Reproducción artística de elemento rocoso orbitando una estrella. Imagen: NASA, ESA, STScI, and G. Bacon (STScI). Fuente: Royal Astronomical Society.
Un misterio espacial de décadas de antigüedad podría haber sido resuelto por un equipo internacional de astrónomos dirigido por el profesor Martin Barstow, de la Universidad de Leicester (Inglaterra), y presidente electo de la Royal Astronomical Society.
Durante mucho tiempo, los astrónomos han sabido que las atmósferas que rodean a las estrellas a menudo están “contaminadas” con elementos como carbono, silicio o hierro. El misterio era el siguiente: ¿Cómo llegan esos elementos allí?
El equipo ha propuesto una nueva teoría al respecto, que apunta a que al planeta Tierra le espera un siniestro destino, aunque aún faltan muchos años.
Enanas blancas contaminadas
Los astrónomos centraron su atención en unos cuerpos celestes calientes y jóvenes conocidos como “enanas blancas”. Éstos son remanentes estelares generados cuando las estrellas agotan su combustible nuclear, es decir, cuando mueren. En ese momento, las estrellas colapsan y quedan reducidas a un tamaño menor que el de nuestro planeta.
Las enanas blancas son, junto a las enanas rojas, las estrellas más abundantes del universo; y sus atmósferas deberían estar constituidas principalmente por hidrógeno y helio. Pero la realidad es que no es así. ¿Por qué?
"El origen exacto de los metales (en sus atmósferas) ha sido un misterio, y las extremas diferencias entre las estrellas en la abundancia de éstos no se había podido explicar hasta ahora", señala Barstow en un comunicado de la Royal Astronomical Society. “Se había creído que este material había 'levitado' por la intensa radiación procedente de las capas más profundas de las estrellas”.
Pero el análisis astronómico de los espectros de 89 enanas blancas ha revelado lo siguiente: en las estrellas con atmósferas contaminadas, la ratio de silicio y carbono encaja con la observada en materiales rocosos; y es mucho más alta que la encontrada en estrellas o gases interestelares.
Durante mucho tiempo, los astrónomos han sabido que las atmósferas que rodean a las estrellas a menudo están “contaminadas” con elementos como carbono, silicio o hierro. El misterio era el siguiente: ¿Cómo llegan esos elementos allí?
El equipo ha propuesto una nueva teoría al respecto, que apunta a que al planeta Tierra le espera un siniestro destino, aunque aún faltan muchos años.
Enanas blancas contaminadas
Los astrónomos centraron su atención en unos cuerpos celestes calientes y jóvenes conocidos como “enanas blancas”. Éstos son remanentes estelares generados cuando las estrellas agotan su combustible nuclear, es decir, cuando mueren. En ese momento, las estrellas colapsan y quedan reducidas a un tamaño menor que el de nuestro planeta.
Las enanas blancas son, junto a las enanas rojas, las estrellas más abundantes del universo; y sus atmósferas deberían estar constituidas principalmente por hidrógeno y helio. Pero la realidad es que no es así. ¿Por qué?
"El origen exacto de los metales (en sus atmósferas) ha sido un misterio, y las extremas diferencias entre las estrellas en la abundancia de éstos no se había podido explicar hasta ahora", señala Barstow en un comunicado de la Royal Astronomical Society. “Se había creído que este material había 'levitado' por la intensa radiación procedente de las capas más profundas de las estrellas”.
Pero el análisis astronómico de los espectros de 89 enanas blancas ha revelado lo siguiente: en las estrellas con atmósferas contaminadas, la ratio de silicio y carbono encaja con la observada en materiales rocosos; y es mucho más alta que la encontrada en estrellas o gases interestelares.
La Tierra cuando el Sol muera
Según Barstow, alrededor de un tercio de todas las enanas blancas presentan una contaminación similar, con restos o “escombros” análogos a planetas rocosos menores.
Esto implicaría que una proporción parecida (un tercio) de las estrellas como nuestro Sol, así como de las estrellas algo menos masivas, como Vega y Fomalhaut, forjan sistemas que contienen planetas rocosos a modo de desechos que las rodean.
Próximos estudios podrían más información sobre la composición de esos planetas que orbitan a las estrellas a modo de contaminantes, pero la presente investigación apunta a un siniestro destino para la Tierra.
Dentro de miles de millones de años, quizá ésta acabe como un elemento contaminante, dentro de la atmósfera de la enana blanca en que se convertirá el Sol.
De cualquier manera, “este trabajo es una forma de arqueología celestial, pues conlleva el estudio de planetas rocosos ‘en ruinas’, tras la muerte de sus estrellas anfitrionas”, concluye Barstow.
Según Barstow, alrededor de un tercio de todas las enanas blancas presentan una contaminación similar, con restos o “escombros” análogos a planetas rocosos menores.
Esto implicaría que una proporción parecida (un tercio) de las estrellas como nuestro Sol, así como de las estrellas algo menos masivas, como Vega y Fomalhaut, forjan sistemas que contienen planetas rocosos a modo de desechos que las rodean.
Próximos estudios podrían más información sobre la composición de esos planetas que orbitan a las estrellas a modo de contaminantes, pero la presente investigación apunta a un siniestro destino para la Tierra.
Dentro de miles de millones de años, quizá ésta acabe como un elemento contaminante, dentro de la atmósfera de la enana blanca en que se convertirá el Sol.
De cualquier manera, “este trabajo es una forma de arqueología celestial, pues conlleva el estudio de planetas rocosos ‘en ruinas’, tras la muerte de sus estrellas anfitrionas”, concluye Barstow.
Referencia bibliográfica:
M. A. Barstow, J. K. Barstow, S. L. Casewell, J. B. Holberg, I. Hubeny. Evidence for an external origin of heavy elements in hot DA white dwarfs. Monthly Notices of the Royal Astronomical Society, Oxford University Press (2014). DOI: 10.1093/mnras/stu216.
M. A. Barstow, J. K. Barstow, S. L. Casewell, J. B. Holberg, I. Hubeny. Evidence for an external origin of heavy elements in hot DA white dwarfs. Monthly Notices of the Royal Astronomical Society, Oxford University Press (2014). DOI: 10.1093/mnras/stu216.