Cuando leo en “Piezapín” que “entra Ágave exultante y cubierta de sangre, llevando la cabeza de Penteo empalada en una laguna” y que “lanza la laguna al público”, recuerdo las palabras que Emily Dickinson le dijo a T.W. Higginson en una conversación:
Si leo un libro y se me enfría tanto el cuerpo que ningún fuego puede calentarme, sé que “eso” es poesía. Si tengo la sensación física de que se me vuela la tapa de los sesos sé que “eso” es poesía. Son para mí las únicas maneras de saberlo. ¿Existe alguna otra manera?
El texto de “Piezapin. Una versión de Las bacantes de Eurípides” le había sido encargado a Anne Carson (Toronto, 1950) por el artista Elliot Hundley para su exposición Las bacantes. En la tragedia de Eurípides existe un silencio, una gran laguna, que solo conocemos por referencias de la Antigüedad. Ágave se lamenta cuando caen los velos de la locura –provocada por Dionisos–, y es consciente de que ha matado y descuartizado a Penteo, su hijo. El saber le provoca un insoportable dolor. La intervención de Ágave se convirtió en paradigma para escribir un planto; pero nosotros desconocemos las palabras que escribió Eurípides.
La laguna es el silencio físico al que Anne Carson se refiere en “Variaciones sobre el derecho a permanecer en silencio”; el papiro donde se habría copiado el texto ha sufrido un deterioro, los versos aparecen mutilados, a veces solo se conserva algún fragmento para intuir lo que pudo ser un poema. El otro silencio es el metafísico, el que “se produce en el interior de las palabras mismas. Y sus intenciones son más difíciles de definir. Todo traductor sabe en qué punto un idioma no se puede traducir a otro”.
Con Flota (2019) inicia su andadura Cielo Eléctrico, una nueva editorial que concibe la literatura como algo distinto a un producto de mercado. Flota está compuesto por veintidós cuadernillos, de varios tonos azules –cada uno de ellos con una maquetación propia–, y un folleto con los textos en inglés. El diseño es el mismo que el de la edición original, Floats (2016), con una caja de PVC para guardar los cuadernos.
Jordi Doce y Andrés Catalán se han encargado de la traducción. Una tarea nada fácil en una obra llena de neologismos, dobles sentidos o textos creados no solo para ser leídos, sino para ser escuchados como parte de una representación, de una producción artística en la que se aúnan las palabras, la danza, la pintura o la escultura.
Para no perdernos en ese mar, en esta prodigiosa caja, se incluyen unas “Notas sobre las representaciones”. Flota es un baúl lleno de la más alta literatura, en la que cabe todo: el ensayo, la traducción, las conferencias líricas, los poemas. Cada cuaderno es una sorpresa. Podemos leerlos en el orden que queramos, barajarlos, tomar alguno por azar, guardarlos y volverlos a extender sobre una mesa. En suma, tanto la edición como el contenido son una obra de arte.
“La lectura puede ser una caída libre”, nos advierte Anne Carson. Flota es una obra densa, compleja, de múltiples lecturas con las que viajamos de la tradición a la vanguardia. Y llegamos a sentir que, en verdad, no se diferencian tanto. Nadie mejor para recordárnoslo que Anne Carson, en cuyos libros solo aparece esta nota biográfica: “Nació en Canadá y se gana la vida enseñando griego antiguo”.
Como pasear en un alambre sobre un abismo
Si leemos conforme al orden que aparece en “Contenido” –una hoja suelta a modo de índice–, comenzaremos con “Al azar el pueblo cicládico”, un texto que podemos reordenar a nuestro gusto, pues el pueblo cicládico seguirá ocultándonos sus misterios. ¿Para qué utilizaban las llamadas sartenes de cerámica? Algunos investigadores han sugerido que las llenaban de agua y las usaban como espejos: “Los espejos llevaron al pueblo cicládico a pensar en el alma y a desear calmarla”.
En “Cómo hacer que te guste Si yo le dijera: Un retrato completo de Picasso, de Gertrude Stein”, Anne Carson consigue que leamos el poema de Gertrude Stein desde otra perspectiva, más allá de sus insistentes repeticiones y de su sintaxis fragmentada; aunque, como escribe Carson: “A menudo cuando leo a Gertrude Stein tengo la impresión de haber captado el meollo y me dejo lleva un rato de buena fe, entonces de repente cambia de vía y ahí me quedo, como si dijéramos, tirada en el andén. Desaparece de la vista”.
Otro cuaderno recoge poemas del canadiense Émile Nelligan (1879-1941), que Anne Carson traduce del francés. Nelligan sufrió demencia desde los veinte años. Acerca de su poesía Carson añade una nota final: “Los poemas son negras puñaladas contra el invierno y la trascendencia. (…) Ciertas personas nacen quizá en la noche de su propia vida, y, aunque recuerdan una mañana y una tarde, ya no pueden vivirlas: andan ya perdidos en las sombras”.
“Me gusta escribir conferencias. Mi parte favorita es conectar las ideas. Las mejores conexiones son las que llaman la atención sobre su propia precariedad”, nos dice Anne Carson en “Tío cayendo. Un par de conferencias líricas con el mismo coro”, uno de los textos más conmovedores, escrito para ser leído por dos conferenciantes y un coro formado por “Cuatro Gertrude Stein sentadas que se parecen al retrato que pintó Picasso”. La primera conferencia trata sobre el tío Harry que nace el mismo año que Gertrude Stein, aunque la vida de ambos fue muy distinta. En el texto se hilvanan recuerdos y reflexiones; pero si por momentos nos pudiera resultar melodramático, Anne Carson escribe:
Sin embargo también estoy segura de que en la arenilla y los posos al fondo de la psique donde el dolor tiene su cocina existen solamente extremos, no hay mesura, no hay compasión. La compasión procede de un lago o de un tío.
En “Cayendo”, la segunda conferencia del cuaderno, la poeta recrea la figura de su padre, que acabó como el tío Harry, “encerrado en la oscura costumbre de la demencia”. Siempre hay un misterio en las relaciones humanas, de ahí el miedo al hablar “sobre algo real” que el padre y la hija sienten; era “como pasear por un alambre sobre un abismo”. Y el silencio se convierte en “un casco que pudiera absorber cualquier impacto pasado, presente o futuro”.
Si leo un libro y se me enfría tanto el cuerpo que ningún fuego puede calentarme, sé que “eso” es poesía. Si tengo la sensación física de que se me vuela la tapa de los sesos sé que “eso” es poesía. Son para mí las únicas maneras de saberlo. ¿Existe alguna otra manera?
El texto de “Piezapin. Una versión de Las bacantes de Eurípides” le había sido encargado a Anne Carson (Toronto, 1950) por el artista Elliot Hundley para su exposición Las bacantes. En la tragedia de Eurípides existe un silencio, una gran laguna, que solo conocemos por referencias de la Antigüedad. Ágave se lamenta cuando caen los velos de la locura –provocada por Dionisos–, y es consciente de que ha matado y descuartizado a Penteo, su hijo. El saber le provoca un insoportable dolor. La intervención de Ágave se convirtió en paradigma para escribir un planto; pero nosotros desconocemos las palabras que escribió Eurípides.
La laguna es el silencio físico al que Anne Carson se refiere en “Variaciones sobre el derecho a permanecer en silencio”; el papiro donde se habría copiado el texto ha sufrido un deterioro, los versos aparecen mutilados, a veces solo se conserva algún fragmento para intuir lo que pudo ser un poema. El otro silencio es el metafísico, el que “se produce en el interior de las palabras mismas. Y sus intenciones son más difíciles de definir. Todo traductor sabe en qué punto un idioma no se puede traducir a otro”.
Con Flota (2019) inicia su andadura Cielo Eléctrico, una nueva editorial que concibe la literatura como algo distinto a un producto de mercado. Flota está compuesto por veintidós cuadernillos, de varios tonos azules –cada uno de ellos con una maquetación propia–, y un folleto con los textos en inglés. El diseño es el mismo que el de la edición original, Floats (2016), con una caja de PVC para guardar los cuadernos.
Jordi Doce y Andrés Catalán se han encargado de la traducción. Una tarea nada fácil en una obra llena de neologismos, dobles sentidos o textos creados no solo para ser leídos, sino para ser escuchados como parte de una representación, de una producción artística en la que se aúnan las palabras, la danza, la pintura o la escultura.
Para no perdernos en ese mar, en esta prodigiosa caja, se incluyen unas “Notas sobre las representaciones”. Flota es un baúl lleno de la más alta literatura, en la que cabe todo: el ensayo, la traducción, las conferencias líricas, los poemas. Cada cuaderno es una sorpresa. Podemos leerlos en el orden que queramos, barajarlos, tomar alguno por azar, guardarlos y volverlos a extender sobre una mesa. En suma, tanto la edición como el contenido son una obra de arte.
“La lectura puede ser una caída libre”, nos advierte Anne Carson. Flota es una obra densa, compleja, de múltiples lecturas con las que viajamos de la tradición a la vanguardia. Y llegamos a sentir que, en verdad, no se diferencian tanto. Nadie mejor para recordárnoslo que Anne Carson, en cuyos libros solo aparece esta nota biográfica: “Nació en Canadá y se gana la vida enseñando griego antiguo”.
Como pasear en un alambre sobre un abismo
Si leemos conforme al orden que aparece en “Contenido” –una hoja suelta a modo de índice–, comenzaremos con “Al azar el pueblo cicládico”, un texto que podemos reordenar a nuestro gusto, pues el pueblo cicládico seguirá ocultándonos sus misterios. ¿Para qué utilizaban las llamadas sartenes de cerámica? Algunos investigadores han sugerido que las llenaban de agua y las usaban como espejos: “Los espejos llevaron al pueblo cicládico a pensar en el alma y a desear calmarla”.
En “Cómo hacer que te guste Si yo le dijera: Un retrato completo de Picasso, de Gertrude Stein”, Anne Carson consigue que leamos el poema de Gertrude Stein desde otra perspectiva, más allá de sus insistentes repeticiones y de su sintaxis fragmentada; aunque, como escribe Carson: “A menudo cuando leo a Gertrude Stein tengo la impresión de haber captado el meollo y me dejo lleva un rato de buena fe, entonces de repente cambia de vía y ahí me quedo, como si dijéramos, tirada en el andén. Desaparece de la vista”.
Otro cuaderno recoge poemas del canadiense Émile Nelligan (1879-1941), que Anne Carson traduce del francés. Nelligan sufrió demencia desde los veinte años. Acerca de su poesía Carson añade una nota final: “Los poemas son negras puñaladas contra el invierno y la trascendencia. (…) Ciertas personas nacen quizá en la noche de su propia vida, y, aunque recuerdan una mañana y una tarde, ya no pueden vivirlas: andan ya perdidos en las sombras”.
“Me gusta escribir conferencias. Mi parte favorita es conectar las ideas. Las mejores conexiones son las que llaman la atención sobre su propia precariedad”, nos dice Anne Carson en “Tío cayendo. Un par de conferencias líricas con el mismo coro”, uno de los textos más conmovedores, escrito para ser leído por dos conferenciantes y un coro formado por “Cuatro Gertrude Stein sentadas que se parecen al retrato que pintó Picasso”. La primera conferencia trata sobre el tío Harry que nace el mismo año que Gertrude Stein, aunque la vida de ambos fue muy distinta. En el texto se hilvanan recuerdos y reflexiones; pero si por momentos nos pudiera resultar melodramático, Anne Carson escribe:
Sin embargo también estoy segura de que en la arenilla y los posos al fondo de la psique donde el dolor tiene su cocina existen solamente extremos, no hay mesura, no hay compasión. La compasión procede de un lago o de un tío.
En “Cayendo”, la segunda conferencia del cuaderno, la poeta recrea la figura de su padre, que acabó como el tío Harry, “encerrado en la oscura costumbre de la demencia”. Siempre hay un misterio en las relaciones humanas, de ahí el miedo al hablar “sobre algo real” que el padre y la hija sienten; era “como pasear por un alambre sobre un abismo”. Y el silencio se convierte en “un casco que pudiera absorber cualquier impacto pasado, presente o futuro”.
Por qué estamos aquí
La poesía es una búsqueda de trascendencia y esta puede hallarse es los detalles más nimios. En “Estructuras impotentes Fig. II (Sanne)”, Anne Carson, solo necesita unas palabras de una conversación telefónica con Sanne, su cuñada, para mostrar el dolor de una ausencia. Basta el cambio de un pronombre:
“qué es ese
ruido el perro ah tienes un perro sí tenemos un perro no yo tengo un perro”
En “Feliz Navidad de parte de Hegel”, la lectura del filósofo y su afirmación de que “la razón es el espíritu” deriva hacia la nostalgia, “porque todos mis familiares estaban muertos y además era el día de Navidad”. Pero, lejos de la autocompasión, la lectora de Hegel decide salir y quedarse en la nieve: “¡No lo hacía desde la infancia! Había olvidado lo asombroso que es”. Como en Proust, algo físico y material nos evoca sensaciones olvidadas.
El presente y la memoria se aúnan en el poema “Salvajemente constante”, a través de un paseo en el frío amanecer de Stykkishólmur y de una noche a solas en la Biblioteca del agua, diseñada por la artista Roni Horn:
No tengo ninguna teoría
de por qué estamos aquí
ni de qué seremos signos.
Pero una sala de glaciares derretidos
que reverberan con el viento nocturno de Stykkishólmur
es un buen lugar para pensarlo.
Cada glaciar aparece iluminado desde abajo
igual que la memoria.
Y el ser humano necesita, contar, decir; esta es la idea en torno a la que gira “Franqueza”:
Si no eres la persona libre que quieres ser, entones debes encontrar un lugar para decir la verdad a ese respecto. Para decir cómo te van las cosas. La franqueza es como una madeja que se va formando en tu vientre día tras día, hay que destejerla en otro sitio. (…) La cuestión no es encontrar un lector, la cuestión es el acto de contar en sí mismo.
“Trozos de cordel demasiado cortos”
“Pilas” es una pieza para leer como música de una coreografía. Las analogías, al igual que cajas apiladas, se superponen o caen deslizándose entre la trascendencia y la ironía. Desfilan por los versos Jezabel y Dido, su sobrina nieta; Emily Dickinson o las hermanas Brontë.
Las civilizaciones aparecen y desaparecen, como los fenicios, de quienes los griegos ”tomaron/ el/ alfabeto/(…)y se sentaron a escribir/ los clásicos de la civilización occidental”. Y el poema “Pilanieta” se cierra con una frase proverbial, cuyos sentidos buscamos bajo el velo de las palabras:
Me cuesta pensar que Jezabel fuera la tía abuela de nadie.
Una cosa que podemos decir casi con seguridad
es que no era esa clase de tía abuela que tiene
un cajón en la cocina con la etiqueta de
“trozos de cordel demasiado cortos”
En “Posesivo usado para beber (me). Una conferencia sobre los pronombres en forma de 15 sonetos”, Anne Carson rompe el molde tradicional del soneto. La conferencia se dictó junto con la proyección de un vídeo donde bailarines de la compañía de Merce Cunningham danzan al ritmo de la lectura de poemas como “Soneto abandonado”, que trata de las pérdidas que se producen en las lenguas con el paso del tiempo. En este caso es el abandono del antiguo pronombre thou:
Cuando un idioma abandona una distinción
(…)
se produce una bajada de brazos,
una mengua de aire en todo el sistema,
una tristeza en los gorriones
un escabullirse de los prefijos y la sabiduría
Los pronombres son también protagonistas del cuaderno “Envidia del pronombre”. En este poema, con grandes dosis de humor e ironía, el título hace referencia a una expresión del lingüista Cal Watkins, ante la insistencia de sus alumnas, en 1971, para que explicase por qué Dios es Él y no Ella. “Es cosa del sistema/ indoeuropeo de marcación de género”, sentenciaba Watkins.
Ante tal menosprecio las alumnas “empezaron a llevar/ kazoos a las clases/ para ahogar ciertos pronombres y genéricos masculinos”. El kazoo, con su sonido, despeja el aire de un lugar, y es allí donde pueden encontrar un espacio los neologismos, porque ninguna creación humana es inamovible.
Casandra
En “Casandra flotar puede” escribe Carson: “A veces me parece que me paso la vida reescribiendo la misma página. Es una página con ‘Ensayo sobre la traducción’ en la parte superior y después unos cuantos párrafos de minuciosa y sólida prosa”.
Cuando traduce, Anne Carson experimenta “una sensación de velos que se levantan”, a la que llama “Casandra”: “porque la primera vez que la percibí fue un día en el colegio leyendo un pasaje del Agamenón de Esquilo, en el que Casandra grita “OTOTOTOI POPOI DA!”. ¿Cómo traducir el grito de la troyana Casandra, cuando rompe su silencio y se lamenta por su destino?
“Hay algo irritantemente atractivo en lo intraducible, en una palabra que enmudece en el tránsito”, nos dice Anne Carson en “Variaciones sobre el derecho a perder el silencio”, un ensayo en el que se entrecruzan Juana de Arco, el pintor Francis Bacon, Hölderlin y Paul Celan, con el poema “Tubinga, Enero”, que termina con el verso “(“Pallaksch. Pallaksch”)”, la palabra intraducible que Holderlin pronunciaba en su locura.
La segunda parte del ensayo la componen varias versiones de un poema de Íbico “usando palabras erróneas”, procedentes de un informe del FBI de Bertolt Brecht, o de las Conversaciones con Kafka de Gustav Janouch, o del manual de instrucciones de un horno microondas. “Después de todo, –escribe Carson– “¿qué otra cosa es el lenguaje de uno sino un cliché gigantesco y cacofónico? No hay nada que no se haya dicho antes. Los modelos están fijados”.
La profeta Casandra sabe que, tras atravesar las puertas del palacio de Agamenón, solo la espera la muerte que Clitemnestra le tiene preparada. Los últimos versos de Casandra, dirigidos al coro, recogen palabras de compasión ante la fragilidad del ser humano. El ensayo termina con varias traducciones de este fragmento. La primera es fiel al original: ¡Ay la fortuna humana! Si un hombre tiene buena suerte/ cualquier sombra puede trastocarla. Cuando su/ suerte/ se tuerce,/ una esponja mojada borra todo el dibujo”. En la segunda versión escribe Anne Carson:
Pero vosotras Oh cosas humanas
Una sombra es suficiente
Una esponja puede borraros
Vosotras que apenas flotáis y cómo flotáis y podéis
vosotras
A vosotras compadezco
Sale Casandra
La poesía es una búsqueda de trascendencia y esta puede hallarse es los detalles más nimios. En “Estructuras impotentes Fig. II (Sanne)”, Anne Carson, solo necesita unas palabras de una conversación telefónica con Sanne, su cuñada, para mostrar el dolor de una ausencia. Basta el cambio de un pronombre:
“qué es ese
ruido el perro ah tienes un perro sí tenemos un perro no yo tengo un perro”
En “Feliz Navidad de parte de Hegel”, la lectura del filósofo y su afirmación de que “la razón es el espíritu” deriva hacia la nostalgia, “porque todos mis familiares estaban muertos y además era el día de Navidad”. Pero, lejos de la autocompasión, la lectora de Hegel decide salir y quedarse en la nieve: “¡No lo hacía desde la infancia! Había olvidado lo asombroso que es”. Como en Proust, algo físico y material nos evoca sensaciones olvidadas.
El presente y la memoria se aúnan en el poema “Salvajemente constante”, a través de un paseo en el frío amanecer de Stykkishólmur y de una noche a solas en la Biblioteca del agua, diseñada por la artista Roni Horn:
No tengo ninguna teoría
de por qué estamos aquí
ni de qué seremos signos.
Pero una sala de glaciares derretidos
que reverberan con el viento nocturno de Stykkishólmur
es un buen lugar para pensarlo.
Cada glaciar aparece iluminado desde abajo
igual que la memoria.
Y el ser humano necesita, contar, decir; esta es la idea en torno a la que gira “Franqueza”:
Si no eres la persona libre que quieres ser, entones debes encontrar un lugar para decir la verdad a ese respecto. Para decir cómo te van las cosas. La franqueza es como una madeja que se va formando en tu vientre día tras día, hay que destejerla en otro sitio. (…) La cuestión no es encontrar un lector, la cuestión es el acto de contar en sí mismo.
“Trozos de cordel demasiado cortos”
“Pilas” es una pieza para leer como música de una coreografía. Las analogías, al igual que cajas apiladas, se superponen o caen deslizándose entre la trascendencia y la ironía. Desfilan por los versos Jezabel y Dido, su sobrina nieta; Emily Dickinson o las hermanas Brontë.
Las civilizaciones aparecen y desaparecen, como los fenicios, de quienes los griegos ”tomaron/ el/ alfabeto/(…)y se sentaron a escribir/ los clásicos de la civilización occidental”. Y el poema “Pilanieta” se cierra con una frase proverbial, cuyos sentidos buscamos bajo el velo de las palabras:
Me cuesta pensar que Jezabel fuera la tía abuela de nadie.
Una cosa que podemos decir casi con seguridad
es que no era esa clase de tía abuela que tiene
un cajón en la cocina con la etiqueta de
“trozos de cordel demasiado cortos”
En “Posesivo usado para beber (me). Una conferencia sobre los pronombres en forma de 15 sonetos”, Anne Carson rompe el molde tradicional del soneto. La conferencia se dictó junto con la proyección de un vídeo donde bailarines de la compañía de Merce Cunningham danzan al ritmo de la lectura de poemas como “Soneto abandonado”, que trata de las pérdidas que se producen en las lenguas con el paso del tiempo. En este caso es el abandono del antiguo pronombre thou:
Cuando un idioma abandona una distinción
(…)
se produce una bajada de brazos,
una mengua de aire en todo el sistema,
una tristeza en los gorriones
un escabullirse de los prefijos y la sabiduría
Los pronombres son también protagonistas del cuaderno “Envidia del pronombre”. En este poema, con grandes dosis de humor e ironía, el título hace referencia a una expresión del lingüista Cal Watkins, ante la insistencia de sus alumnas, en 1971, para que explicase por qué Dios es Él y no Ella. “Es cosa del sistema/ indoeuropeo de marcación de género”, sentenciaba Watkins.
Ante tal menosprecio las alumnas “empezaron a llevar/ kazoos a las clases/ para ahogar ciertos pronombres y genéricos masculinos”. El kazoo, con su sonido, despeja el aire de un lugar, y es allí donde pueden encontrar un espacio los neologismos, porque ninguna creación humana es inamovible.
Casandra
En “Casandra flotar puede” escribe Carson: “A veces me parece que me paso la vida reescribiendo la misma página. Es una página con ‘Ensayo sobre la traducción’ en la parte superior y después unos cuantos párrafos de minuciosa y sólida prosa”.
Cuando traduce, Anne Carson experimenta “una sensación de velos que se levantan”, a la que llama “Casandra”: “porque la primera vez que la percibí fue un día en el colegio leyendo un pasaje del Agamenón de Esquilo, en el que Casandra grita “OTOTOTOI POPOI DA!”. ¿Cómo traducir el grito de la troyana Casandra, cuando rompe su silencio y se lamenta por su destino?
“Hay algo irritantemente atractivo en lo intraducible, en una palabra que enmudece en el tránsito”, nos dice Anne Carson en “Variaciones sobre el derecho a perder el silencio”, un ensayo en el que se entrecruzan Juana de Arco, el pintor Francis Bacon, Hölderlin y Paul Celan, con el poema “Tubinga, Enero”, que termina con el verso “(“Pallaksch. Pallaksch”)”, la palabra intraducible que Holderlin pronunciaba en su locura.
La segunda parte del ensayo la componen varias versiones de un poema de Íbico “usando palabras erróneas”, procedentes de un informe del FBI de Bertolt Brecht, o de las Conversaciones con Kafka de Gustav Janouch, o del manual de instrucciones de un horno microondas. “Después de todo, –escribe Carson– “¿qué otra cosa es el lenguaje de uno sino un cliché gigantesco y cacofónico? No hay nada que no se haya dicho antes. Los modelos están fijados”.
La profeta Casandra sabe que, tras atravesar las puertas del palacio de Agamenón, solo la espera la muerte que Clitemnestra le tiene preparada. Los últimos versos de Casandra, dirigidos al coro, recogen palabras de compasión ante la fragilidad del ser humano. El ensayo termina con varias traducciones de este fragmento. La primera es fiel al original: ¡Ay la fortuna humana! Si un hombre tiene buena suerte/ cualquier sombra puede trastocarla. Cuando su/ suerte/ se tuerce,/ una esponja mojada borra todo el dibujo”. En la segunda versión escribe Anne Carson:
Pero vosotras Oh cosas humanas
Una sombra es suficiente
Una esponja puede borraros
Vosotras que apenas flotáis y cómo flotáis y podéis
vosotras
A vosotras compadezco
Sale Casandra