Una investigación iniciada por el profesor Mariano Artigas (1938-2006) en 1999 para determinar cuál fue la actitud de la Congregación del Índice frente a los autores católicos que defendían la compatibilidad entre la evolución y la doctrina cristiana puede resultar sorprendente para algunos. Los primeros resultados fueron publicados por Artigas, Thomas Glick y Rafael A. Martínez en Negotiating Darwin (2006). El profesor Rafael A. Martínez, que ha proseguido los trabajos de Artigas tras su prematuro fallecimiento, ha dado a conocer una síntesis del estado de la investigación en su artículo El Vaticano y la Evolución. La recepción del darwinismo en el Archivo del Índice, publicado en Scripta Theologica 39 (2007) 529-549.
Las relaciones de la Iglesia católica con el evolucionismo darwinista nunca han sido fáciles. Frecuentemente se recuerda que a partir de 1950 la autoridad del Romano Pontífice Pío XII ha declarado que la evolución biológica es una hipótesis sobre cuya plausibilidad es posible discutir. Aunque en 1996 el Papa Juan Pablo II afirmó que la evolución es más que una hipótesis, los recelos contra la teoría de Darwin no han desaparecido.
Desde la publicación de los libros de Darwin, para muchos teólogos, pastores y simples cristianos, era difícil distinguir los principios teológicos del aparato filosófico-conceptual con el que estaban acostumbrados a sostenerlos. Y no pocas veces los partidarios del darwinismo presentaban la nueva teoría según una interpretación materialista que no podía en modo alguno ser aceptable por los creyentes.
La evolución biológica en los Archivos de la Congregación para la Doctrina de la Fe
Las intervenciones del Vaticano con respecto al evolucionismo fueron, sin embargo, discretas, prudentes y bastante moderadas, tal como se desprende de los Archivos de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
No se tiene noticia de condenas o polémicas clamorosas, al menos en lo que se refiere a las autoridades romanas. Durante muchos años los manuales de teología católica criticaban con severidad el evolucionismo, pero eran muy escasos los argumentos de autoridad. Más bien eran víctimas de un sistema de pensamiento cerrado en el que no “cabían” determinadas concepciones del mundo.
En la revista de los jesuitas, La Civiltà Cattolica, se filtraban a veces macabros casos de condenas vaticanas que no solían tener mucho fundamento. La apertura en 1998 del Archivo de la Congregación para la Doctrina de la Fe (que contiene los documentos de las antiguas congregaciones pontificias del Santo Oficio y del Índice de Libros prohibidos), ha permitido el acceso a muchos datos que hasta el momento se encontraban custodiados por una rigurosa reserva. Este hecho ha dado lugar a que muchos documentos han sido puestos al alcance de los investigadores y permiten clarificar los enigmas con que se tropezaba hasta ahora.
En 1999 el profesor Mariano Artigas, físico y filósofo, se propuso seguir el rastro de las intervenciones de las autoridades vaticanas sobre la evolución y el darwinismo. Una búsqueda preliminar en los Archivos del Santo Oficio no dio resultados, mientras que en los archivos del Índice de Libros prohibidos encontró una interesante documentación.
El trabajo de investigación de Artigas, Glick y Martínez cubre aproximadamente el pontificado de León XIII (entre 1878 y1903). Cuando ocupó la Silla de Pedro ya tenía 68 años pero gobernó la Iglesia durante 25 años. El equipo de investigación se centró en seis autores católicos que habían manifestado en sus escritos posiciones favorables a las nuevas ideas sobre el cambio biológico irreversible, la evolución y el darwinismo y que las crían compatibles con la fe cristiana. Los seis casos estudiados son muy diferentes entre sí y permiten obtener un panorama diversificado de las reacciones de la comisión del Índice de Libros prohibidos ante el evolucionismo en las últimas décadas del siglo XIX.
De los seis autores estudiados, dos son italianos, otros dos británicos, uno francés y otro norteamericano. Su condición eclesiástica también es variada: dos son obispos, otros dos pertenecen a órdenes religiosas, uno es sacerdote diocesano y el otro era laico.
Aunque todos los casos han sido citados como muestra de la oposición de la Iglesia a la evolución, sólo tres de ellos vieron realmente la intervención de una congregación romana. En los otros tres casos tal intervención no tuvo lugar: solamente la escasez de datos precisos que generalmente envolvió la cuestión, llevó a verlos como fruto de una oposición a la teoría evolucionista por parte de la Iglesia.
Estos tres últimos casos son los del obispo italiano Geremia Bonomelli (1831-1914), el también obispo John Hedley (1837-1915) [monje benedictino que ocupó la sede de Newport, en Gales], y el del zoólogo inglés St.George J. Mivart (1827-1900). En los dos primeros casos, se les atribuye el haberse retractado por imposición de las autoridades romanas de cuanto habían publicado.
En realidad, sólo Bonomelli escribió una clara retractación de cuanto había precedentemente publicado, pero no hubo ninguna presión por parte del Vaticano. En cambio, John Hedley mantuvo una polémica con La Civiltà Cattolica desde las páginas de The Tablet.
El caso de Mivart es más complicado. Mivart, que había abrazado la fe católica muy joven, aceptó muy pronto la evolución, aunque era crítico con algunos aspectos centrales de la explicación darwinista. En 1871 publicó On the Genesis of the Species, donde sostenía que la evolución biológica era compatible con la doctrina cristiana, sin que las autoridades católicas tuvieran ninguna reacción al respecto. En sus últimos años, Mivart publicó varios artículos críticos con la doctrina cristiana y con la autoridad de la Iglesia. Tras un intercambio epistolar con su obispo, el Cadenal Vaughan, y varias amonestaciones formales, se le prohibió recibir los sacramentos, fue excomulgado.
Mivart murió poco después, en 1900. Su confrontación con las autoridades de la Iglesia se ha atribuido frecuentemente al tema de la evolución. El examen de la documentación de los Archivos del Santo Oficio ha permitido clarificar el caso, excluyendo definitivamente tal interpretación.
Los autores (Artigas, Glick y Martínez) se ocupan extensamente de los otros tres casos. Son los casos en los que la Congregación del Índice actuó contra autores católicos que se manifestaron en sus escritos favorables a la evolución. Nos referimos a Raffaello Caverni (1837-1900), el dominico Marie-Dalmace Leroy (1828-1905) y el sacerdote norteamericano John Augustine Zahm (1851-1921).
1. Raffaello Caverni (1837-1900)
El primer caso por orden cronológico es el del sacerdote italiano Raffaello Caverni. En 1877 publicó un libro en que defendía la posibilidad de conciliar el evolucionismo con la doctrina católica: Nuevos estudios de filosofía: discursos a un joven estudiante. El arzobispo de Florencia denunció el libro a la Congregación del Índice. El libro fue condenado y el correspondiente decreto fue publicado en 1878.
Se trata, de hecho, del único caso en que la obra de un autor católico fue puesta en el Índice de Libros prohibidos por sus opiniones evolucionistas. Sin embargo, ha pasado prácticamente desapercibido. La explicación está en el modo peculiar de proceder que tenía la Congregación del Índice: los decretos de este tribunal no indicaban los motivos de la condena, sino sólo el nombre del autor y el título de la obra, que en este caso ni siquiera mencionaba indirectamente el evolucionismo.
Caverni siempre creyó que la causa de la condena era la dureza con que había criticado algunos aspectos de la vida y de la educación eclesiástica de su tiempo, y esta interpretación se ha mantenido hasta hoy. Sólo el examen de la documentación que se ha conservado en el Archivo del Índice ha permitido establecer que la causa real de la condena fue precisamente su defensa de las teorías evolucionistas.
El “censor” del libro de Caverni fue el cardenal dominico Tommaso María Zigliara (1833-1893), una de las figuras sobresalientes del neotomismo que deseaba impulsar León XIII para renovar el pensamiento católico. En sus obras se había opuesto al evolucionismo con argumentos filosóficos: la teoría de la evolución es absurda desde el punto de vista metafísico, porque se basa en principios falsos; es una hipótesis arbitraria e incluso contradictoria; e incluso es absurda desde el punto de vista de la fisiología (acudiendo aquí a la autoridad de Georges Cuvier. )
El documento de Zigliara impactó en los cardenales que determinaron que la postura de Caverni, proponiendo un materialismo panteísta de tipo hegeliano, era inaceptable para un católico. El libro de Caverni fue incluido en el Índice de Libros prohibidos y su autor aceptó la condena, sometiéndose a la decisión de la Congregación. Desde el punto de vista formal, la “condena indirecta” del darwinismo nunca alcanzó el rango de condena oficial, puesto que el decreto no mencionaba la evolución ni el darwinismo. Y desde el punto de vista práctico se demostró sumamente ineficaz, en cuanto nadie supo de su existencia fuera del círculo de la comisión del Índice. La polémica del evolucionismo pareció calmarse por algunos años.
Las relaciones de la Iglesia católica con el evolucionismo darwinista nunca han sido fáciles. Frecuentemente se recuerda que a partir de 1950 la autoridad del Romano Pontífice Pío XII ha declarado que la evolución biológica es una hipótesis sobre cuya plausibilidad es posible discutir. Aunque en 1996 el Papa Juan Pablo II afirmó que la evolución es más que una hipótesis, los recelos contra la teoría de Darwin no han desaparecido.
Desde la publicación de los libros de Darwin, para muchos teólogos, pastores y simples cristianos, era difícil distinguir los principios teológicos del aparato filosófico-conceptual con el que estaban acostumbrados a sostenerlos. Y no pocas veces los partidarios del darwinismo presentaban la nueva teoría según una interpretación materialista que no podía en modo alguno ser aceptable por los creyentes.
La evolución biológica en los Archivos de la Congregación para la Doctrina de la Fe
Las intervenciones del Vaticano con respecto al evolucionismo fueron, sin embargo, discretas, prudentes y bastante moderadas, tal como se desprende de los Archivos de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
No se tiene noticia de condenas o polémicas clamorosas, al menos en lo que se refiere a las autoridades romanas. Durante muchos años los manuales de teología católica criticaban con severidad el evolucionismo, pero eran muy escasos los argumentos de autoridad. Más bien eran víctimas de un sistema de pensamiento cerrado en el que no “cabían” determinadas concepciones del mundo.
En la revista de los jesuitas, La Civiltà Cattolica, se filtraban a veces macabros casos de condenas vaticanas que no solían tener mucho fundamento. La apertura en 1998 del Archivo de la Congregación para la Doctrina de la Fe (que contiene los documentos de las antiguas congregaciones pontificias del Santo Oficio y del Índice de Libros prohibidos), ha permitido el acceso a muchos datos que hasta el momento se encontraban custodiados por una rigurosa reserva. Este hecho ha dado lugar a que muchos documentos han sido puestos al alcance de los investigadores y permiten clarificar los enigmas con que se tropezaba hasta ahora.
En 1999 el profesor Mariano Artigas, físico y filósofo, se propuso seguir el rastro de las intervenciones de las autoridades vaticanas sobre la evolución y el darwinismo. Una búsqueda preliminar en los Archivos del Santo Oficio no dio resultados, mientras que en los archivos del Índice de Libros prohibidos encontró una interesante documentación.
El trabajo de investigación de Artigas, Glick y Martínez cubre aproximadamente el pontificado de León XIII (entre 1878 y1903). Cuando ocupó la Silla de Pedro ya tenía 68 años pero gobernó la Iglesia durante 25 años. El equipo de investigación se centró en seis autores católicos que habían manifestado en sus escritos posiciones favorables a las nuevas ideas sobre el cambio biológico irreversible, la evolución y el darwinismo y que las crían compatibles con la fe cristiana. Los seis casos estudiados son muy diferentes entre sí y permiten obtener un panorama diversificado de las reacciones de la comisión del Índice de Libros prohibidos ante el evolucionismo en las últimas décadas del siglo XIX.
De los seis autores estudiados, dos son italianos, otros dos británicos, uno francés y otro norteamericano. Su condición eclesiástica también es variada: dos son obispos, otros dos pertenecen a órdenes religiosas, uno es sacerdote diocesano y el otro era laico.
Aunque todos los casos han sido citados como muestra de la oposición de la Iglesia a la evolución, sólo tres de ellos vieron realmente la intervención de una congregación romana. En los otros tres casos tal intervención no tuvo lugar: solamente la escasez de datos precisos que generalmente envolvió la cuestión, llevó a verlos como fruto de una oposición a la teoría evolucionista por parte de la Iglesia.
Estos tres últimos casos son los del obispo italiano Geremia Bonomelli (1831-1914), el también obispo John Hedley (1837-1915) [monje benedictino que ocupó la sede de Newport, en Gales], y el del zoólogo inglés St.George J. Mivart (1827-1900). En los dos primeros casos, se les atribuye el haberse retractado por imposición de las autoridades romanas de cuanto habían publicado.
En realidad, sólo Bonomelli escribió una clara retractación de cuanto había precedentemente publicado, pero no hubo ninguna presión por parte del Vaticano. En cambio, John Hedley mantuvo una polémica con La Civiltà Cattolica desde las páginas de The Tablet.
El caso de Mivart es más complicado. Mivart, que había abrazado la fe católica muy joven, aceptó muy pronto la evolución, aunque era crítico con algunos aspectos centrales de la explicación darwinista. En 1871 publicó On the Genesis of the Species, donde sostenía que la evolución biológica era compatible con la doctrina cristiana, sin que las autoridades católicas tuvieran ninguna reacción al respecto. En sus últimos años, Mivart publicó varios artículos críticos con la doctrina cristiana y con la autoridad de la Iglesia. Tras un intercambio epistolar con su obispo, el Cadenal Vaughan, y varias amonestaciones formales, se le prohibió recibir los sacramentos, fue excomulgado.
Mivart murió poco después, en 1900. Su confrontación con las autoridades de la Iglesia se ha atribuido frecuentemente al tema de la evolución. El examen de la documentación de los Archivos del Santo Oficio ha permitido clarificar el caso, excluyendo definitivamente tal interpretación.
Los autores (Artigas, Glick y Martínez) se ocupan extensamente de los otros tres casos. Son los casos en los que la Congregación del Índice actuó contra autores católicos que se manifestaron en sus escritos favorables a la evolución. Nos referimos a Raffaello Caverni (1837-1900), el dominico Marie-Dalmace Leroy (1828-1905) y el sacerdote norteamericano John Augustine Zahm (1851-1921).
1. Raffaello Caverni (1837-1900)
El primer caso por orden cronológico es el del sacerdote italiano Raffaello Caverni. En 1877 publicó un libro en que defendía la posibilidad de conciliar el evolucionismo con la doctrina católica: Nuevos estudios de filosofía: discursos a un joven estudiante. El arzobispo de Florencia denunció el libro a la Congregación del Índice. El libro fue condenado y el correspondiente decreto fue publicado en 1878.
Se trata, de hecho, del único caso en que la obra de un autor católico fue puesta en el Índice de Libros prohibidos por sus opiniones evolucionistas. Sin embargo, ha pasado prácticamente desapercibido. La explicación está en el modo peculiar de proceder que tenía la Congregación del Índice: los decretos de este tribunal no indicaban los motivos de la condena, sino sólo el nombre del autor y el título de la obra, que en este caso ni siquiera mencionaba indirectamente el evolucionismo.
Caverni siempre creyó que la causa de la condena era la dureza con que había criticado algunos aspectos de la vida y de la educación eclesiástica de su tiempo, y esta interpretación se ha mantenido hasta hoy. Sólo el examen de la documentación que se ha conservado en el Archivo del Índice ha permitido establecer que la causa real de la condena fue precisamente su defensa de las teorías evolucionistas.
El “censor” del libro de Caverni fue el cardenal dominico Tommaso María Zigliara (1833-1893), una de las figuras sobresalientes del neotomismo que deseaba impulsar León XIII para renovar el pensamiento católico. En sus obras se había opuesto al evolucionismo con argumentos filosóficos: la teoría de la evolución es absurda desde el punto de vista metafísico, porque se basa en principios falsos; es una hipótesis arbitraria e incluso contradictoria; e incluso es absurda desde el punto de vista de la fisiología (acudiendo aquí a la autoridad de Georges Cuvier. )
El documento de Zigliara impactó en los cardenales que determinaron que la postura de Caverni, proponiendo un materialismo panteísta de tipo hegeliano, era inaceptable para un católico. El libro de Caverni fue incluido en el Índice de Libros prohibidos y su autor aceptó la condena, sometiéndose a la decisión de la Congregación. Desde el punto de vista formal, la “condena indirecta” del darwinismo nunca alcanzó el rango de condena oficial, puesto que el decreto no mencionaba la evolución ni el darwinismo. Y desde el punto de vista práctico se demostró sumamente ineficaz, en cuanto nadie supo de su existencia fuera del círculo de la comisión del Índice. La polémica del evolucionismo pareció calmarse por algunos años.
2. Un dominico en el Índice: Marie-Dalmace Leroy (1828-1905)
En 1887 el dominico francés Marie-Dalmace Leroy publicó en París un libro titulado La evolución de las especies orgánicas. Las críticas que recibió por parte de los estamentos clericales le llevaron a preparar una nueva edición corregida y aumentada, en la que intentaba explicar mejor algunos puntos controvertidos. La nueva edición se publicó en 1891 con el título La evolución restringida a las especies orgánicas.
En un ambiente científico muy contrario a las ideas evolucionistas debido a la autoridad de Cuvier, Leroy se proponía mostrar que el evolucionismo es compatible con el cristianismo con tal que se mantenga en el ámbito científico y no se convierta en una filosofía materialista y atea.
Su defensa de la evolución dio lugar a una polémica con los jesuitas Joseph de Bonniot y Joseph Brucker en las páginas de Études. A favor de la evolución intervino la Revue Thomiste, a partir de su primer número publicado en 1893.
En 1894, el libro de Leroy fue denunciado ante la Congregación del Índice. El Cardenal Prefecto del Índice, Serafino Vannutelli (1834-1915), siguiendo el procedimiento habitual, encomendó el examen del libro a uno de los consultores de la Congregación, el franciscano Teófilo Domenichelli. Su informe lleva fecha de 30 de agosto de 1894 y ocupa 27 páginas impresas. El informe del censor fue favorable a Leroy y coincide con él que los primeros capítulos del Génesis tienen un lenguaje figurado.
Pero la Congregación del Índice no quedó satisfecha con este informe y pidió en septiembre de 1894 la opinión a dos censores más. Los dos nuevos informes fueron menos benévolos con Leroy, aunque continuaron sin proponer una clara condena. Pero la Congregación Preparatoria del 17 de enero de 1895 llegó por su cuenta a una conclusión más rígida: “la doctrina tal como se halla en el libro debe ser proscrita: y se invite al autor, a través del Maestro General [de los dominicos], a retractarse públicamente como si fuera por propia iniciativa”.
Es curioso este modo de proceder. Y creó una peligrosa escuela porque en pleno siglo XXI, la Comisión de la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal Española ha actuado en varias ocasiones de la misma manera, presionando a los superiores religiosos para que hagan un chantaje a los teólogos... Y no citamos casos…incluso en propia carne. Pero este es otro asunto.
En 1895, Leroy fue convocado a Roma por el Maestro General de la Orden de Predicadores, y le fue comunicada la noticia. El 26 de febrero, envió una carta desde Roma al periódico Le Monde, que la publicó pocos días después, el 4 de marzo. Con un estilo muy similar al de Galileo, Leroy muestra su arrepentimiento y “declaro que desautorizo, retracto y repruebo todo lo que he dicho escrito y publicado a favor de esa teoría [de la evolución]”.
Pero “el caso Leroy” no termina aquí. Dos años más tarde, en 1897, pidió a la Congregación permiso para publicar una versión corregida de su libro. El manuscrito fue sometido a dos censores que dictaminaron que sus opiniones no se habían modificado y por ello el permiso fue denegado. La cuestión quedó cerrada. Nunca se publicaron los motivos de los censores para la condena de Leroy.
En 1887 el dominico francés Marie-Dalmace Leroy publicó en París un libro titulado La evolución de las especies orgánicas. Las críticas que recibió por parte de los estamentos clericales le llevaron a preparar una nueva edición corregida y aumentada, en la que intentaba explicar mejor algunos puntos controvertidos. La nueva edición se publicó en 1891 con el título La evolución restringida a las especies orgánicas.
En un ambiente científico muy contrario a las ideas evolucionistas debido a la autoridad de Cuvier, Leroy se proponía mostrar que el evolucionismo es compatible con el cristianismo con tal que se mantenga en el ámbito científico y no se convierta en una filosofía materialista y atea.
Su defensa de la evolución dio lugar a una polémica con los jesuitas Joseph de Bonniot y Joseph Brucker en las páginas de Études. A favor de la evolución intervino la Revue Thomiste, a partir de su primer número publicado en 1893.
En 1894, el libro de Leroy fue denunciado ante la Congregación del Índice. El Cardenal Prefecto del Índice, Serafino Vannutelli (1834-1915), siguiendo el procedimiento habitual, encomendó el examen del libro a uno de los consultores de la Congregación, el franciscano Teófilo Domenichelli. Su informe lleva fecha de 30 de agosto de 1894 y ocupa 27 páginas impresas. El informe del censor fue favorable a Leroy y coincide con él que los primeros capítulos del Génesis tienen un lenguaje figurado.
Pero la Congregación del Índice no quedó satisfecha con este informe y pidió en septiembre de 1894 la opinión a dos censores más. Los dos nuevos informes fueron menos benévolos con Leroy, aunque continuaron sin proponer una clara condena. Pero la Congregación Preparatoria del 17 de enero de 1895 llegó por su cuenta a una conclusión más rígida: “la doctrina tal como se halla en el libro debe ser proscrita: y se invite al autor, a través del Maestro General [de los dominicos], a retractarse públicamente como si fuera por propia iniciativa”.
Es curioso este modo de proceder. Y creó una peligrosa escuela porque en pleno siglo XXI, la Comisión de la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal Española ha actuado en varias ocasiones de la misma manera, presionando a los superiores religiosos para que hagan un chantaje a los teólogos... Y no citamos casos…incluso en propia carne. Pero este es otro asunto.
En 1895, Leroy fue convocado a Roma por el Maestro General de la Orden de Predicadores, y le fue comunicada la noticia. El 26 de febrero, envió una carta desde Roma al periódico Le Monde, que la publicó pocos días después, el 4 de marzo. Con un estilo muy similar al de Galileo, Leroy muestra su arrepentimiento y “declaro que desautorizo, retracto y repruebo todo lo que he dicho escrito y publicado a favor de esa teoría [de la evolución]”.
Pero “el caso Leroy” no termina aquí. Dos años más tarde, en 1897, pidió a la Congregación permiso para publicar una versión corregida de su libro. El manuscrito fue sometido a dos censores que dictaminaron que sus opiniones no se habían modificado y por ello el permiso fue denegado. La cuestión quedó cerrada. Nunca se publicaron los motivos de los censores para la condena de Leroy.
Foto: Notre Dame Center for Ethics and Culture.
3. Evolución y Dogma: John Zahm (1851-1921)
El tercer caso de condena es el del sacerdote americano John Zahm, profesor de física en la Universidad de Notre Dame, de la que también fue Vicepresidente. En 1896 publicó un libro titulado La evolución y el Dogma (traducido al francés, al italiano y al español en 1905) en el que sostenía la compatibilidad del evolucionismo con la doctrina católica. Dado que Zahm era un autor respetado por Roma, cuando en 1897 su libro fue denunciado ante la Congregación del Índice, la reacción fue mucho mayor que en los casos de Caverni o Leroy.
El procedimiento de la Congregación del Índice fue el habitual. Nombraron censor al dominico Enrico Buonpensiere (que ya había intervenido en el caso Leroy). En su informe de 53 páginas conservadas en el Archivo del Índice, critica que Zahm atribuyera a Santo Tomás y a San Agustín posiciones cercanas al evolucionismo. En la Congregación Preparatoria del 5 de agosto de 1898 se expresan opiniones condenatorias del libro de Zahm. Pero nunca se produjo la retractación pública de Zahm ni se hizo público el decreto de condena. Entretanto, Zahm había sido nombrado Provincial de su orden (la Congregación de la Santa Cruz). Sus obispos amigos presionaron en Roma y el día 7 de noviembre de 1898 el cardenal Vannutelli pidió directamente a León XIII que no se publicara el decreto de condena y el Papa aceptó.
Conclusión: la política vaticana sobre la evolución biológica
El sugerente artículo de Rafael A. Martínez que aquí comentamos finaliza con unas conclusiones. La que puede resultar más novedosa es que el Vaticano no tenía a finales del siglo XIX una postura precisa respecto al evolucionismo ni al darwinismo. Cuando había una denuncia ante la Congregación del Índice, sus miembros no tenían un paradigma de referencia respecto al cual medir las desviaciones doctrinales. Las diversas intervenciones de las autoridades vaticanas guardianas de la ortodoxia actuaban según las circunstancias y no de acuerdo con un plan preestablecido.
Las instancias vaticanas eran conscientes de que no existía una “doctrina oficial” respecto a la evolución y al darwinismo, y según parece tampoco tenían mucho interés en provocar una doctrina oficial.
Todo esto provocó que en cada uno de los seis casos analizados, los resultados fueran muy diferentes. Tampoco se ve un patrón común en las decisiones de los cardenales, ni del Papa, que llegó incluso a impedir la publicación de un decreto de condena ya decidido por los cardenales.
En los tres casos que hemos analizado más someramente (Bonomelli, Hedley y Mivart) no existió ninguna acción contra estos autores, ni tampoco ninguna decisión de las autoridades romanas.
En los tres casos en los que la Congregación del Índice intervino (Caverni, Leroy y Zahm), lo hizo respondiendo a denuncias externas a la Congregación. El Santo Oficio no intervino en ninguno de los casos. La Congregación del Índice actuó “de oficio” para dar alguna respuesta a las denuncias.
El balance de la investigación confirma, en cierto modo, la “tesis de la complejidad” de las relaciones entre ciencia y religión, entre evolucionismo y fe católica. Motivos de orden teológico y filosófico aparecen entremezclados con consideraciones prácticas, problemas sociales y nacionales e intervenciones de tipo personal.
Las autoridades romanas no querían verse involucradas en un nuevo “caso Galileo”. Cuando algunos de los autores citados sostenían la completa compatibilidad entre el evolucionismo y la doctrina católica, la Congregación del Índice prefirió no condenarlos con un documento o intervención públicos. Más bien intentaron persuadirlos en privado de que se retractasen de sus ideas, incluso con una simple carta publicada en un periódico (el caso de Zahm).
En el caso en que el autor de alguno de los libros denunciados perteneciese a una orden o congregación religiosa (como Leroy o Zahm) sí hubo presiones hacia sus superiores religiosos para que interviniesen sobre sus súbditos. Incluso se perciben ciertas amenazas veladas sobre los superiores de las órdenes y congregaciones.
Por fortuna, esos tiempos de “caza de brujas” parecen haber terminado en la Iglesia Universal. Aunque en estos últimos años ha crecido el conservadurismo teológico y la intervención sobre algunos teólogos, han sido más bien casos aislados (Leonardo Boff, Jacques Dupuis..).
Pero aún así, aún nos late la sospecha de que determinadas intervenciones de la Conferencia Episcopal española (a través de la Comisión para la Doctrina de la fe) parecen haber mimetizado determinados “tics” autoritarios e inquisitoriales de otros tiempos. Sobre todo, con la llegada a la Secretaría de la Conferencia Episcopal de Monseñor Martínez Camino, las amenazas de excomunión, los exabruptos autoritarios, las acciones contra teólogos (Pagola, Masiá, Castillo, Marciano Vidal) parecen haber resucitado en España intervenciones de otros tiempos. Estas intervenciones (con ocasión del debate de leyes democráticas en un país no confesional) suscitan hoy el escándalo en muchos creyentes y el sarcasmo entre las filas de los agnósticos.
La experiencia de estos seis casos estudiados no reafirman en la convicción de que así como la institución religiosa pone su fuerza en la defensa de determinadas ortodoxias, del mismo modo debería invertir sus energías e influencias en trabajar por la justicia global, la defensa de los débiles, abrir ventanas a los aires nuevos que la cultura secular aporta a la humanización del planeta.
La obsesión por la ortodoxia, por una determinada ortodoxia que no se discute, la incapacidad para dialogar con unos problemas nuevos son hoy un grave impedimento para que la Iglesia como ámbito de solidaridad, sepa comprender y no imponer, dialogar y no anatematizar, tender la mano y no guillotinar los intentos de muchos creyentes de vivir en la frontera.
Terminamos con una frase del padre Pedro Arrupe: “Lo que más me asusta es que queramos dar respuestas de ayer a problemas del mañana”.
Leandro Sequeiros es Catedrático de Paleontología, profesor de Filosofía en la Facultad de Teología de Granada y Miembro de la Cátedra CTR
El tercer caso de condena es el del sacerdote americano John Zahm, profesor de física en la Universidad de Notre Dame, de la que también fue Vicepresidente. En 1896 publicó un libro titulado La evolución y el Dogma (traducido al francés, al italiano y al español en 1905) en el que sostenía la compatibilidad del evolucionismo con la doctrina católica. Dado que Zahm era un autor respetado por Roma, cuando en 1897 su libro fue denunciado ante la Congregación del Índice, la reacción fue mucho mayor que en los casos de Caverni o Leroy.
El procedimiento de la Congregación del Índice fue el habitual. Nombraron censor al dominico Enrico Buonpensiere (que ya había intervenido en el caso Leroy). En su informe de 53 páginas conservadas en el Archivo del Índice, critica que Zahm atribuyera a Santo Tomás y a San Agustín posiciones cercanas al evolucionismo. En la Congregación Preparatoria del 5 de agosto de 1898 se expresan opiniones condenatorias del libro de Zahm. Pero nunca se produjo la retractación pública de Zahm ni se hizo público el decreto de condena. Entretanto, Zahm había sido nombrado Provincial de su orden (la Congregación de la Santa Cruz). Sus obispos amigos presionaron en Roma y el día 7 de noviembre de 1898 el cardenal Vannutelli pidió directamente a León XIII que no se publicara el decreto de condena y el Papa aceptó.
Conclusión: la política vaticana sobre la evolución biológica
El sugerente artículo de Rafael A. Martínez que aquí comentamos finaliza con unas conclusiones. La que puede resultar más novedosa es que el Vaticano no tenía a finales del siglo XIX una postura precisa respecto al evolucionismo ni al darwinismo. Cuando había una denuncia ante la Congregación del Índice, sus miembros no tenían un paradigma de referencia respecto al cual medir las desviaciones doctrinales. Las diversas intervenciones de las autoridades vaticanas guardianas de la ortodoxia actuaban según las circunstancias y no de acuerdo con un plan preestablecido.
Las instancias vaticanas eran conscientes de que no existía una “doctrina oficial” respecto a la evolución y al darwinismo, y según parece tampoco tenían mucho interés en provocar una doctrina oficial.
Todo esto provocó que en cada uno de los seis casos analizados, los resultados fueran muy diferentes. Tampoco se ve un patrón común en las decisiones de los cardenales, ni del Papa, que llegó incluso a impedir la publicación de un decreto de condena ya decidido por los cardenales.
En los tres casos que hemos analizado más someramente (Bonomelli, Hedley y Mivart) no existió ninguna acción contra estos autores, ni tampoco ninguna decisión de las autoridades romanas.
En los tres casos en los que la Congregación del Índice intervino (Caverni, Leroy y Zahm), lo hizo respondiendo a denuncias externas a la Congregación. El Santo Oficio no intervino en ninguno de los casos. La Congregación del Índice actuó “de oficio” para dar alguna respuesta a las denuncias.
El balance de la investigación confirma, en cierto modo, la “tesis de la complejidad” de las relaciones entre ciencia y religión, entre evolucionismo y fe católica. Motivos de orden teológico y filosófico aparecen entremezclados con consideraciones prácticas, problemas sociales y nacionales e intervenciones de tipo personal.
Las autoridades romanas no querían verse involucradas en un nuevo “caso Galileo”. Cuando algunos de los autores citados sostenían la completa compatibilidad entre el evolucionismo y la doctrina católica, la Congregación del Índice prefirió no condenarlos con un documento o intervención públicos. Más bien intentaron persuadirlos en privado de que se retractasen de sus ideas, incluso con una simple carta publicada en un periódico (el caso de Zahm).
En el caso en que el autor de alguno de los libros denunciados perteneciese a una orden o congregación religiosa (como Leroy o Zahm) sí hubo presiones hacia sus superiores religiosos para que interviniesen sobre sus súbditos. Incluso se perciben ciertas amenazas veladas sobre los superiores de las órdenes y congregaciones.
Por fortuna, esos tiempos de “caza de brujas” parecen haber terminado en la Iglesia Universal. Aunque en estos últimos años ha crecido el conservadurismo teológico y la intervención sobre algunos teólogos, han sido más bien casos aislados (Leonardo Boff, Jacques Dupuis..).
Pero aún así, aún nos late la sospecha de que determinadas intervenciones de la Conferencia Episcopal española (a través de la Comisión para la Doctrina de la fe) parecen haber mimetizado determinados “tics” autoritarios e inquisitoriales de otros tiempos. Sobre todo, con la llegada a la Secretaría de la Conferencia Episcopal de Monseñor Martínez Camino, las amenazas de excomunión, los exabruptos autoritarios, las acciones contra teólogos (Pagola, Masiá, Castillo, Marciano Vidal) parecen haber resucitado en España intervenciones de otros tiempos. Estas intervenciones (con ocasión del debate de leyes democráticas en un país no confesional) suscitan hoy el escándalo en muchos creyentes y el sarcasmo entre las filas de los agnósticos.
La experiencia de estos seis casos estudiados no reafirman en la convicción de que así como la institución religiosa pone su fuerza en la defensa de determinadas ortodoxias, del mismo modo debería invertir sus energías e influencias en trabajar por la justicia global, la defensa de los débiles, abrir ventanas a los aires nuevos que la cultura secular aporta a la humanización del planeta.
La obsesión por la ortodoxia, por una determinada ortodoxia que no se discute, la incapacidad para dialogar con unos problemas nuevos son hoy un grave impedimento para que la Iglesia como ámbito de solidaridad, sepa comprender y no imponer, dialogar y no anatematizar, tender la mano y no guillotinar los intentos de muchos creyentes de vivir en la frontera.
Terminamos con una frase del padre Pedro Arrupe: “Lo que más me asusta es que queramos dar respuestas de ayer a problemas del mañana”.
Leandro Sequeiros es Catedrático de Paleontología, profesor de Filosofía en la Facultad de Teología de Granada y Miembro de la Cátedra CTR