Isel Rivero: “Todos somos transeúntes de la historia y la hacemos”

La editorial Olé Libros publica en España la primera antología completa (y heterodoxa) de la poeta cubana


Isel Rivero es sin duda una de las voces más originales de la poesía contemporánea. Nacida en Cuba en 1941, desde hace más de 20 años vive en España, y es aquí donde se ha publicado su primera antología: “Polaris”, de la mano de la editorial Olé Libros. Para esta edición, la autora concedió una entrevista a los escritores Benito del Pliego y Yaiza Martínez, de la que aquí ofrecemos un extracto. La obra se presenta el próximo 15 de diciembre de 2021 en la Casa de América de Madrid. Por Benito del Pliego y Yaiza Martínez.




La poeta Isel Rivero en la Feria del Libro de Madrid 2021.
Isel Rivero (La Habana, 1941) publicó su primer libro en la Habana en 1959, y desde entonces ha trazado una trayectoria fascinante: fue cofundadora del grupo literario El Puente, terminó de educarse en Nueva York, desarrolló su vida profesional en las Naciones Unidas y fue cofundadora del instituto feminista Sisterhood is Global.
 
En 1996 se estableció en España y recibió del gobierno español la condecoración de la Orden de Isabel la Católica. La Federación Española de Mujeres Progresistas le otorgó el premio Julia Mayoral por su labor internacional en favor de la mujer. En 2007, Relato del horizonte reunió su poesía en castellano. Polaris, publicada por Olé Libros en la colección Libros de la Hospitalidad que dirige Víktor Gómez Ferrer, antologa y revisita ahora su obra completa. La selección la ha realizado, con la colaboración de la autora, el poeta Benito del Pliego, especializado en la obra de Isel Rivero desde que en 2010 se publicara Las palabras son testigos, antología bilingüe traducida por él mismo de la poesía en inglés de la autora, y publicada en España por Verbum en 2010. Polaris se presenta el próximo 15 de diciembre de 2021 en la Casa de América de Madrid.

Benito del Pliego (BP): En 1960, poco después de la Revolución, usted deja Cuba y nunca vuelve a la isla. ¿Por qué esa salida definitiva?  

Isel Rivero (IR): Comencé a notar cómo entraban lo que llamaban “interventores culturales” para modificar —entre comillas— la manera en que los escritores jóvenes se apuntaban o no al proyecto revolucionario. Escribí una carta a Lunes de Revolución preguntando por qué no daban espacio a los escritores más jóvenes. Habiendo leído esa carta, que fue publicada en el semanario, el poeta José Mario Rodríguez me buscó. Entonces José Mario Rodríguez y yo entablamos una amistad y, como éramos contestatarios, siempre preguntábamos y no íbamos cual ovejas, creamos el grupo poético “El Puente”, cuyas dos primeras publicaciones fueron mi poemario La marcha de los hurones y El grito, de José Mario.

La marcha de los hurones ya es un poema de despedida en el que más o menos expongo que la misma alienación que había antes, con Batista, vuelve a persistir, por la vigilancia, los aparatos de seguridad, la censura y demás. Recuerdo que la noche antes de yo partir, fuimos a una conferencia que daba Carlos Franqui en la Sociedad Nuestro Mundo, afín al partido comunista, sobre las maravillas de la Unión Soviética.

Entonces me di cuenta de que, entre la marginación de los estudiantes, la persecución de los homosexuales, que había ocurrido ese verano, la censura y la vigilancia, yo no iba a poder respirar. Al contrario, corría peligro. Hay muchas anécdotas del peligro que corrí, como cuando estuve enferma con una infección y no pude asistir a la celebración del 26 de julio y vino a mi casa Seguridad del Estado para comprobarlo. Pronto me di cuenta de que tenía que salir de allí. La marcha de los hurones ya estaba completa y la referencia del título era obvio: todo el mundo corría hacia un precipicio, cegados. Y esa fue la razón de mi salida definitiva. Pude conseguir un visado, todavía los americanos no habían cerrado la embajada, y me fui a Estados Unidos al mismo tiempo que Zilia Sánchez, una pintora que se sentía en la misma situación que yo.

BP: ¿La situación de “exiliada” le ha perseguido desde su salida de Cuba?
 
IR: Ha pesado, claro, pero no me ha perseguido. Siempre fui una outsider. Fuera y dentro de la isla. El exilio te da esa condición de “estar” siempre fuera, siempre observando, porque no perteneces a nada ni a nadie. Siempre está esa vida fuera, que te obliga a observar continuamente.
 
(…)
 
Yaiza Martínez (YM): Tras vivir en varios países, en 1996 se instala usted en Madrid, donde ha vivido hasta la actualidad.
 
IR: Sí, yo llegué a España en 1996, justo cuando salió del Gobierno Felipe González y entró José María Aznar. La primera recepción a la que tuve que asistir como directora del Centro de Información de la ONU en España fue con el nuevo Gobierno.
 
YM: Toda esa itinerancia vital, ¿qué ha significado para su poesía? ¿Cómo ha condicionado su escritura tanto viaje, tanta adaptación a contextos distintos; a diversas cosmovisiones y situaciones?
 
IR: Bueno, la itinerancia influye en las voces que una escucha. Para mí la poesía es las voces que escuchas, y la itinerancia ayuda a encontrarlas, a descubrir en las voces y otras imágenes partes de ti misma reflejadas. Extraño la itinerancia ahora que estoy aquí y físicamente no puedo moverme tanto, por aquello de contrastar, del encuentro con lo otro. Pero también me doy cuenta de que “esos otros” han llegado, de que hay gente que confluye aunque uno esté estático. Esto es un poco budista. Pero, en general, la itinerancia fue mi manera de ser, de saber que al salir de Cuba ya no iba a detenerme. Y era en el fondo lo que quería, la libertad de ir hacia el mundo, de recibirlo. Imagínate las lecturas, es decir, una no solamente se vuelca en la gente para oír sus voces, sino también lees mucho e intercambias ideas con lo que están haciendo, lo que se inventan. Por ejemplo, hay partes de El Banquete que tienen referencias a Francia y a España, porque ese libro lo empecé a escribir aquí, en una primera visita que hice en 1966.

Viena, por otra parte, donde más he vivido de una forma continua, me mostró completamente otra voz, otra manera de ser en el mundo, otra visión, otra sintonía. Me mostró la lucha de los poetas austriacos por desvincularse del lenguaje propagandístico que habían acuñado los nazis, Hitler en su propaganda, la de Joseph Goebbels; a sus pintores, tratando de volver a reencontrar el camino a partir de lo que fue la Escuela de Viena, de entrar en la modernidad. Yo nunca había estado en un país ocupado, y cuando llegué allí en 1968 me di cuenta de que Austria era un país ocupado todavía psicológicamente. Estaban los sectores aún marcados en las paredes: sector francés, sector ruso, sector americano... Habiendo leído un poco de la historia de la Segunda Guerra Mundial aquello resultaba escalofriante. Entonces entendí profundamente la literatura que se había escrito allí, y también la que se estaba haciendo. Es decir, la itinerancia me devolvió eso en Viena. De ahí surgió un librito de poesía concreta, Kosmic Alphabet.
 
También estar allí me permitió apropiarme del inglés, a través del alemán, el haber utilizado el inglés como otra forma de búsqueda. Antes, El Banquete me había dejado preguntándome qué hacer con las imágenes y con el lenguaje. Esa transposición a otro idioma (al inglés) a través de la escucha del alemán —ambas lenguas tienen contrastes interesantes, pero son muy afines— me ayudó a seguir explorando, porque una se pasa la vida explorando, ¿no?

(…)

BP: Volviendo a Madrid, su primera estancia en esta ciudad transcurre entre 1966 y 1967, gracias a una beca de la Fundación Cintas. En esa época, como ha señalado antes, se desarrolla la escritura de El Banquete. En 1996, regresa definitivamente a España. ¿Qué diría de la literatura española de entonces y de ahora? 

IR: En 1965 y 1966 estaban Pepe Hierro, Gloria Fuertes, pude descubrir a Gil de Biedma, retomar la lectura de Machado, Cernuda, etc. En España ahora soy, todavía ahora, una outsider. Y, como tal, aquí he tenido algunos desencuentros intelectuales y sociales. Por ejemplo, lo que yo vi hace unos años en un festival de poesía celebrado en Granada me resultó verdaderamente desalentador. Me invitaron a leer y me encontré con que había dos grupos allí enfrentados, casi todos chicos. Una poeta que también estaba en el festival me explicó que en Granada estaban los “poetas de la experiencia” y que había otra escuela, ¿del Silencio quizás?, y que ambos grupos se rechazaban. Cuando oyes algo así, ¿cómo vas a querer acercarte?

Por otra parte, ahora excepto Gamoneda, ustedes, Amalia Iglesias, Nuria Ruiz de Viñaspre, Julia Piera, Sandra Santana —al menos en libros que he podido hojear— no veo destello. Es cierto que mi visión es limitada, insisto en que yo no he explorado a fondo, pero por ejemplo las antologías que he encontrado me dejan fría. Cuestión de afinidades, quizás. A veces hay en ellas una cursilería indomable, otras una exaltación de la emoción y, claro, como soy vieja ya, estas cosas no me interesan.

Veo también, y eso me da pena, que la sociedad española ha evolucionado hacia cierta superficialidad. La sociedad de escritores que conocí bajo la dictadura franquista era muchísimo más solidaria. Entonces los poetas y novelistas estaban completamente dedicados a la creación frente a un señor que estaba ahí y se eternizaba y censuraba y perseguía. Incluso yo fui censurada. En la última lectura que hice en el Instituto de Cultura Hispánica vinieron y me dijeron: “Usted no puede leer estas cosas”, entonces yo me detuve en medio del texto y dije: “Esto ha sido censurado”. A mi regreso a Madrid en 1996, la situación era la contraria: todo el mundo se tiraba piedras, si hablabas con uno te hablaba enseguida mal del otro... Decidí que era mejor dedicarme a mi trabajo. Ese tipo de marañas te obliga a alejarte. En definitiva, salvo excepciones, parece que lo que prima aquí es el protagonismo, el dejarse ver. ¿Publica o muere? O ¿publica y nadie lee? Quizá ahora el confinamiento cambie esa dinámica, es decir, que la creación pase a ser lo más importante; que es para mí el objetivo número uno. Es decir, que no haya otro compromiso.

En cuanto a los círculos cubanos aquí, estos son desalentadores. Los que han salido de la isla vienen muy deformados moralmente, son pocos los que han logrado sobrevivir y salvar su integridad. En España leo a Pio Serrano, Antonio José Ponte, Milena Rodríguez, Dolan Mor... Los puedes contar con los dedos de las manos. En los Estados Unidos hay muchas y muchos poetas cubano-americanos que trabajan meritoriamente en sus textos, han reemplazado al exilio español en las universidades, nombrarlos a todos es imposible. Mencionaría a Reinaldo García Ramos, amigo con quien aún sigo en contacto frecuente.

(…)

YM: Hay un colectivo, en este caso intelectual, con el que se ha relacionado estrechamente a lo largo de su vida: Gloria Fuertes, Julio Cortázar, Ernst Jandl, Anaïs Nin, Friederike Mayröcker, la ya mencionada Robin Morgan... ¿Qué influencia ha tenido en su obra?

IR: Bueno, has mencionado a escritores muy emblemáticos. Gloria Fuertes supuso el aprendizaje de la relajación del verso, de la palabra; y además fue amiga, como el resto. Friederike, stream of consciousness pura y dura, como su compañero, Ernst Jandl, aunque él es más cerebral, más deconstructivista. Las tardes con ellos fueron maravillosas porque se compenetraban mucho. Una amiga suya fue la que tradujo algunas partes de El Banquete al alemán. A Friederike le encantó lo que leyó de ese libro porque se parecía mucho a lo que ella escribía, y así surgió la amistad. Por otra parte, mi libro Kosmic alphabet está dedicado a Ernst, como un texto que se ha perdido —Der Tod della Dichterinna Poetessa— del que todavía conservo un póster. A ellos dos me condujo el poeta inglés Michael Hamburger.

Mi relación con Robin Morgan fue siempre una relación afectiva y política. Ella, por ejemplo, me dedica su libro sobre el terrorismo, The Demon Lover, visto desde la perspectiva feminista, porque trabajamos juntas mucho en él. Desde el punto de vista de la poesía, Robin y yo tenemos dos maneras muy distintas de escribir: ella es muy estructurada. Tú le das una hoja y le dices: “Escríbeme un poema sobre una ardilla”, y ella te pregunta: “¿Qué quieres, soneto, villanella, tercia rima...?”, y te lo hace en una hora. Yo soy incapaz de hacer algo así. Pero entre ella y yo hay mucha complicidad, me manda muchos textos, por ejemplo, su última novela en dos versiones, yo se los comento... El único problema es que cuando yo escribo mis cosas se las tengo que traducir al inglés (risas); se aprovecha de mi bilingüismo y me hace trabajar mucho.

Anäis Nin era conocida en Nueva York por un puñado de escritores. Escribía en inglés. Su libro House of Incest era un libro de culto. En medio de la ola feminista, Kate Millet con Sexual Politics, Robin Morgan con Sisterhood is Powerful y Monster, entre otras, se publica el primer tomo de su diario, donde relata su vida en París y su relación con Henry Miller, Otto Frank, etc. La conocí en París y luego nos vimos varias veces en Nueva York. Su falta de inhibición en la página me conmovió. Teníamos en común la música, su madre había sido cantante.

En cuanto a Julio Cortázar, él frecuentaba los círculos de Naciones Unidas en Viena, ya que traducía para la UNESCO. Nos hicimos amigos y viajamos juntos por Italia y Alemania en tren y en su camper “Fafner”. Le introduje al mundo de Wagner y el Rey Luis de Baviera, a la revista de cómics LINUS, italiana, a la cual estaba suscrita, a Guido Crepax, el dibujante. Más tarde escribió un cómic. Leyó mis textos. Yo los suyos. Me enseñó a contar cuentos porque él era un gran “raconteur”, nunca me aburrí con él. Hicimos muchos cadáveres exquisitos juntos en las noches de caravanas mientras él tomaba whiskey y yo vino blanco helado, para el cual había que ir a varias gasolineras a por el hielo, esto era divertido hacerlo en varios idiomas de acuerdo a dónde estábamos cada noche.

BP: Otra cuestión muy relacionada con lo colectivo es la del individuo en la historia, que usted ha señalado a menudo como fundamental en su poesía. ¿Cómo explora este tema en términos poéticos? Y ¿cómo evoluciona ese mismo tema desde esos tres de sus libros iniciales en los que es especialmente patente (La marcha de los hurones, Tundra, El Banquete) hasta algunos de los últimos, como El jardín hambriento o El castillo de las termitas rojas

IR: Todos somos transeúntes de la historia y la hacemos. Es inevitable. Y todos, de una manera u otra —quizá esto sea un poco zen—, dejamos una huella, como las termitas. No hay escapatoria.

Sin embargo, la historia es extraordinariamente compleja; no hay nunca una historia exacta, siempre depende de quién la vivió y cómo. El campesino vio el mismo evento de una forma, el noble de otra. O esta pandemia por COVID-19 está siendo vivida de manera distinta por la gente rica y la gente pobre. Es decir, la historia es siempre un microcosmos que se vuelca hacia un cosmos. Cada cual tiene una pequeña partícula de eso. Cuando retomas los temas que yo he tratado de narrar, te das cuenta de que las versiones dependen de quién las esté viviendo o experimentando. Mi escritura ha sido un ensayo de observadora; de testigo. Creo que más o menos ese papel de testigo me lo he adjudicado, el de ser un poco testigo interior y exterior, individual y colectivo.

En cuanto a de qué manera he hecho esa exploración desde la poesía... (risas) Yo no lo sé, yo lo he intentado hacer. Es posible que haya fallado. Lo que uno hace es un intento. Nada nunca se termina. Es muy difícil. Pero lo he intentado al menos.

(…)

BP: Me encantaría que nos hablases de El castillo de las termitas rojas, el libro en el que trabajas actualmente. 

IR: Los antiguos siempre enterraban en cuevas o hacían tholos, que eran muy parecidos, en la forma, a un montículo. Los zigurats se asemejan. Y mi sorpresa fue que las precursoras de estas formas habían sido las termitas, que construyen hacia arriba y hacen verdaderos castillos. Son invencibles. Tú les destruyes el castillo y a los cinco o seis días está ahí de nuevo, con la misma forma. Lo que estoy persiguiendo es la tragedia que estamos sintiendo
ya de lo que va a pasar con el planeta y el irrefrenable impulso del hombre a destruir lo que
hay. Y, claro, hago ese puente con la Antigüedad. Por ahí estoy; ahí me dirijo. Sigo con la
estructura del diálogo, que es lo que más me tira en este carro, y a la búsqueda del cómo
entrar en ese castillo.

BP: ¿De qué manera se incorpora a este libro la historia griega, cómo te apoyas en ella para hablar del planeta? 

IR: Ellos, los aqueos, fueron los grandes expoliadores. Mesopotamia no, Egipto tampoco, veneraban al Nilo, eran agricultores y solo existía la servidumbre, no la esclavitud. Los expoliadores fueron los aqueos, los griegos. Las razias que hacían en Mesopotamia están descritas en las tabletas, venían del mar, dicen las tabletas refiriéndose a ellos. Como guerreros perezosos, se llevaban no solo a las mujeres, sino también a los jóvenes, y los esclavizaban. Sobre la figura de Ifigenia, ella es la mujer sacrificada, como siempre lo fuimos en la Antigüedad. Es el cordero del sacrificio. En la Biblia hay otra historia similar de Jefté, que sacrifica su hija a Jehová. Jefté prometió a Jehová que sacrificaría a la primera persona que viniese a recibirlo después de la batalla contra los amonitas, y esa persona no pudo ser otra que su hija. Tengo la certeza de que la causa del asedio y la destrucción de Troya no fue el secuestro por Paris de Helena sino, más bien, lograr la entrada al Helesponto sin pagar tributo a los troyanos, que posiblemente conformaran una sociedad matriarcal. Aquí, ahora, así hemos llegado. Recordemos que las elites clamaban descendencia divina, en el oficio de matar, conquistar, expoliar, reflejado todo eso en la idealización del cuerpo masculino muscular y guerrero, de esa forma se plasmaba un paradigma patriarcal, claro, que no hemos aún abandonado. Bueno, y ahora también me preocupa esta perversa colonización algorítmica de nuestros cerebros. En fin... me queda poco.


Miércoles, 8 de Diciembre 2021
Benito del Pliego, Yaiza Martínez
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