Tenemos muchas subpersonalidades y, dependiendo de qué personalidad pongamos a trabajar en cada momento, así de bien (o de mal) realizaremos un trabajo o dirigiremos a nuestro equipo. Esta aparente paradoja es la principal tesis que defiende el experto en creatividad Jurgen Wolff en su último libro, titulado “Focus: the Power of Targeted Thinking”.
Muchos directivos llegan a su oficina a diario con la mejor disposición para hacer su trabajo o gestionar a su equipo. Sin embargo, en demasiadas ocasiones, si las cosas se tuercen, se dejan llevar y sus buenas intenciones se quedan en nada, del tal modo que cometen errores o bien terminan pagándolo con la gente que lo rodea. La clave está en darnos cuenta del momento en que ese cambio se produce para, precisamente, no dejarnos llevar por inercias. Se trata, en definitiva, de controlar nuestras diferentes personalidades para que trabajen a nuestro favor en todo momento.
La mayor parte de las veces, dice Wolff no tenemos opción de “encargar” determinada labor o comportamiento a esa subpersonalidad que nosotros pensamos mejor puede realizarla. De hecho, una de las claves para tener más éxito en la empresa es reconocer nuestras diferentes personalidades y que hacerlas conscientes sea un proceso intencionado.
“Hay veces que estamos centrados y otras que, sencillamente, dejamos que nuestra curiosidad nos guíe. De igual manera, algunas ocasiones tenemos un estado de ánimo conciliador, mientras que otras tomamos la firme determinación de hacer el trabajo por nosotros mismos”, dice Wolff en la revista Management-Issues.
Evocar en la mente
El consejo que da este autor es que, al empezar cualquier tarea, pensemos qué cualidades pueden ser importantes para alcanzar los objetivos que nos hemos marcado y, después, evocarlas en nuestra mente. Una vez terminada esa actividad, tendríamos que volver a hacer el mismo ejercicio de focalización para determinar cuál de nuestras personalidades hará la siguiente tarea.
Por ejemplo, si nuestro “niños curioso” es el encargado ordenar la oficina, lo más probable es que después de clasificar unos documentos pendientes de leer dejemos de ordenar, ya que nos aburriremos soberanamente. Sin embargo, esa personalidad juguetona que no sirve para ordenar es muy probable que sea perfecta para mover un nuevo proyecto en un brainstorming.
Wolff sugiere incluso que demos nombre a estos aspectos de nosotros mismos. Algunos que él propone son, además de “Niño Curioso”, al que antes hacíamos mención; “Atila”, cuando lo que le guía es la determinación; “Hermana Armonía” cuando hacemos énfasis en la cooperación los demás; y “Moneypenny” (un personaje de las películas de James Bond) cuando la actividad que estamos haciendo requiere mucha precisión.
Según el libro, si se usan estos nombres, podremos poner más fácilmente ese marco en nuestra mente que nos ayuda a focalizar la personalidad que mejor pueda hacer cierta tarea.
Unos sencillos pasos
La propuesta de Wolff es tremendamente práctica e incluso sugiere una serie de pasos que se pueden dar para aplicar esta técnica en la gestión diaria.
Evidentemente, el primer paso sería identificar claramente la tarea o la acción que ha de ser llevada a cabo.
El segundo paso sería estudiar los rasgos esenciales de esa acción que se va realizar. Se refiere a que nos hagamos preguntas como: ¿Si necesito contratar a alguien para hacerlas, que atributos debería tener esa persona?
Wolff recomienda que recordemos un momento en el que hayamos exhibido esa cualidad con la que nos queremos conectar para llevar a cabo esa acción que queremos realizar. Por ejemplo, si cuando éramos pequeños nos mostrábamos muy fieros jugando al fútbol, sería posible conectarse con esa fiereza en una mesa de negociación.
Asimismo, afirma que, si no tenemos esa cualidad deseada, es posible pensar en alguien que sí la tenga e imaginar cómo sería. Una vez que nos hemos “conectado” con esa otra personalidad, debemos, dice, que usemos nuestros sentidos para ver cómo son las cosas, cómo suenan y cómo nos sentimos cuando están en “en el modo mental elegido”.
Mientras llevamos a cabo esa acción, debemos permanecer atentos para que ese “personaje” elegido no desfallezca. Si eso ocurre, hay que parar para actualizarlo, dice Wolff.
La técnica que recoge el libro puede parecer un poco excéntrica al principio, pero Wolff afirma que muchas de las personas que participan en sus sesiones de trabajo no sólo para hacer más cosas, sino también para hacer actividades que antes evitaban a toda costa.
Muchos directivos llegan a su oficina a diario con la mejor disposición para hacer su trabajo o gestionar a su equipo. Sin embargo, en demasiadas ocasiones, si las cosas se tuercen, se dejan llevar y sus buenas intenciones se quedan en nada, del tal modo que cometen errores o bien terminan pagándolo con la gente que lo rodea. La clave está en darnos cuenta del momento en que ese cambio se produce para, precisamente, no dejarnos llevar por inercias. Se trata, en definitiva, de controlar nuestras diferentes personalidades para que trabajen a nuestro favor en todo momento.
La mayor parte de las veces, dice Wolff no tenemos opción de “encargar” determinada labor o comportamiento a esa subpersonalidad que nosotros pensamos mejor puede realizarla. De hecho, una de las claves para tener más éxito en la empresa es reconocer nuestras diferentes personalidades y que hacerlas conscientes sea un proceso intencionado.
“Hay veces que estamos centrados y otras que, sencillamente, dejamos que nuestra curiosidad nos guíe. De igual manera, algunas ocasiones tenemos un estado de ánimo conciliador, mientras que otras tomamos la firme determinación de hacer el trabajo por nosotros mismos”, dice Wolff en la revista Management-Issues.
Evocar en la mente
El consejo que da este autor es que, al empezar cualquier tarea, pensemos qué cualidades pueden ser importantes para alcanzar los objetivos que nos hemos marcado y, después, evocarlas en nuestra mente. Una vez terminada esa actividad, tendríamos que volver a hacer el mismo ejercicio de focalización para determinar cuál de nuestras personalidades hará la siguiente tarea.
Por ejemplo, si nuestro “niños curioso” es el encargado ordenar la oficina, lo más probable es que después de clasificar unos documentos pendientes de leer dejemos de ordenar, ya que nos aburriremos soberanamente. Sin embargo, esa personalidad juguetona que no sirve para ordenar es muy probable que sea perfecta para mover un nuevo proyecto en un brainstorming.
Wolff sugiere incluso que demos nombre a estos aspectos de nosotros mismos. Algunos que él propone son, además de “Niño Curioso”, al que antes hacíamos mención; “Atila”, cuando lo que le guía es la determinación; “Hermana Armonía” cuando hacemos énfasis en la cooperación los demás; y “Moneypenny” (un personaje de las películas de James Bond) cuando la actividad que estamos haciendo requiere mucha precisión.
Según el libro, si se usan estos nombres, podremos poner más fácilmente ese marco en nuestra mente que nos ayuda a focalizar la personalidad que mejor pueda hacer cierta tarea.
Unos sencillos pasos
La propuesta de Wolff es tremendamente práctica e incluso sugiere una serie de pasos que se pueden dar para aplicar esta técnica en la gestión diaria.
Evidentemente, el primer paso sería identificar claramente la tarea o la acción que ha de ser llevada a cabo.
El segundo paso sería estudiar los rasgos esenciales de esa acción que se va realizar. Se refiere a que nos hagamos preguntas como: ¿Si necesito contratar a alguien para hacerlas, que atributos debería tener esa persona?
Wolff recomienda que recordemos un momento en el que hayamos exhibido esa cualidad con la que nos queremos conectar para llevar a cabo esa acción que queremos realizar. Por ejemplo, si cuando éramos pequeños nos mostrábamos muy fieros jugando al fútbol, sería posible conectarse con esa fiereza en una mesa de negociación.
Asimismo, afirma que, si no tenemos esa cualidad deseada, es posible pensar en alguien que sí la tenga e imaginar cómo sería. Una vez que nos hemos “conectado” con esa otra personalidad, debemos, dice, que usemos nuestros sentidos para ver cómo son las cosas, cómo suenan y cómo nos sentimos cuando están en “en el modo mental elegido”.
Mientras llevamos a cabo esa acción, debemos permanecer atentos para que ese “personaje” elegido no desfallezca. Si eso ocurre, hay que parar para actualizarlo, dice Wolff.
La técnica que recoge el libro puede parecer un poco excéntrica al principio, pero Wolff afirma que muchas de las personas que participan en sus sesiones de trabajo no sólo para hacer más cosas, sino también para hacer actividades que antes evitaban a toda costa.