“y la inminencia nos / conduce al sueño / para verlo más negro todavía”
José-Miguel Ullán
“Subí por la escalera,
pero hacia abajo”
Juan Eduardo Cirlot
“Donde no hay riesgo no puede haber escritura” planteaba Jabès en una entrevista a Marcel Cohen en los ochenta. Esos pasos hacia un encuentro con la palabra, incluso, ese acto de traslucir la imposibilidad, ese libre arrojarse sin saber donde terminará la caída es el sobresalto de un rito, Aral (Colección Once, Ediciones Amargord, 2016), de la poeta Sonia Bueno.
Señales de un descenso a la desintegración del vocablo poético, a su reinvención en una demencia automática, a su explosividad imaginativa en un pesar nocturno, a la interferencia del silencio, una pugna del vacío con el sinsentido, una fuga que busca una certeza en la precariedad: “la palabra huye por un agujero / paralizada por un instante contempla ese agujero”.
Altar con peldaños hacia un barranco mudo. La palabra se aferra a la imagen de lo inexistente y es diseccionada para probar nuevos injertos en su masa profética, en ese decir y su reverso. La realidad pasa a ser una figura del sueño, un tormento hacia un doble, herido, dañado, un territorio donde el aire es tragado por el pánico mutante. Lo que no se ve acecha: “como el agua ausencia invasora ocupa el polvo de su casa / amontona costras sin piel (…)”.
Aquí la palabra se deforma. El espacio en blanco se expande como un hueco y se desarticula un orden comunicativo. Aparece un naturalismo desmembrado, alterado, una fauna perdida en un erial espectral. Se excava en el registro, en un collage que busca certezas perdidas en un tiempo sin almas. Los cuadernos del poema siempre están en un ritmo de errancia absoluta, un movimiento inquieto cuando se desatan los nudos del miedo y se vuelven atar cuando amanece el amasijo de lo abatido.
José-Miguel Ullán
“Subí por la escalera,
pero hacia abajo”
Juan Eduardo Cirlot
“Donde no hay riesgo no puede haber escritura” planteaba Jabès en una entrevista a Marcel Cohen en los ochenta. Esos pasos hacia un encuentro con la palabra, incluso, ese acto de traslucir la imposibilidad, ese libre arrojarse sin saber donde terminará la caída es el sobresalto de un rito, Aral (Colección Once, Ediciones Amargord, 2016), de la poeta Sonia Bueno.
Señales de un descenso a la desintegración del vocablo poético, a su reinvención en una demencia automática, a su explosividad imaginativa en un pesar nocturno, a la interferencia del silencio, una pugna del vacío con el sinsentido, una fuga que busca una certeza en la precariedad: “la palabra huye por un agujero / paralizada por un instante contempla ese agujero”.
Altar con peldaños hacia un barranco mudo. La palabra se aferra a la imagen de lo inexistente y es diseccionada para probar nuevos injertos en su masa profética, en ese decir y su reverso. La realidad pasa a ser una figura del sueño, un tormento hacia un doble, herido, dañado, un territorio donde el aire es tragado por el pánico mutante. Lo que no se ve acecha: “como el agua ausencia invasora ocupa el polvo de su casa / amontona costras sin piel (…)”.
Aquí la palabra se deforma. El espacio en blanco se expande como un hueco y se desarticula un orden comunicativo. Aparece un naturalismo desmembrado, alterado, una fauna perdida en un erial espectral. Se excava en el registro, en un collage que busca certezas perdidas en un tiempo sin almas. Los cuadernos del poema siempre están en un ritmo de errancia absoluta, un movimiento inquieto cuando se desatan los nudos del miedo y se vuelven atar cuando amanece el amasijo de lo abatido.
La dificultad de convivir con la muerte
El pez en Aral podría estar muy ligado a la definición que le da Cirlot en el Diccionario de símbolos, un ser psíquico dotado de poder ascensional en lo inferior, en el inconsciente. La escritura busca una luz en la sequedad de un daño que sobrevive en lo ilógico de un yo; el inconsciente marítimo poblado de carencias, de necesidad absoluta: “ante el umbral de lo vedado / nuestra hambre”.
El texto se disloca, el orden de sus partes se revuelve tras las atentas observaciones de la poeta. El discurso rompe sus amarras tradicionales. El neologismo tantea su potencia. Lo que es estéril trata de volver a respirar, aunque sea en el retablo de la arena, con ganas de rescatar una última exhalación.
Poesía dibujada, de ruptura visual, muy ligada a algunos poetas que Sonia Bueno menciona: Emily Dickinson y el desgarro de la pregunta; Cirlot y sus variaciones fonovisuales; la inquietud de José-Miguel Ullán y sus distintas maneras de abordar la poesía; Jabès y su persecución filosófica al vocablo, el sigilo, la ausencia…
Las ilustraciones de Eugenia Criado recurren a esa latente fragilidad dantesca, con sus trazos como huellas, con sus enigmas pegados a cada línea que conforman redes, barcas, peces y especies de un averno.
Aral es el acercamiento a la violencia natural y humana, a ese lago casi extinguido del centro de Asia; a una dificultad de convivir con la muerte; al mutismo en su horror. “Aral es… un desierto que era un mar hasta hace poco, que es una cicatriz creciente” como define Sonia Bueno su obra. Y esas cicatrices conviven en los caligramas y en los movimientos del verbo. Se moldean indicios, visones, lesiones. El lenguaje está lleno de espinas, desde su nacimiento.
El pez en Aral podría estar muy ligado a la definición que le da Cirlot en el Diccionario de símbolos, un ser psíquico dotado de poder ascensional en lo inferior, en el inconsciente. La escritura busca una luz en la sequedad de un daño que sobrevive en lo ilógico de un yo; el inconsciente marítimo poblado de carencias, de necesidad absoluta: “ante el umbral de lo vedado / nuestra hambre”.
El texto se disloca, el orden de sus partes se revuelve tras las atentas observaciones de la poeta. El discurso rompe sus amarras tradicionales. El neologismo tantea su potencia. Lo que es estéril trata de volver a respirar, aunque sea en el retablo de la arena, con ganas de rescatar una última exhalación.
Poesía dibujada, de ruptura visual, muy ligada a algunos poetas que Sonia Bueno menciona: Emily Dickinson y el desgarro de la pregunta; Cirlot y sus variaciones fonovisuales; la inquietud de José-Miguel Ullán y sus distintas maneras de abordar la poesía; Jabès y su persecución filosófica al vocablo, el sigilo, la ausencia…
Las ilustraciones de Eugenia Criado recurren a esa latente fragilidad dantesca, con sus trazos como huellas, con sus enigmas pegados a cada línea que conforman redes, barcas, peces y especies de un averno.
Aral es el acercamiento a la violencia natural y humana, a ese lago casi extinguido del centro de Asia; a una dificultad de convivir con la muerte; al mutismo en su horror. “Aral es… un desierto que era un mar hasta hace poco, que es una cicatriz creciente” como define Sonia Bueno su obra. Y esas cicatrices conviven en los caligramas y en los movimientos del verbo. Se moldean indicios, visones, lesiones. El lenguaje está lleno de espinas, desde su nacimiento.
Bibliografía:
José-Miguel Ullán. Razón de nadie. Ave del Paraíso Ediciones. Madrid. 1994.
Juan Eduardo Cirlot. Diccionario de símbolos. Ediciones Siruela. Madrid. 2007.
Juan Eduardo Cirlot. Del no mundo. Poesía (1961-1973). Ediciones Siruela. Madrid. 2008.
José-Miguel Ullán. Razón de nadie. Ave del Paraíso Ediciones. Madrid. 1994.
Juan Eduardo Cirlot. Diccionario de símbolos. Ediciones Siruela. Madrid. 2007.
Juan Eduardo Cirlot. Del no mundo. Poesía (1961-1973). Ediciones Siruela. Madrid. 2008.