Panorámica nocturna de la Vía Láctea vista desde la plataforma de Paranal, Chile. Fuente: Wikimedia Commons.
Observaciones astronómicas realizadas durante seis años a millones de estrellas de nuestra galaxia han demostrado que es muy común que éstas tengan planetas orbitando a su alrededor.
Esta es una de las conclusiones alcanzadas por un equipo de astrónomos, entre los que se cuentan miembros del Instituto Niels Bohr de la Universidad de Copenhague, que ha aplicado métodos altamente sensitivos a la búsqueda de planetas existentes en zonas habitables, situadas alrededor de estrellas huésped de la Vía Láctea.
Sus investigaciones han permitido constatar, además, que la mayoría de los 100 mil millones de estrellas de nuestra galaxia cuentan con planetas similares a la Tierra, como los existentes en nuestro propio sistema solar (Venus o Marte), mientras que los planetas como Júpiter y Saturno son una rareza.
Mil exoplanetas encontrados
Según declaraciones de Uffe Gråe Jørgensen, director del equipo de investigación del Instituto Niels Bohr, aparecidas en un comunicado de la Universidad de Copenhague, los resultados obtenidos demuestran que los planetas orbitando alrededor de estrellas son más la regla que la excepción en la Vía Láctea.
Así, en cualquier sistema solar típico de nuestra galaxia habría, aproximadamente, cuatro planetas orbitando a una distancia de las estrellas en la que pueden encontrarse planetas sólidos. Además, como media, habría 1,6 planetas en las áreas alrededor de estrellas correspondientes a la distancia entre Venus y Saturno.
En total, los investigadores han hallado unos 1.000 exoplanetas o planetas que orbitan una estrella diferente al Sol en la Vía Láctea.
La mayoría de ellos fueron detectados bien utilizando un método conocido como método de velocidad radial (que detecta exoplanetas basándose en la detección de las variaciones en la velocidad de la estrella central), bien con el llamado método de tránsito, que es el método más utilizado actualmente en la búsqueda de planetas extrasolares.
Este sistema de búsqueda está basado en el estudio del tránsito astronómico, un fenómeno durante el cual un astro pasa por delante de otro más grande, bloqueando en cierta medida su visión. Con él, los astrónomos pueden medir los cambios periódicos en el brillo de una estrella. Cuando un planeta se mueve frente a ella, se produce regularmente una pequeña reducción de su brillo. Esta regularidad en la reducción del brillo estelar es la clave de la existencia de un planeta orbitando.
Esta es una de las conclusiones alcanzadas por un equipo de astrónomos, entre los que se cuentan miembros del Instituto Niels Bohr de la Universidad de Copenhague, que ha aplicado métodos altamente sensitivos a la búsqueda de planetas existentes en zonas habitables, situadas alrededor de estrellas huésped de la Vía Láctea.
Sus investigaciones han permitido constatar, además, que la mayoría de los 100 mil millones de estrellas de nuestra galaxia cuentan con planetas similares a la Tierra, como los existentes en nuestro propio sistema solar (Venus o Marte), mientras que los planetas como Júpiter y Saturno son una rareza.
Mil exoplanetas encontrados
Según declaraciones de Uffe Gråe Jørgensen, director del equipo de investigación del Instituto Niels Bohr, aparecidas en un comunicado de la Universidad de Copenhague, los resultados obtenidos demuestran que los planetas orbitando alrededor de estrellas son más la regla que la excepción en la Vía Láctea.
Así, en cualquier sistema solar típico de nuestra galaxia habría, aproximadamente, cuatro planetas orbitando a una distancia de las estrellas en la que pueden encontrarse planetas sólidos. Además, como media, habría 1,6 planetas en las áreas alrededor de estrellas correspondientes a la distancia entre Venus y Saturno.
En total, los investigadores han hallado unos 1.000 exoplanetas o planetas que orbitan una estrella diferente al Sol en la Vía Láctea.
La mayoría de ellos fueron detectados bien utilizando un método conocido como método de velocidad radial (que detecta exoplanetas basándose en la detección de las variaciones en la velocidad de la estrella central), bien con el llamado método de tránsito, que es el método más utilizado actualmente en la búsqueda de planetas extrasolares.
Este sistema de búsqueda está basado en el estudio del tránsito astronómico, un fenómeno durante el cual un astro pasa por delante de otro más grande, bloqueando en cierta medida su visión. Con él, los astrónomos pueden medir los cambios periódicos en el brillo de una estrella. Cuando un planeta se mueve frente a ella, se produce regularmente una pequeña reducción de su brillo. Esta regularidad en la reducción del brillo estelar es la clave de la existencia de un planeta orbitando.
Fuente: Universidad de Copenhague.
El método de tránsito tiene una gran importancia en astronomía. Además de ayudar a encontrar exoplanetas, ha servido también, por ejemplo, para calcular las dimensiones del Sistema Solar.
La combinación de ambos métodos ha permitido a los astrónomos encontrar planetas grandes y relativamente cercanos a sus estrellas huéspedes.
Cien millones de estrellas analizadas
Pero los científicos han ido más allá, buscaron también planetas similares a los de nuestro sistema solar, usando un tercer método de búsqueda: la observación con microlentes gravitacionales, que permite detectar la presencia de planetas de masa similar a la terrestre, alrededor de estrellas parecidas al Sol.
Para la realización de estas observaciones son precisas condiciones muy especiales, en lo que a la localización de las estrellas se refiere. A este respecto, Uffe Gråe Jørgensen explica que la observación con microlentes gravitacionales requiere que haya dos estrellas colocadas en línea recta en relación a la Tierra.
Cuando esto se produce, la luz de la estrella situada en un segundo plano resulta amplificada por la gravedad de la estrella situada en primer plano, que actúa por tanto como una lupa.
En el periodo en que ambas estrellas pasan cerca la una de la otra, los astrónomos pueden observar como la luz de la estrella de fondo primero se incrementa y luego vuelve a reducirse. Si existe un planeta orbitando alrededor de dicha estrella, se produce un pequeño destello extra en la curva luminosa detectada. Si el planeta está muy cerca, el destello “se ahoga” en esa curva luminosa. Por el contrario, si el planeta está demasiado alejado de la estrella, no se ve ningún destello extra.
Por sus características, este sistema resulta especialmente sensible a la detección de planetas que se hallen a una distancia de su estrella similar a la de la Tierra con respecto al Sol, explica Jørgensen.
Los científicos realizaron sus observaciones con 100 millones de estrellas, utilizando telescopios localizados en Chile (Observatorio de La Silla de la ESO) y Nueva Zelanda.
Si en las observaciones se identificaba una localización estelar con un posible efecto de microlente, automáticamente ésta era registrada y se notificaba a todos los investigadores. Posteriormente, se estudiaban con más detalle los mejores registros, en alta resolución, y se analizaban las curvas luminosas.
Según Jørgensen, en un periodo de seis años (entre 2002 y 2007), fueron observadas 500 estrellas en alta resolución. En 10 de ellas, los investigadores pudieron ver directamente el efecto lente de un planeta. En el caso de las otras, pudieron establecerse datos estadísticos que determinaron la gran cantidad de planetas que orbitaban alrededor de las estrellas.
Presencia de líquido en las superficies planetarias
Los resultados obtenidos con el método de observación de microlentes gravitacionales complementaron las mejores mediciones realizadas hasta ahora con los otros dos métodos, el de tránsito y el de velocidad radial.
La combinación de ambos métodos ha permitido a los astrónomos encontrar planetas grandes y relativamente cercanos a sus estrellas huéspedes.
Cien millones de estrellas analizadas
Pero los científicos han ido más allá, buscaron también planetas similares a los de nuestro sistema solar, usando un tercer método de búsqueda: la observación con microlentes gravitacionales, que permite detectar la presencia de planetas de masa similar a la terrestre, alrededor de estrellas parecidas al Sol.
Para la realización de estas observaciones son precisas condiciones muy especiales, en lo que a la localización de las estrellas se refiere. A este respecto, Uffe Gråe Jørgensen explica que la observación con microlentes gravitacionales requiere que haya dos estrellas colocadas en línea recta en relación a la Tierra.
Cuando esto se produce, la luz de la estrella situada en un segundo plano resulta amplificada por la gravedad de la estrella situada en primer plano, que actúa por tanto como una lupa.
En el periodo en que ambas estrellas pasan cerca la una de la otra, los astrónomos pueden observar como la luz de la estrella de fondo primero se incrementa y luego vuelve a reducirse. Si existe un planeta orbitando alrededor de dicha estrella, se produce un pequeño destello extra en la curva luminosa detectada. Si el planeta está muy cerca, el destello “se ahoga” en esa curva luminosa. Por el contrario, si el planeta está demasiado alejado de la estrella, no se ve ningún destello extra.
Por sus características, este sistema resulta especialmente sensible a la detección de planetas que se hallen a una distancia de su estrella similar a la de la Tierra con respecto al Sol, explica Jørgensen.
Los científicos realizaron sus observaciones con 100 millones de estrellas, utilizando telescopios localizados en Chile (Observatorio de La Silla de la ESO) y Nueva Zelanda.
Si en las observaciones se identificaba una localización estelar con un posible efecto de microlente, automáticamente ésta era registrada y se notificaba a todos los investigadores. Posteriormente, se estudiaban con más detalle los mejores registros, en alta resolución, y se analizaban las curvas luminosas.
Según Jørgensen, en un periodo de seis años (entre 2002 y 2007), fueron observadas 500 estrellas en alta resolución. En 10 de ellas, los investigadores pudieron ver directamente el efecto lente de un planeta. En el caso de las otras, pudieron establecerse datos estadísticos que determinaron la gran cantidad de planetas que orbitaban alrededor de las estrellas.
Presencia de líquido en las superficies planetarias
Los resultados obtenidos con el método de observación de microlentes gravitacionales complementaron las mejores mediciones realizadas hasta ahora con los otros dos métodos, el de tránsito y el de velocidad radial.
Recreación artística de la Vía Láctea. Fuente: Wikimedia Commons.
Utilizando las mediciones de tránsito, el satélite Kepler de la NASA identificó una gran cantidad de planetas relativamente pequeños en órbitas menores incluso a la de Mercurio, el planeta más cercano al Sol de nuestro sistema solar.
Por otro lado, las mediciones de velocidad radial revelaron una gran cantidad de planetas grandes, tanto en órbitas pequeñas como en órbitas ligeramente mayores alrededor de sus estrellas.
Todas las mediciones permitieron establecer, por vez primera, que la estructura de nuestro sistema solar es algo común en la Vía Láctea. Asimismo, según Jørgensen, gracias a los datos obtenidos, se ha podido concretar cuantas estrellas presentan planetas en órbita, de tamaño similar al de la Tierra, en un área orbital en la que dichos planetas podrían contener líquido.
Este líquido, en principio, podría existir en forma de lagos, ríos y océanos, asegura el investigador, lo que significa que la vida, tal y como la conocemos en la Tierra, sería posible en otros planetas de la galaxia.
¿Puede haber vida en otros planetas?
En este sentido, Jørgensen afirma que los análisis estadísticos de los tres métodos combinados demuestran que, de los 100 mil millones de estrellas de la Vía Láctea, alrededor de 10 mil millones tendrían planetas dentro de la “zona de habitabilidad”, término que en astrofísica define las regiones alrededor de las estrellas en las que un planeta, de una masa entre 0,6 y 10 veces la masa terrestre, podría tener agua en estado líquido sobre su superficie.
La consecuencia: podría haber miles de millones de planetas habitables en la Vía Láctea, aunque en este sentido Jørgensen es cauto: una cosa es que los planetas tengan la temperatura adecuada para ser habitables (la temperatura que permite que haya líquido en su superficie), y otra que contengan vida, e incluso vida inteligente.
La vida surgió en la Tierra por una combinación de factores, como la llegada a nuestro planeta de cometas con agua. Eventos aleatorios posteriores pusieron en marcha la evolución, que hizo posible el desarrollo de vida terrestre inteligente, afirma el científico.
Sin embargo, Jørgensen concede que “quizás, otras coincidencias en otros sistemas solares hayan dado lugar a formas de vida completamente distintas en otros planetas”. Los resultados de la investigación han aparecido publicados en un artículo publicado por Nature.
Según publica ESO, en los últimos 16 años, los astrónomos han detectado más de 700 exoplanetas y han empezado a analizar los espectros y las atmósferas de esos mundos. Aunque el estudio de las propiedades individuales de dichos exoplanetas tiene un valor innegable, la importancia del trabajo de Jørgensen y sus colaboradores radica en que responde a una cuestión básica: ¿hasta qué punto es común que haya planetas en la Vía Láctea?
Por otro lado, las mediciones de velocidad radial revelaron una gran cantidad de planetas grandes, tanto en órbitas pequeñas como en órbitas ligeramente mayores alrededor de sus estrellas.
Todas las mediciones permitieron establecer, por vez primera, que la estructura de nuestro sistema solar es algo común en la Vía Láctea. Asimismo, según Jørgensen, gracias a los datos obtenidos, se ha podido concretar cuantas estrellas presentan planetas en órbita, de tamaño similar al de la Tierra, en un área orbital en la que dichos planetas podrían contener líquido.
Este líquido, en principio, podría existir en forma de lagos, ríos y océanos, asegura el investigador, lo que significa que la vida, tal y como la conocemos en la Tierra, sería posible en otros planetas de la galaxia.
¿Puede haber vida en otros planetas?
En este sentido, Jørgensen afirma que los análisis estadísticos de los tres métodos combinados demuestran que, de los 100 mil millones de estrellas de la Vía Láctea, alrededor de 10 mil millones tendrían planetas dentro de la “zona de habitabilidad”, término que en astrofísica define las regiones alrededor de las estrellas en las que un planeta, de una masa entre 0,6 y 10 veces la masa terrestre, podría tener agua en estado líquido sobre su superficie.
La consecuencia: podría haber miles de millones de planetas habitables en la Vía Láctea, aunque en este sentido Jørgensen es cauto: una cosa es que los planetas tengan la temperatura adecuada para ser habitables (la temperatura que permite que haya líquido en su superficie), y otra que contengan vida, e incluso vida inteligente.
La vida surgió en la Tierra por una combinación de factores, como la llegada a nuestro planeta de cometas con agua. Eventos aleatorios posteriores pusieron en marcha la evolución, que hizo posible el desarrollo de vida terrestre inteligente, afirma el científico.
Sin embargo, Jørgensen concede que “quizás, otras coincidencias en otros sistemas solares hayan dado lugar a formas de vida completamente distintas en otros planetas”. Los resultados de la investigación han aparecido publicados en un artículo publicado por Nature.
Según publica ESO, en los últimos 16 años, los astrónomos han detectado más de 700 exoplanetas y han empezado a analizar los espectros y las atmósferas de esos mundos. Aunque el estudio de las propiedades individuales de dichos exoplanetas tiene un valor innegable, la importancia del trabajo de Jørgensen y sus colaboradores radica en que responde a una cuestión básica: ¿hasta qué punto es común que haya planetas en la Vía Láctea?