Imagen de los primeros momentos del Universo después del Big Bang (WMAP, 2001).
En enero de 2006, un prestigioso biólogo y sacerdote jesuita italiano, profesor de la Universidad de Bolonia, Fiorenzo Facchini, publicó en l´Osservatore Romano (16-17 enero 2006, pág. 4) un artículo titulado “Evoluzione e Creazione”. En este artículo se hace eco de la sentencia del Juez federal Jones de Pennsylvania que dictaminó que el Diseño Inteligente no pertenece al mundo de la “ciencia” sino solo al de las creencias. Y por ello, la pretensión de grupos cristianos fundamentalistas de introducir el Diseño Inteligente en los programas educativos al mismo nivel que la evolución biológica, no tiene lugar.
Algunos han querido ver en este artículo de Facchini un rechazo por parte de la Iglesia Católica del llamado Diseño Inteligente pretensiones científicas.
Creemos que la lectura directa del artículo de Facchini en 2006 puede ayudar a seguir aclarando algunas de las preguntas todavía abiertas en torno a la discusión sobre la posición de la iglesia católica en torno al llamado Diseño Inteligente (concepto introducido en los últimos tiempos por el fundamentalismo cristiano norteamericano).
Contextualización
Antes de entrar en la lectura del artículo de Facchini recordemos algunas circunstancias que nos ayudarán a contextualizarlo. Esta temática, así como algunas cosas que recorderemos a continuación, han sido ya objeto de otros artículos en esta sección de Tendencias21. El artículo de Facchini supondrá una aportación a los materiales ya aportados.
A través de internet, se filtró por Religión Digital el rumor de que Roma abandona a Darwin. Se hacía eco de una información que, en sentido contrario, tomaba lo que había publicado The Guardian bajo el título La Iglesia se prepara para apoyar el Diseño Inteligente. Ambos alarmantes titulares no aportaban ningún dato nuevo a la cuestión que, oficialmente, seguía como lo habíamos expuesto ya anteriormente en ATRIO con un titular menos periodístico Diseño inteligente y evolución.
Todo esto seguía acrecentando el interés por los temas de Fe y evolución. La única novedad que se produjo fue el día 1 de Setiembre de 2006, cuando tuvo lugar en Castelgandolfo una reunión de antiguos alumnos del profesor Ratzinger, a la que habían sido invitados algunos expertos, para estudiar el tema “Evolución y creación”.
Estas reuniones no eran oficialmente convocadas por la Santa Sede, ni representaban un “staff” especial del papa. Pero no carecían de importancia. Eran las habituales Schülerkreis, círculos de estudio anuales para los amigos y colaboradores de un profesor que “crea escuela”. Ratzinger las mantuvo aún después de ser cardenal y había trasladado a Castelgandolfo la que había sido convocada el año anterior, con el mismo tema propuesto antes de ser Papa: “el Islam”. El tema estaba decidido desde hace un año.
Tres acontecimientos han hecho que la discreta y reservada reunión de estudio que se celebró en esos días, de las que no saldrán conclusiones ni documento alguno, saltara a los titulares como si se fuese a producir un cambio en la postura oficial de la Iglesia.
1. La sustitución del jesuita P. Coyne como director del Observatorio astronómico del Vaticano, con sede en Castelgandolfo. El P. Coyne era un defensor acérrimo de la autonomía total de la ciencia respecto a consideraciones filosóficas o teológicas –“yo me imagino a Dios como un Padre del Universo, dándole su empuje y creatividad y dejándole libre para que siga su camino, como hace todo padre”, dice en declaraciones a la NCR– y se opuso claramente a la mezcla de planos que representa la teoría del “diseño inteligente”, una teoría que pretendía ser tan científica como la de la evolución que parecía defender el Cardenal Schönborn en su famoso artículo en el New York Times que había desatado también una amplia polémica. Pero parece ser que el cambio fue por motivos de edad y salud y que la sustitución por otro jesuita no iba a influir en un cambio de la postura oficial. En el mismo sentido de plena autonomía de la ciencia se declaraba entonces otro jesuita, Fiorenzo Fachini, en el artículo de L’Oservatore Romano, reproducido por Chiesa, que aquí ofrecemos para su lectura.
2. La presencia del cardenal Schönborn en el seminario de Ratzinger, del que es participante habitual desde hace mucho tiempo. No parecía sin embargo que el pensamiento de Schönborn, tal como lo expresó en su discutido artículo, fuera a prevalecer. Uno de sus críticos más duros, el profesor alemán Peter Schuster, bioquímico evolucionista (véase su interesante presentación sobre el tema), era uno de los expertos invitados a la reunión e hizo unas declaraciones a John Allen en Nathional Catholic Reporter, dejando bien claro lo que él iba a defender al respecto y cómo era el parecer del 95% de la comunidad científica, sean creyentes o no. Puede verse la manera como él explica, con una presentación en PDF, la evolución que se ha ido produciendo en las teorías de la evolución, para afianzarse definitivamente con las aportaciones de la bioquímica y la biología molecular.
3. La carta dirigida al papa por Dominique Tassot, ingeniero de Minas y presidente de un Centre d’Etude et de Prospectives sur la Science or CEP. Este Centro, montado en Francia el año 1997, contaba con la participación, según ellos, de 700 científicos e intelectuales católicos. Todo apunta a que era una asociación forzada por el interés de que se pudiera presentar en Europa un grupo en apoyo del Diseño Inteligente, que no sería así cosa exclusivamente de Estados Unidos. En la posterior entrevista que se le hizo también en la NCR, y que es la que provocó los alarmantes titulares de The Guardian y Religión Digital, se puede ver el poco relieve de esta asociación, cuyo fundador, desde luego, no ha sido invitado a Castelgandolfo. La asociación se atrevía a dictar lo que allí se debería decidir, incluso criticando a la misma Academia Pontificia de las Ciencias porque en ella había miembros que no se declaraban católicos…
En definitiva, a la ciencia lo que es de la ciencia, con sus enormes avances, con la acumulación impresionante de observaciones, con sus hipótesis explicativas y paradigmas siempre cambiantes ante nuevas posibles observaciones, sin que pueda afirmar ni negar nada sobre el último sentido de la realidad. Y la comunidad científica internacional, por razones y mecanismos que van ya mucho más allá de las que tenían Darwin y Lamarck, sigue siendo unánimemente evolucionista, sin que pueda detectar en esa maravillosa historia natural una prueba de una intervención puntual de Dios necesaria para el mantenimiento del universo como tal.
Y a la fe, pero sobre todo a la fe madura, a la mística que va más allá de formulaciones e imaginarios tradicionales, le corresponde la búsqueda del sentido y la verdad última. Pero la “última”, no la “penúltima”. Creer de verdad en un Dios Creador significa que la ciencia ha ido aportando datos para ir purificándolo de las pequeñeces que le hemos atribuido, al hacerle intervenir como tapagujeros o legitimador de tanta ignorancia y estupidez humana.
Las razones de este resurgir
Durante los últimos meses del año 2005 aparecieron en la prensa mundial y también en la española los ecos del debate suscitado en Estados Unidos a propósito del llamado “Creacionismo Científico” y su versión modernizada del “Diseño Inteligente” (ID, en inglés). Si se analizan un poco a fondo las informaciones publicadas en España se descubre que han solido contener un mensaje oculto que no se explicita del todo: la ciencia y la religión siguen enfrentadas y son incompatibles. Entre ellas hay un conflicto irresoluble. Por ello, un científico, un evolucionista, no puede aceptar los planteamientos del cristianismo y viceversa.
Pero, ¿son realmente incompatibles la aceptación de la fe cristiana y una explicación evolucionista del mundo? ¿Le está prohibido a un cristiano aceptar la evolución biológica? En el fondo de estas preguntas lo que se esconde es una determinada manera de entender lo que es la fe cristiana en la creación y lo que es la comprensión del proceso evolutivo. En este artículo, antes de proceder a la lectura de Facchini, presentamos algunas pautas para un encuentro entre evolucionismo y fe cristiana.
El llamado “darwinismo” es un modo concreto de entender cómo se producen los procesos evolutivos. Surge como alternativa al modelo lamarckista y supone que la evolución es un proceso natural regido por la selección natural que criba las variaciones que surgen en la naturaleza y que por lucha por la supervivencia da lugar a la pervivencia de los más aptos. Este modelo darvinista fue modificado por los ultradarwinistas que hacen sospechar a Pierre Thuillier que “Darwin no era darwinista”.
Los conflictos están hoy lejos de estar superados. Hay actitudes que mantienen una irreductibilidad tanto por parte de científicos como por parte de las religiones (sobre todo, por parte de algunos grupos fundamentalistas e incluso por parte de algunos creyentes cualificados).
Basten unos ejemplos: el grupo SinDioses una actitud hostil ante todo lo que llama fundamentalismo y, en nuestro caso, al Creacionismo. Observamos una postura semejante: los SinDioses atacan a los protestantes y los protestantes a los científicos. Ambos son apologéticos y LUCHAN CONTRA, sin oír y sin intentar comprender.
Por parte católica o cristiana, hay también muchos ejemplos de posturas intolerantes e intransigentes y que niegan la posibilidad de hallar algo de verdad en el “otro”. Tal es el caso del grupo “existe Dios” y la polémica suscitada por los letreros ateos en los autobuses de Londres y ahora de algunas ciudades de España.
El aparente conflicto entre evolución y teología
Pero éste no es un tema que sea sólo objeto de debates en la prensa. Los teólogos de las ciencias (una nueva denominación emergente para los retos que presentan las modernas ciencias de la naturaleza a las formulaciones clásicas de los dogmas teológicos) han publicado desde hace más de 25 años sus trabajos.
En el punto álgido de la polémica saltó a la prensa el fallo del juez Jones en Dover (Pennsylvania, USA) sobre el Diseño Inteligente. La Junta escolar del Distrito de Dover quería imponer un libro creacionista en la Escuela pública. Un grupo de madres denunció a la Junta escolar. Es el famoso juicio Kitzmiller y otros contra la Junta Escolar del Distrito de Dover. La sentencia es ya casi mítica y apareció en un libro de Brockman. Frente a los que defienden que la Biblia es un libro científico y el argumento único de verdad (los creacionistas científicos), los evolucionistas reclaman la autonomía de las ciencias y el diálogo con los creyentes para encontrar pistas de diálogo. Algunas de las pautas propuestas entonces pueden encontrarse en el documentado artículo de Sarah Lancaster (2005), profesora de Teología en Ohio (USA) titulado “Competencia de Dios: Evolución y Nueva Creación” (Theology and Science).
También los científicos han intervenido en este debate. En el año 2001, uno de los grandes filósofos de la biología y que además se profesa ateo, el Dr. Michael Ruse (Universidad de Florida), publicó un libro que se ha difundido mucho entre los grupos interesados en los debates entre ciencia y religión. Su título es pretendidamente provocador: “¿Puede un evolucionista ser cristiano?”. Los ecos de la polémica suscitada han sido recogidos por el mismo autor en un trabajo que acaba de publicar en 2005. Su título en castellano es: “Darwinismo y cristianismo: ¿deben mantenerse en guerra o es posible la paz?”.
El profesor Ruse repasa los argumentos de algunos de los científicos que más defienden que no hay posibilidad de diálogo entre el evolucionismo darvinista y la religión, como Edward Wilson (el padre de la Sociobiología) o Richard Dawkins (el autor de El Relojero Ciego, entre otros trabajos). Sin embargo, Ruse (pese a reconocer su ateísmo) pone en duda el que tengan que ser incompatibles.
La respuesta indirecta de la Santa Sede
A esta polémica, el Vaticano no respondió directamente, ni ha respondido hasta el momento, sino a través de terceras personas. Por eso, en l´Osservatore Romano (16-17 enero de 2006) se publicó un artículo firmado por Fiorenzo Facchini (biólogo y sacerdote, Universidad de Bolonia) bajo el título “Evolución y Creación”. Ofrecemos aquí una traducción nueva a partir del texto original italiano que difiere en algunos puntos importantes de la traducción castellana que ofrece l´Osservatore. Como podrán ver los lectores, la postura oficiosa de la Santa Sede es clara. (Los textos del Catecismo de la Iglesia Católica han sido recogidos de la edición oficial española).
Algunos han querido ver en este artículo de Facchini un rechazo por parte de la Iglesia Católica del llamado Diseño Inteligente pretensiones científicas.
Creemos que la lectura directa del artículo de Facchini en 2006 puede ayudar a seguir aclarando algunas de las preguntas todavía abiertas en torno a la discusión sobre la posición de la iglesia católica en torno al llamado Diseño Inteligente (concepto introducido en los últimos tiempos por el fundamentalismo cristiano norteamericano).
Contextualización
Antes de entrar en la lectura del artículo de Facchini recordemos algunas circunstancias que nos ayudarán a contextualizarlo. Esta temática, así como algunas cosas que recorderemos a continuación, han sido ya objeto de otros artículos en esta sección de Tendencias21. El artículo de Facchini supondrá una aportación a los materiales ya aportados.
A través de internet, se filtró por Religión Digital el rumor de que Roma abandona a Darwin. Se hacía eco de una información que, en sentido contrario, tomaba lo que había publicado The Guardian bajo el título La Iglesia se prepara para apoyar el Diseño Inteligente. Ambos alarmantes titulares no aportaban ningún dato nuevo a la cuestión que, oficialmente, seguía como lo habíamos expuesto ya anteriormente en ATRIO con un titular menos periodístico Diseño inteligente y evolución.
Todo esto seguía acrecentando el interés por los temas de Fe y evolución. La única novedad que se produjo fue el día 1 de Setiembre de 2006, cuando tuvo lugar en Castelgandolfo una reunión de antiguos alumnos del profesor Ratzinger, a la que habían sido invitados algunos expertos, para estudiar el tema “Evolución y creación”.
Estas reuniones no eran oficialmente convocadas por la Santa Sede, ni representaban un “staff” especial del papa. Pero no carecían de importancia. Eran las habituales Schülerkreis, círculos de estudio anuales para los amigos y colaboradores de un profesor que “crea escuela”. Ratzinger las mantuvo aún después de ser cardenal y había trasladado a Castelgandolfo la que había sido convocada el año anterior, con el mismo tema propuesto antes de ser Papa: “el Islam”. El tema estaba decidido desde hace un año.
Tres acontecimientos han hecho que la discreta y reservada reunión de estudio que se celebró en esos días, de las que no saldrán conclusiones ni documento alguno, saltara a los titulares como si se fuese a producir un cambio en la postura oficial de la Iglesia.
1. La sustitución del jesuita P. Coyne como director del Observatorio astronómico del Vaticano, con sede en Castelgandolfo. El P. Coyne era un defensor acérrimo de la autonomía total de la ciencia respecto a consideraciones filosóficas o teológicas –“yo me imagino a Dios como un Padre del Universo, dándole su empuje y creatividad y dejándole libre para que siga su camino, como hace todo padre”, dice en declaraciones a la NCR– y se opuso claramente a la mezcla de planos que representa la teoría del “diseño inteligente”, una teoría que pretendía ser tan científica como la de la evolución que parecía defender el Cardenal Schönborn en su famoso artículo en el New York Times que había desatado también una amplia polémica. Pero parece ser que el cambio fue por motivos de edad y salud y que la sustitución por otro jesuita no iba a influir en un cambio de la postura oficial. En el mismo sentido de plena autonomía de la ciencia se declaraba entonces otro jesuita, Fiorenzo Fachini, en el artículo de L’Oservatore Romano, reproducido por Chiesa, que aquí ofrecemos para su lectura.
2. La presencia del cardenal Schönborn en el seminario de Ratzinger, del que es participante habitual desde hace mucho tiempo. No parecía sin embargo que el pensamiento de Schönborn, tal como lo expresó en su discutido artículo, fuera a prevalecer. Uno de sus críticos más duros, el profesor alemán Peter Schuster, bioquímico evolucionista (véase su interesante presentación sobre el tema), era uno de los expertos invitados a la reunión e hizo unas declaraciones a John Allen en Nathional Catholic Reporter, dejando bien claro lo que él iba a defender al respecto y cómo era el parecer del 95% de la comunidad científica, sean creyentes o no. Puede verse la manera como él explica, con una presentación en PDF, la evolución que se ha ido produciendo en las teorías de la evolución, para afianzarse definitivamente con las aportaciones de la bioquímica y la biología molecular.
3. La carta dirigida al papa por Dominique Tassot, ingeniero de Minas y presidente de un Centre d’Etude et de Prospectives sur la Science or CEP. Este Centro, montado en Francia el año 1997, contaba con la participación, según ellos, de 700 científicos e intelectuales católicos. Todo apunta a que era una asociación forzada por el interés de que se pudiera presentar en Europa un grupo en apoyo del Diseño Inteligente, que no sería así cosa exclusivamente de Estados Unidos. En la posterior entrevista que se le hizo también en la NCR, y que es la que provocó los alarmantes titulares de The Guardian y Religión Digital, se puede ver el poco relieve de esta asociación, cuyo fundador, desde luego, no ha sido invitado a Castelgandolfo. La asociación se atrevía a dictar lo que allí se debería decidir, incluso criticando a la misma Academia Pontificia de las Ciencias porque en ella había miembros que no se declaraban católicos…
En definitiva, a la ciencia lo que es de la ciencia, con sus enormes avances, con la acumulación impresionante de observaciones, con sus hipótesis explicativas y paradigmas siempre cambiantes ante nuevas posibles observaciones, sin que pueda afirmar ni negar nada sobre el último sentido de la realidad. Y la comunidad científica internacional, por razones y mecanismos que van ya mucho más allá de las que tenían Darwin y Lamarck, sigue siendo unánimemente evolucionista, sin que pueda detectar en esa maravillosa historia natural una prueba de una intervención puntual de Dios necesaria para el mantenimiento del universo como tal.
Y a la fe, pero sobre todo a la fe madura, a la mística que va más allá de formulaciones e imaginarios tradicionales, le corresponde la búsqueda del sentido y la verdad última. Pero la “última”, no la “penúltima”. Creer de verdad en un Dios Creador significa que la ciencia ha ido aportando datos para ir purificándolo de las pequeñeces que le hemos atribuido, al hacerle intervenir como tapagujeros o legitimador de tanta ignorancia y estupidez humana.
Las razones de este resurgir
Durante los últimos meses del año 2005 aparecieron en la prensa mundial y también en la española los ecos del debate suscitado en Estados Unidos a propósito del llamado “Creacionismo Científico” y su versión modernizada del “Diseño Inteligente” (ID, en inglés). Si se analizan un poco a fondo las informaciones publicadas en España se descubre que han solido contener un mensaje oculto que no se explicita del todo: la ciencia y la religión siguen enfrentadas y son incompatibles. Entre ellas hay un conflicto irresoluble. Por ello, un científico, un evolucionista, no puede aceptar los planteamientos del cristianismo y viceversa.
Pero, ¿son realmente incompatibles la aceptación de la fe cristiana y una explicación evolucionista del mundo? ¿Le está prohibido a un cristiano aceptar la evolución biológica? En el fondo de estas preguntas lo que se esconde es una determinada manera de entender lo que es la fe cristiana en la creación y lo que es la comprensión del proceso evolutivo. En este artículo, antes de proceder a la lectura de Facchini, presentamos algunas pautas para un encuentro entre evolucionismo y fe cristiana.
El llamado “darwinismo” es un modo concreto de entender cómo se producen los procesos evolutivos. Surge como alternativa al modelo lamarckista y supone que la evolución es un proceso natural regido por la selección natural que criba las variaciones que surgen en la naturaleza y que por lucha por la supervivencia da lugar a la pervivencia de los más aptos. Este modelo darvinista fue modificado por los ultradarwinistas que hacen sospechar a Pierre Thuillier que “Darwin no era darwinista”.
Los conflictos están hoy lejos de estar superados. Hay actitudes que mantienen una irreductibilidad tanto por parte de científicos como por parte de las religiones (sobre todo, por parte de algunos grupos fundamentalistas e incluso por parte de algunos creyentes cualificados).
Basten unos ejemplos: el grupo SinDioses una actitud hostil ante todo lo que llama fundamentalismo y, en nuestro caso, al Creacionismo. Observamos una postura semejante: los SinDioses atacan a los protestantes y los protestantes a los científicos. Ambos son apologéticos y LUCHAN CONTRA, sin oír y sin intentar comprender.
Por parte católica o cristiana, hay también muchos ejemplos de posturas intolerantes e intransigentes y que niegan la posibilidad de hallar algo de verdad en el “otro”. Tal es el caso del grupo “existe Dios” y la polémica suscitada por los letreros ateos en los autobuses de Londres y ahora de algunas ciudades de España.
El aparente conflicto entre evolución y teología
Pero éste no es un tema que sea sólo objeto de debates en la prensa. Los teólogos de las ciencias (una nueva denominación emergente para los retos que presentan las modernas ciencias de la naturaleza a las formulaciones clásicas de los dogmas teológicos) han publicado desde hace más de 25 años sus trabajos.
En el punto álgido de la polémica saltó a la prensa el fallo del juez Jones en Dover (Pennsylvania, USA) sobre el Diseño Inteligente. La Junta escolar del Distrito de Dover quería imponer un libro creacionista en la Escuela pública. Un grupo de madres denunció a la Junta escolar. Es el famoso juicio Kitzmiller y otros contra la Junta Escolar del Distrito de Dover. La sentencia es ya casi mítica y apareció en un libro de Brockman. Frente a los que defienden que la Biblia es un libro científico y el argumento único de verdad (los creacionistas científicos), los evolucionistas reclaman la autonomía de las ciencias y el diálogo con los creyentes para encontrar pistas de diálogo. Algunas de las pautas propuestas entonces pueden encontrarse en el documentado artículo de Sarah Lancaster (2005), profesora de Teología en Ohio (USA) titulado “Competencia de Dios: Evolución y Nueva Creación” (Theology and Science).
También los científicos han intervenido en este debate. En el año 2001, uno de los grandes filósofos de la biología y que además se profesa ateo, el Dr. Michael Ruse (Universidad de Florida), publicó un libro que se ha difundido mucho entre los grupos interesados en los debates entre ciencia y religión. Su título es pretendidamente provocador: “¿Puede un evolucionista ser cristiano?”. Los ecos de la polémica suscitada han sido recogidos por el mismo autor en un trabajo que acaba de publicar en 2005. Su título en castellano es: “Darwinismo y cristianismo: ¿deben mantenerse en guerra o es posible la paz?”.
El profesor Ruse repasa los argumentos de algunos de los científicos que más defienden que no hay posibilidad de diálogo entre el evolucionismo darvinista y la religión, como Edward Wilson (el padre de la Sociobiología) o Richard Dawkins (el autor de El Relojero Ciego, entre otros trabajos). Sin embargo, Ruse (pese a reconocer su ateísmo) pone en duda el que tengan que ser incompatibles.
La respuesta indirecta de la Santa Sede
A esta polémica, el Vaticano no respondió directamente, ni ha respondido hasta el momento, sino a través de terceras personas. Por eso, en l´Osservatore Romano (16-17 enero de 2006) se publicó un artículo firmado por Fiorenzo Facchini (biólogo y sacerdote, Universidad de Bolonia) bajo el título “Evolución y Creación”. Ofrecemos aquí una traducción nueva a partir del texto original italiano que difiere en algunos puntos importantes de la traducción castellana que ofrece l´Osservatore. Como podrán ver los lectores, la postura oficiosa de la Santa Sede es clara. (Los textos del Catecismo de la Iglesia Católica han sido recogidos de la edición oficial española).
Fiorenzo Facchini
Texto del artículo de Fiorenzo Facchini en 2006
El encendido debate que se está desarrollando desde hace varias décadas en los Estados Unidos sobre evolución y creación ha llegado a Europa hace algunos años y está inflamando el mundo cultural. Desgraciadamente, se ha contaminado con posiciones políticas, además de ideológicas, lo cual no es una ayuda para poder sostener una discusión serena. Determinadas afirmaciones de los “creacionistas” americanos han suscitado en el ambiente científico reacciones que traslucen un cierto dogmatismo en la defensa de las posturas del neodarwinismo resucitando posiciones científicas más típicas de la cultura del siglo XIX.
Muchas veces se tiene la impresión de que reina una gran confusión. También las vicisitudes de los nuevos programas de ciencias en las escuelas italianas, donde la evolución, después de haber sido eliminada ha vuelto a ser admitida, son signos de una cierta desorientación derivada de un conocimiento poco adecuado del problema. El mes pasado en Pennsylvania, el juez federal Jones se pronunció sobre la no admisibilidad de la enseñanza del Diseño Inteligente (DI) (la versión reciente del creacionismo científico, basada sobre una interpretación literal del libro del Génesis, de la que hablaremos más adelante), considerada como una teoría alternativa a la de la evolución y que habría de enseñarse en las clases de ciencias.
El magisterio de la Iglesia se ha expresado con gran claridad y apertura en varias ocasiones, especialmente a través de las intervenciones de Juan Pablo II. Recientemente, en el año 2004, se publicó, con la aprobación del Cardenal Ratzinger, un documento de la Comisión Teológica Internacional bajo el título: “Comunión y servicio. La persona humana creada a imagen de Dios”.
En el mundo científico, la evolución biológica representa la clave interpretativa de la historia de la vida sobre la Tierra y es el marco cultural de la biología moderna.
Se suele admitir que la vida en la Tierra debió comenzar en un ambiente acuático hace alrededor de 3.500 ó 4.000 millones de años con unos seres unicelulares, los procariotas, desprovistos de un núcleo propiamente dicho. Estos seres se seguirán sucediendo sin aparentes cambios hasta hace dos mil millones de años, momento en que hacen su aparición en las aguas que cubrían el planeta los primeros eucariotas (seres unicelulares con núcleo). Los organismos vivos pluricelulares tardarían todavía en llegar. Desde su aparición, hace mil millones de años, el ritmo evolutivo se realiza todavía de un modo lento y no generalizado. Sólo durante el período Cámbrico, hace entre 540 y 520 millones de años, se desarrollarán de forma casi explosiva las principales clases de seres vivos.
Es presumible que durante mucho tiempo no se dieran las condiciones idóneas sobre la Tierra para la evolución de los animales y los vegetales que hoy viven en ella. Pero todavía está sin resolver el problema de la sucesiva aparición de los peces, los anfibios, los reptiles, los mamíferos y las aves. La gran rapidez con que evolucionan es todavía hoy un problema sin resolver del todo. En los últimos minutos del reloj de la vida se forma la línea evolutiva que lleva a los humanos. Hace alrededor de 6 millones de años se ve aparecer la divergencia: por un lado, la dirección evolutiva que lleva a los monos antropomorfos; y por otra, la que aboca a un conglomerado de formas incluidad en el grupo de los Homínidos. Dentro de éste, hace unos dos millones de años se individualiza la línea evolutiva humana. Antes de que hiciera su aparición la forma humana moderna, cuyas más antiguas expresiones se encuentran hacia alrededor de 150.000 años, existieron otras formas humanas, clasificadas como Homo erectus y, todavía antes, el Homo habilis, con las cuales está emparentado el Homo sapiens.
Tratar de reconstruir esas diversas etapas es el cometido de la paleoantropología. A ella se suman las modernas investigaciones biomoleculares sobre el ADN para descubrir las analogías y diferencias que a nivel genético puedan hacer remontarnos a una ascendencia común.
Por lo que respecta a los factores y modalidades de la evolución, la discusión queda totalmente abierta. La feliz intuición de Darwin y, junto con él, aunque sea menos famosa, la de Wallace, sobre la importancia que tiene el proceso de la selección natural que actúa sobre las pequeñas variaciones dentro de las especies, producidas de modo casual (según la síntesis moderna, los así llamados errores en la réplica del ADN), representa un modelo interpretativo que explica para muchos todo el proceso evolutivo. Otros investigadores lo admiten para la microevolución; pero no consideran adecuado este mecanismo, basado solamente en las pequeñas variaciones al azar (o mutaciones), para explicar la formación en un tiempo relativamente breve de las estructuras demasiado complejas y de las grandes líneas evolutivas de los Vertebrados.
Para buscar otros mecanismos más adecuados, se tienen en consideración hoy los posibles avances de la biología evolutiva en el estudio de los genes reguladores que pueden experimentar sensibles cambios morfológicos. Los experimentos llevados a cabo sobre los genes reguladores que guían el desarrollo embrionario de los Crustáceos permitiría sugerir la hipotética posibilidad de la formación de nuevos planes organizativos por medio de una sola mutación genética. Las investigaciones en esta dirección podrían abrir nuevos horizontes. Pero siempre queda por ver si las causas de estas mutaciones se deben solo al azar o si podrían haber tenido una orientación de tipo preferencial.
En el proceso evolutivo debería siempre que prestar una particular atención a los cambios ambientales. El ambiente puede desempeñar el papel de hacer más lento el proceso, como quizás ocurrió en los primeros miles de millones de años de la vida sobre la Tierra, o el papel de la aceleración evolutiva, como ha podido acontecer en los últimos 500 millones de años. No podríamos estar ahora hablando de estas cosas si, hace unos 20 millones de años no se hubiera producido la formación del Rift africano, con valles y zonas abiertas que permitieron la evolución del bipedismo y de la humanidad. La historia de la vida sugiere que el desarrollo de los seres vivos ha requerido una coincidencia de factores genéticos y de condiciones ambientales favorables en el curso de una serie de acontecimientos naturales.
Al llegar a este punto, pueden plantearse dos preguntas que nos parecen cruciales: ¿puede quedar espacio para aceptar la creación y un proyecto de Dios? La aparición de la humanidad ¿representa un hito del desarrollo necesario en las potencialidades de la naturaleza?
Juan Pablo II en un discurso a un Simposio sobre “Fe cristiana y teoría de la evolución” (1985) afirmaba: “No hay obstáculos en la aceptación de una fe en la creación adecuadamente comprendida y una enseñanza de la evolución rectamente entendida... La evolución supone la creación; es más, la creación aparece a la luz de la evolución como un acontecimiento que se extiende en el tiempo, como una creación continua”.
El Catecismo de la Iglesia Católica observa que “la creación no ha salido de la mano del Creador enteramente terminada” (núm. 302). Dios ha creado un mundo que no es perfecto, sino “en estado de vía hacia una perfección última todavía por alcanzar a la que Dios la destinó. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros, junto con lo más perfecto lo menos perfecto, junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones” (núm. 310)
Juan Pablo II en el mensaje a la Academia Pontificia de Ciencias de octubre de 1996, reconoció que la evolución tiene el carácter de teoría científica, en atención a su coherencia con las observaciones y los descubrimientos de varias ramas de las ciencias. Al mismo tiempo pone de relieve que existan diversas teorías para explicar el proceso evolutivo, entre las cuales no faltan algunas que, por la ideología materialista en que se inspiran, no resultan aceptables para un creyente. Pero en este caso, lo que está en juego no es la ciencia sino una ideología.
El citado documento “Comunión y servicio” da por descontado que se acepta el proceso evolutivo. Lo que sí hay que reafirmar en teología (y también en un correcto razonamiento) es la relación de radical dependencia del mundo respecto a Dios, que ha creado las cosas de la nada; pero no se nos dice cómo.
En este marco puede inscribirse el debate actual sobre el proyecto de Dios sobre la creación. Como es sabido, los partidarios del Diseño Inteligente (DI) no niegan la evolución, pero afirman que la formación de determinadas estructuras complejas no se puede haber producido por acontecimientos casuales, sino que ha requerido intervenciones particulares de Dios en el curso de la evolución y responde a un proyecto inteligente.
Aparte de todo esto, para ellos no sería suficiente para explicar la evolución el hecho de las mutaciones de las estructuras biológicas, porque serían necesarios también los cambios ambientales, que acudirían junto a las intervenciones externas, que tendrían un carácter complementario o correctivo respecto a las causas naturales. De este modo, se introduce una causa superior en los acontecimientos de la naturaleza para explicar cosas que todavía no conocemos pero que en el futuro podríamos conocer.
Pero hay que reconocer que de esta manera no es como se comporta la ciencia. Aquí nos situamos en un plano distinto del nivel científico. Si se considera insuficiente el modelo propuesto por Darwin, que se busque otro; pero no es correcto desde el punto de vista metodológico salirse del campo de la ciencia pretendiendo asimismo hacer ciencia.
Parece, pues, correcta la decisión del Juez de Pennsylvania. El Diseño Inteligente (DI) no pertenece a la ciencia, y no se justifica la pretensión de que sea enseñado como teoría científica junto con la explicación darwinista. Con este proceder, sólo se crea confusión entre el nivel científico y nivel filosófico o religioso. Ni siquiera se requiere una visión religiosa para admitir la posibilidad de un diseño general sobre el universo. Es honesto reconocer que desde el punto de vista científico, el problema permanece abierto. Si uno se sale de la economía divina que actúa a través de las causas segundas (casi retrayéndose de su obra de creador), no se comprende por qué no se han evitado determinados acontecimientos catastróficos de la naturaleza, o linajes o estructuras evolutivas sin significado, o mutaciones genéticas perjudiciales en un diseño inteligente.
Por desgracia, en el fondo de todo se reconoce también una cierta tendencia de los científicos darwinistas a asumir la evolución en un sentido totalizador, pasando de la teoría a la ideología, en una visión que pretende explicar toda la realidad viviente, incluido el comportamiento humano, en términos de selección natural, excluyendo otras perspectivas, como si la evolución considerara superflua la creación y todo pudiera haberse autotransformado y pudiera ser reconducido por el azar.
Por lo que respecta a la creación, la Biblia habla de una dependencia radical de todos los seres respecto a Dios y de un diseño, pero no dice cómo esto se ha realizado. La observación empírica percibe la armonía del universo que se basa sobre leyes y propiedades de la materia y remite necesariamente a una causa superior, no como una demostración científica sino sobre la base en un razonamiento riguroso. Negarlo sería una afirmación ideológica y no científica. La ciencia en cuanto tal, con sus métodos, no puede demostrar, pero tampoco excluir, que se haya realizado un diseño superior, sean cuales sean sus causas, pero que en apariencia parecen casuales o reducirlas exclusivamente a causas naturales. “Incluso el resultado de un proceso natural verdaderamente contingente puede encuadrarse en el plan providencial de Dios mediante la creación”, se afirma en el citado documento “Creación y servicio”.
Lo que a nosotros nos parece casual debía estar ciertamente presente y querido en la mente de Dios. El proyecto de Dios sobre la creación puede realizarse a través de las causas segundas con el curso natural de los acontecimientos, sin que haya que pensar en intervenciones milagrosas que orientan en otra dirección. “Dios no hace las cosas sino que trabaja de manera que se hagan”, observaba Teilhard de Chardin. Y el Catecismo de la Iglesia Católica afirma: “Dios es la causa primera que opera en y por las causas segundas” (núm. 308).
El otro punto delicado está representado por el hombre, que no puede considerarse un producto necesario y natural de la evolución. El elemento espiritual que lo caracteriza no puede emerger de las potencialidades de la materia. Es el salto ontológico, la discontinuidad que el magisterio ha reafirmado siempre para la aparición del hombre.
Esa discontinuidad supone una voluntad positiva de Dios. Maritain observaba que la trascendencia del hombre debida al alma acontece “gracias a la intervención final de una elección libre y gratuita operada por Dios creador que trasciende todas las posibilidades de la naturaleza material”. ¿Cuándo, cómo y dónde Dios quiso que se encendiera la chispa de la inteligencia en uno o en varios Homínidos? La naturaleza tiene la potencialidad de acoger el espíritu según la voluntad de Dios creador, pero no puede producirlo por sí sola. En el fondo es lo que sucede también en la formación de todo ser humano y es lo que marca la diferencia entre el hombre y el animal; una afirmación que se hace fuera de la ciencia empírica y, en cuanto tal, no puede ser ni probada ni negada con la metodología de la ciencia.
Por lo que respecta al momento en que apareció el hombre, no estamos en situación de determinarlo. Con todo se pueden percibir las señales de la especificidad del ser humano, como hizo notar Juan Pablo II en el citado mensaje de 1996. Estos signos pueden reconocerse también en los productos de la tecnología, en la organización del territorio, si revelan intencionalidad y un significado en el contexto de la vida. En una palabra, son las manifestaciones de la cultura las que pueden orientarnos de modo más claro a la hora de personalizar la presencia humana.
Las manifestaciones de la cultura se colocan en un plano o nivel extrabiológico y expresan una trascendencia (como reconocen Dobzhansky, Ayala y otros científicos evolucionistas), son una discontinuidad que a nivel filosófico se considera de naturaleza ontológica.
Según el parecer del que escribe estas líneas no es necesario esperar a la aparición del Homo sapiens, de las sepulturas o del arte. La delimitación del nivel evolutivo a partir del cual puede ser reconocido lo humano, es decir, si tiene 150.000 años como Homo sapiens, o incluso dos millones de años como Homo habilis es una materia que debe ser debatida dentro del nivel científico más que del nivel filosófico o teológico.
Para concluir, en una visión que va más allá del horizonte empírico, podemos decir que no somos hombres por azar, y tampoco por necesidad, y que la aventura humana tiene un sentido y una dirección marcada por un diseño superior”.
El encendido debate que se está desarrollando desde hace varias décadas en los Estados Unidos sobre evolución y creación ha llegado a Europa hace algunos años y está inflamando el mundo cultural. Desgraciadamente, se ha contaminado con posiciones políticas, además de ideológicas, lo cual no es una ayuda para poder sostener una discusión serena. Determinadas afirmaciones de los “creacionistas” americanos han suscitado en el ambiente científico reacciones que traslucen un cierto dogmatismo en la defensa de las posturas del neodarwinismo resucitando posiciones científicas más típicas de la cultura del siglo XIX.
Muchas veces se tiene la impresión de que reina una gran confusión. También las vicisitudes de los nuevos programas de ciencias en las escuelas italianas, donde la evolución, después de haber sido eliminada ha vuelto a ser admitida, son signos de una cierta desorientación derivada de un conocimiento poco adecuado del problema. El mes pasado en Pennsylvania, el juez federal Jones se pronunció sobre la no admisibilidad de la enseñanza del Diseño Inteligente (DI) (la versión reciente del creacionismo científico, basada sobre una interpretación literal del libro del Génesis, de la que hablaremos más adelante), considerada como una teoría alternativa a la de la evolución y que habría de enseñarse en las clases de ciencias.
El magisterio de la Iglesia se ha expresado con gran claridad y apertura en varias ocasiones, especialmente a través de las intervenciones de Juan Pablo II. Recientemente, en el año 2004, se publicó, con la aprobación del Cardenal Ratzinger, un documento de la Comisión Teológica Internacional bajo el título: “Comunión y servicio. La persona humana creada a imagen de Dios”.
En el mundo científico, la evolución biológica representa la clave interpretativa de la historia de la vida sobre la Tierra y es el marco cultural de la biología moderna.
Se suele admitir que la vida en la Tierra debió comenzar en un ambiente acuático hace alrededor de 3.500 ó 4.000 millones de años con unos seres unicelulares, los procariotas, desprovistos de un núcleo propiamente dicho. Estos seres se seguirán sucediendo sin aparentes cambios hasta hace dos mil millones de años, momento en que hacen su aparición en las aguas que cubrían el planeta los primeros eucariotas (seres unicelulares con núcleo). Los organismos vivos pluricelulares tardarían todavía en llegar. Desde su aparición, hace mil millones de años, el ritmo evolutivo se realiza todavía de un modo lento y no generalizado. Sólo durante el período Cámbrico, hace entre 540 y 520 millones de años, se desarrollarán de forma casi explosiva las principales clases de seres vivos.
Es presumible que durante mucho tiempo no se dieran las condiciones idóneas sobre la Tierra para la evolución de los animales y los vegetales que hoy viven en ella. Pero todavía está sin resolver el problema de la sucesiva aparición de los peces, los anfibios, los reptiles, los mamíferos y las aves. La gran rapidez con que evolucionan es todavía hoy un problema sin resolver del todo. En los últimos minutos del reloj de la vida se forma la línea evolutiva que lleva a los humanos. Hace alrededor de 6 millones de años se ve aparecer la divergencia: por un lado, la dirección evolutiva que lleva a los monos antropomorfos; y por otra, la que aboca a un conglomerado de formas incluidad en el grupo de los Homínidos. Dentro de éste, hace unos dos millones de años se individualiza la línea evolutiva humana. Antes de que hiciera su aparición la forma humana moderna, cuyas más antiguas expresiones se encuentran hacia alrededor de 150.000 años, existieron otras formas humanas, clasificadas como Homo erectus y, todavía antes, el Homo habilis, con las cuales está emparentado el Homo sapiens.
Tratar de reconstruir esas diversas etapas es el cometido de la paleoantropología. A ella se suman las modernas investigaciones biomoleculares sobre el ADN para descubrir las analogías y diferencias que a nivel genético puedan hacer remontarnos a una ascendencia común.
Por lo que respecta a los factores y modalidades de la evolución, la discusión queda totalmente abierta. La feliz intuición de Darwin y, junto con él, aunque sea menos famosa, la de Wallace, sobre la importancia que tiene el proceso de la selección natural que actúa sobre las pequeñas variaciones dentro de las especies, producidas de modo casual (según la síntesis moderna, los así llamados errores en la réplica del ADN), representa un modelo interpretativo que explica para muchos todo el proceso evolutivo. Otros investigadores lo admiten para la microevolución; pero no consideran adecuado este mecanismo, basado solamente en las pequeñas variaciones al azar (o mutaciones), para explicar la formación en un tiempo relativamente breve de las estructuras demasiado complejas y de las grandes líneas evolutivas de los Vertebrados.
Para buscar otros mecanismos más adecuados, se tienen en consideración hoy los posibles avances de la biología evolutiva en el estudio de los genes reguladores que pueden experimentar sensibles cambios morfológicos. Los experimentos llevados a cabo sobre los genes reguladores que guían el desarrollo embrionario de los Crustáceos permitiría sugerir la hipotética posibilidad de la formación de nuevos planes organizativos por medio de una sola mutación genética. Las investigaciones en esta dirección podrían abrir nuevos horizontes. Pero siempre queda por ver si las causas de estas mutaciones se deben solo al azar o si podrían haber tenido una orientación de tipo preferencial.
En el proceso evolutivo debería siempre que prestar una particular atención a los cambios ambientales. El ambiente puede desempeñar el papel de hacer más lento el proceso, como quizás ocurrió en los primeros miles de millones de años de la vida sobre la Tierra, o el papel de la aceleración evolutiva, como ha podido acontecer en los últimos 500 millones de años. No podríamos estar ahora hablando de estas cosas si, hace unos 20 millones de años no se hubiera producido la formación del Rift africano, con valles y zonas abiertas que permitieron la evolución del bipedismo y de la humanidad. La historia de la vida sugiere que el desarrollo de los seres vivos ha requerido una coincidencia de factores genéticos y de condiciones ambientales favorables en el curso de una serie de acontecimientos naturales.
Al llegar a este punto, pueden plantearse dos preguntas que nos parecen cruciales: ¿puede quedar espacio para aceptar la creación y un proyecto de Dios? La aparición de la humanidad ¿representa un hito del desarrollo necesario en las potencialidades de la naturaleza?
Juan Pablo II en un discurso a un Simposio sobre “Fe cristiana y teoría de la evolución” (1985) afirmaba: “No hay obstáculos en la aceptación de una fe en la creación adecuadamente comprendida y una enseñanza de la evolución rectamente entendida... La evolución supone la creación; es más, la creación aparece a la luz de la evolución como un acontecimiento que se extiende en el tiempo, como una creación continua”.
El Catecismo de la Iglesia Católica observa que “la creación no ha salido de la mano del Creador enteramente terminada” (núm. 302). Dios ha creado un mundo que no es perfecto, sino “en estado de vía hacia una perfección última todavía por alcanzar a la que Dios la destinó. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros, junto con lo más perfecto lo menos perfecto, junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones” (núm. 310)
Juan Pablo II en el mensaje a la Academia Pontificia de Ciencias de octubre de 1996, reconoció que la evolución tiene el carácter de teoría científica, en atención a su coherencia con las observaciones y los descubrimientos de varias ramas de las ciencias. Al mismo tiempo pone de relieve que existan diversas teorías para explicar el proceso evolutivo, entre las cuales no faltan algunas que, por la ideología materialista en que se inspiran, no resultan aceptables para un creyente. Pero en este caso, lo que está en juego no es la ciencia sino una ideología.
El citado documento “Comunión y servicio” da por descontado que se acepta el proceso evolutivo. Lo que sí hay que reafirmar en teología (y también en un correcto razonamiento) es la relación de radical dependencia del mundo respecto a Dios, que ha creado las cosas de la nada; pero no se nos dice cómo.
En este marco puede inscribirse el debate actual sobre el proyecto de Dios sobre la creación. Como es sabido, los partidarios del Diseño Inteligente (DI) no niegan la evolución, pero afirman que la formación de determinadas estructuras complejas no se puede haber producido por acontecimientos casuales, sino que ha requerido intervenciones particulares de Dios en el curso de la evolución y responde a un proyecto inteligente.
Aparte de todo esto, para ellos no sería suficiente para explicar la evolución el hecho de las mutaciones de las estructuras biológicas, porque serían necesarios también los cambios ambientales, que acudirían junto a las intervenciones externas, que tendrían un carácter complementario o correctivo respecto a las causas naturales. De este modo, se introduce una causa superior en los acontecimientos de la naturaleza para explicar cosas que todavía no conocemos pero que en el futuro podríamos conocer.
Pero hay que reconocer que de esta manera no es como se comporta la ciencia. Aquí nos situamos en un plano distinto del nivel científico. Si se considera insuficiente el modelo propuesto por Darwin, que se busque otro; pero no es correcto desde el punto de vista metodológico salirse del campo de la ciencia pretendiendo asimismo hacer ciencia.
Parece, pues, correcta la decisión del Juez de Pennsylvania. El Diseño Inteligente (DI) no pertenece a la ciencia, y no se justifica la pretensión de que sea enseñado como teoría científica junto con la explicación darwinista. Con este proceder, sólo se crea confusión entre el nivel científico y nivel filosófico o religioso. Ni siquiera se requiere una visión religiosa para admitir la posibilidad de un diseño general sobre el universo. Es honesto reconocer que desde el punto de vista científico, el problema permanece abierto. Si uno se sale de la economía divina que actúa a través de las causas segundas (casi retrayéndose de su obra de creador), no se comprende por qué no se han evitado determinados acontecimientos catastróficos de la naturaleza, o linajes o estructuras evolutivas sin significado, o mutaciones genéticas perjudiciales en un diseño inteligente.
Por desgracia, en el fondo de todo se reconoce también una cierta tendencia de los científicos darwinistas a asumir la evolución en un sentido totalizador, pasando de la teoría a la ideología, en una visión que pretende explicar toda la realidad viviente, incluido el comportamiento humano, en términos de selección natural, excluyendo otras perspectivas, como si la evolución considerara superflua la creación y todo pudiera haberse autotransformado y pudiera ser reconducido por el azar.
Por lo que respecta a la creación, la Biblia habla de una dependencia radical de todos los seres respecto a Dios y de un diseño, pero no dice cómo esto se ha realizado. La observación empírica percibe la armonía del universo que se basa sobre leyes y propiedades de la materia y remite necesariamente a una causa superior, no como una demostración científica sino sobre la base en un razonamiento riguroso. Negarlo sería una afirmación ideológica y no científica. La ciencia en cuanto tal, con sus métodos, no puede demostrar, pero tampoco excluir, que se haya realizado un diseño superior, sean cuales sean sus causas, pero que en apariencia parecen casuales o reducirlas exclusivamente a causas naturales. “Incluso el resultado de un proceso natural verdaderamente contingente puede encuadrarse en el plan providencial de Dios mediante la creación”, se afirma en el citado documento “Creación y servicio”.
Lo que a nosotros nos parece casual debía estar ciertamente presente y querido en la mente de Dios. El proyecto de Dios sobre la creación puede realizarse a través de las causas segundas con el curso natural de los acontecimientos, sin que haya que pensar en intervenciones milagrosas que orientan en otra dirección. “Dios no hace las cosas sino que trabaja de manera que se hagan”, observaba Teilhard de Chardin. Y el Catecismo de la Iglesia Católica afirma: “Dios es la causa primera que opera en y por las causas segundas” (núm. 308).
El otro punto delicado está representado por el hombre, que no puede considerarse un producto necesario y natural de la evolución. El elemento espiritual que lo caracteriza no puede emerger de las potencialidades de la materia. Es el salto ontológico, la discontinuidad que el magisterio ha reafirmado siempre para la aparición del hombre.
Esa discontinuidad supone una voluntad positiva de Dios. Maritain observaba que la trascendencia del hombre debida al alma acontece “gracias a la intervención final de una elección libre y gratuita operada por Dios creador que trasciende todas las posibilidades de la naturaleza material”. ¿Cuándo, cómo y dónde Dios quiso que se encendiera la chispa de la inteligencia en uno o en varios Homínidos? La naturaleza tiene la potencialidad de acoger el espíritu según la voluntad de Dios creador, pero no puede producirlo por sí sola. En el fondo es lo que sucede también en la formación de todo ser humano y es lo que marca la diferencia entre el hombre y el animal; una afirmación que se hace fuera de la ciencia empírica y, en cuanto tal, no puede ser ni probada ni negada con la metodología de la ciencia.
Por lo que respecta al momento en que apareció el hombre, no estamos en situación de determinarlo. Con todo se pueden percibir las señales de la especificidad del ser humano, como hizo notar Juan Pablo II en el citado mensaje de 1996. Estos signos pueden reconocerse también en los productos de la tecnología, en la organización del territorio, si revelan intencionalidad y un significado en el contexto de la vida. En una palabra, son las manifestaciones de la cultura las que pueden orientarnos de modo más claro a la hora de personalizar la presencia humana.
Las manifestaciones de la cultura se colocan en un plano o nivel extrabiológico y expresan una trascendencia (como reconocen Dobzhansky, Ayala y otros científicos evolucionistas), son una discontinuidad que a nivel filosófico se considera de naturaleza ontológica.
Según el parecer del que escribe estas líneas no es necesario esperar a la aparición del Homo sapiens, de las sepulturas o del arte. La delimitación del nivel evolutivo a partir del cual puede ser reconocido lo humano, es decir, si tiene 150.000 años como Homo sapiens, o incluso dos millones de años como Homo habilis es una materia que debe ser debatida dentro del nivel científico más que del nivel filosófico o teológico.
Para concluir, en una visión que va más allá del horizonte empírico, podemos decir que no somos hombres por azar, y tampoco por necesidad, y que la aventura humana tiene un sentido y una dirección marcada por un diseño superior”.
Leandro Sequeiros es Catedrático de Paleontología y Profesor de Filosofía en la Facultad de Teología de Granada.