Icaria publica “Caza con hurones”, de la poeta madrileña Esther Ramón

En este poemario, las palabras se limpian y se vacían para, a continuación, cargarlas con una hondura cuyo precipitado es tremendamente luminoso


Hace ya unos meses, la editorial Icaria publicó el hasta la fecha último libro de la poeta madrileña Esther Ramón, “Caza con hurones”. En este poemario, las palabras se limpian y se vacían para, a continuación, cargarlas con una hondura cuyo precipitado es tremendamente luminoso. El hallazgo es entonces como una magia. Un yo detrás de las cosas convierte la enunciación en una experiencia epifánica. Por Antonio Mochón.




Hace ya unos meses la editorial Icaria publicó el hasta la fecha último libro de la poeta madrileña Esther Ramón, libro con un título, se podría pensar, algo alejado de la poesía: Caza con hurones.

La envoltura cinegética para un libro de poemas, más que cerrarlas, abre puertas. Provoca sentidos. Estamos, a mi entender, ante una obra que ya en su propósito comporta un bello fracaso, el de terminarse, o mejor dicho, agotarse.

No hay final, sentido o propósito posible más que en la ausencia del mismo que, como digo, deriva hacia una diversidad de significados bien engastados en las aristas de esta piedra del sentido que es Caza con hurones.

La relación entre hombre y animal a la que nos convoca este poemario nos sitúa frente a un espejo cuyo reflejo debería producirnos cierto pudor. La historia del hombre, contada por el hombre, habla de domesticación o adiestramiento, y también de manipulación, ensañamiento o tortura y, en general, violencia. Violencia en la producción industrial o la nueva violencia genética, por ejemplo, la de la cadena de KFC o de la industria láctea, que nos devuelven al mismo espejo de explotación y agresión animal.

Cabe recordar asimismo la poderosa simbología del animal como representación o proyección del propio hombre. Ese ‘animal que estoy si(gui)endo’ del que hablaba Derrida, el animal amenazante, hobbesiano, y también el animal agazapado dentro del hombre.

Lo vio el buen salvaje de Thoreau, alguien que se apartó de la civilización deliberadamente, cuando escribió que “el hombre no solo trabaja para el animal que hay dentro de él, sino para el que hay fuera”. La civilización del lujo, pero también la de los degradados que deben sostener mediante su pobreza ese lujo autorreferencial.

La mirada

Lo primero que llama la atención es la mirada. Qué mirar y qué no mirar es un acto tan político como cualquier otro. La observación minuciosa de una temática que ha servido profusamente para llenar de tópicos literarios manuales y libros de texto.

Aquí el sujeto de la enunciación, en coherencia con el tono general del libro, se retira, desiste, volviéndose apenas visible, tan simple y tan poderoso como el enfoque que nos dirige la mirada por nuestras pantallas.

Además de minuciosa, es una mirada esencial, con atributos genésicos. Las palabras se vuelven dóciles, aparecen dotadas de una fuerza de evocación difícil de explicar. Se las limpia, se las vacía y, a continuación, se las carga de una hondura cuyo precipitado es algo tremendamente luminoso. Esa es su belleza.

Podemos decir que Caza con hurones ofrece poemas crípticos, por momentos herméticos, en los que se pone en juego un proceso de ocultamiento y desvelo que requiere un estado de alerta parecido a la espera paciente del cazador. Como la buena poesía, la caza está asegurada en esas conexiones imprevistas. Y como mucha buena poesía, Esther Ramón consigue esto con poco: solamente observando.

Nosotros, que miramos mirar, encontraremos por el camino los hallazgos que justifiquen el viaje. El hallazgo es como una magia: sabemos que ha sucedido algo, pero se nos escapa el cómo, incluso el qué. Hipnotizados, leemos.

RAÍZ

Línea que divide
la ventana.
Delgado hilo imperceptible,
a baja altura.
Si lo miras se borran los chopos,
el reverso blanco de las hojas
que muestra el viento,
las nubes verdes que se afinan.


Como el título de este poema, estamos ante una poesía que busca la raíz, lo esencial. Y, en esa búsqueda, el asidero es también una cuestión de enfoque, de mirada. Si sabemos desviarla, direccionarla adecuadamente, hallaremos una realidad al margen: la del borrado de la realidad.

Así, situados en las afueras, en el grado cero de la mirada, se ven nuevas sombras. La nuestra, por ejemplo, indiferenciada entre el negro anónimo de la multitud, ante su espejo invertido, sintiendo también la acusación y la culpa.

Me ha interesado enormemente este proceder que involucra al sujeto y al objeto haciendo depender al primero del segundo. El yo atento a lo circundante, como aconsejara Cernuda en Ocnos o como el último Montale, se difumina aquí en un paisajismo de lo mínimo donde a menudo nos encontramos una imagen en la que todo es referente.

Un referente descontextualizado, una piedra por ejemplo, puede convertirse en la imagen más poderosa. Lo real como imagen. Esta es la labor poética, transformadora, creadora, que hace de las cosas cotidianas puras imágenes de evocación. Veámoslo en este poema.

ENFERMEDAD DE LAS PIEDRAS

Porque el viento
arrojó al suelo
el lápiz recortado,
y la vela se secó
de pronto,
como un hueso
podrido,
como una rama
partida en dos.
El campo estaba lleno
de blancas espirales,
y el pastor le dijo:
deberías inclinarte
para escribir.


Principio de indeterminación poética

Predomina una densa y enigmática atmósfera, niebla del sentido que da chispazos de luz. Frente al exceso y la banalidad, frente a la profusión de signos, Esther Ramón apenas si deja entrever una intuición imposible de verbalizar que, como un principio de indeterminación poética, un Heisenberg de la consciencia, si no es mediante la imagen, sencillamente no es nada.

Este proceder poético al que me refería me parece aquí clarividente, luminoso. Un yo detrás de las cosas que convierte la enunciación en una experiencia epifánica. El yo, ausente, queda transformado en lo que podíamos llamar instancias del decir, un decir coral, mínimo, con la trampa objetivista, resuelto casi en el discurso del reportaje o del documental.

En definitiva, he leído y releído Caza con hurones como manual de hacer poesía y también de acercamiento renovado al mundo. Los poemas que contiene logran aquella puesta en escena original de las máscaras, una tensión entre las dos eternidades que acontecen en cada instante si observamos.

Fabulario e ilusionismo del que el lector es cómplice y en el que cazador y cazado son piezas intercambiables, nunca se agotan, pues es tal la naturaleza del juego de ocultar y desvelar. Y, en ese juego, mostrar sin desvelar. El arte debería aspirar a esa ilusión de mostrar otros mundos para comprender el nuestro.


Lunes, 3 de Marzo 2014
Antonio Mochón
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