: los bienes y enseres que las gentes donaban a su Orden suponían una entrada del mundo material en el espacio de sus comunidades conventuales y les arrebataba su pobreza; la abulense comenta de esto: “Y es cierto que era tanta mi tristeza, que no me parecía sino como si tuviera muchas joyas de oro y me las llevaran y dejaran pobre; así sentía pena de que se nos iba acabando la pobreza” [4].
 
En los poemas de Mercedes Cebrián la riqueza (en su forma actual: progreso tecnológico) no es necesariamente pobreza, pero tampoco es indefectiblemente superior; por eso los poemas vuelcan el pasado en el presente, y en ese mismo gesto anulan la validez de la renovada promesa del futuro actual, tecnificado y materialista. Pero eso no significa añoranza del pasado, sino un modo de pensar la vida social y personal no sometidas a la linealidad del progreso, y que encuentra su intrincada expresión, su expansivo territorio, en una irredenta nostalgia presente por un promisorio futuro del pasado, es decir, tal y como ese futuro aparecía en un pasado del que no hace demasiado tiempo. Estos poemas avisan de que el futuro ya no es lo que era.

Notas:

[1] Mercado Común fue publicado originariamente en 2006 por la editorial Caballo de Troya. En 2017 fue reeditado por La Bella Varsovia.
[2] Mercedes Cebrián, Verano azul: unas vacaciones en el corazón de la Transición. Alpha Decay, Barcelona, 2016.
[3] Fernández Liria, Carlos, et al., Filosofía y ciudadanía (Libro de texto para 1º de Bachillerato). Akal, Madrid, 2011. Pág. 144.
[4] Santa Teresa de Jesús, Libro de las fundaciones, Capítulo 15 en Obras Completas. Editorial Católica, Madrid, 1986. Pág. 727.


Lunes, 23 de Marzo 2020
Mario Jurado
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