El hambre, una realidad inexplicable. Sven Torfinn/Panos Pictures.
Arthur Gianelli, profesor y director del departamento de filosofía de la universidad católica St. John, de Nueva York, ha publicado recientemente un artículo en la revista The Global Spiral en el que apuesta por una nueva teodicea, disciplina que trata de explicar qué es Dios por medio de la razón o el pensamiento.
Según Gianelli, hasta ahora, las teodiceas no han conseguido explicar o dar razón de la existencia del mal en el mundo, una contradicción que de siempre ha retado la supuesta benevolencia y omnipotencia de Dios –que debería acabar con dicho mal-. Es decir que, si Dios es omnipotente e infinitamente bondadoso, ¿por qué no evita el sufrimiento en el mundo?
Cualquier teodicea trata de explicar qué es Dios por medio de la razón o del pensamiento. Sin embargo, el problema del mal o de la existencia del dolor en el mundo es difícil de compaginar con el concepto anteriormente mencionado de Dios.
Según Gianelli, hasta ahora, las teodiceas han afrontado este problema de dos formas: algunas intentando mostrar que realmente no hay mal en el mundo y que, por tanto, este mal no es un problema; y, otras, tratando de demostrar que el mal juega un papel positivo e incluso necesario en la vida humana.
No hay conexión entre el mal y Dios
Sin embargo, la profundidad y radicalidad del sufrimiento humano trasciende a menudo las fronteras de lo racional: por ejemplo, la ONU señala que, cada día, 42.000 niños mueren en nuestro planeta de enfermedades infantiles comunes. ¿Cómo puede comprenderse que Dios permita semejante dolor? ¿Cómo se puede entender este mal como necesario para que exista el bien?
Y si Dios, intencionadamente, ocasionara el mal por razones que nuestra limitada inteligencia no abarca, ¿de qué servirían entonces los esfuerzos humanos por erradicar el mal? ¿para qué tendríamos la libertad? ¿qué sentido tendría la vida humana?
Según Gianelli, no existe ninguna conexión entre el mal y el bien en el mundo: a veces es cierto que el mal puede originar bien, pero también es verdad que puede ocasionar males mayores. La realidad del mal, y su ausencia de valor positivo, provoca el fracaso de las teodiceas tradicionales. Así que una teodicea que pretenda ser exitosa deberá aceptar la realidad del mal y su ausencia de valor, al tiempo que defienda la perfecta bondad de Dios.
Para el autor, esta teodicea debería contemplar que el mal existe realmente, es decir, que nuestros sentidos no nos engañan; que el mal es mal y el bien es bien (que el mal carece de un valor positivo); y que un Dios perfectamente bueno no usaría el mal para ningún propósito oculto sino que debería desear el bien para todas sus criaturas.
Seres significativos y libres
El siguiente paso para la creación de dicha nueva teodicea sería el contemplar el problema de la creación. Si Dios creó el mundo pudo tener dos opciones: generar una realidad en la que las criaturas y toda su actividad vinieran completamente determinadas por Él. O, la segunda posibilidad, que Dios creara una realidad significativa, es decir, una realidad con la que compartió no sólo su existencia sino también sus poderes. Es decir, sus criaturas disfrutarían de cierto control sobre su propia existencia.
El tiempo en ese mundo sería un elemento central para que todos estos seres significativos pudieran interactuar con otros seres. Y también para que todos pudieran influir en sus futuros, en su existencia, a través de sus propias acciones. Serían libres para elegir entre diversos futuros y actualizar sus elecciones. Estos seres significativos contarían con una amplia gama de alternativas posibles.
Pero, realmente, ¿es nuestro universo un ejemplo de una creación significativa y es el ser humano un ser significativo? Los estudios científicos sobre el universo, en los últimos 400 años, han revelado que existe una inmensa y compleja realidad. Divulgadores científicos modernos como Paul Davies, John Gribbin, Richard Morris, etc, hablan de “posibilidades ilimitadas” cuando se refieren al universo.
Además, también sabemos que el universo está en proceso, que no está completado.
Por otro lado, se ha demostrado que la evolución es un proceso irreversible que genera siempre novedad, diversidad y mayores niveles de organización en todas las parcelas del universo. Más allá de todo esto, el Principio de Indeterminación de la Física Cuántica nos ha demostrado que el universo cuenta con infinitas posibilidades de desarrollo. Y, a medida que pasa el tiempo, se generan en él niveles más altos de organización y potencia.
Las evidencias de la ciencia contemporánea, por último, sugieren que nuestro universo se encontraría entre los posibles universos creados en los que existirían seres significativos, por lo que es razonable concluir que el objetivo de la evolución cósmica sería la generación de seres significativos en un universo en el cual dichos seres puedan ser significativos.
Declaración de la Teodicea del Ser Significativo (SBT)
Si este universo es un lugar en el que los seres significativos pueden existir y, nosotros somos seres significativos, se abre ante nuestros ojos una nueva teodicea. El universo debería contener un espectro de alternativas que variarían desde el bien ilimitado hasta el otro extremo, el del mal ilimitado. Esto nos conduce a los dos primeros principios de dicha teodicea, escribe Gianelli:
El principio uno señala que la posibilidad del mal, dentro del rango ilimitado de alternativas, debe existir para que los seres significativos existan realmente. El principio dos señalaría que ningún mal es incorregible, es decir, que la posibilidad de superar cualquier mal, por prevención o eliminación, debiera existir ya en el universo.
Y, si el Dios del teísmo tradicional decidió crear seres significativos, con una libertad ilimitada, eso nos llevaría a la conclusión de que Él respetaría dicha significación en sus criaturas, por lo que llegamos al principio tercero: Dios no se entrometería en el mundo como un agente externo para no comprometer su significación.
Por tanto, los agentes que participan e influyen en el universo podrían ser únicamente agentes naturales que operan siguiendo leyes naturales. Dios podría interactuar con el mundo pero esta interacción debiera ser comprensible para los seres significativos, y no representar una violación de las leyes de la naturaleza porque, de lo contrario, eso supondría comprometer la libertad humana.
Estas explicaciones, evidentemente, nos pueden satisfacer en el plano intelectual, señala Gianelli pero darían poco consuelo a aquéllos que sufren aquí y ahora. Sin embargo, tal vez, el papel de la teodicea sea sólo aportar una explicación intelectual satisfactoria, y no consuelo, concluye el autor.
Según Gianelli, hasta ahora, las teodiceas no han conseguido explicar o dar razón de la existencia del mal en el mundo, una contradicción que de siempre ha retado la supuesta benevolencia y omnipotencia de Dios –que debería acabar con dicho mal-. Es decir que, si Dios es omnipotente e infinitamente bondadoso, ¿por qué no evita el sufrimiento en el mundo?
Cualquier teodicea trata de explicar qué es Dios por medio de la razón o del pensamiento. Sin embargo, el problema del mal o de la existencia del dolor en el mundo es difícil de compaginar con el concepto anteriormente mencionado de Dios.
Según Gianelli, hasta ahora, las teodiceas han afrontado este problema de dos formas: algunas intentando mostrar que realmente no hay mal en el mundo y que, por tanto, este mal no es un problema; y, otras, tratando de demostrar que el mal juega un papel positivo e incluso necesario en la vida humana.
No hay conexión entre el mal y Dios
Sin embargo, la profundidad y radicalidad del sufrimiento humano trasciende a menudo las fronteras de lo racional: por ejemplo, la ONU señala que, cada día, 42.000 niños mueren en nuestro planeta de enfermedades infantiles comunes. ¿Cómo puede comprenderse que Dios permita semejante dolor? ¿Cómo se puede entender este mal como necesario para que exista el bien?
Y si Dios, intencionadamente, ocasionara el mal por razones que nuestra limitada inteligencia no abarca, ¿de qué servirían entonces los esfuerzos humanos por erradicar el mal? ¿para qué tendríamos la libertad? ¿qué sentido tendría la vida humana?
Según Gianelli, no existe ninguna conexión entre el mal y el bien en el mundo: a veces es cierto que el mal puede originar bien, pero también es verdad que puede ocasionar males mayores. La realidad del mal, y su ausencia de valor positivo, provoca el fracaso de las teodiceas tradicionales. Así que una teodicea que pretenda ser exitosa deberá aceptar la realidad del mal y su ausencia de valor, al tiempo que defienda la perfecta bondad de Dios.
Para el autor, esta teodicea debería contemplar que el mal existe realmente, es decir, que nuestros sentidos no nos engañan; que el mal es mal y el bien es bien (que el mal carece de un valor positivo); y que un Dios perfectamente bueno no usaría el mal para ningún propósito oculto sino que debería desear el bien para todas sus criaturas.
Seres significativos y libres
El siguiente paso para la creación de dicha nueva teodicea sería el contemplar el problema de la creación. Si Dios creó el mundo pudo tener dos opciones: generar una realidad en la que las criaturas y toda su actividad vinieran completamente determinadas por Él. O, la segunda posibilidad, que Dios creara una realidad significativa, es decir, una realidad con la que compartió no sólo su existencia sino también sus poderes. Es decir, sus criaturas disfrutarían de cierto control sobre su propia existencia.
El tiempo en ese mundo sería un elemento central para que todos estos seres significativos pudieran interactuar con otros seres. Y también para que todos pudieran influir en sus futuros, en su existencia, a través de sus propias acciones. Serían libres para elegir entre diversos futuros y actualizar sus elecciones. Estos seres significativos contarían con una amplia gama de alternativas posibles.
Pero, realmente, ¿es nuestro universo un ejemplo de una creación significativa y es el ser humano un ser significativo? Los estudios científicos sobre el universo, en los últimos 400 años, han revelado que existe una inmensa y compleja realidad. Divulgadores científicos modernos como Paul Davies, John Gribbin, Richard Morris, etc, hablan de “posibilidades ilimitadas” cuando se refieren al universo.
Además, también sabemos que el universo está en proceso, que no está completado.
Por otro lado, se ha demostrado que la evolución es un proceso irreversible que genera siempre novedad, diversidad y mayores niveles de organización en todas las parcelas del universo. Más allá de todo esto, el Principio de Indeterminación de la Física Cuántica nos ha demostrado que el universo cuenta con infinitas posibilidades de desarrollo. Y, a medida que pasa el tiempo, se generan en él niveles más altos de organización y potencia.
Las evidencias de la ciencia contemporánea, por último, sugieren que nuestro universo se encontraría entre los posibles universos creados en los que existirían seres significativos, por lo que es razonable concluir que el objetivo de la evolución cósmica sería la generación de seres significativos en un universo en el cual dichos seres puedan ser significativos.
Declaración de la Teodicea del Ser Significativo (SBT)
Si este universo es un lugar en el que los seres significativos pueden existir y, nosotros somos seres significativos, se abre ante nuestros ojos una nueva teodicea. El universo debería contener un espectro de alternativas que variarían desde el bien ilimitado hasta el otro extremo, el del mal ilimitado. Esto nos conduce a los dos primeros principios de dicha teodicea, escribe Gianelli:
El principio uno señala que la posibilidad del mal, dentro del rango ilimitado de alternativas, debe existir para que los seres significativos existan realmente. El principio dos señalaría que ningún mal es incorregible, es decir, que la posibilidad de superar cualquier mal, por prevención o eliminación, debiera existir ya en el universo.
Y, si el Dios del teísmo tradicional decidió crear seres significativos, con una libertad ilimitada, eso nos llevaría a la conclusión de que Él respetaría dicha significación en sus criaturas, por lo que llegamos al principio tercero: Dios no se entrometería en el mundo como un agente externo para no comprometer su significación.
Por tanto, los agentes que participan e influyen en el universo podrían ser únicamente agentes naturales que operan siguiendo leyes naturales. Dios podría interactuar con el mundo pero esta interacción debiera ser comprensible para los seres significativos, y no representar una violación de las leyes de la naturaleza porque, de lo contrario, eso supondría comprometer la libertad humana.
Estas explicaciones, evidentemente, nos pueden satisfacer en el plano intelectual, señala Gianelli pero darían poco consuelo a aquéllos que sufren aquí y ahora. Sin embargo, tal vez, el papel de la teodicea sea sólo aportar una explicación intelectual satisfactoria, y no consuelo, concluye el autor.