La voz poética de Rosana Acquaroni (Madrid, 1964) se muestra solvente y próxima, hospitalaria y cómplice en su sexto libro, La casa grande (Bartleby, 2019), un poemario en el que se exponen las complejas relaciones entre conciencia, memoria, imaginación y escritura de manera cuidada, detallista y profunda.
El dominio del tono narrativo en los poemas es asimismo manifiesto. Leer La casa grande resulta por ello un placer no exento de tensión, de atracción hacia la visualización del mundo interior de un yo poético que no huye de sombras, daños, conflictos, de luces y logros pírricos.
Cuatro secciones numeradas y sin título nos muestran el peso de los lazos familiares, así como la presencia a veces muy sutil, otras encendida, de las vivencias que anteceden a la edad adulta. ¿Qué hace tan fuerte la presencia del pasado, del vínculo con la madre, o con el hogar familiar, sino lo no resuelto, esas "astillas de futuro" que dijera Walter Benjamin?
Dedicado a su madre, el poemario nos revela por otra parte una España de posguerra vista desde la intimidad de la casa familiar y de la convivencia. Con un lenguaje rico en sugerentes imágenes, metáforas y símbolos, insertado en un lenguaje conversacional, se va dando cuenta de aspectos clave de la conciencia del sujeto poético, una niña, luego una adolescente, marcada por su condición femenina que desde siempre ha implicado prohibiciones, miedos, cuestionamientos.
Se construye así poco a poco una genealogía y el relato de lo que supone ser una mujer que ajusta cuentas con la infelicidad y el amor materno de una mujer a la que le tocó sufrir más allá de lo imaginable en un tiempo gris y sucio.
¿Podía una mujer sensible e inteligente, esposa y madre, en los 50/60 del pasado siglo no desquiciarse al aguantar el contexto de la rancia moral católico-fascista del régimen de Franco? Con coraje, Acquaroni recupera aquel trauma y lo convierte en dignidad: “MADRE, MI LIBERTAD/se engendra en tu locura. /Tu locura se prende en mi latido”.
Una distancia relativa
Conviene dejarse llevar a lo desatendido, esa vida íntima de las mujeres de la posguerra española, para entender la crueldad y la demencia de aquella época en lo más hondo.
Con minuciosa claridad y precisión, Acquaroni teje esta realidad desgarrada, de sufrimientos enmudecidos, que durante décadas propició una existencia abismada: ”LAS GUERRAS NO PRESCRIBEN/son quirófanos huérfanos/que se han quedado inmóviles”.
Por otra parte, recomendaría leer este libro, en una primera lectura, casi como una novela biográfica cuya protagonista es una mujer española de mediados de siglo XX, para después volver a cada uno de los poemas dejando espacio y tiempo entre ellos durante la relectura.
De este modo entenderemos, gracias a la voz poética de la autora, que la distancia con el pasado torturado de su madre es relativa, por momentos inexistente, inquietante; y que la sociedad actual conserva las mismas "astillas insurrectas de futuro", también hielo y lodos reaccionarios.
Pero existe La casa grande para visitar, un lugar donde Rosana Acquaroni trasciende la culpa, la locura, el extravío y la amarga soledad a través del lenguaje. Sororidad y dignidad son en esta poética de vida alzada el modo de ser, de ser mujer, para este siglo hermoso y amenazado.
Porque La casa grande es ante todo un alegato de amor y dignidad más allá del oprobio, del dolor, y de la ignorancia. Su solvente escritura convierte en arte la historia "pequeña", la que no sale en los libros de texto y atraviesan tantas mujeres; rescata del silencio una verdad que no acabará de cicatrizar hasta que desaparezca el sistema opresor que supone el patriarcado. Solo nos queda una vía: “Dejar que el corazón/desdiga lo vivido”, y por tanto, comprender:
“la belleza que esconden los naufragios,
Todo está en ellos
flotando
en la balanza
de las olas,
la pérdida y la ganancia,
el faro y el abismo,
el bálsamo y la herida.
También tu tempestad
está conmigo".