La forma primordial de comunicarse dependería de un sentido

Similar al de la vista o el tacto, descodifica la comunicación humana en sus diferentes formas


Muchos especialistas intentaron en vano encontrar el idioma original o pre Babel. El problema es que lo que se busca es un idioma o un protolenguaje. Si se quiere llegar a él hay que cambiar el paradigma y empezar a rastrear un sentido, que llamamos Neem, que funciona como la vista, el tacto o cualquiera de los otros. Ese sentido es el que decodifica el tipo de comunicación propio de la experiencia mística, la comunicación holística de los animales y el hombre primitivo, y de aquellos que, por algún motivo, quedaron sin contacto con otros humanos desde su nacimiento. Por Patricia Arca Mena y Gustavo Masutti Llach.


Patricia Arca Mena y Gustavo Masutti Llach.
18/01/2011

Algunas de las áreas cerebrales asociadas con el lenguaje: Área de Broca (Azul), Área de Wernicke (Verde), Supramarginal gyrus (Amarillo), Angular gyrus (Naranjado) ,Primary Auditory Cortex (Rosado). James.mcd.nz. Wikipedia.
Mucho se ha dicho y escrito sobre qué es lo que distingue a los Humanos del resto de los seres de la Creación con conclusiones bien variadas de acuerdo con el enfoque. Sin embargo, la mayoría está de acuerdo en citar a la conciencia de sí: Hasta donde se sabe, el Hombre es el único animal capaz de reflexionar sobre su condición. Y para ello tiene una herramienta fundamental: el lenguaje, que es lo que con más claridad distingue a la conducta humana pues la utiliza para construir cultura. Se lo puede definir como un sistema de símbolos que representan cosas e ideas y que es vital para pasar los conocimientos adquiridos a la generación siguiente. Gracias a este proceso, los nuevos ya no arrancarán de cero la carrera por la supervivencia y la evolución. Además, la comunicación permite cotejar los saberes, compartir los descubrimientos y reflexionar con los semejantes.

Desde el punto de vista fisiológico, si bien los últimos estudios en neurociencias relativizan cada vez más la anatomía del pensamiento, y tienden a demostrar que el cerebro piensa en red, los monitoreos con SPECT (“Single Photon Emission Computed Tomography”) indican que cuando se está interpretando un idioma, una de las zonas que se activa es la conocida como el área de Broca, ubicada en el hemisferio izquierdo.

¿Es el lenguaje inherente al Hombre?

“Toda la Tierra tenía una misma lengua y usaba las mismas palabras (…)
Mas Dios descendió para ver la ciudad y la torre que los hombres estaban levantando y dijo: ‘He aquí que todos forman un solo pueblo y todos hablan una misma lengua, siendo este el principio de sus empresas. Nada les impedirá que lleven a cabo todo lo que se propongan. Pues bien, descendamos y allí mismo confundamos su lenguaje de modo que no se entiendan los unos con los otros’. Así, Dios los dispersó de allí sobre toda la faz de la Tierra y cesaron en la construcción de la ciudad. Por ello se la llamó Babel, porque allí confundió Dios la lengua de todos los habitantes de la Tierra y los dispersó por toda la superficie”
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Génesis, 11.

Los antropólogos estiman que el lenguaje entendido como producción y percepción de un idioma nació hace alrededor de 35.000 años, cuando todavía los últimos Neandertales eran contemporáneos de los primeros Cromagnones. Estos últimos, con una cavidad bucal más adecuada a la articulación de sonidos dieron el salto adelante. Los expertos todavía no se ponen de acuerdo sobre si hubo un lenguaje original del cual se derivaron los idiomas y apenas pueden especular sobre el tema.

En este punto es válido preguntarse si alguna vez todos los hombres hablaron idioma universal como refiere la Biblia en la historia de la Torre de Babel, lo que daría la razón a la teoría de la monogénesis del lenguaje defendida en el siglo XVIII por el filósofo alemán Gottfried Wilhelm von Leibniz, entre otros.

Algunas pistas: El prestigioso lingüista y filósofo estadounidense Noam Chomsky postula la existencia del LAD (Language Acquisition Device, o dispositivo para la adquisición del lenguaje) una suerte de "caja negra" innata, que sería capaz de recibir un input o entrada de datos lingüísticos y, a partir de él, derivar las reglas gramaticales universales.

Al respecto, el psiquiatra Daniel Drubach, de la Mayo Clinic, en Minnesotta, explicó en su conferencia “Neurobiología de la imaginación y su relación con la espiritualidad” (dictada en el Foro de reflexión Cerebro y Espiritualidad, Buenos Aires, 17 de Septiembre de 2007): “Cuando el niño nace su cerebro está preconfigurado para ciertas actividades, que las llamamos universales. El lenguaje verbal (es la más estudiada), no el escrito, está presente en todas las culturas humanas. Nunca se encontró una cultura que no hable. Se cree que viene preconfigurado, y que no es sólo algo anatómico sino también funcional. Lo curioso es que el lenguaje está preconfigurado pero el idioma no. El idioma es puramente un resultado de la cultura. Esto es interesante porque entre todos los idiomas hay muchísimas similitudes. Inclusive, los lingüistas dicen que no hay ninguna diferencia de fondo entre el chino, el inglés y el español, por ejemplo. Que lo único que difiere es el símbolo. La estructura del lenguaje es igual en todas las culturas”.

En busca del idioma original.

En su artículo “¿Qué idioma habla Dios?” publicado en La Revista El Cultural del diario español El Mundo (del 7-julio de 2005) el Doctor en Medicina y catedrático de Fisiología Humana de la Universidad Complutense de Madrid, Francisco Mora Teruel, refiere que la búsqueda de ese idioma original, y por ende más cercano a Dios, lleva siglos y que los casos conocidos se remontan a la historia que cuenta el historiador griego Herodoto de Halicarnaso sobre el faraón de Egipto, Psammenticus, quien hace 2600 años aisló niños para comprobar si desarrollaban un idioma desde cero (habrían dicho una palabra en frigio), experiencia repetida por el Rey Jaime IV de Escocia en el siglo XV de nuestra era. Y que una experiencia mejor documentada es la del emperador Mogol Akbar Khan, quien a principios del siglo XVI, repitió la experiencia de Egipto y Escocia y de acuerdo con la crónica de un jesuita, el resultado fue que los niños no hablaban nada. De este modo, concluyó que el idioma genuino del hombre era el silencio. Esta historia fue refrendada en la actualidad: se encontraron niños aislados por sus padres o perdidos en la selva en sus primeros años, que no hablaban.

Opina Mora Teruel: “Si algún idioma Dios dio al hombre en sus orígenes es claramente el de los gestos y el silencio. De lo que se deduce además, que no hay libro alguno que exprese, en ningún idioma, el verbo directo de Dios. Dios, si existe, es silencio y cualquier libro que hable de ese silencio ha sido filtrado por el cerebro humano. Y esto nos lleva a comprender que la interpretación humana de ese silencio, su desciframiento y su traducción en forma de lenguaje, es tan individual como lo es cada cerebro en cada uno de los más de seis mil millones de habitantes que pueblan la tierra”.

El lenguaje en sentido amplio.

Se tiende a pensar en el lenguaje como en el cotidiano intercambio de frases y en un medio de comunicación entre los seres humanos que, a partir de signos orales y escritos, poseen un significado útil para relacionarse con los demás. Sin embargo, en su sentido más amplio, se trata de un proceso mucho más complejo en el que intervienen una gran cantidad de actividades mentales. Desde luego, las propias del lenguaje hablado, como reconocer las palabras dentro de la cadena sonora, determinar su significado en un contexto de la oración que forman, identificar el nivel de significado o significados de la frase, y formular una respuesta.

No obstante, limitar al lenguaje a una simple combinación de palabras es muy superficial, incluso si se agrega el contexto cultural. De hecho, las formas no verbales de comunicación entre los seres vivos incluyen luces, imágenes, sonidos, gestos, colores, olores y más. Los animales tienen diferentes maneras de hacerse llegar los mensajes sin un lenguaje oral. Los pájaros, los delfines, los insectos, no hablan en sentido estricto entre ellos, por ejemplo, aunque se comunican. Ellos saben si otro animal va a atacarlos, si una planta es venenosa o si una hembra está lista para aparearse porque reciben las señales y las decodifican.

Por lo tanto, lo que viene preconfigurado desde el nacimiento es la capacidad de comunicarse. Pero a través de un proceso que se asemeja más al funcionamiento de un sentido (como la vista o el olfato), que al idioma, que es más parecido a una tecnología, algo inventado por la cultura. Como la escritura, lo que hace el idioma es segmentar una porción de lo que se está comunicando para codificarlo en un mensaje restringido.

Esto se ha estudiado mucho, se sabe que el mensaje hablado es sólo una parte pequeña de la comunicación. Por ejemplo, en una charla hay muchos elementos que enriquecen la comunicación entre dos personas y que van más allá del intercambio de palabras y frases. Tal es el caso de las inflexiones de la voz, los gestos, las señales, los movimientos involuntarios del cuerpo, etcétera.

El pequeño salvaje. Película basada en la historia de un niño encontrado en el sur de Francia en el Siglo XVIII
El lenguaje holístico

Hasta aquí podemos afirmar que la comunicación parlante no es inherente al Hombre. Aunque siempre existió la comunicación, el lenguaje tal como se lo conoce hoy, creció y se desarrolló a la par de la civilización. En el estado natural original los seres se comunicaban entre sí y con la naturaleza. No había diferencias entre el lenguaje humano y el medio de comunicación del resto de las especies animales. El hombre, al individualizarse y volverse cultural, perdió esa capacidad. Pero la cuestión no es tan simple.

Al respecto, el Catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, Francisco J. Rubia, explica en un reportaje cómo era el lenguaje del hombre pre-cultural: “Antes de que surgiera la conciencia dualista el hombre se encontraba en el paraíso de la conciencia holística en donde los contrarios no existían, en el ‘océano primordial’ origen del cosmos en la mayoría de los mitos, que se interpreta como una unidad/totalidad. Es de suponer que esta Unidad, que también puede aparecer como paraíso, corresponda, desde el punto de vista neurofisiológico, al hemisferio derecho, unido estrechamente al sistema límbico o sistema base de las emociones y afectos. El despertar a la conciencia, por tanto, hace que el hombre tenga nostalgia de esa unidad o paraíso perdido y quiera volver a él. Casi todas las religiones tienen como meta la unión con la divinidad, con el Uno, al final de la vida. El retorno al paraíso es, lógicamente, una tendencia muy humana y supondría la resistencia al desarrollo impuesto por la evolución. Es la negación de la realidad como intento de regresión a épocas pretéritas más felices”.

Y en su artículo “El pensamiento dualista” agrega: “La conciencia del hombre primitivo se asemeja más a la que aparece en los sueños, distinta de la del hombre moderno despierto. Es por esto por lo que el hombre primitivo no diferencia entre el sueño y la realidad, ambos constituyen un ‘continuum’. Habría que decir que no es que el hombre primitivo no sepa distinguir entre el sueño y la realidad, sino que ambos estados, el sueño y la realidad emotiva son productos de las mismas estructuras y por lo tanto sujetos a las mismas leyes, lo que le impide hacer diferencias entre ellos (…). También la separación entre el alma y el cuerpo sería moderna. El hombre primitivo no las diferencia en absoluto, al contrario, ambos forman una unidad mística indiferenciada”. Y llega a una osada conclusión: “Quizá espacio y tiempo sean las gafas con que el cerebro mira la realidad. ¡Un filtro construido por el cerebro! Quizá el cerebro nos restrinja lo real, cosa útil para sobrevivir como especie. Y, en el éxtasis místico, ¡el cerebro se quita un ratito esas gafas, ese filtro!”
Y ahora entra en juego la “variable Dios”, la última de las pistas.

Experiencia Mística: La voz de Dios.

“¿Qué tipo de sentencia (me pregunté) construirá una mente absoluta? Consideré que aun en los lenguajes humanos no hay proposición que no implique el universo entero; decir el tigre es decir los tigres que lo engendraron, los ciervos y tortugas que devoró, el pasto de que se alimentaron los ciervos, la tierra que fue madre del pasto, el cielo que dio luz a la tierra. Consideré que en el lenguaje de un dios toda palabra enunciaría esa infinita concatenación de los hechos, y no de un modo implícito, sino explícito, y no de un modo progresivo, sino inmediato. Con el tiempo, la noción de una sentencia divina parecióme pueril o blasfematoria. Un dios, reflexioné, sólo debe decir una palabra, y en esa palabra la plenitud. Ninguna voz articulada por él puede ser inferior al universo o menos que la suma del tiempo. Sombras o simulacros de esa voz que equivale a un lenguaje y a cuanto puede comprender un lenguaje son las ambiciosas y pobres voces humanas, todo, mundo, universo”.
Jorge Luis Borges, “La escritura de Dios” (El Aleph, 1949)

La historia y los textos sagrados (no sólo los cristianos) están llenos de testimonios de personas que, de manera espontánea o provocada, logran alcanzar un “estado modificado de la conciencia”. Cuando la experiencia conlleva ciertas sensaciones de de trascender lo mundano y penetrar en una dimensión espiritual se habla de éxtasis místico. Este fenómeno transcultural tiene registros en muchas sociedades y religiones diferentes.

En “Las Variedades de la Experiencia Religiosas”, William James comenta que la experiencia mística es inefable, que quienes la experimentan refieren que no puede describirse en palabras adecuadas, que debe experimentarse directamente, pues no es posible comunicarla ni transferirla a los demás. Y razona: “Por esta peculiaridad los estados místicos se parecen más a los estados afectivos que a los intelectuales”.

Muchas personalidades históricas han tenido experiencias místicas, como Vincent Van Gogh, William Bake, George Rusell, Juana de Arco, Ezequiel, San Pablo, Mahoma; Dante, Ignacio de Loyola, Bernardo de Claraval, Rumi, Jacob Bohme , Ovidio, Al-Gazzali, Ibn Arabi, Hildergard Von Bingen y el Dalai Lama, entre otros.

Y es así que diferentes autores han establecido una variedad de parámetros que debe tener la experiencia mística para ser catalogada como tal y diferenciarse de las diferentes patologías neuropsicológicas, como psicosis, epilepsia, esquizofrenia, etc. Estos parámetros, similares para las diversas culturas, religiones y épocas de la humanidad sólo marcan diferencias según la formación y historia personal de lo vivido en la historia del sujeto.

Las mismas podrían resumirse en las siguientes, de acuerdo con la clasificación del doctor Robert M. Gimello de la Universidad de Harvard:

-Sensación de unidad de todo lo existente.
-Pérdida del yo y del mundo (sujeto y objeto).
-Pérdida del sentido de la causalidad.
-Sensaciones de fuerte tono afectivo: alegría, bienaventuranza, paz, vitalidad, bienestar físico y mental.
-Sensación de estar en contacto con lo sagrado.
-Sensación de objetividad y realidad.
-Superación del dualismo y aceptación de la paradoja.
-Inefabilidad.
-Transitoriedad: dura instantes, como mucho una o dos horas.
-Cambios positivos persistentes en la actitud y conducta del sujeto.
-Cualidad noética: estados de conocimiento de intuición y verdad.
-Sensación de elevación y/o flotar en el aire.
-Referencia a la luz: fogonazos, luminosidad sostenida, presencia luminosa, fuego o calor intensos (generalmente blanca).

El psiquiatra estadounidense Arthur Deikman, de la Universidad de California, defiende la hipótesis de que los fenómenos místicos se producen a partir de una desautomatización de estructuras psicológicas que organizan, limitan, seleccionan e interpretan los estímulos perceptuales que llegan a través de los sentidos.

En otras palabras, en la experiencia mística las sensaciones son mucho más cercanas a las del niño pre-parlante, a las del hombre primitivo o las que se experimentan en el ensueño, que a las del adulto, contemporáneo en vigilia. En lenguaje llano: Dios se comunica sin palabras.

Conclusiones: El sentido “Neem”.

Limitar el concepto de comunicación humana al uso del idioma es absurdo, puesto que éste es apenas una porción del total. En ese sentido amplio se puede afirmar que sí existió un lenguaje original, previo a Babel, y que es el mismo que viene “por defecto” instalado en el cerebro de los recién nacidos. También es aquel que “hablan” los niños encontrados sin contacto con la cultura humana y que usaba el hombre primitivo. Y, no por casualidad, es el que se experimenta durante la experiencia mística.

Esta manera de comunicarse es holística, disuelve los límites entre el yo y el otro y se manifiesta como certezas instantáneas, no como el final de un proceso de decodificación de conceptos. Funciona como un sentido y a falta de nombre lo llamaremos Neem, por el árbol del paraíso.

Y tiene su lógica. En el paraíso no había mentira, algo imposible en este tipo de comunicación. Así deberían haberse comunicado Adán y Eva entre ellos, y con el resto de la Creación. Hasta que la cultura se impuso. Le pusieron nombre a todo para diferenciarlo de sí mismos y comieron del árbol del Conocimiento. Bloquearon el sentido Neem y fueron expulsados del paraíso. Tal vez si se lo recupera, se estará listo para emprender “la vuelta a casa”.


Por Patricia Arca Mena y Gustavo Masutti Llach, desde Argentina, colaboración que agradece Tendencias de las Religiones.




Patricia Arca Mena y Gustavo Masutti Llach.
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