Exploración de las relaciones de poder en “Teatro para pájaros”

Histrión Teatro y Daniel Veronese se reencuentran en una vehemente lección sobre la dignidad del artista


La compañía Histrión Teatro y el dramaturgo y director Daniel Veronese se atreven a explorar el teatro y sus relaciones de poder en la obra “Teatro para pájaros”. La fábula de Veronese se extiende más allá del angosto espacio escénico, hasta el punto de adquirir dimensiones universales. Por gärt.




Fuente: histrionteatro.es.
No hagan caso de los críticos. Nunca hay que confiar en la opinión de nadie sin cuestionarse todos los condicionantes que ésta carga a sus espaldas.

Un crítico medio de provincias les dirá que en tal función se perdían algunas frases de tal actor, que el autor se repetía una y otra vez en los mismos esquemas de siempre, que el texto adolecía de demasiados altibajos, que tal actriz sentaba cátedra con su actuación, o que los actores deambulaban por el escenario erráticos, tropezando unos con otros.

Los críticos les cuentan el teatro como si evaluaran el examen de un estudiante. Nunca hay que hacer caso de los críticos. Si tienen la suerte de asistir a una función de Teatro para pájaros, háganlo con los sentidos abiertos y el pensamiento alerta. No vayan al teatro con predisposición a la crítica, no antepongan sus preferencias y no juzguen.

Intenten ver más allá de las apariencias; porque el teatro es eso, una forma de decir las cosas que importan evitando el sermón expeditivo. El autor, el director, y los actores, exponen su propia alma aunque simulen hacer otra cosa. Lo demás puede ser necesario, pero generalmente resulta accesorio.

Veronese e Histrión ya se conocen de antemano: navegaron juntos en el mismo decorado: un saloncito de dimensiones casi claustrofóbicas, donde los personajes se agolpan, a veces con dulzura, y en ocasiones con calculada vehemencia.

Pero todo está calculado, desde el ajado color grisáceo de las paredes hasta ese hablar aparentemente atropellado y abiertamente latino. Eso sí: hay que ser muy calculador para conseguir un frenesí caótico que resulte creíble.

La obra de Veronese gira sobre sí misma en inesperados bucles, como una partitura polifónica, hasta diluirse lentamente y extinguirse como todos los deseos que no podemos satisfacer. Empieza con dos voces, se extiende con varias notas disonantes, alcanza el clímax mediante la apertura de un sobre cerrado que contiene las claves del inicio, y de nuevo vuelve a diluirse con las últimas dos voces.

Es una melodía que Veronese maneja a la perfección, porque el conjunto vocal ya tomó las medidas del saloncito con mobiliario de los años setenta y dos accesos –los que delimitan el espacio entre lo público y lo privado- en la interesante obra “Los corderos”. Y sobre todo porque el dramaturgo argentino sabe destilar el vitriolo con su justa medida.

En este caso, los personajes representan a distintos caracteres del mundo del teatro. Hay, por supuesto, muchas formas de vivir el teatro, pero todas ellas se agrupan en dos sectores: los que entienden el espectáculo como un medio de vida y los que entienden la vida como un espectáculo.

Digamos que cada una de estas dos formas de entender el teatro (el arte en general) se dan cita en el laboratorio escénico que ya es marca Veronese y, a golpe de sincericidio, van mostrando su verdadero afán.

Todos quieren evolucionar, todos desean fervientemente lograr algo parecido al éxito; el problema es que mientras unos se aferran a sus ideales, otros entienden el arte como un buen negocio. Y he aquí el punto de inflexión donde entra en juego el derrumbe de la dignidad del artista. El artista que, desesperado por la acumulación de frustraciones, permite que el productor arrastre su dignidad por el fango a cambio de unas migajas de falsa camaradería.

No es tan extraño que un ser humano se trague el orgullo con la intención de mejorar sus opciones. Vivimos en un mundo donde medrar es moneda de cambio, donde el que prefiere rendir cuentas ante su fuero interno, nunca llegará demasiado lejos. Mienten aquellos que hablan del esfuerzo como motor de la evolución. El esfuerzo no es suficiente para subir escalones (o escalafones) si no va bien acompañado de cierta habilidad para inclinarse.

Referencia:

Obra: Teatro para pájaros.
Compañía: HISTRIÓN TEATRO.
Autor y director: Daniel Veronese.
Lugar: Teatro Alhambra de Granada.
Fechas: 27, 28 octubre; 1,2,3,4 noviembre de 2012.




Martes, 30 de Octubre 2012
gärt
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