Imagen: Maksim Tselishchev. Fuente: PhotoXpress.
Muchos padres quizá se hayan dado cuenta de que sus hijos están muy nerviosos durante su primera semana de clase. Pueden parecer agitados, reservados o encerrados en sí mismos, más que interesados por lo que ocurre a su alrededor.
Tales comportamientos son síntomas clásicos de un alto nivel de ansiedad, explica el investigador de la Universidad de Montreal (Canadá) Richard Tremblay.
Tremblay, especialista en psicología y psiquiatría infantil y en conducta antisocial puso en marcha en 1984 un estudio longitudinal centrado en el desarrollo de los niños desde su concepción.
Muchos de los participantes originales de la investigación tienen ahora 30 años. Gracias en parte a la financiación de la Fundación Canadiense para la Innovación, el investigador pudo crear en 2005 un laboratorio móvil que permitió llevar el estudio a cada uno de esos participantes, lo que hizo posible que éstos colaboraran durante décadas.
Así, Tremblay ha conseguido comprender mejor los factores hereditarios y ambientales que llevan a un niño a ser agresivo, depresivo o ansioso.
El origen genético del problema
Sobre la vuelta a clase y las sensaciones que ésta provoca, el investigador señala en un comunicado de la Universidad de Montreal que “la ansiedad que sienten los jóvenes en esos momentos se manifiesta a menudo por las incertidumbres acerca de los nuevos profesores y aulas; los nuevos compañeros y las nuevas interacciones”.
"Es un gran cambio en el ritmo de vida para todos, especialmente para los niños", afirma. "Los que tienen problemas con la ansiedad a menudo crean los peores escenarios, desarrollando casi historias de terror en sus mentes".
Pero, según Tremblay, ser propenso a tales horrores al volver a la escuela no se debe sólo a la imaginación de los jóvenes estudiantes. Más bien, estas tendencias podrían ser heredadas de los padres.
Tales comportamientos son síntomas clásicos de un alto nivel de ansiedad, explica el investigador de la Universidad de Montreal (Canadá) Richard Tremblay.
Tremblay, especialista en psicología y psiquiatría infantil y en conducta antisocial puso en marcha en 1984 un estudio longitudinal centrado en el desarrollo de los niños desde su concepción.
Muchos de los participantes originales de la investigación tienen ahora 30 años. Gracias en parte a la financiación de la Fundación Canadiense para la Innovación, el investigador pudo crear en 2005 un laboratorio móvil que permitió llevar el estudio a cada uno de esos participantes, lo que hizo posible que éstos colaboraran durante décadas.
Así, Tremblay ha conseguido comprender mejor los factores hereditarios y ambientales que llevan a un niño a ser agresivo, depresivo o ansioso.
El origen genético del problema
Sobre la vuelta a clase y las sensaciones que ésta provoca, el investigador señala en un comunicado de la Universidad de Montreal que “la ansiedad que sienten los jóvenes en esos momentos se manifiesta a menudo por las incertidumbres acerca de los nuevos profesores y aulas; los nuevos compañeros y las nuevas interacciones”.
"Es un gran cambio en el ritmo de vida para todos, especialmente para los niños", afirma. "Los que tienen problemas con la ansiedad a menudo crean los peores escenarios, desarrollando casi historias de terror en sus mentes".
Pero, según Tremblay, ser propenso a tales horrores al volver a la escuela no se debe sólo a la imaginación de los jóvenes estudiantes. Más bien, estas tendencias podrían ser heredadas de los padres.
La ansiedad es hereditaria
"Hay un efecto genético importante en los comportamientos de ansiedad. Los mejores predictores de ansiedad o depresión en niños son las luchas que sus propios padres tienen con los mismos trastornos. Dicho de otro modo, si el niño o la niña tienen una madre o un padre muy ansiosos, presentan alto riesgo de ser ellos ansiosos también".
Los padres pasan sus tendencias ansiosas a los niños a través de los genes, lo que predispone a la próxima generación a padecer esas mismas tendencias. "Pero la ansiedad de un niño puede ser amplificada por su entorno", añade Tremblay.
"Si un niño es criado por una madre o un padre ansiosos y además está genéticamente predispuesto a esta condición, le resultará difícil aprender a controlar su ansiedad."
Consecuencias personales y académicas
Tremblay describe las consecuencias de esta propensión. Para empezar, los niños estresados son más susceptibles de padecer depresión. Asimismo, pueden tener problemas de concentración en la escuela, lo que repercutirá antes o después en sus resultados académicos y en sus interacciones sociales.
Además, los estudiantes nerviosos tienen a menudo una preocupación adicional. No sólo se ponen nerviosos por volver a la escuela, sino que también sufren por la idea de la ansiedad que tendrán una vez que estén en ella.
Dicho de otra manera, se inquietan del grado de ansiedad que padecerán cuando comiencen las clases. “Se trata de un metaproblema”, dice Tremblay en referencia a cómo la ansiedad acerca de una cosa puede generar ansiedad por otra.
¿Qué hacer?
Para hacer frente a estas preocupaciones, Tremblay anima a los padres a vigilar el comportamiento de sus hijos en la primera semana de clase. "Los padres tienen que pensar sobre cómo es su hijo, sobre cómo éste ha enfrentado sus problemas en el pasado; y sobre lo que les funcionó y lo que no entonces", explica.
Sugiere asimismo a los padres que recuerden sus propios problemas en la infancia y cómo los solucionaron, para guiar a sus pequeños hacia la superación de situaciones estresantes.
Si, aún así, ven que los niños no son capaces de relajarse durante las primeras semanas de clase, recomienda que se busque ayuda en la escuela, en psicólogos o, incluso, en los abuelos de los niños.
“Las abuelas saben cosas que pueden ser muy útiles. La gente imagina que los nuevos conocimientos de la psicología van a resolver cualquier problema, pero las lecciones de las generaciones anteriores a menudo son muy ricas”, concluye el investigador.
"Hay un efecto genético importante en los comportamientos de ansiedad. Los mejores predictores de ansiedad o depresión en niños son las luchas que sus propios padres tienen con los mismos trastornos. Dicho de otro modo, si el niño o la niña tienen una madre o un padre muy ansiosos, presentan alto riesgo de ser ellos ansiosos también".
Los padres pasan sus tendencias ansiosas a los niños a través de los genes, lo que predispone a la próxima generación a padecer esas mismas tendencias. "Pero la ansiedad de un niño puede ser amplificada por su entorno", añade Tremblay.
"Si un niño es criado por una madre o un padre ansiosos y además está genéticamente predispuesto a esta condición, le resultará difícil aprender a controlar su ansiedad."
Consecuencias personales y académicas
Tremblay describe las consecuencias de esta propensión. Para empezar, los niños estresados son más susceptibles de padecer depresión. Asimismo, pueden tener problemas de concentración en la escuela, lo que repercutirá antes o después en sus resultados académicos y en sus interacciones sociales.
Además, los estudiantes nerviosos tienen a menudo una preocupación adicional. No sólo se ponen nerviosos por volver a la escuela, sino que también sufren por la idea de la ansiedad que tendrán una vez que estén en ella.
Dicho de otra manera, se inquietan del grado de ansiedad que padecerán cuando comiencen las clases. “Se trata de un metaproblema”, dice Tremblay en referencia a cómo la ansiedad acerca de una cosa puede generar ansiedad por otra.
¿Qué hacer?
Para hacer frente a estas preocupaciones, Tremblay anima a los padres a vigilar el comportamiento de sus hijos en la primera semana de clase. "Los padres tienen que pensar sobre cómo es su hijo, sobre cómo éste ha enfrentado sus problemas en el pasado; y sobre lo que les funcionó y lo que no entonces", explica.
Sugiere asimismo a los padres que recuerden sus propios problemas en la infancia y cómo los solucionaron, para guiar a sus pequeños hacia la superación de situaciones estresantes.
Si, aún así, ven que los niños no son capaces de relajarse durante las primeras semanas de clase, recomienda que se busque ayuda en la escuela, en psicólogos o, incluso, en los abuelos de los niños.
“Las abuelas saben cosas que pueden ser muy útiles. La gente imagina que los nuevos conocimientos de la psicología van a resolver cualquier problema, pero las lecciones de las generaciones anteriores a menudo son muy ricas”, concluye el investigador.