Catherine Pozzi. Imagen: Editorial Periférica.
Catherine Pozzi, poeta, narradora y diarista francesa (1882-1934), es un secreto a voces.
Lo fue en su momento la escandalosa relación que dio soporte a este relato autobiográfico, Agnès (editorial Periférica, 2014); y lo es aún su obra literaria, que compuesta por seis escasos poemas, un diario póstumo aún no publicado en España, y este breve volumen que publicó con otro nombre en 1927, basta para situarla en los anaqueles de los clásicos contemporáneos franceses. Y decir clásico equivale a decir necesario.
Fue la hija de Samuel Pozzi, uno de los cirujanos más brillantes del periodo entre siglos, el mismo que retratara Nadar o inspirara a Marcel Proust, el mismo que fue acribillado a balazos por un paciente molesto por una operación testicular.
El padre sale en Agnès como alguien distante, recluido en su importancia. Catherine supo bastante de la soledad y de la enfermedad, no obstante arrastró una tuberculosis durante veinticuatro años, y encontró en los libros y los escritores un refugio para desbordarla, fue amiga de Rilke y amante de Paul Valéry, y esto último inclinó su vida hacia el éxtasis y su reverso, y de ahí vino Agnès.
Lo fue en su momento la escandalosa relación que dio soporte a este relato autobiográfico, Agnès (editorial Periférica, 2014); y lo es aún su obra literaria, que compuesta por seis escasos poemas, un diario póstumo aún no publicado en España, y este breve volumen que publicó con otro nombre en 1927, basta para situarla en los anaqueles de los clásicos contemporáneos franceses. Y decir clásico equivale a decir necesario.
Fue la hija de Samuel Pozzi, uno de los cirujanos más brillantes del periodo entre siglos, el mismo que retratara Nadar o inspirara a Marcel Proust, el mismo que fue acribillado a balazos por un paciente molesto por una operación testicular.
El padre sale en Agnès como alguien distante, recluido en su importancia. Catherine supo bastante de la soledad y de la enfermedad, no obstante arrastró una tuberculosis durante veinticuatro años, y encontró en los libros y los escritores un refugio para desbordarla, fue amiga de Rilke y amante de Paul Valéry, y esto último inclinó su vida hacia el éxtasis y su reverso, y de ahí vino Agnès.
Para expiar, para comprender, para coser la herida
Agnès es una máscara para sus obsesiones: su lucha interior entre la realidad y el deseo, la ciencia y la religión, lo cierto y lo imposible, y, en el centro de todo, la diana de su delirio: el amante y el amor como una verdad anterior que dota de sentido a la existencia, igual que Dios.
El amante y el amor como un dios para el que la vida no es más que un preámbulo, una larga escuela para estar a la altura. Pero también puede ser una excusa, y son tus propias manos las que moldean tu barro y creces desde ti mismo, aunque creas que lo haces en nombre de otro, para llegar al otro; puede que esa sea la función de la religión, y de otros tipos de amor.
La necesidad de pintar un horizonte imaginario para poder caminar por ti mismo. Todo eso. Y las preguntas constantes, inagotables que dan los buenos libros.
Agnès fue un secreto, y un escándalo, porque aquel París era pequeño y pronto todo el mundo reconoció la historia de Catherine Pozzi y Paul Valery, bailando una especie de contradanza del destino, lenta, agotadora, obligatoria.
Ahora con esta edición de Periférica somos nosotros los que podemos leer esta serie de cartas escritas a lo invisible que habita dentro, ahora podemos ser cómplices de este secreto: que el primer conocimiento que se ha de tener en cualquier idioma y en cualquier ciencia es la conjugación del verbo amo, y que eso tiene sus riesgos.
Bien podría arriesgarse alguien y publicar también los diarios de Pozzi, que las cosas necesarias deben ser compartidas.
Artículo publicado originalmente en el blog El interior del vértigo. Se reproduce con autorización de su autor.
Agnès es una máscara para sus obsesiones: su lucha interior entre la realidad y el deseo, la ciencia y la religión, lo cierto y lo imposible, y, en el centro de todo, la diana de su delirio: el amante y el amor como una verdad anterior que dota de sentido a la existencia, igual que Dios.
El amante y el amor como un dios para el que la vida no es más que un preámbulo, una larga escuela para estar a la altura. Pero también puede ser una excusa, y son tus propias manos las que moldean tu barro y creces desde ti mismo, aunque creas que lo haces en nombre de otro, para llegar al otro; puede que esa sea la función de la religión, y de otros tipos de amor.
La necesidad de pintar un horizonte imaginario para poder caminar por ti mismo. Todo eso. Y las preguntas constantes, inagotables que dan los buenos libros.
Agnès fue un secreto, y un escándalo, porque aquel París era pequeño y pronto todo el mundo reconoció la historia de Catherine Pozzi y Paul Valery, bailando una especie de contradanza del destino, lenta, agotadora, obligatoria.
Ahora con esta edición de Periférica somos nosotros los que podemos leer esta serie de cartas escritas a lo invisible que habita dentro, ahora podemos ser cómplices de este secreto: que el primer conocimiento que se ha de tener en cualquier idioma y en cualquier ciencia es la conjugación del verbo amo, y que eso tiene sus riesgos.
Bien podría arriesgarse alguien y publicar también los diarios de Pozzi, que las cosas necesarias deben ser compartidas.
Artículo publicado originalmente en el blog El interior del vértigo. Se reproduce con autorización de su autor.