Cartel de la obra "El zoo de cristal". Fuente: Teatro Bellas Artes de Madrid.
Tarde de fiesta en el Teatro Bellas Artes de Madrid con este (re)estreno de El zoo de cristal, la obra maestra del dramaturgo estadounidense Tenessee Williams (1911-1983) en la que, una vez más, aparece su dolor y obsesión por la hermana enferma y abandonada, el peso muerto del padre ausente, la presencia castrante de la madre hiperprotectora y evadida en su mar de fantasías de otro tiempo.
Por empezar por el final, deseo recordar las emocionadas palabras de una sobrecogida aún Silvia Marsó (no sé si por los aplausos o por el tremendo papel que encarna), que quiso recordar al escenógrafo, el maestro Andrea D´Odorico, pues este es su último trabajo: estuvo en el estreno de hace un año y hoy nos falta, pues falleció el pasado mes de diciembre.
Escenario comunicativo y móviles cargantes
Un escenario austero, agobiante en su desnudez, con las paredes blancas grasientas en las que despunta en ocre la foto sonriente y pícara del marido fugado, el gramófono, las figuritas de cristal junto al proscenio y ese sofá de color rojo que encarna la pasión y el deseo reprimido y que tanto juego da en los momentos clave de la función.
Por poner un solo pero, lamentando la tos asmática de alguna y el ruido de los caramelitos al desenvolverse (generalmente en los momentos de máxima tensión de la obra, la ley de Murphy no falla), deseo subrayar el incivismo de cierto público que no es que se olvide de apagar sus teléfonos, sino que los usa durante la función con soterrado desparpajo, bien para mirar el Whatsapp o hasta para contestar en voz baja, como hizo una señora a mi lado. Lamentable no es la palabra. Yo sé que la función fue una maravilla, pero podían esperar a que termine para tuitearlo, ¿verdad?
Por empezar por el final, deseo recordar las emocionadas palabras de una sobrecogida aún Silvia Marsó (no sé si por los aplausos o por el tremendo papel que encarna), que quiso recordar al escenógrafo, el maestro Andrea D´Odorico, pues este es su último trabajo: estuvo en el estreno de hace un año y hoy nos falta, pues falleció el pasado mes de diciembre.
Escenario comunicativo y móviles cargantes
Un escenario austero, agobiante en su desnudez, con las paredes blancas grasientas en las que despunta en ocre la foto sonriente y pícara del marido fugado, el gramófono, las figuritas de cristal junto al proscenio y ese sofá de color rojo que encarna la pasión y el deseo reprimido y que tanto juego da en los momentos clave de la función.
Por poner un solo pero, lamentando la tos asmática de alguna y el ruido de los caramelitos al desenvolverse (generalmente en los momentos de máxima tensión de la obra, la ley de Murphy no falla), deseo subrayar el incivismo de cierto público que no es que se olvide de apagar sus teléfonos, sino que los usa durante la función con soterrado desparpajo, bien para mirar el Whatsapp o hasta para contestar en voz baja, como hizo una señora a mi lado. Lamentable no es la palabra. Yo sé que la función fue una maravilla, pero podían esperar a que termine para tuitearlo, ¿verdad?
Dos horas de teatro puro
A pesar de todo, fueron dos horas de teatro en estado puro; si ya la obra es magistral, la adaptación e interpretación (sobria, respetuosa) estuvo a su altura.
Silvia Marsó elabora una Amanda de antología, bien secundada por la hija, Pilar Gil (recuerdo mi primer Zoo, el siglo pasado, con una joven Veronica Forqué haciendo el papel de “cojita”, en el María Guerreo) y por “Shakespeare”, el hermano aspirante a escritor, alter ego del autor, que sobrevive en una zapatería y se evade en el cine todas las noches en busca de un ideal que la vida en la provinciana san Luis (y en la casa de su asfixiante madre) se le escamotea, de la misma manera que Amanda se refugia en el recuerdo de sus días de gloria y riqueza y sus diecisiete pretendientes… para acabar casándose con un botarate alcoholizado cuyo retrato aun pende sobre la pared.
Sobre la iluminación deseo valorar el momento de intimidad que crean las velas en la escena entre Jim y Laura. El juego de sombras de ambos contra la pared blanca crea una atmósfera de ensueño y evocación, bajo la tormenta, en que, una vez más, todos creemos que el unicornio esta vez no se romperá.
Necesidad de adaptación
La obra se ha transformado en un clásico, pronto habrá que adaptarla, como se hace con Lope y Calderón. Mi hija ya no sabe lo que es un gramófono, por ejemplo, centro neurálgico de la tragedia durante la escena del baile y la rotura del cuernecito.
Pero en cambio sí se fijó, mi hija, digo, en que Laura mientras baila con Jim no cojea, y que seguramente, más que física, se trata de una cojera psicológica en la que ella refugia su timidez, su incapacidad para la vida, y con la que protege su quebradizo zoo del alma.
Solo va a estar un mes en cartel, yo que ustedes, afrontaba deportivamente los calores matritenses y no me la perdía. El último aplauso fue para D´Odorico, el más intenso para Silvia Marsó, el más hondo, para el maestro de Misisipi.
A pesar de todo, fueron dos horas de teatro en estado puro; si ya la obra es magistral, la adaptación e interpretación (sobria, respetuosa) estuvo a su altura.
Silvia Marsó elabora una Amanda de antología, bien secundada por la hija, Pilar Gil (recuerdo mi primer Zoo, el siglo pasado, con una joven Veronica Forqué haciendo el papel de “cojita”, en el María Guerreo) y por “Shakespeare”, el hermano aspirante a escritor, alter ego del autor, que sobrevive en una zapatería y se evade en el cine todas las noches en busca de un ideal que la vida en la provinciana san Luis (y en la casa de su asfixiante madre) se le escamotea, de la misma manera que Amanda se refugia en el recuerdo de sus días de gloria y riqueza y sus diecisiete pretendientes… para acabar casándose con un botarate alcoholizado cuyo retrato aun pende sobre la pared.
Sobre la iluminación deseo valorar el momento de intimidad que crean las velas en la escena entre Jim y Laura. El juego de sombras de ambos contra la pared blanca crea una atmósfera de ensueño y evocación, bajo la tormenta, en que, una vez más, todos creemos que el unicornio esta vez no se romperá.
Necesidad de adaptación
La obra se ha transformado en un clásico, pronto habrá que adaptarla, como se hace con Lope y Calderón. Mi hija ya no sabe lo que es un gramófono, por ejemplo, centro neurálgico de la tragedia durante la escena del baile y la rotura del cuernecito.
Pero en cambio sí se fijó, mi hija, digo, en que Laura mientras baila con Jim no cojea, y que seguramente, más que física, se trata de una cojera psicológica en la que ella refugia su timidez, su incapacidad para la vida, y con la que protege su quebradizo zoo del alma.
Solo va a estar un mes en cartel, yo que ustedes, afrontaba deportivamente los calores matritenses y no me la perdía. El último aplauso fue para D´Odorico, el más intenso para Silvia Marsó, el más hondo, para el maestro de Misisipi.
Referencia:
Obra: El zoo de cristal.
Autor: Tenesee Williams.
Adaptación: Eduardo Galán.
Dirección: Francisco Vidal.-
Reparto: Silvia Marsó, Carlos García Cortázar, Alejandro Arestegui, Pilar Gil.
Próximas representaciones: Teatro Bellas Artes de Madrid, hasta el 26 de julio de 2015.
Obra: El zoo de cristal.
Autor: Tenesee Williams.
Adaptación: Eduardo Galán.
Dirección: Francisco Vidal.-
Reparto: Silvia Marsó, Carlos García Cortázar, Alejandro Arestegui, Pilar Gil.
Próximas representaciones: Teatro Bellas Artes de Madrid, hasta el 26 de julio de 2015.