El mercader de Venecia es la cuarta incursión de la compañía de Eduardo Vasco en Shakespeare desde que abandonara la dirección del Centro Nacional de Teatro Clásico y podemos volver a decir que el resultado es excelente.
A la inicial frialdad del espacio vacío y la inmensidad de las Naves de El español se va superponiendo poco a poco el texto del dramaturgo inglés, la convicción actoral, el extraordinario vestuario de Caprile y la ajustadísima transición entre escenas, con superposiciones suaves que recuerdan el fundido de planos en el cine.
Comencemos con el vestuario, porque es sencillamente maravilloso: Lorenzo Caprile ha vestido a los actores “de época”, en una Venecia romántica y carnavalesca, a ratos arlequinada, que recuerda mucho a los personajes del dramaturgo veneciano Carlo Goldoni: sobre todo, y muy claramente, en el uso de las máscaras y en los sombreros de tres picos y las togas de los abogados.
Por otro lado, Vasco no quiere olvidar que El mercader es, también, una comedia amable en cuyo centro cela dos tragedias, la de Shylock (un extraordinario Arturo Querejeta), el judío avaro y despreciado que pierde sus bienes y a su hija, fugada con un cristiano, y la de Antonio, cuya amistad por Bassanio a punto está de costarle la vida.
Estas dos soledades y angustias se perciben muy bien al final cuando en la fiesta epitalámica Antonio, que ha estado a un tris de ser legalmente asesinado, se queda solo (¿y feliz?) en el tumulto matrimonial de sus amigos, y un derrotado Shylock aparece en escena, para cerrar la obra, arrojando al suelo la balanza.
A la inicial frialdad del espacio vacío y la inmensidad de las Naves de El español se va superponiendo poco a poco el texto del dramaturgo inglés, la convicción actoral, el extraordinario vestuario de Caprile y la ajustadísima transición entre escenas, con superposiciones suaves que recuerdan el fundido de planos en el cine.
Comencemos con el vestuario, porque es sencillamente maravilloso: Lorenzo Caprile ha vestido a los actores “de época”, en una Venecia romántica y carnavalesca, a ratos arlequinada, que recuerda mucho a los personajes del dramaturgo veneciano Carlo Goldoni: sobre todo, y muy claramente, en el uso de las máscaras y en los sombreros de tres picos y las togas de los abogados.
Por otro lado, Vasco no quiere olvidar que El mercader es, también, una comedia amable en cuyo centro cela dos tragedias, la de Shylock (un extraordinario Arturo Querejeta), el judío avaro y despreciado que pierde sus bienes y a su hija, fugada con un cristiano, y la de Antonio, cuya amistad por Bassanio a punto está de costarle la vida.
Estas dos soledades y angustias se perciben muy bien al final cuando en la fiesta epitalámica Antonio, que ha estado a un tris de ser legalmente asesinado, se queda solo (¿y feliz?) en el tumulto matrimonial de sus amigos, y un derrotado Shylock aparece en escena, para cerrar la obra, arrojando al suelo la balanza.
Un público feliz
La puesta en escena, funcional y minimalista, acompaña perfectamente a la acción, sobre todo en las escenas de los cofres y esa otra, muy bella, en que los actores miman la góndola por los canales.
La versión de Yolanda Pallín, discreta y pulcra, con algún guiño metateatral, reduce acaso en exceso las tramas secundarias y, así, queda muy desdibujada la figura de Yésica, la hija del usurero, con lo que no se entienden bien ni los motivos de su fuga ni la cólera sincera de Shylock, para quien ella es la niña de sus ojos y los cristianos (en general) lo peor de este mundo.
Cólera que es la que desencadena, finalmente, su atroz venganza contra Antonio al exigirle una libra de su carne. Es un sinsentido que últimamente las películas, en general, tiendan a durar dos horas y media, mientras que en el teatro haya una obsesión por no pasar de la hora y media, sobre todo si, como es el caso (y ya pasó en su Otelo), la obra de Shakespeare genera una complejidad y unos matices imposibles de amputar sin que se resienta el conjunto.
Con todo, un estreno altamente recomendable, que subraya el carácter festivo del teatro, lleva dignamente un clásico a las tablas y agrada a un público feliz y entregado que salió a la noche primaveral y contaminada de este noviembre madrileño con un poco más de felicidad en sus almarios, justo antes de llegar a casa y descubrir el horror de la tragedia parisina.
La puesta en escena, funcional y minimalista, acompaña perfectamente a la acción, sobre todo en las escenas de los cofres y esa otra, muy bella, en que los actores miman la góndola por los canales.
La versión de Yolanda Pallín, discreta y pulcra, con algún guiño metateatral, reduce acaso en exceso las tramas secundarias y, así, queda muy desdibujada la figura de Yésica, la hija del usurero, con lo que no se entienden bien ni los motivos de su fuga ni la cólera sincera de Shylock, para quien ella es la niña de sus ojos y los cristianos (en general) lo peor de este mundo.
Cólera que es la que desencadena, finalmente, su atroz venganza contra Antonio al exigirle una libra de su carne. Es un sinsentido que últimamente las películas, en general, tiendan a durar dos horas y media, mientras que en el teatro haya una obsesión por no pasar de la hora y media, sobre todo si, como es el caso (y ya pasó en su Otelo), la obra de Shakespeare genera una complejidad y unos matices imposibles de amputar sin que se resienta el conjunto.
Con todo, un estreno altamente recomendable, que subraya el carácter festivo del teatro, lleva dignamente un clásico a las tablas y agrada a un público feliz y entregado que salió a la noche primaveral y contaminada de este noviembre madrileño con un poco más de felicidad en sus almarios, justo antes de llegar a casa y descubrir el horror de la tragedia parisina.
Referencia:
Obra: El mercader de Venecia.
Autor: William Shakespeare.
Versión: Yolanda Pallín
Dirección: Eduardo Vasco.
Reparto: Arturo Querejeta, Toni Agustí, Isabel Rodes Francisco Rojas, Fernando Sendino, Rafael Ortiz, Héctor Carballo, Cristina Adua, Lorena López, Jorge Bedoya.
Iluminación: Miguel Ángel Camacho.
Vestuario: Lorenzo Caprile.
Escenografía: Carolina González.
Próximas representaciones: Hasta el 13 de diciembre 2015, en Matadero Madrid.
Obra: El mercader de Venecia.
Autor: William Shakespeare.
Versión: Yolanda Pallín
Dirección: Eduardo Vasco.
Reparto: Arturo Querejeta, Toni Agustí, Isabel Rodes Francisco Rojas, Fernando Sendino, Rafael Ortiz, Héctor Carballo, Cristina Adua, Lorena López, Jorge Bedoya.
Iluminación: Miguel Ángel Camacho.
Vestuario: Lorenzo Caprile.
Escenografía: Carolina González.
Próximas representaciones: Hasta el 13 de diciembre 2015, en Matadero Madrid.