El gato de Schrödinger, vivo y muerto a la vez. Imagen: Dhatfield. Wikipedia.
Casos comunes, casos terminales o raros de salud física y mental que llevan a la muerte son un dilema sin respuesta para los seres que vivimos con la esperanza de comprender tanto nuestro destino final como el de los que nos rodean, nuestros más allegados. En incontables ocasiones se ha hablado y se ha escrito sobre la muerte estrechamente relacionada con la vida, ya sea en el ámbito científico o religioso, incluso en la religión pagana y en el ambiente popular. Llegando a una inevitable ambivalencia de vida-muerte, así como a la inseparable relación para el humano mortal. En términos más populares, cuántas veces no hemos escuchado: estoy muerto en vida, o me siento muerto en vida, o estoy muriendo en vida, una lenta agonía, etc.
Pero ¿es esto posible en la vida de los seres humanos? O solo es uno más de sus delirios o patologías psicológicas (con esto me refiero estrictamente a cuestiones mentales, porque es cierto que hay muertes lentas por ser enfermedades crónicas complejas, diagnosticadas clínicamente, que sin embargo muchas veces están generadas desde nuestra propia psiquis). ¿De dónde viene la aparente contradicción en una explicación coherente del asunto? Tal vez debamos ir más a fondo y preguntarnos acerca de nuestra percepción integral sobre la vida y la muerte. La gente sofocada por el miedo a la muerte –lo desconocido–, y aún en el miedo a la vida –lo aparentemente conocido–, en medio de los beneficios y vicisitudes de su existencia, no encuentra explicación a esta encrucijada sin salida. Es quizás por eso mejor ignorar la muerte, hasta que llega el momento, el nuestro, o el de alguien a quien amamos.
Esta cercanía la convierte en un estimulo para reflexionar sobre el enigma. O en todo caso es mejor verla como un rito cultural al estilo prehispánico con su toque modernista, o quizás como un pseudo-culto de estilo gringo americano; una curiosidad, donde nuestra penitencia se vuelve más un juego burlón que desafía a la muerte, porque la vida creemos que nos pertenece. Más aún hay quienes pregonan que nada pasa, no hay nada más, ni más allá, ni Deidad, en el ocaso de la vida todo se extingue, por eso cantan su credo esos creyentes: “goza la vida” que el tiempo se va. Hablando del tiempo, de esa aversión a la finitud del tiempo –nuestro periodo de vida–, ese periodo que según la tradición debemos vivir, desarrollarnos hasta arrugarnos para luego morir, sin la certeza de lo que en realidad nos depara la vida misma culminando con la ida al sepulcro y ¿de ahí a dónde? Según las creencias religiosas y populares inculcadas debemos ir al cielo o al infierno, así sin más explicación de dónde y por qué.
Dejados llevar de este modo por el vertiginoso mundo globalizado en el que habitamos actualmente sin tener más visión y comprensión que las normas y limitaciones marcadas por la sociedad, la ciencia, la religión y también cada vez más por el predominio hipnotizador de los medios masivos de comunicación. Cada uno influido en sus respectivos espacios, que más que ampliar nuestra comprensión, la cierran a toda posibilidad de respuestas sin ambigüedad o nos dejan ante complejas teorías que más que resolver el panorama lo complican más dejándonos en la misma incertidumbre. Prefiriendo mantenernos entretenidos, olvidadizos, porque la gente muy en el fondo lo tiene identificado, como un monstruo raro que hace tictac mientras cuenta nuestras horas con minutos, roe y desgarra las articulaciones, las arterias, los genitales, el alma, hasta desgastarlos, finalizando en lo que fue y en lo que no se sabe que será, del polvo regresando al polvo.
Por eso es mejor crear hiperrealidades en la comodidad de nuestra psiquis, muchas veces influida y alimentada por el entorno. Pero en el fondo sabemos al menos subconscientemente que existe un principio y un final de nuestra existencia. Esta representación, como un arquetipo definido en la raíz de nuestra psiquis, en la memoria, en el alma, ahí esta aguardando para atormentarnos como un mito inmerso en un laberinto sin salida. El meollo del asunto es que no encontramos la brújula adecuada en los campos del conocimiento e información humanos que nos dé explicaciones completas a nuestros cuestionamientos sobre la vida y la muerte.
El hombre como unidad que siente
¿Pero dónde esta el fallo? Debemos aceptar que donde la mayoría ha fallado es en no considerar al hombre como una unidad que siente, piensa y percibe, en espíritu, mente y cuerpo, si es que se “cree” en estos tres aspectos; y esto es otro gran dilema (como lo afirmo C. G. Jung: que tanto el pensamiento como el sentimiento son funciones psíquicas opuestas que se pueden integrar). No estamos compuestos solo por secciones sin relación alguna, sino por el contrario, somos como un microcosmos de infinitas posibilidades interconectado con su entorno, en un todo, pero a su vez con una individualidad que nos hace únicos. Posibilidades que por desgracia han sido desconectadas, acotándonos a un pequeñísimo entorno personal llamado “Yo”: yo siento, yo creo, yo pienso, etc... Y aún más diminuto que esto: es mío, solo mío, todo mío, sin darnos cuenta que esto es lo que principalmente nos desconecta de la realidad universal. Es ese yo inconexo, mejor conocido como ego, esa sombra de la que habló C.G. Jung (cabe aclarar que él le daba una connotación más general a la sombra, implicada en su inconsciente colectivo y personal, pero en resumidas cuentas representando nuestros más primitivos impulsos, entendidos de acuerdo con toda la simbología psicológica implicada del arquetipo).
Este ego que nos deja sin muchas opciones de elección, asegurando solo su supervivencia a costa de lo que sea, sin importar lo demás ni los demás, poniéndonos en estado de ansiedad y estrés hasta conseguir lo que desea. Es cierto que a lo largo de las edades humanas se han ido coartando nuestras posibilidades universales, incluso de manera deliberada por algunas mentes que de manera fría y perversa han dejado al hombre sin una mínima dignidad de elección entre los distintos matices del saber, sin poder elegir lo mejor para una existencia en armonía con la naturaleza, con el cosmos. Se nos ha tratado de manera inquisidora, si alguno se atreve a pensar de forma distinta a las creencias, leyes y cánones establecidos por estas mentes, como se ve en los cultos y tradiciones. No obstante, debemos admitir que nosotros mismos nos hemos auto-saboteado con este yo inconexo, ya que todo esto cae en un círculo vicioso que no tiene una salida clara.
Lo ideal seria hallar los círculos virtuosos que nos interconecten con la realidad universal. Ya hemos visto casos como Copérnico, o Einstein que han desafiado a la Ciencia dogmática, o Galileo que se confrontó hasta donde su alcance le permitió con el clero, al igual que Lutero que echó por la borda algunos de los más profundos principios católicos para crear su credo. Lo irónico de estos personajes es que ahora sus ideas y contribuciones las han convertido en dogmas también cayendo nuevamente en la desvirtud del conocimiento, sin apertura a nuevas tendencias de pensamiento. Esta perspectiva suele ser muy tendenciosa –tanto la religiosa como la científica-, aun sin caer en una confrontación sobre la existencia de Dios. Así, bajo esta premisa se apoyan los religiosos para gobernar ventajosamente a los creyentes de Fe ciega: “las trampas de la fe” como acertadamente las califico Octavio Paz. Desafortunadamente el análisis de este dominio necesitaría volúmenes enteros que por el momento nos desvían de nuestro objetivo. Pasamos así a dar una interpretación de la cuestión respecto al coexistir en un estado de vida y muerte, refiriéndonos al panorama psicológico con reflejos hacia lo físico.
El panorama clásico: visión oficial
De acuerdo con la medicina y fisiología el hombre es un grupo complejo de sistemas orgánicos que al funcionar en conjunto generan la actividad de la vida biológica tal como la conocemos, al menos en un contexto médico. Es decir dependemos del adecuado funcionamiento de estos sistemas, de órganos, que a su vez dependen de otros sistemas, es decir, tanto los celulares como los moleculares, constituidos por una infinidad de reacciones bioquímicas en perfecta coordinación y sincronización desde cualquiera de nuestros cabellos hasta la última neurona. Siguiendo así hasta llegar a los diminutos átomos con sus corpúsculos elementales, aunque estos últimos salen del alcance de la fisiología. No obstante, permanecen dentro de la física, que es hacia donde nos dirigimos. A la esencia que nos conecta al circulo virtuoso psico-físico.
Por otro lado está la correspondencia con la religión, la cual considera al hombre como un ser de carne y hueso (lo material): el cuerpo del deseo, la parte perecedera y pecaminosa, vivificado con la chispa o soplo divino, la parte perenne e impecable, salvo que lo primero domine a lo segundo por medio del ego. En la religión no definen el alma sin ambigüedad: en qué condiciones y cuáles son tanto sus facultades como sus limitaciones. Es el alma lo que persiste y resiste a la muerte, salvo que no es ella quien decide a dónde ir: cielo o infierno, es el gran misterio. Los padres de la religión, encargados de guiar la parte espiritual, aprovechan su autoridad, fundada en las Escrituras, para gobernar con su credo la conciencia del hombre.
Esto sin negar el hecho de que hay libros sagrados con profunda perspectiva divina. Pero es de sobra conocido que algunos hombres de religión han aprovechado de manera abominable su posición para extraer de estos textos condiciones, interpretaciones y dogmas a su conveniencia personal o de grupo. Ese ha sido el gran problema de la religión (con sus ministros y creyentes) que no han entendido el verdadero mensaje mesiánico, desviando su objetivo a otros intereses más terrenales. Cayendo como siempre tanto en las conveniencias personales como de grupos religiosos. Pero no se trata de sentar cátedra de religiosidad creyente con fervor devoto. Sino de tratar de ampliar nuestra visión un poco más allá de lo establecido.
Asimismo, el control de la sociedad y su complejo sistema tanto de normas como de leyes locales e internacionales han hecho que el hombre, por un lado conserve un orden tan necesario como urgente para la sana convivencia, pero por otro lado hemos sido utilizados como instrumentos para el beneficio político y económico solo para unas cuantas naciones, y de grupos de individuos que acumulan y manipulan todo el poder a su antojo y conveniencia. Sin tomar en cuenta el aspecto humano y ambiental que cada día están más degradados. Ahí mismo están inmersos los medios de comunicación de todo tipo al servicio de sus amos: el poder socio-económico-político de las sociedades globalizadas. Es tal vez donde menos podríamos hallar explicación a la paradoja de la simultaneidad de la vida y la muerte. Quizás hay excepciones pero son mínimas.
Llegando a la ciencia –y también a la religión– se abre una esperanza. No obstante la ciencia, también esta sistematizada de forma demasiado fría. Desintegrada en muchísimas ramas. Con complejos modelos y metodologías que han hecho del conocimiento científico un mercado al mejor postor, respondiendo así a intereses de glorificación tanto personal como institucional. Olvidando el más elemental sentido original de la ciencia que es la búsqueda de la verdad. La misma verdad que buscan las religiones y otras corrientes buscadoras de la sabiduría, que jamás se han puesto de acuerdo (otro complejo problema).
Es cierto que esa búsqueda se ha convertido en lo menos importante, siempre y cuando se llegue a los resultados emanados de intereses particulares, modas y tendencias que la ciencia, junto con su hija pródiga la tecnología, vaya necesitando para abastecer al monstruo de la industria y la economía, a las que responde como a su gran amo. Mencionemos que no todos los científicos responden a este estimulo, al menos en principio. No obstante, acaban envueltos involuntaria o voluntariamente por el gran controlador de la ciencia: el poder político y financiero que la controla actualmente. De tal manera que por donde lo busquemos acabamos desbordados en el precipicio de lo insensatamente desconocido. Como una enfermedad incurable que mitiga lentamente las conciencias. Sin embargo, hay esperanzas porque hallamos en algunos cuantos autores esa integración del conocimiento global que nos conduzca a la comprensión de estos enigmas.
Pero ¿es esto posible en la vida de los seres humanos? O solo es uno más de sus delirios o patologías psicológicas (con esto me refiero estrictamente a cuestiones mentales, porque es cierto que hay muertes lentas por ser enfermedades crónicas complejas, diagnosticadas clínicamente, que sin embargo muchas veces están generadas desde nuestra propia psiquis). ¿De dónde viene la aparente contradicción en una explicación coherente del asunto? Tal vez debamos ir más a fondo y preguntarnos acerca de nuestra percepción integral sobre la vida y la muerte. La gente sofocada por el miedo a la muerte –lo desconocido–, y aún en el miedo a la vida –lo aparentemente conocido–, en medio de los beneficios y vicisitudes de su existencia, no encuentra explicación a esta encrucijada sin salida. Es quizás por eso mejor ignorar la muerte, hasta que llega el momento, el nuestro, o el de alguien a quien amamos.
Esta cercanía la convierte en un estimulo para reflexionar sobre el enigma. O en todo caso es mejor verla como un rito cultural al estilo prehispánico con su toque modernista, o quizás como un pseudo-culto de estilo gringo americano; una curiosidad, donde nuestra penitencia se vuelve más un juego burlón que desafía a la muerte, porque la vida creemos que nos pertenece. Más aún hay quienes pregonan que nada pasa, no hay nada más, ni más allá, ni Deidad, en el ocaso de la vida todo se extingue, por eso cantan su credo esos creyentes: “goza la vida” que el tiempo se va. Hablando del tiempo, de esa aversión a la finitud del tiempo –nuestro periodo de vida–, ese periodo que según la tradición debemos vivir, desarrollarnos hasta arrugarnos para luego morir, sin la certeza de lo que en realidad nos depara la vida misma culminando con la ida al sepulcro y ¿de ahí a dónde? Según las creencias religiosas y populares inculcadas debemos ir al cielo o al infierno, así sin más explicación de dónde y por qué.
Dejados llevar de este modo por el vertiginoso mundo globalizado en el que habitamos actualmente sin tener más visión y comprensión que las normas y limitaciones marcadas por la sociedad, la ciencia, la religión y también cada vez más por el predominio hipnotizador de los medios masivos de comunicación. Cada uno influido en sus respectivos espacios, que más que ampliar nuestra comprensión, la cierran a toda posibilidad de respuestas sin ambigüedad o nos dejan ante complejas teorías que más que resolver el panorama lo complican más dejándonos en la misma incertidumbre. Prefiriendo mantenernos entretenidos, olvidadizos, porque la gente muy en el fondo lo tiene identificado, como un monstruo raro que hace tictac mientras cuenta nuestras horas con minutos, roe y desgarra las articulaciones, las arterias, los genitales, el alma, hasta desgastarlos, finalizando en lo que fue y en lo que no se sabe que será, del polvo regresando al polvo.
Por eso es mejor crear hiperrealidades en la comodidad de nuestra psiquis, muchas veces influida y alimentada por el entorno. Pero en el fondo sabemos al menos subconscientemente que existe un principio y un final de nuestra existencia. Esta representación, como un arquetipo definido en la raíz de nuestra psiquis, en la memoria, en el alma, ahí esta aguardando para atormentarnos como un mito inmerso en un laberinto sin salida. El meollo del asunto es que no encontramos la brújula adecuada en los campos del conocimiento e información humanos que nos dé explicaciones completas a nuestros cuestionamientos sobre la vida y la muerte.
El hombre como unidad que siente
¿Pero dónde esta el fallo? Debemos aceptar que donde la mayoría ha fallado es en no considerar al hombre como una unidad que siente, piensa y percibe, en espíritu, mente y cuerpo, si es que se “cree” en estos tres aspectos; y esto es otro gran dilema (como lo afirmo C. G. Jung: que tanto el pensamiento como el sentimiento son funciones psíquicas opuestas que se pueden integrar). No estamos compuestos solo por secciones sin relación alguna, sino por el contrario, somos como un microcosmos de infinitas posibilidades interconectado con su entorno, en un todo, pero a su vez con una individualidad que nos hace únicos. Posibilidades que por desgracia han sido desconectadas, acotándonos a un pequeñísimo entorno personal llamado “Yo”: yo siento, yo creo, yo pienso, etc... Y aún más diminuto que esto: es mío, solo mío, todo mío, sin darnos cuenta que esto es lo que principalmente nos desconecta de la realidad universal. Es ese yo inconexo, mejor conocido como ego, esa sombra de la que habló C.G. Jung (cabe aclarar que él le daba una connotación más general a la sombra, implicada en su inconsciente colectivo y personal, pero en resumidas cuentas representando nuestros más primitivos impulsos, entendidos de acuerdo con toda la simbología psicológica implicada del arquetipo).
Este ego que nos deja sin muchas opciones de elección, asegurando solo su supervivencia a costa de lo que sea, sin importar lo demás ni los demás, poniéndonos en estado de ansiedad y estrés hasta conseguir lo que desea. Es cierto que a lo largo de las edades humanas se han ido coartando nuestras posibilidades universales, incluso de manera deliberada por algunas mentes que de manera fría y perversa han dejado al hombre sin una mínima dignidad de elección entre los distintos matices del saber, sin poder elegir lo mejor para una existencia en armonía con la naturaleza, con el cosmos. Se nos ha tratado de manera inquisidora, si alguno se atreve a pensar de forma distinta a las creencias, leyes y cánones establecidos por estas mentes, como se ve en los cultos y tradiciones. No obstante, debemos admitir que nosotros mismos nos hemos auto-saboteado con este yo inconexo, ya que todo esto cae en un círculo vicioso que no tiene una salida clara.
Lo ideal seria hallar los círculos virtuosos que nos interconecten con la realidad universal. Ya hemos visto casos como Copérnico, o Einstein que han desafiado a la Ciencia dogmática, o Galileo que se confrontó hasta donde su alcance le permitió con el clero, al igual que Lutero que echó por la borda algunos de los más profundos principios católicos para crear su credo. Lo irónico de estos personajes es que ahora sus ideas y contribuciones las han convertido en dogmas también cayendo nuevamente en la desvirtud del conocimiento, sin apertura a nuevas tendencias de pensamiento. Esta perspectiva suele ser muy tendenciosa –tanto la religiosa como la científica-, aun sin caer en una confrontación sobre la existencia de Dios. Así, bajo esta premisa se apoyan los religiosos para gobernar ventajosamente a los creyentes de Fe ciega: “las trampas de la fe” como acertadamente las califico Octavio Paz. Desafortunadamente el análisis de este dominio necesitaría volúmenes enteros que por el momento nos desvían de nuestro objetivo. Pasamos así a dar una interpretación de la cuestión respecto al coexistir en un estado de vida y muerte, refiriéndonos al panorama psicológico con reflejos hacia lo físico.
El panorama clásico: visión oficial
De acuerdo con la medicina y fisiología el hombre es un grupo complejo de sistemas orgánicos que al funcionar en conjunto generan la actividad de la vida biológica tal como la conocemos, al menos en un contexto médico. Es decir dependemos del adecuado funcionamiento de estos sistemas, de órganos, que a su vez dependen de otros sistemas, es decir, tanto los celulares como los moleculares, constituidos por una infinidad de reacciones bioquímicas en perfecta coordinación y sincronización desde cualquiera de nuestros cabellos hasta la última neurona. Siguiendo así hasta llegar a los diminutos átomos con sus corpúsculos elementales, aunque estos últimos salen del alcance de la fisiología. No obstante, permanecen dentro de la física, que es hacia donde nos dirigimos. A la esencia que nos conecta al circulo virtuoso psico-físico.
Por otro lado está la correspondencia con la religión, la cual considera al hombre como un ser de carne y hueso (lo material): el cuerpo del deseo, la parte perecedera y pecaminosa, vivificado con la chispa o soplo divino, la parte perenne e impecable, salvo que lo primero domine a lo segundo por medio del ego. En la religión no definen el alma sin ambigüedad: en qué condiciones y cuáles son tanto sus facultades como sus limitaciones. Es el alma lo que persiste y resiste a la muerte, salvo que no es ella quien decide a dónde ir: cielo o infierno, es el gran misterio. Los padres de la religión, encargados de guiar la parte espiritual, aprovechan su autoridad, fundada en las Escrituras, para gobernar con su credo la conciencia del hombre.
Esto sin negar el hecho de que hay libros sagrados con profunda perspectiva divina. Pero es de sobra conocido que algunos hombres de religión han aprovechado de manera abominable su posición para extraer de estos textos condiciones, interpretaciones y dogmas a su conveniencia personal o de grupo. Ese ha sido el gran problema de la religión (con sus ministros y creyentes) que no han entendido el verdadero mensaje mesiánico, desviando su objetivo a otros intereses más terrenales. Cayendo como siempre tanto en las conveniencias personales como de grupos religiosos. Pero no se trata de sentar cátedra de religiosidad creyente con fervor devoto. Sino de tratar de ampliar nuestra visión un poco más allá de lo establecido.
Asimismo, el control de la sociedad y su complejo sistema tanto de normas como de leyes locales e internacionales han hecho que el hombre, por un lado conserve un orden tan necesario como urgente para la sana convivencia, pero por otro lado hemos sido utilizados como instrumentos para el beneficio político y económico solo para unas cuantas naciones, y de grupos de individuos que acumulan y manipulan todo el poder a su antojo y conveniencia. Sin tomar en cuenta el aspecto humano y ambiental que cada día están más degradados. Ahí mismo están inmersos los medios de comunicación de todo tipo al servicio de sus amos: el poder socio-económico-político de las sociedades globalizadas. Es tal vez donde menos podríamos hallar explicación a la paradoja de la simultaneidad de la vida y la muerte. Quizás hay excepciones pero son mínimas.
Llegando a la ciencia –y también a la religión– se abre una esperanza. No obstante la ciencia, también esta sistematizada de forma demasiado fría. Desintegrada en muchísimas ramas. Con complejos modelos y metodologías que han hecho del conocimiento científico un mercado al mejor postor, respondiendo así a intereses de glorificación tanto personal como institucional. Olvidando el más elemental sentido original de la ciencia que es la búsqueda de la verdad. La misma verdad que buscan las religiones y otras corrientes buscadoras de la sabiduría, que jamás se han puesto de acuerdo (otro complejo problema).
Es cierto que esa búsqueda se ha convertido en lo menos importante, siempre y cuando se llegue a los resultados emanados de intereses particulares, modas y tendencias que la ciencia, junto con su hija pródiga la tecnología, vaya necesitando para abastecer al monstruo de la industria y la economía, a las que responde como a su gran amo. Mencionemos que no todos los científicos responden a este estimulo, al menos en principio. No obstante, acaban envueltos involuntaria o voluntariamente por el gran controlador de la ciencia: el poder político y financiero que la controla actualmente. De tal manera que por donde lo busquemos acabamos desbordados en el precipicio de lo insensatamente desconocido. Como una enfermedad incurable que mitiga lentamente las conciencias. Sin embargo, hay esperanzas porque hallamos en algunos cuantos autores esa integración del conocimiento global que nos conduzca a la comprensión de estos enigmas.
Imagen: 4enarik. PhotoXpress.
Una interpretación paliativa
La ciencia médica se limita a curar, o al menos a intentarlo en medio de sus alcances, al enfermo con medicamentos de todo tipo: químicos, naturistas, biológicos, placebos, etc. (alópatas-homeópatas) con distintos tratamientos. Sin especular en la conexión vivo o muerto del paciente. Si aún tiene signos vitales, esta vivo; si cesaron entonces murió, sin ambigüedad, y esto se ve más claro en enfermos terminales donde de acuerdo con el médico ya no hay más que hacer, excepto darles tratamientos psicológicos y medicamentos que mitiguen su dolor hasta que su corazón deje de latir. Pero cuántas veces nos hemos enterado o hemos escuchado que muchos pacientes “resucitan” de las llamadas muertes clínicas; sucesos que algunos –religiosos– le llamarían milagros. Quizás no se equivoquen, y pueden llamarlo como quieran. Eso es una reactivación de la vida. La pregunta es ¿por qué? Y ¿por quién?
No es de mi incumbencia responderlas con exactitud, pero si, quizás, sentar algunas bases e hipótesis que de alguna manera las respondan, al menos las mitiguen como consuelo del “desahuciado”. Sin embargo podemos observar como en estos estados crónicos extremos se puede sustentar que el paciente de alguna manera esta en un doble estado o en ambos a la vez de vida y muerte o muerte y vida, lo cual puede parecer absurdo a las mentes más racionalistas. Pero quizás no lo deberían percibir así, porque de alguna manera es precisamente esa posibilidad doble la que los hizo volver a la vida. Es decir, no solo es el ámbito del cuerpo físico el que interviene acá; y con esto no quiero exagerar el ámbito puramente espiritual como lo harían los religiosos. Sino mencionar un aspecto profundamente psicológico, que obviamente se conecta con los anteriores de forma íntima; este aspecto es el generador de la posibilidad. Notemos que hay un sector tripartito, biofísico-psicológico además de holístico (al estilo de Bohm en el cual podemos buscar respuestas a esta clase de fenómenos (si es correcto llamarles fenómenos), que están perfectamente bien conectados, aunque se ha ignorado ese entrelazamiento por tales o cuales razones que desconocemos o quizás convenientemente olvidamos.
Esa conexión, quizás sin saberlo, la ha hecho la misma física moderna, en especial la mecánica cuántica. Rama de la ciencia física que por sus características puede parecer solo una más de las frías dotaciones del edificio de conocimiento humano. Pero no nos culpemos por percibirla así, ya que es como los científicos nos han acostumbrado a entenderla. Excepto algunos pocos de ellos que la han visualizado más allá del cálculo y el experimento, es decir, gente como W. Pauli con su acercamiento solemne a la psicología analítica de Jung, junto con el que colaboró en distintos misterios psicológicos y psico-físicos en especial la sincronicidad; acercamiento “accidental” que se debió a que primero Pauli fue su paciente.
También el sonado caso de David Bohm con el paradigma Holográfico del Universo, así como el neurocientífico Karl Pribram que consideraba que tanto la memoria como la mente, junto con su almacenamiento, son de naturaleza holográfica. Son científicos entre otros que rebasaron los confines de sus disciplinas y que se han atrevido no solo a ser multidisciplinares, sino a desafiar los esquemas establecidos por las teorías de la ciencia. Mostrando que no basta ser globales en el conocimiento si no hay una integración de las partes. Otros más se han sumado a sus esfuerzos, siguen construyendo el nuevo edificio de la ciencia moderna entrelazando disciplinas que antes parecían inconexas. Pero la unión y búsqueda aún no termina.
Schrödinger como referente
En teoría cuántica existe la paradoja del llamado gato de Schrödinger (propuesto por Erwin Schrödinger en 1925), en principio de carácter matemático con relevancia en la física cuántica únicamente. De acuerdo con su experimento mental, Schrödinger propone estados de un sistema físico (cuántico) diametralmente opuestos, que pueden coexistir en un solo estado simultáneo en su respectiva función de onda, la cual contiene toda la información del evento. Pero ¿cómo puede ser esto? Según la mecánica cuántica esto es totalmente válido y sin contradicción, debido a que la función de onda, matemáticamente hablando, esta en una superposición de estados, los cuales pueden ser de carácter infinito en el llamado espacio de Hilbert. Así que no solo pueden existir dos estados, sino una infinidad de ellos.
Pero esta cualidad matemática al ser mezclada con el fenómeno físico, y en especial con el evento de medición experimental nos lleva al llamado colapso de la función de onda (según la escuela de Copenhagen promovida por Bohr). Es en el momento en que el observador (experimentador: ser pensante-perceptivo) mide el sistema preparado inicialmente con ciertas características particulares, cuando literalmente el observador hace que el sistema y con este la función de onda colapse en el estado más probable de acuerdo a su función de onda; o, dicho de otra manera, de acuerdo con lo pensado.
El acto de medir (experimento) en mecánica cuántica no esta aislado de la conciencia del pensador como algunos podrían creer. Junto a esto, está la propiedad intrínseca de estos sistemas de no poder medir propiedades simultáneas de acuerdo al Principio de Incertidumbre o Indeterminación de Heisenberg. Todo lo anterior ha sido infinidad de veces comprobado en estudios teóricos y experimentales por todo el globo. También es una cuestión de interpretación filosófica.
Hay quienes aún van más lejos en su interpretación. Y es debido a la supuesta contradicción o paradoja que se forma en particular con el llamado gato de Schrodinger, que con solo dos estados del minino o gato: es decir, de vida y muerte, se dice que antes de saber su feliz o triste destino debemos considerarlo como vivo y muerto a la vez, sin antes haber destapado su caja negra, una vez que el gas letal fue activado o no por decaimiento radiactivo del átomo. Esta historia completa la puede encontrar en muchos de los textos tradicionales de mecánica cuántica (como el de D. J. Griffiths: Introduction to Quantum Mechanics, second ed.), donde una de sus principales aplicaciones es en el área de la computación e información cuántica, donde el gato representa el ahora muy conocido Quantum-Bit o qbit: la unidad fundamental de procesamiento cuántico computacional.
Así que este ir y devenir de estados superpuestos pueden parecer para nuestro sentido común algo extraño, contradictorio y hasta desquiciado. Pero ya ha sido comprobado múltiples veces que es factible llevarlo a cabo aún a pesar de que en la misma corriente científica de la física cuántica hay quienes se resistieron a esta interpretación probabilística que según ellos, es incompleta para la teoría, como pensaba el mismísimo Einstein y otros científicos no menos destacados. El caso más famoso es la Paradoja EPR (Einstein-Podolsky-Rosen). Podemos decir que la interpretación probabilística del colapso de la función es de las más aceptadas actualmente por los estudiosos de la física cuántica teórica y aplicada, salvo que estos últimos (los aplicados y experimentales) no se preocupan tanto por la interpretación filosófica de la teoría. Solo se limitan a intentar reproducir los cálculos en los experimentos, así como a hacer aplicaciones tecnológicas como ya es de sobra conocido en su vasto campo de aplicación a la tecnología moderna.
Si visualizamos lo anterior en una perspectiva más amplia, sin limitarnos solo a la mecánica cuántica, aunque pudiera parecer descabellado, podemos observar que esta característica esta presente en el sentir y pensar de los seres, en su psiquis aún sin saberlo de manera conciente. Pero debido a que estamos acostumbrados a ser deterministas y radicales en nuestros procesos “clásicos” de pensar, sentir y reaccionar, casi como autómatas. Sembrando en nuestra mente como un programa informático que responde a la lógica del llamado sentido común. Sumergidos en el espacio-tiempo de nuestro mundo cotidiano.
Puesto que la mente percibe de manera secuencial el paso del tiempo que nos lleva del principio a nuestro fin, por el único camino que conocemos el de nacer, crecer, reproducirnos, envejecer y morir, con sus respectivos triunfos y fracasos. Como siempre no alcanzamos a entender que al llegar al jardín donde los caminos se bifurcan (como lo cuenta Borges) las opciones suelen ser múltiples para las mentes despiertas e inquietas, inconformes con el tradicional camino de la existencia. Sin embargo, al estar acostumbrados a caminar por la senda donde la mayoría anda, vamos tras ellos como borregos al matadero sin saber si realmente si el camino que hacemos es un beneficio para nuestro ser.
Tendencias equivocadas
Seguimos tendencias generalmente equivocadas, saboteándonos a nosotros mismos sin ver que hay más opciones, posibilidades de alcanzar el objetivo de la vida y la felicidad. Embutidos en la cápsula de nuestro propio ego, muy manipulable por otros egos más robustos. No es cuestión de auto-culparnos por el sin sentido y la conciencia de nuestros actos, sino de abrir la perspectiva y visión psicológica, llena de infinitas posibilidades, no solo de coexistencia de vida-muerte, sino de comprender el entretejido de la realidad, que no esta hilvanada como una secuencia única, más bien como miríadas de posibilidades de elección para llegar a la verdad de la realidad universal que lo abraza todo.
Siguiendo las pistas del pensamiento-sentimiento que reflejan distintos matices en la pantalla de nuestra mente para colapsar al mejor de los estados, el de la verdad y felicidad. O ¿acaso es otro nuestro objetivo final? Esperamos sinceramente que no sea así. Las puertas de la integración del conocimiento total están esperando a ser abiertas para entrar de lleno en la sabiduría universal que nos haga más conscientes de nuestro verdadero papel en el cosmos. Comenzando por la apertura de la mente y la conciencia a la percepción del la realidad múltiple conexa del orden implicado como lo propuso David Bohm, con una conciencia holística con íntima relación psicológica, biológica y física.
No se trata de caer en nuevas tendencias o modas de pensamiento o creencias que bajo circunstancias teóricas nos lleven a nuevos dogmas, o a curiosas alegorías como la del gato de Schrodinger, sino más bien de experimentar el flujo de sensaciones que pasan dentro del océano de posibilidades de nuestra mente y corazón, auto-explorándonos, lo cuál no es nada nuevo; eso ya lo sabían las culturas milenarias, como la de los chinos, los mayas, los vedas, etc. Aún en actuales corrientes de pensamiento como la psicología analítica de Jung, entre otras, que ya mencionamos anteriormente. Culturas que tenían un conocimiento global e integrado de todo lo que los rodeaba. Tampoco es tratar de dar consuelo paliativo para que, de cualquier forma, acabemos en el pozo del olvido, haciendo morir sin saber nuestro objetivo real.
Al tener un conocimiento global desintegrado creado por las típicas corrientes de pensamiento y creencias de todo tipo que nos dejan la impresión de paradojas irreconciliables sin sentido. Debido a esto las personas nos hemos desconectado de la sabiduría universal, del conglomerado holístico de la realidad, que parte de un pensamiento cuántico sumergido en lo más profundo de nuestra psiquis. Al estar desconectados, o desintegrados, no podremos hallar las explicaciones completas de cualquier pregunta fundamental de la vida o de la muerte aún de carácter aparentemente trivial como, qué pasará mañana, o por qué sucedió así y muchas más. Cada quien deberá encontrar su respectivo canal de conexión con el todo universal partiendo de la propia introspección con nosotros mismos. Una cualidad intrínseca que posemos, pocas veces aprovechada y, peor aún, desconocida para la mayoría. Y, aunque parezca poco, es mucho, pues se trata de revolucionar nuestra forma de pensar y percibir nuestro entorno, de tener la certeza de que hay algo más que lo aparente.
La ciencia médica se limita a curar, o al menos a intentarlo en medio de sus alcances, al enfermo con medicamentos de todo tipo: químicos, naturistas, biológicos, placebos, etc. (alópatas-homeópatas) con distintos tratamientos. Sin especular en la conexión vivo o muerto del paciente. Si aún tiene signos vitales, esta vivo; si cesaron entonces murió, sin ambigüedad, y esto se ve más claro en enfermos terminales donde de acuerdo con el médico ya no hay más que hacer, excepto darles tratamientos psicológicos y medicamentos que mitiguen su dolor hasta que su corazón deje de latir. Pero cuántas veces nos hemos enterado o hemos escuchado que muchos pacientes “resucitan” de las llamadas muertes clínicas; sucesos que algunos –religiosos– le llamarían milagros. Quizás no se equivoquen, y pueden llamarlo como quieran. Eso es una reactivación de la vida. La pregunta es ¿por qué? Y ¿por quién?
No es de mi incumbencia responderlas con exactitud, pero si, quizás, sentar algunas bases e hipótesis que de alguna manera las respondan, al menos las mitiguen como consuelo del “desahuciado”. Sin embargo podemos observar como en estos estados crónicos extremos se puede sustentar que el paciente de alguna manera esta en un doble estado o en ambos a la vez de vida y muerte o muerte y vida, lo cual puede parecer absurdo a las mentes más racionalistas. Pero quizás no lo deberían percibir así, porque de alguna manera es precisamente esa posibilidad doble la que los hizo volver a la vida. Es decir, no solo es el ámbito del cuerpo físico el que interviene acá; y con esto no quiero exagerar el ámbito puramente espiritual como lo harían los religiosos. Sino mencionar un aspecto profundamente psicológico, que obviamente se conecta con los anteriores de forma íntima; este aspecto es el generador de la posibilidad. Notemos que hay un sector tripartito, biofísico-psicológico además de holístico (al estilo de Bohm en el cual podemos buscar respuestas a esta clase de fenómenos (si es correcto llamarles fenómenos), que están perfectamente bien conectados, aunque se ha ignorado ese entrelazamiento por tales o cuales razones que desconocemos o quizás convenientemente olvidamos.
Esa conexión, quizás sin saberlo, la ha hecho la misma física moderna, en especial la mecánica cuántica. Rama de la ciencia física que por sus características puede parecer solo una más de las frías dotaciones del edificio de conocimiento humano. Pero no nos culpemos por percibirla así, ya que es como los científicos nos han acostumbrado a entenderla. Excepto algunos pocos de ellos que la han visualizado más allá del cálculo y el experimento, es decir, gente como W. Pauli con su acercamiento solemne a la psicología analítica de Jung, junto con el que colaboró en distintos misterios psicológicos y psico-físicos en especial la sincronicidad; acercamiento “accidental” que se debió a que primero Pauli fue su paciente.
También el sonado caso de David Bohm con el paradigma Holográfico del Universo, así como el neurocientífico Karl Pribram que consideraba que tanto la memoria como la mente, junto con su almacenamiento, son de naturaleza holográfica. Son científicos entre otros que rebasaron los confines de sus disciplinas y que se han atrevido no solo a ser multidisciplinares, sino a desafiar los esquemas establecidos por las teorías de la ciencia. Mostrando que no basta ser globales en el conocimiento si no hay una integración de las partes. Otros más se han sumado a sus esfuerzos, siguen construyendo el nuevo edificio de la ciencia moderna entrelazando disciplinas que antes parecían inconexas. Pero la unión y búsqueda aún no termina.
Schrödinger como referente
En teoría cuántica existe la paradoja del llamado gato de Schrödinger (propuesto por Erwin Schrödinger en 1925), en principio de carácter matemático con relevancia en la física cuántica únicamente. De acuerdo con su experimento mental, Schrödinger propone estados de un sistema físico (cuántico) diametralmente opuestos, que pueden coexistir en un solo estado simultáneo en su respectiva función de onda, la cual contiene toda la información del evento. Pero ¿cómo puede ser esto? Según la mecánica cuántica esto es totalmente válido y sin contradicción, debido a que la función de onda, matemáticamente hablando, esta en una superposición de estados, los cuales pueden ser de carácter infinito en el llamado espacio de Hilbert. Así que no solo pueden existir dos estados, sino una infinidad de ellos.
Pero esta cualidad matemática al ser mezclada con el fenómeno físico, y en especial con el evento de medición experimental nos lleva al llamado colapso de la función de onda (según la escuela de Copenhagen promovida por Bohr). Es en el momento en que el observador (experimentador: ser pensante-perceptivo) mide el sistema preparado inicialmente con ciertas características particulares, cuando literalmente el observador hace que el sistema y con este la función de onda colapse en el estado más probable de acuerdo a su función de onda; o, dicho de otra manera, de acuerdo con lo pensado.
El acto de medir (experimento) en mecánica cuántica no esta aislado de la conciencia del pensador como algunos podrían creer. Junto a esto, está la propiedad intrínseca de estos sistemas de no poder medir propiedades simultáneas de acuerdo al Principio de Incertidumbre o Indeterminación de Heisenberg. Todo lo anterior ha sido infinidad de veces comprobado en estudios teóricos y experimentales por todo el globo. También es una cuestión de interpretación filosófica.
Hay quienes aún van más lejos en su interpretación. Y es debido a la supuesta contradicción o paradoja que se forma en particular con el llamado gato de Schrodinger, que con solo dos estados del minino o gato: es decir, de vida y muerte, se dice que antes de saber su feliz o triste destino debemos considerarlo como vivo y muerto a la vez, sin antes haber destapado su caja negra, una vez que el gas letal fue activado o no por decaimiento radiactivo del átomo. Esta historia completa la puede encontrar en muchos de los textos tradicionales de mecánica cuántica (como el de D. J. Griffiths: Introduction to Quantum Mechanics, second ed.), donde una de sus principales aplicaciones es en el área de la computación e información cuántica, donde el gato representa el ahora muy conocido Quantum-Bit o qbit: la unidad fundamental de procesamiento cuántico computacional.
Así que este ir y devenir de estados superpuestos pueden parecer para nuestro sentido común algo extraño, contradictorio y hasta desquiciado. Pero ya ha sido comprobado múltiples veces que es factible llevarlo a cabo aún a pesar de que en la misma corriente científica de la física cuántica hay quienes se resistieron a esta interpretación probabilística que según ellos, es incompleta para la teoría, como pensaba el mismísimo Einstein y otros científicos no menos destacados. El caso más famoso es la Paradoja EPR (Einstein-Podolsky-Rosen). Podemos decir que la interpretación probabilística del colapso de la función es de las más aceptadas actualmente por los estudiosos de la física cuántica teórica y aplicada, salvo que estos últimos (los aplicados y experimentales) no se preocupan tanto por la interpretación filosófica de la teoría. Solo se limitan a intentar reproducir los cálculos en los experimentos, así como a hacer aplicaciones tecnológicas como ya es de sobra conocido en su vasto campo de aplicación a la tecnología moderna.
Si visualizamos lo anterior en una perspectiva más amplia, sin limitarnos solo a la mecánica cuántica, aunque pudiera parecer descabellado, podemos observar que esta característica esta presente en el sentir y pensar de los seres, en su psiquis aún sin saberlo de manera conciente. Pero debido a que estamos acostumbrados a ser deterministas y radicales en nuestros procesos “clásicos” de pensar, sentir y reaccionar, casi como autómatas. Sembrando en nuestra mente como un programa informático que responde a la lógica del llamado sentido común. Sumergidos en el espacio-tiempo de nuestro mundo cotidiano.
Puesto que la mente percibe de manera secuencial el paso del tiempo que nos lleva del principio a nuestro fin, por el único camino que conocemos el de nacer, crecer, reproducirnos, envejecer y morir, con sus respectivos triunfos y fracasos. Como siempre no alcanzamos a entender que al llegar al jardín donde los caminos se bifurcan (como lo cuenta Borges) las opciones suelen ser múltiples para las mentes despiertas e inquietas, inconformes con el tradicional camino de la existencia. Sin embargo, al estar acostumbrados a caminar por la senda donde la mayoría anda, vamos tras ellos como borregos al matadero sin saber si realmente si el camino que hacemos es un beneficio para nuestro ser.
Tendencias equivocadas
Seguimos tendencias generalmente equivocadas, saboteándonos a nosotros mismos sin ver que hay más opciones, posibilidades de alcanzar el objetivo de la vida y la felicidad. Embutidos en la cápsula de nuestro propio ego, muy manipulable por otros egos más robustos. No es cuestión de auto-culparnos por el sin sentido y la conciencia de nuestros actos, sino de abrir la perspectiva y visión psicológica, llena de infinitas posibilidades, no solo de coexistencia de vida-muerte, sino de comprender el entretejido de la realidad, que no esta hilvanada como una secuencia única, más bien como miríadas de posibilidades de elección para llegar a la verdad de la realidad universal que lo abraza todo.
Siguiendo las pistas del pensamiento-sentimiento que reflejan distintos matices en la pantalla de nuestra mente para colapsar al mejor de los estados, el de la verdad y felicidad. O ¿acaso es otro nuestro objetivo final? Esperamos sinceramente que no sea así. Las puertas de la integración del conocimiento total están esperando a ser abiertas para entrar de lleno en la sabiduría universal que nos haga más conscientes de nuestro verdadero papel en el cosmos. Comenzando por la apertura de la mente y la conciencia a la percepción del la realidad múltiple conexa del orden implicado como lo propuso David Bohm, con una conciencia holística con íntima relación psicológica, biológica y física.
No se trata de caer en nuevas tendencias o modas de pensamiento o creencias que bajo circunstancias teóricas nos lleven a nuevos dogmas, o a curiosas alegorías como la del gato de Schrodinger, sino más bien de experimentar el flujo de sensaciones que pasan dentro del océano de posibilidades de nuestra mente y corazón, auto-explorándonos, lo cuál no es nada nuevo; eso ya lo sabían las culturas milenarias, como la de los chinos, los mayas, los vedas, etc. Aún en actuales corrientes de pensamiento como la psicología analítica de Jung, entre otras, que ya mencionamos anteriormente. Culturas que tenían un conocimiento global e integrado de todo lo que los rodeaba. Tampoco es tratar de dar consuelo paliativo para que, de cualquier forma, acabemos en el pozo del olvido, haciendo morir sin saber nuestro objetivo real.
Al tener un conocimiento global desintegrado creado por las típicas corrientes de pensamiento y creencias de todo tipo que nos dejan la impresión de paradojas irreconciliables sin sentido. Debido a esto las personas nos hemos desconectado de la sabiduría universal, del conglomerado holístico de la realidad, que parte de un pensamiento cuántico sumergido en lo más profundo de nuestra psiquis. Al estar desconectados, o desintegrados, no podremos hallar las explicaciones completas de cualquier pregunta fundamental de la vida o de la muerte aún de carácter aparentemente trivial como, qué pasará mañana, o por qué sucedió así y muchas más. Cada quien deberá encontrar su respectivo canal de conexión con el todo universal partiendo de la propia introspección con nosotros mismos. Una cualidad intrínseca que posemos, pocas veces aprovechada y, peor aún, desconocida para la mayoría. Y, aunque parezca poco, es mucho, pues se trata de revolucionar nuestra forma de pensar y percibir nuestro entorno, de tener la certeza de que hay algo más que lo aparente.