Foto: Dawn Endico. Flickr
Entendámonos. En su sentido amplio, la palabra cultura recubre un conjunto de interpretaciones del mundo y, sobre todo, de pautas de comportamiento. El hombre necesita orientaciones en su vida de todos los días para posicionarse, decidir y actuar en un mundo complejo y azaroso. Si además religión y cultura entran en alianza, la independencia del individuo deviene casi ilusoria y la emancipación personal requiere un esfuerzo titánico del que muy pocos son capaces. En un sentido restringido, la cultura de una época son sus modos de lenguaje, su música, su arte, su saber literario. En fin, lo que siempre se ha entendido por cultura "in recto".
Digo siempre, porque ahora la cultura se ha convertido en un ectoplasma, una "doxa" colectiva, un estado de opinión, una "sensibilidad" como dirían algunos. En la gran paellera de la cultura nueva se ha echado de todo: En primer lugar una buena dosis de relativismo nietzscheano para eliminar el gusto rancio de los valores tradicionales. Relativismo moral pero no negro y nihilista, sino muy aligerado con la frivolidad, la movida; más diversión, más ecoturismo, un bouquet de dogmas políticos, una dosis de candoroso buenismo en política interna y externa, y ante todo nuevos y simplistas credos democráticos. Todo ello removido y agitado por algunos medios de comunicación televisivos y radiofónicos.
De esta manera, lo cultural, en su versión de contrabando, se convierte en político-socio-cultural. A esta nueva forma de cultura, la llamaré “neocultura” para entendernos. Se venden como cultura, un cine que de ninguna manera refleja nuestra realidad social, la tontería intrascendente de muchos programas de televisión y una banalidad sin límites en el lenguaje, tanto en los medios como en la calle, en subasta permanente para ver quién es el más grosero. Ese será el más gracioso y el más listo. A la altura de los niños de siete años dándoselas de mayores en el patio de la escuela.
Los problemas centrales son otros
Nuestra sociedad española de hoy está aquejada de males graves, muy graves, como el paro y una crisis endémica de la que vamos a tardar mucho tiempo en salir. Más durablemente nos afligen otras crisis en profundidad como la crisis de los valores que socaba los fundamentos de nuestra vida en común, la familia y el Estado.
Ese es el centro de lo que debiera ser el debate social. Pero no se preocupen. Aquí no hay problema. Para curar nuestros males disponemos de un cataplasma universal que es la cultura, en su versión irrisoria de hoy, la neocultura.
Pan y circo, decían los romanos. Hoy le basta al pueblo con cultura de circo. Cultura festiva y carnavalesca, como la de los días del orgullo gay, versión amable - acomodada al aire del tiempo- de las grandes paradas militares de nazis y fascistas. Sin olvidar el montaje mediático de los multitudinarios fervores en honor de los héroes deportivos. Otro opio del pueblo del que la política hizo uso en otros tiempos hoy denostados. Otros tiempos, pero siempre con la misma idea de descerebrar a las masas.
Los hombres políticos están ahí para inventar sentido a las cosas. Ese sentido es la médula de una propaganda destinada a comprar adhesiones. Lo grave es hacer propaganda adulterando la realidad, alisando con descaro sus perfiles hirientes y dolorosos. Y vendiendo un slogan: ¡Aquí todo va bien y viva la fiesta, porque podemos pagárnosla!.
En esa labor, los forjadores de las doxas colectivas se han apoderado del lenguaje a través de la prensa y las televisiones artífices permanentes de la opinión pública. Se falsifica el sentido de las palabras.
Es muy significativo el mal uso de la palabra "democracia", uno de los conceptos-claves en las sociedades occidentales contemporáneas.
Pues bien, ahí tenemos a la obra a los mercenarios de la ideología redefiniendo lo que es democrático y lo que no lo es. Una apropiación semántica vergonzosa. Por dar un ejemplo concreto: hay que ver con qué furor han tachado de antidemocráticos a quienes han querido debatir sobre la oportunidad de las mencionadas gays parades, que aparte de ser objeto de la carcajada universal, debieran ser un serio tema de debate.
Digo siempre, porque ahora la cultura se ha convertido en un ectoplasma, una "doxa" colectiva, un estado de opinión, una "sensibilidad" como dirían algunos. En la gran paellera de la cultura nueva se ha echado de todo: En primer lugar una buena dosis de relativismo nietzscheano para eliminar el gusto rancio de los valores tradicionales. Relativismo moral pero no negro y nihilista, sino muy aligerado con la frivolidad, la movida; más diversión, más ecoturismo, un bouquet de dogmas políticos, una dosis de candoroso buenismo en política interna y externa, y ante todo nuevos y simplistas credos democráticos. Todo ello removido y agitado por algunos medios de comunicación televisivos y radiofónicos.
De esta manera, lo cultural, en su versión de contrabando, se convierte en político-socio-cultural. A esta nueva forma de cultura, la llamaré “neocultura” para entendernos. Se venden como cultura, un cine que de ninguna manera refleja nuestra realidad social, la tontería intrascendente de muchos programas de televisión y una banalidad sin límites en el lenguaje, tanto en los medios como en la calle, en subasta permanente para ver quién es el más grosero. Ese será el más gracioso y el más listo. A la altura de los niños de siete años dándoselas de mayores en el patio de la escuela.
Los problemas centrales son otros
Nuestra sociedad española de hoy está aquejada de males graves, muy graves, como el paro y una crisis endémica de la que vamos a tardar mucho tiempo en salir. Más durablemente nos afligen otras crisis en profundidad como la crisis de los valores que socaba los fundamentos de nuestra vida en común, la familia y el Estado.
Ese es el centro de lo que debiera ser el debate social. Pero no se preocupen. Aquí no hay problema. Para curar nuestros males disponemos de un cataplasma universal que es la cultura, en su versión irrisoria de hoy, la neocultura.
Pan y circo, decían los romanos. Hoy le basta al pueblo con cultura de circo. Cultura festiva y carnavalesca, como la de los días del orgullo gay, versión amable - acomodada al aire del tiempo- de las grandes paradas militares de nazis y fascistas. Sin olvidar el montaje mediático de los multitudinarios fervores en honor de los héroes deportivos. Otro opio del pueblo del que la política hizo uso en otros tiempos hoy denostados. Otros tiempos, pero siempre con la misma idea de descerebrar a las masas.
Los hombres políticos están ahí para inventar sentido a las cosas. Ese sentido es la médula de una propaganda destinada a comprar adhesiones. Lo grave es hacer propaganda adulterando la realidad, alisando con descaro sus perfiles hirientes y dolorosos. Y vendiendo un slogan: ¡Aquí todo va bien y viva la fiesta, porque podemos pagárnosla!.
En esa labor, los forjadores de las doxas colectivas se han apoderado del lenguaje a través de la prensa y las televisiones artífices permanentes de la opinión pública. Se falsifica el sentido de las palabras.
Es muy significativo el mal uso de la palabra "democracia", uno de los conceptos-claves en las sociedades occidentales contemporáneas.
Pues bien, ahí tenemos a la obra a los mercenarios de la ideología redefiniendo lo que es democrático y lo que no lo es. Una apropiación semántica vergonzosa. Por dar un ejemplo concreto: hay que ver con qué furor han tachado de antidemocráticos a quienes han querido debatir sobre la oportunidad de las mencionadas gays parades, que aparte de ser objeto de la carcajada universal, debieran ser un serio tema de debate.
La neocultura es una religión
La nueva cultura se reviste de formas religiosas. Tiene su alto y bajo clero, fervientes apóstoles que tergiversan todo, inventando falsos focos de interés para el pueblo. Pregunto y espero no equivocarme demasiado: ¿Qué interés fundamental tienen hoy para ese pueblo, y para el 20% de parados, tanto arte contemporáneo, tantos museos de arte moderno, tantos óscares y goyas, tantos polideportivos en las aldeas, el almodovarismo y las penélopes, etc.? Y ese aire de nuevos ricos parvenus que nos ha hecho creer que somos; tan espléndidamente dadivosos con la miserias lejanas, y tan poco conscientes de la magnitud de la propia miseria.
Pero cuidado con disentir y criticar, porque a los que apartan de la “orto-doxia”, ( en traducción hodierna de las raíces griegas sería “lo políticamente correcto”), a esos heterodoxos se les cuelgan sambenitos como hacían los inquisidores de antaño. Para esa labor, ahí andan siempre alerta, como el brazo armado de lo políticamente correcto, unas escuadras de pseudointelectuales, mercenarios bien remunerados, al servicio de la opinión correcta. Dispuestos a cebarse, con el humor y la irrisión, contra cualquier oponente a la doxa que manifieste opiniones desviantes.
Eso es política. Ante la tragedia del desmoronamiento del empleo, se ve poca reforma estructural. Todo lo que se ha sabido hacer es crear batallones de agentes de desarrollo, de acompañantes sociales, de empleos ficticios de jóvenes para encuadrar minorías, etc. etc. Y promover el fútbol que se convierte en preocupación mayor de la población. La euforia ha sido tal tras el triunfo en el Mundial que hasta los viejos vuelven a recuperar su perdido vigor para hacer el amor. (¡Emotiva información que ha difundido el Canal Sur de Andalucía!). Nota de estilo: digo hacer el amor. ¡Qué cursilería! Hoy se habla más claro, en el lenguaje de la neocultura.
Entre tanto, la desdichada oposición al gobierno no tiene contrapropuesta cultural que ofrecer al pueblo como alternativa. Una nueva filosofía para nuevos tiempos. Absolutamente nada de eso que hemos definido como cultura ni en el sentido amplio, ni en el restringido. Es desolador. Son incapaces de ir más allá de unos planes económicos cuya eficacia queda por probar, mientras que lo que hace falta es una auténtica refundación, una "Restauración”. ¿Se acuerdan de la Historia? ¡Pobre e intelectualmente harapienta oposición!
En la memoria de todos está una época reciente en la que la política de otro signo se adueñó de la cultura durante varias décadas. Pero que quede claro: Hoy por hoy, de este auténtico estado terminal de nuestra democracia, el mayor responsable es el partido en el poder, sea cual sea su sigla. Responsable por haber hecho de la cultura un instrumento de domesticación de las masas. La cultura debiera ser, a través del arte y de la música, de la bella escritura, del hondo pensamiento filosófico, un luminoso camino del hombre hacia el centro de sí mismo, para encontrar allí, en su intimidad, las razones personales del pensar y del hacer y simplemente de vivir.
No es así. La cultura confiscada por la política se ha convertido en material de consumo, en droga colectiva. Que masifica, despersonaliza y, claro está, es inmisericorde con el disidente.
Si democracia es libertad de pensamiento y de expresión para cada uno, y si lo contrario de la democracia es el fascismo … ¿con la neocultura en manos de la política, no estaríamos de nuevo ante fascismo puro?
(*) Blas Lara es editor del Blog Negociación de Tendencias21
La nueva cultura se reviste de formas religiosas. Tiene su alto y bajo clero, fervientes apóstoles que tergiversan todo, inventando falsos focos de interés para el pueblo. Pregunto y espero no equivocarme demasiado: ¿Qué interés fundamental tienen hoy para ese pueblo, y para el 20% de parados, tanto arte contemporáneo, tantos museos de arte moderno, tantos óscares y goyas, tantos polideportivos en las aldeas, el almodovarismo y las penélopes, etc.? Y ese aire de nuevos ricos parvenus que nos ha hecho creer que somos; tan espléndidamente dadivosos con la miserias lejanas, y tan poco conscientes de la magnitud de la propia miseria.
Pero cuidado con disentir y criticar, porque a los que apartan de la “orto-doxia”, ( en traducción hodierna de las raíces griegas sería “lo políticamente correcto”), a esos heterodoxos se les cuelgan sambenitos como hacían los inquisidores de antaño. Para esa labor, ahí andan siempre alerta, como el brazo armado de lo políticamente correcto, unas escuadras de pseudointelectuales, mercenarios bien remunerados, al servicio de la opinión correcta. Dispuestos a cebarse, con el humor y la irrisión, contra cualquier oponente a la doxa que manifieste opiniones desviantes.
Eso es política. Ante la tragedia del desmoronamiento del empleo, se ve poca reforma estructural. Todo lo que se ha sabido hacer es crear batallones de agentes de desarrollo, de acompañantes sociales, de empleos ficticios de jóvenes para encuadrar minorías, etc. etc. Y promover el fútbol que se convierte en preocupación mayor de la población. La euforia ha sido tal tras el triunfo en el Mundial que hasta los viejos vuelven a recuperar su perdido vigor para hacer el amor. (¡Emotiva información que ha difundido el Canal Sur de Andalucía!). Nota de estilo: digo hacer el amor. ¡Qué cursilería! Hoy se habla más claro, en el lenguaje de la neocultura.
Entre tanto, la desdichada oposición al gobierno no tiene contrapropuesta cultural que ofrecer al pueblo como alternativa. Una nueva filosofía para nuevos tiempos. Absolutamente nada de eso que hemos definido como cultura ni en el sentido amplio, ni en el restringido. Es desolador. Son incapaces de ir más allá de unos planes económicos cuya eficacia queda por probar, mientras que lo que hace falta es una auténtica refundación, una "Restauración”. ¿Se acuerdan de la Historia? ¡Pobre e intelectualmente harapienta oposición!
En la memoria de todos está una época reciente en la que la política de otro signo se adueñó de la cultura durante varias décadas. Pero que quede claro: Hoy por hoy, de este auténtico estado terminal de nuestra democracia, el mayor responsable es el partido en el poder, sea cual sea su sigla. Responsable por haber hecho de la cultura un instrumento de domesticación de las masas. La cultura debiera ser, a través del arte y de la música, de la bella escritura, del hondo pensamiento filosófico, un luminoso camino del hombre hacia el centro de sí mismo, para encontrar allí, en su intimidad, las razones personales del pensar y del hacer y simplemente de vivir.
No es así. La cultura confiscada por la política se ha convertido en material de consumo, en droga colectiva. Que masifica, despersonaliza y, claro está, es inmisericorde con el disidente.
Si democracia es libertad de pensamiento y de expresión para cada uno, y si lo contrario de la democracia es el fascismo … ¿con la neocultura en manos de la política, no estaríamos de nuevo ante fascismo puro?
(*) Blas Lara es editor del Blog Negociación de Tendencias21