“¿Cuáles son los efectos del filósofo sobre los no filósofos? ¿Qué nos ha ofrecido la filosofía? ¿Qué nos puede ofrecer hoy?”, escribía Nietzsche en 1873. El eco de su pregunta sigue rebotando hasta los albores del siglo XXI.
Los filósofos de siempre han sostenido la dignidad de la filosofía con el argumento que la propiedad humana de filosofar, en su intento de aprehender conceptualmente la realidad, es la fuente del desarrollo de la cultura y, por tanto, la base de aquello que distingue radicalmente al hombre de la naturaleza.
Pero los filósofos actuales encuentran más difíciles condiciones para defender la magnificencia de su disciplina por el desafío que lanzan el pragmatismo de la vida moderna y las contundentes respuestas de la ciencia más actual.
También los cataclismos políticos de la década pasada, la rendición de las estructuras económicas a los mecanismos de mercado capitalistas y la globalización en todos los ámbitos del desempeño humano, son hechos que se adicionan a la demanda de explicaciones que, se supone, brindaría una forma de saber cuya autodesignada misión es comprender el mundo.
Incisiva polémica
Abocada a reflexionar sobre sí misma y sobre el papel que le corresponde en el contexto contemporáneo, la filosofía ha buscado derribar los prejuicios de su inutilidad y su inaccesibilidad, queriendo demostrar así que nada humano le es ajeno y que puede servir, por tanto, de orientación en los terrenales problemas, para participar en la instrucción general de la sociedad, y hasta para competir con otros medios de esparcimiento.
Sin embargo, las opciones que está ofreciendo hoy la filosofía han abierto una incisiva polémica. De un lado, estarían los que se manifiestan a favor de que los serios pensadores se vistan de paisanos y salgan a la calle a exponer con las palabras de este mundo sus profundas disquisiciones.
Del otro, los que defienden la imposibilidad de traducir al lenguaje mundano esas elucubraciones herméticas, que se refieren a las verdades últimas sobre el destino humano, las actitudes ante la vida y la muerte, la virtud y el vicio, la libertad o su carencia, la existencia de Dios y la finalidad, posibilidades y límites de los conocimientos de los hombres.
Tres tendencias, al menos, pueden identificarse hoy, dedicadas a la difusión del pensamiento filosófico, donde lo vinculan estrechamente a lo que ha sido dado en llamar “cultura de masas” .
Narrar la filosofía
En 1980, un teórico con bien ganada fama en el campo de la semiótica, desconcierta al mundo debutando en la ficción literaria con El nombre de la rosa. Combinando el género histórico con los recursos de la novela gótica y el policial a medio camino entre Chesterton y Conan Doyle, Umberto Eco logró convertir en best seller universal a su argumento ubicado en una abadía del siglo XIII, donde se reúnen las facciones contrarias de franciscanos y partidarios papales y cuya biblioteca atesora el facsímil único de una obra de Aristóteles propensa a desatar crímenes y pasiones pecaminosas.
Pero lo que nos interesa del hecho es que el autor italiano se las haya ingeniado para hacer pasar gato filosófico por liebre literaria; ya que lo que sostiene el artificio novelesco es la subtrama intelectual del enfrentamiento entre “nominalistas” y “realistas” donde se define el fin de la escolástica medieval y el ascenso del pensamiento filosófico moderno gracias al “navajazo” asestado por Occam, cuyos presupuestos ponía el autor en boca del protagonista Guillermo de Baskerville.
Posteriormente, en 1991, aparecía El mundo de Sofía, un libro cuyos ratings de venta sorprendieron porque se trataba de un recorrido por la historia de la filosofía occidental desde los pre-socráticos hasta Sastre.
Jostein Gaarder , su autor, había tenido la astucia de disfrazarla mediante una trama a lo Michael Ende, en la que un enigmático personaje envía mensajes con elevadas preguntas a una adolescente turbada por el misterio que rodea a la ausencia de su padre. De tal modo lograba convencer que los grandes pensadores, desde su aparente torre de cristal, intentan responderse las mismas preguntas sobre la vida que atormentan a cualquier chico de barrio.
Pacto entre la filosofía y la literatura
Estos dos ejemplos hablan de que la filosofía pacta con la literatura de ficción para abrirse paso hacia un mayor número de consumidores de las ideas que ha elaborado a lo largo de su historia. Algo que, a decir verdad, no es nada absolutamente novedoso, sino que continúa una línea que ya inaugurara Platón en la antigüedad al dar envoltura literaria a su pensamiento en los famosos Diálogos.
Tampoco la distinción entre filosofía y literatura puede ser muchas veces mantenida en un sentido radical, porque la historia de la filosofía no se desenvuelve en el interior de la cabeza de los protagonistas filósofos, sino que toma igualmente a la escritura como medio de expresión. Aunque más constreñida la filosofía por la pretensión de veracidad que la literatura, están necesitadas ambas de coherencia y lógica en función de la eficacia comunicativa, y son arrastradas parejamente por la seducción del ideal estético.
El pensamiento no aspira solamente a presentarse de modo ordenado, también quiere hacerlo de manera bella. Y hace participar entonces en su exposición a aquellas operaciones del intelecto, como la intuición y el “instinto”, que pueden ser consideradas erróneamente privativas de las artes. De ahí el reclamo que hace el español Eugenio Trías de “entender la filosofía como una de las bellas artes; como aquella que logra aunar la pasión por la verdad con la aspiración a la belleza” .
Albert Camus, autor a la vez de novelas como El extranjero y excelentes ensayos filosóficos como El mito de Sísifo, veía la filosofía y la literatura como formas de conocimiento del mundo, como disciplinas afines que el hombre utiliza para “comprender y amar”, interpenetradas por similar sentimiento de angustia, y mencionaba a Kafka, Dostoievski, Stendhal o Melville como auténticos “escritores filósofos” .
Salir de la caverna
Claro, que no se trata aquí de comparar a Umberto Eco o Jostein Gaarder con los ilustres nombres anteriores. Además, ellos forman, en un sentido estricto, una camarilla diferente: la de los “filósofos escritores”. Tampoco podrían igualarse a Sartre o Kieerkegard porque sus ficciones son “divulgadoras” del pensamiento filosófico y no exactamente vehículos literarios para tramitar ideas propias. Y, para colmo, hay muchas personas que consideran sobrecargadas las novelas de Eco, mientras otro tanto piensa que El Mundo de Sofía es una vulgarización infantil de la historia de la filosofía. Ante lo que el noruego y el italiano seguramente responderían a dúo, remedando a Galileo: “Pero se leen”.
“Usted seguramente no tiene tiempo ni ganas de leer los grandes libros filosóficos. Le gustaría haberlos leído, haber reflexionado sobre ellos, tener ideas profundas y críticas, pero le falta tiempo, le faltan ganas, el trabajo le cansa demasiado y las obligaciones familiares se lo impiden. Sin embargo, usted es culturalmente inquieto” . Los nuevos tiempos ya traen soluciones para eso al alcance de su mano.
En tan sólo 250 páginas, el profesor universitario británico Nigel Warburton logra con La caverna de Platón comentar 24 de los más grandes libros filosóficos de todos los tiempos. Dedica cada capítulo a una obra, expone sus temas principales, hace un breve comentario crítico, y adiciona una cronología, un glosario y una lista de lecturas suplementarias.
Mientras, Francisco Jiménez Gracia ha optado con La leyenda dorada de la filosofía por hacer que el lector “pase un rato agradable” y, como si fuese una colección de relatos, la muerte de un filósofo es el punto de partida en cada uno de los capítulos y a partir de ahí se rastrea entre las ideas del finado para encontrar las claves intelectuales de su fallecimiento.
Entrenamiento cerebral
Su intención no es solo enseñarnos que los grandes del pensamiento fueron consecuentes hasta el final, sino también, con una gracia que hace honor a su apellido, nos descubre que “la historia de la filosofía chorrea sexo, violencia y comicidad y podría servir como fuente de inspiración a los guionistas del cine comercial”, puesto que por ella han desfilado “filósofos envenenados, degollados, suicidados, triturados, capados y hasta uno que murió de un ataque masivo de ladillas”.
Consciente de que puede provocar escozor “entre los filósofos académicos, que si de algo pecan es, precisamente, de carecer de sentido del humor”, Francisco Jiménez argumenta todo el tiempo que su libro es una declaración de fe en la filosofía, a la que llama un “mente- building, como hacer pesas con el cerebro, un entrenamiento que nos hace más listos y mejores personas”.
Los dos casos anteriores representan una manera de divulgar la historia del pensamiento filosófico que estaría justificada por el imperativo de ajustarse a los condiciones del hombre moderno, necesitado de productos intelectuales atractivos y que le demanden bajo consumo de tiempo.
Aunque a primera vista parece provechoso que se reconozca en los filósofos a tipos que viven y mueren como cualquier gente normal y se nos propongan resultados máximos sin tanto esfuerzo; surgen objeciones como las de Luis Fernández-Castañeda: “Vendéis una ilusión” porque el verdadero saber siempre implicará tiempo y dedicación. “Pronto tendremos un parque temático dedicado a la filosofía, la sociedad ya está echando los cimientos. Nosotros preferimos bajar a la caverna, aunque nos llamen cavernícolas”, argumentan amargos.
Los filósofos de siempre han sostenido la dignidad de la filosofía con el argumento que la propiedad humana de filosofar, en su intento de aprehender conceptualmente la realidad, es la fuente del desarrollo de la cultura y, por tanto, la base de aquello que distingue radicalmente al hombre de la naturaleza.
Pero los filósofos actuales encuentran más difíciles condiciones para defender la magnificencia de su disciplina por el desafío que lanzan el pragmatismo de la vida moderna y las contundentes respuestas de la ciencia más actual.
También los cataclismos políticos de la década pasada, la rendición de las estructuras económicas a los mecanismos de mercado capitalistas y la globalización en todos los ámbitos del desempeño humano, son hechos que se adicionan a la demanda de explicaciones que, se supone, brindaría una forma de saber cuya autodesignada misión es comprender el mundo.
Incisiva polémica
Abocada a reflexionar sobre sí misma y sobre el papel que le corresponde en el contexto contemporáneo, la filosofía ha buscado derribar los prejuicios de su inutilidad y su inaccesibilidad, queriendo demostrar así que nada humano le es ajeno y que puede servir, por tanto, de orientación en los terrenales problemas, para participar en la instrucción general de la sociedad, y hasta para competir con otros medios de esparcimiento.
Sin embargo, las opciones que está ofreciendo hoy la filosofía han abierto una incisiva polémica. De un lado, estarían los que se manifiestan a favor de que los serios pensadores se vistan de paisanos y salgan a la calle a exponer con las palabras de este mundo sus profundas disquisiciones.
Del otro, los que defienden la imposibilidad de traducir al lenguaje mundano esas elucubraciones herméticas, que se refieren a las verdades últimas sobre el destino humano, las actitudes ante la vida y la muerte, la virtud y el vicio, la libertad o su carencia, la existencia de Dios y la finalidad, posibilidades y límites de los conocimientos de los hombres.
Tres tendencias, al menos, pueden identificarse hoy, dedicadas a la difusión del pensamiento filosófico, donde lo vinculan estrechamente a lo que ha sido dado en llamar “cultura de masas” .
Narrar la filosofía
En 1980, un teórico con bien ganada fama en el campo de la semiótica, desconcierta al mundo debutando en la ficción literaria con El nombre de la rosa. Combinando el género histórico con los recursos de la novela gótica y el policial a medio camino entre Chesterton y Conan Doyle, Umberto Eco logró convertir en best seller universal a su argumento ubicado en una abadía del siglo XIII, donde se reúnen las facciones contrarias de franciscanos y partidarios papales y cuya biblioteca atesora el facsímil único de una obra de Aristóteles propensa a desatar crímenes y pasiones pecaminosas.
Pero lo que nos interesa del hecho es que el autor italiano se las haya ingeniado para hacer pasar gato filosófico por liebre literaria; ya que lo que sostiene el artificio novelesco es la subtrama intelectual del enfrentamiento entre “nominalistas” y “realistas” donde se define el fin de la escolástica medieval y el ascenso del pensamiento filosófico moderno gracias al “navajazo” asestado por Occam, cuyos presupuestos ponía el autor en boca del protagonista Guillermo de Baskerville.
Posteriormente, en 1991, aparecía El mundo de Sofía, un libro cuyos ratings de venta sorprendieron porque se trataba de un recorrido por la historia de la filosofía occidental desde los pre-socráticos hasta Sastre.
Jostein Gaarder , su autor, había tenido la astucia de disfrazarla mediante una trama a lo Michael Ende, en la que un enigmático personaje envía mensajes con elevadas preguntas a una adolescente turbada por el misterio que rodea a la ausencia de su padre. De tal modo lograba convencer que los grandes pensadores, desde su aparente torre de cristal, intentan responderse las mismas preguntas sobre la vida que atormentan a cualquier chico de barrio.
Pacto entre la filosofía y la literatura
Estos dos ejemplos hablan de que la filosofía pacta con la literatura de ficción para abrirse paso hacia un mayor número de consumidores de las ideas que ha elaborado a lo largo de su historia. Algo que, a decir verdad, no es nada absolutamente novedoso, sino que continúa una línea que ya inaugurara Platón en la antigüedad al dar envoltura literaria a su pensamiento en los famosos Diálogos.
Tampoco la distinción entre filosofía y literatura puede ser muchas veces mantenida en un sentido radical, porque la historia de la filosofía no se desenvuelve en el interior de la cabeza de los protagonistas filósofos, sino que toma igualmente a la escritura como medio de expresión. Aunque más constreñida la filosofía por la pretensión de veracidad que la literatura, están necesitadas ambas de coherencia y lógica en función de la eficacia comunicativa, y son arrastradas parejamente por la seducción del ideal estético.
El pensamiento no aspira solamente a presentarse de modo ordenado, también quiere hacerlo de manera bella. Y hace participar entonces en su exposición a aquellas operaciones del intelecto, como la intuición y el “instinto”, que pueden ser consideradas erróneamente privativas de las artes. De ahí el reclamo que hace el español Eugenio Trías de “entender la filosofía como una de las bellas artes; como aquella que logra aunar la pasión por la verdad con la aspiración a la belleza” .
Albert Camus, autor a la vez de novelas como El extranjero y excelentes ensayos filosóficos como El mito de Sísifo, veía la filosofía y la literatura como formas de conocimiento del mundo, como disciplinas afines que el hombre utiliza para “comprender y amar”, interpenetradas por similar sentimiento de angustia, y mencionaba a Kafka, Dostoievski, Stendhal o Melville como auténticos “escritores filósofos” .
Salir de la caverna
Claro, que no se trata aquí de comparar a Umberto Eco o Jostein Gaarder con los ilustres nombres anteriores. Además, ellos forman, en un sentido estricto, una camarilla diferente: la de los “filósofos escritores”. Tampoco podrían igualarse a Sartre o Kieerkegard porque sus ficciones son “divulgadoras” del pensamiento filosófico y no exactamente vehículos literarios para tramitar ideas propias. Y, para colmo, hay muchas personas que consideran sobrecargadas las novelas de Eco, mientras otro tanto piensa que El Mundo de Sofía es una vulgarización infantil de la historia de la filosofía. Ante lo que el noruego y el italiano seguramente responderían a dúo, remedando a Galileo: “Pero se leen”.
“Usted seguramente no tiene tiempo ni ganas de leer los grandes libros filosóficos. Le gustaría haberlos leído, haber reflexionado sobre ellos, tener ideas profundas y críticas, pero le falta tiempo, le faltan ganas, el trabajo le cansa demasiado y las obligaciones familiares se lo impiden. Sin embargo, usted es culturalmente inquieto” . Los nuevos tiempos ya traen soluciones para eso al alcance de su mano.
En tan sólo 250 páginas, el profesor universitario británico Nigel Warburton logra con La caverna de Platón comentar 24 de los más grandes libros filosóficos de todos los tiempos. Dedica cada capítulo a una obra, expone sus temas principales, hace un breve comentario crítico, y adiciona una cronología, un glosario y una lista de lecturas suplementarias.
Mientras, Francisco Jiménez Gracia ha optado con La leyenda dorada de la filosofía por hacer que el lector “pase un rato agradable” y, como si fuese una colección de relatos, la muerte de un filósofo es el punto de partida en cada uno de los capítulos y a partir de ahí se rastrea entre las ideas del finado para encontrar las claves intelectuales de su fallecimiento.
Entrenamiento cerebral
Su intención no es solo enseñarnos que los grandes del pensamiento fueron consecuentes hasta el final, sino también, con una gracia que hace honor a su apellido, nos descubre que “la historia de la filosofía chorrea sexo, violencia y comicidad y podría servir como fuente de inspiración a los guionistas del cine comercial”, puesto que por ella han desfilado “filósofos envenenados, degollados, suicidados, triturados, capados y hasta uno que murió de un ataque masivo de ladillas”.
Consciente de que puede provocar escozor “entre los filósofos académicos, que si de algo pecan es, precisamente, de carecer de sentido del humor”, Francisco Jiménez argumenta todo el tiempo que su libro es una declaración de fe en la filosofía, a la que llama un “mente- building, como hacer pesas con el cerebro, un entrenamiento que nos hace más listos y mejores personas”.
Los dos casos anteriores representan una manera de divulgar la historia del pensamiento filosófico que estaría justificada por el imperativo de ajustarse a los condiciones del hombre moderno, necesitado de productos intelectuales atractivos y que le demanden bajo consumo de tiempo.
Aunque a primera vista parece provechoso que se reconozca en los filósofos a tipos que viven y mueren como cualquier gente normal y se nos propongan resultados máximos sin tanto esfuerzo; surgen objeciones como las de Luis Fernández-Castañeda: “Vendéis una ilusión” porque el verdadero saber siempre implicará tiempo y dedicación. “Pronto tendremos un parque temático dedicado a la filosofía, la sociedad ya está echando los cimientos. Nosotros preferimos bajar a la caverna, aunque nos llamen cavernícolas”, argumentan amargos.
Nietzsche
Filosóficamente se vive mejor
Pero además de sabias recetas para obtener triunfos materiales y prestigio social, también la filosofía puede ofrecernos un surtido variado de recomendaciones para enseñarnos a sobrellevar las angustias de la vida cotidiana y resolver conflictos existenciales, conducirnos a la felicidad o mejorar nuestras relaciones con los demás.
Así describe esta nueva opción Rodrigo Fresán: “Atrás han quedado los primitivos manuales de autoayuda escritos por advenedizos del slogan eficaz luchando por sus quince minutos de fama como médicos brujos de la aldea global. Ahora la cosa se ha vuelto más interesante, sofisticada, de alto vuelo.
Ya no se trata de hacer sonar complejos y con muchas páginas los lugares más comunes sino de simplificar el ideario de los grandes pensadores y hacerlo entrar en el espacio más breve posible. El mundo de las grandes ideas a la altura del hombre pequeño. La filosofía como decálogo existencial para el bolso de la dama y el bolsillo del caballero” .
El consuelo de la filosofía
Un representante de esta corriente es Las Consolaciones de la Filosofía, donde el investigador londinense Alain de Botton se plantea “un retorno a las fuentes: arrebatar la filosofía a los teóricos de la academia y devolverla al terreno de lo cotidiano para utilizarla como una herramienta idónea para buscar y encontrar la sabiduría” y fusiona en su libro los propósitos del manual de autoayuda con la divulgación filosófica .
Apoyándose en seis pensadores, Alain va señalando problemas fundamentales de la condición moderna y busca su solución en enseñanzas del pasado. Sobre la "Impopularidad" nadie sabe más que Sócrates, "No tener dinero suficiente" amerita seguir el ejemplo de Epicuro, la especialidad de Séneca es la "Frustración" , Montaigne nos ayudará con la "Incapacidad", el indicado para asumir el “Rechazo Amoroso" es Schopenhauer y Nietzsche dirá como afrontar las "Dificultades".
La preocupación ética, la creencia sincera en la filosofía, el estilo franco donde se mezclan detalles triviales de la vida cotidiana con los conceptos más elevados, la prosa brillante y el tono irónico, son algunos de los encantos de un libro que hasta el momento ha corrido mejor suerte entre los críticos que otros ejemplares de similar especie como Más Platón y menos Prozac .
El “buque insignia de un nuevo movimiento terapéutico cuya originalidad consiste en reivindicar las virtudes curativas de la filosofía” se le debe al también inglés Lou Marinoff.
Cauces presentes y futuros
En Más Platón..., observa las enfermedades del alma desde un ángulo filosófico, y se vale de casos concretos para ejemplificar como procedería un terapeuta o asesor filosófico a la hora de ofrecer al sujeto “la posibilidad de realizar una completa deconstrucción y reconstrucción terapéuticas de la razón, de brindarle un modo de ver el problema que le ayude a salir del bloqueo en que se encuentra”.
El objetivo de Marinoff es evidentemente práctico. Su intención no es hacer justicia a la filosofía, sino utilizarla. Y para que ejerza su función terapéutica, lo que hace falta es que el sujeto la entienda y la pueda aplicar a su caso concreto. Él invita a dar espacio a una “filosofía aplicada”; del mismo modo —dice para convencernos— que hay matemáticas o física pura y aplicadas, ambas con un status reconocido en las universidades.
Pero entre los defectos del libro están su excesivo tono propagandístico, las simplificaciones, su puritanismo y un eclecticismo filosófico irresponsable hacia la cuestión de la verdad, como si valiera recoger de aquí y de allá en el pensamiento humano todo lo que nos parezca aprovechable para sacarlo de la manga en el momento oportuno.
Además, su propuesta, en definitiva, lo que hace es traernos a la mente la dolorosa imagen de la anciana y respetable filosofía, lanzada de pronto al congestionado «mercado del alma» para competir contra todos aquellos más avezados y que llegaron antes: psicoanalistas, adventistas, especialistas en terapias cognitivas o de grupo, católicos, budistas o elegidos de la secta Moon.
Lo más importante que nos deja una obra como esta es reconocer, detrás de ella, cuán urgente palpita la pregunta sobre qué nos puede ofrecer la filosofía y cuáles son sus cauces presentes y futuros. Quizás fue por eso que un filósofo de la reciedumbre de Fernando Savater escribiera la prédica aleccionadora de un padre hacia su hijo de modo que puedan entenderla los adolescentes. Este enemigo mortal del pensamiento light y la banalización cree, sin embargo, en la función formadora de la filosofía y con Ética para Amador quiso estimular el desarrollo de librepensadores; apuntándose así a esta corriente donde se asegura que la filosofía puede enseñarnos a vivir.
El porvenir de la filosofía
Regresemos entonces a la duda de Nietzche con que iniciamos. Otro posthegeliano ilustre, Carlos Marx, la respondió elevando al máximo la responsabilidad de la filosofía cuando enunció que los filósofos no debían conformarse con interpretar el mundo, sino ayudar en su transformación.
El impulso marxista y sus lúcidas disecciones del capitalismo de su tiempo propiciaron el desarrollo de la Internacional Comunista y fueron la fuerza motriz de la revolución proletaria de 1917 en Rusia.
El mismo Nietzche y un descendiente, Heidegger, serían asumidos como ideólogos de la funesta aspiración hitleriana de proclamar Superhombres a los arios que desencadenarían la Segunda Guerra Mundial.
Los movimientos contraculturales de los años 60 se inspiraron en la prédica de la Escuela de Frankfurt, sobre todo en el Herbert Marcuse de El hombre unidimensional. Hasta Jean Paul Sartre, el existencialista, puso su ideario del lado de la dialéctica que impelía a concebir la continuidad de la historia.
Así, durante más de la mitad del siglo XX, para bien o para mal, participarían los filósofos en la aventura de intentar la demolición de las estructuras existentes en la sociedad y su sustitución por otras nuevas.
Luego el frenesí se opacaría, la decepción generada por las deformaciones de la teoría de Marx que la versión estalinista impuso en los países del socialismo real hicieron a los filósofos sentir la nostalgia de la ciencia pura y encontraron en los hallazgos de Ferdinand de Saussure y Lévi-Strauss, representantes de la corriente “estructuralista”, el paraíso de objetividad anhelado.
Visión congelada
De vuelta a una visión congelada de la historia, ensimismada en paradigmas alejados de las urgencias de la realidad, la filosofía comulgaría con el poder y dejaría listo el camino para el atropellado grito del Fin de la Historia lanzado por Francis Fukuyama (1989) , réplica de la llegada al reino conciliador entre libertad y necesidad, que anteriormente forzara Hegel en la Fenomenología del Espíritu provocando toda la reacción posterior.
Por el camino, el ascenso de los postmodernistas, Derrida, Lyotard, Vattimo and Co., desde una postura aparentemente crítica respecto a los ideales enmohecidos de la caduca modernidad, con el enunciado de la “crisis de los metarrelatos” , la desconfianza absoluta en el pensamiento sistémico y, más allá, en el poder fundante de la razón, ha contribuido a generar esa brecha de atomización, vacío ideológico y de valores por donde se cuelan los nuevos «géneros filosóficos» que aquí se han expuesto, ofrecidos como una respuesta a la necesidad siempre latente de los seres humanos de explicaciones y soluciones intelectuales a las carencias de sus vidas .
Y su mayor capacidad de seducción reside en que lo hacen alojándose en aquello que parece ser ahora tierra de nadie y, sin embargo, compete a todos: la Ética, el terreno que regula la postura del individuo ante sí mismo, la sociedad y los otros, donde se da sentido a la vida, se fundan las aspiraciones y se toma conciencia de sus límites.
La Ética, echada a un lado por la ciencia, amparada en su supuesta neutralidad y absorbida por la racionalidad instrumental; olvidada por la racionalidad política que todo lo supedita al ensanchamiento de la hegemonía; y estorbo para la lógica de la economía, sostenida en la competencia, la supervivencia del más capaz y la estimulación del consumo.
Muertes trágicas
¿Y dónde mejor para encontrar asideros que en los divinos griegos y genios del pasado? Ante un mundo que parece herido de muerte, y definitivamente abandonado por Dios o cualquier otra trascendencia, se activa la nostalgia y cualquier tiempo pasado parece mejor.
“El humanismo de nuestro tiempo debe mirar hacia el futuro retomando la unidad originaria de la vida y el pensamiento griego” . Ahora resulta, si seguimos a Botton, Jiménez Gracia y otros, que los ingeniosos habitantes de la Hélade...esos sí sabían vivir. ¿Y si fuera que ha llovido tanto de entonces acá que no es posible ya escuchar sus quejas?
¿No resulta significativo que la mitad de los virtuosos escogidos para Las consolaciones de la filosofía tuvo una muerte trágica? Sócrates fue condenado a muerte por sus compatriotas atenienses, Séneca se suicidó y Nietzche terminó sus días en la más profunda locura.
Y más ejemplos de muertes antinaturales se recogen en el propio libro de Francisco Jiménez Gracia: Averroes también falleció aquejado de una dolencia psíquica; el fin del religioso Guillermo de Occam fue precipitado por la peste negra. Y Abelardo padeció la “muerte en vida” por la frustración de su intenso amor hacia Eloísa y la castración que le infligiera el padre de la joven.
Por supuesto que no tiene nada de malo que aprendamos de la preferencia por la vida simple de Diógenes o el culto a la amistad de Aristóteles. Lecciones de cómo aprender a convivir con los otros serán siempre útiles; además de que parece una necesidad, en esta época de temores a conspiraciones en la sombra, que la filosofía se convirtiera en “un asunto de interés público que se debate en el ágora”.
¿Habremos llegado a la «postfilosofía»?
Sin embargo, nace la duda... ¿Acaso para imitar a Sócrates, y su viril consecuencia hasta la muerte, debemos como él bebernos la cicuta? Ahora que se nos brindan cómodos remedios contra el malestar, la infelicidad y la ignorancia, ¿no se nos estará preparando de paso para una nueva forma de conformismo?
Por otra parte, la mayoría de estos libros no escapan a los rasgos del estilo de pensamiento desencadenado por la industria cultural de estos tiempos de postmodernidad, donde se promueve un arte descentrado, sin profundidad, perezoso a la hora de comprometerse con la verdad y la objetividad, juguetón, ecléctico, que pulveriza las fronteras entre alta cultura y cultura popular, entre artificio y realidad cotidiana.
Es perentorio escuchar entonces la advertencia de un filosofo de estatura como Eugenio Trías: “La filosofía es arte encaminado al conocimiento que no rehuye el rigor. Pero que pierde toda su gracia y su dignidad si se perpetúa como sirvienta de lo que en una época pueda entenderse por ciencia. Y que sobre todo arruina su esencia y vocación si pretende erigirse en Super-saber rector desde el cual dictaminar los marcos por los que las ciencias puedan circular. Y que se degrada hasta el absurdo si sólo sabe bajar de su pedestal a través de la mendicidad: la que se apropia del último reclamo de nuestra cultura de masas. El compromiso de la filosofía con la época es mucho más hondo y genérico. Tiene que ver con las corrientes de fondo, no con sus más socorridos lugares comunes.”
De todas maneras, en tanto esperamos que la filosofía desbroce esos nuevos cauces, parece que por un tiempo nos seguirá consolando, sustituyendo calmantes, y contándonos leyendas doradas, mientras seguimos soñando con el libro oculto en alguna vetusta biblioteca que contiene la clave para devolvernos la risa.
Rafael Grillo es Periodista y psicólogo. Editor de la publicación digital cubana Cubahora
REFERENCIAS:
Umberto Eco: El nombre de la rosa, Edit. Arte y Literatura, La Habana, 1989.
Jostein Gaarder: Sophie’s world, Phoenix House, Londres, Gran Bretaña, 1995.
Nigel Warburton: La caverna de Platón , Edit.Crítica, Barcelona, 2002
Fernando Jiménez Gracia: La leyenda dorada de la filosofía, Ediciones Libertarias, Madrid , España, 1998
Alain de Botton: Las consolaciones de la filosofía, Edit. Taurus, Madrid, 2001.
Lou Marinoff: Más Platón y menos Prozac, Ediciones B, Madrid, 2001
Friedrich Nietzche, Más allá del bien y del mal, Edit. Porrúa, México, 1987.
Albert Camus, El mito de Sísifo, Edit. Losada, Buenos Aires, 1953.
Danilo Cruz Vélez, De Hegel a Marcuse, Oficina Latinoamericana de Investigaciones Jurídicas y Sociales, Universidad de Carabobo, Venezuela, 1981.
Nicola Abbagnano , Historia de la Filosofía, Ediciones R, La Habana, 1967.
Alejandro Serrano Caldera: El doble rostro de la postmodernidad , Edit. El Amanecer, San José, Costa Rica, 1994.
Terry Eagleton : Las ilusiones del postmodernismo, Edit. Paidós, Argentina, 1997
Eugenio Trías: La filosofía debe ser entendida como una de las bellas artes, El Cultural, marzo 2002.
Luis Fernández-Castañeda: La filosofía en porciones y Manual de supervivencia en el capitalismo avanzado. La caverna de Platon
Rodrigo Fresán: Primeros auxilios, Página 12 , 3 marzo, 2001.
José Ribas: Savater-Trías, Revista Ajoblanco , no. 101, 1998.
Pero además de sabias recetas para obtener triunfos materiales y prestigio social, también la filosofía puede ofrecernos un surtido variado de recomendaciones para enseñarnos a sobrellevar las angustias de la vida cotidiana y resolver conflictos existenciales, conducirnos a la felicidad o mejorar nuestras relaciones con los demás.
Así describe esta nueva opción Rodrigo Fresán: “Atrás han quedado los primitivos manuales de autoayuda escritos por advenedizos del slogan eficaz luchando por sus quince minutos de fama como médicos brujos de la aldea global. Ahora la cosa se ha vuelto más interesante, sofisticada, de alto vuelo.
Ya no se trata de hacer sonar complejos y con muchas páginas los lugares más comunes sino de simplificar el ideario de los grandes pensadores y hacerlo entrar en el espacio más breve posible. El mundo de las grandes ideas a la altura del hombre pequeño. La filosofía como decálogo existencial para el bolso de la dama y el bolsillo del caballero” .
El consuelo de la filosofía
Un representante de esta corriente es Las Consolaciones de la Filosofía, donde el investigador londinense Alain de Botton se plantea “un retorno a las fuentes: arrebatar la filosofía a los teóricos de la academia y devolverla al terreno de lo cotidiano para utilizarla como una herramienta idónea para buscar y encontrar la sabiduría” y fusiona en su libro los propósitos del manual de autoayuda con la divulgación filosófica .
Apoyándose en seis pensadores, Alain va señalando problemas fundamentales de la condición moderna y busca su solución en enseñanzas del pasado. Sobre la "Impopularidad" nadie sabe más que Sócrates, "No tener dinero suficiente" amerita seguir el ejemplo de Epicuro, la especialidad de Séneca es la "Frustración" , Montaigne nos ayudará con la "Incapacidad", el indicado para asumir el “Rechazo Amoroso" es Schopenhauer y Nietzsche dirá como afrontar las "Dificultades".
La preocupación ética, la creencia sincera en la filosofía, el estilo franco donde se mezclan detalles triviales de la vida cotidiana con los conceptos más elevados, la prosa brillante y el tono irónico, son algunos de los encantos de un libro que hasta el momento ha corrido mejor suerte entre los críticos que otros ejemplares de similar especie como Más Platón y menos Prozac .
El “buque insignia de un nuevo movimiento terapéutico cuya originalidad consiste en reivindicar las virtudes curativas de la filosofía” se le debe al también inglés Lou Marinoff.
Cauces presentes y futuros
En Más Platón..., observa las enfermedades del alma desde un ángulo filosófico, y se vale de casos concretos para ejemplificar como procedería un terapeuta o asesor filosófico a la hora de ofrecer al sujeto “la posibilidad de realizar una completa deconstrucción y reconstrucción terapéuticas de la razón, de brindarle un modo de ver el problema que le ayude a salir del bloqueo en que se encuentra”.
El objetivo de Marinoff es evidentemente práctico. Su intención no es hacer justicia a la filosofía, sino utilizarla. Y para que ejerza su función terapéutica, lo que hace falta es que el sujeto la entienda y la pueda aplicar a su caso concreto. Él invita a dar espacio a una “filosofía aplicada”; del mismo modo —dice para convencernos— que hay matemáticas o física pura y aplicadas, ambas con un status reconocido en las universidades.
Pero entre los defectos del libro están su excesivo tono propagandístico, las simplificaciones, su puritanismo y un eclecticismo filosófico irresponsable hacia la cuestión de la verdad, como si valiera recoger de aquí y de allá en el pensamiento humano todo lo que nos parezca aprovechable para sacarlo de la manga en el momento oportuno.
Además, su propuesta, en definitiva, lo que hace es traernos a la mente la dolorosa imagen de la anciana y respetable filosofía, lanzada de pronto al congestionado «mercado del alma» para competir contra todos aquellos más avezados y que llegaron antes: psicoanalistas, adventistas, especialistas en terapias cognitivas o de grupo, católicos, budistas o elegidos de la secta Moon.
Lo más importante que nos deja una obra como esta es reconocer, detrás de ella, cuán urgente palpita la pregunta sobre qué nos puede ofrecer la filosofía y cuáles son sus cauces presentes y futuros. Quizás fue por eso que un filósofo de la reciedumbre de Fernando Savater escribiera la prédica aleccionadora de un padre hacia su hijo de modo que puedan entenderla los adolescentes. Este enemigo mortal del pensamiento light y la banalización cree, sin embargo, en la función formadora de la filosofía y con Ética para Amador quiso estimular el desarrollo de librepensadores; apuntándose así a esta corriente donde se asegura que la filosofía puede enseñarnos a vivir.
El porvenir de la filosofía
Regresemos entonces a la duda de Nietzche con que iniciamos. Otro posthegeliano ilustre, Carlos Marx, la respondió elevando al máximo la responsabilidad de la filosofía cuando enunció que los filósofos no debían conformarse con interpretar el mundo, sino ayudar en su transformación.
El impulso marxista y sus lúcidas disecciones del capitalismo de su tiempo propiciaron el desarrollo de la Internacional Comunista y fueron la fuerza motriz de la revolución proletaria de 1917 en Rusia.
El mismo Nietzche y un descendiente, Heidegger, serían asumidos como ideólogos de la funesta aspiración hitleriana de proclamar Superhombres a los arios que desencadenarían la Segunda Guerra Mundial.
Los movimientos contraculturales de los años 60 se inspiraron en la prédica de la Escuela de Frankfurt, sobre todo en el Herbert Marcuse de El hombre unidimensional. Hasta Jean Paul Sartre, el existencialista, puso su ideario del lado de la dialéctica que impelía a concebir la continuidad de la historia.
Así, durante más de la mitad del siglo XX, para bien o para mal, participarían los filósofos en la aventura de intentar la demolición de las estructuras existentes en la sociedad y su sustitución por otras nuevas.
Luego el frenesí se opacaría, la decepción generada por las deformaciones de la teoría de Marx que la versión estalinista impuso en los países del socialismo real hicieron a los filósofos sentir la nostalgia de la ciencia pura y encontraron en los hallazgos de Ferdinand de Saussure y Lévi-Strauss, representantes de la corriente “estructuralista”, el paraíso de objetividad anhelado.
Visión congelada
De vuelta a una visión congelada de la historia, ensimismada en paradigmas alejados de las urgencias de la realidad, la filosofía comulgaría con el poder y dejaría listo el camino para el atropellado grito del Fin de la Historia lanzado por Francis Fukuyama (1989) , réplica de la llegada al reino conciliador entre libertad y necesidad, que anteriormente forzara Hegel en la Fenomenología del Espíritu provocando toda la reacción posterior.
Por el camino, el ascenso de los postmodernistas, Derrida, Lyotard, Vattimo and Co., desde una postura aparentemente crítica respecto a los ideales enmohecidos de la caduca modernidad, con el enunciado de la “crisis de los metarrelatos” , la desconfianza absoluta en el pensamiento sistémico y, más allá, en el poder fundante de la razón, ha contribuido a generar esa brecha de atomización, vacío ideológico y de valores por donde se cuelan los nuevos «géneros filosóficos» que aquí se han expuesto, ofrecidos como una respuesta a la necesidad siempre latente de los seres humanos de explicaciones y soluciones intelectuales a las carencias de sus vidas .
Y su mayor capacidad de seducción reside en que lo hacen alojándose en aquello que parece ser ahora tierra de nadie y, sin embargo, compete a todos: la Ética, el terreno que regula la postura del individuo ante sí mismo, la sociedad y los otros, donde se da sentido a la vida, se fundan las aspiraciones y se toma conciencia de sus límites.
La Ética, echada a un lado por la ciencia, amparada en su supuesta neutralidad y absorbida por la racionalidad instrumental; olvidada por la racionalidad política que todo lo supedita al ensanchamiento de la hegemonía; y estorbo para la lógica de la economía, sostenida en la competencia, la supervivencia del más capaz y la estimulación del consumo.
Muertes trágicas
¿Y dónde mejor para encontrar asideros que en los divinos griegos y genios del pasado? Ante un mundo que parece herido de muerte, y definitivamente abandonado por Dios o cualquier otra trascendencia, se activa la nostalgia y cualquier tiempo pasado parece mejor.
“El humanismo de nuestro tiempo debe mirar hacia el futuro retomando la unidad originaria de la vida y el pensamiento griego” . Ahora resulta, si seguimos a Botton, Jiménez Gracia y otros, que los ingeniosos habitantes de la Hélade...esos sí sabían vivir. ¿Y si fuera que ha llovido tanto de entonces acá que no es posible ya escuchar sus quejas?
¿No resulta significativo que la mitad de los virtuosos escogidos para Las consolaciones de la filosofía tuvo una muerte trágica? Sócrates fue condenado a muerte por sus compatriotas atenienses, Séneca se suicidó y Nietzche terminó sus días en la más profunda locura.
Y más ejemplos de muertes antinaturales se recogen en el propio libro de Francisco Jiménez Gracia: Averroes también falleció aquejado de una dolencia psíquica; el fin del religioso Guillermo de Occam fue precipitado por la peste negra. Y Abelardo padeció la “muerte en vida” por la frustración de su intenso amor hacia Eloísa y la castración que le infligiera el padre de la joven.
Por supuesto que no tiene nada de malo que aprendamos de la preferencia por la vida simple de Diógenes o el culto a la amistad de Aristóteles. Lecciones de cómo aprender a convivir con los otros serán siempre útiles; además de que parece una necesidad, en esta época de temores a conspiraciones en la sombra, que la filosofía se convirtiera en “un asunto de interés público que se debate en el ágora”.
¿Habremos llegado a la «postfilosofía»?
Sin embargo, nace la duda... ¿Acaso para imitar a Sócrates, y su viril consecuencia hasta la muerte, debemos como él bebernos la cicuta? Ahora que se nos brindan cómodos remedios contra el malestar, la infelicidad y la ignorancia, ¿no se nos estará preparando de paso para una nueva forma de conformismo?
Por otra parte, la mayoría de estos libros no escapan a los rasgos del estilo de pensamiento desencadenado por la industria cultural de estos tiempos de postmodernidad, donde se promueve un arte descentrado, sin profundidad, perezoso a la hora de comprometerse con la verdad y la objetividad, juguetón, ecléctico, que pulveriza las fronteras entre alta cultura y cultura popular, entre artificio y realidad cotidiana.
Es perentorio escuchar entonces la advertencia de un filosofo de estatura como Eugenio Trías: “La filosofía es arte encaminado al conocimiento que no rehuye el rigor. Pero que pierde toda su gracia y su dignidad si se perpetúa como sirvienta de lo que en una época pueda entenderse por ciencia. Y que sobre todo arruina su esencia y vocación si pretende erigirse en Super-saber rector desde el cual dictaminar los marcos por los que las ciencias puedan circular. Y que se degrada hasta el absurdo si sólo sabe bajar de su pedestal a través de la mendicidad: la que se apropia del último reclamo de nuestra cultura de masas. El compromiso de la filosofía con la época es mucho más hondo y genérico. Tiene que ver con las corrientes de fondo, no con sus más socorridos lugares comunes.”
De todas maneras, en tanto esperamos que la filosofía desbroce esos nuevos cauces, parece que por un tiempo nos seguirá consolando, sustituyendo calmantes, y contándonos leyendas doradas, mientras seguimos soñando con el libro oculto en alguna vetusta biblioteca que contiene la clave para devolvernos la risa.
Rafael Grillo es Periodista y psicólogo. Editor de la publicación digital cubana Cubahora
REFERENCIAS:
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Jostein Gaarder: Sophie’s world, Phoenix House, Londres, Gran Bretaña, 1995.
Nigel Warburton: La caverna de Platón , Edit.Crítica, Barcelona, 2002
Fernando Jiménez Gracia: La leyenda dorada de la filosofía, Ediciones Libertarias, Madrid , España, 1998
Alain de Botton: Las consolaciones de la filosofía, Edit. Taurus, Madrid, 2001.
Lou Marinoff: Más Platón y menos Prozac, Ediciones B, Madrid, 2001
Friedrich Nietzche, Más allá del bien y del mal, Edit. Porrúa, México, 1987.
Albert Camus, El mito de Sísifo, Edit. Losada, Buenos Aires, 1953.
Danilo Cruz Vélez, De Hegel a Marcuse, Oficina Latinoamericana de Investigaciones Jurídicas y Sociales, Universidad de Carabobo, Venezuela, 1981.
Nicola Abbagnano , Historia de la Filosofía, Ediciones R, La Habana, 1967.
Alejandro Serrano Caldera: El doble rostro de la postmodernidad , Edit. El Amanecer, San José, Costa Rica, 1994.
Terry Eagleton : Las ilusiones del postmodernismo, Edit. Paidós, Argentina, 1997
Eugenio Trías: La filosofía debe ser entendida como una de las bellas artes, El Cultural, marzo 2002.
Luis Fernández-Castañeda: La filosofía en porciones y Manual de supervivencia en el capitalismo avanzado. La caverna de Platon
Rodrigo Fresán: Primeros auxilios, Página 12 , 3 marzo, 2001.
José Ribas: Savater-Trías, Revista Ajoblanco , no. 101, 1998.