Alma Mater (Algaida, 2018) es la segunda, y magnífica, novela de Ana Muela Pareja, y ha merecido el I Premio Policía Nacional, y no me extraña, dada su calidad y buen hacer, como voy a intentar demostrar en estas líneas.
Su primera novela, El falso cuerno del rinoceronte (Premio Kutxa Ciudad de Irún, editada también por Algaida), ya nos sorprendió gratamente hace dos años.
En ella, la escritora presentaba un extraño caso de asesinato ritual en una iglesia franciscana madrileña, cerca de Cuatro Caminos; el caso lo resolvió el ínclito comisario Gajanejos, de apellido alcarreño, vida destartalada y agudeza de ingenio digna del mejor sabueso de novela policíaca.
Tras leerla, muchos pensamos que aquello no era sino el comienzo de una saga, con un nuevo sabueso en danza dispuesto a competir en olfato e instinto con sus preclaros colegas europeos y americanos. Y así ha sido.
De nuevo, ahora, Gajanejos se encarga de desentrañar la misteriosa muerte de tres catedráticos de la Universidad Complutense, un viejo profesor de latín, con fama de mujeriego, que aparece emasculado y degollado en su despacho, una lumbrera de la astrofísica, acribillado en su automóvil en el aparcamiento de su facultad y, por último, un profesor de derecho cocainómano aparentemente suicidado, también en su despacho.
Su primera novela, El falso cuerno del rinoceronte (Premio Kutxa Ciudad de Irún, editada también por Algaida), ya nos sorprendió gratamente hace dos años.
En ella, la escritora presentaba un extraño caso de asesinato ritual en una iglesia franciscana madrileña, cerca de Cuatro Caminos; el caso lo resolvió el ínclito comisario Gajanejos, de apellido alcarreño, vida destartalada y agudeza de ingenio digna del mejor sabueso de novela policíaca.
Tras leerla, muchos pensamos que aquello no era sino el comienzo de una saga, con un nuevo sabueso en danza dispuesto a competir en olfato e instinto con sus preclaros colegas europeos y americanos. Y así ha sido.
De nuevo, ahora, Gajanejos se encarga de desentrañar la misteriosa muerte de tres catedráticos de la Universidad Complutense, un viejo profesor de latín, con fama de mujeriego, que aparece emasculado y degollado en su despacho, una lumbrera de la astrofísica, acribillado en su automóvil en el aparcamiento de su facultad y, por último, un profesor de derecho cocainómano aparentemente suicidado, también en su despacho.
Un Montalbano de Madrid
Como ven, la trama no puede ser más desternillante y entretenida: ¡un asesino en serie de profesores de la Complu! Lo mejor de la novela es que, de nuevo, junto a las pesquisas para la resolución de la trama, la autora va entreverando la propia (desastrada) realidad vital de Gajanejos, sus tímidos escarceos amorosos, su relación con la hija adolescente que decide unilateralmente venirse a vivir con él, la madre medio abandonada en un geriátrico moribunda, la exmujer, la novia maestra, la asistenta vengativa, pero también los montados de lomo en el bar del Guarrete, los escalopes con patatas de la cantina, los paseos por un Madrid otoñal, frío y solemne en busca de una pista definitiva que pueda dar con la clave de bóveda de esta triple escabechina.
Como en la anterior entrega, lo mejor de la novela es el fino sentido del humor que despliega en todo momento Ana Muela: frente a lo escabroso de los crímenes, la mirada es siempre benévola, irónica o sarcástica con Gajanejos y sus múltiples femeninas circunstancias.
El resultado: una lectura amena, una prosa cuidada, una construcción de personajes excelente y una trama ingeniosa y servida con las dosis exactas de morbo, ternura, crueldad, suspense y sorpresa. Y de fondo, como digo, ese sutil sentido del humor que engrasa lo criminal y sórdido con el tierno descalabro del personaje protagonista y su descabalada derrota vital. Y Madrid. Y la Universidad Complutense, Alma mater, donde estudió varias carreras la propia novelista que ahora, de esta manera ingeniosa y oblicua, homenajea sus pasillos, sus aulas, las clases de latín y sus atardeceres otoñales de delirio.
Ana Muela, con esta serie, está a un tris de convertir a Gajanejos en el Brunetti o el Montalbano matritense. Si el primero deambula con su gabardina por los canales de la serenísima, de la mano de Donna Leon, y el segundo debela todas las tramas oscuras de la Sicilia profunda en la pluma sabia de Camillieri, el madrileño recorre de la mano de Ana Muela las calles de su ciudad sacando a la luz los turbios cendales que, casi siempre, conforman los recovecos más siniestros del alma de algunos seres humanos que, bajo la apariencia de una decente fachada, celan terribles y secretas anomalías. La frágil condición humana y su lado más miserable, más fosco, pero narrado con el humor y el amor de quien disfruta con la escritura.
Como ven, la trama no puede ser más desternillante y entretenida: ¡un asesino en serie de profesores de la Complu! Lo mejor de la novela es que, de nuevo, junto a las pesquisas para la resolución de la trama, la autora va entreverando la propia (desastrada) realidad vital de Gajanejos, sus tímidos escarceos amorosos, su relación con la hija adolescente que decide unilateralmente venirse a vivir con él, la madre medio abandonada en un geriátrico moribunda, la exmujer, la novia maestra, la asistenta vengativa, pero también los montados de lomo en el bar del Guarrete, los escalopes con patatas de la cantina, los paseos por un Madrid otoñal, frío y solemne en busca de una pista definitiva que pueda dar con la clave de bóveda de esta triple escabechina.
Como en la anterior entrega, lo mejor de la novela es el fino sentido del humor que despliega en todo momento Ana Muela: frente a lo escabroso de los crímenes, la mirada es siempre benévola, irónica o sarcástica con Gajanejos y sus múltiples femeninas circunstancias.
El resultado: una lectura amena, una prosa cuidada, una construcción de personajes excelente y una trama ingeniosa y servida con las dosis exactas de morbo, ternura, crueldad, suspense y sorpresa. Y de fondo, como digo, ese sutil sentido del humor que engrasa lo criminal y sórdido con el tierno descalabro del personaje protagonista y su descabalada derrota vital. Y Madrid. Y la Universidad Complutense, Alma mater, donde estudió varias carreras la propia novelista que ahora, de esta manera ingeniosa y oblicua, homenajea sus pasillos, sus aulas, las clases de latín y sus atardeceres otoñales de delirio.
Ana Muela, con esta serie, está a un tris de convertir a Gajanejos en el Brunetti o el Montalbano matritense. Si el primero deambula con su gabardina por los canales de la serenísima, de la mano de Donna Leon, y el segundo debela todas las tramas oscuras de la Sicilia profunda en la pluma sabia de Camillieri, el madrileño recorre de la mano de Ana Muela las calles de su ciudad sacando a la luz los turbios cendales que, casi siempre, conforman los recovecos más siniestros del alma de algunos seres humanos que, bajo la apariencia de una decente fachada, celan terribles y secretas anomalías. La frágil condición humana y su lado más miserable, más fosco, pero narrado con el humor y el amor de quien disfruta con la escritura.