La diversidad está en la esencia de lo que nos hace humanos: Las personas somos muy diferentes entre sí, no solamente en nuestro aspecto físico, sino también en nuestros rasgos conductuales. Basta un simple vistazo en la calle para comprobar que hay individuos altos y bajos, gordos y flacos, morenos y rubios… Pero también los hay descarados y tímidos, hábiles y torpes, que se les dan bien las matemáticas o que son incapaces de entender una ecuación, que tienen facilidad para los idiomas o que les cuesta mucho hablar otra lengua, que son muy agresivos o extraordinariamente pacíficos…
¿Qué es lo que hace que los seres humanos seamos tan diferentes unos de otros?
Se trata de una pregunta relevante por muchos motivos. Uno de ellos es la educación de los hijos. Los padres queremos que nuestros hijos se porten bien, saquen buenas notas, no caigan en las drogas ni el alcohol, les vaya bien…
Casi todos los padres piensan que tienen en sus manos el destino de sus hijos: según como los eduquen así saldrán. Una legión de psicólogos, pedagogos, puericultores, etc. les alientan para que estimulen desde muy chicos a los bebés, que les dediquen mucho tiempo, que los lleven a hacer un gran número de actividades... Los padres van de cabeza de un lado para otro, pendientes en todo momento de sus hijos. Las madres que trabajan se culpabilizan por no estar el tiempo suficiente con sus retoños.
Pero todo esto podría ser una gran falacia.
Pongámonos en dos casos extremos: Si nuestra naturaleza estuviese determinada principalmente por los genes, no habría que esforzarse demasiado en la educación de nuestros descendientes: hagamos lo que hagamos, se parecerán mucho a nosotros. Si tenemos buenos genes nuestros hijos saldrán bien, aunque les hagamos poco caso; si tenemos malos genes, nuestros hijos saldrán mal, por mucho que nos esforcemos en evitarlo. Por el contrario, si nuestra naturaleza estuviese condicionada principalmente por la educación, debemos dedicar absolutamente todo nuestro esfuerzo a los hijos. Todo lo que hagamos por ellos será poco, porque mientras más les dediquemos mejor saldrán.
Así la pregunta clave es: ¿cuánto de lo que somos se lo debemos a nuestros genes y cuanto a la educación?
Cuestión de genes mendelianos
Durante los últimos 100 años, la genética desarrolló herramientas muy precisas para estudiar cómo se heredan los distintos rasgos que nos hacen ser como somos. Existen numerosos caracteres, como los grupos sanguíneos A, B, O, o el factor Rh, que dependen exclusivamente del efecto de un solo gen. Muchos de estos caracteres mendelianos son responsables de rasgos físicos (como tener pegado el lóbulo de las orejas, el pelo en “pico de viuda”, o los dientes separados). Los genes mendelianos también determinan enfermedades hereditarias que van a condicionar la psique de quien las padece (como la enfermedad de Huntington, que produce una grave degeneración psiquiátrica y motora, o la fenilcetonuria que por un defecto metabólico en el enzima fenilalanina hidroxilasa, da lugar a un grave retardo mental y motor).
Estos genes mendelianos incluso condicionan rasgos como la forma en que cruzamos los brazos (el derecho sobre el izquierdo o al revés) o si podemos doblar transversalmente la lengua.
Todos estos caracteres, que dependen del efecto de un solo gen, son cualitativos (se tiene la característica que determinan, como el Rh+ o el pico de viuda, o no se tiene) y en ellos el ambiente no influye (quien tiene el gen correspondiente manifiesta el carácter y quien no lo tiene no lo manifiesta, con independencia de las condiciones ambientales en donde se crie un individuo).
Así, en toda la variación entre personas que depende de genes mendelianos, solo influye la genética. Podemos adoptar desde recién nacido a un bebé y darle una educación magnífica, o podemos dejarlo “de la mano de Dios” sin hacerle mucho caso, que nada de esto influirá sobre lo que en él determinen sus genes mendelianos. Si tiene el gen para la enfermedad de Huntington terminará padeciendo una grave degeneración, aunque esté en el mejor ambiente del mundo. Sin embargo, el progreso de la medicina va consiguiendo paliar el efecto de algunas enfermedades hereditarias como la fenilcetonuria. De seguir avanzando, la medicina (que es parte del ambiente) podrá corregir los efectos adversos de algunos de estos genes mendelianos.
También de atributos
Pero muchas de las características que conforman la naturaleza humana y nos hacen ser como somos, como las capacidades que constituyen la inteligencia (por ejemplo, la competencia para las matemáticas, la capacidad espacial o la habilidad lingüística), o los rasgos conductuales que configuran nuestra personalidad (por ejemplo, la agresividad, la timidez, o la curiosidad), son caracteres cuantitativos (por ejemplo, la inteligencia).
Se trata de atributos que en general presentan mucha variabilidad (hay personas muy inteligentes mientras otras lo son mucho menos) y suelen ajustarse a una distribución normal (la mayoría de las personas son de una inteligencia normal, hay menos personas muy inteligentes o muy poco inteligentes y solo hay escasísimos genios).
Estos caracteres cuantitativos son el resultado del efecto conjunto de muchos genes (cada uno de los cuales contribuye añadiendo un pequeño valor), pero también del ambiente en donde nos criamos y vivimos (una parte muy importante del cual es la educación). Podemos tener genes para ser muy inteligentes, pero si sufrimos una infancia de desnutrición extrema, con enfermedades y carencia absoluta de educación, no alcanzaremos todo nuestro potencial de inteligencia.
Como podemos influir en la educación de nuestros hijos, pero no podemos cambiar sus genes, resulta del máximo interés medir qué porcentaje de la inteligencia y de los rasgos conductuales se debe al efecto de los genes y qué parte se debe al efecto de la educación. Mientras más se deba a la educación, más útil resultarán nuestros esfuerzos con los hijos.
¿Qué es lo que hace que los seres humanos seamos tan diferentes unos de otros?
Se trata de una pregunta relevante por muchos motivos. Uno de ellos es la educación de los hijos. Los padres queremos que nuestros hijos se porten bien, saquen buenas notas, no caigan en las drogas ni el alcohol, les vaya bien…
Casi todos los padres piensan que tienen en sus manos el destino de sus hijos: según como los eduquen así saldrán. Una legión de psicólogos, pedagogos, puericultores, etc. les alientan para que estimulen desde muy chicos a los bebés, que les dediquen mucho tiempo, que los lleven a hacer un gran número de actividades... Los padres van de cabeza de un lado para otro, pendientes en todo momento de sus hijos. Las madres que trabajan se culpabilizan por no estar el tiempo suficiente con sus retoños.
Pero todo esto podría ser una gran falacia.
Pongámonos en dos casos extremos: Si nuestra naturaleza estuviese determinada principalmente por los genes, no habría que esforzarse demasiado en la educación de nuestros descendientes: hagamos lo que hagamos, se parecerán mucho a nosotros. Si tenemos buenos genes nuestros hijos saldrán bien, aunque les hagamos poco caso; si tenemos malos genes, nuestros hijos saldrán mal, por mucho que nos esforcemos en evitarlo. Por el contrario, si nuestra naturaleza estuviese condicionada principalmente por la educación, debemos dedicar absolutamente todo nuestro esfuerzo a los hijos. Todo lo que hagamos por ellos será poco, porque mientras más les dediquemos mejor saldrán.
Así la pregunta clave es: ¿cuánto de lo que somos se lo debemos a nuestros genes y cuanto a la educación?
Cuestión de genes mendelianos
Durante los últimos 100 años, la genética desarrolló herramientas muy precisas para estudiar cómo se heredan los distintos rasgos que nos hacen ser como somos. Existen numerosos caracteres, como los grupos sanguíneos A, B, O, o el factor Rh, que dependen exclusivamente del efecto de un solo gen. Muchos de estos caracteres mendelianos son responsables de rasgos físicos (como tener pegado el lóbulo de las orejas, el pelo en “pico de viuda”, o los dientes separados). Los genes mendelianos también determinan enfermedades hereditarias que van a condicionar la psique de quien las padece (como la enfermedad de Huntington, que produce una grave degeneración psiquiátrica y motora, o la fenilcetonuria que por un defecto metabólico en el enzima fenilalanina hidroxilasa, da lugar a un grave retardo mental y motor).
Estos genes mendelianos incluso condicionan rasgos como la forma en que cruzamos los brazos (el derecho sobre el izquierdo o al revés) o si podemos doblar transversalmente la lengua.
Todos estos caracteres, que dependen del efecto de un solo gen, son cualitativos (se tiene la característica que determinan, como el Rh+ o el pico de viuda, o no se tiene) y en ellos el ambiente no influye (quien tiene el gen correspondiente manifiesta el carácter y quien no lo tiene no lo manifiesta, con independencia de las condiciones ambientales en donde se crie un individuo).
Así, en toda la variación entre personas que depende de genes mendelianos, solo influye la genética. Podemos adoptar desde recién nacido a un bebé y darle una educación magnífica, o podemos dejarlo “de la mano de Dios” sin hacerle mucho caso, que nada de esto influirá sobre lo que en él determinen sus genes mendelianos. Si tiene el gen para la enfermedad de Huntington terminará padeciendo una grave degeneración, aunque esté en el mejor ambiente del mundo. Sin embargo, el progreso de la medicina va consiguiendo paliar el efecto de algunas enfermedades hereditarias como la fenilcetonuria. De seguir avanzando, la medicina (que es parte del ambiente) podrá corregir los efectos adversos de algunos de estos genes mendelianos.
También de atributos
Pero muchas de las características que conforman la naturaleza humana y nos hacen ser como somos, como las capacidades que constituyen la inteligencia (por ejemplo, la competencia para las matemáticas, la capacidad espacial o la habilidad lingüística), o los rasgos conductuales que configuran nuestra personalidad (por ejemplo, la agresividad, la timidez, o la curiosidad), son caracteres cuantitativos (por ejemplo, la inteligencia).
Se trata de atributos que en general presentan mucha variabilidad (hay personas muy inteligentes mientras otras lo son mucho menos) y suelen ajustarse a una distribución normal (la mayoría de las personas son de una inteligencia normal, hay menos personas muy inteligentes o muy poco inteligentes y solo hay escasísimos genios).
Estos caracteres cuantitativos son el resultado del efecto conjunto de muchos genes (cada uno de los cuales contribuye añadiendo un pequeño valor), pero también del ambiente en donde nos criamos y vivimos (una parte muy importante del cual es la educación). Podemos tener genes para ser muy inteligentes, pero si sufrimos una infancia de desnutrición extrema, con enfermedades y carencia absoluta de educación, no alcanzaremos todo nuestro potencial de inteligencia.
Como podemos influir en la educación de nuestros hijos, pero no podemos cambiar sus genes, resulta del máximo interés medir qué porcentaje de la inteligencia y de los rasgos conductuales se debe al efecto de los genes y qué parte se debe al efecto de la educación. Mientras más se deba a la educación, más útil resultarán nuestros esfuerzos con los hijos.
Investigación compleja
Los genetistas llevamos más de 100 años desarrollando procedimientos que permiten estimar la importancia relativa de factores genéticos y no genéticos en un carácter cuantitativo como los componentes de la inteligencia o los rasgos conductuales.
En primer lugar, debemos medir con razonable precisión la inteligencia o los rasgos conductuales. Se trata de caracteres muy complejos. En la ya larga historia de su medida se han acumulado errores, malas interpretaciones e incluso falsificaciones escandalosas (como en el caso de Cyril Burt), que desprestigiaron los resultados obtenidos.
Pero, en las últimas décadas, miles de personas han trabajado duro para intentar estimar rigurosamente los componentes de la inteligencia o de la personalidad, tanto utilizando test estandarizados como mediante la observación.
Por ejemplo, en los test de inteligencia se miden componentes como la memoria, la concepción espacial o la habilidad lingüística. Los test de personalidad analizan las respuestas a una larga batería de preguntas, permitiendo estimar numéricamente diversos aspectos de nuestros rasgos conductuales.
Los estudios observacionales (por ejemplo, cuantificar las conductas agresivas de los niños en los patios de recreo mediante observadores cualificados) también permiten evaluar rasgos de la personalidad. Se consigue así una estimación de los rasgos conductuales, como la curiosidad y la actitud abierta a nuevas experiencias, el ser extrovertido o introvertido, ser agradable o agresivo, ser más o menos escrupuloso, ser muy neurótico o serlo poco.
Las actuales estimaciones de la inteligencia y los rasgos de la personalidad funcionan razonablemente bien: son repetitibles (una misma persona obtiene los mismos resultados en distintas repeticiones de los test), reproducibles (distintos investigadores obtienen resultados similares) y tienen capacidad predictiva (aciertan bastante bien cuál va a ser el rendimiento escolar, el éxito académico, el grado de conflictividad de la persona, etc.)
Esto es relevante porque más que hacer estimaciones reales de cuánto de la inteligencia o de la personalidad se debe al efecto de los genes o la educación, en realidad solo estamos estimando cuánto de los que los test miden como inteligencia o como personalidad, se debe al efecto de los genes o la educación.
Una vez que medimos estos caracteres en un gran número de personas bajo determinadas circunstancias, podemos empezar a desvelar cual es la importancia relativa de la genética y del ambiente (una parte del cual es la educación).
Aclaración conceptual
Pero antes conviene definir una serie de conceptos: A nivel genético, dos personas cualesquiera tomadas al azar comparten muchos de sus genes: son los genes universales que tenemos en común todos los seres humanos. Pero se diferencian en otros: son los genes diferenciales. A nivel ambiental, dos personas criadas en una misma familia comparten un mismo ambiente, que llamaremos el ambiente compartido, pero se diferencian en el ambiente que no comparten (pueden tener distintos amigos, diferentes lecturas, ver distintas películas…) y que llamaremos ambiente exclusivo.
Se ha analizado cuidadosamente el efecto de los genes diferenciales, del ambiente compartido y del ambiente exclusivo sobre los componentes de la inteligencia y de los rasgos conductuales. Para ello la adopción de niños es un extraordinario experimento que permite obtener resultados muy sólidos en este sentido. En los registros de adopción encontramos 2 tipos de casos que resultan esenciales para comprender la importancia relativa de la genética, el ambiente y la educación:
1. Gemelos que son separados al nacer y criados por diferentes familias. En este caso comparten todos sus genes, pero se diferencian en el ambiente (tanto en el compartido como en el exclusivo). El parecido que exista entre ellos en su inteligencia y sus rasgos conductuales se debe al efecto de los genes (concretamente de los genes diferenciales).
2. Parejas de recién nacidos, que no tienen ningún parentesco entre sí, pero que son adoptados por una misma familia. En este caso el parecido entre ellos en inteligencia y rasgos conductuales será el resultado del ambiente compartido (tienen distintos genes diferenciales y distinto ambiente exclusivo). Se trata de un caso muy interesante porque, en buena parte, el ambiente compartido de estos hermanos de adopción es la educación.
Hay un tercer grupo de estudio que también resulta del máximo interés:
3: Gemelos criados en la misma familia. En este caso son genéticamente idénticos y tienen el mismo ambiente compartido. Solo se diferencian en el ambiente exclusivo.
Este tipo de estudios de adopción solo se realiza en países avanzados, donde existe un severo control: los niños solo se entregan en adopción a familias acomodadas. De hecho, el nivel de vida medio de las familias que adoptan niños es significativamente mayor que el nivel de vida de la población general. Indudablemente esto reduce las diferencias ambientales.
Pero son muy interesantes porque representan qué es lo que ocurre en familias de clase media acomodadas: ninguno de los niños adoptados va a pasar hambre, pero, por ejemplo, unos pueden criarse en familias muy religiosas y conservadoras y otros en familias ateas y de izquierdas; unos pueden educarse en familias donde los padres son muy estrictos y otros en familias muy permisivas. Así estos estudios estiman bien el efecto de la educación.
Los genetistas llevamos más de 100 años desarrollando procedimientos que permiten estimar la importancia relativa de factores genéticos y no genéticos en un carácter cuantitativo como los componentes de la inteligencia o los rasgos conductuales.
En primer lugar, debemos medir con razonable precisión la inteligencia o los rasgos conductuales. Se trata de caracteres muy complejos. En la ya larga historia de su medida se han acumulado errores, malas interpretaciones e incluso falsificaciones escandalosas (como en el caso de Cyril Burt), que desprestigiaron los resultados obtenidos.
Pero, en las últimas décadas, miles de personas han trabajado duro para intentar estimar rigurosamente los componentes de la inteligencia o de la personalidad, tanto utilizando test estandarizados como mediante la observación.
Por ejemplo, en los test de inteligencia se miden componentes como la memoria, la concepción espacial o la habilidad lingüística. Los test de personalidad analizan las respuestas a una larga batería de preguntas, permitiendo estimar numéricamente diversos aspectos de nuestros rasgos conductuales.
Los estudios observacionales (por ejemplo, cuantificar las conductas agresivas de los niños en los patios de recreo mediante observadores cualificados) también permiten evaluar rasgos de la personalidad. Se consigue así una estimación de los rasgos conductuales, como la curiosidad y la actitud abierta a nuevas experiencias, el ser extrovertido o introvertido, ser agradable o agresivo, ser más o menos escrupuloso, ser muy neurótico o serlo poco.
Las actuales estimaciones de la inteligencia y los rasgos de la personalidad funcionan razonablemente bien: son repetitibles (una misma persona obtiene los mismos resultados en distintas repeticiones de los test), reproducibles (distintos investigadores obtienen resultados similares) y tienen capacidad predictiva (aciertan bastante bien cuál va a ser el rendimiento escolar, el éxito académico, el grado de conflictividad de la persona, etc.)
Esto es relevante porque más que hacer estimaciones reales de cuánto de la inteligencia o de la personalidad se debe al efecto de los genes o la educación, en realidad solo estamos estimando cuánto de los que los test miden como inteligencia o como personalidad, se debe al efecto de los genes o la educación.
Una vez que medimos estos caracteres en un gran número de personas bajo determinadas circunstancias, podemos empezar a desvelar cual es la importancia relativa de la genética y del ambiente (una parte del cual es la educación).
Aclaración conceptual
Pero antes conviene definir una serie de conceptos: A nivel genético, dos personas cualesquiera tomadas al azar comparten muchos de sus genes: son los genes universales que tenemos en común todos los seres humanos. Pero se diferencian en otros: son los genes diferenciales. A nivel ambiental, dos personas criadas en una misma familia comparten un mismo ambiente, que llamaremos el ambiente compartido, pero se diferencian en el ambiente que no comparten (pueden tener distintos amigos, diferentes lecturas, ver distintas películas…) y que llamaremos ambiente exclusivo.
Se ha analizado cuidadosamente el efecto de los genes diferenciales, del ambiente compartido y del ambiente exclusivo sobre los componentes de la inteligencia y de los rasgos conductuales. Para ello la adopción de niños es un extraordinario experimento que permite obtener resultados muy sólidos en este sentido. En los registros de adopción encontramos 2 tipos de casos que resultan esenciales para comprender la importancia relativa de la genética, el ambiente y la educación:
1. Gemelos que son separados al nacer y criados por diferentes familias. En este caso comparten todos sus genes, pero se diferencian en el ambiente (tanto en el compartido como en el exclusivo). El parecido que exista entre ellos en su inteligencia y sus rasgos conductuales se debe al efecto de los genes (concretamente de los genes diferenciales).
2. Parejas de recién nacidos, que no tienen ningún parentesco entre sí, pero que son adoptados por una misma familia. En este caso el parecido entre ellos en inteligencia y rasgos conductuales será el resultado del ambiente compartido (tienen distintos genes diferenciales y distinto ambiente exclusivo). Se trata de un caso muy interesante porque, en buena parte, el ambiente compartido de estos hermanos de adopción es la educación.
Hay un tercer grupo de estudio que también resulta del máximo interés:
3: Gemelos criados en la misma familia. En este caso son genéticamente idénticos y tienen el mismo ambiente compartido. Solo se diferencian en el ambiente exclusivo.
Este tipo de estudios de adopción solo se realiza en países avanzados, donde existe un severo control: los niños solo se entregan en adopción a familias acomodadas. De hecho, el nivel de vida medio de las familias que adoptan niños es significativamente mayor que el nivel de vida de la población general. Indudablemente esto reduce las diferencias ambientales.
Pero son muy interesantes porque representan qué es lo que ocurre en familias de clase media acomodadas: ninguno de los niños adoptados va a pasar hambre, pero, por ejemplo, unos pueden criarse en familias muy religiosas y conservadoras y otros en familias ateas y de izquierdas; unos pueden educarse en familias donde los padres son muy estrictos y otros en familias muy permisivas. Así estos estudios estiman bien el efecto de la educación.
Inteligencia genética
Para conocer la importancia relativa de los genes diferenciales, del ambiente compartido y del ambiente exclusivo sobre los componentes de la inteligencia y de los rasgos conductuales, es necesario emplear una serie de herramientas estadísticas y genéticas (como la correlación, la varianza y la heredabilidad que se resumen en un cuadro aparte).
Durante los últimos 50 años se han aplicado estas herramientas a gemelos que son separados al nacer y criados por diferentes familias (y que, por tanto, comparten todos sus genes, pero se diferencian tanto en el ambiente compartido como en el ambiente exclusivo). Así, el parecido que exista entre ellos se debe al efecto de los genes. Los resultados muestran que los gemelos se parecen mucho entre sí en su inteligencia y conducta, aunque se hayan criado en familias diferentes.
Además, estos estudios nos permiten medir la heredabilidad de estos caracteres: la heredabilidad del coeficiente de inteligencia nos indica qué parte de lo que varían las distintas personas en las puntuaciones que obtienen en sus test de inteligencia se debe a causas genéticas (concretamente al efecto de sus genes diferenciales) y qué parte se debe a las otras causas no genéticas (ambiente, educación…).
Los resultados de miles de casos indican que al menos un 40% de las diferencias entre las distintas personas en sus coeficientes de inteligencia se deben a causas genéticas. Con los caracteres conductuales (curiosidad y la actitud abierta a nuevas experiencias, el ser extrovertido o introvertido, etc.) se obtienen resultados parecidos (entre el 40% el 50% de la variación de los rasgos conductuales entre las personas también se debe al efecto de los genes diferenciales).
Un caso parecido es el de los hermanos adoptados por distintas familias. En este caso comparten la mitad de los genes y se diferencian en el ambiente. Si con ellos calculamos la heredabilidad de los rasgos intelectuales y conductuales, se obtienen valores del mismo orden que en el caso de los gemelos.
Otro caso de la máxima relevancia son las parejas de recién nacidos sin parentesco alguno entre ellos, que son adoptados por una misma familia. Estos hermanos de adopción se crían en el mismo ambiente compartido, pero se diferencian en sus genes diferenciales, así como en el ambiente exclusivo.
El estudio riguroso de miles de estos casos, procesados con las más poderosas herramientas de la genética y las matemáticas, ha permitido estimar el efecto del ambiente compartido, que es, en buena parte, la educación.
El resultado es concluyente (aunque demoledor para muchas de nuestras creencias): el ambiente compartido (que en buena parte es la educación que se recibe en las familias) explica menos del 10% de las diferencias en coeficiente de inteligencia y rasgos conductuales de la población.
Aunque docenas de supuestos expertos en educación nos incitan a que estimulemos a nuestros hijos desde que son bebés y los llevemos a montón de actividades, los datos indican claramente que, por más que hagamos, la influencia de la educación dentro de la familia es mínima para el desarrollo de la inteligencia y de los rasgos conductuales.
Si se cumplen unos mínimos que aseguran el correcto desarrollo de los hijos, da igual que se les estimule mucho durante los 3 primeros años o no, que tengan hermanos o sean hijos únicos, que las madres trabajen fuera o que se queden en casa cuidándolos, que sus padres sean una pareja convencional o que sean una pareja de lesbianas o de gays, que vayan a la guardería desde muy pronto o que empiecen en el colegio más mayores, que sean educados rígidamente o lleven una vida más relajada…
Aunque resulte contrario a nuestras buenas intenciones y creencias, dos gemelos criados en distintas familias van a ser mucho más parecidos entre si (en sus coeficientes de inteligencia y en sus rasgos conductuales como la curiosidad, el ser extrovertido, ser agresivo, ser escrupuloso o ser neurótico) que dos hermanos de adopción, sin relación genética alguna, que fuesen adoptados al nacer por una misma familia. Dicho de otra forma: las personas que comparten genes son mucho más parecidas que las personas que comparten educación.
Pero los resultados del tercer grupo de estudio, los gemelos criados en la misma familia, son aún más sorprendentes. Estos gemelos son genéticamente idénticos y se crían con el mismo ambiente compartido. Tan solo se diferencian en el ambiente exclusivo. Pese a que comparten genes y educación estos gemelos distan mucho de ser idénticos: de hecho, sus diferencias en intelecto y rasgos conductuales son del orden de 50%. Hay causas que no son genéticas, ni tienen que ver con el ambiente compartido o la educación, que hacen diferentes a estos gemelos univitelinos criados en la misma familia. Se trata del ambiente exclusivo.
A diferencia del ambiente compartido, que incide por igual en los gemelos, el ambiente exclusivo es el que afecta a uno de los gemelos y no al otro (por ejemplo, uno resbala fortuitamente y se hace daño y el otro no, tienen distintos amigos, diferentes novias, etc.). Además del ambiente exclusivo, diversos tipos de interacciones (incluso entre gemelos es frecuente escuchar frases del tipo “nuestra madre siempre te quiso más a ti”) así como el azar, podría estar desempeñando un papel relevante para explicar las diferencias entre las personas.
Para los padres y educadores, el ambiente exclusivo, las interacciones y el azar, resultan incontrolables. No nos gusta porque en gran medida tiene un componente estocástico. Y tendemos a no darle importancia porque nada podemos hacer para controlarlo. Pero es el factor más importante a la hora de generar diferencias entre las personas. Incluso si nos clonásemos, nuestros clones diferirían mucho en inteligencia y personalidad debido al ambiente exclusivo, interacciones y azar.
Por resumir: la genética (en concreto los genes exclusivos) es responsable de al menos el 40% de nuestras diferencias de inteligencia y personalidad; el ambiente compartido (en buena parte la educación) solo explica hasta un 10% de estas diferencias; el ambiente exclusivo, las interacciones y el azar, son responsables de al menos el 50% de la disparidad intelectual y conductual entre personas. El ambiente exclusivo, y las diferencias genéticas, son las que explican en gran medida porque somos lo que somos.
Resultados relevantes
Sin duda se trata de resultados de la máxima relevancia. Pero no olvidemos sus límites: Que la heredabilidad del coeficiente de inteligencia sea del 40% no quiere decir que el 40% de la inteligencia de una persona se deba a los genes y el resto al ambiente compartido y no compartido; solo significa que el 40% de la variación de la inteligencia en la población de personas estudiada es hereditaria.
Por otra parte, los estudios de heredabilidad solo son válidos para la población estudiada en el ambiente en que vive esa población. En buena parte estos estudios se basan en adopciones y las adopciones en los países avanzados (de donde provienen los datos de estos estudios) están muy controladas.
Como resultado, la mayoría de los niños adoptados van a familias de clase media-alta con mayor nivel de renta y cultura que la población general. Esto reduce el efecto del ambiente compartido (porque la gran mayoría de los adoptados van a estar en un ambiente muy bueno). Pero las conclusiones seguramente sean aplicables a la gran mayoría de los lectores de este estudio.
Estos resultados no quieren decir que la educación no sirva casi para nada: indudablemente hay infinidad de rasgos culturales concretos que dependen en de la educación y del ambiente, por ejemplo, la lengua materna que uno habla, la religión que profesa, e incluso las ideas políticas o la afición a la música.
Sin embargo, la habilidad para el lenguaje depende en buena parte de lo que no es educación (genes y ambiente exclusivo). Incluso la religiosidad, el talante más o menos liberal y la habilidad para la música, apenas están condicionadas por la educación: uno puede tener una extraordinaria capacidad para la música, pero si no se educa tocará mucho peor un instrumento que quien tiene poco talento musical, pero se ha esforzado mucho.
Para terminar, aunque la genética es sin duda muy relevante en la inteligencia y personalidad de nuestros hijos, la respuesta del premio Nobel George Wald cuando William Shockley le pidió que donase esperma para su banco de semen de premios Nobel, resulta clarificadora: “Si desean esperma que produzca premios Nobel, deberían ponerse en contacto con personas como mi padre, un pobre sastre inmigrante. Mi esperma solo le ha dado al mundo dos guitarristas”.
(*) Eduardo Costas y Victoria Lopez Rodas, editores del blog Polvo de Estrellas de Tendencias21, son Catedráticos de Genética de la Universidad Complutense de Madrid. Directores del Comité Científico del Club Nuevo Mundo.
Para conocer la importancia relativa de los genes diferenciales, del ambiente compartido y del ambiente exclusivo sobre los componentes de la inteligencia y de los rasgos conductuales, es necesario emplear una serie de herramientas estadísticas y genéticas (como la correlación, la varianza y la heredabilidad que se resumen en un cuadro aparte).
Durante los últimos 50 años se han aplicado estas herramientas a gemelos que son separados al nacer y criados por diferentes familias (y que, por tanto, comparten todos sus genes, pero se diferencian tanto en el ambiente compartido como en el ambiente exclusivo). Así, el parecido que exista entre ellos se debe al efecto de los genes. Los resultados muestran que los gemelos se parecen mucho entre sí en su inteligencia y conducta, aunque se hayan criado en familias diferentes.
Además, estos estudios nos permiten medir la heredabilidad de estos caracteres: la heredabilidad del coeficiente de inteligencia nos indica qué parte de lo que varían las distintas personas en las puntuaciones que obtienen en sus test de inteligencia se debe a causas genéticas (concretamente al efecto de sus genes diferenciales) y qué parte se debe a las otras causas no genéticas (ambiente, educación…).
Los resultados de miles de casos indican que al menos un 40% de las diferencias entre las distintas personas en sus coeficientes de inteligencia se deben a causas genéticas. Con los caracteres conductuales (curiosidad y la actitud abierta a nuevas experiencias, el ser extrovertido o introvertido, etc.) se obtienen resultados parecidos (entre el 40% el 50% de la variación de los rasgos conductuales entre las personas también se debe al efecto de los genes diferenciales).
Un caso parecido es el de los hermanos adoptados por distintas familias. En este caso comparten la mitad de los genes y se diferencian en el ambiente. Si con ellos calculamos la heredabilidad de los rasgos intelectuales y conductuales, se obtienen valores del mismo orden que en el caso de los gemelos.
Otro caso de la máxima relevancia son las parejas de recién nacidos sin parentesco alguno entre ellos, que son adoptados por una misma familia. Estos hermanos de adopción se crían en el mismo ambiente compartido, pero se diferencian en sus genes diferenciales, así como en el ambiente exclusivo.
El estudio riguroso de miles de estos casos, procesados con las más poderosas herramientas de la genética y las matemáticas, ha permitido estimar el efecto del ambiente compartido, que es, en buena parte, la educación.
El resultado es concluyente (aunque demoledor para muchas de nuestras creencias): el ambiente compartido (que en buena parte es la educación que se recibe en las familias) explica menos del 10% de las diferencias en coeficiente de inteligencia y rasgos conductuales de la población.
Aunque docenas de supuestos expertos en educación nos incitan a que estimulemos a nuestros hijos desde que son bebés y los llevemos a montón de actividades, los datos indican claramente que, por más que hagamos, la influencia de la educación dentro de la familia es mínima para el desarrollo de la inteligencia y de los rasgos conductuales.
Si se cumplen unos mínimos que aseguran el correcto desarrollo de los hijos, da igual que se les estimule mucho durante los 3 primeros años o no, que tengan hermanos o sean hijos únicos, que las madres trabajen fuera o que se queden en casa cuidándolos, que sus padres sean una pareja convencional o que sean una pareja de lesbianas o de gays, que vayan a la guardería desde muy pronto o que empiecen en el colegio más mayores, que sean educados rígidamente o lleven una vida más relajada…
Aunque resulte contrario a nuestras buenas intenciones y creencias, dos gemelos criados en distintas familias van a ser mucho más parecidos entre si (en sus coeficientes de inteligencia y en sus rasgos conductuales como la curiosidad, el ser extrovertido, ser agresivo, ser escrupuloso o ser neurótico) que dos hermanos de adopción, sin relación genética alguna, que fuesen adoptados al nacer por una misma familia. Dicho de otra forma: las personas que comparten genes son mucho más parecidas que las personas que comparten educación.
Pero los resultados del tercer grupo de estudio, los gemelos criados en la misma familia, son aún más sorprendentes. Estos gemelos son genéticamente idénticos y se crían con el mismo ambiente compartido. Tan solo se diferencian en el ambiente exclusivo. Pese a que comparten genes y educación estos gemelos distan mucho de ser idénticos: de hecho, sus diferencias en intelecto y rasgos conductuales son del orden de 50%. Hay causas que no son genéticas, ni tienen que ver con el ambiente compartido o la educación, que hacen diferentes a estos gemelos univitelinos criados en la misma familia. Se trata del ambiente exclusivo.
A diferencia del ambiente compartido, que incide por igual en los gemelos, el ambiente exclusivo es el que afecta a uno de los gemelos y no al otro (por ejemplo, uno resbala fortuitamente y se hace daño y el otro no, tienen distintos amigos, diferentes novias, etc.). Además del ambiente exclusivo, diversos tipos de interacciones (incluso entre gemelos es frecuente escuchar frases del tipo “nuestra madre siempre te quiso más a ti”) así como el azar, podría estar desempeñando un papel relevante para explicar las diferencias entre las personas.
Para los padres y educadores, el ambiente exclusivo, las interacciones y el azar, resultan incontrolables. No nos gusta porque en gran medida tiene un componente estocástico. Y tendemos a no darle importancia porque nada podemos hacer para controlarlo. Pero es el factor más importante a la hora de generar diferencias entre las personas. Incluso si nos clonásemos, nuestros clones diferirían mucho en inteligencia y personalidad debido al ambiente exclusivo, interacciones y azar.
Por resumir: la genética (en concreto los genes exclusivos) es responsable de al menos el 40% de nuestras diferencias de inteligencia y personalidad; el ambiente compartido (en buena parte la educación) solo explica hasta un 10% de estas diferencias; el ambiente exclusivo, las interacciones y el azar, son responsables de al menos el 50% de la disparidad intelectual y conductual entre personas. El ambiente exclusivo, y las diferencias genéticas, son las que explican en gran medida porque somos lo que somos.
Resultados relevantes
Sin duda se trata de resultados de la máxima relevancia. Pero no olvidemos sus límites: Que la heredabilidad del coeficiente de inteligencia sea del 40% no quiere decir que el 40% de la inteligencia de una persona se deba a los genes y el resto al ambiente compartido y no compartido; solo significa que el 40% de la variación de la inteligencia en la población de personas estudiada es hereditaria.
Por otra parte, los estudios de heredabilidad solo son válidos para la población estudiada en el ambiente en que vive esa población. En buena parte estos estudios se basan en adopciones y las adopciones en los países avanzados (de donde provienen los datos de estos estudios) están muy controladas.
Como resultado, la mayoría de los niños adoptados van a familias de clase media-alta con mayor nivel de renta y cultura que la población general. Esto reduce el efecto del ambiente compartido (porque la gran mayoría de los adoptados van a estar en un ambiente muy bueno). Pero las conclusiones seguramente sean aplicables a la gran mayoría de los lectores de este estudio.
Estos resultados no quieren decir que la educación no sirva casi para nada: indudablemente hay infinidad de rasgos culturales concretos que dependen en de la educación y del ambiente, por ejemplo, la lengua materna que uno habla, la religión que profesa, e incluso las ideas políticas o la afición a la música.
Sin embargo, la habilidad para el lenguaje depende en buena parte de lo que no es educación (genes y ambiente exclusivo). Incluso la religiosidad, el talante más o menos liberal y la habilidad para la música, apenas están condicionadas por la educación: uno puede tener una extraordinaria capacidad para la música, pero si no se educa tocará mucho peor un instrumento que quien tiene poco talento musical, pero se ha esforzado mucho.
Para terminar, aunque la genética es sin duda muy relevante en la inteligencia y personalidad de nuestros hijos, la respuesta del premio Nobel George Wald cuando William Shockley le pidió que donase esperma para su banco de semen de premios Nobel, resulta clarificadora: “Si desean esperma que produzca premios Nobel, deberían ponerse en contacto con personas como mi padre, un pobre sastre inmigrante. Mi esperma solo le ha dado al mundo dos guitarristas”.
(*) Eduardo Costas y Victoria Lopez Rodas, editores del blog Polvo de Estrellas de Tendencias21, son Catedráticos de Genética de la Universidad Complutense de Madrid. Directores del Comité Científico del Club Nuevo Mundo.
Una pincelada a los conceptos básicos requeridos para entender que nos hace diferentes
- La genética de un carácter cuantitativo (como la inteligencia) se centra en el estudio de su variación.
- La cantidad de variación de un carácter cuantitativo se mide mediante la varianza, que es la media de los cuadrados de las desviaciones de las medidas del carácter con respecto a la media:
- La idea básica del estudio de la variación es partirla en sus distintas causas o componentes causales de la varianza, primero en causas genéticas (concretamente en el efecto de genes diferenciales) y causas no genéticas. Esto puede hacerse porque las varianzas son aditivas. Así la varianza de un carácter cuantitativo como la inteligencia (VP) será la suma de su varianza debida a causas genéticas (VG) mas la varianza debida a causas no genéticas (VE). Así: VP = VG + VE. La varianza genética puede a su vez partirse en los efectos aditivos (Va) y los efectos dominantes (VD) de los genes VG = VA + VD. La varianza de las causas no genéticas (VE) pueden a su vez partirse en otros componentes como la varianza del ambiente compartido (VCE), la varianza del ambiente exclusivo (VEE) y la varianza debida a las interacciones (VI). Así VP = VA + VD + VCE + VEE + VI, o cualesquiera otras causas de variación que nos interese estudiar.
- La heredabilidad (h2) de un carácter cuantitativo es su propiedad más importante: es la relación entre la varianza genética aditiva de un carácter y su varianza fenotípica total
h2 = VA / VP.
- La heredabilidad se puede medir en la práctica como la regresión del valor genético sobre el valor fenotípico (bAP) en función del grado de parentesco. Recordemos que la regresión lineal mide el grado de dependencia de una variable (Y) respecto a otra (X) de la forma:
Y = a+ bX donde:
y que la correlación mide la el grado de asociación, proporcionalidad y relación lineal que existe entre las dos variables:
y se puede aproximar a
- Una idea fundamental es el parecido entre parientes: los parientes más cercanos se parecen más que los lejanos y comparten más genes (los gemelos comparten todos sus genes, los hermanos la mitad, los primos carnales la cuarta parte…). Por ejemplo, en el caso de hijos y progenitores b = h2 ; en el caso de la descendencia de un solo progenitor b = ½ h2. Lógicamente la heredabilidad también se puede medir mediante la correlación (t) en función del grado de parentesco. Por ejemplo, t = ¼ h2 en el caso de medios hermanos.
- La genética de un carácter cuantitativo (como la inteligencia) se centra en el estudio de su variación.
- La cantidad de variación de un carácter cuantitativo se mide mediante la varianza, que es la media de los cuadrados de las desviaciones de las medidas del carácter con respecto a la media:
- La idea básica del estudio de la variación es partirla en sus distintas causas o componentes causales de la varianza, primero en causas genéticas (concretamente en el efecto de genes diferenciales) y causas no genéticas. Esto puede hacerse porque las varianzas son aditivas. Así la varianza de un carácter cuantitativo como la inteligencia (VP) será la suma de su varianza debida a causas genéticas (VG) mas la varianza debida a causas no genéticas (VE). Así: VP = VG + VE. La varianza genética puede a su vez partirse en los efectos aditivos (Va) y los efectos dominantes (VD) de los genes VG = VA + VD. La varianza de las causas no genéticas (VE) pueden a su vez partirse en otros componentes como la varianza del ambiente compartido (VCE), la varianza del ambiente exclusivo (VEE) y la varianza debida a las interacciones (VI). Así VP = VA + VD + VCE + VEE + VI, o cualesquiera otras causas de variación que nos interese estudiar.
- La heredabilidad (h2) de un carácter cuantitativo es su propiedad más importante: es la relación entre la varianza genética aditiva de un carácter y su varianza fenotípica total
h2 = VA / VP.
- La heredabilidad se puede medir en la práctica como la regresión del valor genético sobre el valor fenotípico (bAP) en función del grado de parentesco. Recordemos que la regresión lineal mide el grado de dependencia de una variable (Y) respecto a otra (X) de la forma:
Y = a+ bX donde:
y que la correlación mide la el grado de asociación, proporcionalidad y relación lineal que existe entre las dos variables:
y se puede aproximar a
- Una idea fundamental es el parecido entre parientes: los parientes más cercanos se parecen más que los lejanos y comparten más genes (los gemelos comparten todos sus genes, los hermanos la mitad, los primos carnales la cuarta parte…). Por ejemplo, en el caso de hijos y progenitores b = h2 ; en el caso de la descendencia de un solo progenitor b = ½ h2. Lógicamente la heredabilidad también se puede medir mediante la correlación (t) en función del grado de parentesco. Por ejemplo, t = ¼ h2 en el caso de medios hermanos.
Bibliografía
Bouchard T.J. Genes, environment and personality. Science 264: 1700-1701 (1994).
Falconer D S and. Mackay T. F.C. Introduction to Quantitative Genetics (4th edn)
Longman 464 pp (1996).
Pinker, Steven. The Blank Slate: The Modern Denial of Human Nature. Allen Lane, (2002).
Plomin R. The role of inheritance in behavior. Science 248: 183-243 (1990).
Ploming R. & Daniels D. Why children in the same family are so different from one another? Behavioral and Brain Sciences 13: 336-337 (1991)
Polderman T J C, Benyamin B, de Leeuw C A, Sullivan P F, van Bochoven A, Visscher P M & Posthuma D. Meta-analysis of the heritability of human traits based on fifty years of twin studies Nature Genetics 47: 702–709 (2015)
Ridley M. Nature via Nurture: Genes, Experience, and What Makes Us Human. Harper- Collins. 328pp (2003).
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