La confluencia por el todo: “Obstinada memoria”, de Antonio Crespo Massieu

El poemario enfatiza la perseverancia, la apertura y la revisión características de la memoria histórica


Antonio Crespo Massieu (Madrid, 1951) ha publicado en la colección ONCE de la editorial Amargord “Obstinada memoria”, un poemario continuista con respecto a su entrega anterior, “Elegía en Portbou”, donde se enfatiza la perseverancia, la apertura y la revisión características de la memoria histórica. Por Sarah Martín.




 Escribe George Steiner en Lenguaje y silencio que “La tradición occidental sabe también de trascendencias del lenguaje hacia el silencio” y avisa, como ya demostró Michel Foucault en Las palabras y las cosas, del descrédito contemporáneo acerca de que lo verdadero y lo real puedan “alojarse dentro de las murallas del lenguaje” [1].

Este poemario de Antonio Crespo Massieu comienza abriendo “Un espacio de palabras” y se cierra “En el silencio”, aunque añade una coda, un error de lectura, algo así como un lapsus línguae que acaba edificando la “casa del lenguaje” ―ecos de lectura heideggeriana― con “palabras equivocadas” ―ecos de relectura heideggeriana―.

El gesto, aun inocente, está colmado de responsabilidad, como todo el libro, y corrige el gran error que supone eliminar el error ―del discurso y de la vida―. Del error se reinventa la lectura, nace la revisión, y despierta acaso la palabra, y buena parte de la memoria, parece sugerir entre líneas (entre paréntesis) Antonio Crespo.

¿Esperaba el poema
otra pequeña verdad?
¿Una distinta forma de decir
el sosiego, la atención, el silencio?
 
Reescribo.
Escribo otro-el mismo poema,
sin cursivas, sin comillas;
indemne blancura,
encendida memoria.
[…]
 
(Así,
con equivocadas palabras
edificamos la casa del lenguaje).
 
(De “Error de lectura (Variación sobre un poema de Jorge Riechmann)”)
 
Obstinada memoria termina construyéndose desde esa corrección que es la incorrección de la voz, la huella de la palabra en el silencio, los vértices de la delicadeza y de la convicción; vale decir la restitución de lo invisibilizado, el testimonio de lo indescifrable, el recogimiento y el aullido, apenas audible, despedido. Este es un libro cartujo y armonioso, tenaz y silente, intimista y dialéctico, contenido y condigno.

Crea espacio, lugar del discurso y del mundo. Hace sitio, hueco en el hueco, hueco para el significado en el lenguaje, para lo innombrado tanto tiempo transformado en innombrable. Lo hace, humilde, rubricando el error, afinando el tiro, reiterando en el blanco –de la página, del silencio, del canto− y buscando un emplazamiento para lo durante tanto tiempo aplazado. Obstinada memoria, “de la infamia que tú recoges para ir hacia atrás” (de “Descenso a Portbou”): el regreso, si es legítimo, necesita una y otra vez dónde.

Si hay poemarios arquitectónicos, este es uno de ellos. Por infinitos motivos. Aloja dentro de las murallas del lenguaje mil y una construcciones literales y metafóricas.

En lo literal: se inicia en el Patio de filósofos ―en Alcalá―, continúa por museos y por templos hasta enarbolar un “breve tratado de arquitectura”, recorre las plazas y las ciudades hasta llenar los palacios episcopales de todo aquel que ha sido olvidado, vejado, excluido, de los históricos espacios hegemónicos.

Aquí, ahora, la pequeñez es significante, la importancia se esconde en el detalle, en lo desapercibido vuelto imperceptible y también desde el eco continuo ―y la mención expresa― de una poesía que defiende ―restaura, visibiliza― los significados. En todo el poemario hay un diálogo leal y subterráneo. Las palabras de Obstinada memoria proceden siempre de otras palabras, de otros textos ­­―ya sean poemas, testimonios, conciencias, paisajes, paredes, tapias―.

En lo metafórico: se conforma así un espacio colectivo, que alberga una amalgama de voces en una atmósfera que insinúa los límites, desde donde transitar de dentro a afuera, de la palabra, de la libertad, de la vida. Otro lugar, antecesor, originario, se edifica entonces con la conciencia del intervalo, de lo interrumpido abruptamente, del detonante ―el detonador― del acontecimiento, y de la palabra y el silencio que le son propios, en el flanco de lo inexpresable.

pues quizá vendrá el tiempo
en que decir se pueda lo que falta
lo que convenía, anudando
el hilo roto del tiempo,
devolviendo su fulgor de palabra herida
y exacta a la historia.
[…]
Historia es
(no el séquito)
la palabra,
la alzada dignidad
de este hombre
(éste por nombrar sólo
un nombre)
y el silencio,
la eterna resonancia
de este espacio
y este empeño.
 
(De “Anudando este hilo”)

Testigo al cuidado de la historia
 
En lo literal: acaso la poética de Antonio Crespo Massieu no abandona nunca la literalidad benjaminiana, aquella que el poeta ubica en Portbou, literal y metafóricamente, y con la que acompaña tantos trayectos inconclusos ―por desconocidos― de este y otros testigos silenciados, también en este libro.

No es tanto el poema “Descenso a Portbou” en que se escolta al pensador, se custodia sus objetos más pequeños, tan perdidos y preciados, o se retoma su ángel de la historia re-creando el pasaje benjaminiano, como la actitud heredada de la contemplación, la observación, la espera, que se encuentra en todo el libro. Es la figura del testigo que se sabe al cuidado de la historia y atiende a todos sus signos.

Pero, además, con este último poemario de Crespo Massieu da la sensación de que Walter Benjamin se ha vuelto más que trasfondo, fondo y hasta tema... hay una encarnación de la forma, casi de cierta estructura benjaminiana; se persigue una gramática del paisaje y del pasaje en unos versos colmados de señas.
En lo metafórico: se revisan las coordenadas, se pregunta por el lugar, el tiempo, la persona, la gente. Son casi los cimientos, el comienzo, del regreso. Cuando alguien vuelve sobre sus pasos, cuando retrocede (“aquí donde regresas perdido, / donde descansas, donde al fin / todo cesa”, de “Descenso a Portbou”).

Es, de igual modo, y de nuevo, la senda del silencio a la palabra y de la palabra al silencio. Se retoma permanentemente la brecha. No hay deriva no obstante. La poesía es una construcción más que queda anclada al pesar, a la desolación vibrante, cuando la mudez se escucha, al duelo. No se levanta la voz. A veces, una enumeración tras otra, se asemeja una letanía.

Como si los tullidos, los poetas,
las mujeres repetidamente despreciadas,
los habitantes de la noche, los borrachos,
la carne herida, la insólita ternura
de los prostíbulos, los trazos inestables,
los colores rasgados, la mirada cruel,
penetrante, lúcida, la agria caricatura
del jorobado, el hijo pródigo de la cuidad roja;
como si todos los desprecios, las llagas
abiertas de la miseria, el grito mudo,
el sarcasmo, la rabia, el tizne violento,
lo ajado, lo maltrecho, lo contrahecho,
hubieran de pronto tomado estas salas
de un poder envejecido, estas episcopales
paredes de la soberbia, espacio palaciego
de la repetida ignominia y el terror.
 
(de “Justicia poética en el Palacio Espiscopal de Albí”)
 
Creo que Obstinada memoria tiene esa cadencia, una misma respiración que unifica un libro desigual en un mismo tono pulcro y meticuloso. Tan solo a un paso, lo literal y lo metafórico se funden para albergar lo excluido y lo inarticulado, para asimilarlo a lo decible y también a lo dicho. Lo hacen obstinadamente, en una superposición aritmética, donde la noción de belleza permanece, si no intocable, intocada, y pueda dar lugar a un todo integrador ―valga la redundancia― e incontestable.

En lo literal: el poemario se muestra atestado de referencias clásicas, antiguas y modernas, de los griegos a Kant o Heidegger pasando por Erasmo. Como las demás voces, las famas participan en el canto. Del paisaje natural al horizonte cultural, se subraya la comunión con todo lo otro, “un acorde unánime con las cosas”, “no hay disonancia o ruido”, “y todo es armonía, presencia necesaria, / sucesión de voces, vidas, / tiempo desgranado / en espacio, hecho esfera, aire, / paciencia, consentimiento aceptación”. “Aquí el mundo está bien hecho” concluye el poeta (en “Gramática del paisaje”).

En lo metafórico: hay otro regreso, el regreso al origen, la reinserción natural en el ciclo de la vida, donde la insignificancia de verdad nos atañe, nos configura, cuya aquiescencia acaso nos enaltece. Es el último regreso de una historia inevitablemente melancólica que se construye de un ansiado retorno a los lugares a los que una y otra vez se vuelve porque devuelven la historia. Luz para lo oscuro.

En lo metafórico, definitivamente en lo metafórico: se conforma el espacio total, la visión panóptica, donde todo cabe a la visión y donde “todo confluye” (lema repetido de hecho en varios poemas, “Invierno en Madrid”, “Analogías: la madre, el niño, los animales”). Quizá es este el núcleo de Obstinada memoria: la posibilidad de abarcar el conjunto, en que se halla todo y a todos, algo que, no obstante, contrasta con la abertura de la memoria, que no puede sino ser grieta, división, fragmento.

Y todo se abre como un armario
en que estuviera el tiempo entero,
lo vivido y sus asombros.
 

(de “Invierno en Madrid”)
 
Aun abierta, o por ello, la memoria parece chocar con ese tiempo entero, apresado y hermoso, en el paisaje bello y unitario, en su esencia, necesario y definitivo. De igual modo, la poesía permanece en el espacio interior, reflexivo, austero: vaga por muchos espacios, se colma de afuera y, sin embargo, solo un espacio lo comprende todo, el del texto, el del propio texto, que es ―eso sí― texto de textos.

Esta Obstinada memoria recorre así un único eje, el del regreso; circula así sobre la guía del sentido, en busca de un bien predefinido, iluminado por una inmemorial luz beatífica. Bajo esta luz, la confluencia primero ―todo es visible― y la permanencia después ―todo es eterno― parecen difuminar acaso la incertidumbre del devenir y su desconsuelo.

Nota:
 
[1] Steiner, George, Lenguaje y silencio. Barcelona, Gedisa, 2003, pp. 30-31.

 
 


Miércoles, 7 de Septiembre 2016
Sarah Martín
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