El nihilismo encarna las más modernas formas de terrorismo

Señala una vida gobernada por valores suprasensibles que sacralizan el poder político


El nihilismo, que otorga a la vida valor de nada, no es hoy un fenómeno exclusivo de Occidente, sino que incluye todo el pensamiento religioso negativo y expresa la lógica decadente del pensamiento humano. Señala una vida gobernada por unos valores suprasensibles e intangibles que se encarnan en la sacralización del poder político y en las más modernas formas de terrorismo. Por Javier del Arco (*).


Javier del Arco.
17/07/2018

Escribir sobre el Nihilismo supone abordar múltiples cuestiones inherentes a la condición humana. Bien es cierto que la cuestión del nihilismo resulta inabordable en único artículo. Por su importancia y trascendencia a lo largo del siglo XX y también en nuestra época actual, nuestro primer análisis del nihilismo debe girar en torno a Friedrich Nietzsche y también de Martín Heidegger en diálogo con aquel, expresado en el tomo II de su obra “Nietzsche”.(1)
 
El nihilismo es un fenómeno antiguo, muy antiguo, que ha permanecido oculto a lo largo de los siglos y que se des-oculta o más bien que se expresa abiertamente con la proclamación de la “muerte de Dios” por Nietzsche y por la consumación de la metafísica platónica y por lo tanto judeocristiana, analizada por Heidegger. Estas ideas constituirán la plataforma de despegue de la posmodernidad, del personismo,  del mundo hiper-consumista, de la sociedad del riesgo y, como no, de la sociedad líquida. Describiré la contradicción gigantesca del Homo Sapiens que por un lado está a punto de tomar la dirección de su propia evolución y por el otro está maquinando su autodestrucción y la de su casa la Tierra. Pues bien, tras todos estos acontecimientos hay un trasfondo nihilista que debemos superar.
 
Ciertamente el mundo actual es en buena parte consecuencia de aquellas ideas primigenias. Y todos estos nuevos movimientos tendré que abordarlos desde la perspectiva nihilista, por cierto muy relevante en todos ellos, para completar con rigor este estudio del nihilismo que da comienzo en este artículo.
 
Y todo ello debe llevarme a intentar una propuesta de superación del nihilismo a partir de la estela dejada por Nietzsche y Heidegger, pero por vías científicas hoy mucho más consistentes. Porque la salvación del ser humano actual está en dejarse conquistar por la ciencia que él mismo ha creado y eso conlleva un esfuerzo de la voluntad absolutamente acorde con el pensar nietzscheano.
 
Hubo en oriente, concretamente en el Japón del siglo XX, una manera de filosofar encuadrada en la Escuela de Kioto, cuyo máximo exponente fue Nishitani Keiji y su filosofía de la nada, interesante derivación a la japonesa de la filosofía heideggeriana. Nishitani fue discípulo directo de Heidegger, precisamente durante el curso impartido por el maestro de Friburgo durante 1938 que constituyó el núcleo central de su obra sobre Nietzsche. Tengo un artículo publicado sobre esta cuestión (2).
 
Creo de gran interés citar un texto de Martin Heidegger titulado sobriamente “La frase de Nietzsche dios ha muerto” (3), en el que realiza una lectura que une esta interpretación relacionada con el ámbito religioso, a la tradición filosófica con la que Nietzsche dialogaba. al escribir dicha aseveración. A este respecto dice Heidegger:
 
El ámbito de lo suprasensible
 
“Esta frase nos revela que la fórmula de Nietzsche acerca de la muerte de Dios se refiere al dios cristiano. Pero tampoco cabe la menor duda --y es algo que se debe pensar de antemano-- de que los nombres Dios y dios cristiano se usan en el pensamiento de Nietzsche para designar al mundo suprasensible en general, Dios es el nombre para el ámbito de las ideas, los ideales. Este ámbito de lo suprasensible pasa por ser, desde Platón o mejor dicho, desde la interpretación de la filosofía platónica llevada a cabo por el helenismo y el cristianismo, el único mundo verdadero y efectivamente real. Por el contrario, el mundo sensible es sólo el mundo del más acá, un mundo cambiante por lo tanto meramente aparente, irreal. El mundo del más acá es el valle de lágrimas, en oposición a la montaña de la eterna beatitud del más allá. Si, como ocurre todavía en Kant, llamamos al mundo sensible ‘mundo físico’ en sentido amplio, entonces el mundo suprasensible es el mundo metafísico.”
 
Tras esta aclaración hay que decir que Nietzsche, tras postular la muerte de Dios, ergo de toda metafísica (y hasta ese momento la filosofía había sido en buena parte metafísica aún ya con fuertes contestaciones), vio con claridad que el hombre tenía que aprender -y así lo escribe en su obra “Ecce Homo” (4) a entusiasmarse, superarse y autoadministrarse; es decir a trascender de la mayoría poniendo en juego todas sus capacidades movido por la fuerza de su propia voluntad.
 
Para mí, modesto intérprete de la filosofía nietzscheana, ese es el principio de la emergencia del Super Hombre. Posteriormente, esta idea se desarrollaría mucho más vinculándola al dominio o poderío. Personalmente creo más importante esa idea de crecimiento, de superación y de despegue de la mediocridad masiva, utilizando la palanca de la voluntad de querer ser más fuerte, de querer crecer, como señala en su obra “El crepúsculo de los ídolos”(5).
 
Para Nietzsche lo vivo no tiene un sentido trascendente, pero sí hay en él un sentido inmanente orientado hacia un crecimiento  de intensidad hacia el éxito.
 
Porque la voluntad verdadera sólo puede ser voluntad de crecimiento del poder de la vida. Nietzsche sólo entiende la autoconservación en una lógica de esforzado crecimiento. Un ser sólo se conserva cuando crece, se intensifica y se extiende. Lo vivo actúa subyugando como proceso energético que es. Proceso, por cierto, sin un telos superior e invisible.
 
Dilución del nihilismo
 
Y aquí comienza el centro de mi reflexión de hoy. Porque sin ese triunfo de la voluntad expresado por Nietzsche, resulta imposible la dilución del Nihilismo.
 
Ya apareció la palabra clave. ¿Qué es pues el Nihilismo? ¿Cuál es su origen y sus efectos? Nihilismo significa “valor de nada”. La vida adquiere valor de nada cuando algo se sitúa por encima de ella, anula su valor y la deprecia frente a “ese algo”, lo que supone una operación imaginaria, una ficción que segrega unos valores pretendidamente superiores procedentes de un mundo suprasensible. Se trata de situar sobre la vida un mundo eidético muy elaborado ya desde Platón y remachado por la Escolástica y doctrinas posteriores, por el que se superponen a dicha vida unas construcciones complejas en las que se articulan las esencias, los misterios, lo inaccesible, el bien y lo verdadero.
 
Esta manera antigua de pensar se integra en el poder, con el propósito de gobernar el pensamiento y la acción humana, de manera que la voluntad quede encarcelada y domeñada mediante mediante un procedimiento tan astuto como eficaz: la creación del sentimiento de culpa, sin renunciar a la fuerza generando sentimiento de culpa, miedo moral y terror físico. Se trata de anular la voluntad, de negarla como señalaría Gilles Deleuze en su excelente obra sobre el pensamiento nietzscheano (6).
 
La culpa encuentra su origen en el resentimiento: se crea una mala conciencia que actúa como una camisa de fuerza moral para contener al rebelde, al fuerte mediante la astucia y manipulación que se esconden bajo la moral de la renuncia y abnegación impuesta sobre bases mnemotécnicas como diría Foucault. Es decir, la culpa y la mala conciencia no tienen otro origen que el ideal ascético impuesto tras la rebelión del rebaño. Este ideal ascético-religioso se caracteriza por hacer del despliegue del poderío, de las fuerzas ascendentes de la vida, algo culpable, irresponsable y erróneo.
“Han hecho de la voluntad algo malo -señala Deleuze en la obra ya citada- afirmando que había que rectificarla, frenarla, limitarla, e incluso negarla, suprimirla”. La asociación de la ideas religiosas de cualquier índole con los poderes políticos ha sido, y todavía es en algunos lugares, una alianza fructífera e incluso imprescindible para el sostenimiento de muchos regímenes políticos y domeñar a sus poblaciones ignorantes o fanáticas.

Alianza peligrosa

En la actualidad, esa alianza resulta un verdadero peligro para nuestras libertades y estilo de vida, que procede de los países islámicos en los que una ley político-religiosa, la Sharia, la cual no sólo constituye un código religioso de orientación vital basado en la creencia en un dios omnisciente, sino que codifica específicamente la conducta y rige todos los aspectos de la vida.

Ha sido formalmente instituida como ley por ciertos Estados, que se definen como Estados Islámicos. En esos casos, los tribunales de justicia se instituyen como tribunal islámico y velan por su cumplimiento. Muchos países del mundo islámico, aunque no se hayan definido de forma completa como Estado islámico, han adoptado parcialmente en su legislación elementos de la Sharia, con todo el peso de tiranía y atropello a cualquier dignidad que tal hecho conlleva.
 
Esta manera medieval de pensar se subsume en el poder para controlar toda acción humana tomando como principal aliado la ignorancia y el fatalismo, de manera que la libertad de pensar y la voluntad de crecer quede anulada por el miedo, la superstición y la fuerza. Particularmente grave es la reducción de la mujer a una bestia de trabajo, a un objeto para el placer unilateral y egoísta del hombre,  y a la posibilidad de ser objeto de venta o transacción. Esta última cuestión es también propia de muchas regiones de África o Asía, sin necesidad de ser musulmanas.
 
Retornando a Occidente de la mano de Nietzsche, vemos que esa idea de una vida gobernada por unos valores suprasensibles e intangibles constituye el fundamento de todo nihilismo. La voluntad no se niega en los pretendidos “valores superiores” postulados por las religiones occidentales y la metafísica (ya que es necesaria para obedecer, para someterse), sino que esos valores superiores y su institucionalización social son la expresión fundamental de la voluntad de negar, de aniquilar la vida. Aquí la pregunta esencial radica en el fundamento y origen de la inversión que ha subordinado la vida a un sistema de  esos “valores superiores”.
 
Por cierto que esa voluntad torcida -añado yo- también aparece de manera más burda y brutal en el Islam.
 
La palabra nihilismo, como se ha visto, no significa no ser, sino, principalmente, “valor de nada”. La vida adquiere un valor de nada, deja de tener valor frente a algo que se sitúa por encima de ella y anula su valor. La vida toma un valor de nada cuando se la niega y se la deprecia. La depreciación supone siempre una ficción, una operación imaginaria. La vida entera se convierte entonces en irreal, se la representa como apariencia: toma en su conjunto un valor de nada. La idea de otro mundo, de un mundo suprasensible, con todas sus formas (la esencia, el bien, el uno, lo verdadero),  esa idea de valores superiores a la vida, es lo que funda todo nihilismo.

El ocaso del heroísmo

He de decir que tanto Platón, los neoplatónicos (especialmente Plotino que despreciaba lo que él llamaba su “envoltura corporal”), el cristianismo y posteriormente el islam, han proclamado la renuncia y el ascetismo para la masa, al par que se aliaban y confundían con el poder político.

Hay una necesidad en todo este proceso de subordinación y negación de sí mismo: la aceptación acrítica de la lógica de autoinmolación o expiación mística en aras de la verdad-única-total, cuestión esta que está hondamente arraigada en las viejas tradiciones de sabiduría Occidentales y Orientales. Por ello no debería sorprender si ella reaparece con connotaciones auto-destructivas. Nietzsche lo expresa con su habitual claridad en una carta dirigida  a Lou Salomé (7): “El heroísmo es la buena voluntad para el ocaso absoluto de uno mismo”.

Cuando se dan todas las condiciones necesarias, se da el paso del claustro monástico o de la sala de meditación, a la sala de armas, al hangar donde se guardaban los kamikazes, al aeropuerto desde donde despegaron los aviones de la muerte para destruir las Torres Gemelas el 11S, o al hombre, mujer o niño bomba que hace estallar un artefacto pegado a su cuerpo matando a muchos inocentes y muriendo él o ella, para mayor gloria de un dios cruel ávido de venganza. Así, en la base de la tendencia monástica de ayer o en la de las madrasas de hoy, habría una disposición ascética y autoflagelante, la cual propiciaría que la huida del mundo se reconvierta en la celebración del propio mundo negado y entregado al ocaso voluntario.

Llegados a este punto, las preguntas obligadas que debemos hacernos se refieren al origen del nihilismo y a su alcance. El nihilismo es el presupuesto de toda metafísica. Toda metafísica deprecia la vida en nombre de valores superiores.

La metafísica clásica es la manifestación plena del nihilismo: “El instinto de venganza -dice Nietzsche- se ha apoderado hasta tal punto de la humanidad en el curso de los siglos, que todo fundamentalismo religioso, metafísica, psicología,  historia y, sobre todo, la moral, sea cual esta sea, llevan su huella”(8).

Nihilismo y religión

En el mismo sentido, Heidegger afirma: “El nihilismo mueve la historia a la manera de un proceso fundamental, apenas reconocido en el destino de los pueblos de Occidente. El nihilismo no es, pues, un fenómeno histórico entre otros, o una corriente espiritual que, en el cuadro de la historia occidental, se encuentre al lado de otras corrientes espirituales”(9).

El nihilismo, como ya hemos demostrado, no es un fenómeno exclusivo de Occidente, incluye a todo el pensamiento religioso, sustantivamente negativo, aquel que niega los valores afirmativos de la vida como le ocurre al islam y forma parte de la lógica decadente del pensamiento humano. La culpa como mecanismo fundamental, estructurador de toda la vida social, está en el origen de la pléyade de ideas y comportamientos nihilistas o espíritu de venganza, que es como Nietzsche denomina al conjunto del nihilismo y sus formas. Deleuze señala: “El espíritu de venganza es el elemento genealógico de nuestro pensamiento, el principio trascendental de nuestro modo de pensar”.  Eso ha quedado muy claro desde el 11 S y posteriores eventos horrendos movidos por el odio y la venganza, tanto promovidos por islamitas como por jóvenes occidentales, fundamentalmente en los Estados Unidos (10).

Nietzsche enunció su intención de liberar al pensamiento del nihilismo y de sus formas, para abrir este pensar hacia las figuras de la total afirmación. Para Nietzsche eso supone un nuevo modo de pensar, una conmoción de los principios, una transvaloración de todos los valores.

La preocupación de Nietzsche giró, en un principio, en torno al nihilismo (decadencia, disolución de los valores originales) que consideraba cada vez más avasallador. Por la senda nihilista los hombres llegan al pesimismo sobre la vida y, siguiendo a Schopenhauer, a renunciar a ella.

Pero hay algo, que, según Nietzsche, caracteriza a muchos seres humanos, y ello es esa voluntad de poder, que es algo más que el deseo de sobrevivir. Es un impulso interior que lleva a la expresión de la afirmación vigorosa de las fuerzas ascendentes del ser humano, al acrecentamiento de su poderío.

Desde entonces se ha escrito mucho y se han realizado múltiples análisis sobre Nietzsche. Además, la profusa filosofía del siglo XX ha seguido múltiples derroteros con notorias involuciones y múltiples avances. Solo diré que todo el movimiento posmoderno (lo escribo sin la t de post porque, como dice Quintín Racionero, no es después, sino distinto de la modernidad) tiene en Nietzsche un progenitor indiscutible.
 
En la actualidad, el problema del nihilismo continúa. Tan sólo esbozaremos una reflexión de Sloterdijk, válida para todo Occidente, que nos va a servir de introducción para nuestro próximo artículo y es esta:
 
En su obra “Extrañamiento del Mundo” (11), Sloterdijk se refiere al hombre “como mediocridad insatisfecha, semidepresiva, como una vitalidad atontada que triunfa, como un animal triste que se menosprecia, hundido en la ambigüedad del propio yo. Y hallará en la música el abastecimiento de la necesidad de huida del mundo y en las drogas, un fallido intento para derribar la ontología de la trivialidad. El mundo diagnosticado como “enfermo” o “decadente” -donde la vida se halla empobrecida y mutilada- es, pues, un mundo suspendido en un mecanismo ciego de autoconservación, vertebrado en torno a la huida.


(*) Javier del Arco es Biólogo y epistemólogo. Editor del Blog Biofilosofía de Tendencias21.

Notas

(1) Heidegger, Martín. “Nietzsche”. 2 Vol., Destino, 2000
(2) Arco del, Javier. “La Escuela Filosófica de Kioto como paradigma para una reflexión intercultural”, Revista Arbor, CSIC, septiembre 2004.
(3) Heidegger Martin., “Caminos de bosque, Madrid”, 1996, pp. 190-240
(4) Nietzsche, Friedrich. “Ecce Homo”. Tecnos, 2017
(5) Nietzsche, Friedrich. “El crepúsculo de los ídolos”. Diálogo, 2010
(6) Deleuze, Gilles,“Nietzsche y la filosofía”.Anagrama, 2006
(7) Nietzsche, Friedrich. Correspondencia, (Presentación de Fernando Savater y traducción de F. González). Aguilar, Madrid, 1989.
(8) Nietzsche, Friedrich “La voluntad de poder”. Edaf, Madrid, 1985. Esta cita ha sido “actualizada” por el autor de este artículo ante el desvelamiento de la peligrosidad de la religión islámica para la libertad y el progreso de Occidente.
(9)Acerca del nihilismo de Ernest Jünger y Martín Heidegger, donde se publica “Sobre la línea” y “Hacia la pregunta por el ser”. Ágora, 2002 .
(10) Desgraciadamente entre los muchos ejemplos posibles traigo a colación lo ocurrido en el Colegio de primaria Sandy Hook. Adam Lanza, de 20 años, mató a tiros a 27 personas, 20 de ellas niños. Llevaba un fusil de asalto, dos pistolas y cientos de balas. Estudió en este centro durante varios años junto a su hermano. Padecía síndrome de Asperger y trastorno de la personalidad, pero los investigadores apuntaron que lo que propició este asesinato fue su obsesión con los videojuegos violentos. Lo tenía todo preparado: llevaba puesto un chaleco antibalas y un uniforme militar de color negro. Antes de acudir al colegio mató a tiros a su madre, propietaria legal de todas las armas que Lanza llevaba encima. La masacre pudo ir a más, ya que el joven se suicidó cuando percibió que los agentes de policía estaban a punto de llegar.
(11) Sloterdijk, Peter. “El extrañamiento del mundo” Pre-Textos, 1998.



Javier del Arco.
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