Ideas evolucionistas en el XVI y XVII se anticiparon a Darwin

José de Acosta (1540-1600) y Athanasius Kircher (1601-1680), precursores del evolucionismo


Al contemplar el pensamiento biogeográfico de José de Acosta (a finales del siglo XVI) y de Athanasius Kircher (en la segunda mitad del siglo XVII) constatamos que están insinuados muchos de los problemas biológicos relativos a la geografía que han dado lugar al actual desarrollo de las biogeografía histórica y la paleobiogeografía. Este sorprendente y entretenido viaje a la historia puede leerse como un formidable prólogo a las intuiciones evolutivas de Darwin. Por Leandro Sequeiros.


Leandro Sequeiros
25/11/2008

Conferencia sobre Athanasius Kircher en 2007.
El año 2009 celebraremos el Año Darwin con ocasión de los 200 años de su nacimiento en 1809 y los 150 años de la publicación de El Origen de las Especies por la Selección Natural (Londres, 1859). Pero algunas de las ideas darwinistas, sobre todo las que relacionaban la evolución biológica con la distribución geográfica de los seres vivos, estaban ya insinuadas en dos jesuitas de los siglos XVI y XVII: los padres José de Acosta (1540-1600) y Athanasius Kircher (1601-1680).

A José de Acosta se le ha denominado "Plinio del Nuevo Mundo" y "fundador de la biogeografía". Por su parte, Athanasius Kircher presenta una imagen global de la Tierra que enriquece e ilumina las diversas teorías de la Tierra que fundamentan muchos problemas biogeográficos. Precisamente, en estos meses se ha reactivado el debate sobre la dinámica interna de la Tierra y la configuración de la geografía superficial.

José de Acosta, “Fundador de la Biogeografía”

José de Acosta fue un misionero en América Hispana en el siglo XVI que mereció ser llamado por el gran científico y viajero alemán Alexander von Humboldt el Plinio del Nuevo Mundo. Como reconocía hace ya un siglo uno de sus biógrafos, José Rodríguez Carracido (1899), en la historia de la ciencia española descuellan, como figuras cuya magnitud no fue superada por las más eminentes de sus contemporáneos extranjeros, las de los tratadistas que se ocuparon de los asuntos de América; y de este aserto son testimonio irrecusable la universal notoriedad, y su persistencia al través de los siglos, de las obras de Fernández de Oviedo y del P. José de Acosta, de Álvaro Alonso Barba y del P. Bernabé Cobo, entre otros muchos.

Se compara aquí la obra de Acosta con la de otros tres grandes geógrafos y naturalistas: Fernández de Oviedo, Álvaro Alonso Barba y Bernabé Cobo. Gonzalo Fernández de Oviedo y Cortés (1478-1557) fue autor de la monumental Historia general y natural de las Indias (Sevilla. Salamanca, 1535-1537); Álvaro Alonso Barba (1569-1662), "andaluz de Lepe", fue autor de El Arte de los Metales (publicado en 1640); Bernabé Cobo (1572-1657) publicó la Historia del Nuevo Mundo en Lima en 1553.

De las obras del P. Acosta, este trabajo hará referencia preferente a la Historia Natural y Moral de las Indias, por su importancia y, sobre todo, por contener una interpretación transida de modernidad. En ella se plantea la interacción entre naturaleza y sociedad en la América del siglo XVI, postulando la posibilidad de una interpretación tímida pero evolutiva de la realidad animal, vegetal y cultural.

José de Acosta nació en 1540 en la ciudad castellana de Medina del Campo. Muy joven entró en la Compañía de Jesús y en 1571, cuando contaba 31 años de edad, Acosta es destinado a las misiones de los Andes. Un año más tarde, el 28 de abril de 1572, llegaba por fin a Lima.

Siendo provincial de los jesuitas en el Perú, realizó al menos tres largos viajes por el interior del país visitando las misiones allí establecidas, lo que le permitió un conocimiento real y exacto de la naturaleza y de la vida social de los indígenas. Enfermo y cansado por los viajes y los enfrentamientos con los poderes políticos españoles, pide volver a la metrópoli. A principios de julio de 1586, José de Acosta llega a Nueva España, residiendo en la capital, México. Allí, su hermano Bernardino, también jesuita, era Rector del Colegio de Oaxaca.

Durante su estancia en México, Acosta procuró documentarse lo más posible para la redacción de la Historia Natural y Moral de las Indias que había iniciando años antes. Después de haber pasado casi un año en México, el P. Acosta embarcó el 18 de marzo de 1587 camino de España. En septiembre de ese año llegaban a Sanlúcar, al puerto del que partió diecisiete años antes. En España y en esta época (1588-1592) la actividad editora del P. Acosta fue muy intensa. En 1588 salía editado en Salamanca su primer libro, que reunía el De Procuranda Indorum Salute precedido del tratado De Natura Novi Orbi. En 1590, salía de las prensas de Sevilla el libro más famoso de cuantos escribió: la citada Historia Natural y Moral de las Indias.

Las ideas biogeográficas de Acosta

José de Acosta se pregunta en su Historia Natural y Moral de las Indias "Cómo sea posible haber en las Indias animales que no hay en otra parte del mundo". El profesor Emiliano Aguirre, hace ya más de cuarenta años publicó un documentado trabajo sobre este problema (Aguirre, 1957). Muchos capítulos de la Historia de Acosta se dedican a la descripción de los animales y plantas americanos. Cómo llegaron hasta allí parece poder tener una solución fácil para Acosta, aunque revolucionaria para su época:

Halláronse, pues, animales de la misma especie que en Europa, sin haber sido llevadas de españoles. Hay leones, tigres, osos, jabalíes, zorras y otras fieras y animales silvestres, de los cuales hicimos en el primer libro argumento fuerte, que no siendo verosímil que por mar pasasen en Indias, pues pasar a nado el océano es imposible, y embarcarlos consigo hombres es locura, síguese que por alguna parte donde el orbe de continúa y avecina al otro, hayan penetrado, y poco a poco poblado aquel mundo nuevo. Pues conforme a la Divina Escritura, todos estos animales se salvaron en el Arca de Noé, y de allí se han propagado en el mundo (J. de Acosta, opus.cit., Libro IV, capítulo XXXIV).

Pero el problema más difícil de resolver es cómo explicar la existencia en América de animales y plantas diferentes a los de Europa. Acosta lo formula así en este texto, muy citado por los ecólogos actuales:

Mayor dificultad hace averiguar qué principio tuvieron diversos animales que se hallan en las Indias y no se hallan en el mundo de acá. Porque si allá los produjo el Criador, no hay que recurrir al Arca de Noé, ni aún hubiera para qué salvar entonces todas las especies de aves y animales si habían de criarse de nuevo; ni tampoco parece que con la creación de los seis días dejara Dios el mundo acabado y perfecto, si restaban nuevas especies de animales por formar, mayormente animales perfectos, y de no menor excelencia que esotros conocidos ( J. de Acosta, opus cit., Libro IV, cap. XXXVI).

Biogeografía y “evolución” en José de Acosta

Acosta propone tres soluciones posibles a estos problemas biogeográficos observados. En ellas intervienen argumentos naturalistas y filosóficos. De estas soluciones, una se resuelve en el campo de la Teología, pero no despeja la incógnita. Otra de las posibles soluciones tiene un presupuesto teológico, y combina factores biológicos, geográficos y religiosos. Esta es la solución preferida por él. La tercera solución al problema, que no la evade, es sorprendentemente evolucionista, aunque le deja perplejo.

1. Primera solución: "Allá los produjo el Creador": la solución teológica

El P. José de Acosta formula de dos modos diferentes y complementarios la solución teológica: "Allá los produjo el Creador" e "hizo Dios nueva formación de animales". Esta es la solución que exige la creencia en una nueva creación diferente a la original.

Sin embargo, Acosta no está muy de acuerdo con esta solución. Aduce para ello dos razones: la primera, que esto equivale a suponer que no había quedado perfecto el mundo con la creación relatada en el primer capítulo del Génesis; y la segunda razón, es ésta: si se acepta una creación postdiluviana, no habría hecho falta salvar las especies en el arca de Noé. Evidentemente, estos argumentos se entienden perfectamente dentro del paradigma diluvista imperante en el siglo XVI y que se prolonga hasta el siglo XIX.

2. Segunda solución: "Se conservaron en el Arca de Noé...y se fueron a distintas regiones": la solución teológico- geográfica

Textualmente dice Acosta: "Se conservaron en el Arca de Noé;, y "por instinto natural y Providencia de cielo, diversos géneros se fueron a diversas regiones, y en algunas de ellas se hallaron tan bien, que no quisieron salir de ellas, o si salieron no se conservaron...".

Esta es la solución aceptada por Acosta. Tiene un carácter teológico-creacionista, pero que se enriquece con la primera formulación histórica de la teoría de la dispersión geográfica y la adaptación biológica de las especies a medios ambientes diversos. Con toda razón se considera a Acosta fundador de la Paleobiogeografía histórica.

Los argumentos del Padre Acosta se fundamentan en la hipótesis creacionista y diluvista como paradigma explicativo de la diversidad biológica del planeta. Está persuadido de la creación por Dios de todos los seres vivos al inicio de los tiempos y de la existencia de un Diluvio exterminador para hombres pecadores y animales impuros. De este acontecimiento divino solo se salvan los humanos y los animales protegidos por el Arca de Noé.

El autor de la Historia Natural y Moral de las Indias se pregunta sobre lo que ocurrió después del Diluvio. La opinión del P. Acosta puede ser considerada revolucionaria para su época:
...Por instinto natural y Providencial del Cielo, diversos géneros se fueron a diversas regiones, y en algunas de ellas se hallaron tan bien, que no quisieron salir de ellas, o si salieron no se conservaron, o por tiempo vinieron a fenecer, como sucede en muchas cosas. Y si bien se mira, esto no es caso propio de Indias, sino general de otras muchas regiones y provincias de Asia, Europa y África: de las cuales se lee haber en ellas castas de animales que no se hallan en otras; y si se hallan, se sabe haber sido llevadas de allí. Pues como estos animales salieron del Arca: verbi gratia, elefantes, que solo se hallan en la India oriental, y de allá se han comunicado a otras partes, del mismo modo diremos de estos animales del Perú, y de los demás de Indias, que no se hallan en otras partes del mundo (J. de Acosta, Historia natural y moral de las Indias, Libro IV, cap. XXXVI).

Esta hipótesis excluye toda posibilidad de evolución o cambio biológico: la migración y adaptación de los animales a nuevos nichos ecológicos implica sólo para Acosta supervivencia pero no cambio biológico. Por ello, los animales de América tuvieron en otro tiempo una distribución más amplia y de han extinguido quedando solo confinados al Nuevo Mundo. No es necesario acudir a otras hipótesis como las de las creaciones diferentes en cada continente.

Por lo demás, Acosta sabe que la adaptación y confinamiento en lo que hoy los ecólogos llaman un nicho ecológico no es un caso único de América. Tiene la intuición de extender el paradigma paleobiogeográfico a otras regiones convirtiéndolo en una ley general biológica: "y si bien se mira, esto no es un caso propio de Indias, sino general de otras regiones y provincias de Asia, Europa y África". Pero Acosta va más allá en su interpretación. No solo registra el factum -la evidencia naturalística y el mecanismo inmediato- sino que aborda la cuestión de los factores profundos, cualitativos: sin dudar, proporciona una respuesta doble, biológica y a la vez religiosa: "por instinto natural y Providencia del Cielo".

Por otra parte, se ha de destacar que Acosta, a finales del siglo XVI, al hablar del hombre americano afirma que pudo pasar "caminando por tierra". De este modo, intuye la existencia del estrecho de Behring, que no fue descubierto hasta 1741.

3. Tercera solución: "Reducirlos a los de Europa": la solución evolucionista

La hipótesis evolucionista entra en el pensamiento de Acosta con toda espontaneidad, con plena franqueza y honradez no mediatizada ni forzada por solución preconcebida. Para nuestro autor, todos los animales de América no serían otra cosa que una modificación de los originales de Europa. Ello supondría aceptar un cierto "transformismo": la diferencia en distintos caracteres de los animales pudo ser causada por diversos accidentes. Es decir: por un cambio accidental de sus caracteres y que éstos luego pasan modificados a los descendientes. El capítulo XXXVI (Libro IV) de su Historia ha sido citado en muchas ocasiones, pese a su brevedad, como uno de los texto más lúcidos y que intuyeron (aunque sin aceptarla) la posibilidad evolutiva que Darwin (1859) describe y acepta dos siglos más tarde.

El texto siguiente considera abiertamente esta posibilidad: También es de considerar, si los tales animales difieren específica y esencialmente de todos los otros, o si su diferencia accidental, que pudo ser causada de diversos accidentes, como en el linaje de los hombres, ser unos blancos y otros negros, unos gigantes y otros enanos. Así, verbi gratia, en el linaje de los simios ser unos sin cola y otros con cola, y en el linaje de los carneros ser unos rasos y otros lanudos: unos grandes y recios, y de cuello muy largo, como los del Perú; otros pequeños y de pocas fuerzas, y de cuellos cortos, como los de Castilla ( J. de Acosta, Historia natural y moral de las Indias, Libro IV, cap. XXXVI).

Pero las ideas biológicas de su época, así como el peso indudable de la Teología escolástica, impiden dar el paso definitivo. El mérito de Acosta es haber intuido la posibilidad de un cambio morfológico que se prolonga en la descendencia biológica. Sin embargo, sus naturales y comprensibles prejuicios heredados de la filosofía escolástica, le impiden aceptar el hecho de la evolución. El principio "nadie da lo que no posee", obliga a Acosta a aceptar la fijeza de las especies biológicas.

Las "especies" en filosofía difieren por algo esencial y son, por tanto, irreductibles: de una especie no puede salir aquello que constituye diferencialmente la otra especie (Álvarez López, 1943). Su contexto cultural e intelectual le impiden avanzar más: las diferencias no le permiten aceptar la descendencia, por la que se define la evolución orgánica:

I[Quien por esta vía de poner sólo diferencias accidentales pretendiere salvar la propagación de los animales de Indias, y reducirlos a las de Europa, tomará carga, que mal podrá salir con ella. Porque si hemos de juzgar a las especies de los animales por sus propiedades, son tan diversas que quererlas reducir a especies conocidas de Europa, será llamar al huevo, castaña]i(J. de Acosta, opus cit., Libro IV, cap. XXXVI).

El P. Acosta zanja la cuestión con este comentario irónico, que ha de interpretarse -según Aguirre (1957)- como expresión de la perplejidad de Acosta ante una solución que le era muy difícil de aceptar. Pero será necesario avanzar casi un siglo para encontrarnos un pensamiento similar sobre los aspectos de la biogeografía: el pensamiento de Athanasius Kircher.

El “Geocosmos”, el “Arca de Noé” y la Biogeografía en Athanasius Kircher (1601-1680

José de Acosta, ya lo hemos visto, aportó interesantes contribuciones a la interpretación de la diversidad de animales y plantas en América respecto a las que se encuentran en Europa. De este modo, se inicia -según los autores- el desarrollo de la biogeografía.

Pero un siglo más tarde se encuentra otro autor, menos conocido que Acosta, y que tiene también interesantes aportaciones a algunos aspectos biogeográficos. Se trata de Athanasius Kircher, nacido casi un año después del fallecimiento de Acosta. Éste presenta una visión que podemos llamar complementaria a la del autor de la Historia Natural y Moral de las Indias. Por los pasajes de dos de sus obras, Mundus Subterraneus (1665) y El Arca de Noe (1675) sabemos que Kircher conocía la obra de Acosta puesto que lo cita en diversos pasajes.

Athanasius Kircher nació en Geisa (Ghysen), cerca de Fulda (provincia de Hesse-Nassau, en Sajonia-Weimar) un 2 de mayo de 1601. El 2 de octubre de 1618 ingresa como novicio en la Compañía de Jesús, y estudia Humanidades clásicas, Filosofía Escolástica, Ciencias Naturales y Matemáticas hasta 1622. Estos estudios los completó un año más en Münster y Colonia. Fue profesor en Würzburg y en Avignon. Desde 1633, cuando cuenta 32 años de edad, es profesor de Matemáticas, Astronomía y Ciencias de la Naturaleza en el Colegio Romano. Los últimos 47 años de su vida, desde 1633 hasta 1680, fecha de su fallecimiento, Kircher permanece en la ciudad eterna.

La obra escrita de Kircher es muy extensa y aborda los temas más variados. Desgraciadamente, una gran parte de su obra permanece aún inédita. La obra impresa de Kircher es de 44 títulos de muy diversos temas.

El mundo subterráneo de Kircher
El “Geocosmos” de Kircher

Kircher acuña un concepto nuevo que ha pasado al vocabulario científico: es el concepto de Geocosmos que se introduce para interpretar dentro de él los fenómenos naturales globales del planeta Tierra. Pero, ¿cómo surge la idea del Geocosmos en la mente de Kircher? El año 1638 hay que considerarlo, según sus biógrafos, fundamental para la obra geográfica y geológica del padre Athanasius Kircher. Según él mismo escribe en el capítulo I del llamado Prefatio a Mundus Subterraneus (su obra más brillante), tuvo la ocasión de ponerse en contacto directo con la naturaleza geológica:

Estaba yo agitado por la gran fuerza de mis pensamientos (sobre el interior de la Tierra) y sucedió que en aquel tiempo y por mandato de mis superiores me incorporé en concepto de confesor al séquito del excelentísimo príncipe Federico, landgrave de Hesse, luego dignísimo cardenal, en el viaje que emprendía a Sicilia y Malta. Interpreté esta ocasión como suministrada por la providencia de Dios y maravillosamente oportuna para ejecutar mi empresa. Y no me equivocaba. (A. Kircher: “Mundus Subterraneus”, escrita en 1660, publicada en 1665. Prefacio, capítulo I).

Kircher, tal como él mismo describe minuciosamente, recorrió en ese viaje las islas de Malta y de Sicilia, ascendió al volcán Etna, estudió las corrientes marinas del estrecho de Messina. De vuelta hacia Roma tuvo la "suerte" (para él) de experimentar directamente el terremoto de Calabria y ascendió para estudiarlo al cráter del Vesubio en Nápoles. Estas experiencias son las que le movieron a escribir, primero el Iter Extaticum en 1654, luego el Prefatio de 1660 a Mundus Subterraneus (que no llegó a publicarse hasta 1665) y al fin de sus días (1675) El Arca de Noé. De igual modo, en 1660 tenía escrito un resumen de su obra a la que llamó Synopsis y que fue publicada en la segunda edición del Iter Extaticum.

Las escenas maravillosamente descritas en el Prefatio a su Mundus Subterraneus muestran la viveza de una experiencia muy intensa, como escribe el profesor Eduardo Sierra (1981). En su mente poderosa se fueron fraguando las ideas que le llevaron a sus estudios de la Tierra o Geocosmos (como acostumbra a denominarla). Es entonces cuando concibió el proyecto de publicar una gran obra sobre la Tierra. A su regreso a Roma inicia inmediatamente la redacción de su gran cosmovisión científica, filosófica y teológica sobre el Geocosmos.

Basándose en el organicismo, Kircher concibe en su poderosa mente una gran obra de síntesis. El primer ensayo general de su obra se publica en 1654, añadido a la primera edición de su Iter Extaticum. El Iter Exstaticum coeleste et terrestre, contiene ya un desarrollo embrionario completo de las ideas de Kircher. Este texto resume algunas de las ideas:

Así es, benévolo lector. Este órgano puede llamarse con toda razón el argumento de esta obra que titulamos El mundo subterráneo. Un órgano verdaderamente armónico en número, peso y medida, por plan de Dios trino y providentísimo así dispuesto y adaptado, que aunque en los más íntimos escondrijos y lugares ocultos tenga instrumentos recónditos para su operación, sin embargo, por conductos subterráneos y por una inmensa multitud de tubos y fístulas hace oir la modulación de sus sonidos y tanta variedad de las más diversas voces que es evidente que no hay nada en todo el mundo sublunar que no esté imbuído por su armonía simpática y por su número, peso y medida. Tratamos este órgano en doce libros... (A. Kircher, Prefatio a Mundus Subterraneus. Capítulo I: Sobre la ocasión de esta obra y sobre los viajes del autor. Escrito en 1660 y publicado en 1665; traducción de E.Sierra, opus cit., pág. 21)

Durante muchos siglos, los viajeros y primeros geólogos (hasta la época de Hutton, al final del siglo XVIII) creían en la existencia del "fuego central de la Tierra" y que éste impulsaba la lava hacia el exterior, expulsándola violentamente por las bocas de los volcanes. La idea central de la concepción del Geocosmos de Kircher es la de que la Tierra es como un vasto organismo (el Macrocosmos), con una osamenta pétrea constituida por las cordilleras montañosas, con un núcleo central formado de fuego, y con grandes cavidades subterráneas por las que circula el fuego (los pirofilacios), otras por las que fluye el agua (los hidrofilacios), y otras por las que el viento sopla (los aerofilacios).

Kircher, diluvista convencido

Kircher se declara abiertamente "diluvista". Fiel a los principios religiosos y científicos de su tiempo, la creencia en la historicidad de un fenómeno acuático catastrófico acaecido muy pronto en la historia de la humanidad no era discutible en el siglo XVII. Desde el siglo XVII y adentrándose en el siglo XVIII toma cada vez más protagonismo la idea (que se suele justificar filosófica y científicamente por los naturalistas y teólogos) de que, tras el pecado de los primeros padres y el Diluvio, la creación entera ha entrado en un proceso de degradación, de decadencia y de ruina.

En Inglaterra y en Europa, las ideas de la degradación, decadencia y ruina del mundo tras el Diluvio estuvieron presentes en los trabajos de los filósofos naturales (sobre todo, estudiosos de los fósiles, considerados ahora vestigios de la ruina) que proyectaron sus ideas teológicas sobre el estudio de la naturaleza. En especial, las ideas de los teólogos y naturalistas Burnet y Woodward tuvieron mucha influencia sobre los naturalistas del continente europeo. Será necesario aludir brevemente a ellos, aunque sus obras son ligeramente posteriores a las de Kircher. De todas formas, recogen el estado de la ciencia normal del paradigma imperante durante el siglo XVII.

Dos son los autores "diluvistas" del siglo XVII que recogen algunas ideas kircherianas: Thomas Burnet, con su Teoría Sacra de la Tierra (1681) y John Woodward, con su Essay toward a Natural History of the Earth (1695) (Sequeiros, 2000). En ellos están muy presentes las ideas referentes a la degradación de la Tierra como efecto del pecado original. Este será el hilo teológico conductor de esta visión pesimista del mundo que está presente.

Kircher participa también de esta concepción pesimista de un mundo pecador que es culpable de la degradación del Geocosmos que no puede alcanzar el estado de magnificencia con que lo creó el sumo Hacedor. La idea de degradación orienta la concepción biogeográfica de Kircher. Pero donde las ideas biogeográficas de éste están más establecidas es en el libro escrito en su vejez (1673 y publicado en 1675, cinco años antes de su muerte), El Arca de Noé. A él nos referiremos ahora.

La problemática biogeográfica kircheriana de “El Arca de Noé” (1675)

Las ideas de Kircher sobre lo que hoy llamamos biogeografía es mucho más nítida a lo largo de otra de sus obras: El Arca de Noé (Kircher, 1675). Su autor pretende hacer "ciencia" del relato bíblico, y en un intento de buscar una concordancia entre la ciencia y la Biblia hacer coincidir los datos bíblicos con los de las ciencias de su tiempo. Uno de los problemas que, como veremos, se plantean en El Arca de Noé es de tipo biogeográfico: ¿cómo explicar el modo de dispersión de los animales y humanos desde un solo punto (el Arca salvadora) hasta todos los lugares más alejados del mundo conocido? ¿Cómo pudieron atravesar cordilleras y mares? Y más aún: )cómo explicar que en los continentes lejanos de Europa, como América, Ásia y África hay animales y plantas diferentes de los de Europa? ¿Es que todos estaban en el Arca?

Son varias las cuestiones que toca Kircher en relación con la biogeografía:

a) Geografía postdiluviana: Kircher se pregunta: ¿ha cambiado tras el Diluvio la geografía del Geocosmos? Fiel a sus principios establecidos en Mundus Subterraneus y que reitera en El Arca de Noé, para Kircher es obvio que la geografía del mundo, la distribución de tierras y mares, ríos e islas, es diferente antes y después del Diluvio. El siguiente texto, corolario del capítulo I es claro:

De este largo discurso se desprende con luz meridiana que la Tierra en nuestros tiempos tiene una constitución que, antes del cataclismo universal, no tenía. Existen islas que antes no existían; ha surgido tierra donde antes se acumulaban los indómitos movimientos de las aguas. Por el contrario, han desaparecido lugares que antes gozaban de una tierra óptima y fecunda, convirtiéndose, bajo el dominio del mar, en guarida de los peces; en unas partes de la tierra sucumbieron los montes, en otras crecieron nuevas montañas, lagos ingentes pasaron su dominio de Neptuno a Rea o transmitieron su jurisdicción a Vesta o, por el contrario, los ríos abandonaron los cauces originales y se buscaron cauces nuevos en las profundidades de los montes (A. Kircher: Athanasii Kircheri e Sos. Iesu Arca Noë in tres libros digesta... El Arca de Noé. Corolario al Libro III, parte III, capítulo I)..

b) Cambio geográfico y degradación: Para Kircher, esa modificación de la geografía es una consecuencia del cataclismo del diluvio, a partir del cual la tierra ha ido degradándose cada vez más. Y tiene una explicación teológica: el mundo, que fue creado perfecto por Dios, se ha ido degradando desde el Diluvio. El texto siguiente, es explícito de su pensamiento:

A partir del pecado de Adán, la máquina del universo comenzó a alejarse de su perfecta disposición inicial y, por exigencia de la naturaleza, comenzó a sufrir las corrupciones y habituales alteraciones (A. Kircher: Athanasii Kircheri e Sos. Iesu Arca Noë in tres libros digesta... El Arca de Noé. Libro III, parte III, cap. I)..

c) ¿Afectó el Diluvio a toda la Tierra? Kircher se pregunta: ¿fue el Diluvio, y por tanto la degradación existente desde entonces un fenómeno universal en extensión? La respuesta a esta pregunta tiene consecuencias muy trascendentales para la biogeografía. Si no fue universal, pudieron preservarse en algún lugar especies que luego pudieron volver a aparecer.

Kircher, fiel a la ortodoxia teológica de su tiempo, no duda en afirmar la universalidad del Diluvio, así como la condena más enérgica a las posturas contrarias. Veamos algunos textos más esclarecedores del pensamiento kircheriano:

Muchos se admiran y no pueden comprender cómo los animales pudieron llegar a las islas más apartadas, incluso América, tanto Austral como Boreal, separada de Europa, África y Asia, como suele decirse, por todo el cielo. Muchos ingenuos, extrañamente perplejos, no se atreven a afirmar que América también fuera cubierta por las aguas del Diluvio, y, si lo fue, sus montes, los más altos de toda la tierra, nunca fueron inundados; por consiguiente, en ellos se pudieron salvar los animales (A. Kircher: Athanasii Kircheri e Sos. Iesu Arca Noë in tres libros digesta... El Arca de Noé. Libro III, parte III, capítulo III).

d) Difusión de los animales desde el Arca: entramos ya en el debate biogeográfico: dado que sólo hubo un centro de difusión de los seres vivos postdiluviales, ¿cómo pudieron llegar a zonas geográficas alejadas? ¿Cómo se dispersaron hombres y animales desde el Arca por todo el mundo? Ese será el objeto del capítulo III: Cómo llegaron los animales a todas las partes del mundo, incluso a las islas. La respuesta de Kircher es que tras el Diluvio todas las tierras estaban unidas y abiertas, por tanto, a las migraciones:

Es completamente cierto, como puede comprobarse en el mapa, que los animales pudieron ocupar sucesivamente todas las partes de la Tierra, tanto continentales como insulares, por la unión existente entre las distintas partes de la Tierra; pues desde Asia pudieron emigrar a las regiones de América Boreal que aún estaban unidas a ella, ya que inmmediatamente después del Diluvio muchas regiones permanecieron unidas a otras, es decir, Tartaria estaría unida a la región Ansana y los mismo China, Corea, Japón y Jesso, que es una región descubierta en los últimos tiempos y no sabemos aún si es isla o está unida al continente americano (A. Kircher: El Arca de Noé. Libro III. Parte III. Capítulo III)..

Con posterioridad al Diluvio, al formarse los mares, habría un medio de comunicación similar al que presenta la antigua teoría de los Puentes Intercontinentales:

Desde Europa y África pudieron llegar sin dificultad a ambas Américas, ya que en el Océano Atlántico hubo una gran isla o continente, como hemos indicado anteriormente siguiendo a Platón, quien afirma que fue muy frecuentado por los expedicionarios griegos y egipcios, lo que ampliamente describimos en Mundus Subterraneus (A. Kircher: El Arca de Noé. Libro III. Parte III. Capítulo III)..

Para Kircher, los animales pudieron librarse cruzando los estrechos entre las islas, o bien atravesando por istmos:

En ese sentido, a través del istmo de Aniano, podían pasar de Asia a América, de China a Japón; tal vez después del Diluvio, de China y Corea unidas al archipiélago índico, y todo ello sin necesidad de natación; a Australia, no desconocida para nosotros, pudieron pasar a través del istmo, o bien transportadas allí por los hombres (A. Kircher: El Arca de Noé. Libro III. Parte III. Capítulo III)..

e) El problema de la diversidad intercontinental: ¿cómo es posible explicar la diversidad de animales en otras áreas geográficas? Esta cuestión es largamente debatida por Kircher en este capítulo que comentamos, llegando a conclusiones cercanas al pensamiento de Buffon:

En lo referente a los animales muy distintos a los nuestros que muchos se sorprenden de encontrar en las regiones de las Indias, éstos dejarán de sorprenderse si entendieran correctamente lo que dijimos sobre la transformación de los animales de las especies primeras en el segundo libro de esta obra, ya que su constitución ha variado en función del cielo y de los climas (A. Kircher: El Arca de Noé. Libro III. Parte III. Capítulo III).

Para Kircher, el clima ha sido el factor más importante y causante de la degeneración de los animales. Pero )cómo de unas pocas especies se ha llegado a muchas diferentes? Al plantearse si todos los posibles animales que hoy existen estaban en el Arca, propone tres posibilidades que describe como supuestos:

a. La primera posibilidad es que se transforman por influencia del clima o de la zona geográfica. Veamos algunos textos:

Supongamos, primero, que según la posición del Sol y de los distintos astros del firmamento respecto a la Tierra surgen distintos climas y distinta composición de las zonas terrestres, pues todas las especies naturales, tanto vegetales como sensitivas, al ser trasladadas de un clima o zona a otro cambian de comportamiento e incluso de constitución, de forma que una misma e idéntica especie en los primeros siglos ha sido hallada con una sorprendente constitución en el Nuevo Mundo o en las Indias (A. Kircher: El Arca de Noé. Parte I, Sección III, capítulo III).

Esta primera posibilidad no excluye que algunos (sobre todo, los llamados infectos -que podrían ser "insectos" -, pudieran aparecen nuevos por Generación espontánea. Así aparece en El Arca de Noé (Parte I, Sección III, capítulo III).

b. El segundo supuesto: en el Arca solo entró un grupo reducido de animales, bien por ser puros o bien porque podían degenerar. La idea de la degeneración postdiluviana está muy bien expresada en nuestro autor. Téngase en cuenta que en esto se adelantó un siglo a las ideas de Buffon, quien en muchas de sus obras (y sobre todo en Las Épocas de la Naturaleza de 1779) habla de la "degeneración" de los animales. La existencia de una modificación por degeneración está presente en el pensamiento de Buffon. Oigamos al mismo Kircher:

Segundo supuesto: de lo dicho se desprende que no todos los animales de cualquier especie se concentraron en el Arca desde todas las partes del mundo. (...) Por tanto, pienso que en el Arca solamente entraron aquellos animales que después, extendidos por toda la superficie de la Tierra, serían capaces de reproducirse independientemente de los cambios climáticos, zonales y de la diferente posición del cielo y aquellos otros que por sí, y según su propia naturaleza, podían degenerar en especies diferentes (A. Kircher: El Arca de Noé. Parte I, Sección III, capítulo III).

c. La tercera posibilidad para explicar la mayor diversidad de seres vivos con posterioridad al Diluvio se explica también aceptando el hecho de que con el tiempo hubo híbridos:

Tercer supuesto: al multiplicarse los animales sobre la Tierra en el transcurso del tiempo y ocupar las selvas, los montes y los campos, surgieron nuevos animales procedentes de la mezcla de varias especies, animales que, lógicamente, no fueron introducidos en el Arca, ya que podían seguir naciendo de la unión de distintos animales, como el mulo del caballo y de la asna, y otros muchos que después diremos. )Qué necesidad había de conservar aquellos animales que podían nacer después de la unión de otros? (A. Kircher: El Arca de Noé. Parte I, Sección III, capítulo III).

Conclusión

Al recorrer el pensamiento biogeográfico de José de Acosta (a finales del siglo XVI) y de Athanasius Kircher (en la segunda mitad del siglo XVII) constatamos que están insinuados muchos de los problemas biológicos relativos a la geografía que han dado lugar al actual desarrollo de las biogeografía histórica y la paleobiogeografía.

Desde categorías culturales muy diferentes a las nuestras, afrontan el problema de la diversidad, la distribución y la evolución de los seres vivos en función de los cambios climáticos y geográficos. Desde la aceptación del Diluvio Universal, ambos se plantean problemas similares: cómo los animales y plantas se distribuyen por el mundo a partir de un punto de origen y cómo esos organismos se van "modificando" geográficamente.

Si las soluciones no fueron correctas debido a la falta de un paradigma de referencia de corte evolucionista, al menos intuyeron la posibilidad del cambio de los seres vivos debido a alteraciones de las condiciones ambientales.



Por Leandro SEQUEIROS, Catedrático de Paleontología, Facultad de Teología, Granada



Leandro Sequeiros
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