La consciencia como espiral matemática

Su progresión es un proceso lleno de equilibrio, armonía, proporción y ritmo, según un estudio


La espiral del desarrollo humano que describe el estudio de la Espiral Evolutiva muestra la progresión de la consciencia como un proceso lleno de equilibrio, armonía, proporción y ritmo, que se puede enmarcar en los procesos de autoorganización de la teoría del caos. La progresiva evolución de la conciencia seguiría, según lo que plantea este estudio, unas leyes matemático-geométricas que la equiparan a otros desarrollos universales. Esta teoría abre caminos para explorar la naturaleza de la consciencia que nada tienen que ver con la materia, la física cuántica, la neurología o la información. Por Sinesio Madrona.


Sinesio Madrona
18/12/2014

Imagen: Sean Gladwell. Fuente: PhotoXpress.
El estudio de la Espiral Evolutiva fue realizado al final de los años 80 del pasado siglo y presentado por primera vez en el VIII Congreso Nacional de Psicología, celebrado en Barcelona (Madrona, 1990). En él se intenta describir el crecimiento del ser humano y el desarrollo de su consciencia utilizando los datos aportados por la psicología evolutiva.
 
Los datos del estudio son básicamente, pues, los descritos en manuales universitarios. Muchos de estos datos son tan conocidos, incluso, que han pasado a publicaciones populares. No hay pues en los datos del estudio citado nada nuevo que referenciar, salvo alguna interpretación diferente en algún  caso.
 
Lo realmente nuevo es cómo se conforman estos datos conocidos en una estructura dodecanaria circundada por una espiral matemática [1]. No se contempla, pues, en el estudio la relación de la consciencia con la materia-energía, con la neurología del cerebro o con la información-forma. El estudio se centra en su desarrollo como tal, sin referencias a otros enfoques que nos puedan distorsionar su esencia misma.
 
Este desarrollo se enmarca, así, en unos esquemas matemático-geométricos propios del crecimiento del ser humano y de su consciencia. Estos esquemas contemplan la naturaleza espiral y dodecanaria del desarrollo humano y la enmarcan en estructuras binarias, ternarias, cuaternarias y hexagonales.
 
En este sentido el tratamiento matemático-geométrico de la consciencia no se diferencia del que se puede aplicar a cualquier otra expresión de la evolución, tanto del universo material como de la vida (D’Arcy Thompson, 1961). Por ejemplo, en el polo opuesto de la realidad cabe señalar la constitución de la materia fermiónica por “...doce... partículas fundamentales distribuidas en tres familias...” (Manuel Béjar, Tendencias21). Es decir, la estructura espiral y las configuraciones señaladas se encuentran tanto en la naturaleza inanimada como en la animada... y también en la evolución de la consciencia.
 
La consciencia es una manifestación más del universo
 
Una vez hecho esto y teniendo la consciencia su propia teoría de desarrollo sí sería el momento oportuno de comparar su naturaleza con otros sistemas de la realidad y ver qué aportan estos sistemas a la consciencia y qué puede aportar la consciencia a esos otros sistemas (como expongo en otro artículo de Tendencias21).
 
No me parece, pues, adecuado tratar el desarrollo y la naturaleza de la consciencia desde supuestos reduccionistas que no contemplan la consciencia como tal. Por el contrario se puede observar un aspecto objetivo de la consciencia que no tiene nada que ver con esos supuestos reduccionistas: su progresiva evolución según unas leyes matemático-geométricas que le son propias. Estas leyes, por ser propias, la equiparan a otros desarrollos universales, no la reducen a enfoques distintos de la realidad.
 
La consciencia es una manifestación más del universo. En este sentido se pueden emplear las mismas leyes que se aplican al resto de los ‘objetos’ del mismo. Pero eso no significa que esta aplicación de las mismas leyes implique una reducción a otras manifestaciones de la realidad animada e inanimada. Al igual que estudiar, por ejemplo, la naturaleza espiral de muchas manifestaciones de los seres vivos (Thompson, 1961) no significa reducir la vida a la configuración espiral de las galaxias, ni hacerla depender de ellas.
 
Ampliando el tema de esta Introducción aparecerá en breve, espero, un artículo sobre “El estudio científico de la consciencia” que ya estoy escribiendo y en el cual me centraré en la naturaleza del conocimiento racional y científico y su papel en el estudio de la consciencia.

La espiral evolutiva, una descripción sencilla 

En el estudio del desarrollo humano se pudo observar que se dan cuatro fases en su crecimiento, en el desenvolvimiento de cada peldaño de su consciencia. Estos ‘peldaños’, son los que se denominan habitualmente, de una manera sencilla, como bebé, niño, joven y adulto, aunque tienen muchas más denominaciones en Psicología Evolutiva.
 
Basándonos en la teoría psicoanalítica y en la psicología evolutiva estas cuatro fases se pueden denominar como libido primordial, ligazón o catexis del yo, ligazón de la libido al objeto y ligazón de la libido a la representación del objeto. A través de estas fases la libido va desde una manifestación inicial de energía psíquica vinculante (libido primordial) a una de energía individualizante (catexis del yo). Posteriormente este ‘reservorio de libido del yo’ (Freud) se liga –evolutivamente– a los objetos en un primer paso y a la representación de los mismos en un segundo paso. Lo que en otras psicologías evolutivas (por ejemplo Wilber, 1980, se llama yo corporal y yo mental).
 
Para poner un ejemplo conocido, en los primeros años de vida la libido primordial es la que vincula al bebé a su pasado indiferenciado en el útero materno. Esta indiferenciación persiste como principal relación con el entorno durante meses. El papel individualizador del yo se establece desde el momento en que se corta el cordón umbilical, el niño ya no está biológicamente ligado a la madre. Progresivamente el niño empieza a desarrollar su yo explorando activamente su entorno. Esta naturaleza activa del yo es un rasgo que lo diferencia de la pasividad y receptividad uterina.
 
Posteriormente el yo realiza un primer vínculo con el objeto físico: su cuerpo, la madre, los sonajeros y juguetes del bebé... (ligazón de la libido al objeto). Más tarde ese vínculo se va trasladando a la representación de los objetos: las primeras palabras, la diferenciación del entorno (niño y niña, papá y mamá), el desarrollo del lenguaje... (ligazón de la libido a la representación del objeto).
 
Según el planteamiento de la Espiral Evolutiva estas cuatro fases se repetirían en el desarrollo humano a lo largo de la vida, a niveles más complejos cada vez (propiedad autosemejante, pero de naturaleza diferente a la autosimilitud fractal). Cada etapa significa, en esta estructura, un proceso que va desde un caos inicial hasta una organización consciente en niveles sucesivamente más complejos.
 
Dentro de esta consideración, podemos añadir que esta forma específica de ver el proceso de desarrollo del ser humano y de su conciencia podría suponer una contribución a las teorías de autoorganización y autopoiesis - desarrolladas por Maturana y Varela (1987) en el terreno de la biología y seguidas por otros en el de la psicología.
 
Según nos cuenta Iker Puente en su interesante tesis doctoral sobre ciencias de la complejidad y psicología transpersonal:
 
“Estos autores [Allan Combs y Stanley Kripnner] plantean que, a lo largo del proceso del desarrollo humano, paralelamente se produce una transformación de la consciencia a través de procesos de autoorganización y de autopoiesis. Definen la maduración psicológica como la evolución dinámica de procesos psicológicos a través de regímenes de complejidad creciente.”
 
Planteamiento en el que encaja perfectamente la espiral evolutiva que aquí se propone. Esta teoría espiral podría integrarse, pues, en el rico mundo de las diferentes ideas, observaciones, experimentos y teorías que han contribuido al desarrollo de la ciencias de la complejidad.

La espiral y el marco geométrico

Esta teoría del desarrollo humano está representada en un círculo dividido en doce sectores. La disposición geométrica de esta estructura nos permite introducir en el desarrollo humano un nivel de orden y armonía desconocidos hasta ahora.

Normalmente la consideración del desarrollo humano es lineal y jerárquica; es decir, los desarrollos posteriores son ‘superiores’ a los anteriores. Esta visión está inscrita en una percepción del tiempo lineal típica de la cultura occidental. La cultura oriental y muchas civilizaciones antiguas consideran la realidad regida por el tiempo cíclico.
 
La estructura geométrica unida al desarrollo espiral permite observar la naturaleza de esta teoría evolutiva como un proceso lineal-y-cíclico al mismo tiempo. Se da la circunstancia que lo lineal, la recta (el lingam, el falo), se considera simbólicamente como masculino. Al mismo tiempo la curva, la concavidad (el ioni), se considera femenina. En la cultura oriental es muy frecuente la representación y confección de objetos que muestran al lingam y el ioni unidos.
 
El caso es que la espiral (y el helicoide, del ADN por ejemplo) se forma por la aplicación de un vector (una fuerza lineal) sobre el trazado de una curva. De esta manera podemos considerar todas las representaciones espirales, ya sea del universo (las galaxias) o de la vida, como manifestaciones de unión de energías opuestas. La Espiral Evolutiva sería, entonces, una visión global del desarrollo de la consciencia a través de fuerzas básicas opuestas. Fuerzas que en filosofía oriental se llaman yin y yang.
 
Así, una de las características que hacen más singular al desarrollo descrito en esta teoría es que los procesos jerárquicos –lineales– de la consciencia (adolescencia frente a niñez, por ejemplo) no se consideran superiores en un sentido absoluto. Estos procesos forman un ciclo que se repite y que se integra circularmente de manera tal que la jerarquía lineal se vuelve relativa y los desarrollos anteriores y posteriores de la consciencia se integran en una perspectiva global que los iguala ‘democráticamente’.
 
Por ejemplo la actual atención al cuerpo de nuestra cultura se integra en un proceso de desarrollo de la consciencia que tiene que volver sobre sus pasos (identificación en el niño del yo con el cuerpo) para resolver una integración superiorn [2] (una integración mente-cuerpo que Wilber, 1980, llama “Centauro”). Así lo que se dejó atrás sigue estando tan presente en el desarrollo de la consciencia como lo actual.
 
Ocurre asimismo con la percepción del presente. Hasta cierta edad el niño no vive más que en el presente, desarrollamos después la noción-percepción del pasado y del futuro. Pues bien una de las manifestaciones ‘superiores’ de la consciencia supone recuperar la vivencia y noción del presente como algo imprescindible para una consciencia más global e integrada. Interpretado psicológicamente como un símbolo del desarrollo de la consciencia, esto ya está implícito en la frase de Jesús: “si no os convertís y os hacéis como niños no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo, 18:3).
 
Muchos caminos espirituales, sobre todo de Oriente, y la propia terapia gestalt, hacen de la recuperación de la vivencia del presente un paso imprescindible para el desarrollo de la consciencia. A través de la vivencia presente podemos resolver las angustias, traumas y fijaciones del pasado, así como la ansiedad por el futuro. Se trata de adquirir un estado de consciencia diferente. De integrar lo supuestamente inferior en la jerarquía lineal en una consciencia-percepción compleja que trasciende las categorías racionales. Una consciencia que supone la “ruptura koánica” de la que habla San Miguel en su artículo.
 
Esta forma de ver el crecimiento humano se muestra obvia en la estructura espiral y dodecanaria del desarrollo humano. Cada momento evolutivo responde a las relaciones binarias, ternarias, cuaternarias etc., que están en el contexto. No hay algo en el pasado que se superó. El pasado, el presente y el futuro forman una unidad atemporal en cada momento del desarrollo. La consciencia de esta unidad atemporal y no jerárquica, es una de las manifestaciones de una consciencia más global.

El marco geométrico
 
Dicho todo lo anterior sólo nos resta describir sucintamente el marco geométrico en el que se inscribe la espiral. Una descripción más amplia, si bien también sinóptica, se encuentra en un artículo específico dedicado a la Espiral Evolutiva.
 
Como he descrito arriba cada etapa del desarrollo de la consciencia está configurada por cuatro fases. Esto hace que en una vuelta completa del círculo se desarrollen tres etapas de la consciencia. Cada una de estas etapas comienza con una fase de libido primordial y acaba en otra de ligazón de la libido a la representación del objeto. Esta disposición hace que todas las fases semejantes formen un triángulo equilátero.
 
Así podemos, por ejemplo, encontrar que tres periodos específicamente biológicos en el desarrollo humano, como son los de la gestación, la aparición de la sexualidad y la menopausia, formen un triángulo equilátero. Se trata de tres hechos objetivos no sujetos, por lo tanto, a interpretación de ninguna clase. Ésta es una de las razones por las que en el título se habla de armonía, proporción y ritmo.
 
Otro ejemplo son las fases evolutivas en los que se culmina un nuevo nivel de consciencia. En otro artículo de Tendencias21 están descritos tres de estos niveles de consciencia como racionalidades simbólica, abstracta y paradójica. Cuando estos tres estadios de la consciencia se les sitúa en el círculo con los tiempos que marca la espiral también forman un triángulo equilátero.
 
En fin lo que se puede decir como conclusión de esta disposición estructural del desarrollo humano, sin abundar más en ella, es que revela unas características que sólo son evidentes a la observación si se contemplan desde este marco teórico.

La formulación espiral
 
Lo que aporta la formulación espiral del desarrollo humano es, básica y principalmente, que los tiempos de cada una de las fases mencionadas en la estructura geométrica tienen una duración establecida matemáticamente por la espiral. Esta circunstancia, descubierta empíricamente durante el estudio (no se esperaba este resultado), dota de significado a toda la estructura.
 
Hemos visto que cada fase del desarrollo de la consciencia se representa por un doceavo del círculo;  es decir, forma un sector de 30º. La curva espiral inscrita en esta estructura nos da una variable matemática: la edad, que es función de la variable del ángulo formado en cada punto del crecimiento humano. Cada fase es, por lo tanto, función de la longitud de la curva (más larga cuanto más se separa del origen).
 
Así comenzamos por una primera fase de 8 meses a la que se le van incrementando en cada sector del círculo la cantidad constante de 4 meses. Las fases son pues sucesivamente de 8, 12, 16, 20, etc. meses... Esto también es completamente coherente con el desarrollo humano. Un mismo sector de experiencia se recorre cada vez más despacio. Es lo que nos muestra la aceleración del desarrollo en los primeros años de la vida y su desaceleración posterior.
 
De esta forma la aparición de la armonía descrita en esta disposición estructural es tanto una función de la geometría dodecanaria como de la fórmula matemática de la espiral. El curso de la espiral consigue ajustar los tiempos de los eventos de crecimiento a las pautas marcadas por la simetría circular.

El nudo de trébol. Fuente: Wikipedia.
La geometría del símbolo
 
En geometría la paradoja se puede tratar como un diámetro. Y, como se describe en la Espiral Evolutiva (EE), esa situación diametral implica la paradoja de que los puntos opuestos por los que transcurre el crecimiento humano son contrarios en su manifestación. Forman una paradoja de la existencia y desarrollo humanos. En ellos se encuentran dimensiones del crecimiento y del conocimiento de la realidad y de sí mismo precisamente paradójicos.
 
Esta paradoja es, en términos matemático-geométricos una oposición diametral, y en términos descriptivos de su naturaleza humana: situaciones contrarias, contradictorias, conflictivas... Esto es, tal como percibe la consciencia la información de su complejidad más allá de lo que el esquema simbólico matemático nos aporta. Es decir, la información que la subjetividad y la objetividad juntas nos aportan es mayor que la que nos puede aportar la sola objetividad (la fórmula matemática) o la sola subjetividad (la descripción simple de los desarrollos del crecimiento humano).
 
Un par de ejemplos de los muchos que hay en el artículo mencionado: con el nacimiento el ser se separa de la madre y se individualiza físicamente, hacia los nueve años se descubre conscientemente al otro y al mismo tiempo toma plena consciencia del propio yo; es decir, se individualiza psíquica y mentalmente y al mismo tiempo puede, entonces, darse cuenta de la existencia autónoma del otro. En la EE estos dos momentos forman un diámetro (yo-tú).
 
Hacia el año toma consciencia de su cuerpo; en la pubertad vuelve a tomar una nueva consciencia de su cuerpo con los cambios biológicos que tienen lugar en él. Estos dos momentos están, asimismo, en un diámetro de la EE.
 
La trinidad, la cuaternidad (la cruz, el cuadrado) son símbolos también muy utilizados en las descripciones humanas, tanto de sus dioses, como de sus rasgos y estructuras psíquicas. La tendencia humana a organizar su entorno en formas geométricas elementales conocidas no sigue más que la pauta del resto del universo, tanto físico, como biológico.
 
Este planteamiento del desarrollo de la consciencia nos está diciendo que esas pautas organizativas elementales están también en el propio desarrollo humano. Es más, en el estudio aparecen configuraciones nuevas (el hexágono, el dodecágono o formación dihexagonal) que no suelen presentarse en las descripciones humanas habituales, pero que sí existen en la naturaleza.
 
Cabe entonces pensar el espacio dodecagonal como una integración de todos los símbolos más sencillos y su propuesta como símbolo de la consciencia sería coherente con la complejidad de la misma, emergida de la evolución. En este sentido es interesante la comparación que hace David Jou entre el cerebro y el universo, según nos explica Javier Leach en un artículo de Tendencias21. Con mayor razón sería relevante la comparación entre la consciencia y el universo. Es asimismo interesante la propuesta de una posible estructura del universo como “espacio dodecaédrico de Poincaré ”.
 
Quizá esta propuesta estructural de la consciencia sea una expresión de complejidad y armonía coherente con la naturaleza misma del hecho de la consciencia. El trazado de todas las 54 diagonales de un dodecágono adopta, junto con los doce lados, una forma diamantina que puede recordarnos la de un esquemático mandala oriental. Estas diagonales y las figuras (triángulos, cuadrados...) formadas por ellas caracterizan las conexiones, tanto internas como externas, que se establecen en esta teoría o representación del desarrollo de la consciencia.
 
Hay una manera de contemplar y observar este mandala (como se hace con cualquier otro) que trasciende la natural tendencia racional a la observación analítica y detallada de los datos. La contemplación implica una actitud no-racional de maravilla ante la complejidad. No hay búsqueda de explicación en ella sino apertura ante la maravilla.
 
 Y si bien esa actitud no nos redime de estudiar analíticamente la consciencia como hace, por ejemplo, Juan Pedro Núñez en uno de los últimos artículos de Tendencias21, sí implica una no-búsqueda de respuestas, pues sabemos que la ‘respuesta’ está más allá de lo racional y es, por lo tanto una no-respuesta. Esa no-respuesta es parte de la respuesta que busca la razón, pero que nunca encontrará, pues, como queda dicho es una no-respuesta. Como dice Núñez en el artículo citado: “...el lenguaje de la consciencia no es meramente formal o simbólico...”.
 
De esta forma se infiere, a partir de este esquema, el entramado y multiplicidad de relaciones que sostienen la complejidad de la consciencia. Estas relaciones están vinculadas al desarrollo humano tanto en forma de tiempo lineal como a la manera del tiempo cíclico. Se presenta así la consciencia como un proceso a la vez global y detallado. Sólo una manera de representar la consciencia que trascienda los límites lineales de la descripción científica reduccionista al uso podrá, quizá, acercarnos a una idea más aproximada de la naturaleza de lo que ‘es’ la consciencia.

Conclusión 

Esta teoría es una muestra de que se puede estudiar el desarrollo del ser humano y de su consciencia desde su propia naturaleza. No quiere decir con ello tanto que sea la respuesta definitiva a la cuestión como sí indicar que hay otros caminos para explorar la naturaleza de la consciencia que nada tienen que ver con la materia, la física cuántica, la neurología o la información.

Bibliografía 

Thompson, D’Arcy. (1961-2000, ec. 2003). Sobre el crecimiento y la forma. Ed. de John Tyler Bonner. Cambridge University Press. Madrid.
Madrona, Sinesio. (1990): La estructura dodecanaria en psicología evolutiva. VIII Congreso Nacional de Psicología, Barcelona, noviembre de 1990. Documentación del autor. Depósito legal: M-13.856-1990.
Maturana, Humberto. y Varela Franscisco. (1987, ec. 1990) El árbol del conocimiento. Madrid. Ed. Debate.
Wilber, Ken. (1980, ec. 1989). El proyecto Atman. Ed. Kairós. Barcelona.

Notas

[1] Edad = 1/60 (J2/90 + J), donde “J” es el ángulo recorrido a una determinada edad. La fórmula matemática fue desarrollada por Arturo González-Mata con los datos empíricos que le suministré.
[2] Si bien es cierto que en la cultura actual mucha de esta atención al cuerpo no es integrativa sino regresiva. En vez de cultivar el cuerpo para unirlo a la mente y acceder a un nivel de consciencia más global, se hace de él un culto (se le presta una atención dual) con las nefastas consecuencias, en muchos casos, que estamos observando.
 

Sinesio Madrona es licenciado en psicología. Formado en terapia psicoanalítica, rogeriana y gestáltica. Autor de una teoría que describe el desarrollo de la conciencia como un proceso sucesivo de autoorganización de creciente complejidad.
 


 



Sinesio Madrona
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