Javier Monserrat: es la hora del Nuevo Mundo

Las religiones más importantes deberían jugar un papel en su construcción


Nuestras sociedad, tan formidable en tantos sentidos, no funciona. Esta situación está dando origen a un nuevo ideal ético, compartido por la mayoría de la población, fruto de una nueva sensibilidad ético-utópica en la que confluyen la Modernidad y el Comunitarismo, explica Javier Monserrat en esta entrevista. Para desarrollar esta sensibilidad, propone el Proyecto Universal de Desarrollo Solidario, potencial diseño del difuso “nuevo orden internacional”. Este proyecto consiste en la organización de un nuevo movimiento de acción civil, pragmático y viable, que podría llamarse Nuevo Mundo, independiente de lo político pero orientado a condicionar la política desde fuera. Las religiones podrían dar el apoyo social definitivo a esta iniciativa. Por Alicia Montesdeoca.


Alicia Montesdeoca
09/03/2006

Javier Monserrat
Javier Monserrat es jesuita y profesor titular en la Universidad Autónoma de Madrid, en el Departamento de Psicología Básica, especializado en Percepción y ciencia de la visión. Es autor de La Percepción Visual. Ha sido profesor en las facultades eclesiásticas de la U.P.Comillas, Madrid. Ha explicado cursos de filosofía de la psicología, psicología de la cultura, filosofía de la historia, filosofía política o epistemología y teoría de la ciencia. Su aportación a la filosofía política se centra en dos libros: Dédalo. La revolución americana del siglo XXI y Hacia un Nuevo Mundo, que acaba de ver la luz y que es el objeto de la siguiente entrevista.


Usted habla del diseño de un Nuevo Mundo ¿Cuáles son los pilares sobre los que se sostiene este posible proyecto humano?

Cuando hoy todos hablan de que “otro mundo es posible” apuntan a la esperanza de un Nuevo Mundo. Yo he aceptado la referencia a estos tópicos de actualidad, no sólo usados, sino incluso manoseados a veces, porque he querido meterme dentro, participar como uno más, de ese clamor social presente en tantísima gente, sobretodo en los jóvenes. Aspirar a un Nuevo Mundo se funda en la percepción de que nuestra sociedad, tan formidable en tantos sentidos, no funciona: es la dramática percepción del sufrimiento humano. El pilar, pues, de la aspiración al posible proyecto humano de un Nuevo Mundo se construye desde una experiencia personal que muchos sentimos con toda sinceridad y fuerza: la angustia ante el espectáculo sangrante de una humanidad sufriente e insolidaria que está estancada y no encuentra su camino.


Usted menciona un nuevo ideal ético u horizonte utópico, ¿qué novedades aporta a lo ya declarado en el marco de la Declaración de los Derechos Humanos, por ejemplo?

La tesis inicial, más básica, de la Filosofía Política que propongo, establece que a fines del XX y comienzos del siglo XXI se está formando, en efecto, un nuevo ideal ético u horizonte utópico; está presente en la mayor parte de nosotros, pero todavía en forma presentida, es una intuición difusa, pero socialmente fuerte, en que la mayoría nos sentimos unidos. En mi libro explico cómo toda sociedad se ha organizado siempre desde una sensibilidad ético-utópica propia. Y en congruencia con ella toda sociedad diseña un cierto “proyecto de acción en común”. Para entender el presente debemos referirnos a dos cambios de sensibilidad ético-utópica muy importantes que nos configuran. El primero fue en el Renacimiento (siglos XVI-XVII): el humanismo y la teoría política de los derechos humanos conducen al proyecto de acción en común del constitucionalismo primero y de la democracia después. Este movimiento histórico que conocemos como la Modernidad se alió con el liberalismo de Adam Smith en el XVIII y llega hasta los neoliberalismos actuales. El segundo cambio de sensibilidad ético-utópica se produjo en el XIX con el Comunitarismo. Tuvo tres manifestaciones: el historicismo, el socialismo-marxismo y el anarquismo. Cada una derivó a la propuesta de un nuevo proyecto de acción en común como alternativa a la Modernidad. Así, por ejemplo, el marxismo y su filosofía de la historia hacia el proyecto final de la formación social comunista. Modernidad y Comunitarismo han andado a la greña. Pero a fines del XX han tocado fondo. Yo pienso que en nuestros días está emergiendo una nueva sensibilidad ético-utópica. Es algo nuevo: vivimos en la emergencia de un tiempo histórico nuevo. Creo que esto es importantísimo.


¿Qué valores, qué realidades, qué creencias llevan a la sociedad civil a movilizarse y a asumir sus responsabilidades como nuevo motor de cambio de la sociedad?

La emergencia de esa nueva sensibilidad ético-utópica supone que hoy se comienza a sentir de una forma nueva qué valores, qué ideales éticos deberíamos realizar en común. A mi entender, estos valores nuevos no se configuran por romper con el pasado, sino por romper con las radicalidades del pasado. La novedad de nuestra sensibilidad actual es la confluencia de los valores de la Modernidad y del Comunitarismo. De la Modernidad asumimos la pasión por la libertad, por la creatividad, por una sociedad abierta y crítica, por un liberalismo que funde la iniciativa personal. Del Comunitarismo asumimos la pasión por la justicia, por la fraternidad, por la solidaridad, por la función social de los bienes, por la lucha hacia una sociedad acogedora, incluso “maternal”, para todos. Todos somos hijos de la Modernidad, pero también del Comunitarismo. Pero a esta confluencia de valores llegamos hoy por un valor añadido decisivo esencial: el pragmatismo. Lo que interesa no es defender “ideologías” que pueden entrener la historia por otros cien años, sino resolver con pragmatismo los problemas urgentes del sufrimiento humano. El pragmatismo nos urge a diseñar vías “posibles” hacia el futuro.


Usted defiende el protagonismo de la sociedad civil, ¿puede definir su composición natural?

Sociedad civil somos todos: profesionales, trabajadores, funcionarios, empresarios, etc. Somos lo básico: el cuerpo real de una sociedad que trabaja y resuelve por interacciones sus problemas. De la sociedad civil, a través de las organizaciones políticas, sale un gobierno constituido por políticos. Pero gobernar está sometido a constricciones: la Constitución y las leyes. Todo es una herencia de la Modernidad: tanto la necesidad del poder político, como su limitación y control por la soberanía popular. Por tanto, sociedad civil son los componentes de la sociedad natural, en cuanto que se distinguen de, digamos, la “clase política”. Sociedad civil, por tanto, se opone a “clase política”. El problema se presenta cuando la sociedad civil, soberana protagonista de la historia, observa con consternación, primero, que lo que hacen los políticos al gobernar no coincide con el sentir social mayoritario y, segundo, que las estructuras surgidas de la Modernidad han llegado a urdir densas tramas de dominación (como partidos políticos, lobbies, intereses comerciales, empresas mediáticas…) que tienen reducida la sociedad a la alienación ética y a la impotencia absoluta. Para las mentes más lúcidas es angustioso no saber cómo salir de la trampa urdida por algunos desde dentro de la Modernidad.


Dada la contraposición entre sociedad civil y clase política, ¿qué o quién lidera o debiera liderar el protagonismo histórico?

El impulso que en los próximos años moverá hacia un Nuevo Mundo será la conciencia civil de que para contribuir a promover los valores de la nueva sensibilidad ético-utópica es necesario romper las tramas de dominación a que está sometida. Para salir de la trampa será necesario un liderazgo estrictamente civil que ponga a la sociedad civil en condiciones de dominar la situación y asumir un nuevo protagonismo histórico. A esto responde el subtítulo de mi libro. Sin embargo, debo advertir que, a mi entender, el nuevo protagonismo civil no es para sustituir el poder político, sino para condicionarlo. El ejercicio del poder debe seguir estando en manos de los políticos, en el marco de las estructuras políticas nacidas de la Modernidad. Pero la sociedad organizada puede hacer que sólo gobiernen aquellos políticos que nos lleven hacia un Nuevo Mundo.


Usted habla de un nuevo ideal ético u horizonte utópico, ¿supone también un nuevo proyecto de acción en común?

Evidentemente. Esto es esencial para entender el presente. La Modernidad tuvo su proyecto. Los Comunitarios tuvieron el suyo. También la nueva sensibilidad ético-utópica emergente en nuestro tiempo conduce por su propia lógica a un nuevo “proyecto de acción en común”. Igualmente está presente hoy como algo intuido vagamente y difuso. La contribución del intelectual, en este caso del filósofo político, es declarar de forma explícita tanto el ideal-horizonte como el proyecto que lo realiza. La declaración contribuye así a que lo confusamente presentido se haga conciencia explícita y reflexiva que fundamente una praxis social consecuente. En esto estamos. En mi libro he ensayado una declaración del nuevo proyecto de acción en común a que conduce la nueva sensibilidad histórica que emerge. Es lo que, en el capítulo cuarto del libro, he llamado “proyecto universal de desarrollo solidario” (proyecto UDS). Es un sistema de pactos acordados libremente entre naciones soberanas con el objetivo de posibilitar, en condiciones de igualdad y corresponsabilidad, tanto el gasto social y de desarrollo interno de las naciones ricas, como la financiación internacional del gasto social y de desarrollo en las naciones pobres. Es un proyecto pragmático en la confluencia de Modernidad (liberalismo) y Comunitarismo (regulación estatal). Es tan liberal que a uno de los pactos que contiene se le denomina “pacto de liberalismo perfecto”. Pero es tan socialista que contiene una estructura funcional de regulación internacional y nacional que va mucho más allá de cuanto suelen proponer los partidos socialistas o social-demócratas actuales. Aquí no puedo explicarlo con mayor precisión, sin extenderme. Baste decir que este proyecto representaría, a mi entender, el diseño correcto y viable de lo que hoy muchos llaman, sin saber exactamente qué quieren decir, el “nuevo orden internacional”.


¿Qué papel jugarían los Estados y las Instituciones Internacionales actualmente constituídas en ese “proceso emergente de consolidación del compromiso por la justicia y la solidaridad”, del que usted habla?

Nuestro ideal ético y horizonte utópico quiere, ante todo, con pragmatismo, la resolución urgente del problema del sufrimiento humano. Así, proyectos inviables o ideologías que necesitaran siglos para triunfar, no sirven; hoy no interesan. Poner la casa patas arriba no es un camino pragmático. Por ello, el proyecto UDS se construye desde el pragmatismo y el principio de parsimonia de medios. No se debe, pues, crear un “gobierno mundial”, ni constituir un nuevo ámbito internacional de soberanía. Todo debe seguir como hasta ahora: estados soberanos que acuerdan un proyecto de acción en común al que se sienten obligados por la fuerza derivada de los tratados en el derecho internacional ordinario. Lo que si debería existir es un gobierno para la aplicación del proyecto UDS, de acuerdo con los pactos internacionales reguladores. Dejando aparte qué países se convirtieran en promotores del pacto, entiendo que el lugar natural para residenciar este pacto internacional para el proyecto UDS debería ser la ONU. Enriquecida por el proyecto UDS, podría seguir funcionando como hasta ahora, aun con las reformas estructurales necesarias. El Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, así como otras agencias de las Naciones Unidas, podrían reconvertirse como instrumentos de gobierno y control del proyecto UDS.


Ud. habla del movimiento de acción civil Nuevo Mundo: ¿a qué responde y cómo se estructura su funcionamiento?

Supuesta esa nueva sensibilidad ético-utópica de nuestro tiempo y el proyecto UDS como “proyecto de acción en común” derivado de esa sensibilidad, la pregunta es: ¿qué estrategia de acción política puede conducir a promover la realización del proyecto UDS con la mayor eficacia? En mi libro se discute la respuesta. Pero la conclusión que se defiende es clara: la vía eficaz hacia el proyecto UDS sería la organización de un nuevo movimiento de acción civil, que llamo Nuevo Mundo, independiente de lo político (no sería un partido político), pero orientado a condicionar la política desde fuera. En el capítulo sexto del libro he analizado ampliamente qué debería ser Nuevo Mundo: su nacimiento, su crecimiento, sus puntos de apoyo, su organización interna, su actuación política, etc. Creo que la propuesta de fundación y organización de Nuevo Mundo es la aportación más reseñable de mi libro. Un tipo de acción civil semejante a la propuesta con Nuevo Mundo sería una de las novedades más importantes del siglo XXI. En último término representaría la consolidación del nuevo protagonismo histórico, a mi entender ya inevitable a corto plazo, de la sociedad civil.

Una nueva Filosofía Política del protagonismo de la sociedad civil
¿Existen ya experiencias encaminadas a la construcción de ese proyecto?

No creo, que yo sepa. Sin embargo, hoy es evidente el apoyo popular masivo a esa nueva inquietud por un mundo más justo y solidario, la apelación a otro mundo posible, a ese Nuevo Mundo deseado. Existe hoy una incontenible fuerza social hacia un Nuevo Mundo que permite comprobar cómo, en efecto, nos hallamos en un tiempo emergente hacia la eclosión de esa nueva sensibilidad ético-utópica que acabará tomando conciencia precisa de sí misma. Sin embargo, lo que en mi libro llamo Nuevo Mundo, como movimiento de acción civil, todavía no ha nacido. Mi libro es un llamamiento para que nazca. Nuevo Mundo es la propuesta viable y eficaz, diseñada con precisión, para hacer pronto posible ese nuevo orden internacional que permita un mundo más libre, más pacífico, más justo y solidario.


¿Qué experiencias hay de esa fuerza social y cuáles son sus resultados más llamativos?

La presencia emergente de la sociedad civil en los últimos quince años es una muestra inequívoca de esa nueva sensibilidad ético-utópica y del protagonismo civil creciente que promueve. Me refiero a organizaciones ciudadanas, religiosas, a las ONG, a la inquietud en los políticos más jóvenes, auténticos y honestos, al voluntariado, a los movimientos solidarios de todo tipo, a organizaciones especiales, como por ejemplo de apoyo a la tasa Tobin, etc. Es como si la sociedad desconfiara del poder político y se organizara para resolver con urgencia pragmática el problema del sufrimiento humano. A mi entender todo eso son signos premonitorios de lo que verdaderamente posibilitará la influencia de la sociedad civil hacia el Nuevo Mundo: la organización de Nuevo Mundo como organización de acción civil orientada a condicionar la política. Nuevo Mundo sería como el nivel cualitativo superior (el tránsito a la acción política eficaz) que debe completar ese compromiso asistencial que ya ha emprendido la sociedad civil en los últimos años.


¿Existe en esas movilizaciones alguna ideología o religión motor o marco teórico de sus acciones?

Los movimientos actualmente existentes tienen tres cosas, a mi entender. Tienen una clara percepción del dramatismo inmediato de una humanidad sufriente. Tienen también un fondo de ideología que se saca de lo que hasta ahora ha habido: compromiso ético-religioso, ideologías humanisticas asistenciales (ONG), residuos de ideologías marxistas o anarquistas (recordemos a los grupos anti-sistema, tan activos en los Foros Sociales o en las reuniones del G-8…), etc. Pero tienen también una percepción emergente y difusa de la nueva sensibilidad ético-utópica a la que he hecho referencia. En mi opinión los esfuerzos intelectuales en la Filosofía Política deben acabar reconduciendo todos esos movimientos al “proyecto universal de desarrollo solidario” y al movimiento de acción civil Nuevo Mundo, organizado con un diseño que le permite su viabilidad social.


Usted habla del papel fundamental al que están llamadas las grandes religiones en un proyecto de Nuevo Mundo, ¿Es posible hoy el compromiso de las religiones con la sociedad civil, sin pretender influirle, condicionarle y renunciando a un claro protagonismo de sus iglesias?

A mi entender, y esto es esencial, tanto el proyecto UDS como el movimiento de acción civil Nuevo Mundo deben tener un diseño estrictamente laico. Son un producto de la razón humana natural orientada a organizar la convivencia humana, al margen de las opciones metafísicas, cosmovisionales o religiosas de los individuos o grupos humanos. Nuevo Mundo no es ni de una ni de muchas religiones: es más, no tiene nada que ver con la religión. Lo que ocurre es que los hombres religiosos son parte de la sociedad civil: son ciudadanos con los mismos derechos que todos. Y pueden tener iniciativas puramente civiles (o, si se quiere, de diseño laico), abiertas a todos, a creyentes de diversa confesión, a ateos y agnósticos. Nuevo Mundo pudiera ser fundado por creyentes o no; pero en todo caso debiera ser laico. Pero hay otra reflexión sobre el crecimiento social de Nuevo Mundo, hasta alcanzar dimensiones que le permitieran influir sobre la política de forma eficaz. Aquí es donde tengo la opinión de que el factor que podría dar a Nuevo Mundo el apoyo social definitivo sería el apoyo externo de las religiones (no sólo las cristianas). Sería como la explosión inflacionaria de Nuevo Mundo. Pero este apoyo debería darse, evidentemente, sin contrapartidas para con las religiones: de ahí la importancia que tiene lo que llamo “unidimensionalidad” en el diseño de Nuevo Mundo (y que aquí sería prolijo explicar con más detalle).


¿Es un deseo o detecta una clara evolución interna en las iglesias que le permite llegar a esa conclusión?

Mi deseo sería que las religiones (entre otros sectores sociales) apoyaran a Nuevo Mundo: en su fundación y en su eclosión final de influencia. Lo que se detecta es que todas las religiones promueven un humanismo social y político: la justicia y la paz; me refiero también al Islam. Esto se ve claramente en la llamada doctrina social de la Iglesia, en este caso católica. En la sensibilidad general de los creyentes se detecta, en efecto, esa nueva sensibilidad ético-utópica a la que me he referido. Sin embargo, junto a esto se detecta también que las religiones están hoy en tiempos de crisis profunda e incluso de fundamentalismo (lo primero trae lo segundo). Pensemos en el Islam, pero no sólo. Por ello pienso que las religiones sólo podrán jugar el papel que la historia les demanda, contribuyendo a la libertad, justicia y solidaridad, de la humanidad, si son capaces de reformarse y cambiar. Yo creo que estos cambios se producirán. Es históricamente inevitable.


Usted ve a la iglesia Católica como la abanderada de todo este proceso, ¿acaso la llamada secularización social y/o el integrismo religioso, las antiguas y nuevas formas de expresión de la religiosidad humana, la influencia de las otras iglesias cristianas, la importante representación mundial del islamismo, etc., no nos hablan de demasiada complejidad como para que sea la Iglesia Católica la que aglutine a todas las voluntades, en un momento en el que ésta navega en tantas contradiciones con sus principios evangélicos?

En primer lugar no pienso que la iglesia católica sea abanderada de nada. El proyecto UDS y el movimiento civil Nuevo Mundo responden a una racionalidad socio-política natural y son estrictamente laicos. Lo hemos comentado. Por otra parte pienso que los sectores sociales religiosos constituyen probablemente el sector más importante en que Nuevo Mundo pudiera encontrar los apoyos que necesita. ¿Cómo podría conectar Nuevo Mundo con las religiones? Cabe pensar que las religiones más importantes deberían jugar un cierto papel en ello. De entre las religiones destaca el cristianismo. Y dentro del cristianismo el catolicismo es la iglesia más importante. Es explicable, pues, que desee (siendo además católico) que el diálogo (que no “abanderamiento” o “aglutinamiento de voluntades”), que abra la religiosidad a Nuevo Mundo, parta de los sectores más asentados, como es la iglesia católica. ¿Es esto posible? Como Ud. dice la iglesia católica está hoy en crisis (y también las otras religiosidades). Yo así lo considero. Por ello pienso que, sin cambio y sin reforma, la iglesia católica dificilmente podrá asumir el papel que hoy parece demandarle la conyuntura histórica.

Una nueva revolución americana
Por último, usted aboga para que este proceso sea llevado a cabo a partir del respaldo y el protagonismo de los Estados Unidos de Norte América. ¿Qué prestigio tiene hoy esa potencia económica en las filas de la sociedad civil mundial, entre los pobres, los que sufren, los agredidos, los desplazados por las guerras, etc.?

Quiero insistir en el pragmatismo. Lo que la gente busca es hacer pronto algo que sea viable. La urgencia del sufrimiento no permite otra cosa. Por esto el movimiento de acción civil Nuevo Mundo hacia el proyecto UDS debe ser internacionalista. Nacerá en un país, pero deberá extenderse a otros. De otra forma no sería viable. En perspectiva pragmática es también evidente que Nuevo Mundo deberá ejercer una influencia en los países decisivos, más importantes, o no será viable. Y en el marco geoestratégico actual es claro que los Estados Unidos son el país más importante. Nuevo Mundo, por tanto, debería penetrar en América. ¿Es esto posible? Yo pienso que sí, puesto que la filosofía de la historia de América hace de la sociedad civil americana un campo especialmente preparado para entender a Nuevo Mundo, apoyarlo e incluso liderarlo. Hay que distinguir, pues, entre la filosofía profunda de un pueblo y las políticas coyunturales que promueven ciertos equipos de gobierno en momentos difíciles de su historia; políticas que, como Ud. dice, merman su prestigio entre los sufrientes de este mundo. Pero yo creo que América puede reencontrarse con su verdadera esencia histórica. Hoy todavía tengo la esperanza de que quizá pueda conseguirse en el futuro.


¿Por qué piensa Usted que hoy, después de los recortes de las libertades sociales que la ley contra el terrorismo impuso a este país, esa sociedad civil americana es la que posee el mayor protagonismo, que es fiel a su ideal ético/utópico germinal y que está en condiciones de ser arrastrada por el proyecto de Nuevo Mundo que implicaría la renuncia de muchos de sus privilegios a favor de los desposeídos?

Yo no pienso que hoy la sociedad civil americana sea la que posea mayor protagonismo hacia el proyecto Nuevo Mundo (en realidad, como antes decía, éste sólo existe como propuesta en mi libro). Tampoco pienso que hoy sea fiel a su ideal ético-utópico germinal. Pero pienso que éste, su esencia filosófica como nación, es real: por ello está en condiciones de convertirse a su verdadera filosofía de la historia, si se dan las condiciones para ello (y la promoción de Nuevo Mundo podría establecer estas condiciones). Hoy se halla América en una dramática coyuntura histórica: ser fiel a su propia esencia o traicionarse a sí misma. Pienso que, si se sigue el camino actual, se traicionará la esencia de América y la evolución posterior nos llevará a nuevas formas de fascismo que podrán surgir en el siglo XXI. Esto es precisamente lo que he explicado en forma literaria en mi novela Dédalo. La revolución americana del siglo XXI. Y, por descontado, también lo he explicado ampliamente en el ensayo Hacia un Nuevo Mundo que aquí comentamos.


¿Cómo resumiría su propuesta?

Estas dos obras han sido escritas no sólo para ser pensadas, sino para generar praxis. Mi opinión es que la propuesta de crear Nuevo Mundo es pragmática y viable. Si llegara a tomar forma y prosperara, los beneficios que podrían seguirse para la humanidad serían inmensos: se trataría de hacer posible un acercamiento al nuevo orden internacional de libertad y creatividad, de paz, de justicia y de solidaridad que todos deseamos. Dificilmente se puede aspirar a objetivos más nobles. Pero en realidad ni siquiera sé si el ámbito cultural hispano hablante, en que estas ideas nacen, se tomará en serio reflexionar sobre ellas. Sin embargo, vale la pena comprometerse por ideas morales de tanta importancia, aun a costa de afrontar el caer en el ridículo. Mi ilusión, todavía abierta, sería que alguien se tomara en serio la tarea de comenzar a crear Nuevo Mundo. Ciertamente si Nuevo Mundo comenzara a nacer en nuestro ámbito cultural hispánico o latinoamericano creo que, en lugar de imitar y mirar hacia fuera, como casi siempre, nos podríamos convertir en líderes ideológicos de la historia del siglo XXI. ¡Ojalá haya personas que tengan la percepción intelectual nítida de que es así y tengan el coraje de comprometerse por ello!



Alicia Montesdeoca
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