La compañía Abao Teatro, bajo la dirección de Pepa Gamboa, lleva a las tablas “El rey Lear”

Lo hace con interpretaciones más que correctas y centrando la dramaturgia en las relaciones familiares


La compañía Abao Teatro, bajo la dirección de Pepa Gamboa, lleva a las tablas “El rey Lear”, obra en la que Shakespeare guardó uno de sus mayores tesoros: el de la extraordinaria simplicidad con que los seres humanos afrontamos la complejidad intrínseca de nuestra existencia. Lo hace con interpretaciones más que correctas y centrando la dramaturgia en las relaciones familiares, aunque sin dejar apenas espacio para la sugestión. Por gärt.




Momento de la representación. Imagen cortesía del Teatro Alhambra de Granada.
Dentro de El rey Lear guardó Shakespeare uno de sus mayores tesoros: el de la extraordinaria simplicidad con que los seres humanos afrontamos la complejidad intrínseca de nuestra existencia.

Cada personaje de esta singular tragedia afronta sus ambiciones y sus miedos adaptándose a las circunstancias que la realidad les ha impuesto por medio del vertiginoso juego entre la verdad y la simulación.

En una obra eminentemente coral, cualquier otro dramaturgo hubiera resbalado a la hora de definir el interior los personajes. Shakespeare resuelve con brillantez extrema lo que nadie salvo el propio bardo inglés hubiera conseguido. Cada personaje, desde el bufón hasta el viejo rey -salvando quizá al rey de Francia, quien limita su acción al primer acto- es parte esencial en el engranaje de una maquinaria hecha a la medida de su autor.

La dinámica de la obra conduce al inevitable estallido final donde los personajes principales se reúnen en una sola escena para aniquilarse mutuamente. Eso es, según el mito contemporáneo, lo que suelen hacer las familias de bien durante las cenas de navidad.

Y es que nadie como Shakespeare ha buceado en las profundidades de la condición humana. Nadie como él -salvando quizá a Homero- encontró esa estética formal para mostrar los ángulos oscuros de nuestro interior.

El rey Lear es un cristal de aumento colocado en la conciencia de los hijos maduros que se abre lentamente en torno a sus relaciones familiares. Una prefiguración del universo freudiano en el que los hermanos conspiran unos contra otros para quedarse con la mejor tajada, esquivando, eso sí, cualquier obligación en el cuidado de los padres.

Pero todo tiene un precio y, tanto la sinceridad como la artera lisonja se pagan con la propia vida. Llámese aquí honor o el fueron interno a lo que, en el drama, se entiende como trasunto de la pena capital.

El texto dramático como desafío

El personaje de Edmond, hijo bastardo de Gloucester, se hace preguntas legítimas. ¿Es acaso su condición de hijo ilegítimo un estigma para parecer inferior a los ojos del padre? Pero la respuesta que Edmond se da a sí mismo y a su improbable conciencia le convierte en Caín, en aquel que reclama justicia recurriendo a los actos más abyectos.

Esa ausencia de culpa en que se escuda para alcanzar el éxito soñado le convierte en un ser despreciable que usa su poder para destruir a todo aquel que se cruza en su camino.

Y es aquí precisamente, en este villano irredento, donde el bardo coloca las reflexiones más lúcidas sobre el deseo, la ambición desmedida o las supersticiones que gobiernan nuestras acciones. La paradoja no estriba en que tan inteligentes reflexiones broten de los labios del diablo, sino en que a día de hoy andemos todavía creyéndonos milongas insostenibles. Engañarse es cuestión de fe.

Las hijas mayores de Lear apelan a su condición de herederas para liberarse de sus obligaciones filiales. Tan solo Cordelia, la menor, prefiere decir la verdad, aunque ésta le acarree la peor de las desgracias. Cordelia, que debería haber oficiado el papel de heroína en la trama, pasa a un segundo plano como personaje casi elíptico.

Esclavo de un irreflexivo impulso, el rey Lear es una sombra del patriarca exiliado que vaga en tierra de nadie con la única compañía de un bufón deslenguado, que pasa de la sátira a la compasión.

Con este material, la compañía Abao Teatro no acaba de exponerse a una lectura arriesgada de tan tiránico texto, y cae fácilmente en las redes de un más de lo mismo. La directora se deja llevar por los cuadros de relleno que despistan, tanto por su pretenciosidad como por su insignificancia.

En mi opinión, un texto casi libre de condumio floral, tan abundante en precisión y tan exigente con la audiencia, hubiera merecido algo más de empeño. Sin embargo, ocupada en los segundos planos, Gamboa no llega a sacar partido al bufón, ese gran ausente, muy a su pesar. Marcadamente esteticista, eso sí, la puesta en escena no abunda en la opulencia, pero recurre a un mobiliario que apenas deja espacio para la sugestión.

Que las interpretaciones sean algo más que correctas, o que la dramaturgia se centre en la violencia de las relaciones familiares, dejando las armas de lado, no consiguen salvar la precipitación con que se afronta un final donde no queda títere con cabeza.

Se alarga lo insignificante y se acorta ese tutti finale a modo de redoble de tambor que suele usarse para indicar al público donde tiene que aplaudir.

Referencia:

Obra: El rey Lear.
Autor: William Shakespeare.
Compañía: Abao Teatro.
Dirección: Pepa Gamboa.
Lugar: Teatro Alhambra (Granada), días 20 y 21 de junio.
Próximas representaciones: 29,30 de noviembre y 1 de diciembre de 2014 en Teatro Central de Sevilla.


Viernes, 4 de Julio 2014
gärt
Artículo leído 941 veces


Otros artículos de esta misma sección