La Física Cuántica se pone de moda

La película ¿Y Tú qué sabes? populariza el ancestral debate sobre la naturaleza de la realidad


Después de recorrer multitud de círculos y foros, llega a las grandes pantallas de España la película ¿Y Tú qué sabes? (What The Bleep Do We Know?), avalada por el éxito de taquilla en las salas comerciales de Estados Unidos. La película está poniendo de moda la Física Cuántica, ya que trae a colación un importante debate filosófico y científico que se remonta a Platón, si bien tiene connotaciones metafísicas que trascienden el mundo de la ciencia. Los Creativos Culturales encuentran en ella una nueva fuente de inspiración porque la película les ofrece un posible modelo de integración, al mismo tiempo que populariza la duda sobre la naturaleza de la realidad, restringida hasta ahora a ámbitos académicos. Por Eduardo Martínez.


Eduardo Martínez
07/05/2006

Amanda (Marlee Matlin), en un momento de la película.
La película documental ¿Y Tú qué sabes? (What The Bleep Do We Know?) lleva por fin a la gran pantalla un importante debate filosófico y científico. Lo hace con lucidez, aunque no está exenta de un cierto aire californiano que ha irritado a algunos medios académicos.

Sin embargo, la película constituye un nuevo intento por acercar al gran público las cuestiones sobre las que se está planteando una profunda revolución cultural, surgida de los conocimientos sobre las partículas elementales, englobados en lo que ha dado en llamarse la Física Cuántica.

La Física Cuántica, tal como explicamos en otro artículo, es una manera de describir el mundo. Su campo de actuación es el de las partículas elementales, que se desenvuelven de manera misteriosa para la percepción ordinaria, ajenas a las leyes de los objetos físicos, dando lugar a diferentes interpretaciones.

Dudas de realidad

La revolución cultural que se deriva de estos conocimientos tiene que ver, sobre todo, con la naturaleza de la realidad. La tesis de la película es que la realidad se reduce a la percepción y que la percepción (a la que llamamos realidad) se forma por el efecto combinado de creencias, pensamientos y emociones.

La consecuencia de esta tesis es que el sujeto es el artífice último de lo real y que, cuando descubrimos la estrecha relación entre el mundo interno de las personas y lo que acontece en su entorno, alcanzamos la capacidad de alterar la realidad, una de las más antiguas aspiraciones humanas.

El argumento sobre la estructura cuántica de la realidad se completa en la película con recientes descubrimientos sobre el funcionamiento del cerebro, capaz de reaccionar de la misma forma tanto respecto a un objeto real como a otro imaginario, siempre que una emoción esté asociada a estos procesos.

Este descubrimiento lleva a los protagonistas a proponer una mayor atención a los procesos de pensamiento y a la profundización en las emociones, al considerar que una revisión profunda del interior humano puede ayudar a comprender mejor el mundo que nos rodea y a hacerlo más habitable y confortable. Y, sobre todo, mucho más feliz.

Dos críticas

Las críticas que ha recibido la película tienen dos dimensiones. Una se refiere al rigor de los descubrimientos comentados, que si por una parte de la comunidad científica se consideran consistentes, por otra parte no están completamente aceptados como ciertos.

La película está articulada en torno a una protagonista que busca sentido a su vida, a la que acompañan en su experiencia una serie de expertos de diferentes disciplinas: física, neurología, psiquiatría, filosofía, medicina, biología, teología, explicando conocimientos relativos a la experiencia de la protagonista, Amanda (Marlee Matlin).

Los argumentos que los diferentes expertos exponen en la película están documentados en muchos casos, pero en otros aspectos son más débiles. La fragilidad de algunas de las exposiciones de la película está bien recogida en un artículo de Wikipedia. Además, según Popular Science, uno de los expertos entrevistados, David Albert, profesor en la Universidad de Columbia, considera que las declaraciones suyas que aparecen en la película son incompletas y que están distorsionadas.

Aspectos metafísicos

Otra dimensión de la crítica se refiere a los aspectos metafísicos, que están deliberadamente entremezclados con los planteamientos científicos. Lo más grave es que la película no desvela su estrecha relación con la Ramtha School of Enlightenment, que pretende la iluminación de las personas a partir de una serie de prácticas que no están basadas en el conocimiento científico.

No se trata de negar a esta escuela el derecho a realizar las películas y documentales que mejor estime y que pretenda su máxima divulgación, sino que es una obligación moral dejar constancia a los posibles públicos de la inspiración que está detrás del documental. Es lo que se echa en falta y lo que explica ese aire próximo al movimiento cultural de la New Age que refleja la película.

El físico teórico Fred Alan Wolf, en la película.
Para Creativos Culturales

Según explican sus promotores, sin embargo, la finalidad de la película es presentar una propuesta al movimiento llamado de los Creativos Culturales, un concepto acuñado por Paul Ray y Sherry Anderson en su emblemática obra The Cultural Creatives: How 50 Million People Are Changing the World, publicada en 2001.

La propuesta consiste, según ha explicado la única mujer de la terna de directores de la cinta, Betsy Chasse, a El País, en abrir un diálogo para descubrir dónde está la unión entre la realidad y nuestra mente.

El movimiento de los Creativos Culturales está constituido por una amplia capa social de profesionales desencantados del actual modelo cultural y que representan más de 50 millones de personas en Estados Unidos y alrededor de 80 o 90 millones en Europa.

El objetivo de elaborar un mensaje para este colectivo tiene mucho sentido porque la película ofrece tanto un tema como un formato atractivo y un guión comprensible, alcanzando así la capacidad de atraer el interés de personas con un nivel de formación medio, con inquietudes personales y sociales insatisfechas y que están buscando modelos en los que desenvolver su actividad.

La prueba del acierto se observa en el inesperado éxito obtenido en las salas comerciales de Estados Unidos y en el hecho de que, antes de llegar a las grandes pantallas de España, ha estado circulando casi clandestinamente por países latinoamericanos y regiones españolas, aglutinando foros de reflexión “sobre física cuántica” a partir de esta película.

La Física Cuántica, de esta forma, se está poniendo de moda, con todo lo bueno y lo malo que eso supone: despertar el interés por una disciplina científica es positivo, pero reducirla a una tertulia de salón y convertirla casi en una religión capaz de resolverlo prácticamente todo, es algo que no tiene nada que ver con la ciencia.

Telón de fondo

En cualquier caso, lo cierto es que la película evoca un importante debate filosófico y científico que se remonta al Siglo IV antes de Cristo, cuando Platón señaló con el mito de la caverna que no conocemos la realidad, sino las sombras que el mundo refleja en las paredes de la caverna en la que estamos encerrados.

En 1781 Kant especula con que sólo podemos conocer a través de modelos de realidad, innatos en nosotros, que son sólo una tenue representación del mundo real, por lo demás inaccesible al conocimiento. A su vez, el filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860) llegó a la conclusión de que la realidad innata de todas las apariencias materiales es la voluntad y que la realidad última es una voluntad universal.

Más de cien años después, Einstein descubre, ya sobre bases científicas, que el mundo real no coincide siempre con nuestras estructuras mentales, ya que a partir del conocimiento de las partículas elementales, hemos descubierto que lo que sabemos del mundo objetivo es muy diferente de las ideas que tenemos sobre ese mismo mundo.

En realidad este es el punto de partida de la película, que recupera el papel del sujeto (observador en el lenguaje de la Física) en la construcción de la realidad planteado por la teoría cuántica: en 1984, John Wheeler y Wojcieck Zurek, en su obra Quantum Theory and Measurement, señalaron que son necesarios los observadores para dar existencia al mundo.

Aunque más tarde el físico alemán Dieter Zeh cuestionara esta hipótesis con su propuesta de los procesos de decoherencia para explicar los mecanismos de formación de la realidad, el debate sobre el papel del observador en el mundo no ha concluido.

La neurología ha venido a arrojar nueva luz al señalar que el cerebro nos ofrece, no un reflejo de la realidad, sino una interpretación de señales, símbolos y signos a través de un complicado ejercicio vertiginoso de matemáticas complejas, lo que aparentemente reduce la naturaleza de la realidad a un conjunto de ondas electromagnéticas que se concretan en objetos por mediación del cerebro.

Edgar Morin, entre otros, explica muy bien estos procesos en su obra El Conocimiento del Conocimiento y concluye: el cerebro se ha construido en el mundo y ha reconstruido el mundo a su manera dentro de sí, por lo que el mundo está en nuestro espíritu, que a su vez está en el mundo.

Aunque no es la única lectura posible, lo que explica Morin es un buen resumen del argumento básico de la película y una posible explicación de su mensaje porque, si damos por ciertos estos supuestos, realmente estamos adentrándonos en la próxima evolución de nuestra especie.


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Eduardo Martínez
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