Indagadora voluntad desanestesiante o “Deriva”

Apuntes sobre el último poemario de Laia López Manrique, publicado por Prensas Universitarias de Zaragoza


Hay dos tipos de libros: los que concluyen y los que no cesan. El poemario “Deriva”, de la poeta catalana Laia López Manrique, editado este mismo año por Prensas Universitarias de Zaragoza (PUZ), pertenece al segundo grupo. “Deriva” conforma un tejido, una trama, la minuciosa cartografía de un seísmo interior, y refleja, a través de la experiencia del lenguaje, la inquietud y la alegría del tejido mismo de la existencia. Por Antonio Fco. Rodríguez Esteban.




Deriva (Colección la Gruta de las Palabras, PUZ, 2012) es un libro que ofrece un sabor intraducible

pero este sabor no es saber, ni esta voz es lenguaje. Es un libro que quiere existirnos, pronunciarnos suavemente, acogernos en su dulce lumbre de asombro. Su lengua es un tejido que extenúa sus signos, una lengua corroída, herrumbrada, delicadamente sustraída a los códigos de la visibilidad pactada; voz apenas, lengua pequeña, juguetona, insurrecta, que permanece aquí, todavía aquí, anunciando un estremecimiento por venir, amparándose en la lentitud, en la fragilidad de sus signos, en su desamparo a quema-vida

el cuerpo del texto, cuerpo tectónico, cuerpo movedizo, cuerpo ex-céntrico, asume su condición errante, enuncia fuera de lenguaje, en el borde mismo, al filo de las formas sensibles que va segregando con paciencia de líquenes, resinas o lava en las faldas de una montaña de basalto

podemos decir que básicamente hay dos tipos de libros: los que concluyen y los que no cesan... los libros que no cesan son libros de intemperie, libros de extraña ternura huérfana, y en ellos la palabra coge dulzura, dulzura y delirio

también podríamos decir que todo libro es un tejido, que todo libro está construido a partir de las ideas de urdimbre y trama: la trama de Deriva es la desesperación, la minuciosa cartografía de un seísmo interior; la urdimbre, insospechadamente, es la felicidad. En la conjunción de esos dos elementos, sólo aparentemente incongruentes, el libro entrega su delicadeza, su asombro, su lacerado secreto. La conciencia hila en esa urdimbre una trama, hila el desasosiego en el gozo secreto, proporcionando así un argumento que puede, no ya contarse, porque adviene a retazos, a sacudidas, espasmódicamente, pero sí verterse, traducirse, cantarse. La urdimbre y la trama, la inquietud y la alegría, constituirían el tejido mismo de la existencia, cuyo sabor es una experiencia de lenguaje

es un libro simultáneamente presocrático y post-metafísico: presocrático porque avanza desde una confusión, desde lo velado que pretende auto-iluminarse; post-metafísico por su yo problemático y por las semillas que descoyuntan el sentido recto, el pensamiento recto, el sentimiento recto, invitando a cierta oblicuidad, a cierto temblor creativo...

el libro empieza con una frase de Heráclito y podría cerrarse con otra frase del mismo pensador: Ethos antrópo daimon: "El demonio interior del hombre es su destino" o "Su propio carácter es, para el ser humano, su demonio". Es por lo tanto, un libro que habla del yo, del carácter y del daimon, el demonio, el guía interior, el dios interior

se trata de un yo problemático, una voz que descree de sí misma y va desactivando sus estrategias hasta llegar a una especie de epojé o suspensión del juicio similar a la de los escépticos griegos o del budismo Madhyamaka

es un yo patológico, eremítico, dotado de gran plasticidad psíquica, abierto a comprender su propio temblor, un yo que se desdobla en un tú íntimo y a la vez lejano, al que se dirigen todas las inquisiciones, todos los anatemas, pero también todas las exhortaciones, las plegarias, las caricias... lo indecible aquí: experiencia mítica del corazón, "cada um sabe a dor é a delicia de ser o que é"

en el tránsito del yo al tú ocurre algo que no sabría definir con precisión: es una antropotécnica, un vuelco epistemológico: la verdadera deriva ocurre entre dos pronombres, entre el lenguaje y el cuerpo, entre el cuerpo y la extrañeza. Y el cuerpo sólo se puede escribir con el cuerpo: la deriva es, también, la imposibilidad de esa traducción: cómo recrear las cicatrices que nos hicieron ser cuerpo, que nos arrojaron al sucesivo vértigo de la existencia

ese "tú" es un desdoblamiento especular de la propia voz poética y es también una apelación al otro, a ese otro remoto y cercano que es el lector al respirar los versos; un "tú" que remite a una singularidad que es sin embargo anónima, universal, pero también intensamente cercana y carnal; el "tú" invoca al cuerpo del otro, lo invita a entrar en la danza de pronombres...

dice Laia López Manrique: "Tú eres todo lo difuminado, todo lo aproximativo", no hay centros a los que asirse, todo es contingente, es imposible definir un sustrato permanente, un yo sólido, cartesiano, del que puedan predicarse atributos, del que puedan extraerse prótesis adaptables, consumibles, reciclables en una u otra psicotecnología egoica

algo se abre en la fuga del yo al tú, algo hace mudanza en los versos, y en esa visión germinal hay un escrúpulo íntimo que pasa por una ascesis, por un adelgazamiento de la mirada

hay, también, un yo-mosaico formado por piezas... el poema intenta articular esa fragmentación, la deriva de esa fragmentación... ese yo-mosaico es un yo-crisálida, atento a las metamorfosis. "Todo lo que fluye obliga a poseer una moral", decía Robert Walser. La ética de la crisálida es abrirse, y hay en ello desasosiego, curiosidad y una oscura alegría. Esta existencia peregrina, esta palabra nómada, esta proyección indagadora, crea espacios excéntricos, mundos de lenguaje que se abren incesantemente sobre los mundos anteriores, ya calcinados, extintos, deshabitados; cada poema es un intento por romper la crisálida y llegar al nacimiento, que es también un nuevo lenguaje...

ese yo pretende retirarse de todos los constructos de la razón discursiva y quemarse los ojos, la propia mirada que observa, en la "llama de la atención" observadora; ese yo segrega la "crónica de la razón sonámbula"... pensamiento nómada que pretende socavar todas las certezas, todos los centros de sentido que construimos como estrategias de supervivencia

si la intemperie deviene tacto: salvación... sólo arderá esa pequeña llama vacilante

la voz se sitúa a medio camino de un objetivismo inmanente y un subjetivismo trascendental: esa vía media podría definirse como subjetivismo inmanente, que despliega estrategias de acercamiento a su propio centro doliente, a sus movimientos tectónicos, y explora la fragilidad entre el ser para sí y la apertura hacia el otro, indaga la porosidad y la resistencia de la membrana, el lenguaje, que nos separa del mundo

por todo ello, si tuviéramos que ensayar una tentativa de definición de esta escritura (falsa, como todas las definiciones), podríamos decir que estamos ante una poesía fenomenológica con un claro sesgo anti-metafísico y una indagadora voluntad desanestesiante

el poemario no presenta un tiempo lineal ni circular, sino más bien espiral: podría regresar sobre sí mismo y continuar en cualquiera de sus puntos

un camino casi inverso al misticismo: en lugar de la aniquilación gozosa, hay una especie de tristeza creadora, un desencanto genesíaco: suerte de renacimiento, invitación a nacer y recrearse: "Maravilloso escándalo: nazco", Clarice Lispector. "Oscuridad", matriz de nuevos nacimientos, concluye Laia

"un cuerpo que crece hacia adentro no deja pistas, no dejará herencia visible". También una escritura que crece hacia adentro, que se despliega con la lentitud de un ovillo, que se despereza como un animalito, no ofrece herencias visibles, no hay genealogía en que ubicarla. Sólo podrá sembrarse en el surco o el hambre del que pasa

para concluir, decir que se pueden tocar estos versos; la intemperie, decíamos, deviene tacto; el temblor toca, nos toca, la lengua adquiere cuerpo en el tacto, se pronuncia como sonido táctil: lengua de corazón oblicuo, deriva de la lengua venidera a la que nos acercamos sin eje, un poco convulsos, con una sonrisa inquieta: el lugar donde la lengua exigirá la descreencia y las palabras desearán ser miradas de azul, de inocencia, de pan y de niño...


Miércoles, 5 de Septiembre 2012
Antonio Fco. Rodríguez Esteban
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