El observatorio astronómico del Vaticano despide a George V. Coyne

En los últimos 30 años su voz ha unido ciencia con apertura teológica


El jesuita norteamericano George V. Coyne se ha jubilado tras muchos años en la dirección del Observatorio Vaticano. Desde 1978, año en que comenzó esta importante responsabilidad, Coyne ha contribuido tanto a la investigación astrofísica como al diálogo actual entre la ciencia y la teología. Siempre ha apoyado una teología abierta, moderna, que dialoga con la ciencia, que respeta a la ciencia en su autonomía y pide al mismo tiempo ser respetada en su condición propia de teología. Entre los honores recibidos cuenta la denominación de un cometa con su nombre. Por Guillermo Armengol.


Guillermo Armengol
01/10/2006

George V. Coyne
La obra de George V. Coyne en el Observatorio Vaticano a lo largo de treinta años ha tenido dos frutos destacados: su inserción en el ámbito de la universidad de Arizona mediante las instalaciones de Mount Graham, Tucson, Arizona, y la participación activa en el diálogo ciencia/religión en colaboración con el CTNS de la universidad de California en Berkeley.

Coyne, así como William Stoeger y Manuel Carreira, ambos investigadores también en el Observatorio Vaticano, son miembros del Consejo Asesor de la Cátedra CTR.

Coyne, nacido el 19 de enero en Baltimore, Maryland, llegó al grado de bachiller en matemáticas y licenciado en filosofía en Fordham University, Nueva York, en el año 1958. Su doctorado en astronomía es el año 1962, en Georgetown University, Washington, logrando el título con una investigación espectrofotométrica sobre la superficie lunar.

Investigó en Harvard en 1963 y en 1964 fue lecturer de la National Science Foundation en la universidad de Scranton. En 1965 fue visiting research professor en la laboratorio astrofísico de la universidad de Arizona, con la que permaneció en estrecho contacto hasta 1969 y durante toda su vida. Sus estudios de teología en Woodstock College, Maryland, los completó en 1965.

El Observatorio Vaticano

El Observatorio Vaticano es sin duda una de las más antiguas instituciones astronómicas del mundo. Su origen puede remontarse a 1582 cuando el papa Gregorio XIII constituyó una comisión astronómica encargada de asesorar la reforma del calendario. Este comité incluía al jesuita Cristóbal Clavius, del Colegio Romano, profesor de matemáticas, que fue protagonista decisivo de la reforma.

Desde entonces el equipo científico asentado en el Vaticano tuvo tres ubicaciones principales: el observatorio del Colegio Romano (1774-1878), el del monte capitolino (1827-1870) y la instalación dentro de la misma ciudad del Vaticano en la llamada torre de los vientos (1789-1821).

La historia antigua del observatorio tuvo su punto culminante hacia mitad del siglo XIX con las aportaciones científicas del célebre jesuita del Colegio Romano Angelo Secchi, que fue el primero en proponer una clasificación de las estrellas de acuerdo con su espectro.

Pero la nueva época del observatorio comienza cuando León XIII en 1891 fundó oficialmente la Specola Vaticana y la situó en la colina vaticana detrás de la cúpula de San Pedro. En las cuatro décadas siguientes el observatorio contribuyó a la investigación científica en coordinación con importantes programas internacionales.

La contaminación creciente de la ciudad de Roma dificultó más y más las observaciones, hasta que se decidió el traslado del observatorio a Castel Gandolfo, residencia de verano de los papas, situada a unos 35 kilómetros al sur de la gran urbe. Fue el papa Pio XI el que auspició la refundación del observatorio en los años treinta, confiado a los jesuitas por el vaticano.

En este tiempo se instalaron dos nuevos telescopios y un laboratorio astrofísico para el análisis espectroquímico. La instalación en 1957 del telescopio Schmidt de gran angular permitió más calidad en la investigación espectral de las estrellas en la línea que fuera ya iniciada por Angelo Secchi en el siglo XIX.

Coyne en el Observatorio Vaticano

La llegada de Coyne es en el año 1969 como colaborador, al mismo tiempo que mantenía sus puestos en las universidades americanas, principalmente en la universidad de Arizona. En 1978 fue nombrado director del observatorio, pero no por ello cortó sus relaciones con Arizona.

Si tenemos en cuenta que su retirada ha sido en agosto de 2006, quedan en su cuenta 29 años al frente de la histórica institución. Además, en años decisivos para su transformación. En la actualidad ha sido sustituido por el jesuita argentino José Gabriel Funes, desde agosto de 2006.

El imponente avance los medios de investigación, y la costosa financiación necesaria para acceder a ellos, junto con las dificultades crecientes de la ubicación en Castel Gandolfo, aconsejaron en 1981 la constitución de un segundo centro de investigación del observatorio en Tucson, Arizona: el Vatican Observatory Research Group (VORG).

Este grupo, instalado con apoyo de la universidad de Arizona, tuvo acceso a la variada gama de telescopios y centros de investigación en el área de Tucson, una de las más importantes en los Estados Unidos en esta materia.

Gracias a la financiación hallada en América, el Observatorio Vaticano pudo construir en 1993 el Vatican Advanced Technology Telescope (VATT) en Mount Graham, Arizona, en una de las mejores ubicaciones de los Estados Unidos. La aportación vaticana es sólo una parte de lo que en los próximos años será el Mount Graham International Observatory (MGIO), un proyecto que permitirá construir los telescopios más avanzados del mundo.

Desde esta nueva plataforma técnica el Observatorio Vaticano participa en los proyectos de investigación del área de Tucson y de la universidad de Arizona, por otra parte conectados con los programas internacionales.

Sin duda que la gestión de Coyne, ya desde el comienzo de su carrera relacionado con la universidad de Arizona, ha sido un factor esencial en la modernización y apertura de las posibilidades de participación en la ciencia moderna para el equipo del Observatorio Vaticano.

Un compromiso testimonial con la ciencia

Para Coyne la presencia del Vaticano en un proyecto científico semejante al Observatorio Vaticano debe ser hoy interpretada como una muestra de la valoración positiva, del aprecio y del respeto a la ciencia como tal. Esta debe ser, pues, la posición de la iglesia: no buscar en la ciencia un recurso apologético (demostrativo) de la fe, sino una fuente de conocimiento que se valora y se aprecia desde el reconocimiento de su autonomía.

Así, la modesta participación vaticana en la tarea internacional de la investigación autónoma de la ciencia sobre el universo, debe ser vista como un modelo de la participación de los creyentes en la investigación metodológicamente autónoma de la ciencia.

Su contribución personal a la investigación científica fue relevante: entre los honores recibidos cuenta la denominación de un cometa con su nombre. En general su investigación se ha interesado por los estudios polarimétricos aplicados a diversas áreas: el medio interestelar, estrellas con esferas diluidas y las galaxias Seifert (un grupo de galaxias en espiral con un centro cuasi estelar muy pequeño y brillante en el centro).

La polarimetría es una técnica para analizar y medir la polarización de la luz; ésta se dice polarizada cuando presenta diferentes propiedades en diferentes direcciones. Más recientemente Coyne ha aplicado la misma metodología para estudiar cataclismos cósmicos y la interacción en sistemas de estrellas binarios que producen repentinas erupciones de energía.

Un mediador entre ciencia y teología

Los años de dirección del Observatorio Vaticano han supuesto un reto casi insalvable para Coyne. El crecimiento exponencial de la investigación y de su financiación hacía casi imposible mantener el antiguo prestigio del observatorio en otros tiempos menos competitivos.

A través de su colaboración con la universidad de Arizona y la instalación del VATT en Mount Graham, Tucson, ha logrado unir modestamente al observatorio a las corrientes de la investigación internacional.

Por otra parte ha orientado el equipo del observatorio a participar activamente en otro aspecto importante de la cultura moderna, sobre todo anglosajona: el diálogo entre ciencia y teología.

Fruto de este diálogo han sido numerosos encuentros científicos en Castel Gandolfo y la colaboración con el CTNS de la Universidad de California en Berkeley (Center for Theology and Natural Sciences)en la publicación de cinco gruesos volúmenes de investigación, donde los únicos participantes españoles son Francisco Javier Ayala, Camilo José Cela-Conde y Gisèle Marty.

La carta de Juan Pablo II a George V. Coyne es un documento para el diálogo ciencia-religión visto desde la iglesia católica.

Dios ha creado un mundo autónomo

Coyne, a lo largo de tantos años, ha participado en numerosas discusiones, aportando siempre su opinión en apoyo de una teología abierta, moderna, que dialoga con la ciencia, que respeta a la ciencia en su autonomía y pide al mismo tiempo ser respetada en su condición propia de teología.

La última controversia en que Coyne ha participado gira en torno al intelligent design (ver otros artículos sobre esta materia en “tendencias de las religiones”). Su artículo en The Tablet alcanzó gran notoriedad, así como otras intervenciones sobre la misma cuestión; por ejemplo, su intervención en Palm Beach Atlantic University el pasado 31 de enero de 2006.

Al igual que William Stoeger, también jesuita y miembro del equipo del Observatorio Vaticano, Coyne piensa que el creacionismo es esencial en el cristianismo: pero la grandeza de Dios es haber creado un mundo autónomo al que deja hacerse a sí mismo, participando en la creatividad divina.

En su intervención en Palm Beach comentó las equivocaciones, a su entender, del Cardenal Schönborn, arzobispo de Viena. Para Coyne la teoría de la evolución es neutral ante el pensamiento religioso; el mensaje de Juan Pablo II a la Academia Pontificia de las Ciencias es esencial hoy para enfocar el entendimiento cristiano de la evolución; la teoría darwiniana puede seguir siendo defendida; la aparente direccionalidad descrita por la ciencia en la evolución no requiere necesariamente un “diseñador”; el intelligent design no puede considerarse una parte de la ciencia.

Coyne insiste en que es una equivocación buscar al Dios-tapa-agujeros que resuelve los puntos oscuros de la ciencia y demuestre la existencia de Dios. Esto sería empequeñecer a Dios.

“Dios en su infinita libertad crea continuamente un mundo que refleja esta libertad en todos los niveles del proceso evolutivo hacia una mayor y mayor complejidad”, dice Coyne.

“Dios permite al mundo ser lo que será en su continua evolución. Dios no interviene, sino que más bien permite, participa, ama”.



Guillermo Armengol es miembro de la Cátedra CTR. Artículo elaborado en homenaje a George V. Coyne en su despedida de la dirección del Observatorio Vaticano.


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Guillermo Armengol
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